EL SEPULCRO DE JOSÉ DE ARIMATEA
LA TERRIBLE ANGUSTIA DE LA VIRGEN
EL EMBALSAMAMIENTO DEL SALVADOR
#María se inclina sobre el Hijo y llora.
#Llora, y llora porque se acuerda de cuando Jesús era niño.. El motivo
#"Idos, todos. Yo me quedo. Encerradme con El.
#"Idos. Yo me quedo. Dentro de tres días volved, y juntos saldremos.
#Sentándose al lado de la piedra se lo pone sobre sus piernas.
#Nicodemo y José se preparan para embalsamarlo y la Dolorosa se opone
#Magdalena con su voz armoniosa recita el salmo davídico sobre la pasión del Mesías.
#Dice Jesús: "Y el tormento continuó con asaltos periódicos hasta el alba del domingo.
#Jesús no se ve más. Sus formas desaparecen bajo los lienzos de lino.
El pequeño cortejo después de haber bajado el Calvario encuentra a sus pies el sepulcro de José de Arimatea excavado en la parte calcárea, y entran en él.
Veo el sepulcro que es así: un lugar excavado en la piedra, en la extremidad de un huerto en flor. Parece una gruta, pero no hay duda que es mano de hombre. Hay la cámara sepulcral propiamente dicha con sus nichos (diversos de los de las catacumbas). Estos son como huevos redondos hechos en la piedra como agujeros de una colmena, para dar una idea. No hay nada en ellos. Parecen una mancha negra en el color grisáceo de la piedra. Anterior a esta cámara sepulcral, hay una antecámara. En el centro, una mesa de piedra para la unción, sobre la que se coloca a Jesús con su lienzo.
Entran también Juan y la Virgen, y nadie más porque la cámara preparatoria es reducida, y si entrasen muchos, no podrían moverse. Las otras mujeres se quedan a la puerta, cerca de la apertura, porque a decir verdad no hay puerta propiamente dicha.
Los dos portadores descubren el cuerpo de Jesús.
María se inclina sobre el Hijo y llora.
Mientras preparan en un ángulo, en una especie de mesa pequeña, a la luz de dos antorchas, vendas y aromas, María se inclina sobre el Hijo y llora. Lo vuelve a limpiar con el velo que tiene todavía Jesús en su cuerpo. El único baño, que el cuerpo de Jesús recibe, son las lágrimas de su Madre, y aunque copiosas y abundantes no sirven sino para quitar superficial y parcialmente el polvo, sudor y sangre de su Cuerpo torturado.
María no se cansa de acariciar los miembros fríos. Con una delicadeza mayor que si tocara a un recién nacido, toma las pobres manos laceradas, las oprime entre las suyas. Besa los dedos, los extiende, trata de juntar los bordes de las heridas como para curarlas, para que no cause tanto dolor. Se pone en las mejillas esas manos que no pueden ya acariciarla, y llora, llora con un dolor vehemente. Endereza, une los pies que están así sueltos, como cansados del largo camino que por nosotros hicieron. Pero están tan maltratados por la cruz, sobre todo el izquierdo que está como plano, como sin tobillo.
Luego vuelve al cuerpo y lo acaricia. Está frío, rígido. Cuando una vez más ve la herida de la lanza que está abierta, dada la posición supina del cuerpo sobre la laja de piedra, por la que se puede ver mejor la cavidad torácica (la punta del corazón aparece clara entre el esternón y el arco izquierdo de las costillas, unos dos centímetros arriba de él se ve la cortada hecha con la punta de la lanza en el pericardio y cardio, como de un centímetro y medio de largo; mientras que la exterior al costado derecho es por lo menos de siete), lanza de nuevo sus fortísimos sollozos como en el Calvario. Parece como si la lanza la atravesara también a Ella. Se retuerce en medio de su dolor. Se lleva las manos a su corazón, atravesado como el de Jesús. ¡Pobre Madre! ¡Cuántos besos no da en esa herida!
Llora, y llora porque se acuerda de cuando
Jesús era niño... El motivo, es el recuerdo
de la infancia de Jesús
Contempla la cabeza. La endereza porque se ha quedado ligeramente inclinada hacia adelante y mucho a la derecha. Trata de cerrar los párpados que a medias lo están. La boca sigue abierta, contraída, un poco torcida a la derecha. Compone los cabellos, que ayer eran hermosos, bien peinados y ahora son un mechón pegajoso de sangre. Desmaraña los pelluzgones se los lisa con sus dedos, se los frota para darles su antigua forma, que eran suaves y rizados. Llora, y llora porque se acuerda de cuando Jesús era niño.. El motivo fundamental de su dolor, es el recuerdo de la infancia de Jesús, de su amor que le tuvo, de sus cuidados que temían aun del aire más vivo por su Hijo, y la realidad que contempla.
Su lamento me hace entristecer. Me hace llorar y sufrir como si una mano me hurgase en el corazón al ver su gesto cuando llorando dice: "¿Qué te han hecho, Hijo mío? " no resistiendo verlo así: desnudo, tieso, sobre una piedra. Lo toma entre sus brazos. El derecho se lo pasa por la espalda y con la otra se lo aprieta contra el pecho, arrullándolo, como lo hacía en la gruta de Belén.
María está de pie, junto a la piedra del embalsamamiento. Acaricia y contempla. Gime y llora. La luz temblorosa de las antorchas ilumina a intervalos su rostro y veo que sobre él, que está palidísimo, caen gruesas lágrimas. Oigo lo que dice. Lo oigo todo. Claro, aun cuando lo dice entre labios, un real coloquio de un alma materna con el alma del Hijo. Recibo órdenes de escribirlo.
"¡Pobre Hijo, cuántas heridas!... ¡Cuánto sufriste! ¿Mira lo que te hicieron!... ¡Qué frío estás, Hijo! Tus dedos están helados. ¡Qué tiesos! Parece como si estuvieran despedazados. Jamás así habían estado, ni cuando de niño tranquilamente dormías, ni cuando el cansancio te rendía... amor santo, amor mío! ¡Mira cuán despedazadas están! Juan, ¡mira qué herida! ¡Oh, crueles! Da, da a tu Mamita esta mano, para que te la cure. No te lastimaré... La besaré, la bañaré en lágrimas, con mi hálito, con mi amor la calentaré. ¡Haz, Hijo, una caricia! Estás helando y yo ardo. Mi fiebre la bajará tu hielo y tu hielo se derretirá en mi calentura. ¡Una caricia, Hijo! Pocas horas hace que no me acaricias, y me parecen siglos. Hubieron meses sin tus caricias y horas me parecieron porque siempre esperaba tu llegada. De cada día hacía una hora, de cada hora un minuto, y me decía yo que no estabas lejos más de unas dos lunas, sino de pocos días, de pocas horas. ¿Por qué ahora el tiempo parece tan largo? ¡Ah, dolor humano! ¡Has muerto! ¡Te me han matado! ¡No estás ya más en la tierra! ¡No más! A cualquier lugar donde mi alma se arroje para buscar la tuya y ella abrazarse, pues encontrarte, poseerte, sentirte, es la vida de mi cuerpo, de mi espíritu; en cualquier lugar que te busque con la onda de mi amor, no te encuentro más, no te encuentro más. ¡No me queda de Ti sino estos despojos fríos, sin alma! ¡Oh alma de mi Jesús! ¡Oh alma de mi Mesías! ¡Oh alma de mi Señor! ¿Dónde estás? ¿Por qué habéis quitado el alma a mi Hijo, crueles hienas, emparentadas de Satanás? ¿Por qué no me habéis crucificado con El? ¿Tuvisteis miedo de cometer otro crimen? (La voz se hace cada vez más fuerte y desgarradora). Para vosotros que no dudasteis en matar a Dios, hecho hombre, ¿qué podía significar matar a una pobre mujer? ¿ No habéis cometido un segundo delito? ¿Y no es el más nefando el dejar que sobreviva una madre a su hijo asesinado?"
María, que al hablar había ido levantando también la cabeza, vuelve a inclinarse sobre el rostro muerto y a hablar en voz baja. Le habla a El solo: "Por lo menos en la tumba, aquí dentro, habríamos estado juntos, como juntos estuvimos en la agonía de la cruz, juntos en el viaje a la otra vida y en el encuentro con la Vida. Pero si no puedo seguirte en el viaje, aquí puedo quedarme a esperarte."
"Idos, todos. Yo me quedo. Encerradme con El.
Vuelve a enderezarse y con voz fuerte ordena a los presentes: "Idos, todos. Yo me quedo. Encerradme con El. Lo espero. ¿Qué decís? ¿Que no se puede? ¿Por qué no? Si hubiera muerto yo, ¿no estaría tendida a su lado, esperando a que se me embalsamase? Me quedaré a su lado, pero de rodillas. Lo estuve cuando daba vagidos, delicado y de color rosa era, en una noche de diciembre. Me quedaré ahora en esta noche del mundo que no tiene más a mi Jesús. ¡Oh, verdadera noche! ¡La Luz no existe más!...¡Oh noche fría! ¡El Amor ha muerto! ¿Qué dices, Nicodemo, que me contamino? Su Sangre no contamina. No me contaminé al engendrarlo. ¡Ah! Como saliste, Tú, flor de mi seno, sin romper ninguna fibra, sino como un narciso perfumado que brota de lo profundo del bulbo-matriz y florece, aun cuando si el abrazo de la tierra no ha estado en la matriz. Florecer virginal que en Ti encuentra su razón. ¡Oh Hijo que viniste de un abrazo celestial y nacido en medio de fulgores celestiales!"
Ahora María, la llena de dolores, vuelve a inclinarse sobre su Hijo. No hace caso de ninguna otra cosa que no sea El, y en voz baja pregunta: "¿Te acuerdas, Hijo, de aquella vestidura sublime que tenía todo cuando tu sonrisa saludaba al mundo? ¿Te acuerdas de aquella beatifica luz que el Padre envió de los cielos para envolver el misterio de tu florecer y para que encontrases menos repugnante este mundo oscuro, Tú que eras luz y venías de la luz del Padre y del Espíritu Paráclito? ¿Y ahora?... Ahora oscuridad y frío...¡Cuánto frío! ¡Mucho! Yo estoy temblando. Más que aquella noche dicembrina. Entonces tuve la alegría de calentarme mi corazón contigo. Tú tenías a dos que te amaban... Ahora... Ahora estoy sola y agonizo. Pero te amaré por dos: por estos que te han amado tan poco que te abandonaron en el momento del dolor; te amaré por los que te han odiado; por todo el mundo te amaré, ¡oh Hijo! No sentirás el hielo del mundo. No, no lo sentirás. No me abriste mis entrañas para nacer pero para que no sientas el frío estoy pronta a abrírmelas, a encerrarte dentro de mi seno. ¿Recuerdas cuánto este seno te amó, pequeño germen que palpitabas?... Es siempre este seno. ¡Oh! es mi derecho y mi deber de Madre. Es mi deseo. Nadie más que tu Madre puede tenerlo, que pueda amar a su Hijo con un amor tan grande como el universo."
"Idos. Yo me quedo. Dentro de tres días volved,
y juntos saldremos.
La voz ha ido elevándose, y ahora resuena fuerte: "Idos. Yo me quedo. Dentro de tres días volved, y juntos saldremos. ¡Oh, volver a ver el mundo apoyada en tu brazo, Hijo mío!¡Qué bello será a la luz de la sonrisa de resucitado! El mundo que se estremece al paso de su Señor.
La tierra tembló cuando la muerte te arrancó el alma, y de tu corazón salió el alma. Pero ahora temblará... no de horror ni de convulsiones, sino de un horror suave, que no conozco, pero que mi feminidad intuye, que sacude a una doncella, cuando después de una ausencia, oye las pisadas del esposo que viene para las nupcias. Mucho más: la tierra se estremecerá con un estremecimiento santo, como me pasó a mi hasta lo más íntimo de mi ser, cuando tuve en mí al Señor Uno y Trino, y el querer del Padre con el fuego del Amor creó el germen de donde viniste, ¡oh Niño santo mío, Criatura mía, Tesoro mío! ¡Eres todo de tu Mamá!... Cada niño tiene su padre y madre. Aun el bastardo. Pero Tú solo tuviste tu Madre que te formó tu carne rosada y de lirio, que te fabricó tus venas, azules como nuestros ríos de Galilea, estos labios de granado, estos cabellos que más hermosos no tienen las cabras rubias de nuestros collados; y estos ojos: dos pequeños lagos del Paraíso. No, sino que son del agua de donde viene el único y cuádruplo río del Lugar de Delicias, y consigo arrastra, en sus cuatro ramas, oro, ónice, bedelio, y marfil, diamantes, palmas, miel, rosas, riquezas infinitas, ¡Oh Fisón!, ¡oh Gehón!, ¡oh Tigris!, ¡oh Eufrates!: camino de los ángeles que jubilosos se alegran en Dios, camino de los reyes que te adoran. Esencia conocida o desconocida, pero viviente, presente aun en el corazón más oscuro. Sólo tu Mamita te ha hecho esto con su "si"... Te compuso de música y amor: de pureza y obediencia te hizo ¡oh alegría mía! ¿Qué es tu corazón? La llama del mío que se dividió para concentrarse en un corona alrededor del beso que Dios regaló a su virgen. Es esto tu corazón. ¡Ah! (El grito es desgarrador hasta el punto que Magdalena y Juan presurosos acuden. Las otras no se atreven, pero lloran y cubiertas con su velo espían hacia la abertura) ¡Ah, te lo destrozaron! Por eso estás helado, y también yo. No tienes más dentro la llama de mi corazón y no puedo continuar viviendo el reflejo de esa llama que era mía y que te di para hacerte con ella un corazón. ¡Aquí, aquí, aquí, sobre mi pecho! Antes de que la muerte me mate, quiero calentarte, quiero mimarte. Te cantaba: "No hay casa, no hay alimento, no hay más dolor". ¡Oh palabras proféticas! Dolor, dolor, dolor para Ti, para mí. Te cantaba: "Duerme, duerme sobre mi pecho". También ahora: aquí, aquí, aquí..."
Sentándose al lado de la piedra se lo pone
sobre sus piernas.
Sentándose al lado de la piedra se lo pone sobre sus piernas. Se lleva un brazo de El sobre su espalda. Reclina la cabeza de Jesús sobre su hombro, y sobre la de El dobla la suya, teniéndolo estrechado contra su pecho, mimándolo, besándolo, llena de dolor, digna de compasión.
Nicodemo y José se preparan para embalsamarlo
y la Dolorosa se opone
Nicodemo y José se acercan, arriman a una especie de asiento que está en la otra parte de la piedra, vasos, vendas, la Sábana limpia y una aljofaina con agua, me parece, y montones de hilas, como creo.
María lo ve y en voz alta pregunta: "¿Qué pretendéis? ¿Qué queréis? ¿Prepararlo? ¿Para qué? Dejadlo en el regazo de su Madre. Si logro darle calor, antes resucitará. Si logro consolar al Padre y a El por el odio deicida, el Padre perdonará cuanto antes, y El también cuanto antes resucitará."
La Dolorosa parece como si delirase.
"No, no os lo entrego. Una vez lo di, una vez lo he dado al mundo, y él no lo quiso. Lo mató por no quererlo. ¡Ahora no lo doy más! ¿Qué decís? ¿Que lo amáis? ¡Ya! ¿Entonces, por qué no lo defendisteis? Habéis esperado a decirle que lo amabais cuando ya no os podía oír. ¡Que pobre amor el vuestro! Si teníais tanto miedo del mundo, que no fuisteis capaces de defender a un inocente, por lo menos deberíais habérmelo devuelto, a mi, su Madre, para que lo defendiese. Sabía quién era y qué merecía. Vosotros... Vosotros lo tuvisteis como Maestro, pero nada aprendisteis. ¡No es verdad esto? ¿No estáis viendo que no creéis en la resurrección? ¿Creéis? No. ¿Para qué preparáis vendas y aromas? Porque veis que es un pobre cadáver, hoy frío, mañana corrupto y queréis por esto embalsamarlo. Dejad vuestras cosas. Venid a adorar al Salvador con el corazón puro de los pastores betlemitas. Mirad: su sueño no es más que el de un cansado. ¡Cuánto se cansó en la vida! ¡Cada vez más fatigado! Y en esta últimas horas... Ahora descansa... Para mí, para mí que soy su Madre, no es sino un Niño grande que duerme. Muy pobre es el lecho y la habitación, pero también su primera cama no fue más hermosa, ni más alegre su lugar. Los pastores adoraron al Salvador durmiente. Vosotros adoráis al Salvador en su sueño de vencedor de Satanás. Como los pastores id a decir al mundo: "¡Gloria a Dios! ¡El pecado ha muerto! ¡Satanás ha sido vencido! ¡Paz hay en la tierra y en el cielo entre Dios y el hombre! " Preparad el camino a su regreso. Os lo mando, Yo a quien la Maternidad hace sacerdotisa del rito. Id. He dicho que no quiero. Lo he lavado con mis lágrimas. Basta. No es necesario lo demás. No penséis que vais a hacerlo. Más fácil le será resucitar libre de esas fúnebres, inútiles vendas. ¿Por qué me miras así, José? ¿Y tú, por qué Nicodemo? ¿El horror de este día os ha embotado la mente? ¿No os acordáis? "A esta generación malvada y adúltera que pide una señal, no se le dará sino la de Jonás... Así, el Hijo del hombre estará tres días y tres noches en el corazón de la tierra" ¿No recordáis? "El Hijo del hombre está para ser entregado en las manos de los hombres que lo matarán, pero resucitará al tercer día." ¿No recordáis? "Destruid este Templo del Dios verdadero y en tres días lo resucitaré". El Templo es su cuerpo, ¡oh hombres! ¿Sacudes la cabeza? ¿Me compadeces? ¿Me tomas por una loca? Pero ¡cómo! Resucitó a los muertos, ¿y no podrá resucitarse a Sí mismo? ¿Juan...?"
"¡Madre!"
"Sí, llámame "madre". No puedo vivir sin pensar que así se me llame. Juan, estuviste presente cuando resucitó a la hija de Jairo y al joven de Naim. Estaban muertos, ¿no es verdad? No se trataba de un sopor profundo, ¿verdad? Responde."
"Estaban muertos. La niña había muerto dos horas antes, el joven un día y medio"
"¿Y resucitaron a su mandato?"
"Resucitaron."
"¿Habéis oído, vosotros dos? ¿Por qué movéis la cabeza? ¡Ah, tal vez queréis decir que la vida regresa más pronto en quien es inocente y joven! Pero mi Niño es el Inocente, y es siempre Joven. ¡Mi Hijo es Dios !..."
María mira con sus ojos desgarrados de aflicción y de fiebre a los dos que preparan, abatidos pero inexorables, los rollos de las vendas mojadas en los aromas. María da dos pasos. Ha puesto nuevamente a su Hijo sobre la piedra con la delicadeza como se coloca a un recién nacido en la cuna. Da dos pasos, se inclina a los pies del lecho fúnebre, donde de rodillas llora Magdalena, la toma por la espalda, la sacude, la llama: "María, responde. Estos piensan que Jesús no podrá resucitar porque es hombre y un hombre muerto. ¿Tu hermano no es mayor que El?"
"Sí."
"¿No estaba ya podrido antes de bajar al sepulcro?"
"Sí."
"¿Y no resucitó después de cuatro días de asfixia y putrefacción?"
"Sí."
"¿Y entonces?"
Luego un grito horrible. María vacila. rechaza
lo que Ella sola ve. Grita: "¡Atrás! ¡Atrás, cruel!
¡No esta venganza! ¡Cállate! ¡No te quiero oír!
¡Cállate! ¡Ah, me muerde el corazón!"
Un silencio profundo, largo. Luego un grito horrible. María vacila. Se lleva una mano al corazón. La sostienen, pero los rechaza. Parece que rechazase a quienes tratan de ayudarla, pero en realidad rechaza lo que Ella sola ve. Grita: "¡Atrás! ¡Atrás, cruel! ¡No esta venganza! ¡Cállate! ¡No te quiero oír! ¡Cállate! ¡Ah, me muerde el corazón!"
"¿Quién, Madre?"
"Satanás. Satanás que dice: "No resucitará. Ningún profeta lo ha dicho". ¡Oh Dios Altísimo! Ayudadme todos, ¡vosotros espíritus buenos, vosotras personas piadosas! ¡Mi razón vacila! No recuerdo más. ¿Qué dicen los profetas? ¿Qué dice el salmo? Oh, ¿quién me repite los pasos que se refieren a mi Jesús?"
Magdalena con su voz armoniosa recita el salmo davídico sobre la pasión del Mesías.
La Virgen llora más fuete, sostenida por Juan. El llanto cae sobre su Hijo que está bañado de él. María lo ve, lo seca, en voz baja dice: "¡Tantas lágrimas! ¡Y cuando tenías tanta sed, ni siquiera una gota te pude dar! ¡Y ahora... ahora te he bañado todo! Pareces un árbol bajo una lluvia tupida. Aquí, que tu Mamá te seca. ¡Tanta amargura has gustado! ¡Que sobre tu herido labio no caiga lo amargo y salado de las lágrimas de tu Madre!..."
Luego en voz fuerte: "María, David no dice...¿Conoces a Isaías? recita sus palabras..."
Magdalena recita el trozo referente a la pasión y termina con un sollozo: "...entregó su vida a la muerte y fue contado entre los malhechores, El que quitó los pecados del mundo y rogó por los pecadores."
"¡Oh, cállate! ¡Muerte no! ¡No entregado a la muerte! ¡No, no ! ¡Oh, que vuestra falta de fe, unida con la tentación de Satanás, me mete dudas en el corazón! ¿Y no creeré, Hijo? ¿No creeré a tu santa palabra? ¡Dilo a mi corazón! Habla. Desde las riberas lejanas a donde has ido a libertar a los que esperaban tu llegada, envía tu voz a mi alma, que está ansiosa de recibirla. Di a tu Madre que regresas. Di: "Al tercer día resucitaré". Te lo suplico, ¡Hijo y Dios! Ayúdame a proteger mi fe. Satanás la envuelve en su espiral para ahogarla. Satanás ha quitado su boca de sierpe de la carne del hombre porque Tú le arrebataste esta presa, y ahora ha clavado sus dientes venenosos en la carne de mi corazón; paraliza sus movimientos, la fuerza, el calor. ¡Dios, Dios, Dios! ¡No permitas a Satanás que me lleve a la desesperación! ¡Hijo, Hijo! Introdúceme tu mano en mi corazón, para que arroje a Satanás. Introdúcela en mi cabeza. Os devolverá la luz. Santifica con una caricia mis labios para que fuertes digan: "Creo" aun contra todo un mundo que no cree. ¡Oh, qué dolor es no creer! ¡Padre! Mucho hay que perdonar a quien no cree. Porque cuando no se cree más... fácil es cualquier error. Lo digo... porque estoy probando este tormento. Padre, ¡piedad de los que no tienen fe! Dales, Padre santo, dales, por esta Hostia sacrificada y por mí, hostia que ahora se sacrifica, tu fe a los sin-fe!"
Un prolongado silencio.
Nicodemo y José hacen señal a Juan y a Magdalena.
"Ven, Madre" dice Magdalena Maria se endereza.
Es majestuosa. Es en verdad la Sacerdotisa en el
altar, la Sacerdotisa en el momento de la
oblación. "Offerimus praeclarae majestati tuae
de tuis donis, ac datis, hostiam puram, hostiam
sanctam, hostiam inmaculatam..."
"Ven, Madre" dice Magdalena que trata de retirar a María de su Hijo y de separar los dedos de Jesús entrelazados entre los de María que, llorando, los besa.
Maria se endereza. Es majestuosa. Extiende una vez más los pobres dedos desangrados, pone la mano inerte al lado del cuerpo. Después la baja hacia tierra, y derecha, con la cabeza ligeramente hacia atrás, ora y ofrece. No se oye ninguna palabra, pero por el aspecto se comprende que ora. Es en verdad la Sacerdotisa en el altar, la Sacerdotisa en el momento de la oblación. "Offerimus praeclarae majestati tuae de tuis donis, ac datis, hostiam puram, hostiam sanctam, hostiam inmaculatam..."
Luego se vuelve: "Hacedlo. Pero El resucitará. Inútilmente desconfiáis de mis palabras y no abrís los ojos a la verdad que El os dijo. Inútilmente trata Satanás de poner asechanzas a mi fe. Para redimir el mundo es necesario aun la tortura con que Satanás vencido atormenta mi corazón. La sufro y la ofrezco por los que vendrán. ¡Adiós, Hijo! ¡Adiós, Amado mío! ¡Adiós, Niño mío! Adiós... Adiós...Santo... Bueno... Amadísimo... Hermosura... Alegría... Fuente de salud... Adiós... Mi beso... mi beso... mi beso... sobre tus ojos... en tus labios... en tus cabellos de oro... en tus miembros helados... en tu corazón atravesado...¡oh! en tu corazón atravesado!...¡Adiós, adiós!...¡Señor, piedad de mí!"
"Y el tormento continuó con asaltos periódicos hasta el alba del domingo. En mi pasión fui tentado una sola vez. Pero mi Madre, la Mujer, expió por la mujer, culpable de todos los males, muchas veces. Satanás con centuplicada ferocidad atacó a la Vencedora. Ella lo había vencido. La atacó con una terrible tentación, tentación en la carne de la Madre; tentación en el corazón de la Madre; tentación al espíritu de la Madre. Todos creen que la redención terminó con mi último aliento. No. La terminó mi Madre, añadiendo su triple tortura para redimir la triple concupiscencia, luchando por tres días contra Satanás que quería que dudase de mi palabra, que no creyese en mi resurrección. María fue la única que continuó creyendo. Grande y bienaventurada fue por esta fe.
También esto he querido enseñarte. El tormento que sale al encuentro de mi tormento en Getsemaní. El mundo no comprenderá esta página, pero "los que están en el mundo sin ser de él" la comprenderán y amarán más a la Dolorosa. Por esto te concedí esta visión. Quédate en paz con nuestra bendición."
Los que estaban preparando las vendas han terminado. Se acercan a la mesa, desnudan completamente a Jesús. Pasan rápidamente por el cuerpo una esponja, por lo que me parece, o trapos de lino, para preparar los miembros que gotean de mil lugares. Después los untan con ungüentos. Lo cubren completamente en una capa gruesa de ungüento. Primero levantaron el cuerpo, limpiando también la tabla de piedra sobre la que ha puesto la sábana que cuelga más de la mitad de la cabecera. Lo voltean y ungen la espalda, las costillas, las piernas. Toda la parte posterior. Luego con mucho cuidado lo voltean, procurando que no se caiga la pomada de los aromas... Ungen ahora la parte anterior. Primero el tronco, luego los miembros, los pies, por último las manos que colocan sobre el vientre. La mezcla de los aromas debe ser pegajosa porque veo que las manos se quedan fijas, mientras que antes se caían por la inercia. Los pies no. Conservan su posición: uno más derecho, el otro más extendido. Por último la cabeza. La untan cuidadosamente de modo que el semblante desaparece bajo la capa del ungüento. Le pasan por encima la cinta hasta el mentón para tener cerrada la boca.
María gime. Luego levantan el lado pendiente de la Sábana y la doblan sobre Jesús. No se ve más. No es más que una forma envuelta en lienzos.
José procura que todo esté en su lugar. Pone sobre el Rostro un sudario de lino y otros lienzos, como tiras rectangulares cortas y largas, que pasan de derecha a izquierda, sobre el cuerpo y sostienen en su lugar la Sábana, que está bien pegada al cuerpo. No es la característica envoltura que se ve en las momias, ni tampoco de la manera con que fue envuelto Lázaro.
Jesús no se ve más. Sus formas desaparecen bajo los lienzos de lino. Parece un montón grueso de tela, estrecho en las extremidades, ancho en el centro, recostado sobre el color gris de la piedra. María llora más fuerte.
XI. 592-601
A. M. D. G.