LA NOCHE DEL VIERNES SANTO

 


#Procuran calmar a María  

#María dialoga con las mujeres  

#Salen todos sin protestar para no excitarla más y se sientan fuera de la puerta cerrada  

#"¡Padre, Padre, perdono! Me hago soberbia y mala. Mi corazón se rebela contra tanta cobardía. Soy su madre.  

#El dueño de la casa trae noticias alarmantes que dejan temerosos a todos  

#Todas lloran sin consuelo.


La Virgen, auxiliada de las otras mujeres, vuelve en sí y llora sin más fuerzas que las de llorar y llorar. Parece como si su vida fuera a terminar en medio de ese llanto.

Quieren que tome algo. Marta le ofrece un poco de vino, la dueña de casa un poco de miel, María de Alfeo, de rodillas, una taza de leche tibia y le dice: "Yo misma la ordeñé de la cabra de la pequeña Raquel" (será una hija de los que viven en esta casa de Lázaro, no sé si como inquilinos o guardianes). Pero María no quiere nada. Sólo llorar. Quiere saber que los apóstoles y discípulos serán buscados, lo mismo que las lanzas, los vestidos, y puesto que ahora no la dejan ir que la dejen entrar en la sala donde se celebró la última cena.

 

Procuran calmar a la Virgen

 

"Si te calmas un poco, si descansas, te llevaré" le promete su cuñada. "Entraremos las dos, y de rodillas buscaré cualquier cosa de Jesús..." y María de Alfeo lanza un sollozo. "¿Pero ves? Aquí tienes la copa y el pan que partió, que empleó para la Eucaristía. ¿Qué mayor santo recuerdo? ¿Ves? Juan te los trajo desde esta mañana, para que los vieses esta tarde... Pobre Juan que está allí llorando y que tiene miedo..."

"¿Miedo? ¿Por qué? Ven acá, Juan."

Juan sale de la sombra, porque en la habitación hay una lamparita puesta sobre la mesa, cerca de los objetos de la pasión. Se arrodilla a los pies de María que lo acaricia y le pregunta: "¿Por qué tienes miedo?"

Juan entre llanto le besa las manos: "Porque estás mal. Tienes fiebre. Estás angustiada... Y no descansas. Si así sigues, te morirás como El."

"¡Oh, si fuese verdad!"

"¡No, madre! ¡Mamá! ¡Oh, es más dulce decir: "Mamá". Llamarte como a la mía. Permíteme que así te llame. Como no veo mucha diferencia entre mi madre y tú, antes bien te amo más que a ella porque eres la Madre que El me ha dado, y eres su Madre; por ello no hagas demasiada diferencia entre el Hijo que tú engendraste y el hijo que se te ha dado... Ámame un poco como amas a El... Si El te dijese: "¡Tengo miedo de que te mueras!", ¿responderías: ¡Oh, si fuese verdad!"? No, no lo dirías. Antes bien no te gustaría irte, dejarlo en un mundo de lobos, a El, tu cordero... ¿Y no te preocupas por mí?... Soy mucho más cordero que El, no porque sea yo bueno o puro, sino porque soy un tonto y miedoso. Si faltas a tu pobre Juan, los lobos lo destrozarán sin haber dado un balido que hablase de su Maestro... ¿Quieres que muera así, sin haberlo servido?¿Sin haber hecho nada durante mi vida? ¿Verdad que no? Entonces, Mamá, procura calmarte... Por El... Oh, ¿no dices que resucitará? Sí, así lo afirmas y es verdad. ¿Quieres que cuando venga encuentre la casa vacía sin ti? Porque ciertamente vendrá aquí... Oh, pobre, pobre Jesús, si en lugar de tu grito maternal, oyese los nuestros de congoja. Si en lugar de encontrar tu seno para reclinar su cabeza martirizada y gloriosa encontrase la piedra de tu sepulcro... Debes vivir. Para que lo saludes cuando vuelva... No digo que "para nuestro amor". Nosotros somos dignos de todo reproche, por el modo con que nos comportamos. Sino para tu amor. Oh, ¿cómo será el encuentro? ¿Cómo será El? Madre de la Sabiduría, Madre del tontísimo Juan, tú que sabes todo, dinos cómo será cuando aparezca resucitado."

 

María dialoga con las mujeres Y CON JUAN

 

"Lázaro tenía las heridas de las piernas cerradas, pero se veía la cicatriz. Apareció envuelto en vendas llenas de podredumbre" dice Marta.

"Lo tuvimos que lavar una y otra vez..." añade María.

"Se sentía débil. Tuvimos que darle de comer por orden suya" concluye Marta.

"El hijo de la viuda de Naín estaba como atolondrado, y parecía un niño incapaz de caminar y hablar con claridad, tanto que lo entregó a su madre para que le enseñase a usar de nuevo el bien de la vida. Y El mismo guió a la hija de Yairo cuando dio los primeros pasos..." dice Juan.

"Pienso que mi Señor nos mandará un ángel a anunciarnos: "Venid con vestidos limpios". Mi amor ya los tiene preparados. Están en el palacio. No pude tejerlos, sino que los hizo mi nutriz, que está tranquila ahora sobre mi futuro, y no llora más. Empleé el lino más precioso. Plautina me dio la púrpura. Noemí tejió el borde; yo he hecho la faja, la bolsa y el talet, recamándolos de noche para que nadie me viera. He aprendido de ti, Madre. No son perfectos. Pero más que las perlas que forman su nombre en la cintura y en la bolsa, los diamantes de mi llanto amoroso y mis besos los hacen. Cada puntada es un latido de devoción por El. Le llevaré esos vestidos. Me lo permitirías, ¿verdad? "

"¡Oh, yo no había imaginado que le fueran a despojar de sus vestidos...! No estoy avezada a las costumbres del mundo y a su crueldad... Pensaba que lo conocía ya... (lágrimas corren por sus pálidas mejillas), pero veo que no sabía nada... Y pensaba: "Aun después tendrá el vestido de Mamá". ¡Tanto que le gustaba! Así lo había querido. Desde hacia tiempo me lo había dicho: "Me harás un vestido así y así. Me lo llevarás para la pascua... Porque Jerusalén me debe ver con vestido púrpura de rey..."¡Oh, esa lana, blanca como la nieve, mientras tejía se ponía roja ante los ojos de Dios y míos, porque mi corazón recibió una nueva herida con aquellas palabras!... Las otras, después de años o meses se habían si no encogido, sí secado de su gemir sangre. ¡Pero ésta! Cada día, cada hora me rodeaba el corazón: "¡Un día menos! ¡Una hora menos! ¡Y luego será muerto!" ¡Oh, oh!... El hilado en el huso o en el telar se me hacía rojo... Se le introdujo en la tintura para que estuviese perfecto... pero estaba ya rojo..." María nuevamente llora.

Tratan de consolarla hablándole de la resurrección. Susana le pregunta: "¿Qué dices, tú? ¿Cómo será, ya resucitado? ¿Cómo resucitará?"

La Virgen sin saber que decir, ciega en esta hora de martirio redentor, responde: "¡No sé!...¡No sé nada!... ¡Fuera de que El está muerto!..." Prorrumpe en otro estallido de lágrimas. Besa el lino que su Hijo tuvo en su cuerpo, se lo estrecha contra el corazón, lo mece como si fuese un niño... Toca los clavos, las espinas, la esponja, y grita: "¡Estas! ¡Estas cosas fue lo que te dio tu pueblo! ¡Hierro, espinas, vinagre, hiel! Insultos, insultos, insultos. Y de entre todos los hijos de Israel fue necesario buscar a uno de Cirene que te llevase la cruz. A ese hombre lo amo como si fuera esposo. Si supiera de algún otro que hubiera ayudado a mi Niño le besaría los pies. Pero nadie tuvo piedad. ¡Salid! ¡Idos! ¡Aun veros me causa dolor! ¿Por qué entre todos, entre todos, no supisteis hacer que por lo menos su tortura no hubiera sido tan grande? Siervos inútiles y perezosos de vuestro Rey, ¡salid!" Infunde temor. De pie, derecha, parece hasta más alta. Con ojos imperiosos, el brazo extendido señala la puerta. Manda como una reina lo haría en su trono.

Salen todos sin protestar para no excitarla más y se sientan fuera de la puerta cerrada, escuchando sus gemidos, y cualquier ruido que hiciera. Pero fuera del ruido de la silla que hace a un lado, de sus rodillas que baten contra el suelo, porque se ha arrodillado con la cabeza contra la mesa, en la que están los objetos de la pasión, no oyen otra cosa más que un llanto continuo, desconsolado.

 

"¡Padre, Padre, perdono! Me hago soberbia y mala. 

Mi corazón se rebela contra tanta cobardía. 

Soy su madre.

 

Dice en voz tan baja, que los que están afuera no pueden escuchar: "¡Padre, Padre, perdono! Me hago soberbia y mala. Pero Tú lo ves. Es verdad lo que digo. Eran multitudes a su alrededor. Toda Palestina, durante estas fiestas, está entre las murallas santas... ¿Santas? No. No más santas... Lo serían si hubiera sido un vómito. Por esto en Jerusalén está solo el delito... Y bien: de todo este pueblo que lo seguía no pudo reunirse un puñado que mostrase valor, no digo para salvarlo. Debía morir para redimir, pero no con tantos tormentos. Estuvieron a la sombra, o bien huyeron... Mi corazón se rebela contra tanta cobardía. Soy su madre. Por esto perdona mi pecado de que sea soberbiamente dura..." Y llora...

...Afuera los otros están como sobre espinas y por varias razones. 

 

El dueño de la casa trae noticias alarmantes 

que dejan temerosos a todos

 

Vuelve a entrar el dueño de la casa, que había salido a curiosear, y trae noticias alarmantes. Se dice que murieron muchos en el terremoto, que hubo heridos entre los seguidores del Nazareno y los judíos; que muchos han sido arrestados y que habrá nuevas ejecuciones por rebelión y amenazas contra Roma; que Pilatos ha ordenado la aprehensión de todos los seguidores del Nazareno y de los jefes del Sanedrín que se encuentren en la ciudad, o no; que Juana está muriéndose en su palacio; que Mannaén ha sido arrestado por Herodes por haberle reprochado en plena corte su complicidad en el crimen. En una palabra todo un almacén de noticias terribles...

Las mujeres lloran, no por miedo de sus personas, sino por sus hijos y maridos. Susana piensa en su esposo, que es conocido en Galilea como secuaz de Jesús. María de Zebedeo piensa en el suyo, que se hospeda en casa de un amigo, y en su hijo Santiago, de quien desde la noche anterior no tiene noticia alguna. Marta entre sollozos dice: "¡Habrán ido ya a Betania!¿Quién no sabe que Lázaro sea partidario del Maestro?"

"¡Roma lo protege!" le replica María Salomé.

"¡Oh, protege! ¡Quién lo sabe! ¡Con el odio que le tienen los jefes de Israel y las acusaciones que podrán haber aducido ante Pilatos... ¡Oh, Dios!" Marta se lleva las manos a los cabellos y grita: "¡La armas! ¡Las armas! ¿La casa está llena de ellas... y también el palacio! ¡Lo sé! Esta mañana, al amanecer, vino Leví, el custodio, y me dijo...¡Pero también tú lo sabes! ¡Lo has dicho en el Calvario a los judíos... necia! ¡Entregaste en crueles manos el arma para matar a Lázaro!..."

"Lo dije, sí. Dije la verdad sin saberlo. Pero cállate, ¡espantada gallina! Lo que dije da completa seguridad a Lázaro. Tendrán mucho cuidado en ir a hacer pesquisas, donde saben que hay gente armada. ¡Son unos cobardes!"

"Los judíos, sí; pero los romanos, no."

"No temo a Roma. Es justa y moderada en sus órdenes."

"María tiene razón", dice Juan. "Longinos me dijo: "Espero que os dejarán tranquilos, pero si no fuera así, ven a verme, o manda a decir al Pretorio. Pilatos es bueno con los seguidores del Nazareno. También lo fue para con El. Os defenderemos"."

"¿Pero si los judíos por sí mismos lo hacen? Ayer noche fueron los que aprehendieron a Jesús. Si dicen que somos unos profanadores, tienen derecho a aprehendernos. ¡Oh, mis hijos! ¡Tengo cuatro! ¿Dónde estarán José y Simón? Estuvieron en el Calvario. luego se bajaron cuando Juana no pudo estar ya en pie, para ayudar y defender a las mujeres. Ellos, los pastores, Alfeo... ¡todos! ¡Oh, habrán ya sido matados! ¿Has oído que Juana está agonizando? Debieron haberla herido. Y ellos, antes de que la plebe pudiera haberla herido, tuvieron que defenderla, y murieron en la lucha... ¿Y Judas y Santiago? ¡Mi pequeño Judas! ¡Mi tesoro! Santiago, ¡dulce como una niña! ¡Oh, no tengo ya hijos! Como la madre de los jóvenes Macabeos me encuentro yo..."

Todas lloran sin consuelo. Todas menos la dueña de casa que se había ido a buscar un escondite para su marido, y María Magdalena, cuyos ojos en lugar de lágrimas despiden fuego, volviendo a ser la mujer valerosa de otros tiempos. No habla, pero atraviesa con su mirada a sus abatidas compañeras, y en ella puede leerse la palabras. "¡Pusilánimes!"

Así pasa el tiempo... De vez en vez alguien se levanta, abre quedito la entrada, echa una ojeada, vuelve a cerrar.

"¿Qué pasa?" preguntan los demás.

Y el que salió a ver, responde: "Continua de rodillas. Ora." O bien: "Parece como si hablara con alguien." Y también: "Se ha puesto de pie y acciona andando de acá para allá en la habitación."

XI. 610-614

A. M. D. G.