JUDAS DE KERIOT 

DESPUÉS DE SU TRAICIÓN

 


#Corriendo así a ciegas choca contra un perro andariego  

#Unos cuantos metros, y se encuentra a la entrada del Huerto de los Olivos. Grita. "¡Esa sangre, esa sangre!"  

#Judas ve el manto de Jesús que dejó doblado sobre el peñasco. Lo reconoce. Quiere tocarlo, pero siente miedo. 

  #¡Pero esta sangre es un mar! ¡Cubre la tierra! 

 #Regresa a la ciudad. Se dirige al templo y, al hacerlo, en un cruce del camino, se encuentra frente a frente con la canalla que arrastra a Jesús hacia Pilatos. Las dos miradas se cruzan un momento. Luego pasa Jesús, amarrado, golpeado. Judas cae de bruces, como desvanecido.  

#"No quiero, malditos, vuestro dinero" grita de pie en medio del salón, en el lugar donde antes había estado Jesús. 

  #Fatalmente vuelve a cruzarse otras dos veces con Jesús 

  #Corre hacia la puertecita que da a la sala. La abre .Judas va a la mesa.  

#"¡Sangre! ¡Sangre, Sangre también aquí! ¡Su Sangre!

  #Se encuentra con María, de pie sobre la puerta de la habitación donde Jesús le había dejado."¡Judas!" dice María, "Judas, ¿a qué viniste?""Judas" repite la Virgen "¿qué has hecho?¿ Has correspondido a tanto amor con la traición?" 

  #María le llama con una voz capaz de convertir a un demonio. "¡Judas! ¡Judas! ¡Detente! ¡Espera! ¡Escucha! Te lo digo en su nombre: arrepiéntete, Judas. El perdona..." Judas huye. 

  #Se encuentra con Juan que viene corriendo a la casa para acompañar a la Virgen.  

#Sube y sigue subiendo por las colinas que rodean Jerusalén. 

  #Arranca de su cintura la gruesa faja de lana roja que le da tres vueltas. Ve que resiste al amarrarla al tronco de un olivo y al jalar de ella con todas sus fuerzas. Resiste. ...


Veo a Judas. Está solo. Viste de color amarillo claro y lleva una faja roja a la cintura. Mi locutor interno me dice que hace poco fue capturado Jesús, y que Judas, que huyó después de la detención, es presa ahora de ideas contrarias. De hecho Iscariote parece una fiera enfurecida a quien buscara una jauría de mastines. Cualquier ruido de los árboles del camino, la cantinela de una fuentecilla lo estremecen y lo hacen volver sospechoso, tembloroso, como si creyese que tiene encima a la policía. Vuelve por todas partes la cabeza, sin levantarla mira como al que desea ver, pero tiene miedo de hacerlo. Si los rayos de la luna por casualidad forman una sombra como de hombre, se le saltan los ojos a las órbitas, da salto atrás, se pone más pálido de lo que está, se detiene, y luego precipitadamente vuelve sobre sus pasos, cortando por veredas, hasta que otro ruido, u otro juego de rayos de luna lo detienen y lo hacen huir en dirección contraria.

Con vacilante paso se dirige hacia el interior de la ciudad, pero un fuerte griterío le hace comprender que está cerca de la casa de Caifás, y entonces, cubriéndose la cabeza con las manos, agachándose como si aquellos gritos fueran otras tantas piedras que le cayesen encima, huye, escapa, y toma un vericueto que lo lleva derecho a la casa donde se celebró la Cena, cae en la cuenta de ello por una fuentecilla que murmura en aquel punto. Este murmullo del agua que cae en la concavidad de piedra, el débil silbido del viento, que pasa por la callejuela formando una especie de lamento reprimido, le han de parecer ser el llanto de Jesús a quien traicionó y sus quejidos. Se tapa las orejas para no oír, y huye con los ojos cerrados para no ver la puerta por la que pocas horas antes había pasado con el Maestro y de la que salió en busca de los verdugos para capturarlo.

 

Corriendo así a ciegas choca contra 

un perro andariego

 

Corriendo así a ciegas choca contra un perro andariego, el primero que veo desde que tengo estas visiones. Es un perrazo grisáceo e hirsuto, que se hace a un lado con un gruñido, pronto a lanzarse contra cualquiera. Judas abre los ojos y ve dos pupilas fosforescentes que lo miran. Ve lo blanco de los colmillos. El animal parece como si sonriera diabólicamente. Judas lanza un grito de espanto. El perro toma el grito como amenaza, y se arroja sobre él. Los dos caen en tierra. Judas debajo, paralizado del terror, el perro encima. Cuando se separa de su presa, juzgándola indigna de sí. Judas sangra de dos o tres mordiscos. Su manto tiene varias rasgaduras.

Una de las mordidas se le clavó en la mejilla, en el lugar donde besó a Jesús. Le fluye sangre que le mancha el vestido amarillento. Le forma como una especie de collar que empapa la cinta roja con que se amarra al cuello, haciéndose más roja. Judas se lleva la mano a la mejilla, mira al perro que se aleja por el hueco de una puerta, entre dientes dice: "¡Belcebú!" Y, con otro grito, huye perseguido del perro. Huye hasta el puentecillo cercano al Getsemaní. Aquí el perro, bien porque se sienta cansado, bien porque tenga miedo al agua, deja de perseguirlo y regresa gruñendo. Judas, que se había metido al arroyo para tomar piedras que arrojar contra el perro, al verlo que se aleja, cae en la cuenta de que le sube el agua hasta la pantorrilla. Sin preocuparse de que sus vestiduras se mojan cada vez más, se agacha a beber y lo hace como quien tiene fiebre. Se lava la mejilla que le sigue sangrando y que debe dolerle. A los primeros débiles rayos de luz sube el arenal, por la otra parte, como si tuviese miedo del perro y no se atreviese a regresar a la ciudad.

 

Unos cuantos metros, y se encuentra a la entrada 

del Huerto de los Olivos. 

Grita. "¡Esa sangre, esa sangre!"

 

Unos cuantos metros, y se encuentra a la entrada del Huerto de los Olivos. Grita: "¡No, no!" al reconocer el lugar. Luego, no sé por qué fuerza irresistible, por algún sadismo satánico y criminal, avanza. Busca el lugar donde se llevó a cabo la detención. Se ve pisoteada la tierra, también la hierva, y gotas de sangre esparcidas por el suelo, tal vez de Malco.

Mira, mira... y luego da un ronco grito y un salto hacia atrás. Grita. "¡Esa sangre, esa sangre!" la señala..., ¿a quién?, con el brazo extendido y el índice. A la luz que sigue aumentando se le ve la cara de color cenizo. Es un espectro. Parece un loco. Los ojos los tiene horriblemente abiertos y relucientes como si estuviese delirando. Los cabellos despeinados por la carrera y por el terror están como de punta. La mejilla, que se va hinchando, forma en su boca algo como una sonrisa diabólica. Su vestido rasgado, ensangrentado, mojado, lleno de lodo, porque el polvo se le ha pegado, le da el aire de un mendigo. El manto, también lodoso y roto, le cae por la espalda como un guiñapo. Se enreda con él cuando al gritar: "¡Esa sangre, esa sangre!" retrocede como si aquella sangre se convirtiese en un mar que sube y baja. Judas cae de espaldas y se hiere la cabeza contra una piedra. Lanza un gemido de dolor y de miedo. "¿Quién es?" grita. Habrá pensado que alguien lo echó por tierra para golpearlo. Se vuelve aterrorizado. ¡Nadie! Se levanta. Ahora la sangre también brota por la nuca. El círculo rojo aumenta. No llega hasta la tierra, porque es poca. Empapa el vestido. Ahora la cinta roja la tiene ya al cuello.

Camina. Encuentra los restos de la hoguera que Pedro hizo a los pies de un olivo, pero él no lo sabe y se imagina que Jesús estuvo allí. Grita: "¡Largo, largo!" Y, con las manos extendidas ante sí, parece rechazar un fantasma que lo atormenta. Escapa, y va a dar contra el peñasco de la agonía.

 

Judas ve el manto de Jesús que dejó doblado 

sobre el peñasco. Lo reconoce. Quiere tocarlo, 

pero siente miedo.

 

El alba permite ver todo bien y al punto. Judas ve el manto de Jesús que dejó doblado sobre el peñasco. Lo reconoce. Quiere tocarlo, pero siente miedo. Estira la mano, la retira. Quiere. No quiere. El manto lo atrae irresistiblemente. Gime: "¡No, no!" Luego dice: "Sí, ¡por Satanás!, sí. Quiero tocarlo. ¡No tengo miedo! ¡No tengo miedo!" Dice que no lo tiene, pero castañetean sus dientes. Hasta el ruido que hace sobre su cabeza la rama de un olivo que el viento ha movido y que pega contra otra, le hace gritar de nuevo horrendamente. Con todo cobra fuerzas y toma el manto. Se ríe. Es la risa de un loco, de un demonio. Una sonrisa histérica, a pedazos, lúgubre, que no termina nunca, porque ha vencido su terror. Lo dice: "¡No me causas ningún temor, Jesús. Ninguno. Tanto que te temía, porque creía que eras un Dios, y un valiente. Ahora no me causas ningún miedo, porque no eres Dios. Eres un pobre loco, un cobarde. No supiste defenderte. No me redujiste a ceniza como tampoco leíste en mi corazón que te traicionaría. ¡Miedos míos!... ¡Qué necio fui! Cuando ayer por la noche hablabas, creí que lo sabías. Pero no fue así. Eres un nada. Te has dejado vender, señalar, apresar como ratón en la ratonera. ¡Tu poder! ¡Tu origen! ¡Ja, ja! ¡Bufón! ¡El fuerte es Satanás! Más fuerte que Tú. Te ha vencido. ¡Ja, ja! ¡El Profeta! ¡El Mesías! ¡El Rey de Israel! ¡Y pensar que por tres años me tuviste domeñado! ¡Y siempre con el miedo en el corazón! ¡Tenía que mentir para engañarte delicadamente cuando quería gozar de la vida! Pero aun cuando hubiera robado y fornicado sin emplear toda mi astucia, no me hubieras hecho nada. ¡Eres un debilucho! !Un loco! ¡Un pusilánime! Me he equivocado en no hacerte a Ti lo que hago a tu manto para vengarme del tiempo en que me has tenido esclavo del miedo. ¡Miedo de un conejo! ¡Mira, mira!"

A cada "¡Mira!" Judas muerde y trata de romper el manto. Lo despliega entre sus manos; y, al hacerlo, aparecen las manchas de sangre. Judas detiene su furia. Las mira. Las toca. Las huele... Extiende todo el manto. Se ven muy claras las huellas de las manos ensangrentadas que enjugaron el rostro.

 

¡Pero esta sangre es un mar! ¡Cubre la tierra! ¡La 

tierra, la tierra! ... ¡Soy el nuevo Caín del Inocente!"

 

"¡Sangre... sangre... sangre! ¡Suya!... ¡No!" Judas suelta el manto y mira a su alrededor. También sobre el peñasco, donde Jesús se apoyó con la espalda cuando el ángel lo consolaba, hay manchas de sangre. "¡Allí... allí!... ¡Sangre... sangre!..." Baja los ojos para no ver, y se encuentra con la hierba manchada también. Y, debido al rocío, parece como si fuera recién caída. Es rojiza. Brilla al sol. "¡No, no, no! ¡No quiero verla! ¡No puedo ver esa Sangre! ¡Auxilio!" Se lleva las manos a la garganta, y respira como si se estuviese ahogando en un mar de sangre. "¡Atrás, atrás! ¡Déjame! ¡Déjame, maldito! ¡Pero esta sangre es un mar! ¡Cubre la tierra! ¡La tierra, la tierra! Y sobre ella no hay lugar para mí, porque no puedo ver esa Sangre que la cubre. ¡Soy el nuevo Caín del Inocente!" Me imagino que la idea de suicidarse le llegó en estos momentos a la cabeza.

 

Regresa a la ciudad. Se dirige al templo y, en un 

cruce del camino, se encuentra frente a frente 

con la canalla que arrastra a Jesús hacia Pilatos. 

Las dos miradas se cruzan un momento. 

Luego pasa Jesús, amarrado, golpeado. 

Judas cae de bruces, como desvanecido.

 

 

La cara de Judas infunde temor. Brinca de la zanja y huye por el olivar sin regresar por el camino de antes. Parece como si fieras lo persiguiesen. Regresa a la ciudad. Se envuelve en el manto como puede y trata de cubrirse lo mejor posible la herida y la cara. Se dirige al templo y, al hacerlo, en un cruce del camino, se encuentra frente a frente con la canalla que arrastra a Jesús hacia Pilatos. No puede retroceder porque otra gente que ha acudido a ver, lo cerca por detrás. Y, como es alto, alcanza a ver todos, y se encuentra con la mirada de Jesús...

Las dos miradas se cruzan un momento. Luego pasa Jesús, amarrado, golpeado. Judas cae de bruces, como desvanecido. La gente lo pisotea sin piedad, y el no reacciona. Debe preferir que lo pisen todos, antes que encontrarse con esa mirada.

Cuando la jauría deicida ha pasado, y la calle queda vacía, se levanta y corre al templo. Tropieza y casi arroja por el suelo a un guardia que está a la puerta del recinto. Otros guardias corren para impedirle la entrada, pero, como un toro furioso, ataca a todos. Uno que se le ha asido para no dejarle entrar al salón del Sanedrín donde todavía están discutiendo, lo toma por la garganta y lo arroja escalones abajo, si no muerto, ciertamente muy mal parado.

 

"No quiero, malditos, vuestro dinero" 

grita de pie en medio del salón, en el lugar 

donde antes había estado Jesús.

 

"No quiero, malditos, vuestro dinero" grita de pie en medio del salón, en el lugar donde antes había estado Jesús. Parece un demonio vomitado por el infierno. Ensangrentado, despeinado, delirante, babeando, las manos en forma de garras, grita y parece como si ladrara, por lo estridente de su voz. "¡No quiero vuestro dinero, malditos! Me habéis perdido. Me hicisteis cometer el más grande pecado. Como vosotros, también yo soy maldito. He entregado la Sangre inocente. Que ella caiga sobre vosotros tanto como mi propia muerte. Sobre vosotros... ¡No! ¡Ah!" Judas ve el pavimento manchado de sangre. "¿También aquí la hay? ¡Por todas partes! ¡Por todas partes está  su Sangre! ¿Cuánta Sangre tiene el Cordero de Dios para cubrir así la tierra y no morir? ¡Pensar que yo le he derramado! ¡Por instigación vuestra! ¡Malditos, malditos, malditos para siempre! ¡Maldición a estos muros! ¡Maldición sobre este Templo profanado! ¡Maldición al pontífice deicida! ¡Maldición a los sacerdotes indignos, a los fariseos hipócritas, a los judíos crueles, a los escribas mentirosos! ¡Sea yo maldito! ¡Lo sea yo! Tened vuestro dinero y os destroce el corazón como a mí la cinta." Arroja la bolsa contra la cara de Caifás. Y sale, lanzando un grito, mientras el dinero suena esparciéndose contra el suelo después de haber roto la boca a Caifás.

 

Fatalmente vuelve a cruzarse otras dos veces 

con Jesús que va y viene del palacio de Herodes. 

va a dar nuevamente frente al Cenáculo. 

Está cerrado.

"¡La Madre!" murmura. "¡La Madre!..."

 

Nadie se atreve a detener a Judas. Corre. Fatalmente vuelve a cruzarse otras dos veces con Jesús que va y viene del palacio de Herodes. Abandona el centro de la ciudad. Toma al acaso por las callejuelas más miserables y va a dar nuevamente frente al Cenáculo. Está cerrado. Como abandonado.

Se detiene. Lo mira. "¡La Madre!" murmura. "¡La Madre!..." Se queda inmóvil... "¡También yo tengo una madre! ¡Y a una madre le he matado su hijo!... También... Quiero entrar... Volver a ver la sala. Aquí no hay sangre..." Da un golpe a la puerta... otro... otro... La dueña de casa viene y apenas si abre... Al ver a Judas deformado, irreconocible lanza un grito y trata de cerrar, pero Judas de un empujón, la abre y, separando violentamente a un lado a la mujer, entra.

 

Corre hacia la puertecita que da a la sala. 

La abre. Judas va a la mesa.

 

Corre hacia la puertecita que da a la sala. La abre. Entra. Hermosos rayos matutinos entran por las ventanas abiertas. Da un suspiro de descanso. Sigue hacia adelante. Aquí hay calma y silencio. La vajilla está toda en su lugar. Se comprende que nadie hasta ahora se ha preocupado de ella. Da la impresión de que esperase a los invitados.

Judas va a la mesa. Mira si hay vino en las jarras. Lo hay. Bebe directamente y con ansias de una de ellas que sostiene con ambas manos. Luego se deja caer sentado, apoya la cabeza sobre sus brazos cruzados sobre la mesa. No ha caído en la cuenta de que está sentado exactamente en el lugar de Jesús y que tiene ante sí el cáliz que se empleó para la Eucaristía. Se queda firme por unos minutos, hasta que la fatiga de la carrera desaparece. Luego levanta su cabeza, distingue la copa, se acuerda de donde está sentado.

 

"¡Sangre! ¡Sangre, Sangre también aquí! ¡Su Sangre! 

¡Su Sangre!... "Haced esto en recuerdo de Mí... 

Tomad y bebed. Esta es mi Sangre... 

La Sangre del nuevo testamento 

que será derramada por vosotros..." 

 

Se levanta como endemoniado. Pero la copa lo atrae. Todavía hay un poco de vino rojo en el fondo; y el sol, al dar sobre el metal (parece de plata), enciende el líquido.  "¡Sangre! ¡Sangre, Sangre también aquí! ¡Su Sangre! ¡Su Sangre!... "Haced esto en recuerdo de Mí... Tomad y bebed. Esta es mi Sangre... La Sangre del nuevo testamento que será derramada por vosotros..." ¡Ah, maldito sea yo! ¡Porque por mi pecado no se derramará! No le pido perdón porque no puede perdonarme. ¡Largo, largo! No hay lugar donde el Caín de Dios pueda encontrar reposo. ¡Muerte, muerte!..."

 

Se encuentra con María, de pie sobre la puerta 

de la habitación donde Jesús le había dejado.

"¡Judas!" dice María, "Judas, ¿a qué viniste?"

"Judas" repite la Virgen "¿qué has hecho? 

¿Has correspondido a tanto amor 

con la traición?"

Huye precipitadamente.

 

Sale. Se encuentra con María, de pie sobre la puerta de la habitación donde Jesús le había dejado. Ella, al oír ruido, se había asomado, esperando tal vez ver a Juan, que hace varias horas que marchó. La Virgen está pálida como si le hubieran sacado toda la sangre. Sus ojos, llenos de dolor, son muy semejantes a los de su Hijo. Judas se encuentra con esos ojos que lo miran dolorosos y conscientes como lo miraron los de Jesús en la calle. Y, con un "¡Oh!" de espanto, se pega contra el muro.

"¡Judas!" dice María, "Judas, ¿a qué viniste?" Las mismas palabras de Jesús, dichas con un amor doloroso. Judas las recuerda. Y lanza un aullido.

"Judas" repite la Virgen "¿qué has hecho? ¿Has correspondido a tanto amor con la traición?" La voz de María es una temblorosa caricia.

 

María le llama con una voz capaz de convertir a un 

demonio. "¡Judas! ¡Judas! ¡Detente! ¡Espera! ¡Escucha! 

Te lo digo en su nombre: arrepiéntete, Judas. 

El perdona..." Judas huye.

 

Judas intenta escapar. María le llama con una voz capaz de convertir a un demonio. "¡Judas! ¡Judas! ¡Detente! ¡Espera! ¡Escucha! Te lo digo en su nombre: arrepiéntete, Judas. El perdona..." Judas huye. La voz de María, su aspecto, ha sido el golpe de gracia, o de desgracia, porque la resiste.

Huye precipitadamente. Se encuentra con Juan que viene corriendo a la casa para acompañar a la Virgen. La sentencia ha sido pronunciada. Jesús está a punto de emprender el camino hacia el Calvario. Es hora de que la Madre sea llevada a donde su Hijo. Juan reconoce a Judas, aun cuando muy poco quede del hermoso Judas de hace unas cuantas horas. "¿Tú, aquí?" le pregunta Juan con manifiesto desprecio. "¿Tú, aquí? ¡Maldición te caiga, asesino del Hijo de Dios! El Maestro ha sido sentenciado a muerte. Alégrate si puedes, pero déjame libre el camino. Voy a llevar a su Madre. ¡Que ella, la otra Víctima, no te encuentre, sierpe horrenda!"

Judas huye. Se envuelve la cabeza con los trozos del manto dejando solo un resquicio para ver. La gente, la poca gente que no ha ido al Pretorio, al verlo, se hace a un lado, como si evitase a un loco. Y tal lo parece.

Vaga por los campos. El viento le trae de vez en cuando un eco de la gritería que lanza la turba. Cada vez que llega el eco hasta Judas, aúlla como un chacal.

Creo que realmente está ya loco, porque sacude su cabeza rítmicamente contra las paredes. Se ha hecho hidrófobo porque al ver cualquier líquido que sea: agua, leche que lleva en una jarra un niño, aceite que sale de una bota, grita, aúlla, grita: "¡Sangre, Sangre! ¡Su Sangre!"

Tiene ansias de beber en los arroyuelos o en las fuentes pero no puede, porque el agua le parece sangre, y lo dice; "¡Es sangre! ¡Me ahoga! ¡Me quema! ¡Siento quemarme! ¡Su Sangre, que ayer me ha dado, se me ha convertido en fuego! ¡Maldición sobre mí! ¡Maldición sobre Ti!"

 

Sube y sigue subiendo por las colinas que rodean 

Jerusalén. Desde lejos, ve por dos veces que el 

cortejo desaparece por la subida.

mira hacia el Gólgota. 

Ve que son levantadas las cruces 

y comprende que Jesús ha sido crucificado.

 

Sube y sigue subiendo por las colinas que rodean Jerusalén. Sus ojos van irresistiblemente al Gólgota. Desde lejos, ve por dos veces que el cortejo desaparece por la subida. Mira y aúlla.

Está en la cima. También Judas lo está sobre un pequeño collado cubierto de olivos. Entró en él abriendo una portezuela, como si fuese su dueño, o por lo menos muy práctico en abrir tales puertas. Tengo la idea de que Judas no tenía muchos respetos para con la propiedad ajena. De pie bajo un olivo, al borde de una zanja, mira hacia el Gólgota. Ve que son levantadas las cruces y comprende que Jesús ha sido crucificado. No puede ver ni oír, pero el delirio o el maleficio de Satanás le hacen ver y oír como si estuviese en la cima del Calvario.

Mira, mira como embrujado. Se sacude: "¡No, no, no me mires! ¡No me hables! No lo soporto. ¡Muere, muere, maldito! ¡La muerte te cierre los ojos que me hacen temblar, que te cierre la boca que me maldice! Pero también yo te maldigo, porque no me has salvado."

La cara de Judas está en tal forma transformada que no puede verse. Dos hilillos de baba le bajan por la boca. La mejilla, donde le mordió el perro, está verdosa e hinchada. Su cara como torcida. Sus cabellos pegajosos; su barba, muy negra, que le ha crecido en las mejillas durante estas horas, le dan un aspecto lúgubre. Y ¡qué decir de sus ojos!... Giran, se tuercen, brillan, como si fuesen de demonio. Arranca de su cintura la gruesa faja de lana roja que le da tres vueltas. Ve que resiste al amarrarla al tronco de un olivo y al jalar de ella con todas sus fuerzas. Resiste. Escoge un olivo para lo que intenta. El que da hacia la zanja con sus ramas. Sube sobre él. Amarra fuertemente una punta en la rama más robusta y que da al vacío. Ha hecho el nudo corredizo. Por última vez ve el Gólgota. Luego mete la cabeza en el nudo. Ahora parece como si tuviera dos collares rojos a ras del cuello. Se sienta al borde, luego de un golpe se lanza al vacío.

El nudo lo aprieta. Se sacude por algunos minutos. Se le saltan los ojos. Se ennegrece. Abre la boca; las venas del cuello se hinchan y se ponen negras. Da cuatro o cinco patadas en el aire, en su última convulsión. La boca se le abre. Le cuelga la lengua negra y babosa. Los ojos se abren más, dejando a la vista el tomate inyectado de sangre. El iris del ojo se oculta bajo el párpado. Ha muerto. El fuerte viento, que sopla por la tormenta, bambolea el macabro péndulo y le hace dar vueltas como una horripilante araña junto a su tela.

XI. 535-541

A. M. D. G.