JUAN VA A BUSCAR A LA MADRE
DE JESÚS
Son las 10.30 del viernes santo, 7 de abril de 1944, la hora en que mi interno locutor me dice que fue la hora en que Juan fue donde la Virgen.
#"¡Oh, Dios Altísimo, ayúdame! ¡Ayúdame a decirlo a su Madre! ¡No tengo valor!...
#"Juan, ¿has venido?" La Virgen está en la puerta de su habitación
#"Respóndeme, Juan. ¿Dónde está mi Hijo?"
#Juan. ¿Dónde está Jesús?" "Sale de la casa de Pilatos.
#"¡Hijas, calmaos! ¡Ayudadme a no llorar! Vámonos."
#COMO VI (El pequeño Juan) A JESÚS CUANDO SE DESPIDIÓ DE SU MADRE ANTES DE LA CENA-RETRATO DE JESÚS
Me parece que Juan está mucho más pálido que cuando lo vi en el patio de Caifás con Pedro. Tal vez se debió a la luz de la hoguera, que le bañaba las mejillas. Ahora lo veo como si hubiese salido de una larga enfermedad. Al ver su túnica de color lila, su cara parece la de un ahogado, por lo pálido que está. Los ojos han perdido su brillo. Sus cabellos están sucios y despeinados. La barba rubio-blanca, que le ha brotado en estas horas, le pinta algo de claridad en las mejillas, y el mentón lo hace más pálido. Del jovial Juan, del alegre Juan de pocas horas antes, no queda nada, sino una ascua de ira, que apenas logró contener para no golpear a Judas.
Llama a la puerta de la casa. Del interior una voz, que parece tiene miedo de encontrarse nuevamente con Judas, le pregunta quién es. Responde: "Soy Juan." Le abren y entra.
Se dirige al cenáculo, sin responder a la dueña que le pregunta: "Pero, ¿que está pasando en la ciudad?"
"¡Oh, Dios Altísimo, ayúdame! ¡Ayúdame a decirlo
a su Madre! ¡No tengo valor!... Sin embargo debo
decírselo. Debo decírselo, porque me
he quedado solo."
Se encierra, y cae de rodillas contra el asiento en que estuvo Jesús. Y llora al llamarlo en su dolor. Besa el mantel en el lugar donde el Maestro puso sus manos juntas. Acaricia el cáliz que Jesús tuvo entre sus manos... Luego dice; "¡Oh, Dios Altísimo, ayúdame! ¡Ayúdame a decirlo a su Madre! ¡No tengo valor!... Sin embargo debo decírselo. Debo decírselo, porque me he quedado solo."
Se levanta. Piensa. Toca nuevamente el cáliz como para conseguir fuerzas. Mira a su alrededor... Ve todavía la toalla allí donde Jesús la dejó, después que se secó con ella las manos al final del lavatorio de los pies, y la otra toalla con que se ciñó la cintura. Las toma, las dobla, las acaricia, las besa. Se queda de pie sin saber qué hacer en medio de la habitación vacía. Dice: "¡Vamos!", pero no se mueve; antes bien regresa a la mesa, toma el cáliz, el pan del que Jesús tomó un pedazo para dárselo a Judas mojado y que está en el rincón de la mesa. Los besa. Los toma con las toallas, se los aprieta contra el corazón como una reliquia. Repite: "¡Vamos!" y suspira. Camina hacia la escalera, que sube inclinado con pasos lentos, que arrastra. Abre, sale.
"Juan, ¿has venido?" La Virgen está en la puerta de su habitación apoyándose contra el estípite, como si no tuviese fuerzas de estar de pie. Juan levanta su cabeza. La mira. Quiere hablar. Abre la boca. No logra decir nada. Dos gruesas lágrimas resbalan sus mejillas. Inclina su cabeza, avergonzado de su debilidad.
"Ven aquí, Juan. No llores. Tú no debes llorar. Tú siempre lo has amado y lo has contentado. Que esto te consuele."
Estas palabras abren los diques al llanto de Juan, tan fuerte que la dueña de casa se asoma como también María Magdalena, la mujer de Zebedeo y las otras...
"Ven conmigo, Juan." María se separa del estípite y lo toma de la muñeca. Lo lleva a la habitación como si fuese un niño. Cierra despacio la puerta para estar a solas con él.
"¡Perdón, perdón! ¡Madre, perdón!"
"¿Qué debo perdonarte, pobre hijito? ¿Qué?
¡A ti, nada!"
¡Porque lo abandoné! ¡Porque huí!
Juan no se opone; pero, cuando siente que María pone sobre su cabeza su mano temblorosa, cae de rodillas poniendo en el suelo lo que traía contra el pecho. Y, con la cara hacia el suelo, asiendo la extremidad del vestido de María que se aprieta contra su afligida cara, en medio de sollozos, dice: "¡Perdón, perdón! ¡Madre, perdón!"
María, de pie, afligida, con una mano sobre el pecho y la otra colgando con una voz que destroza pregunta: "¿Qué debo perdonarte, pobre hijito? ¿Qué? ¡A ti, nada!"
Juan levanta su cara, la cara de un pobre niño que llora, y grita: "¡Porque lo abandoné! ¡Porque huí! ¡Porque no lo defendí! ¡Oh Maestro mío, Oh Maestro, perdón! ¡Debería haber muerto antes de haberte dejado! ¡Madre, Madre! ¿quién me quitará este remordimiento?"
"Calma, Juan. El te perdona. Te ha perdonado ya. Jamás ha pensado en tu extravío. Te ama." María habla despacio, haciendo pausa entre frase y frase, como presa de ansia, con una mano sobre la cabeza de Juan y la otra contra su pecho que palpita de aflicción.
"Ni anoche mismo pude comprenderlo... me dormí, cuando El nos pidió que velásemos. ¡Abandoné a mi Jesús! luego escapé cuando aquel maldito llegó con los sayones.."
"Juan, no maldigas. No odies, Juan. Deja al Padre que juzgue. Escucha: ¿dónde está ahora?"
Juan vuelve a caer con la cara sobre tierra y llora más fuerte.
"Respóndeme, Juan. ¿Dónde está mi Hijo?"
"Respóndeme, Juan. ¿Dónde está mi Hijo?"
"Madre... yo ... Madre... ha sido..."
"Ha sido condenado, lo sé. Te pregunto, ¿en estos momentos dónde está?"
"Hice todo lo posible porque me viese... procuré recurrir a los que pueden hacer... que sufra menos, por compasión. No le han hecho mucho mal..."
Desde anoche lo he seguido en su dolor. No lo ves.
Pero mi cuerpo ha sido azotado
con los mismos flagelos,
sobre mi frente he sentido las espinas,
he sentido los golpes... todo.
Pero ahora... no veo más. ¡
Ahora ignoro dónde esté mi Hijo
condenado a la cruz!... ¡a la cruz!...
¡Oh Dios, dame fuerzas! El debe verme.
Sale de la casa de Pilatos.
"No mientas, Juan. Ni siquiera por compasión a una madre. No lo lograrías. Sería inútil. Lo sé. Desde anoche lo he seguido en su dolor. No lo ves. Pero mi cuerpo ha sido azotado con los mismos flagelos, sobre mi frente he sentido las espinas, he sentido los golpes... todo. Pero ahora... no veo más. ¡Ahora ignoro dónde esté mi Hijo condenado a la cruz!... ¡a la cruz!...¡Oh Dios, dame fuerzas! El debe verme. No debo sentir mi dolor mientras El siente el suyo. Cuando... todo haya terminado, haz que muera, ¡oh Dios!, si quieres. Ahora no. Por El no. Para que me vea. Vamos, Juan. ¿Dónde está Jesús?"
"Sale de la casa de Pilatos. Eso que oyes es la gritería que lanza la plebe a su alrededor. Está amarrado, en los escalones del Pretorio, esperando la cruz, o bien ya va hacia el Gólgota."
"Háblale a tu madre, Juan y a las otras mujeres. Vámonos. Toma esa copa, ese pan, esos lienzos... Ponlos aquí. Nos servirán de consuelo... después... y vámonos."
Juan recoge los objetos tirados en el suelo y va a llamar a las mujeres. María lo espera, pasándose por el rostro los lienzos como para hallar en ellos la caricia de la mano de su Hijo. Besa el cáliz, el pan, y pone todo en un armario. Se arropa en su manto haciendo que le llegue hasta los ojos, sobre el velo que le cubre la cabeza y que se lo envuelve en el cuello. No llora, pero sí tiembla. Parece como si le faltase el aire, pues abre la boca para respirar. Juan entra seguido de las mujeres que vienen llorando.
"¡Hijas, calmaos! ¡Ayudadme a no llorar! Vámonos." Se apoya en Juan que la guía y sostiene como si fuese una ciega. La visión cesa a las 11.30 hora solar.
COMO VI (El pequeño Juan) A JESÚS CUANDO SE DESPIDIÓ
DE SU MADRE ANTES DE LA CENA
RETRATO DE JESÚS
Jesús está de rodillas a los pies de su Madre. La tiene abrazada por la cintura, reclinando su cabeza sobre sus rodillas y levantando su rostro para mirarla una y otra vez. La luz de una lámpara de aceite de tres mecheros, que está en la extremidad de la mesa, cerca de la silla de la Virgen, da de lleno en el rostro de Jesús. Su Madre ha quedado más bien a la sombra, pues tiene la luz detrás de su espalda. Jesús está bien iluminado.
...Su cabellera está dividida a la mitad de la cabeza. Le cae en largas guedejas hasta la espalda, onduladas, que terminan en pequeños rizos, brillantes, sutiles, bien peinadas, de un color rubio sobre todo en las puntas que cobran el color de bronce. Una frente muy amplia, bellísima, lisa; sus sienes un poco hundidas en las que aparecen venas de color azul, con un tinte de índigo, que se dejan ver bajo la blanquísima piel, de una blancura especial de ciertos individuos de cabellos rojo-rubios: un blancor lácteo con un matiz que sabe a marfil, pero con un dejo levísimo de azul; piel delicadísima que parece un pétalo de camelia blanca, tan fina que se dejan ver aun las venas más delgadas, tan sensible que cualquier sentimiento se dibuja con más o menos colores vivos.
A Jesús siempre lo he visto pálido, un poco recamado del sol, desde que empezó sus largas caminatas por Palestina. La Virgen, por el contrario, es más blanca, porque siempre ha estado en casa. Pero su color blanco es rosado. El de Jesús es de color blanco-marfil con su tinte de azul. Nariz larga y recta, con una leve curvatura para arriba, hacia los ojos. Una nariz de zafiro muy oscuro. Cejas y pestañas tupidas, pero no mucho. Largas, hermosas, tersas, castaño-oscuras, pero con un microscópico centelleo de oro en la punta de cada una de ellas. Las de María son de un castaño clarísimo, más sutiles y ralas. Tal vez se ven así porque son muy claras, tanto que parecen rubias. Su boca es regular, hasta un tantín pequeña, bien hecha, muy semejante a la de su Madre. Los labios de Jesús están bien proporcionados, ni demasiado delgados ni gruesos. Muestran una bella curvatura en el centro, en las comisuras como que desaparecen, y dejan ver una boca más pequeña de lo que es. Sus dientes son regulares, fuertes, grandes, blanquísimos. Los de María son por el contrario pequeños, pero regulares y sin estar abiertos.
Mejillas delgadas pero no descarnadas. Un óvalo muy estrecho y largo, hermosísimo; los pómulos ni muy salientes, ni hundidos. La barba, tupida en el mentón, está partida en dos. Rodea pero no cubre la boca sino hasta el labio inferior y sube cada vez más pequeña. A la altura de la boca, disminuye, y da la impresión en las mejillas como si fuese polvo de bronce esparcido sobre ellas. Donde la barba es tupida tiene un color rubio-rojo oscuro. De igual color son los bigotes, que no son muy tupidos, pero sí cortos. Apenas si cubren el labio superior y llegan sólo hasta las fisuras de la boca. Sus orejas son pequeñas, bien hechas, muy unidas a la cabeza. No sobresalen.
...Cuando vi que alargaba y ponía su rostro sobre el pecho de su Madre, como un niño necesitado de caricias, me preguntaba, una vez más, cómo pudieron los hombres enfurecerse de ese modo contra El, que es tan dulce, tan bueno en todas sus acciones, y que con su presencia se atrae los corazones. Vi las hermosas, largas y pálidas manos que abrazaban a su Madre por la cintura, que abrazaban también sus brazos y me decía: "Dentro de poco serán traspasadas por los clavos"
XI. 553-557
A. M. D. G.