LA ENTRADA DE JESÚS EN JERUSALÉN

 


#Jesús habla a las mujeres: "Hemos llegado cerca de la ciudad. Os aconsejo que os vayáis. No tengáis miedo   

#regresan los dos a quienes habían enviado a que le trajesen la asna y el asnillo  

 #Desde un otero cercano a Jerusalén Jesús observa la ciudad.  

 #"Maestro,¿ por qué estás llorando?" pregunta Juan "¿Qué te hace sufrir? Dínoslo a nosotros que te amamos."  

 #Allí está la corrupción. Entramos en Jerusalén, entramos allí. Y el Altísimo es el único que sabe cómo quisiera santificarla con la santidad del Cielo. Volver a santificar, a esta ciudad que debería ser la Ciudad santa. Pero no podré conseguir nada. Está corrompida y así continúa.  

 #Predice la destrucción de Jerusalén   

#Compadezco las desventuras de una ciudad culpable¿ y no sabré compadecer sus costumbres?   

#NO. ni puedo compadecerlas porque son propiamente estas costumbres las que producen desventuras  

 #Las profanaciones del culto divino, de la ley divina, provocan los castigos del cielo. Este es el fruto de una vida nacional indigna del nombre de cristiana   

#Los países no se salvan con las armas, sino con una forma de vida que atraiga la protección del cielo.  

 #¡La paz sea con vosotros! No os amontonéis. Ahora subiremos juntos al templo. He venido para estar con vosotros.  

 #Las vírgenes de Israel te saludan, Señor" dice Juan Analía se asoma sobre el pretil y grita: "He contemplado tu triunfo, Señor mío. Toma mi vida para tu glorificación universal" y con un grito altísimo, lo saluda gritando al pasar. "¡Jesús!"  

 #"¡Tu Madre!" grita Pedro 

  #No os conturbéis. No ha muerto. Ha caído una flor y los ángeles de Dios la han recogido para llevarla al seno de Abraham.   

#"¡Largo de la casa de mi Padre! Este lugar no es para la usura ni para mercado. Está escrito: "Mi casa será llamada casa de oración". Por qué habéis convertido en cueva de ladrones la casa en que se invoca el nombre del Señor ¡Largo de aquí! Limpiad mi casa.  

 #Jesús va a los portales donde se han reunido ciegos, paralíticos, mudos, lisiados y otros enfermos que lo invocan a gritos. No cura uno por uno de los enfermos, sino que extiende su mano. La salud brota de ella sobre los enfermos que, sanos, se levantan y prorrumpen en gritos de júbilo   

#"Maestro, ¿estás oyendo? Estos niños dicen lo que no debe decirse. ¡Repréndelos! "¿Y por qué? ¿Acaso el rey profeta, el rey de mi estirpe no ha dicho: "De la boca de los niños y de los que están mamando has hecho que brotase una alabanza completa para llenar de confusión a tus enemigos?"   

#"¿A dónde vamos ahora?" Al campamento de los galileos

 


 

Jesús apoya su brazo en la espalda de su Madre que se ha puesto de pie cuando Juan y Santiago de Alfeo le dijeron: "Tu Hijo llega pronto." Luego se volvieron para unirse a sus compañeros que lentamente avanzan, hablando, entre tanto que Tomás y Andrés han ido corriendo a Betfagé a buscar la asna y el asnillo para llevarlos a Jesús. 

 

Jesús habla a las mujeres: 

"Hemos llegado cerca de la ciudad. 

Os aconsejo que os vayáis. No tengáis miedo

 

En este intervalo Jesús habla a las mujeres: "Hemos llegado cerca de la ciudad. Os aconsejo que os vayáis. No tengáis miedo. Entrad a la ciudad antes que Yo. Cerca de En Rogel están todos los pastores y los discípulos de mayor confianza. Tienen órdenes de acompañaros y protegeros."

"Sabed... Hemos hablado con Aser de Nazaret y Abel de Belén de Galilea y también con Salomón. Habían venido hasta aquí para cerciorarse de tu llegada. La multitud prepara una gran fiesta. Nosotros querríamos presenciarla... ¿Ves como se mueven las cimas d los olivos? El viento no puede moverlas así. Es la gente que corta ramas para tirarlas por el camino y para que cual abanico te protejan del sol. ¡Mira también! Mira allá. Están cortando palmas. Pare que fueran racimos, pero son hombres que han subido para cortarlas... Mira por las pendientes a niños que andan recogiendo flores. Las mujeres están cortando las de sus jardines para arrojártelas a tu paso. Nosotros querríamos ver esto.. e imitar a María de Lázaro que recogió todas las flores que pisaste cuando entraste en el jardín de Lázaro" dice María Cleofás en nombre de todas.

Jesús acaricia la mejilla de su anciana pariente que parece una niña deseosa de presenciar un lúcido espectáculo. Le responde: "En medio de la multitud no veríais nada. Adelantaos. Id a la casa de Lázaro que custodia Matías. Pasaré allá y me veréis desde arriba."

"¿Vas solo... Hijo mío? ¿No puedo estarte cerca?" pregunta María levantando su rostro afligido, fijando sus hermosos ojos en los apacibles de su Hijo.

"Mucho te agradecería que estuvieras escondida. Como la paloma entre las hendiduras de la peña. Tengo más necesidad, Madre mía, de tus oraciones que de tu presencia."

"Si así es, Hijo mío, oraremos. Oraremos todas por Ti."

"Sí. Después que lo hayáis visto pasar vendréis con nosotros a mi palacio de Sión. Mandaré criados al Templo tras el Maestro, para que nos traigan sus órdenes y sus noticias" dice Magdalena, que al punto comprende lo que ha de hacerse y realizarse sin ambages.

"Dices bien, hermana. Aunque me duela no poder seguirlo, comprendo que así está bien. Por otra parte, Lázaro nos ordenó que en nada se contradijese al Maestro, sino que se le obedeciese aun en lo más insignificante. Y así lo haremos."

"Id, entonces. ¿Veis? Los caminos se llenan de animación. Están llegando los apóstoles. Idos. La paz sea con vosotras. Cuando lo creo oportuno os mandaré llamar. Mamá, hasta pronto. Estate tranquila. Dios está con nosotros." La besa y se despide. Las obedientes discípulas se van ligeras.

Llegan los diez discípulos. "¿Las enviaste antes?"

"Sí. Desde una casa verán mi entrada."

"¿De qué casa?" pregunta Judas de Keriot.

"¿Acaso no hay muchas casas amigas?" le contesta Felipe.

"¿Desde la casa de Analía? insiste Iscariote.

Jesús responde negativamente y se dirige hacia Betfagé que está un poco separada.

 

regresan los dos a quienes habían enviado 

a que le trajesen la asna y el asnillo

 

Está ya casi para llegar cuando regresan los dos a quienes habían enviado a que le trajesen la asna y el asnillo. Gritan: "Lo encontramos como dijiste, y te hubiéramos traído los animales, pero el dueño de ellos quiso aparejarlos ya adornarlos para honrarte. Los discípulos, que se han unido a los que pasaron la noche en los caminos de Betania para honrarte, quisieron que se les permitiese que te los trajesen, y nosotros dijimos que sí. Creímos que su fidelidad merecía un premio."

"Hiciste bien. Sigamos."

"¿Son muchos los discípulos?" pregunta Bartolomé.

"Toda una multitud. No se puede entrar por las calle de Betfagé. Por esto dije a Isaac que trajese el asno de Cleonte el quesero" responde Tomás.

"Hiciste bien. Vayamos hasta ese promontorio de la colina. Y esperemos allí bajo la sombra de los árboles."

Van a donde Jesús ha señalado.

"¡Nos alejamos! Así ¿pasarás Betfagé dándole vuelta por detrás?" exclama Iscariote.

"Y si quiero hacerlo, ¿quién me lo prohíbe? Acaso ¿ya me han aprehendido, para que no pueda hacer lo que quiera? ¿Acaso tienen prisa en hacerlo o temen de que me vaya a escapar? Si juzgase conveniente ir por lugar más seguro, ¿hay alguien que me lo pueda impedir?" Jesús atraviesa con su ojos al traidor, que no responde, pero sí encoge los hombros como diciendo: "Haz lo que te plazca."

En realidad da vuelta por detrás del poblado, diría yo más bien, del suburbio de la ciudad misma, porque no está muy lejos de la parte occidental, y forma parte de las pendientes del monte de los Olivos que domina la parte oriental de Jerusalén. Abajo, entre el declive y la ciudad, está el Cedrón que brilla al sol de abril.

Jesús se sienta en medio de ese silencio y se absorbe en sus pensamientos. Luego se levanta y se dirige a la parte alta del promontorio.

Dice Jesús: "Aquí pondréis la visión del 31 de julio de 1944: Jesús que llora por Jerusalén, desde la frase con la que empezó la visión." Y luego vuelve a mostrarme las fases de su entrada triunfal.

 

30 de julio.

No sé cómo haré para describir lo que veo, porque me siento tan mal del corazón tanto que fatigosamente puedo estar sentada. Pero no hay remedio: debo escribir lo que veo.

Comprendo el significado del evangelio de hoy: dominica novena después de Pentecostés.

 

Desde un otero cercano a Jerusalén Jesús observa la ciudad.

 

Desde un otero cercano a Jerusalén Jesús observa la ciudad.

 

No es un otero muy alto -lo más como la plazoleta de S. Miniato de Florencia- pero suficiente para que puedan verse casas y calles que suben y bajan. Si se toma el nivel más bajo de la ciudad, este otero es muy alto, pero no tanto como el Calvario, que no está muy cercano al muro. La colina donde se sitúa Jesús está casi a pico de la parte de la muralla, mientras que de la parte contraria se extiende blandamente hacia una vede campiña que da al oriente. Y digo oriente, teniendo en cuenta la posición del sol.

Jesús y los suyos están bajo una arboleda, sentados a su sombra. Descansan del camino. Después Jesús se levanta, se dirige a la parte alta de la colina.

Su alta estatura se dibuja, clara, en el vacío que le sirve de marco. Parece aún mucho más alto. Tiene sus manos cruzadas sobre su pecho, sobre su manto azul. Y mira severamente.

Los apóstoles lo ven, pero no lo interrumpen. Pensarán que se ha alejado para orar.

Pero no es así. después de haber contemplado por un tiempo la ciudad en todos sus rincones, en todas sus elevaciones, deteniendo su mirada más acá que allá, se pone a llorar, sin estremecimiento alguno, sin hacer ruido. Las lágrimas le resbalan por las mejillas y caen... Lágrimas envueltas en un silencio y tristeza, como las del que sabe que debe llorar, solo, sin esperanza de consuelo o de comprensión. Como las de quien llora por un dolor que no puede ser evitado, y que debe sufrirse completamente.

Dado el lugar que ocupa, Santiago, el hermano de Juan, es el primero en notar ese llanto, y lo dice a los demás que se miran mutuamente sorprendidos.

"Nadie de nosotros ha hecho algo mal" se dicen. "Tampoco la gente lo ha insultado. No había ni un enemigo entre la multitud."

"Entonces, ¿por qué llora?" pregunta el más anciano de todos.

Pedro y Juan se levantan y se le acercan. Se imaginan que lo único que pueden hacer es acercársele para mostrarle que lo aman, y para preguntarle qué le pasa.

 

"Maestro, ¿por qué estás llorando?" pregunta Juan

 "¿Qué te hace sufrir? Dínoslo a nosotros que te amamos."

 

"Maestro, ¿por qué estás llorando?" pregunta Juan apoyando su rubia cabeza sobre la espalda de Jesús, que destaca en altura del cuello arriba.

Pedro le pone la mano en su cintura, como si quisiera abrazarlo. Le pregunta: "¿Qué te hace sufrir? Dínoslo a nosotros que te amamos."

Jesús apoya su rostro sobre la cabeza de Juan y, separando sus brazos, coloca uno sobre la espalda de Pedro. Tres amigos. Pero el llanto continúa. Juan que siente que le cae alguna lágrima, vuelve a preguntarle: "¿Por qué lloras, Maestro? ¿Te hemos causado algún dolor?"

Los otros apóstoles han venido y rodean a los tres. Esperan también la respuesta.

"No" dice Jesús. "No me habéis dado ningún dolor. Sois mis amigos; y la amistad, cuando es sincera, es bálsamo, es sonrisa, pero nunca lágrimas. Quisiera que siempre fueseis mis amigos. Aun ahora que entraremos en la corrupción que fermenta y que corrompe a quien no tiene voluntad firme de permanecer bueno."

"¿A dónde vamos, Maestro? ¿Acaso a Jerusalén? La multitud te ha saludado con alegría. ¿Quieres defraudarla? ¿Vamos a Samaria por algún milagro? ¿Ahora que la Pascua está cercana?"

Las preguntas las hacen diversos.

 

Allí está la corrupción. Entramos en Jerusalén, 

entramos allí. Y el Altísimo es el único que sabe 

cómo quisiera santificarla con la santidad del Cielo. 

Volver a santificar, a esta ciudad que debería ser 

la Ciudad santa. Pero no podré conseguir nada.

 Está corrompida y así continúa.

 

Jesús levanta sus manos para imponer silencio, y con la derecha señala hacia la ciudad, algo así como cuando el campesino extiende su brazo para sembrar. Dice: "Allí está la corrupción. Entramos en Jerusalén, entramos allí. Y el Altísimo es el único que sabe cómo quisiera santificarla con la santidad del Cielo. Volver a santificar, a esta ciudad que debería ser la Ciudad santa. Pero no podré conseguir nada. Está corrompida y así continúa. Los ríos de santidad que salen del Templo vivo, y que por días seguirán corriendo hasta dejarlo henchidos de vida, no serán suficientes para redimirla. La Samaría y el mundo pagano vendrán al Santo. Sobre los templos ficticios se levantarán templos al Dios verdadero. Los corazones de los gentiles adorarán al Mesías, pero este pueblo, esta ciudad no lo aceptará, y su odio la empujará a cometer el mayor pecado. Lo cual debe suceder, Pero ¡ay de aquellos que serán instrumento de tal delito! ¡Ay!..."

Jesús mira fijamente a Judas a quien tiene enfrente.

"Tal cosa no nos sucederá, porque somos tus apóstoles, creemos en Ti, y estamos dispuestos a morir por Ti." Judas miente desvergonzadamente y no baja los ojos aunque siente los de Jesús encima.

Los demás se unen a Judas.

Jesús, sin responder directamente al apóstol traidor, dice. "Quiera el Cielo que así seáis. Pero hay todavía mucha debilidad en vosotros y la tentación os podría convertir en iguales a los que me odian. Orad mucho y tened cuidado de vosotros. Satanás sabe que está para ser vencido y quiere vengarse arrancándoos de Mí. Satanás nos rodea. A Mí para impedirme cumplir la voluntad del Padre y realizar mi misión. A vosotros para convertiros en sus esclavos. Estad atentos. Dentro de aquellos muros Satanás se apodera de quien no supo ser fuerte, aquel para la maldición será el haber sido elegido porque hizo de su elección un fin humano. Os elegí para el reino de los cielos y no para el del mundo. Recordadlo.

 

Predice la destrucción de Jerusalén

 

Y tú, ciudad, que quieres tu ruina y por quien lloro, ten en cuenta que tu Mesías ruega por tu redención. ¡Oh, si al menos en esta hora que te queda quisieras venir a quien sería tu felicidad! ¡Si al menos comprendieses en esta hora el Amor que puse en medio de ti y te despojases del odio que te ciega y te hace loca, que hace que seas cruel para contigo y para tu bien! ¡Pero vendrá el día en que te acordarás de esta hora! ¡Será demasiado tarde para llorar y arrepentirte! Habrá pasado el Amor y desaparecido por entre tus calles, y sólo se quedará el Odio, que has preferido. Y el Odio te odiará a ti y a tus hijos. Porque los quisiste. El odio se paga con odio. No se tratará del odio del fuerte contra el inerme, sino del odio contra el odio, y por lo tanto la guerra y la muerte. Rodeada de trincheras y de ejércitos, te irás debilitando antes de ser destruida y verás caer a tu hijos bajo la fuerza de las armas, bajo el hambre. Los que sobrevivieren serán tomados prisioneros y escarnecidos. Pedirás misericordia, pero no la encontrarás porque no has querido conocer tu Salvación.

Lloro, amigos, porque soy humano, y las ruinas de mi patria me producen las lágrimas. Pero es justo que se cumpla lo dicho, porque la corrupción avanza por sobre estos muros, sobre todo límite e invoca el castigo de Dios. ¡Ay de los ciudadanos que son causa de la desgracia de nuestra patria! ¡Ay de los jefes, principales causantes! ¡ay de los que tendrían que ser santos para conseguir que los otros fuesen honrados; y, sin embargo, profanan la casa de su ministerio y así mismos! Venid. Mi intervención de nada servirá. Pero hagamos brillar la luz una vez más entre las tinieblas."

Jesús desciende acompañado de los suyos. Camina ligero. Su rostro está serio, diría yo, hasta un poco enojado. No pronuncia ni una palabra. Entra en una casucha que está a los pies del collado y así se acaba la visión.

 

Dice Jesús.

 

Compadezco las desventuras de una ciudad culpable 

¿y no sabré compadecer sus costumbres?

 

No. ni puedo compadecerlas porque son propiamente estas

 costumbres las que producen desventuras

 

"La escena que refiere Lucas parece no tener ilación, es casi ilógica. Compadezco las desventuras de una ciudad culpable ¿y no sabré compadecer sus costumbres?

No. No sé, ni puedo compadecerlas porque son propiamente estas costumbres las que producen desventuras; el verlas aumenta mi dolor. Mi ira  contra los profanadores del Templo es lógica consecuencia de lo que sabía de las desventuras de Jerusalén.

 

Las profanaciones del culto divino, de la ley divina, 

provocan los castigos del cielo. 

 

Este es el fruto de una vida nacional 

indigna del nombre de cristiana

 

Las profanaciones del culto divino, de la ley divina, provocan los castigos del cielo. Al convertir la Casa de Dios en cueva de ladrones, aquellos sacerdotes indignos e indignos creyentes atraían sobre todo el pueblo la maldición y la muerte. Es inútil dar éste o aquel nombre a los males que sufre un pueblo. Su nombre propio buscadlo en este. "Castigo por vivir cual animales". Dios se retira y el mal avanza. Este es el fruto de una vida nacional indigna del nombre de cristiana.

 

 Los países no se salvan con las armas, sino con una forma 

de vida que atraiga la protección del cielo.

 

Entonces como ahora en esta última parte del siglo, no he dejado de llamar con prodigios repetidas veces. Como entonces no me atrajo sobre Mí y sobre mis instrumentos, más que la burla, la indiferencia, el odio. Los hombres como las naciones recuerden que inútilmente lloran cuando antes no quisieron aceptar su salvación. Inútilmente me invocan, porque cuando estuve con ellos me echaron afuera con una guerra sacrílega, que, partiendo de cada conciencia, entregada al mal, se esparció por toda la nación. Los países no se salvan con las armas, sino con una forma de vida que atraiga la protección del cielo.

Descansa, pequeño Juan. Procura seguir siendo siempre fiel a tu elección. La paz se quede contigo."

¡Que cansancio! ¡De veras que no aguanto más!...

 

No acaba Jesús de entrar bendiciendo a sus moradores, cuando se escuchan el alegre sonar de cascabeles y gritos de alegría. E, inmediatamente después, aparece la cara flaca y pálida de Isaac por la puerta. Entra y se postra ante su Señor Jesús.

Por entre la puerta se ven más y más caras... Se ve cómo se empujan para poder pasar... Se oye el grito de alguna mujer, el lloro de algún niño, y los gritos de saludo, gritos que saben a fiesta: "¡Feliz este día que te trae de nuevo a nosotros! ¡La paz sea contigo, Señor! ¡Bienvenido, Maestro, a premiar nuestra fidelidad!"

Jesús se pone de pie y hace señal de que quiere hablar. Todos guardan silencio. Se oye clara la voz de Jesús.

 

¡La paz sea con vosotros! No os amontonéis. 

Ahora subiremos juntos al templo. 

He venido para estar con vosotros.

 

"¡La paz sea con vosotros! No os amontonéis. Ahora subiremos juntos al templo. He venido para estar con vosotros. ¡Calma! ¡Calma! No os hagáis mal. ¡Dejadme pasar, amigos míos! Dejadme salir y seguidme, pues juntos entraremos en la ciudad santa.

De buena o de mala gana la gente obedece. Abre paso. Jesús sale y señala el asno, sobre el que nadie ha montado hasta ahora. Los peregrinos ricos, que están mezclados entre la gente, extienden sobre el lomo del animal sus ricos mantos, y no dobla su rodilla para que se apoye el Señor y monte. Pedro camina al lado del Maestro e Isaac del otro, llevando las riendas del aun no domado animal; que, sin embargo, avanza calmadamente como si hubiera estado acostumbrado. No patea, ni se espanta con las flores que la gente lanza a Jesús, y que muchas de ellas lo golpean en sus ojos, en morro, ni con las ramas de olivo y palmas que se agitan a su alrededor, que se tiran al suelo como alfombra, ni con los gritos cada vez más fuertes de: "¡Hosanna, Hijo de David!" que, saliendo de una multitud cada vez más numerosa, suben hacia el firmamento azul.

Avanzar desde Betfagé, por entre las calles estrechas y torcidas no es fácil. Las madres toman en brazos a sus hijos. Los maridos procuran defender a sus mujeres de los golpes, y alguno que otro padre coloca sobra los hombres a su hijito y así lo lleva por entre la gente. Se oyen las voces de los niños, cual balidos de corderitos o piar de golondrinas, que arrojan flores y hojas de olivo, dadas por sus madres, al dulce Jesús...

Salidos del estrecho suburbio, el cortejo se ordena y se estira. Muchos, por propio gusto, corren a abrir paso, a despejar el camino. Otros los siguen arrojando al suelo ramas; y no falta quien sea el primero en arrojar su manto al suelo como de alfombra, y otro, qué digo, cuatro, diez, cien y muchos más, lo imitan. En su centro, la calle parece ser una cinta multicolor. Cuando ha pasado Jesús, se recogen y se les lleva más adelante y se les tira con otras y otras más, con ramas, flores, hojas de palma. Resuenan cada vez más los gritos en honor del Rey de Israel, del Hijo de David, de su Reino.

Los soldados de guardia en la puerta salen a contemplar lo que pasa. No es ninguna sedición. Se apoyan sobre sus lanzas. Se hacen a un lado, admirados o burlones, ante el extraño cortejo de este Rey que viene montado sobre un asno, un rey hermoso como un dios, humilde como el más pobre de los hombres, bueno, cariñoso... a quien rodean mujeres, niños, hombres desarmados que gritan: "¡Paz! ¡Paz!" Antes de entrar en la ciudad Jesús se detiene un momento al llegar a la altura de los sepulcros de los leprosos de Hinnón  y Silóan (creo no equivocarme en los nombres, porque en estos lugares he visto varios milagro). Se apoya sobre el único estribo, pues viene sentado, se alza, abre sus brazos gritando en dirección de aquellas pendientes horribles, donde caras y cuerpos llenos de terror se asoman buscando a Jesús con sus ojos y que gritan: "Somos impuros" para hacer que ningún imprudente vaya a acercarse y subirse con el ansia de ver a Jesús, que grita: "¡Quien tenga fe en Mí, pronuncie mi Nombre y alcance por medio de él la salud!" Bendice, continúa su camino. Dice a Judas de Keriot: "Comprarás alimentos para los leprosos y, con Simón, los traerás antes de que anochezca."

Cuando el cortejo pasa bajo la bóveda de la puerta de Silóan y como un torrente se desparrama dentro de la ciudad, pasando por el barrio de Ofel, en que cada terraza se ha convertido en una pequeña palaza llena de gente que grita hosannas, que arroja flores y perfumes hacia el Maestro, el grito de la multitud parece aumentar y tomar fuerzas como si saliese de una bocina, porque los numerosos arcos de que está llena Jerusalén lo amplifican.

Oigo gritar, y me imagino que es lo que dicen los evangelistas: "¡Scialem, scialem melchil!" (o melchit: procuro transcribir el sonido de las palabras, pero es difícil porque su lenguaje posee aspiraciones que no tenemos. Recuérdese que la Escritora no sabía hebreo o arameo y que "scialem, scialem melchil!" no significa: "Hosanna" o "Bendito", sino: "Paz, paz, oh rey". Téngase en cuenta esto para caer en la cuenta de la honradez de la Escritora en transcribir lo que oía) Es un grito continuo, como el del bramido del mar que va y viene contra las playas o arrecifes donde se rompe para venir al encuentro de otra onda que lo recoge y lo multiplica en un bramido mayor ¡Estoy aturdida!

Perfumes, olores, gritos, agitarse de ramos, vestidos, colores. Es algo que deja a uno atolondrado.

Veo que entre la gente aparecen y desparecen caras conocidas, que son las de discípulos de todos los lugares de Palestina, de sus seguidores... Por un momento diviso a Jairo, al jovenzuelo. Yais de Pela (según me parece) que era ciego como su madre y a quienes Jesús curó. Veo a Joaquín de Bozra, y al campesino de la llanura de Sarón con sus hermanos. Veo al viejo y solitario Matías de junto al Jordán (ribera oriental), en cuya casa Jesús se refugió cuando todo estaba inundado. Veo a Zaqueo con sus amigos convertidos. Veo al viejo Juan de Nobe con casi todos los de la población. Veo al marido de Sara de Yutta... ¿Pero quién puede acordarse de nombres y caras donde los conocidos se mezclan con los no conocidos?... allí está la cara del pastorcillo de Enón. Junto a él la del discípulo de Corozaín que no fue a sepultar a su padre por seguir a Jesús; y cerca de él, por un instante, el padre y la madre de Benjamín, con su pequeño, que por poco cae bajo las pezuñas del asno por querer recibir una caricia de Jesús. Y ¡es una desgracia! están las caras llenas de ira de los fariseos que orgullosos rompen la muralla de amor que se estrecha alrededor de Jesús  le gritan: "¡Haz que se callen esos locos! ¡Vuélvelos al buen sentido! Sólo a Dios se le lanzan hosannas. ¡Diles que se callen!"

Jesús responde dulcemente: "Aunque Yo se los mandase, y me obedecieran, las piedras gritarían los prodigios del Verbo de Dios."

Realmente, la gente además de gritar: "¡Hosanna, hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna a Él y a su Reino! ¡Dios está con nosotros! Ha llegado el Emmanuel. ¡Ha llegado el Reino del Mesías del Señor! ¡Hosanna! ¡Lance la tierra hosanna hacia el cielo! ¡Paz, paz, Rey mío! ¡Paz y bendición vengan sobre Ti, Rey santo! ¡Paz y gloria en los cielos y en la tierra! ¡Gloria se de a Dios por su Mesías! Paz a los hombres que lo acogen. Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad y gloria en los cielos más altos porque ha llegado la hora del Señor" (quien laza este último grito es un grupo compacto de pastores que repiten el grito navideño). La gente de Palestina cuenta a los peregrinos de la Diáspora los milagros que han visto. Y a quien no sabe lo que sucede y pregunta: "¿Quién es Él? ¿Qué sucede?"; le explican: "¡Es Jesús, Jesús el Maestro de Nazaret de Galilea! ¡El Profeta! ¡El Mesías del Seor! ¡El Prometido! ¡El Santo!"

De una casa, que apenas se acaba de doblar, sale un grupo de robustos jóvenes trayendo copas de cobre con carbones encendidos e incienso, de las que suben hacia arriba espirales de humo. Una y otra vez hacen lo mismo. Muchos corren adelante o regresan y entran a las casas para que les den fuego y resinas olorosas.

Se divisa ya la casa de Analía. La terraza está adornada con las hojas nuevas de la vid que flotan al contacto del acariciador viento de abril. Analía está en el centro de un grupo de jovencillas vestidas de blanco y con velos del mismo color. Tienen en sus manos pétalos de rosas y de convalarias que empiezan a arrojar al aire.

 

Las vírgenes de Israel te saludan, Señor" dice Juan 

 

Analía se asoma sobre el pretil y grita: "He contemplado 

tu triunfo, Señor mío. Toma mi vida 

para tu glorificación universal" 

y con un grito altísimo, lo saluda 

gritando al pasar. "¡Jesús!"

 

"Las vírgenes de Israel te saludan, Señor" dice Juan que se ha abierto paso y ha llegado al lado de Jesús, llamando su atención para que las vea cómo le arrojan rojos pétalos de rosas y blancas convalarias cual perlas.

Por un momento detiene Jesús al asno. Levanta su mano para bendecir ese grupo que lo ama hasta el punto de renunciar a cualquier otro amor terreno.

Analía se asoma sobre el pretil y grita: "He contemplado tu triunfo, Señor mío. Toma mi vida para tu glorificación universal", y con un grito altísimo, lo saluda gritando al pasar. "¡Jesús!"

Se oye otro grito que supera al clamor de la gente, que, aunque lo percibe, no se detiene. Es un río de entusiasmo, un río de un pueblo delirante que no puede detenerse. Y, mientras las últimas ondas de este río están todavía fuera de la puerta, las primeras están ya subiendo en dirección al Templo.

 

"¡Tu Madre!" grita Pedro

 

"¡Tu Madre!" grita Pedro señalando una casa que está en el ángulo de una calle que sube hacia el Moria, por la que va el cortejo. Jesús levanta su rostro para enviar una sonrisa a su Madre que está con las mujeres fieles.

El encuentro con una numerosa caravana hace que el cortejo se detenga unos cuantos metros más allá de la casa. Mientras Jesús espera con los demás y acaricia a los niños que las madres le presentan, se oye el grito de un hombre que trata por abrirse paso: "¡Dejadme pasar! Una jovencilla ha muerto de repente. Su madre quiere ver al Maestro. ¡Dejadme pasar! ¡Él la había salvado antes!"

La gente lo deja pasar, y el hombre corre a donde está Jesús: "Maestro, la hija de Elisa ha muerto. Te saludó con aquel grito y luego se dobló hacia atrás diciendo: "Soy feliz!" y expiró. Su corazón se rompió de gozo al verte triunfante. Su madre me vio en la terraza que da a su casa y me dijo que viniera a llamarte. ¡Ven, Maestro!"

"¡Muerta! ¡Muerta Analía! Pero si ayer estaba lozana cual una flor." Los apóstoles se apiñan, excitados. Los pastores los imitan. Todos la habían visto el día anterior en perfecta salud. Si la acaban de ver con la sonrisa en sus labios, con el carmín en sus mejillas... No pueden comprender la desgracia... Preguntan, quieren que se les den pormenores.

"No sé. Oísteis qué fuerza había en sus palabras. Luego vi que se plegaba más pálida que sus vestiduras y oí que su madre lanzaba un grito... No sé más."

 

No os conturbéis. No ha muerto. Ha caído una flor 

y los ángeles de Dios la han recogido 

para llevarla al seno de Abraham.

 

"No os conturbéis. No ha muerto. Ha caído una flor y los ángeles de Dios la han recogido para llevarla al seno de Abraham. Pronto el lirio de la tierra se abrirá feliz en el Paraíso, olvidando para siempre el horror del mundo. Oye, di a Elisa que no llore por la suerte de su hija. Dile que es una grande gracia de Dios, y que dentro de seis días lo comprenderá. No lloréis. Su triunfo es todavía mayor que el mío porque a ella le cortejan los ángeles para llevarla a la paz de los justos. Es un triunfo eterno que subirá siempre. En verdad os digo que tenéis razón de llorar por vosotros, pero no por Analía. Continuemos." Y repite a los apóstoles y a quienes lo rodean: "Ha caído una flor. Se ha ido en paz y los ángeles la han recogido. Bienaventurada ella, limpia de cuerpo y alma, porque pronto verá a Dios."

"¿Pero cómo, de qué murió, Señor?" pregunta Pedro que no se da paz.

"De amor. De éxtasis. De gozo infinito. ¡Dichosa muerte!"

Los que van adelante, como los que vienen atrás no caen en la cuenta de lo sucedido. Y así el cortejo sigue, aunque alrededor de Jesús se ha formado un doloroso silencio.

Juan lo rompe diciendo: "¡Oh, quisiera la misma suerte antes de las horas que están por venir!"

"También yo" dice Isaac. "Quisiera ver la cara de la jovencilla muerta de amor por Ti..."

"Os ruego que me sacrifiquéis vuestro deseo. Tengo necesidad de que estéis cerca de Mí."

"No te abandonaremos, Señor, ¿pero no habrá para esa madre ningún consuelo?" pregunta Natanael.

"Ya lo pensaré..."

 

Están en las puertas de la muralla del Templo. 

Jesús baja del asno

 

Están en las puertas de la muralla del Templo. Jesús baja del asno que uno de Betfagé toma bajo su cuidado.

Hay que tener presente que Jesús no se apeó en la primera puerta del Templo, sino que dio vuelta por la muralla, y se bajó solo cuando llegó a la parte norte cerca de la Antonia, para mostrar que no temía a los romanos, pues era inocente de toda acusación.

En el primer patio ruge el acostumbrado gritería de cambista y vendedores de palomas, pájaros y corderos. Al ver a Jesús, todos corren a su encuentro quedándose sólo mercaderes.

Jesús con su vestido de color púrpura entra majestuoso, voltas hacia aquel mercado y hacia un grupo de fariseos y escribas que lo miran desde un portal.

 

"¡Largo de la casa de mi Padre! Este lugar no es 

para la usura ni para mercado. 

Está escrito: "Mi casa será llamada casa de oración".

 

 ¿Por qué habéis convertido en cueva de ladrones 

la casa en que se invoca el nombre del Señor? 

¡Largo de aquí! Limpiad mi casa.

 

En su rostro aparece la ira. Va al centro del patio. Como si diese un brinco, que parece una llama al herir el sol su vestido de púrpura, y con voz imponente grita: "¡Largo de la casa de mi Padre! Este lugar no es para la usura ni para mercado. Está escrito: "Mi casa será llamada casa de oración". ¿Por qué habéis convertido en cueva de ladrones la casa en que se invoca el nombre del Señor? ¡Largo de aquí! Limpiad mi casa. No sea que en lugar de cuerdas castigue con rayos de la ira de lo alto. ¡Largo de aquí! ¡fuera ladrones, estafadores, desvergonzados, homicidas, sacrílegos, los más grandes idólatras, porque sois unos soberbios, corruptores, falsos! ¡largo, largo de aquí! ¡Os aseguro que el Altísimo purificará este lugar y tomará venganza de todo un pueblo." No vuelve a hacer un látigo de cuerdas, pero al ver que los mercaderes y cambistas no quieren obedecerle, se acerca a la mesa más cercana, derriba derramando balanzas y monedas por el suelo.

Los vendedores y cambistas se apresuran a hacer lo que Jesús había mandado, tan pronto vieron que no se detenía en palabras. Jesús les grita. "¿Cuántas veces diré que este lugar no debe tratarse como un lugar de inmundicia sino de oración?" Mira a los del Templo, que obedientes a las órdenes del pontífice, no chistan.

 

Jesús va a los portales donde se han reunido ciegos,

 paralíticos, mudos, lisiados y otros enfermos 

que lo invocan a gritos. 

 

No cura uno por uno de los enfermos, sino que extiende su

 mano. La salud brota de ella sobre los enfermos que, 

sanos, se levantan y prorrumpen en gritos de júbilo

 

Limpio ya el patio, Jesús va a los portales donde se han reunido ciegos, paralíticos, mudos, lisiados y otros enfermos que lo invocan a gritos.

"¿Qué queréis de Mí?"

"¡La vista, Señor! ¡Los miembros! ¡Qué mi hijo hable! ¡Que mi mujer se cure! ¡Creemos en Ti, Hijo de Dios!"

"Dios os escuche. Levantaos y dad gracias al Señor."

No cura uno por uno de los enfermos, sino que extiende su mano. La salud brota de ella sobre los enfermos que, sanos, se levantan y prorrumpen en gritos de júbilo que se mezclan con los de los niños que se le acercan. "¡Gloria, gloria al Hijo de David1 ¡Hosanna a Jesús Nazareno, Rey de reyes, y Señor de señores!"

 

"Maestro, ¿estás oyendo? Estos niños dicen lo que no debe

 decirse. ¡Repréndelos! 

"¿Y por qué? 

¿Acaso el rey profeta, el rey de mi estirpe no ha dicho:

 "De la boca de los niños y de los que están mamando 

has hecho que brotase una alabanza completa 

para llenar de confusión a tus enemigos?"

 

Algunos fariseos, con fingida deferencia, le gritan: "Maestro, ¿estás oyendo? Estos niños dicen lo que no debe decirse. ¡Repréndelos! ¡Diles que se callen!"

"¿Y por qué? ¿Acaso el rey profeta, el rey de mi estirpe no ha dicho: "De la boca de los niños y de los que están mamando has hecho que brotase una alabanza completa para llenar de confusión a tus enemigos?" ¿No habéis leído estas expresiones del salmista? Dejad que los pequeñines canten mis alabanzas. Los ángeles que ven siempre a mi Padre se las han sugerido. Dejadme ahora, todos vosotros, para que vaya a adorar al Señor" y pasando delante de la gente, se dirige al atrio de los israelitas para orar...

Luego de haber terminado, sale por otra puerta, cerca de la piscina probática, y se dirige a las colinas del monte de los Olivos.

Los apóstoles no caben de gusto... El triunfo les ha dado confianza. y han echado al olvido el miedo que les había causado las palabras de Jesús... Hablan de todo... Se mueren de ansias por saber lo que pasó a Analía. Con dificultad Jesús consigue que no se vayan, asegurándoles que tomará las mejores providencias... Están muy sordos al aviso divino... Humanos, que los gritos de hosanna borran de su memoria todo...

Jesús habla con los siervos de María Magdalena que ha nido a verlo, y luego les manda que regresen...

 

"¿A dónde vamos ahora?" 

Al campamento de los galileos

 

"¿A dónde vamos ahora?" pregunta Felipe.

"¿A casa de Marcos de Jonás?" añade Juan. 

"No. Al campamento de los galileos. Probablemente habrán venido mis hermanos y quiero saludarlos" responde Jesús. 

"Podrías hacerlo mañana" le sugiere Tadeo.

"Lo mejor es hacer pronto lo que se puede. Vamos a donde están los galileos. Se pondrán contentos si nos ven. Os darán noticias de la familia. Yo veré a los niños..."

"¿Y esta noche? ¿Dónde dormiremos? ¿En la ciudad? ¿En que lugar? ¿Dónde está tu Madre? ¿O en la casa de Juana?" pregunta Judas Iscariote. 

"No sé. Ciertamente que no en la ciudad. Tal vez en una tienda galilea...

"¿Por qué?"

"Porque soy galileo y amo a mi región. Vamos.

Se ponen en camino. Suben a donde están los galileos, acampados sobre el monte de los Olivos en dirección a Betania. Sus tiendas brillan bajo los rayos de un tibio sol de abril.

X. 369-380

A. M. D. G.