II. LUNES DESPUÉS DE LA ENTRADA 

EN JERUSALÉN:

 

I. DURANTE EL DÍA

 


 

#Jesús va a ver a su Madre para ir a consolar a Elisa, la madre de Analía   

#"También en la guerra permanece la paz que Yo doy, porque es paz del alma."   

#Jesús ha llegado a la casa de Lázaro en busca de su Madre   

#Jesús va con su Madre a la casa de la madre de Analía   

#Jesús y María consuelan a Elisa   

#"¡Los lirios! Serán el símbolo de las que amarán como mi Madre ha amado a Dios. El níveo prado del Rey divino." 

  #Yo soy la Resurrección y la Vida. Quien cree en Mí, cuando llegue a morir, vive, y en verdad te digo que no muere para siempre. Tu hija vive.  

 #Hijo mío, si me lo permites, me quedo un poco más con ella. El dolor es como una ola que regresa después que se alejó el que había dado paz...   

#Jesús se va y un soldado romano le sale al encuentro para hacerle preguntas   

#Quisiera saber qué paz es y qué es el alma.  

 #Qué es el alma, qué la alimenta y qué la mata   

#"Después de la muerte ¿Que pasa con el bien que hice y con mi alma que dices que no muere si no se hace el mal?" 

  #"¿Qué es la verdad?""Yo soy la Verdad, el Camino para ir a Ella. Soy la Vida y la doy a quien acepta la Verdad."   

#Jesús se dirige al campo de los galileos y se encuentra con Judas   

#Vámonos. Entremos en la ciudad por la Puerta de los Peces. Démonos prisa" añade Jesús.  

 #Jesús cura a un niño que le presenta una mujer de Cintium   

#Parábola de la viña que entrega a los arrendatarios   

#alguien le pregunta sobre una cuestión difícil de herencia, que ha provocado divisiones y mala voluntad entre los diversos herederos debido a que un hermano de ellos nació de una esclava, aunque su padre lo adoptó.   

#Los sacerdotes y escribas se le acercan para hacerle una pregunta ¿con qué autoridad haces estas cosas? ¿De dónde te viene este poder?

 


 

Jesús sale rápido de la tienda de un galileo situada en la planicie del monte de los Olivos donde muchos de la misma región se han unido para la fiesta. Todos duermen. La luz de la luna que, poco a poco, avanza el horizonte, baña sus tiendas, como  también los árboles y pendientes, y hasta la ciudad que allá abajo duerme...

 

Jesús va a ver a su Madre para ir a consolar a Elisa,

 la madre de Analía

 

Jesús, sin hacer ruido, pasa por entre las tiendas. Llegado a los límites de las tiendas, desciende veloz por los escabrosos senderos que llevan a Getsemaní, lo atraviesa, sale, pasa el puentecillo que hay sobre el Cedrón y que parece una cinta plateada que cantase a la luna, llega a la puerta custodiada por legionarios. Tal vez sea una precaución del Procónsul el que ordena que se vigilen las puertas cerradas. Los soldados son cuatro. Hablan entre sí. Están sentados sobre grandes piedras, recostadas contra el fuerte muro. Se calientan junto una hoguera de ramas, de la que sale una luz rojiza que se proyecta en las corazas, en los yelmos, bajo los cuales se descubren fisonomías italianas, diversas de las hebreas.

"¿Quién va?" grita el primer soldado que descubre la figura alta de Jesús por detrás de la esquina de una casucha cercana a la puerta. Toma su lanza, que estaba apoyada contre el muro, toma su actitud militar. Los demás lo imitan. Sin dar tiempo a que responda Jesús, dice: "No se puede entrar. ¿No sabes que está para acabarse la segunda vigilia?"

"Soy Jesús de Nazaret. Mi Madre está en la ciudad y voy a verla."

"¡Oh, el hombre que resucitó al muerto de Betania! ¡Por Júpiter! ¡Hasta que por fin lo veo!" Se le acerca. Da vueltas a su alrededor como para asegurarse de que es algo real, de que es un hombre como todos. Y prorrumpe: ¡Oh, dioses! ¡Es hermoso como Apolo, pero en lo demás como nosotros! ¡No trae bastón, ni birrete, ni cosa alguna que demuestre su poder!" Se queda perplejo. Jesús lo mira dulcemente.

Los otros, que no son tan curiosos -tal vez han visto a Jesús otras veces- dicen: "¡Ojalá hubiera estado aquí a la mitad de la primera vigilia, cuando llevaron al sepulcro a la hermosa muchacha que murió esta mañana! La habríamos visto resucitar..."

Jesús repite dulcemente: "¿Puedo ir a ver a mi Madre?"

Los cuatro soldados vuelven en sí. El de mayor edad responde: "En verdad que la orden es de que no puedes pasar, pero de todo modo lo harías. Quien obliga a  que se abran las puertas del Ades, puede abrir las puertas de una ciudad cerrada. Tú no eres un hombre que provoque sediciones. Por lo tanto no podemos prohibirte el paso. Sólo procura que no te sorprendan las rondas. Marco Grato, abre. Pasa sin hacer ruido. Somos soldados y debemos obedecer."

"No te preocupes. Vuestro bello gesto no recibirá algún castigo."

Un legionario abre cuidadosamente la puertecilla que hay en el gigantesco portón y dice: "Pasa pronto. Dentro de poco termina el turno y nos relevarán otros."

"La paz sea con vosotros."

"Somos hombres de guerra..."

 

"También en la guerra permanece la paz que Yo doy,

 porque es paz del alma."

 

"También en la guerra permanece la paz que Yo doy, porque es paz del alma."

Jesús se adentra en la oscuridad del arco abierto a través del muro. Sin hacer ruido pasa ante el cuerpo de guardia, de donde sale una luz que arroja una lámpara de aceite, suspendida de un gancho. La luz permite ver los cuerpos de soldados que duermen sobre petates extendidos en el suelo, envueltos en sus mantos con las armas a su lado.

Jesús se encuentra ya en la ciudad... Lo pierdo de vista, mientras veo cuando vuelven a entrar dos soldados que lo habían visto alejarse, antes de que entrasen a despertar a los otros para el relevo.

"No se le ve más... ¿Qué habrá querido decir con esas palabras? Me hubiera gustado saberlo" dice el más joven.

"Se lo hubieras preguntado. No nos desprecia. es el único hebreo que no nos hace el feo" le responde el otro, que se encuentra en la edad viril.

"No me atreví. Soy un campesino del Benevento, y  ¿cómo iba a hablar a uno que dicen que es Dios?"

"¿Un dios montado en un asno? ¡Ah, si fuese un borracho como Baco lo haría, pero no lo es! Me imagino que ni siquiera bebe el mulsium (bebida compuesta de vino en que se mezclaba miel. Era bebidas de ricos y tenida por deliciosa). ¿No ves qué pálido está?"

"Y con todo los hebreos..."

"Esos si que beben, aunque finjan no hacerlo. Se embriagaron con los vinos de estas tierras, y con su cerveza (bebida inebriante, aunque no hecha de vino), han visto a su dios dentro de un hombre. Créemelo. Los dioses son un cuento. En el Olimpo no hay nadie y la tierra no los conoce."

"¡Si te oyesen!..."

"¿Eres tan niño para ser tan inocente? ¿No sabes que el mismo César no cree en los dioses, como tampoco creen los pontífices, los augures (adivinos), los arúspices (adivinos), los arvalos (sacerdotes paganos), las vestales (sacerdotisas paganas), ni nadie?"

"Y entonces ¿por qué?..."

"¿Por qué las ceremonias? Porque gustan al pueblo. Se sirven de ellas los sacerdotes, y el César para que se le obedezca como a dios terrenal, a quien los dioses del Olimpo sostienen de la mano. Pero los primeros que no creen son los que veneramos como ministros de los dioses. Yo soy pirroniano (seguidor de Pirro, fundador de una escuela escéptica (360-270 a.C.). He dado vueltas a la tierra. Tengo mucha experiencia. Mis cabellos se van haciendo blancos, y mi inteligencia es cada vez madura. Como ley personal, tengo tres puntos: Amar a Roma, la única diosa y la única realidad hasta la muerte. No creer en nada, porque todo lo que nos rodea es ilusión, fuera de la patria que es sagrada e inmortal. También debemos dudar de nosotros, porque no sabemos si vivimos. El sentido y la razón no son suficientes para convencernos de poder conocer la verdad; y la vida y la muerte tienen el mismo valor porque no sabemos qué cosa sea el vivir, así como ignoramos qué es morir" dice con afectación filosófica y con ínfulas de superioridad...

El otro lo mira sin saber qué responder. Luego: "Por mi parte creo. me gustaría saber... Saber de aquel Hombre que acaba de pasar. El ciertamente sabe la Verdad. Algo extraño emana de él. Algo así como una luz que te penetra."

"¡Que Esculapio te salve! ¡Estás enfermo! Se comprende. Hace pocos días que subiste del valle a estas alturas, y suelen enfermarse de fiebre los recién venidos. Estás delirando. Ven. No hay más que vino caliente y aromas para quitar con el sudor el veneno de la fiebre jordánica..." y lo empuja hacia donde está la guardia.

Pero el otro se hace a un lado. Replica: "No estoy enfermo. No quiero vino caliente y drogado. Quiero seguir vigilando, y esperar a ese hombre que se llama Jesús."

"Si esperar no te disgusta... Voy a despertar a aquellos para el relevo. Nos estamos viendo..."

Haciendo ruido, entra donde está el cuerpo de guardia y despierta a sus compañeros diciendo: "Ya es hora. Arriba, flojos. Despertad. Estoy cansado..." Da un fuerte bostezo, maldice porque dijeron apagar el fuego, y se han bebido todo el vino caliente "tan necesario para secarse del rocío palestinense..."

El joven legionario, apoyado sobre la muralla que la luna baña con sus luces, espera a que Jesús regrese. Las estrellas le hacen compañía...

 

Jesús ha llegado a la casa de Lázaro en busca de su Madre

 

Entre tanto Jesús ha llegado a la casa de Lázaro que está en la colina de Sión y llama a la puerta. Leví sale a abrirle.

"Maestro, ¿Tú? Las dueñas están durmiendo. ¿Por qué no enviaste algún criado? ¿Y si te hubiera pasado algo?"

"No me hubieran dejado pasar."

"¡Ah, es verdad! ¿Pero cómo pasaste?"

"Soy Jesús de Nazaret. Los legionarios me permitieron pasar. Pero no lo digas a otros, Leví."

"No lo diré... ¡Son mejores que muchos de nosotros!"

"Llévame a donde está mi Madre. Y no despiertes a ninguno."

"Como ordenes, Señor. Lázaro nos ha mandado obedecerte en todo sin discusión, ni tardanza. Nos lo mandó a decir por medio de un siervo, y también a las otras casas suyas. Obedecer y callar. Lo haremos. Nos devolviste a nuestro dueño..."

El criado se adelanta por los largos corredores, como galerías, del hermoso palacio de Lázaro situado en la colina de Sión. La luz que lleva en las manos dibuja espectrales figuras sobre cuanto alumbra. El criado se detiene ante una puerta cerrada: "Allí está tu Madre."

"Puedes irte."

"¿Y la luz? ¿No la quieres? Puedo regresar a oscuras. Conozco bien la casa. Nací aquí."

"Déjala. No quites las llaves de la puerta. Salgo pronto."

"Sabes dónde estoy. Cerraré por precaución, pero te abriré cuando te oiga llega."

Jesús se queda, llama suavemente, tan suave que sólo quien esté despierto puede oír.

De dentro se oye un ruido como de una silla que se hace a un lado, y se escuchan suaves pasos. En voz baja pregunta: "¿Quién es?"

"Yo, Mamá. Ábreme."

Al punto se abre la puerta. La luz de la luna ilumina la habitación tranquila y sus rayos bañan el lecho en que todavía no se ha acostado la Virgen. Se nota una silla junto a la ventana abierta.

"¿Aún no te dormías? ¡Es tarde!"

"Estaba orando... Ven, Hijo mío. Siéntate aquí" y señala la silla.

"No puedo quedarme. Vine para que fuéramos a la casa de Elisa en le Ofel. Analía ha muerto ¿No lo sabíais?"

"No. ¿Cuándo fue?"

"Después de que pasé."

"¡Después de que pasaste! ¡Fuiste para ella el Ángel liberador! ¡Para ella la tierra era una prisión! ¡Dichosa! ¡Quisiera hallarme en su lugar! Murió... ¿naturalmente? Quiero decir: ¿no fue por alguna desgracia?"

"Murió por el gozo de amor. Lo supe cuando estaba cerca del Templo. Ven conmigo, Mamá. No tenemos miedo de profanarnos al consolar una madre que tuvo entre sus brazos su hija muerta por una alegría sobrenatural... Nuestra primera discípula virgen. La que fue a Nazaret a buscarme y pedirme esta alegría... ¡Días lejanos y tranquilos!"

"El otro día estuvo cantando como una curruca enamorada y me besó diciendo: "¡Soy muy feliz!" Y moría de ansias por saber algo de ti. Cómo te formó Dios. Cómo me eligió. Mis recuerdos de cuando consagré la virginidad... Ahora comprendo... Estoy pronta, Hijo."

Mientras María hablaba, ha vuelto a recoger sus trenzas, que le caían sobre la espalda y la hacían parecer más joven, y se ha puesto el velo y el manto.

Salen haciendo el menor ruido posible. Leví está cerca del portón. Dice: "Preferí hacer así... por mi mujer... Las mujeres son curiosas. Me hubiera hecho miles de preguntas... Así está mejor..."

 

Jesús va con su Madre a la casa de la madre de Analía

 

Abre. Jesús le dice: "Dentro de esta misma vigilia traeré otra vez a mi Madre."

"Estaré alerta. No te preocupes."

"La paz sea contigo."

Caminan por las calles silenciosas, vacías, de las que la luna poco a poco se va alejando y sólo ilumina las casas altas de la colina de Sión. Más bañado en luz está el suburbio de Ofel, de casas pobres y bajas.

Llegan a la casa de Analía. Está cerrada, oscura, silenciosa. Se ven flores tiradas sobre los escalones, tal vez que ella misma arrojó antes de morir, o que cayeron sobre su lecho fúnebre...

Jesús llama a la puerta. Toca otra vez...

Se oye el ruido del bastidor de una ventana. Una voz que pregunta: "¿Quién es?"

"María y Jesús de Nazaret" responde María.

"¡Oh, voy al punto!..."

Esperan muy poco. Se oye cómo corren los cerrojos. Se deja ver el rostro entristecido de Elisa que apenas logra sostenerse. Cuando María entra y le abre los brazos, se echa en ellos con sollozos, sin decir nada.

Jesús cierra, y espera que su Madre tranquilice aquella ansia. Hay una habitación cerca de la puerta. Entran. Jesús trae la lámpara que Elisa había  dejado sobre el pavimento de la entrada antes de haber abierto la puerta.

 

Jesús y María consuelan a Elisa

 

Elisa sigue gimiendo. Entre sollozos roncos habla a María. Jesús de pie, calla... Elisa no puede comprender por qué murió su hija de este modo... Y en medio de su sufrimiento, hace a Samuel causante de la muerte, porque la engañó: "Le destrozó el corazón, ¡ese maldito! Ella no lo decía, pero no cabe duda que hace mucho tiempo que sufría. Su corazón se partió en la alegría cuando gritó. !Sea maldito para siempre!"

"No, querida. No. No maldigas. No es así. Dios la amó tanto que quiso fuera a gozar de la paz. Y aun cuando hubiera muerto por causa de Samuel -no es, pero supongámoslo- piensa que muerte alegre tuvo, y que una mala acción le alcanzó una muerte feliz."

"No puedo. ¡Se me ha muerto! ¡Se me ha muerto! No sabes lo que significa haber perdido una hija. Dos veces lo he probado. La lloraba cuando tu Hijo me la curó. Pero ahora... ¡Él no ha vuelto! No ha tenido compasión... La he perdido! Mi hija está en la tumba. ¿Sabes lo que significa ver agonizar a un hijo? ¿Saber que debe morir? ¿Verlo muerto cuando se le creía sano y fuerte? no lo sabes. No puedes hablar sobre esto... Era hermosa como una rosa que se abre al primer rayo del sol. Quiso ponerse el vestido que le había tejido para sus bodas. Quiso llevar su corona de flores como una novia. Luego deshizo la guirnalda para arrojar las flores a tu Hijo. ¡Cantaba, cantaba! Su voz llenaba la casa. Era linda como la primavera. La alegría puso en sus ojos estrellas resplandecientes. Sus labios parecían de granada sirviendo de marco a sus blanquísimos dientes. Tenía sus mejillas rosadas, frescas como las rosas después del rocío. Y se quedó blanca como el lirio que apenas empieza a abrir su corola. Se dobló sobre mi pecho como un tallo cortado... ¡Ni una palabra! ¡Ni un suspiro! ¡No más color en su cara, no más mirada! Estaba hermosa, como un ángel de Dios, pero sin vida. Tú no sabes, tú que estás contenta por el triunfo de tu Hijo, que está sano y fuerte, ¡qué cosa es mi dolor! ¿Por qué no volvió? ¿Qué le hicimos ella y yo para que no hubiera tenido piedad de mi plegaria?"

"¡Elisa, Elisa, no hables así!... El dolor te ciega y te hace sorda... Elisa, no conoces mi sufrir. No conoces el mar profundo en que se convertirá mi sufrimiento. La viste plácida, bella... entre tus brazos. Yo... hace más de seis lustros que contemplo a mi Hijo, y más allá de su cuerpo que contemplo y acaricio, veo las llagas del Hombre de dolores en que se convertirá. Dices que no sé que significa que quede en paz. ¿Pero sabes qué es para una madre tener ante sus ojos esta visión por tantos años? ¡Mi Hijo! Míralo. Está vestido de rojo como si hubiese salido de un baño de sangre. Y dentro de poco, cuando todavía la cara de tu hija no se habrá afeado, lo veré bañado con su sangre inocente. Con la sangre que le di. Si tú tuviste a tu hija contra el pecho, ¿comprendes cuál será mi dolor cuando vea morir a mi Hijo como a un malhechor sobre la cruz? Míralo. Es el Salvador de todos, tanto del cuerpo como del alma. Porque los cuerpos salvados por Él serán incorruptos y bienaventurados en su Reino. Mírame, mírame a mí que hora tras hora acompaño y conduzco -¡oh, yo no lo detendría ni siquiera un paso!- al sacrificio! Puedo comprenderte. ¡Comprendes tú mi corazón! No te irrites contra mi Hijo, Analía no hubiera soportado ver la agonía de su Señor. Él ha hecho que fuera feliz en una hora de regocijo."

Al oír estas palabras, Elisa ha dejado de llorar. Mira a María, en cuyo rostro de mártir se ven lágrimas silenciosas. Mira a Jesús que la mira con piedad... Cae a los pies de Él llorando: "¡Pero se me ha muerto, se me ha muerto, Señor! como un lirio, como un lirio pisoteado. Nuestros poetas han dicho que eres el que te paseas entre los lirios. ¡Oh, verdaderamente Tú, nacido del lirio-María, desciendas frecuentemente por los floridos prados, y las purpurinas rosas conviertes en níveos lirios, y los  cortas arrebatándoselos al mundo. ¿Por qué, por qué, Señor? ¿No es justo que una madre se regocije con su rosa que nació de ella? ¿Por qué apagar el color purpurino en la fría palidez de muerte del lirio?"

 

"¡Los lirios! Serán el símbolo de las que amarán como mi

 Madre ha amado a Dios. El níveo prado del Rey divino."

 

"¡Los lirios! Serán el símbolo de las que amarán como mi Madre ha amado a Dios. El níveo prado del Rey divino."

"Pero nosotras, las madres, lloraremos. Nosotras tenemos derecho a nuestras hijas. ¿Por qué arrebatarles la vida?"

"No quiero decir esto, Elisa. Las hijas quedarán, pero consagradas al Rey como las vírgenes en el palacio de Salomón. Recuerda el Cántico... Y serán las esposas, las amadísimas en la tierra y en el cielo."

"¡Pero mi hija ha muerto! ¡Está muerta!" Y el llanto se apodera de ella.

 

Yo soy la Resurrección y la Vida. Quien cree en Mí, 

cuando llegue a morir, vive, y en verdad te digo 

que no muere para siempre. T

u hija vive.

 

"Yo soy la Resurrección y la Vida. Quien cree en Mí, cuando llegue a morir, vive, y en verdad te digo que no muere para siempre. Tu hija vive. Vive para siempre porque creyó en la Vida. Mi muerte será para ella una vida completa. Ha conocido la gloria de vivir en Mí antes de conocer el dolor de verme muerto. Tu dolor te ciega y te hace sorda. Mi Madre ha dicho bien. Pero pronto dirás lo que te mandé decir esta mañana: "Realmente su muerte fue una gracia de Dios". Créelo, Elisa. El horror se va a apoderar de este lugar. Vendrá el día en que las madres que habrán sufrido una desgracia, como tú, dirán: "Gracias se den a Dios que libró a nuestros hijos para que no contemplasen estos días". Y las madres que no hubieran sufrido alguna desgracia, gritarán al cielo: "¿Por qué, ¡oh Dios!, no quitaste la vida a nuestros hijos para que no viesen esta hora?" Créelo, mujer. Cree en mis palabras. No levantes entre ti y Analía la verdadera valla que divide: la de no tener la misma fe. ¿Ves? Podía Yo no haber venido. Sabes cuánto me odian. ¡No te hagas ilusiones de este triunfo momentáneo!... En cualquier rincón de la calle puede ocultarse una asechanza contra Mí. He venido, de noche, a consolarte y a decirte estas palabras. Compadezco a una madre que sufre. Pero por la paz de tu alma vine a decirte esto. Tranquilízate. Cálmate. Sé en paz."

"Dame esa paz, Señor. ¡Yo no puedo! No puedo calmarme en medio de mi dolor. Tú que devuelves la vida a los muertos y la salud a los moribundos, da paz al corazón de una madre angustiada."

"Así sea. Sea la paz contigo." Le impone las manos bendiciéndola y orando en silencio. María se ha arrodillado a su vez cerca de Elisa rodeándola con su brazo.

"Adiós, Elisa. Me voy..."

"¿No no veremos más, Señor? Por muchos días no saldré de casa. Tú te vas después que termine la pascua. Tú ... eres una parte de mi hija... porque Analía... porque Analía vivía en Ti y por Ti." Llora un poco más calmada.

Jesús la mira... Le acaricia la cabeza cana. Le dice: "Volverás a verme."

"¿Cuándo?"

"Dentro de ocho días."

"¿Y me consolarás? ¿Me bendecirás para darme fuerzas?"

"Mi corazón te bendecirá con toda la plenitud de amor con que amo a los que me aman. Vámonos, Madre."

 

Hijo mío, si me lo permites, me quedo un poco más con ella.

 El dolor es como una ola que regresa después que se alejó 

el que había dado paz...

 

"Hijo mío, si me lo permites, me quedo un poco más con ella. El dolor es como una ola que regresa después que se alejó el que había dado paz... Entraré a la hora de prima. No tengo miedo de andar sola. Lo sabes también que sería capaz de atravesar un ejército enemigo para ir a consolar a un hermano en Dios."

"Haz como quieras. Yo me voy. Dios esté con vosotras."

 

Jesús se va y un soldado romano le sale al encuentro 

para hacerle preguntas

 

Sale sin hacer ruido. Cierra detrás de Sí la puerta de la habitación y de la casa. Se dirige a la muralla, a la puerta de Efraín o Estercolaria o de La Basura, porque muchas veces he oído que así llaman a estas dos puertas cercanas entre sí. Tal vez se deba a que una da al camino de Jericó que está más allá, y que lleva a Efraín; y la otra porque está cerca del valle de Innón donde se quema la basura de la ciudad. Son tan iguales que se confunden.

El cielo comienza a esclarecer, estando todavía lleno de estrellas. Las calles están envueltas en la penumbra. La luna ha desaparecido.

Pero el soldado romano tiene buenos ojos. Tan pronto como ve a Jesús que se acerca a la puerta, le sale al encuentro.

"Salve. Te estaba esperando..." Se detiene dudoso.

"Habla sin temor. ¿Qué se te ofrece?"

 

Quisiera saber qué paz es y qué es el alma.

 

"Quisiera saber. Dijiste: "La paz que doy permanece aun en la guerra porque es paz del alma". Quisiera saber qué paz es y qué es el alma. ¿Cómo puede el hombre que está en guerra estar en paz? Cuando se abre el Templo de Jano se cierra el de la Paz. Ambas cosas no pueden coexistir en el mundo." El soldado tiene a sus espaldas la pared verdosa de un huertecillo. El sendero húmedo, oscuro, corre entre casuchas. No se ve otra cosa fuera de Jesús, del soldado y de un débil resplandor que despide el bruñido yelmo.

La voz de Jesús se oye dulce, luminosa, confiada por arrojar una semilla de luz en el alma del pagano. "Tienes razón: en el mundo no pueden coexistir la paz y la guerra. Una excluye a la otra. Pero en el hombre de guerra puede haber paz aun cuando pelee. Puede existir mi paz. Porque ella viene del cielo, y no le hace ningún daño el fragor de la guerra y la ferocidad de la batalla. Siendo algo divino, penetra en lo divino que tiene el hombre, lo que se llama alma."

"¿Es divina mi alma? Divino es César. Yo soy hijo de campesinos. Soy todavía un legionario sin grado. Si fuera valiente, llegaré a ser centurión. Pero divino, no."

 

Qué es el alma, qué la alimenta y qué la mata

 

"Hay algo de divino en ti, el alma, que viene de Dios, del Dios verdadero. Por esto es divina. Es una joya preciosa que vive en el hombre, que se alimenta de cosas divinas, que vive de la fe, de la paz, de la verdad. La guerra no la turba. La persecución no le hace ningún daño. La muerte no la mata. Solo el mal, esto es, hacer lo que no está bien, la hiere o mata, y hasta la priva de la paz que Yo le doy; porque el mal separa al hombre de Dios."

"¿Y qué es el mal?"

"Estar en el paganismo y adorar los ídolos una vez que la bondad del Dios verdadero ha dado a conocer que Él existe. No amar a los propios padres, a los hermanos, al prójimo. Robar, matar, ser rebelde, cometer acciones de lujuria, ser falso. He ahí el mal."

"¡Ah, entonces yo no puedo tener tu paz! Soy soldado y se me han dado órdenes de matar. Entonces ¿no hay para nosotros salvación?"

"Sé justo en la paz como en la guerra. Cumple tu deber sin crueldad y sin ambición  Mientras combates y conquistas, recuerda que el enemigo es semejante a ti, que en cada ciudad hay madres e hijas como tu madre y tus hermanas. Sé valiente sin ser un hombre desenfrenado. No saldrás así de los límites de la justicia y de la paz. Y mi paz estará contigo."

"¿Y luego?"

"¿Qué quieres decir con luego?"

 

"¿Después de la muerte? ¿Que pasa con el bien que hice 

y con mi alma que dices que no muere si no se hace el mal?"

 

"¿Después de la muerte? ¿Que pasa con el bien que hice y con mi alma que dices que no muere si no se hace el mal?"

"Seguirá viviendo. Seguirá viviendo del bien hecho, en medio de una paz gozosa, mayor que la que disfrutó en la tierra."

"¡Entonces en Palestina uno sólo hizo el bien! Comprendido."

"¿Quién?"

Lázaro de Betania. ¡Su alma no murió!"

"Realmente él es un hombre justo, pero hay muchos semejantes a él que mueren sin resucitar, pero que su alma vive en el Dios verdadero, porque el alma tiene una mansión en el reino de Dios, y quien cree en Mí entrará en ese Reino."

"¿También yo que soy romano?"

"También tú, si creyeres en la Verdad."

 

"¿Qué es la verdad?"

 

"Yo soy la Verdad, el Camino para ir a Ella. 

Soy la Vida y la doy a quien acepta la Verdad."

 

"¿Qué es la verdad?"

"Yo soy la Verdad, el Camino para ir a Ella. Soy la Vida y la doy a quien acepta la Verdad."

El joven soldado piensa... guarda silencio... Luego levanta su cara. Una cara muy joven, en que se dibuja una sonrisa límpida, serena. Dice: "Procuraré no olvidar nunca esto y de saber un poco más. Me gusta..."

"¿Cómo te llamas?"

"Vital. De Benevento. De la campiña de la ciudad."

"Recordaré tu nombre. Haz que tu espíritu sea verdaderamente vital alimentándolo con la Verdad. Adiós. La puerta va a abrirse. Me voy."

"¡Ave!"

 

Jesús se dirige al campo de los galileos 

y se encuentra con judas

 

Jesús atraviesa, ligero, la puerta y se va rápido por el camino que lleva al Cedrón, al Getsemaní, y de aquí al campo de los galileos.

Entre los olivos del monte alcanza a Judas de Keriot que, también rápido se dirige al campo que va despertándose.

Judas da un brinco de susto al encontrarse frente a Jesús. Lo ve fijamente, sin decirle nada.

"Fui a llevar la comida a los leprosos. Pero... encontré a dos en Innón, cinco en Siloán. Los demás están curados. Me rogaron que lo dijese al sacerdote. Vine apenas se veía algo a fin de estar libre después. Esto va provocar una gran resonancia. ¡Un número tan grande de leprosos curados por Ti! ¡Y a la presencia de todos!"

Jesús no responde. Lo deja hablar... no dice ni siquiera: "Has hecho bien", ni nada referente a lo que Judas hizo, o al milagro. Pero deteniéndose de pronto y mirando fijamente al apóstol le pregunta: "¿Y bien? ¿Qué provecho se saca de haberte dejado libre y con la bolsa del dinero?"

"¿Qué quieres decir?"

"Que si te has hecho santo desde que te devolví la libertad y el dinero. Tú me comprendes... ¡Ah, Judas, recuérdalo! Recuérdalo siempre: tú has sido a quien más he amado; y tú has sido el que menos me ha amado. Antes bien me has odiado más que el más feroz fariseo. Y recuerda también que ni siquiera, pese a esto, te odio sino en lo que toca a Mí, Hijo del Hombre, te perdono. Vete ahora. No hay nada que añadir entre tú y Yo. Todo está terminado..."

Judas quisiera decir algo, pero Jesús con un gesto imperioso le hace señal de seguir adelante... Judas, con la cabeza inclinada, sigue el camino.

En el límite del campo de los galileos los apóstoles y dos siervos de Lázaro están ya preparados.

"Dónde estuviste, Maestro? ¿Y tú, Judas? ¿Habéis estado juntos?"

Jesús se adelanta a la respuesta de Judas: "Tenía que decir algunas palabras a alguien que sufre. Judas fue a los leprosos... Todos, fuera de siete, están curados."

"Oh, ¿por qué fuiste? Quería ir también yo" dice Zelote.

 

Vámonos. Entremos en la ciudad por la Puerta de los Peces.

 Démonos prisa" añade Jesús.

 

"Para estar ahora libre de venir con nosotros. Vámonos. Entremos en la ciudad por la Puerta de los Peces. Démonos prisa" añade Jesús.

Es el primero en ponerse en camino, pasando por entre los olivos que llevan del campo, casi a la mitad del camino entre Betania y Jerusalén, al otro puentecillo del Cedrón, cerca de la Puerta de las Ovejas.

Hay casas esparcidas por las faldas. Y casi cerca de la planicie, cerca del río, se ve una higuera que se balancea sobre él. Jesús se dirige a ella y busca entre sus espesas hojas si hay algún higo maduro. Pero ¡inútil! No hay más que hojas: "Eres como muchos corazones en Israel. No tienes ninguna dulzura para el Hijo del Hombre, ni compasión. ¡Qué jamás vuelva a nacer en ti fruto alguno, ni de ti lo coma nadie!" dice Jesús.

Los apóstoles se miran. La ira de Jesús contra el árbol que no tiene frutos, que tal vez es selvático, los sorprende muchísimo. No objetan algo. Sólo más tarde, cuando han pasado el Cedrón, Pedro le pregunta: " ¿Dónde has comido?"

"En ninguna parte."

"¡Oh, entonces tienes hambre! Allí hay un pastor con algunas cabras. Voy a pedirle leche. Regreso pronto." Se va y regresa cuidadoso con una vieja escudilla colmada de leche.

Jesús la bebe. Devuelve la escudilla al pastorcillo que había acompañado a Pedro...

Entran en la ciudad. Suben al Templo, y después de haber adorado al Señor, Jesús regresa al patio donde enseñan los rabinos.

 

Jesús cura a un niño que le presenta una mujer de Cintium

 

La gente lo rodea. Una mujer que ha llegado de Cintium le presenta su hijito que una enfermedad ha cegado, según creo. Sus ojos están blancos como quien tiene una gran catarata en la pupila, o nube.

Jesús lo cura tocando con sus denos sus párpados. Luego empieza a hablar:

 

Parábola de la viña que entrega a los arrendatarios

 

"Un hombre compró un terreno y lo plantó de vides. Construyó una casa para los arrendatarios, una torre para los vigilantes, bodegas y lagares, y lo entregó para que trabajasen en él a los arrendatarios en quienes confiaba. Luego, se fue.

Cuando llegó el tiempo en que los viñedos podían fructificar, el dueño del viñedo envió criados suyos a los arrendatarios, para que le entregasen los intereses. Pero ellos los tomaron, y a unos los apalearon, a otros los arrojaron a pedradas, hiriendo a muchos; a otros mataron. Los que pudieron regresar vivos, contaron al dueño lo que había pasado. Este los curó y consoló; luego, envió otros siervos más numerosos. Los arrendatarios trataron a éstos como a los anteriores.

Entonces el dueño de la viña dijo: "Enviaré a mi hijo amado. Lo respetarán, pues es mi heredero".

Los arrendatarios, tan pronto como vieron que se acercaba y, sabedores que era el heredero, se dijeron entre sí: "Juntémonos todos. Echémoslo fuera, a un lugar retirado y matémoslo. Su herencia será nuestra". Lo acogieron con honores ficticios, lo rodearon como para festejarlo, le dieron el beso de amigo, y luego lo ataron. Le maltrataron, lo condujeron entre insultos al lugar del suplicio y lo mataron.

Decidme ahora vosotros. Cuando ese padre y dueño sepa que su hijo y heredero no regresa y descubra que sus siervos-arrendatarios, a quienes había prestado una tierra feraz para que la cultivasen en su nombre, y tomasen lo que era de ellos, y lo que era justo le diesen a él ¿qué les hará cuando sepa que mataron a su hijo?" Jesús traspasa con sus ojos de zafiro, encendidos como un sol, a los diversos grupos reunidos, sobre todo a los fariseos y escribas esparcidos entre la multitud. Nadie responde.

"¡Contestad! Por lo menos vosotros, rabinos de Israel. Pronunciad una palabra recta que persuada al pueblo a la justicia. Yo podría decir algo que según vosotros no estuviese bien. Hablad, pues, para que el pueblo no caiga en error.

Los escribas, como obligados, responden: "Castigará a los criminales, y los hará perecer de un modo atroz. Entregará su viña a otros arrendatarios que, además de que se la cultiven, le darán lo que le pertenece."

"Habéis respondido acertadamente. En la Escritura está dicho: "La piedra que los constructores hicieron a un lado, se ha convertido en la piedra angular. Esta es obra que hace el Señor y es una maravilla ante nuestros ojos". Así pues está escrito, y vosotros lo sabéis. Habéis contestado rectamente al decir que los criminales serán castigados duramente porque mataron al hijo heredero, y al afirmar que la viña será entregada a otros arrendatarios que la cultiven como se debe. Por esto os digo. "El Reino de Dios os será quitado y será dado a gente que produzca sus frutos. Quien cayere contra esta piedra se despedazará, y sobre quien cayere quedará desmenuzado"."

Los jefes de los sacerdotes, los fariseos y escribas, con un gesto verdaderamente... heroico, no reaccionan. ¡Tanto puede la voluntad del hombre cuando se propone algo! Por cosas menores se le habían opuesto, antes, abiertamente. Pero hoy que Jesús les ha dicho que se les quitará el poder, no prorrumpen en improperios, no realizan ningún acto de violencia, no amenazan. ¡Falsos corderos, bajo una piel hipócrita de mansedumbre, en la que esconden un cruel corazón de lobo!

 

alguien le pregunta sobre una cuestión difícil de herencia,

 que ha provocado divisiones y mala voluntad entre los

 diversos herederos debido a que un hermano de ellos nació

 de una esclava, aunque su padre lo adoptó.

 

Se limitan a acercarse a Él, que ha vuelto a caminar hacia adelante y hacia atrás, escuchando a muchos peregrinos que hay en el vasto patio, que le piden consejo para su alma o para casos de familia o de sociedad. Como es el caso de alguien que le pregunta sobre una cuestión difícil de herencia, que ha provocado divisiones y mala voluntad entre los diversos herederos debido a que un hermano de ellos nació de una esclava, aunque su padre lo adoptó. Los hijos legítimos no lo quieren admitir consigo, ni repartirle parte de las casas y terrenos. No quieren tener nada en común con el bastardo. No saben cómo resolver el caso, porque su padre los hizo jurar antes de morir, que así como siempre había tratado a todos de igual modo, así ellos debían repartir la herencia con el bastardo según justicia.

Jesús responde al que le había hecho la pregunta en nombre de los otros tres hermanos: "Privaos todos de un pedazo de tierra cuyo valor equivalga a la quinta parte de las suma total de todos los bienes y vendedlo. Tomas ese dinero y dadlo al ilegítimo diciéndole: "Esta es tu parte. No se te ha quitado nada de lo tuyo, ni tampoco hemos contrariado a la voluntad de nuestro padre. Vete y que Dios sea contigo". Sed generosos y dadle aun más del valor estricto que le corresponda. Llamad hombres probos como testigos, y nadie en la tierra, o después, podrá reprocharos algo. Habrá paz entre vosotros, pues no tendréis el remordimiento de haber desobedecido a vuestro padre, y de que no estará con vosotros el que fue causa de intranquilidad, aunque inocente. Algo así como un ladrón que se hubiese metido en casa."

El hombre responde: "El bastardo nos arrebató realmente la paz en la familia. Nuestra madre murió de dolor por su causa."

"El no es culpable, sino el que lo engendró. Él no pidió nacer para llevar sobre sí la marca de bastardo. Fue la pasión de vuestro padre que lo engendró para hacerlo y haceros sufrir. Sed, pues, rectos para con el inocente que paga tristemente una culpa que no es suya. No os irritéis contra el espíritu de vuestro padre, pues Dios lo ha ya juzgado. No son necesarios los rayos de vuestras maldiciones. Honrad a vuestro padre, siempre, aun cuando sea culpable, no por tratarse de él, sino porque representó en la tierra a vuestro Dios, que os creó por su decreto, y fue el dueño de vuestra casa. Después de Dios vienen inmediatamente los padres. Recordad el Decálogo. No pequéis. Idos en paz."

 

 Los sacerdotes y escribas se le acercan para hacerle una

 pregunta ¿con qué autoridad haces estas cosas?

 ¿De dónde te viene este poder?

 

Los sacerdotes y escribas se le acercan para hacerle una pregunta. Dicen: "Te hemos escuchado. Ha sido realmente justa tu sentencia. Un consejo tan sabio que ni siquiera lo hubiera dado el mismo Salomón. Pero respóndenos a nosotros ahora, que haces prodigios y pronuncias sentencias como el rey sabio podía haberlo hecho, ¿con qué autoridad haces estas cosas? ¿De dónde te viene este poder?"

Jesús los mira fijamente. No tiene aire agresivo, ni despectivo, pero sí majestuoso. Responde. "También Yo tengo una pregunta que haceros, y si me la respondéis os diré con qué autoridad Yo, hombre sin autoridad de cargo y pobre -porque esto es lo que insinuáis- hago estas cosas. Decid: ¿de dónde venía el bautismo de Juan? ¿Del cielo? ¿De quien lo impartía? Respondedme. ¿Con qué autoridad Juan lo administró como rito purificatorio para prepararos a la venida del Mesías, si él era más pobre, menos instruido que Yo, sin cargo de ninguna clase, y que había vivido desde su niñez en el desierto?"

Los escribas y los sacerdotes se consultan entre sí. La gente con tamaños ojos y con orejas bien paradas se agolpa, pronta a protestar, si los escribas atacan al Bautista e insultan al Maestro, o a aclamar si la pregunta del Rabí de Nazaret los derrota. El silencio de la gente es completo. Tan profundo que se escucha la respiración y los cuchicheos de los sacerdotes y escribas que hablan entre sí, apenas moviendo los labios, que no dejan de mirar de reojo al pueblo cuyos sentimientos intuyen. Finalmente se resuelven a responder. Se vuelven a Jesús que está apoyado contra una columna, con los brazos cruzados sobre el pecho, mirándolos fijamente. Contestan: "Maestro, nosotros no sabemos con qué autoridad obraba Juan, ni de dónde venía su bautismo. A nadie se le ocurrió preguntárselo cuando vivía, y él nunca lo dijo."

"Tampoco Yo os diré con qué autoridad hago tales cosas." Y les vuelve las espaldas, llama a los doce, se abre paso entre la multitud que lo aclama y sale del Templo.

Cuando están fuera, más allá de la Probática, pues por allí habían salido, Bartolomé le dice. "Tus adversarios se han hecho más prudentes. Tal vez se están convirtiendo al Señor que te envió y te reconocerán por el Mesías santo."

"Es verdad. No discutieron ni tu pregunta, ni tu respuesta..." agrega Mateo.

"Ojalá sea así. Es hermoso que Jerusalén se convierta al Señor Dios suyo" torna a hablar Bartolomé.

"¡No os hagáis ilusiones! Esa parte de Jerusalén jamás se convertirá. No respondieron de otro modo porque tuvieron miedo de la gente. Leí sus pensamientos, aunque no oí nada de lo que entre sí cuchicheaban."

"¿Y qué decían?" pregunta Pedro.

"Os lo diré para que los conozcáis a fondo y podáis ofrecer a los venideros una descripción exacta de los corazones de los hombre de mi tiempo. No me respondieron, no porque se hubieran convertido al Señor, sino porque entre sí decían: "Si respondemos: 'El bautismo de Juan vino del cielo' el Rabí nos replicará: 'Entonces ¿por qué no creísteis al que vino del cielo y amonestaba a que nos preparásemos para la era mesiánica?' Si contestamos: 'Del hombre'. Entonces la multitud se rebelará, diciendo: 'Entonces ¿por qué no habéis  creído en lo que Juan nuestro profeta, dijo de Jesús de Nazaret?' Lo más cómodo es decir: 'No sabemos'". Esto es, pues, lo que entre sí decían. No porque se convirtiesen al Señor, sino por cálculo vil, a fin de no confesar abiertamente que Yo soy el Mesías y que hago estas cosas porque soy el Cordero de Dios, del cual habló el Precursor. Tampoco quise aclarar con qué autoridad hago lo que hago. Muchas veces lo he dicho dentro de esos muros y por toda Palestina. Mis milagros hablan más elocuentemente que todas mis palabras. Y no hablaré más. Dejaré que hablen los profetas, mi Padre y las señales del cielo, porque ha sonado la hora que se cumplirán todas las señales. Las que dejaron los profetas, las que están representados como símbolos de nuestra historia, y las que Yo he dicho: la señal de Jonás. ¿Os acordáis de lo que sucedió aquel día en Cadés? Es la señal que espera Gamaliel. Vosotros, Esteban y Hermas y tú Bernabé que has dejado hoy a tus compañeros por seguirme, muchas veces habéis oído hablar al rabí de esta señal. Pues bien: pronto se dará."

Se interna por entre los olivares. Los suyos y muchos discípulos (de los setenta) y otros más, como José Bernabé, le siguen para oírlo hablar.

X. 383-396

A. M. D. G.