LA AGONÍA Y LA APREHENSIÓN
EN GETSEMANÍ
LA ORACIÓN DE JESÚS
EN EL HUERTO DE GETSEMANÍ
#LOS APÓSTOLES HABLAN ENTRE SÍ Y MIRAN LA FORMA DE COMO SALVAR A JESÚS
#si me brindáis paz en el corazón, me hieren el alma.
#¿dentro de cuántas horas crees que vas a ser capturado?"
#Los que quieren que Yo muera son los verdugos de Dios.
#Jesús dice: "Deteneos y esperadme aquí, mientras Yo oro.
#La oración de Jesús en el Huerto
#Soy tu Hijo... Todo, pero ayúdame... Ha llegado la hora...
#Se pone de pie. Regresa a donde están los tres discípulos
#"¿Dormís? ¿No habéis sabido estar despiertos una sola hora?
#"Sí. Orad y velad. También vosotros tenéis necesidad de ello."
#Jesús apoya sus manos cerca de las florecillas "Vosotras sois puras... Me dais consuelo.
#"¡Perdón, Mamá, perdón!" Parece como si hablase al manto,
#"¡Oh!" dice. "¡Es muy amargo este cáliz! ¡No puedo! ¡No puedo!
#después cae al suelo, con la cara sobre la tierra,
#"¡Dios! ¡Dios! ¡Dios!" Lo llama a cada latido de su corazón.
#Jesús los llama. Inútil. Debe inclinarse y sacudir un poco a Pedro."¿Qué pasa? ¿Quién me arresta?"
#"Amigo, ¿qué has venido a hacer? ¿Con un beso me traicionas?"
El camino está impregnado de silencio. Tan solo el chorro de una fuentecilla que cae en el hueco de una piedra lo viene a romper. A lo largo de las paredes de las casas, del lado oriental, todavía hay oscuridad, mientras que del lado en que empieza a brillar la luna sobre los techos de las casas y donde cae sobre una plazuela, su haz blanquecino hace hermosas hasta las piedras y el polvo del camino. Pero bajo los puentecillos que unen casa con casa, semejantes, a puentes levadizos o a puntales que sostienen esos casones, y que a esta hora están todos cerrados y oscuros como si estuvieran abandonados, hay una oscuridad perfecta, y el color amarillento de la antorcha que lleva Simón adquiere un color más vivo, más necesario. Las caras, bajo esa luz rojiza y movible, al reflejarse en un claro relieve, revelan el estado propio de su alma.
El rostro majestuoso y tranquilo es el de Jesús. Sin embargo, un cierto cansancio lo ha hecho envejecer al marcar en él líneas que casi nunca había tenido, que presagian ya la futura faz que tendrá en la muerte.
Juan, que va a su lado, lanza una mirada dolorosa sobre todo lo que ve. Parece un muchacho aterrorizado que ha oído algún cuento o alguna espeluznante promesa y que busca ayuda de alguien que esté mejor enterado que él. Pero, ¿quién le ayudará?
Simón, que va al otro lado de Jesús, tiene una expresión airada, como quien dentro de sí rumia dolorosos pensamientos. Después de Jesús es el que conserva un cierto aire de dignidad.
Los otros, divididos en dos grupos que se cambian frecuentemente, son un fermento. De cuando en cuando la voz ronca de Pedro o la barítona de Tomás resuenan de un modo extraño. Después la apagan como miedosos de lo que dicen. Discuten sobre lo que tiene que hacerse, y quién propone una solución quién otra. Pero todas las ideas van cayendo una tras otra porque en breve empezará la "hora de las tinieblas" y los juicios humanos quedarán oscurecidos y turbios.
LOS APÓSTOLES HABLAN ENTRE SÍ Y MIRAN LA FORMA
DE COMO SALVAR A JESÚS.- DESPUÉS JESÚS HABLA
CON ELLOS Y LES HACE DIFERENTES PREGUNTAS
"Me lo hubieran dicho antes" dice Pedro furioso.
"Nadie había hablado. Ni el Maestro..."
"El mismo te lo había dicho. Pero, ¡hermano!, parece como si no lo conocieras..."
"Yo presentía que algo andaba mal. Lo dije: "Vayamos a morir con El", ¿os acordáis? Pero, ¡por nuestro Santísimo Dios!, si hubiese sabido que Judas de Simón era..." truena amenazador Tomás.
"Y ¿qué hubieras querido hacer?" pregunta Bartolomé.
"¿Yo? Lo mismo que ahora si me ayudáis."
"¿Qué? ¿Irías a matarlo? Y ¿dónde?"
"No. Me llevaría al Maestro. Es más sencillo."
"No aceptaría."
"No se lo pediría. Lo robaría como se rapta a una mujer."
"¡No sería una mala idea!" dice Pedro. E impulsivo regresa y se mete en el grupo de los dos hijos de Alfeo que con Mateo y Santiago hablan en voz baja como conjurados.
"Oíd. Tomás dice que se lleva a Jesús. Todos juntos. Se podría... de Getsemaní a través de Betfagé hasta Betania, y de allí... a cualquier otra parte. ¿Lo hacemos? Puesto en salvo, se regresa y acabamos con Judas."
"Es inútil. Israel es todo una trampa" replica Santiago de Alfeo.
"Y está pronto a caer. Ya se presagiaba. ¡Tanto odio!"
"Pero, Mateo, ¡me das rabia!¡Tenías más valor cuando eras pecador! Habla tú, ¡Felipe!"
Felipe, que camina solo y parece hablar consigo mismo, alza la vista y se detiene. Pedro le da alcance; y entre sí hablan en voz baja. Después se juntan al grupo anterior: "Yo diría que el mejor lugar es el Templo" propone Felipe.
"¿Estás loco?" protestan los primos y también Mateo y Santiago.
"Pero ¡si es allí donde lo quieren muerto!"
"Pss! ¡Qué tontería! Yo sé lo que me digo. Lo buscarán por todas partes, pero no allí. Tú y Juan tenéis buenos amigos entre los criados de Anás. Se da un buen bocado de oro... y todo está hecho. ¡Creedme! El mejor lugar para esconder a un perseguido es la casa del carcelero."
"Yo no lo hago" protesta Santiago de Zebedeo. "Pide el parecer también de otros. Primero el de Juan. ¿Y si después lo arrestan? No quiero que se vaya a decir que he sido yo el traidor..."
"En esto no se había pensado. ¿Y entonces?" Pedro está aniquilado.
"Diría que hay solo una cosa piadosa. La única que podemos. Llevarnos a la Madre..." dice Judas de Alfeo.
"¡Exacto!... Pero... ¿Quién va? ¿Qué se le dirá? Ve tú, que eres su pariente."
"Yo me quedo con Jesús. Es mi obligación. Tú ve."
"¿Yo? Me he armado con una espada para morir como Eleazar hijo de Saura. Atravesaré legiones para defender a mi Jesús y heriré sin compasión. Si la fuerza de tantos me matare, no importa. Lo habré defendido" dice Pedro excitado.
"¿Pero estás cierto que es Iscariote?" pregunta Felipe a Tadeo.
"Lo estoy. Ninguno de nosotros tiene corazón de víbora. Tan sólo él... Ve tú a Mateo, a donde está María y dile..."
"¿Yo? ¿Engañarla? ¿Verla a mi lado, ignorante de todo y después? ¡Ah no! Estoy dispuesto a la muerte pero no a traicionar a aquélla paloma..."
si me brindáis paz en el corazón, me hieren el alma."
¿A dónde vamos?"
"Yo a la muerte. Vosotros a la Fe."
Las voces entretejen un susurro
"¿Oyes? Maestro, nosotros te amamos" dice Simón.
"Lo sé. No tengo necesidad de esas palabras para saberlo. Y si me brindáis paz en el corazón, me hieren el alma."
"¿Por qué, Señor mío? Son palabras de amor."
"De un amor completamente humano. En verdad durante estos tres años no he logrado nada, porque sois tan humanos como la primera hora. Se revuelven en vosotros esta noche todas las miasmas. Pero no es vuestra culpa..."
"¡Sálvate, Jesús!" implora Juan.
"Me salvo".
"¿De veras? ¡Oh, Dios mío, gracias!" Juan parece cual una flor doblada por el calor del estío que con el fresco se yergue sobre su tallo. Dice: "Lo digo a los demás. ¿A dónde vamos?"
"Yo a la muerte. Vosotros a la Fe."
"¿Pero no has dicho ahora que te salvarías?" El predilecto pierde los ánimos.
"Me salvo. En verdad que me salvo. Si no obedeciese al Padre, me perdería. Por esto me salvo. ¡Pero no llores así! Tienes menos valor que los discípulos de aquel filósofo griego de quien te hablé un día. Estuvieron junto al maestro que moría con la cicuta, y lo confortaban con su dolor varonil. Tú... tú pareces un chiquillo que hubiese perdido a su padre."
"¿Y no es así? Más que si perdiera a mi padre, ¡yo pierdo! ¡Te pierdo a Ti!..."
"No me pierdes porque sigues amándome. Se pierde el que se separa de nosotros por el olvido en la tierra y por el juicio de Dios en el más allá. Pero nosotros nunca estaremos separados. Jamás. Ninguna cosa, ni esta, ni aquella, nos separará."
Pero Juan no oye razones.
¿dentro de cuántas horas crees que vas
a ser capturado?"
"Cuando la luna no haya apenas llegado a su centro."
Simón se acerca más a Jesús y en voz baja, confidente, le dice: "Maestro... yo... y Simón Pedro esperábamos haber hecho alguna cosa buena... pero... Tú que sabes todo, dime, ¿dentro de cuántas horas crees que vas a ser capturado?"
"Cuando la luna no haya apenas llegado a su centro."
Simón da muestras de dolor y de impaciencia, por no decir de rabia. "Entonces todo fue inútil... Maestro, ahora te lo explico. Tú nos has casi regañado a mí y a Simón Pedro por haberte dejado tan solo en estos días... Pero estábamos lejos por causa tuya... Por amor tuyo. Pedro en la noche del lunes, impresionado con tus palabras, fue a donde estaba yo durmiendo y me dijo: "Yo de ti me fío. Tú y yo debemos hacer alguna cosa por Jesús. También Judas dijo que quería ocuparse de ello". Oh, ¿por qué no pudimos entender entonces? ¿Por qué no nos dijiste algo? Respóndeme: ¿No lo has dicho a nadie? ¿Exactamente a nadie? ¿Tal vez solo hace unas cuantas horas has caído en la cuenta?"
Los que quieren que Yo muera son los verdugos de
Dios. El, mi discípulo y amigo, es también el traidor,
el verdugo del hombre.
"Siempre lo he sabido. Aun antes de que él fuese uno de los discípulos. Y para que su crimen no fuese perfecto, tanto en el aspecto divino, como en el humano, traté con todos los modos de alejarlo de Mi. Los que quieren que Yo muera son los verdugos de Dios. El, mi discípulo y amigo, es también el traidor, el verdugo del hombre. Es mi primer verdugo porque me mató con el esfuerzo de tenerlo a mi lado, en la mesa, y de tener que protegerlo conmigo mismo contra vosotros."
"¿Y nadie lo sabe?"
"Juan. Se lo dije ya casi al fin de la cena. ¿Pero qué hicisteis?"
"¿Y Lázaro? ¿De veras que no sabe nada Lázaro? Hoy estuvimos en su casa, porque vino muy de mañana, hizo el sacrificio, y regresó sin detenerse siquiera en su palacio, ni fue al pretorio. El siempre va a allí por costumbre heredada de su padre. Pilatos lo sabe. Se encuentra en la ciudad en estos días..."
"Sí. Todos están presentes. Está Roma, la nueva Sión, con Pilatos. Está Israel con Caifás y Herodes. Está todo Israel porque la pascua ha convocado a todos los hijos de este pueblo a los pies del altar de Dios... ¿Has visto a Gamaliel?"
"Sí. ¿Por qué esta pregunta? Lo debo de ver otra vez mañana..."
"Gamaliel se encuentra esta noche en Betfagé. Lo sé. Cuando hayamos llegado a Getsemaní, irás a su casa y le dirás: "Dentro de poco tendrás la señal que hace veinte años has estado esperando". Nada más. Después regresarás donde tus compañeros."
"Pero cómo sabes, ¡oh Maestro mío! ¡Pobre Maestro que no tiene ni siquiera el consuelo de ignorar las obras de los demás!"
"Dices bien. ¡El consuelo de ignorar!¡Pobre Maestro! Porque las obras malas son más que las buenas. Pero también veo las buenas y me regocijo."
"Entonces Tú sabes que..."
Nadie, a no ser que Dios lo llame para una misión
especial, comprenderá esta pasión dentro
de la gran Pasión.
SIMÓN LE EXPLICA SUS ANDANZAS DE ESTOS DÍAS
"Simón: es la hora de mi pasión. Para hacerla más completa, el Padre me retira la luz conforme se aproxima la hora. Dentro de poco no tendré más que tinieblas y el espectáculo de lo que son las tinieblas: que son todos los pecados de los hombres. No puedes. No pedéis comprenderlo. Nadie, a no ser que Dios lo llame para una misión especial, comprenderá esta pasión dentro de la gran Pasión. Y dado que el hombre es material aun cuando ama y reflexiona, habrá alguien que llorará y sufrirá por los golpes que Yo reciba, por los tormentos que soportaré, pero no se podrá igualar esta tortura espiritual que, creedlo vosotros que me estáis escuchando, será la más atroz... Habla, pues, Simón. Guíame por el sendero a donde te trae la amistad que sientes por Mi, porque Yo soy un pobre que enceguece y ve fantasmas, no cosas reales..."
Juan se pega a Jesús y le pregunta: "¿Qué? ¿No ves más a tu Juan?"
"Te veo. Pero los fantasmas surgen de las tinieblas de Satanás. Visiones de pesadillas y de dolor. Todos estamos envueltos esta noche en esta miasma del infierno. En Mi trata de crear cobardía, desobediencia y dolor. En otros, aun cuando no son miedosos ni criminales, fomentará la delincuencia y el pavor. En otros que son ya de Satanás, fomentará la perversión sobrenatural. Digo esto porque su perfección en el mal será en tal grado que supere las posibilidades humanas y alcancen la cumbre que está siempre en lo sobrehumano. Habla, Simón."
"Sí. Desde el martes no hicimos otra cosa más que caminar para informarnos, para prevenir, para buscar ayuda."
"¿Y qué pudisteis hacer?"
"Nada. O muy poco."
"Y lo poco será "nada" cuando el pavor paralice los corazones."
"Me he disgustado aun con Lázaro... Es la primera vez que me sucede... Me disgusté porque me parece que no hace nada... El podría hacer algo. Es amigo del Gobernador. ¡Es el hijo de Teófilo! Desechó todas mis proposiciones. Lo dejé gritando: "Pienso que el amigo de quien habla el Maestro, seas tú.¡Pero me causas horror!", y no quise regresar a su casa... Esta mañana me llamó y me dijo: "¿Puedes todavía creer que sea yo el traidor?" Había yo visto antes a Gamaliel, a José y a Cusa, a Nicodemo y a Mannaén, y en fin a tu hermano José... y no podía creerlo. Le dije: "Perdona, Lázaro, siento que la cabeza me da más vueltas que cuando era yo leproso". Y así es, Maestro... Yo no soy más yo... Pero, ¿por qué sonríes?"
"Porque eso viene a confirmar lo que antes te había dicho. La neblina de Satanás te envuelve y te turba. ¿Qué respondió Lázaro?"
"Dijo: "Te comprendo. Ven hoy con Nicodemo. Tengo necesidad de verte". Y fui mientras Simón Pedro había ido a donde estaban los galileos. Porque tu hermano, al que hace tiempo no se le ve, no sabe nada de nosotros. Dice que lo supo por casualidad al estar hablando con un galileo viejo, amigo de Alfeo y de José, que habita cerca de los mercados."
"¡Ah!... sí... Un gran amigo de la casa..."
"El está allí con Simón y con las mujeres. También está la familia de Caná."
"Vi a Simón."
"Pues bien, José supo de este amigo suyo y de uno del Templo que es pariente suyo por razón de mujeres, que tu captura estaba decidida, y dijo a Pedro: "Siempre he estado en desacuerdo con El, pero ha sido por amor. Hasta el momento en que todavía era El fuerte. Pero ahora que parece un niño en manos de sus enemigos, yo, pariente suyo que siempre lo he amado, estoy con El. Es deber de sangre y de corazón."
Jesús sonríe, recordando por un momento un rostro sereno de aquellas horas de alegría.
"Y José dijo a Pedro: "Los fariseos de Galilea son áspides como todos los demás fariseos. Pero la Galilea no es toda fariseos. Aquí hay muchos galileos que lo aman. Vamos a decirles que se reúnan para defenderlo. No tenemos más que cuchillos. Pero, dado el caso, los bastones son armas, si se les maneja bien. Y si no llegan los soldados romanos, habremos dado cuenta de esa vil canalla que son los esbirros del Templo". Pedro fue con él. Entre tanto yo fui a casa de Lázaro para que viniese con nosotros y abriese su casa para estar contigo. Nos dijo: "Debo obedecer a Jesús y estar aquí. A sufrir el doble..." ¿Es verdad?"
"Es verdad, Yo le di esas órdenes."
"Pero me dio dos espadas. Son suyas. Una para mi y otra para Pedro. También Cusa quería darme espadas. Pero... ¿Qué son dos pedazos de hierro contra todo el mundo? Cusa no puede creer que sea verdad cuanto Tú dices. Jura él que no sabe nada y que en la corte no hay otro deseo más que el de gozar de la fiesta... Un pasatiempo más como de costumbre. Tanto es así que dijo a Juana que regrese a una de sus casa que tienen en Judea. Pero Juana quiere estarse aquí. Encerrada en su palacio como si no estuviese presente. No se va. Y con ella están Plautina, Ana, Nique y dos romanas de la casa de Claudia. Lloran, ruegan y hacen rogar a los niños inocentes. Pero no es tiempo de oraciones. Lo es de sangre. Siento que retorna en mi el "zelote" y ardo en deseos de matar por venganza.."
"¡Simón! Si hubiera querido dejarte morir como un maldito no te hubiera sacado de la desolación..." Jesús se muestra muy severo.
"¡Oh, perdón, Maestro, perdón!... Estoy como borracho, como uno que delira."
"¿Qué dice Mannaén?"
"Que no puede ser verdad, y que si lo fuese te seguiría hasta el suplicio."
"¡Ved como todos vosotros confiáis en vosotros mismos!... ¡Cuánta soberbia hay en el hombre! Nicodemo y José, ¿qué saben?"
"No más que yo. Tiempo hace que, en una asamblea, José se puso en mal con el Sanedrín porque los llamó asesinos, pues quieren matar a un inocente y dijo: "Aquí todo es contra la ley. El dice bien. La abominación está en la casa del Señor". Este altar va a ser destruido porque ha sido profanado". No lo lapidaron porque se trata de él. Pero desde entonces le han ocultado todo. Tan sólo Gamaliel y Nicodemo siguen siendo amigos suyos. Pero Gamaliel no habla y Nicodemo... Tanto él como José no fueron llamados al Sanedrín para las definitivas resoluciones. Ellos se reúnen ilegalmente acá y allá, a diversas horas, por miedo que tienen por sí mismos y de Roma. ¡Ah, me olvidaba!... los pastores. También ellos están con los galileos. ¡Pero somos pocos! ¿Si Lázaro hubiera querido escucharme y hubiera ido al Pretor! Pero no nos escuchó... Hicimos esto... Mucho y ... nada... y yo me siento tan anonadado que quisiera ir por los campos, dando alaridos como un chacal, entregarme a la orgía, matar como si fuera un salteador, para ver si puedo quitarme este pensamiento de que "todo es inútil", como dijo Lázaro, como dijeron José y Cusa, Mannaén y Gamaliel..." El Zelote no parece ser él...
"¿Qué dijo el rabí?"
"Dijo:"No conozco exactamente los intentos de Caifás. Pero os digo que la profecía se refiera tan sólo al Mesías. Y como yo no reconozca en este profeta al Mesías, no encuentro por qué uno deba excitarse. Un hombre bueno, amigo de Dios será matado. Pero, ¿de cuántos semejantes a él Sión no ha bebido su sangre? " Y, como insistiéramos en tu naturaleza divina, repitió terco: "Cuando vea la señal, creeré." Y prometió abstenerse de votar contra Ti, y así será posible de que persuada a los demás a que no te condenen. ¡No cree, no cree! Si se pudiese llegar a mañana... Pero Tú dices que no. Oh, ¿qué haremos nosotros?"
"Tú irás a la casa de Lázaro y tratarás
de llevarte contigo a cuantos más puedas."
"No os separéis... Divididos, no valdréis nada."
"Tú irás a la casa de Lázaro y tratarás de llevarte contigo a cuantos más puedas. No sólo de los apóstoles, sino también de los discípulos que encontraras extraviados por los campos. Procura ver a los pastores y dales esta orden. La casa de Betania es más que la casa de Betania: es la casa de la buena hospitalidad. Quien no tenga el valor de enfrentarse al odio de todo un pueblo, que se refugie allí. A esperar..."
"Pero nosotros no te dejaremos."
"No os separéis... Divididos, no valdréis nada. Unidos, seréis todavía una fuerza. Simón: prométeme esto. Tú eres sereno, leal: eres un hombre de palabra y tienes preponderancia sobre Pedro. Tienes conmigo una gran deuda. Te lo recuerdo por primera vez para obligarte a obedecerme. Mira: estamos ya en el Cedrón. De allí viniste a Mi, leproso, y de allí saliste limpio. Por lo que Yo te di, dame ahora. Da al Hombre lo que yo te di. Ahora el leproso soy Yo..."
"¡Nooo! ¡No lo digas!" gimen al mismo tiempo los dos discípulos.
"¡Así es! Pedro y mis hermanos serán los que más anonadados se sentirán. Mi honrado Pedro se sentirá como un criminal y no tendrá paz. Y mis hermanos... no tendrán valor para mirarse ni mirar a mi Madre... Te los encomiendo..."
"Señor, ¿y yo qué seré? ¿No piensas en mi?"
"¡Oh pequeñito mío! Tú estás confiado al amor. Y tan robusto es que te guiará como una madre. No te doy órdenes ni guías. Te dejo sobre las aguas del amor, que son tan tranquilas y profundas que no me hacen dudar nada de tu futuro. Simón, ¿has entendido? ¡Prométeme, prométeme!" Da lástima ver a Jesús tan angustiado... Torna a hablar: Antes que vengan los otros ¡Oh, gracias! ¡Seas bendito! "
"Ahora dividámonos. Yo voy arriba, a orar.
Conmigo quiero a Pedro, Juan y Santiago.
Vosotros quedaos aquí.
Que Yo lleve en el corazón vuestras sonrisas. Bien,
os lo agradezco, amigos, Adiós. Que el Señor
no os abandone..."
Se reúne todo el grupo
"Ahora dividámonos. Yo voy arriba, a orar. Conmigo quiero a Pedro, Juan y Santiago. Vosotros quedaos aquí. Y, si fuereis atacados, gritad. No tengáis miedo. No se os quitará un cabello. Rogad por Mi. Olvidad cualquier odio, cualquier miedo. No será más que cosa de un momento... y después la alegría será completa. Sonreíd. Que Yo lleve en el corazón vuestras sonrisas. Bien, os lo agradezco, amigos, Adiós. Que el Señor no os abandone..."
Jesús se separa de los apóstoles. Va adelante, mientras Pedro pide a Simón la antorcha después de que encendió con ella unos leños resinosos que arden chisporroteando en los límites del olivar y dan un olor a enebro.
Me da lástima ver a Tadeo que sigue a Jesús con una mirada tan intensa, tan llena de dolor, que El se vuelve y busca a quien lo ha mirado. Pero Tadeo se esconde detrás de Bartolomé y se muerde los labios para refrenarse.
Jesús hace un gesto con la mano, entre bendición y adiós. Prosigue su camino. La luna está ya muy alta. Rodea con su luz su alta figura y parece como si la hiciera más alta, como si la espiritualizara, como si hiciera más claro su vestido rojo y más pálido el color oro de sus cabellos. Detrás de El se dan prisa en caminar Pedro con la antorcha y los hijos de Zebedeo.
Siguen hasta llegar al límite del primer borde de la plaza rústica del olivar. Allí está la entrada a la plazoleta irregular y los subsiguientes bordes que van sobreponiéndose en el monte. Jesús dice: "Deteneos y esperadme aquí, mientras Yo oro. Pero no os durmáis. Podría tener necesidad de vosotros. Os lo pido por caridad: ¡Orad! Vuestro Maestro se encuentra muy abatido."
LA ORACIÓN DE JESÚS EN EL HUERTO
Y realmente es víctima de gran agotamiento. Parece como si cargara un gran peso. ¿Dónde está el varonil Jesús que hablaba a las turbas, el hermoso, el fuerte, el de ojos dominadores, de dulce sonrisa, de la voz sonora y agradable? Es como uno que ha corrido o que ha llorado. Tiene una voz cansada y falta de aliento. Triste, triste, triste...
Pedro contesta por todos: "Está tranquilo, Maestro. Vigilaremos y oraremos. No tienes más que llamarnos, que enseguida acudiremos."
Jesús los deja mientras los tres recogen hojas y pedazos de ramas para hacer una hoguera que los tenga despiertos y para defenderse del rocío que empieza a caer abundante.
Camina, volviéndoles las espaldas, de occidente a oriente, y por eso la luna le da en la cara. Veo que un gran dolor dilata más sus pupilas, probablemente es la negrura del cansancio que se prolonga; tal vez la sombra del párpado. No lo sé. Lo que sé es que tiene los ojos más abiertos y más sumidos. Sube con la cabeza inclinada, tan sólo de cuando en cuando lanza un suspiro como si se sintiese cansado y le faltase el aliento; y entonces recorre con sus ojos tan tristes el sosegado olivar. Sube unos cuantos metros, después da vuelta hacia dentro de un escalón en forma de parapeto que lo separa de El y a los tres que quedaron más abajo.
El escalón-parapeto, que no tiene al principio más que unos cuantos decímetros, se eleva cada vez más, y muy en breve tiene más de dos metros de altura, de modo que impide que mirada alguna bien indiscreta, bien de un amigo, llegue hasta Jesús. El continúa hasta una gran piedra que en un cierto punto cierra el camino, tal vez ha sido colocada para mantener la parte de tierra que desciende cortada y sin nada hasta un muro solitario que se encuentra ante las murallas, más allá de las cuales está Jerusalén, y por arriba continúa prolongándose con zanjas y otros olivares. Exactamente sobre el gran peñasco se balancea un olivo hecho todo nudoso. Parece un irónico punto interrogativo que la naturaleza haya puesto para preguntar el por qué de alguna cosa. Las gruesas ramas de la copa responden a la pregunta del tronco, diciendo ahora sí cuando se doblan hacia la tierra, ahora no, al agitarse de derecha a izquierda, bajo un viento suave que pasa ondeándose entre el follaje y que a veces trae olor tan sólo de tierra, a veces el amargo del olivo, algunas el perfume mezclado de rosas y de musgo que se ignora de dónde pueda venir. Además de la vereda, abajo, hay otros olivos, y uno que da exactamente al peñasco, partido de un rayo pero que logró sobrevivir, o bien hendido por no se sabe qué razón, tiene a partir del tronco que está dividido en dos gajos y que ascienden como dos astas de una gran V de tipografía y las dos ramas, una de acá, otra de allá del peñasco como si quisieran ver y ocultar al mismo tiempo, o hacer de esa roca lugar de un plateado ceniciento, todo tranquilidad.
Jesús se detiene allí. No mira a la ciudad situada allá abajo, toda blanca en la luz de la luna. Antes bien, le vuelve las espaldas; y ruega con los brazos abiertos en forma de cruz, con el rostro levantado al cielo. No veo su faz porque está en la sombra, pues tiene la luna casi perpendicular sobre su cabeza; además el follaje del olivo que se interpone entre El y la luna, que apenas logra filtrarse entre las hojas con ojitos y agujas de luz que siempre se están moviendo. Una plegaria larga, ardiente. De cuando en cuando suspira, y pronuncia una palabra clara. No es un salmo, ni el Padre Nuestro. Es una plegaria que nace de su amor y de su necesidad. Un verdadero hablar con su Padre.
Las pocas palabras que logro captar me lo dicen: "Tú lo sabes... Soy tu Hijo... Todo, pero ayúdame... Ha llegado la hora... No pertenezco más a la tierra. Cesa la necesidad de ayuda a tu Palabra... Haz que el Hombre te satisfaga como Redentor, como te ha sido obediente la Palabra... Es lo que Tú quieres... Te pido piedad para ellos...¿Los salvaré? Esto es lo que te pido. Así lo quiero: salvados del mundo, de la carne, del demonio... ¿Puedo pedirte todavía? Mi petición es justa, Padre mío. No por Mí, sino por el hombre que es tu creación, y que quiere convertir en fango su alma. Arrojo en mi dolor y en mi Sangre este fango para que vuelva la esencia incorruptible del espíritu que te agrada a Ti... Y está donde quiera. Es él el rey de esta noche. En los palacios y en las casas, Entre los soldados y en el Templo... La ciudad está hasta el tope y mañana será un infierno.."
Mira a Jerusalén. La mirada de Jesús se hace cada vez más
triste. Murmura entre dientes: "Parece de nieve...
y es toda un pecado
Jesús se vuelve, se reclina sobre el peñasco y cruza los brazos. Mira a Jerusalén. La mirada de Jesús se hace cada vez más triste. Murmura entre dientes: "Parece de nieve... y es toda un pecado. ¡A cuántos dentro de ella curé!... ¡Cuánto hablé!... ¿Dónde están los que me eran fieles?"...
Baja la cabeza, y mira fijamente el suelo cubierto de hierba pequeña y salpicada de rocío. Aunque tenga la cabeza inclinada, sé que llora porque al caer en el suelo brillan las gotas de lágrimas. Después alza la cabeza, abre los brazos, los junta sobre la cabeza y los balancea así unidos.
Se pone de pie. Regresa a donde están los tres discípulos
Se pone de pie. Regresa a donde están los tres discípulos sentados alrededor del fuego hecho de ramas de árbol. Los encuentra medio dormidos. Pedro se ha apoyado sobre un tronco con las espaldas y con los brazos cruzados sobre el pecho, su cabeza balancea. Son los primeros albores de un sueño profundo. Santiago está sentado, con su hermano, sobre una gran raíz que sale de tierra y sobre la que pusieron sus mantos para sentir menos los nudos; y, aunque están más incómodos que Pedro, están muy bien dormidos. Santiago tiene la cabeza recostada sobre la espalda de Juan, y este ha doblado la suya sobre la de su hermano, como si al empezar a cabecear se hubiesen quedado así.
"¿Dormís? ¿No habéis sabido estar despiertos una sola hora? Y Yo ¡tengo tanta necesidad de vuestro consuelo y de vuestras oraciones!"
Los tres, aturdidos, dan un salto. Se frotan los ojos. Murmuran una excusa, echan la culpa a la digestión como causa principal de su somnolencia: "Es el vino... la comida... Pero ahora ya pasa. Ha sido un momento. No teníamos ganas de hablar y esto nos ha producido sueño. Pero vamos a orar y no sucederá más."
También vosotros tenéis necesidad de ello."
"Sí. Orad y velad. También vosotros tenéis necesidad de ello."
"Sí, Maestro. Te obedecemos."
Jesús regresa. La luna, que le da en su rostro tan fuerte con su brillo de plata que hace más pálido el vestido rojo como si lo cubriese con un polvo blanco brillante, me permite verlo desconsolado, adolorido, envejecido. Su mirada, siempre con los ojos abiertos, me parece oscurecida. En su boca se dibuja una línea de cansancio.
Jesús apoya sus manos cerca de las florecillas
que le rozan las mejillas, pues apoya la cabeza
entre las manos juntas y ora.
Camina más lento, más encorvado a su peñasco. Se arrodilla, apoyando los brazos en la roca que no es lisa, sino que a la mitad tiene un hueco, como si se lo hubiesen hecho a propósito; y en este hueco ha nacido una hierbecita que se me antoja a aquellas florecillas semejantes a pequeños lirios que he visto también en Italia, de hojas pequeñas, redondas, pero con puntas en los bordes y pulposas con pequeñas florecillas en los delgadísimos tallos. Parecen pequeños flecos de algodón que rocían lo gris del peñasco y las hojitas de color verde-oscuro. Jesús apoya sus manos cerca de las florecillas que le rozan las mejillas, pues apoya la cabeza entre las manos juntas y ora. Después de un poco siente lo fresco de las pequeñas corolas, levanta la cabeza. Las mira, las acaricia. Les dice. "Vosotras sois puras... Me dais consuelo. Había también en la cuevecilla de Mamá estas flores... le gustaban.... decía: "Cuando era pequeña mi padre me decía: 'Tú eres un lirio tan pequeño y todo lleno de rocío del cielo'" ¡Madre! ¡Oh Madre mía!" Y prorrumpe en llanto. Con la cabeza entre las manos unidas, apoyado un poco sobre los calcañales, lo veo y lo oigo llorar, mientras las manos aprietan los dedos y estos entre sí se estrujan. Oigo que dice: "También en Belén... y te las llevé, Mamá. Pero, ¿quién te llevará estas después?..."
Vuelve a orar y a meditar. Debe ser muy triste lo que medita. Más bien le causa angustia que tristeza, porque, para huir de ellos, se levanta, camina hacia adelante y hacia atrás murmurando palabras que no logro captar. Ahora levanta la cabeza, ahora la baja. Ya gesticula, ya pasa las manos sobre sus ojos, sobre sus mejillas, sobre sus cabellos con movimientos mecánicos y agitados, como hace quien se encuentra en medio de una gran angustia. Decirlo no es nada. Describirlo es imposible. Verlo es lo mismo que caminar con su angustia.
"¡Perdón, Mamá, perdón!" Parece como si hablase al manto
Gesticula en dirección de Jerusalén. Torna a levantar los brazos hacia el cielo como para pedir ayuda. Se quita el manto como si tuviese calor. Lo mira... Y ¿qué ve? Sus ojos no miran otra cosa que su tormento y todo sirve para crear este tormento, para aumentarlo. Hasta el manto que le tejió su Madre. Lo besa: "¡Perdón, Mamá, perdón!" Parece como si hablase al manto, tejido con amor materno... Se lo pone otra vez. Está dentro de un suplicio. Quiere orar para vencerlo. Pero con la oración vuelven los recuerdos, las aprehensiones, las dudas, las lamentaciones... Es una avalancha de nombres... de ciudades... de personas... de hechos... No puedo seguirlo porque es veloz y pasa de una cosa a otra. Es su vida evangélica que pasa ante su vista... y le trae el recuerdo de Judas traidor. Es tanta su angustia que, para vencerla, grita en voz alta los nombres de Pedro y Juan. Dice: "Ahora vendrán. ¡Son muy leales!" Pero "ellos" no vienen. Llama nuevamente. Parece aterrorizado como si viese algo extraño. Va veloz hacia el lugar donde están Pedro y los dos hermanos. Los encuentra cómoda y profundamente dormidos alrededor de pequeños tizones que casi para terminarse dan un rojizo chispazo entre las cenizas grises.
"¡Pedro, os he llamado tres veces! ¿Qué hacéis? ¿Todavía estáis dormidos? ¿No veis cuánto sufro? Orad. Que no os venza la carne, que no os venza. A ninguno. Si el espíritu siempre está listo, la carne es débil. Ayudadme..."
Los tres tardan más en despertarse. Al final lo logran y con los ojos henchidos piden excusas. Se alzan, primero incorporándose, después poniéndose en pie.
Dice: "Me encuentro en una angustia que me mata.
¡Oh, sí! Mi alma está triste hasta morir.
¡Amigos!... ¡Amigos! ¡Amigos!"
"Pero, mira", murmura Pedro. "¡No nos había pasado nunca! Debe ser cosa de aquel vino. Era fuerte. Además este aire fresco. Nos hemos cubierto para no sentirlo (de hecho se habían cubierto con los mantos hasta la cabeza), no hemos visto más el fuego, no hemos tenido más frío, y hete que el sueño llegó. ¿Dice que nos llamaste? A mi me parecía que no estaba tan dormido... Eh, Juan busquemos ramas de árboles. Movámonos. Se nos pasará. No te preocupes, Maestro, de que ahora en adelante... estaremos de pie..." y arroja un montón de hojas secas en las brasas. Sopla para que prenda otra vez la llama y la alimenta con ramas de espinos que trajo Juan; por su parte Santiago trae una rama gruesa de enebro, o algo semejante, que lo arrancó de un montón poco lejano y lo echa al fuego. La llama se levanta alta y alegre, iluminando la pobre cara de Jesús. Una faz verdaderamente triste a la que no se le puede mirar sin llorar. El resplandor que ilumina aquel rostro queda anulado en una cansancio mortal. Dice: "Me encuentro en una angustia que me mata. ¡Oh, sí! Mi alma está triste hasta morir. ¡Amigos!... ¡Amigos! ¡Amigos!" Y aun cuando así no dijese, su aspecto diría que se parece a uno que está muriendo, en el abandono más angustiosos y desolado. Parece que cada palabra suya sea un sollozo...
Pero los tres están muy cargados de sueño. Parece que van de un lado a otro con los ojos semicerrados... Jesús los mira... No les dice un reproche. Sacude su cabeza. Suspira y regresa al lugar de antes.
Nuevamente ora de pie con los brazos abiertos en cruz. Después se arrodilla como al principio, con la cara inclinada hacia las florecitas. Piensa. Calla... Solloza fuertemente. Su cuerpo poco a poco se encoge y se recarga sobre los talones. Llama al Padre siempre con mayor ansiedad...
Padre mío, no escuches mi voz si con ella pido
lo que es contrario a tu voluntad,
No te acuerdes de que soy tu Hijo,
sino tan solo un siervo tuyo.
No se haga mi voluntad, sino la tuya."
"¡Oh!" dice. "¡Es muy amargo este cáliz! ¡No puedo! ¡No puedo! ¡Está sobre mis fuerzas! Todo lo he podido. Pero esto no... Apártalo, Padre, de tu Hijo. Ten piedad de Mi... ¿Qué hice para merecerlo?" Después torna a decir: "Pero, Padre mío, no escuches mi voz si con ella pido lo que es contrario a tu voluntad, No te acuerdes de que soy tu Hijo, sino tan solo un siervo tuyo. No se haga mi voluntad, sino la tuya."
después cae al suelo, con la cara sobre la tierra,
y así permanece.
Así permanece por un poco de tiempo. Después da un grito sofocado y alza un rostro convulso. Un momento solo; después cae al suelo, con la cara sobre la tierra, y así permanece. Es una piltrafa de hombre sobre quien pesa el pecado del mundo, sobre quien se abate toda la justicia del Padre, sobre quien descienden las tinieblas, la ceniza, la hiel, esa cosa tremenda, tremendísima que es el abandono de Dios mientras Satanás atormenta... Es la asfixia del alma, es el ser sepultado vivo en esta cárcel que es el mundo, cuando no se puede sentir que entre nosotros y Dios haya un lazo de unión; es lo mismo que estar encadenados, aherrojados, apedreados con nuestras propias oraciones que recaen puntiagudas, encendidas; es lo mismo que dar puntapiés contra un cielo cerrado en donde no penetra la voz, ni las miradas de nuestra angustia, es lo mismo que ser "huérfanos de Dios"; es la locura, la agonía, la duda de haber sido hasta el momento objeto de engaño, es la convicción de que Dios ha arrojado a uno, de estar condenado. ¡Es el infierno!...
Jesús llora con movimientos y suspiros de un agonizante: "¡Nada!...¡Fuera!...¡La voluntad del Padre! ¡Esa! Esa sola... Tu voluntad, Padre. La tuya, no la mía... Inútil. No tengo más que un Señor: el Dios Santísimo. Una ley: la obediencia. Un amor: la redención... No. No tengo más Madre. No tengo más vida. No tengo más divinidad. No tengo más misión. Inútilmente me tientas, ¡oh demonio!, con mi Madre, con la vida, con mi divinidad, con mi misión. Tengo por madre a la humanidad y la amo hasta morir por ella. La vida la devuelvo a quien me la dio y me la pide, al Supremo Dueño de todo ser viviente. Afirmo la divinidad al ser capaz de esta expiación. La misión la realizo con mi muerte. No tengo más, fuera de hacer la voluntad del Señor, mi Dios. ¡Lárgate, Satanás! Lo dije la primera y segunda vez y vuelvo a decirlo la tercera: "Padre: si es posible pase de Mí este cáliz. ¡Pero no se haga mi voluntad sino la tuya!" largo de aquí, Satanás. Yo soy de Dios."
"¡Dios! ¡Dios! ¡Dios!" Lo llama a cada latido de su
corazón. parece que a cada latido brota la sangre.
Después, entre su respiración cortada, no pronuncia más que: "¡Dios! ¡Dios! ¡Dios!" Lo llama a cada latido de su corazón. parece que a cada latido brota la sangre. Los vestidos de la espalda la absorben y se hacen oscuros no obstante la gran claridad de la luna que lo envuelve todo.
Sin embargo, un resplandor más fuerte se forma sobre su cabeza, suspendido como a la altura de un metro, un resplandor tan fuerte, que el Abatido lo ve filtrarse entre las ondas de sus cabellos bañados de sangre y el velo que la sangre forma sobre los ojos. Levanta la cabeza... La luna brilla sobre el pobre rostro y todavía brilla más la luz angelical semejante a la diamantina de blanco azul del planeta Venus. Y se deja ver toda la terrible agonía en la sangre que sale por los poros. Las cejas, los cabellos, el bigote, la barba están ¡bañados de sangre, que corre por las sienes, brota de las venas del cuello, por las manos; y, cuando tiende las manos hacia la luz angelical y las mangas anchas se corren hasta los codos, los antebrazos de Jesús sudan sangre. En la cara tan sólo las lágrimas forman dos líneas marcadas en la roja faz.
Vuelve a quitarse el manto, se seca las manos, la cara, el cuello, los antebrazos. El sudor continúa. Se oprime una y otra vez con más fuerza el manto sobre la cara y al quitárselo aparecen en él claramente las huellas frescas que parecen de color negro. La hierba del suelo está enrojecida de sangre.
Se tiene la impresión de que Jesús está próximo a desvanecerse. Se desabrocha el cuello, como si sintiese ahogarse. Se lleva la mano al corazón, después al cuello, se da aire con ella, teniendo la boca abierta. Se deja caer contra el peñasco, hacia el borde de la zanja, se echa sobre la espalda, con los brazos que penden a lo largo del cuerpo, como si estuviese ya muerto, la cabeza inclinada sobre el pecho. No se mueve para nada.
La luz angelical se desvanece poco a poco. Viene como absorbida en la luz de la luna. Vuelve a abrir Jesús sus ojos. Levanta con fatiga el cuerpo. Mira. Está solo. Pero está menos angustiado. Alarga la mano. Recoge el manto que había tirado sobre la hierba y vuelve a secarse la cara, las manos, el cuello, la barba, los cabellos. Toma una hoja larga, que está justamente junto a sus ojos, bañada del rocío. Con ella termina de limpiarse la cara, las manos y después se seca. Repite esto una y otra vez con otras hojas hasta que desaparecen las huellas de su horrible sudor. Tan sólo el vestido está manchado, especialmente en la espalda, en los pliegues de los antebrazos, en el cuello y en la cintura. Mira también el manto. Lo ve muy manchado. Lo dobla y lo coloca sobre el peñasco, donde está cóncavo, cerca de las florerillas.
Fatigosamente, como por debilidad, se deja caer de rodillas. Ruega apoyando la cabeza sobre el manto, sobre el que ha puesto ya las manos. Después se levanta apoyándose contra el peñasco, y todavía vacilante se dirige a donde están los discípulos. Su cara está palidísima. No hay turbación. Es un rostro lleno de hermosura divina aun cuando está exangüe y triste más de lo acostumbrado.
Debe inclinarse y sacudir un poco a Pedro.
"¿Qué pasa? ¿Quién me arresta?"
Los tres duermen tranquilamente, envueltos en sus mantos. Recostados cerca del fuego ya apagado. Se les oye respirar profundamente, después roncar. Jesús los llama. Inútil. Debe inclinarse y sacudir un poco a Pedro.
"¿Qué pasa? ¿Quién me arresta?" dice atolondrado y asustado sacando la cabeza de en medio de su manto verde oscuro.
"Nadie. Soy Yo quien te llama."
"¿Es de mañana?"
"No. Ha acabado casi la segunda vigilia."
Pedro está completamente entumecido. Jesús sacude a Juan, que da un grito de terror al ver sobre de sí una cara de fantasma, como de mármol. "¡Oh!...¡Pareces muerto!"
Sacude a Santiago; y él que piensa que es su hermano que lo llama, pregunta: "¿Han apresado al Maestro?"
"Todavía no, Santiago" responde Jesús. "Levantaos y vayamos. El que me traiciona esta cerca."
Los tres, todavía atontados, se levantan. Miran a su alrededor... Olivos, la luna, pájaros, vientecillo, tranquilidad... Ninguna otra cosa. Siguen a Jesús sin replicar. También los otros ocho están más o menos dormidos alrededor del fuego apagado.
"Levantaos" ordena Jesús. "Mientras Satanás viene,
¡mostrad al que no duerma y a sus hijos
que los hijos de Dios no duermen!".
"Levantaos" ordena Jesús. "Mientras Satanás viene, ¡mostrad al que no duerma y a sus hijos que los hijos de Dios no duermen!".
"Como Tú digas, Maestro."
"¿Dónde está, Maestro?"
"Jesús, yo..."
"Pero, ¿qué ha sucedido?"
Y en medio de tempestuosas preguntas y respuestas se ponen los mantos... apenas a tiempo para aparecer en orden ante los esbirros capitaneados por Judas que se lanza sobre la tranquila plazoleta iluminándola en un instante con antorchas. Son una horda de bandidos disfrazados de soldados, la hez de las galeras con sonrisa de dominios. Se encuentra también uno que otro cobardón del Templo.
Los apóstoles todos se aglomeran en un ángulo. Pedro está delante y detrás en grupo los demás. Jesús permanece donde estaba.
Judas se acerca, resistiendo la mirada de Jesús que es un mirar relampagueante de sus mejores días. No baja la cara. Al contrario se acerca con una sonrisa de hiena y lo besa en la mejilla derecha.
"Amigo, ¿qué has venido a hacer?
¿Con un beso me traicionas?"
Judas dobla por un momento la cabeza, después la levanta... muerto al reproche y a cualquier invitación de arrepentimiento.
Jesús, después de las primeras palabras pronunciadas con vigor, habla con la voz adolorida del que se resigna a una desgracia.
Con un aullido los esbirros se acercan llevando sogas, bastones y tratan de apoderarse no sólo de Jesús sino también de los apóstoles. Menos de Judas, se comprende.
"¿A quién buscáis?" pregunta Jesús calmada y majestuosamente.
"A Jesús Nazareno."
"Yo soy". La voz es un trueno. Delante del mundo asesino y del que es inocente, delante de la naturaleza y de las estrellas, Jesús da testimonio claro, leal, seguro. podría decir que está contento de podérselo dar.
Mas, si hubiese lanzado un rayo, no habría podido haber hecho algo más. Como un manojo de espigas talladas, todos caen al suelo. Quedan en pie sólo Judas, Jesús y los apóstoles que ante el espectáculo de los soldados derrumbados toman aliento, de modo que se acercan a Jesús con amenazas tan claras contra Judas que este da un brinco, apenas a tiempo para librarse del golpe maestro de la espada de Simón, y en vano le siguen piedras y bastones que le lanzan los apóstoles que no tienen espada. Huye más allá del Cedrón y se pierde dentro de la lobreguez de una vereda.
"Alzaos. ¿A quién buscáis? Vuelvo a preguntaros."
"A Jesús Nazareno."
"Os lo he dicho que soy Yo" dice Jesús con dulzura. Sí, con dulzura. "Dejad, pues, libres a éstos. Yo vengo. Dejad las espadas y bastones. No soy un ladrón. Siempre estuve entre vosotros. ¿Por qué no me apresasteis entonces? Pero ésta es vuestra hora y la de Satanás..."
Mientras habla, Pedro se acerca al hombre que extiende sus manos para amarrar a Jesús y le da un malhadado golpe de espada. Si la hubiese usado con la punta, lo hubiera degollado como a un macho cabrío. Así, no hace otra cosa que cortarle casi la oreja, que queda colgando en medio de un borbollón de sangre. El hombre grita, creyéndose muerto. Hay confusión entre los que se quieren adelantar y los que tienen miedo al ver relucir espadas y puñales.
"Dejad las armas. Os lo ordeno. Si quisiera, tendría a los ángeles del Padre para que me defendiesen. Y tú cúrate. Primero en el alma, si puedes." Antes de extender sus manos a las sogas, toca la oreja, que sana.
Los apóstoles dan gritos de rabia... Si. Me desagrada decirlo, pero es así. Quien dice una cosa, quien otra. Alguien grita: "¡Nos has traicionado!" Otro: "¡Es un loco!" El de más allá: "¿Quién te puede creer?" Quien no grita, huye...
Jesús queda solo... El, los esbirros... Y empieza el camino...
XI. 493-508
A.M.D.G.