EN EL DÍA DEL SÁBADO SANTO

 


#Mannaén viene a visitar a la Virgen   

#Quisiéramos saber si Lázaro, Santiago, Judas y el otro Santiago están bien."  

#No he visto su rostro de Redentor. Te está mirando, Mannaén. Vuélvete" Llora  #Quisiera un cofre, hermoso, grande, que pueda cerrarse, para poner en él todos mis tesoros." 

#Llega el pastor Isaac y todas pregunta por sus familiares  

#"Oye, soy Madre de todos. Como El de todos es el Redentor."  

#"¿Dónde está su iglesia?" "Aquí está. Hoy ha sido herida y dispersa, pero mañana se reunirá como el árbol que yergue su copa después de la tempestad.

  #Llega Juan diciendo que encontró a Judas colgado de un olivo  

#Juana de Cusa llega con Jonatás Y la Virgen Dolorosa debe consolar a esta mujer curada, 

 #Llegan José y Nicodemo.  

#Los hijos de María de Alfeo: Simón y José, hablan con la Virgen  

#" Ven, José. Entremos juntos donde El te espera para sonreírte. José entra, dice: "¡Perdón, perdón!"

  #"¡José, José! Mi esposo fue tu tío. Pudo creer que la pobre María de Nazaret era la Esposa y Madre de Dios.   

#Soy... soy una pobre mujer sostenida de un hilo sobre un abismo... El hilo es mi fe... y vuestra no-fe, porque nadie sabe creer total y santamente, golpea continuamente contra este hilo mío... 

 


El alba avanza despacio, como cansada, aun cuando no hay nubecillas en el firmamento. Parece que los astros hayan perdido todo su brillo. Al igual que la luna que esta noche ha estado pálida, también el sol lo está... Tal vez porque también habrán llorado. Y tienen ese aspecto empañado como los ojos de los buenos en donde se ve el llanto derramado por la muerte del Señor.

Apenas Juan comprende que las puertas han sido abiertas, sale, sordo a las súplicas maternas. Las mujeres atemorizadas, porque ya no está Juan, cierran muy bien.

María, siempre en su habitación, con las manos sueltas sobre sus rodillas, mira fijamente por la ventana que da a un jardín un poco vasto, lleno de rosales en flor a lo largo de los altos muros y en los arriates no muy bien delineados. Los lirios todavía no florecen. Se ven bellos, tupidos. Sólo tienen hojas. María mira, mira, y creo que no ve nada, sino, sólo lo que tiene en su cansada cabeza: la agonía de su Hijo.

Las mujeres van y vienen. Se le acercan, la acarician, ruegan que se recobre... y cada vez, con ella, entra una oleada de perfume pesado, mezclado, aturdiente.

María, cada vez, siente escalofríos. Nada más. Ni una palabra. Ni un gesto. Nada. Está agotadísima. Espera. Es la que espera.

 

Mannaén viene a visitar a la Virgen

 

Un golpe a la puerta... Las mujeres corren a abrir. María se vuelve sobre su asiento, sin levantarse, y mira a la entrada semiabierta. Entra Magdalena. Anuncia: "Es Mannaén... Quisiera saber si en algo puede servir."

"Mannaén... Hazlo entrar. Ha sido siempre bueno. No creía que fuera él..."

"¿En quién pensabas, Madre?..."

"Después... después. Que pase."

Entra Mannaén. No viene vestido de lujo como antes. Trae un vestido común y corriente de color café, casi negro, y un manto igual. Ninguna joya, ni la espada. Nada. Parece un hombre acomodado, pero del pueblo. 

Se inclina al saludar, primero con las manos cruzadas sobre el pecho, y luego se arrodilla como ante un altar.

"Levántate, y perdona si no respondo a la inclinación. No puedo..."

"No debes. No lo permitiría. Sabes quién soy. Por esto te ruego que me trates como a tu siervo. ¿Te puedo servir en algo? Veo que no hay ningún hombre aquí. Por Nicodemo supe que todos han huido. No se podía hacer nada. Es verdad. Pero al menos le dimos el consuelo de que nos viera. Yo... yo lo he saludado en el Sixto. Y luego no pude porque... Es inútil decirlo. También esto fue cosa de Satanás. Ahora estoy libre y vine a ponerme a tu servicio. Ordena, Mujer."

 

Quisiéramos saber si Lázaro, Santiago, 

Judas y el otro Santiago están bien."

 

"Quisiera saber y hacer saber a Lázaro... Sus hermanas están preocupadas, lo mismo que mi cuñada y la otra María. Quisiéramos saber si Lázaro, Santiago, Judas y el otro Santiago están bien."

"¿Judas? ¿Iscariote? El fue el que lo traicionó."

"Judas, hijo del hermano de mi esposo."

"¡Ah, Voy!" Se levanta, y al hacerlo hace un gesto de dolor.

"¿Estás herido?"

"¡Umh...sí! Cosa de nada. Un brazo que me duele un poco."

"¿Por nuestra causa, acaso? ¿Por eso no estuviste allá arriba?"

"Sí, por ello. Y sólo esto me duele, no la herida. El resto de fariseísmo, hebraísmo, satanismo que hubo en mí, porque satanismo es lo que ha llegado a ser el culto de Israel, salió con la sangre. Me siento como un bebé a quien después de habérsele cortado el ombligo no tiene más contacto con la sangre de su madre, y las pocas gotas que todavía quedan en el cordón cortado no entran en él, sino caen... inútiles por lo demás. El recién nacido vive con su corazón y su sangre. Así yo. Hasta ahora no me había formado completamente. He llegado al término y he nacido a la luz. Nací ayer. Mi madre es Jesús de Nazaret. Me dio a luz cuando lanzó su último grito. Sé... porque anoche huí a la casa de Nicodemo. Sólo quisiera verlo. ¡Oh!, cuando vayáis al sepulcro, decídmelo. Iré... No he visto su rostro de Redentor."

"Te está mirando, Mannaén. Vuélvete."

Mannaén que había entrado con la cabeza inclinada y que sólo había mirado a la Virgen, se vuelve como espantado y ve el Sudario. Se echa al suelo en señal de adoración...

Llora. Se levanta. Se inclina ante María y dice: "Me voy."

"Es sábado. Lo sabes. Nos andan acusando de violar la ley por instigación de El."

"Estamos iguales, porque ellos violan la ley del Amor, que es la primera y mayor. El lo decía. El Señor te consuele." Sale.

Pasan las horas. Cuán lentas son cuando se espera a alguien...

María se levanta y apoyándose sobre los muebles se dirige a la salida. Trata de atravesar el ancho vestíbulo, pero al no tener apoyo, vacila como si estuviese ebria. Marta, que la ve desde la otra parte del patio corre a auxiliarla.

"¿A dónde quieres ir?"

"Allá dentro. Me lo prometisteis."

"Espera a Juan."

"Basta de esperar. Veis que estoy tranquila. Id a abrir, ya que cerrasteis por dentro. Espero aquí."

 

María, entre brazos de Marta y María de Alfeo, 

entra en el Cenáculo. 

Todo está como cuando terminó la Cena.

 

Como todas han acudido, Susana va a llamar al dueño de la casa para que abra. Entre tanto María se apoya en la puertecita, como si quisiera abrirla con la fuerza de su voluntad. Llega el dueño. Miedoso, acobardado. Abre y se va. María, entre brazos de Marta y María de Alfeo, entra en el Cenáculo.

Todo está como cuando terminó la Cena. La cadena de sucesos y la orden que había dado Jesús hicieron que nada se cambiase. Sólo se han puesto los asientos en su lugar. María, que nunca ha entrado en el cenáculo va derecha al lugar donde Jesús se sentó. Parece como si la guiase de la mano. Parece como sonámbula tan tiesa camina... Da vuelta alrededor del asiento-lecho, se mete entre este y la mesa... se queda de pie por un momento y luego se deja caer a lo largo de la mesa con un nuevo estallido de lágrimas. Se calma. Se arrodilla y ora con la cabeza apoyada al filo de la mesa. Acaricia el mantel, el asiento, la vajilla, el borde de la palangana donde estuvo el cordero, el cuchillo empleado, la ánfora que está allí. No sabe que toca lo que Iscariote tocó. Se queda luego como embebida con la cabeza apoyada, con los brazos cruzados sobre la mesa.

Nadie habla. Al fin la cuñada dice: "Ven, María. Teníamos miedo a los judíos. ¿Quisieras que entrasen aquí?"

 

Quisiera un cofre, hermoso, grande, que pueda 

cerrarse, para poner en él todos mis tesoros." 

"Mañana hago que te lo traigan de mi palacio.

 El más hermoso que tengo. Fuerte. Seguro. 

Te lo regalo con gusto" dice Magdalena.

 

"No, no. Es un lugar santo. Vámonos. Ayudadme... Hicisteis bien en habérmelo dicho. Quisiera también un cofre, hermoso, grande, que pueda cerrarse, para poner en él todos mis tesoros."

"Mañana hago que te lo traigan de mi palacio. El más hermoso que tengo. Fuerte. Seguro. Te lo regalo con gusto" dice Magdalena.

Salen. María realmente está agotadísima. Vacila al bajar los pocos escalones. Si su dolor es menos dramático es porque no tiene ya más fuerzas, pero esa calma es todavía más trágica.

Vuelven a entrar en la habitación de antes. Antes de regresar, María acaricia, como si estuviese vivo, la santa Faz del Sudario.

 

Llega el pastor Isaac y todas PREGUNTAN 

por sus familiares

 

Un toquido más en el portón. Las mujeres se apresuran a salir y entrecerrar la puerta. Con su voz cansada María dice: "Si fueran los discípulos, y sobre todo Simón Pedro y Judas , que vengan a verme al punto."

Es Isaac el pastor. Entra, llora por algunos minutos. Después se postra ante el Sudario y luego ante la Virgen. No sabe qué decir. Ella es la que abre el silencio: "Gracias. Te ha visto y te he visto. Lo sé. Os miraba hasta que pudo."

Isaac rompe en un llanto más fuerte. Habla sólo cuando su llanto se calma. "No queríamos irnos, pero Jonatás nos lo pidió Los judíos amenazaban a las mujeres... y luego no pudimos regresar. Todo... todo estaba terminado. ¿A dónde podíamos ir en esos momentos? Nos desparramamos por la campiña y cuando llegó la noche nos reunimos a la mitad del camino entre Jerusalén y Belén. Nos pareció que alejábamos su muerte si íbamos en dirección de su gruta... Pero luego pensamos que no estaba bien que fuéramos allá... Era egoísmo y volvimos en dirección de la ciudad... Nos encontramos sin saber cómo en Betania..."

"¡Mis hijos!"

"¡Lázaro!"

"¡Santiago!"

"Todos están allí. Los campos de Lázaro, cuando la aurora empezó a alumbrar, estaban cubiertos de fugitivos que lloraban... ¡Sus inútiles amigos y discípulos!... Yo... fui a donde Lázaro y creía que era el primero... Más no. Estaban allí tus dos hijos, mujer, y el tuyo, con Andrés, Bartolomé, Mateo. Simón Zelote los había persuadido a que se fuera allá. Maximino, que había salido por los campos apenas amanecido, encontró a otros. Lázaro ha ayudado a todos, y lo sigue haciendo. Dice que el Maestro le dio tales órdenes. Lo mismo asegura Zelote."

"¿Pero dónde están mis otros dos hijos Simón y José?"

"No lo sé mujer. Habíamos estado juntos hasta el terremoto. Luego... no sé nada con precisión. Entre las tinieblas, entre rayos, y muertos resucitados, entre el temblor, y el tornado, perdí el conocimiento. Me encontré al volver en mi en el Templo. Y todavía me pregunto cómo pude haber pasado más allá del límite sagrado. Entre mí y el altar de los perfumes no había más que nos cuantos centímetros... Imagínate ¡Yo donde ponen su pie sólo los sacerdotes de turno!... Y...¡Y he visto al Santo de los Santos!... Sí, porque el velo del Santo se rasgó desde arriba hasta abajo, como si lo hubiese roto un gigante... Si me hubieran visto allí dentro, me hubieran lapidado. Pero nadie veía. No encontré sino espectros de muertos y espectros de vivos, porque parecíamos espectros a la luz de los rayos, a la claridad de los incendios, y con el terror en las caras..."

"¡Oh, mi Simón! ¡Mi José!"

"¿Y Simón Pedro? ¿Y Judas de Keriot? ¿Tomás y Felipe?"

"No lo sé, Madre... Lázaro me mandó a ver porque le dijeron que... que os habían matado."

"Vete entonces a tranquilizarlo. Mandé antes a Mannaén. Pero ve también tú y dile... dile que sólo El ha muerto. Y yo con El. Si encuentras a otros discípulos llévatelos contigo. Pero quiero a Iscariote y a Simón Pedro."

"Madre... perdónanos si no hicimos más."

"Todo está perdonado... Vete."

Sale Isaac. Marta y María, Salomé y María de Alfeo lo ahogan con súplicas, recomendaciones, órdenes. Susana llora sin hacer ruido porque nadie le habla de su esposo. Entonces es cuando Salomé se acuerda del suyo, y también llora.

Silencio de nuevo. Hasta que otra vez se oye que llaman a la puerta.

 

Llega Longinos y le trae la lanza a la Virgen

 

Como la ciudad está en calma, las mujeres tienen menos miedo. Pero cuando de la entrada que se abre un tantín ven que se asoma la cara rasurada de Longinos, todas huyen como si hubieran visto a un muerto en su mortaja o al demonio en persona. El dueño de la casa que por curiosidad zanganea en el vestíbulo es el primero en escapar.

Acude Magdalena que estaba con la Virgen. Longinos con una involuntaria sonrisilla alegre en los labios ha entrado. Ha cerrado tras sí la pesada puerta. No viene uniformado. Trae de vestido una corta túnica gris bajo un manto que tiende a lo oscuro.

María Magdalena lo mira, y él a ella. Luego, siguiendo apoyado a la puerta, Longinos pregunta:"¿Puedo entrar sin contaminar a alguien? ¿Sin aterrorizar a nadie? Esta mañana vi al ciudadano José y me ha hablado del deseo de la Madre. Pido perdón si por mí mismo no había logrado imaginarlo. Aquí está la lanza. La había guardado como recuerdo de un... del más Santo de todos. ¡Oh, que sí lo es! Justo es que lo tenga su Madre. En cuanto a los vestidos... es más difícil. No se lo digáis... tal vez han sido vendidos por unos cuantos céntimos... Es derecho de los soldados. Pero trataré de encontrarlos..."

"Ven. Ella está allí."

"Pero yo soy pagano."

"¡Oh, no! No pensaba merecerlo."

María Magdalena va donde la Virgen. "Madre, Longinos está allí afuera... Te ha traído la lanza."

"Hazlo pasar."

El dueño de la casa, que está a la puerta, protesta: "Es un pagano."

 

"Oye, soy Madre de todos. 

Como El de todos es el Redentor."

 

 

"Oye, soy Madre de todos. Como El de todos es el Redentor."

Entra Longinos y en el umbral saluda a su manera romana (se ha quitado el manto), y luego: "Ave, Domina. Un romano te saluda, Madre del linaje humano. La verdadera Madre. No hubiera querido... esa cosa. pero eran órdenes. Si logro darte lo que deseas, perdono al destino que me hubiera elegido para esa cosa horrible. Mira" y le entrega la lanza envuelta en un trapo rojo. Es solo el hierro, sin el asta.

María la toma. Palidece mucho más. Hasta parece que no tuviera labios en medio de su palidez, como si la lanza hubiera quitado la sangre. Tiembla. Finalmente dice: "Que El te conduzca a Sí por tu buen corazón."

"Ha sido el único Justo que me he encontrado en el vasto imperio de Roma. Me arrepiento de no haberlo conocido sino por las palabras de mis compañeros. ¡Ahora... es tarde!"

"No, hijo. El ha terminado de evangelizar, pero su Evangelio queda en su iglesia."

 

"¿Dónde está su iglesia?"

"Aquí está. 

Hoy ha sido herida y dispersa, 

pero mañana se reunirá como el árbol 

que yergue su copa después de la tempestad. 

Y aun cuando no hubiese nadie, 

aquí estoy yo. 

El evangelio de Jesús, Hijo de Dios y mío, 

está escrito todo en mi corazón. No tengo sino 

mirarme en el para poder repetirlo."

 

"¿Dónde está su iglesia?" Longinos pregunta un tantín irónico. 

"Aquí está. Hoy ha sido herida y dispersa, pero mañana se reunirá como el árbol que yergue su copa después de la tempestad. Y aun cuando no hubiese nadie, aquí estoy yo. El evangelio de Jesús, Hijo de Dios y mío, está escrito todo en mi corazón. No tengo sino mirarme en el para poder repetirlo."

"Vendré. Una religión que tiene por jefe a un semejante héroe no puede menos de ser divina. Ave, Domina."

Longinos se va.

María besa la lanza donde todavía se ve Sangre de su Hijo... Quiere quitarla, pero al fin no lo hace "rubí de Dios en la cruel lanza" murmura.

El día, en medio de nubes que van y vienen amenazadoras de algún chubasco, pasa de este modo.

 

Llega Juan diciendo que encontró a Judas 

colgado de un olivo

 

Regresa Juan solo, cuando el sol está en su cenit.

"Madre, no puede encontrar a nadie, fuera de... Judas de Keriot."

"¿Dónde está?"

"¡Oh, Madre, qué horror! Está colgado de un olivo, hinchado y negro como si hubiera muerto hace varias semanas. Huele feo. Está horrible... En medio de riñas vuelan sobre él los buitres, cuervos, y qué sé yo... La algarabía me llevó en ese sentido. Estaba yo en el camino del monte de los Olivos, y vi que sobre un saliente volaban en círculos negros pajarracos. Fui a ver... ¿Por qué? No lo sé. Y vi. ¡Qué horror!..."

"¡Qué horror! Dices bien. Más allá de la bondad ha estado la Justicia. En realidad, la bondad está ausente, ahora... Pero Pedro, ¡Pedro!... Juan, tengo la lanza. En cuanto a los vestidos... Longinos no dijo ni una palabra de ellos."

"Madre... quiero ir al Getsemaní. El fue aprehendido sin manto. Tal vez está allí. Luego iré a Betania."

"Ve. Ve por el manto... Los otros están en casa de Lázaro, por eso no es necesario que vayas. Ve y regresa aquí."

Juan se va corriendo, sin haber tomado nada, como también lo está la Virgen. Las mujeres sin sentarse han comido pan y aceitunas continuando su trabajo en los bálsamos.

 

Juana de Cusa llega con Jonatás 

Y la Virgen Dolorosa debe consolar 

a esta mujer curada, envuelta 

en una sensibilidad extrema.

 

Juana de Cusa llega con Jonatás. El llanto ha destrozado su cara. Apenas ve a la Virgen dice: "¡Me salvó! ¡Me salvó y El está muerto! ¡Ahora me arrepiento de que me hubiera salvado!"

Y la Virgen Dolorosa debe consolar a esta mujer curada, envuelta en una sensibilidad extrema. La consuela, la anima diciéndole: "No lo hubieras conocido ni amado, ni habrías podido servirlo ahora. ¡Falta mucho que hacer en lo futuro! Y deberemos hacer porque, lo ves... nosotras somos las que hemos quedado, los varones han escapado. Es siempre la mujer la verdadera creadora para el bien y para el mal. Nosotras engendraremos la nueva fe que de ella estamos llena, que el Dios-Esposo puso en nuestros corazones, y la daremos a luz a la tierra para el bien del mundo. ¡Mira cuán bello es! ¡Cómo sonríe y olvida este nuestro santo trabajo! Juana, tú sabes que te amo. No llores más."

"¡Pero El está muerto! Si, allí parece todavía como si estuviera vivo, pero no lo está más. ¿Qué cosa es el mundo sin El?"

"Volverá. Vete. Ora. Espera. Cuanto más creas, tanto más pronto resucitará. El creer en esto, es mi fuerza... Y solo yo, Dios y Satanás sabemos cuántos ataques ha sufrido mi fe en su resurrección."

También Juana se va, flacucha y encorvada como un lirio demasiado bañado en agua. Salido que ha, la Virgen vuelve a su tortura.

"¡A todos! ¡A todos debo dar fuerza! ¿Y a mí quién me la da?", y llora acariciando la Faz del lienzo, pues ahora se ha sentado cerca del cofre donde está extendido.

 

Llegan José y Nicodemo.

 

Llegan José y Nicodemo. Evitan a las mujeres de ir a comprar mirra y áloe porque traen varias bolsas. Sus fuerzas parecen acabarse cuando ven la Faz impresa en el lino y el rostro de María.

Se sientan en un rincón después de haberla saludado. No dicen nada. Tristes funerales... Luego se van. Tampoco Ella tiene fuerza de hablar. Cuanto más cae el día, empujado por una neblina sofocante, tanta más la Virgen es un ser desgarrador. Las sombras, como para cualquiera que sufre, son para Ella fuente de que su dolor aumente.

Las otras mujeres se ponen también tristes. Sobre todo Salomé, María de Alfeo y Susana. Pero les llega el consuelo cuando en grupo llegan Zebedeo, el esposo de Susana y Simón y José de Alfeo. Los dos primeros se quedan en el vestíbulo contando que Juan los encontró mientras pasaba por el suburbio de Ofel. A los otros dos los encontró Isaac errando por la campiña, inciertos si venir a la ciudad, o ir a donde los hermanos que tal vez estarían en Betania.

 

Los hijos de María de Alfeo: Simón y José, 

hablan con la Virgen

 

Simón dice: "¿Dónde está María? Quiero verla." Su madre lo guía. Entra y besa a su destrozada parienta.

"¿Eres solo? ¿Por qué no ha venido contigo José? ¿Por qué os habéis separado? ¿Todavía seguís peleando? Está mal. ¿Veis? ¡La razón de la discordia ha muerto!" Y señala la Faz del sudario.

Simón lo mira y llora. Dice: "Jamás nos hemos separado. No lo haremos. Sí, la razón de la discordia ha muerto, pero no como crees. Ha muerto porque José, ahora, ha comprendido... Está allí afuera... y no se atreve a venir..."

"¡Oh no! Yo no infundo miedo a nadie. No soy más que compasión. Habría perdonado aun al traidor. Pero no puedo ya. Se suicidó."

Se levanta. Camina encorvada, llamando: "¡José, José!"

Este, ahogado en llanto, no responde.

 

" Ven, José. Entremos juntos donde El 

te espera para sonreírte. 

José entra, dice: "¡Perdón, perdón!"

Ahora todo ha terminado."

"Ahora es cuando empieza. Irás a Nazaret y dirás:

 "Yo creo". Tu fe tendrá un valor inmenso. 

 

María se asoma a la puerta, como cuando habló a Judas, y apoyándose al estípite, extiende la otra mano y la pone sobre la cabeza del mayor en edad y el más obstinado de los sobrinos. Lo acaricia diciéndole: "Deja que me apoye en un José. Todo fue paz y serenidad mientras tuve ese nombre como rey en mi casa. Luego se me murió... ¡Huy! todo el bien humano de la pobre María murió también... me quedó el bien sobrenatural de mi Dios e Hijo... Ahora soy la Abandonada... Pero si puedo estar entre los brazos de un José a quien amo, y tú sabes que sí te amo, me sentiré menos abandonada. Me parecerá volver a tiempos idos. A poder decir: "Jesús está ausente, pero no muerto. Está en Caná, en Naín por razón de trabajos, pero regresa pronto..." Ven, José. Entremos juntos donde El te espera para sonreírte. Nos ha dejado su sonrisa para decirnos que no tiene rencor."

José entra, asido a su mano, y al verla sentada, se le arrodilla delante con la cabeza apoyada sobre sus rodillas. Sollozando dice: "¡Perdón, perdón!"

"¡No me lo pidas a mí, sino a El!"

"No me lo puede otorgar. En el Calvario traté de atraer su mirada. A todos ha mirado, a excepción de mí... Tenía razón... Muy tarde lo he conocido y amado como Maestro. Ahora todo ha terminado."

"Ahora es cuando empieza. Irás a Nazaret y dirás: "Yo creo". Tu fe tendrá un valor inmenso. Lo amarás con la perfección de los apóstoles futuros cuyo mérito será el de amar a Jesús a quien conocen sólo a través del espíritu. ¿Lo harás?"

"Sí, sí, para reparar. Pero quisiera oír de El alguna palabra, y no la oiré ya más..."

"El resucitará al tercer día y hablará a quien le ama. Todo el mundo espera su Voz."

"Bendita tú que puedes creer..."

 

"¡José, José! Mi esposo fue tu tío.

Pudo creer que la pobre María de Nazaret 

era la Esposa y Madre de Dios. 

¿Por qué tú, sobrino del justo José 

y que tienes el mismo nombre, 

no puedes creer que un Dios pueda decir 

a la muerte: "¡Basta!" y a la vida: "¡Regresa!?"

 

"¡José, José! Mi esposo fue tu tío. Y creyó en algo que era todavía más difícil de creer que esto. Pudo creer que la pobre María de Nazaret era la Esposa y Madre de Dios. ¿Por qué tú, sobrino del justo José y que tienes el mismo nombre, no puedes creer que un Dios pueda decir a la muerte: "¡Basta!" y a la vida: "¡Regresa!?"

"No merezco esta fe porque he sido malo. Injusto para con El. Pero tú... tú eres su Madre. Bendíceme. Perdóname... Dame el sosiego..."

"Sí... Paz... Perdón... ¡Oh, Dios! Una vez dije: "¡Cuán difícil es ser redentores?" Ahora digo: "¡Cuán difícil es ser la Madre del Redentor!"¡Piedad, Dios mío! ¡Piedad!... Vete, José. Tu madre ha sufrido mucho en estas horas. Consuélala... Me quedo yo aquí... Con todo lo que tengo de mi Niño... Mis lágrimas solitarias te alcanzarán la fe. Hasta pronto, sobrino mío. Di a todos que quiero estar en silencio... pensar... orar... Soy... soy una pobre mujer sostenida de un hilo sobre un abismo... El hilo es mi fe... y vuestra no-fe, porque nadie sabe creer total y santamente, golpea continuamente contra este hilo mío... No sabéis la fatiga que me imponéis... No sabéis que ayudáis a Satanás a atormentarme. Vete..."

María se queda sola...

Se arrodilla ante el Sudario. Besa la frente, los ojos, la boca de su Hijo y dice: "¡Así, así! Para tener fuerzas... Debo creer. Debo creer. Por todos."

La noche ha caído encima. Sin estrellas. Oscura. Bochornosa. María se queda sola con su dolor. El día del sábado ha terminado.

XI. 627-635

A. M. D. G.