REFLEXIONES SOBRE LA ÚLTIMA CENA

 


#La primera es la necesidad que todos los hijos de Dios tienen de obedecer la Ley.  

#La segunda es el poder de la oración de María. 

#La tercera es el dominio sobre sí mismo y el tolerar la ofensa, 

  #La cuarta: el Sacramento realiza lo que es, cuanto más uno es digno de recibirlo. 


Dice Jesús:

"Sin tener en cuenta lo que es el amor de un Dios que se hace alimento de los hombres, fluyen cuatro principales enseñanzas de la Cena pascual...

                                                                                                        

 

La primera es la necesidad que todos los hijos de Dios 

tienen de obedecer la Ley.

 

La primera es la necesidad que todos los hijos de Dios tienen de obedecer la Ley

La Ley prescribía que se debía comer en la Pascua el cordero según el rito que el Altísimo había dado a Moisés, y Yo, Hijo verdadero del Dios verdadero, pese a que soy Dios, no pensé que estuviese exento de ella. Vivía en la tierra, era yo un Hombre entre los hombres y Maestro de ellos. Debía, pues, cumplir mi obligación para con Dios como los demás y mejor que los demás. Los favores divinos no dispensan de la obediencia y del esfuerzo por una mayor santidad. Si comparáis la santidad más excelsa con la perfección divina, veréis que siempre tiene imperfecciones, y por esto debe esforzarse en eliminarlas y llegar a un grado de perfección lo más posible cercano a Dios.

 

La segunda es le poder de la oración de María.

 

La segunda es le poder de la oración de María.

Yo era un Dios hecho hombre, un hombre que, por no tener mancha alguna, poseía la fuerza espiritual para domeñar la carne. Y con todo no sólo no rechazo, sino que invoco la ayuda de la Llena de gracia, la cual aun cuando en aquella hora de expiación habría encontrado sin duda cerrado el cielo, pero no en tal forma que no hubiera podido obtener un ángel, Ella, su reina, para que consolase a su Hijo. ¡Oh, no lo hubiera pedido para ella, pobre Madre! También Ella saboreó la amargura del abandono del Padre. Por este dolor que ofreció por la Redención obtuvo para Mí el haber podido superar la angustia en el Huerto de los Olivos, y llevar a cabo la Pasión bajo todas sus múltiples durezas, destinadas cada una de ellas a lavar cualquier forma de pecado como sus medios de cometerlo.

 

La tercera es el dominio sobre sí mismo 

y el tolerar la ofensa 

 

La tercera es el dominio sobre sí mismo y el tolerar la ofensa que es la manifestación más sublime de la caridad. Esto lo pueden conseguir sólo los que quieren que para su vida no haya otra ley más que la de la caridad que anuncié. No solamente la anuncié, sino que también la practiqué en toda su realidad.

No podéis imaginar lo que significó para Mí haber tenido conmigo a la mesa al traidor, haberme dado a él, humillarme ante él, tener que haber condividido con él la copa ritual y poner mis labios dónde había puesto los suyos, exigir que mi Madre hiciera lo mismo. Vuestros médicos han discutido y discuten sobre mi modo de haber muerto muy prontamente, y dicen que se debió a una lesión cardiaca debida a los golpes de la flagelación. Es verdad que también a los golpes se debió que mi corazón hubiera enfermado, pero ya lo estaba desde la Cena. Despedazado, despedazado por el esfuerzo de haber tenido que soportar a mi lado al traidor. Entonces empecé a morir físicamente. Lo demás no es sino parte de la agonía que ya había empezado. Lo que pude hacer lo hice porque estaba unido íntimamente con la Caridad. Aun en la hora en que Dios-Caridad se alejaba de Mí supe tener caridad porque había vivido de caridad durante mis treinta tres años. No se puede llegar a una perfección como la que es necesaria para perdonar y tolerar a nuestro ofensor sino se tiene el hábito de la caridad. Yo lo poseía, y pude perdonar y tolerar este drama inaudito que el demonio había formado, a Judas.

 

La cuarta: el Sacramento realiza lo que es, 

cuanto más uno es digno de recibirlo

 

La cuarta: el Sacramento realiza lo que es, cuanto más uno es digno de recibirlo. Lo que se consigue por medio de una voluntad constante que aplasta la carne y hace al espíritu señor, domeñando las concupiscencias, inclinando el propio ser a la virtud, manteniendo el espíritu como un arco tenso hacia la perfección de la virtud, y sobre todo de la caridad.

El que ama trata de hacer feliz al ser amado. Juan, que me amó como ningún otro y que era puro, alcanzó del sacramento la mayor transformación. Desde ese momento empezó a ser águila, que llega a lo alto del cielo y fija su mirada en el Sol eterno. Pero ¡ay de aquel que recibe el Sacramento sin haberse hecho digno!, que ha aumentado su indignidad con culpas mortales. Entonces el Sacramento se convierte no en semilla de preservación y vida, sino de corrupción y muerte. Muerte para el espíritu y putrefacción de la carne. La muerte lo hace "reventar" como Pedro dijo de Judas. No sale la sangre, que es bella en su color púrpura, sino sus entrañas ennegrecidas con toda clase de lujuria, podredumbre que se riega, como sucede con las carroñas de las bestias, que son objeto de vómito y desprecio para el viandante. La muerte del profanador del Sacramento es siempre la muerte de un desesperado y por esto no conoce el tranquilo tránsito del que está en gracia, ni el heroico de la víctima que pese a los sufrimientos mantiene sus ojos fijos en el cielo y su alma en la serenidad de la paz. La muerte del desesperado es presa de contorsiones y miedo, es una convulsión horrible del alma de la que se ha apoderado Satanás que la ahoga para arrancarla de la carne, y que la mata con su nauseabundo aliento. Esta es la diferencia entre quien pasa a la otra vida después de haberse alimentado en ésta de la caridad, de la fe, de la esperanza, de todas las virtudes, de la doctrina celestial y del Pan angelical que la acompaña con sus frutos, mejor que con su real presencia, y entre el que después de haber llevado acá en la tierra una vida animal, la gracia y el sacramento no le ayudan. La muerte del primero es serena. Al morir se le abren las puertas del reino eterno. La del segundo es la espantosa caída del que siente que se le arroja a la muerte eterna y en un instante cae en la cuenta de lo que quiso perder, pero que no puede recuperar. Para uno es la adquisición, para otro la pérdida. Para uno la alegría, para otro el terror.

Esto es lo que conseguís según creáis y améis, o no creáis y no améis mi don. Esta es la enseñanza de esta contemplación."

XI. 491-493

A. M. D. G.