LA NOCHE DEL SÁBADO SANTO
#"¿Pero por qué esta pregunta?" "Para explicarte lo que para mi ha significado la oración.
#Juan trae a Simón Pedro y el manto de Jesús
#pensé que Simón Pedro también estaba muerto, porque lo vi allí todo encogido contra un peñasco.
#Habría perdonado a Judas, con tal de salvarle su alma.
#ven aquí, al corazón de la Madre de los hijos de mi Hijo. Aquí Satanás no puede hacerte ningún mal.
#¿Por qué has hecho esperar tanto a una madre, Pedro maltrecho por el demonio?
#"Una mujer fiel, amorosa, valiente, lo alcanzó en el Calvario, y le secó el rostro.
#Ten presente esto, Pedro, para las horas en que te pareciere que el demonio es más fuerte que Dios.
#Antes era sólo el Maestro, el Amigo. Ahora es el Juez y Rey.
#La vida vuelve a sus hábitos, y el cuerpo exige sus derechos...
#el canto del gallo, cuando brota el alba, hace poner de pie a Pedro con un grito.
Cautelosamente entra María de Alfeo y escucha. Probablemente piense que la Virgen se haya dormido. Se acerca, se inclina, la ve de rodillas con el rostro en tierra junto al Sudario. En voz baja dice: "¡Pobrecita! ¡Así se quedó!"
Pero la Virgen, saliendo de su oración, responde: "No, estaba orando."
"¡De rodillas! ¡En la oscuridad! ¡Al frío! ¡La ventana abierta! ¿No sientes? ¡Estás helada!"
me ha parecido percibir un perfume angelical,
una frescura celestial,
una caricia de algo que volara...
"Así estoy mejor, María. Mientras oraba -y sólo el Eterno sabe cuán acabada estaba yo después de haber sostenido a tantos cuya fe vacila, iluminando tantas inteligencias a quienes ni siquiera la muerte ha esclarecido- me ha parecido percibir un perfume angelical, una frescura celestial, una caricia de algo que volara... Fue un instante... No más. Pero me ha parecido que en el mar de amargura que furiosos me ha sumergido hace tres días ya, penetrase una gota de calmante dulzura. Me ha parecido que la bóveda celestial se abriese un tantín, y que un rayo luminoso de amor bajase sobre la Abandonada. Me ha parecido que un murmullo incorpóreo de infinitas lejanías dijese: "Ha terminado realmente". Mi plegaria hasta ese momento desolada, encontró calma. Se tiñó de la luminosa paz -¡oh, apenas una nada!- la de luminosa paz que me da mi oración... ¡Mis plegarias!... María, ¿amaste, no es verdad, muchísimo a tu Alfeo cuando eras su prometida?"
"¡Oh, María! Cuando llegaba la aurora con todo mi corazón decía: "Ha pasado una noche. Una noche menos de espera". Me alegraba cuando llegaba el crepúsculo diciendo: "Un día más ha pasado. Más próxima estoy para entrar bajo su techo". Y cuando el sol iba a acostarse, como alondra cantaba yo pensando: "Dentro de poco llega". Y cuando lo veía llegar tan bello de cara como es mi Judas -y por esto Judas es mi predilecto. Con esos ojos de ciervo enamorado como los tiene mi Santiago, ¡oh!, entonces todo me desaparecía. Y cuando me saludaba diciendo: "¡Amada mía!", y yo le respondía: "Señor mío", creo... creo que si en esos momentos me hubiese aplastado un carruaje o atravesado una flecha no hubiera sentido dolor. Y ¡luego!... Cuando fui su mujer...¡Ah!..." María se queda extasiada en sus recuerdos. Luego: "¿Pero por qué esta pregunta?"
"¿Pero por qué esta pregunta?"
"Para explicarte lo que para mi ha significado
la oración.
"Para explicarte lo que para mi ha significado la oración. Centuplica tus sentimientos, hazlos mil y mil veces mayores y comprenderás lo que ha sido para mí la oración, la espera de esta hora... Creo que aun cuando no oraba en la tranquilidad de la gruta o de mi habitación, porque trabajaba en los quehaceres, mi alma oraba sin interrupción... Cuando podía decir: "Ahora es tiempo de recogerme en Dios", sentía que el corazón ardiente me palpitaba Y cuando me anegaba en El... entonces... No.. Esto no te lo puedo explicar. Cuando estéis en la luz de Dios lo comprenderás... Todo esto lo he perdido durante estos tres días... Ha sido una cosa más angustiosa que no tener a mi Hijo... Satanás se ha aprovechado de estas dos llagas sobrepuestas: la muerte de mi Hijo y el abandono de Dios, abriendo así la tercera llaga, la del terror de faltarme la fe. María, te amo mucho y eres mi parienta. Lo dirás a tus hijos apóstoles, para que sepan resistir en su apostolado, a triunfar sobre Satanás. Estoy cierta que si hubiese dudado, si hubiera caído en la tentación del demonio, y hubiera dicho: "No es posible que resucite", negando a Dios -porque decirlo era negar que Dios sea verdadero, sea poderoso- se hubiera convertido en nada tanta redención. Yo, la nueva Eva, habría mordido la manzana de la soberbia, habría disfrutado del sentido espiritual y habría deshecho la obra de mi Redentor. Continuamente los apóstoles así serán tentados por el mundo y la carne, por el poder y Satanás. Que permanezcan firmes contra todas las torturas, y las corporales serán las más leves, para que no destruyan lo que Jesús ha hecho."
"Dilo tú a mis hijos... ¿Qué puede decir tu pobre cuñada? ¡Oh, si ya hubieran venido! ¡Haber huido al primer momento, paciencia! ¡Pero luego!"
"Has oído que Lázaro y Simón habían recibido órdenes de llevarlos a Betania. Jesús sabia todo..."
"Sí... pero...¡Oh, cuando los veo los reprenderé duramente! Han sido unos cobardes. ¡Que los demás lo hayan sido!, pasa. Pero no ellos, ¡mis hijos! No se lo perdonaré jamás..."
"Perdona, perdona... Ha sido un momento de extravío... No creían que El pudiera ser apresado. El lo había dicho..."
"Te aseguro que no los perdonaré. Lo sabían. Por lo tanto estaban ya preparados. Cuando se sabe una cosa, y se cree a quien la dice, no causa extrañeza."
"María, también a vosotras os ha dicho: "Resucitaré". Y con todo... Si pudiera abriros el pecho y la cabeza, vería escrito en ambos: "No puede ser". "
"Pero al menos... Sí... es difícil creer... pero estuvimos en el Calvario."
"Por gracia de Dios, de otro modo habríamos huido también nosotras. ¿Oíste a Longinos? Dijo: "algo horrendo". Y es un guerrero. Nosotras mujeres, acompañadas de un solo muchacho, hemos resistido porque Dios nos ayudó de modo especial. No puedes gloriarte de ello, pues. No es nuestro mérito."
"¿Y por qué no les dio a ellos?"
"Porque serán los sacerdotes del mañana. Deben por eso tener experiencia. Experiencia, porque lo saben, de cuán fácil es a un fiel de una religión abjurar de ella. Jesús no quiere sacerdotes como esos que a tal punto llegaron hasta convertirse en sus enemigos más tenaces..."
"Hablas de Jesús como si ya hubiera regresado..."
"¿Lo ves? Tú también confiesas no creer. ¿Cómo puedes reprochar algo a tus hijos?"
María de Alfeo no puede replicar. Se queda con la cabeza inclinada, mueve maquinalmente algunos objetos. Ve la lamparita y se va con ella. La devuelve encendida, y la coloca en su lugar propio.
María se ha sentado nuevamente cerca del Sudario, que a la amarillenta luz de la lámpara, a la llama temblorosa, adquiere una viveza particular, y parece como mover boca y ojos.
"¿No tomas nada?" pregunta un poco mortificada la cuñada.
"Un poco de agua. Tengo sed."
Maria sale y regresa... con una poca de leche.
"No insistas. No puedo. Agua sí. No tengo más agua en mí... Creo que ni siquiera tengo sangre. Pero..."
Juan trae a Simón Pedro y el manto de Jesús
Llaman a la puerta. María de Alfeo sale a ver. Hablan en el vestíbulo. Juan se asoma.
"Juan, ¿has regresado? ¿Aun nada?"
"Sí. Simón Pedro... y el manto de Jesús... juntamente... en el Getsemaní. El manto..." Juan cae de rodillas y dice: "Míralo... Está despedazado y lleno de sangre. Las huellas de las manos son de Jesús. Sólo El las tenía largas y delgadas. Las rasgaduras han sido hechas con los dientes. Se nota claramente que fue la boca de un hombre. Pienso que haya sido... haya sido Judas Iscariote, porque junto al lugar donde Simón Pedro encontró el manto había un pedazo del vestillo amarillo de Judas. Volvió allá... después... antes de suicidarse. Mira, Madre."
María no ha hecho más que acariciar y besar el pesado manto rojo de su Hijo, pero a la insistencia de Juan lo despliega, y ve las huellas sangrientas, los rasgones hechos con los dientes. Tiembla y dice en voz baja: "¡Cuánta sangre!" Parece como que no viera sino eso.
"Madre... la tierra estaba enrojecida. Simón, que fue allá corriendo apenas amanecido, dice que sobre las hojas de la hierba aun había sangre fresca... Jesús... Yo no se... no me parecía haberlo visto herido... ¿De dónde salió tanta sangre?"
"De su cuerpo. Por la angustia... ¡Oh, Jesús, Víctima completa! ¡Oh, Jesús mío!" María llora angustiosamente en tal forma que las mujeres se asoman a la puerta a ver y luego se retiran. "Esto, esto, mientras todos te abandonaban. ¿Qué hacíais, mientras El padecía su primera agonía?"
"Dormíamos, Madre..." Juan responde entre lágrimas.
"¿Estaba allá Simón? Cuenta."
"Había ido yo a buscar el manto. Había pensado en preguntarle a Jonás y a Marcos... Pero habían huido. Su casa estaba cerrada y todo abandonado. Entonces bajé hacia las murallas para recorrer el mismo camino del jueves... Estaba yo tan cansado aquella noche y afligido, que no podía recordar ahora dónde se había quitado Jesús el manto. Me parecía que lo llevaba y que no lo llevaba... En el lugar de la aprehensión no encontré nada... Donde estuvimos los tres, tampoco... Tomé la vereda que el Maestro había tomado... Y pensé que Simón Pedro también estaba muerto, porque lo vi allí todo encogido contra un peñasco. Grité. Levantó la cabeza... Creí que había enloquecido por lo cambiado que estaba. Lanzó un alarido, y quiso huir, pero se tambaleaba, cegado por el llanto. Lo alcancé. Me dijo: "Déjame. Soy un demonio. Lo negué. Como El había dicho... El gallo cantó. El me miró. Escapé... he corrido por acá y por allá por los campos, y luego me he encontrado aquí. ¿Ves? Aquí Yeové me ha hecho encontrar su sangre para acusarme. ¡Sangre! ¡Sangre! En la roca, en la tierra, sobre la hierba. Fui causa de su derramamiento. Como tú, como todos. Pero yo renegué de esa sangre". Me parecía como en delirio. Trataba de calmarlo, de apartarlo, pero no quería. Decía: "Aquí, aquí. A custodiar esta sangre y su manto. Lo quiero lavar con mis lágrimas. Cuando no haya más entonces volveré entre vosotros golpeándome el pecho y diciendo: ¡He renegado al Señor!". Le dije que lo querías ver, que me habías enviado a buscarlo, pero no quería creerlo. Entonces le dije que buscabas también a Judas para perdonarlo, y que sufrías porque no podías hacer nada, pues ya se había suicidado. Entonces empezó a llorar con más calma. Quiso informarse de todo. Me dijo entonces que sobre la hierba había aun sangre fresca y que el manto había sido despedazado por Judas, pues había encontrado un trozo de su vestido. Lo dejé hablar y más hablar. Luego dije: "Ve a donde está la Madre". ¡Oh, cuánto tuve que rogarle para que lo hiciera! Y cuando creía que lo había ya persuadido, y me ponía de pie para regresar, él no se movía. Ya tarde ha venido. Al llegar más acá de la puerta se escondió de nuevo en un huerto solitario, diciendo: "No quiero que la gente me vea. Sobre mi frente llevo escrita la palabra: Renegador de Dios". Ahora, que está ya oscuro, logré finalmente arrastrarlo hasta aquí."
"¿Dónde está?"
"Detrás de esa puerta."
"Dile que entre."
"Madre..."
"Juan..."
"No lo reprendas. Está arrepentido."
"¿Me conoces tan poco todavía? Haz que pase."
Juan sale. Regresa solo. Dice: "No se atreve. Llámalo tú."
María con dulce voz: "Simón de Jonás, ven.
"Pedro llora tan fuerte y tan seguido,
que no percibe el ruido de la puerta al abrirse,
ni los pasos fatigados de la Virgen.
Pedro se le acerca a los pies, de rodillas,
y llora sin freno.
María con dulce voz: "Simón de Jonás, ven." Nada. "Simón Pedro, ven." Nada. "Pedro de Jesús y de María, ven." Una áspera explosión de llanto. Pero no entra. María se levanta. Deja el manto sobre la mesa y va a la puerta.
Pedro está allí fuera, agazapado, como un perro sin dueño. Llora tan fuerte y tan seguido, que no percibe el ruido de la puerta al abrirse, ni los pasos fatigados de la Virgen. Cae en la cuenta de que está cerca cuando Ella se inclina hasta tomarle una mano que tenía apretada a los ojos, y lo obliga a levantarse. Entra en la habitación trayéndolo consigo, como si fuera un niño. Echa el picaporte, e inclinada por el dolor, como Pedro por la vergüenza, regresa a su lugar.
Pedro se le acerca a los pies, de rodillas, y llora sin freno. María acaricia sus cabellos grises, sucios, de un sudor doloroso. Hasta que no se calma no deja de acariciarlo. Cuando Pedro finalmente dice: "No puedes perdonarme. No me acaricies, pues. Porque lo negué." María le responde: "Pedro, tú lo negaste. Es verdad. Tuviste el valor de hacerlo en público. Un valor cobarde de haberlo hecho. Los otros... fueron cobardes, menos los pastores, Mannaén, Nicodemo, José y Juan. Todos lo han renegado: hombres y mujeres de Israel, menos un puñado de mujeres... No menciono a los sobrinos y a Alfeo de Sara. Son parientes y amigos. Pero los demás... Y con todo no han tenido el valor satánico de mentir para salvarse, ni el valor espiritual de arrepentirse y llorar, ni el digno de alabanza de reconocer públicamente el error. Eres un pobrecillo. Lo fuiste, mejor dicho, mientras presumiste de ti. Ahora eres un hombre, mañana serás un santo. Pero aun cuando no fueras lo que eres, te habría perdonado de todos modos. Habría perdonado a Judas, con tal de salvarle su alma. Porque un espíritu vale tanto que es digno de que se superen cualquier repugnancia y resentimiento. Tenlo presente, Pedro. Te lo repito: "El valor de un alma es tan grande, que aun a costa de morir uno por el esfuerzo que se hace al tenerla cerca, hay que hacerlo, así entre los brazos, como te tengo tu cabeza cana, si se espera que haciéndolo así, se le puede salvar". Como una madre que después que su hijo fue castigado por su padre, le toma su cabeza culpable, y más con las palabras que balbucea su corazón afligido, que bate de amor y pena, que con el castigo que le dio su padre, se corrige. Pedro de mi Hijo, pobre Pedro que te has visto, como todos, en las manos de Satanás en estas horas de tinieblas, y no has caído en la cuenta de ello, y crees haberlo hecho todo por ti, ven, ven aquí, al corazón de la Madre de los hijos de mi Hijo. Aquí Satanás no puede hacerte ningún mal. Aquí se calman las tempestades, y en espera del sol: de mi Jesús que resucitará, que te dirá: "La paz sea contigo, Pedro mío", surge la estrella de la mañana, pura, bella, que hace puro, hermoso todo lo que besa, como sucede en las cristalinas aguas de nuestro mar en las frescas mañanas de primavera. Por esto tanto he querido verte. A los pies de la cruz yo fui martirizada por El y por vosotros ¿No lo sentiste?- y llamaba a vuestros corazones tan fuerte que pensaba que ellos realmente se me acercaban. Y encerrados en mi corazón, mejor dicho colocados sobre él, como los panes de la proposición, los tuve bajo el baño de su sangre y de su llanto. Puedo hacerlo porque El, en persona de Juan, me ha constituido Madre de toda su descendencia...¡Cuánto quise verte!... Aquella mañana, aquel mediodía, aquella noche y al siguiente día... ¿Por qué has hecho esperar tanto a una madre, Pedro maltrecho por el demonio? ¿No sabes que es deber de las madres enderezar, curar perdonar, llevar? Yo te llevo a El. ¿Quieres verlo? ¿Quisieras ver su sonrisa para convencerte de que todavía te ama? ¿Sí? ¡Oh, entonces hazte a un lado, pon la frente sobre la frente coronada, tu boca sobre su boca herida, y besa a tu Señor!"
"Ha muerto... No podré hacerlo más..."
"Pedro, respóndeme. ¿Cuál crees que haya sido el último milagro de tu Señor?"
"El de darnos su Cuerpo. Más bien, no. El del soldado curado allá, allá...¡Oh, no me hagas recordar!..."
"Una mujer fiel, amorosa, valiente, lo alcanzó
en el Calvario, y le secó el rostro. Y El, para
demostrar cuánto puede el amor,
imprimió su rostro en el lino.
Míralo, Pedro.
"Una mujer fiel, amorosa, valiente, lo alcanzó en el Calvario, y le secó el rostro. Y El, para demostrar cuánto puede el amor, imprimió su rostro en el lino. Míralo, Pedro. Esto consiguió una mujer, durante las horas de tinieblas infernales, y de la ira divina. Sólo porque amó. Ten presente esto, Pedro, para las horas en que te pareciere que el demonio es más fuerte que Dios. Dios era un prisionero de los hombres, abrumado, condenado, azotado, agonizante... Y sin embargo, porque aun en las más duras persecuciones, Dios siempre es Dios, y si la Idea es perseguida, Dios quien la suscita es intocable, mira que El responde a los que niegan, a los incrédulos, a los hombres de los necios "porqués", de los culpables "no puede ser", de los sacrílegos "lo que yo no comprendo no es verdad", sin palabras con este lienzo. Míralo. Un día, tu me contaste que habías dicho a tu hermano Andrés: "¿Que el Mesías se te haya mostrado? ¡No puede ser verdad!" y luego tu razonamiento humano tuvo que doblegarse ante la fuerza del espíritu que veía al Mesías allí donde la razón no lo lograba. Una vez, en medio de un mar tempestuoso, preguntaste: "¿Puedo ir, Maestro? " y luego, a medio camino, en medio de las ondas, dudaste y gritaste: "El agua no me puede sostener", y con la duda por lastre por poco no te ahogaste. Solo cuando contra la razón humana prevaleció el espíritu que supo creer, pudiste encontrar la ayuda de Dios. Otra vez dijiste: "Si Lázaro hace ya cuatro días que ha muerto, ¿para qué hemos venido? Para morir inútilmente", porque tu razón humana no podía admitir otra solución. Y tu espíritu le dio un mentís porque al mostrarte la gloria del que resucitó con la del resucitado, te mostró que no habías ido inútilmente. Otra vez, mejor dicho otras, dijiste al oír que tu Señor hablaba de muerte y de muerte atroz: "¡Esto no te sucederá jamás!" Y ves qué mentís ha tenido tu razón. Yo espero ahora que tu espíritu diga una palabra en este último caso."
"Perdón".
"No esta palabra, otra."
"Creo."
"Otra."
"No la sé..."
"Amo. Pedro, ama. Serás perdonado. Creerás. Serás fuerte. Serás el sacerdote y no el fariseo que oprime, que no tiene sino formalismos, que carece de una fe activa. Míralo. Atrévete a mirarlo. Todos lo han mirado y venerado. También Longinos... ¿Y tú no vas a poder? ¿Fuiste capaz de renegar de El? Si ahora no lo reconoces, a través de mi fuego materno, de mi amor doloroso que os une, que os da paz, no lo podrás más. El resucitará. ¿Cómo podrás verlo en su nuevo fulgor si no conoces su rostro de Maestro que se convertirá en el del Triunfador? Porque el dolor, todo el dolor de los siglos y del mundo, lo ha moldeado con cincel y martillo en aquellas horas que pasaron de la noche del jueves hasta las tres de la tarde de ayer, viernes. y han cambiado su rostro. Antes era sólo el Maestro, el Amigo. Ahora es el Juez y Rey. Ha subido a su trono para juzgar. Se ha puesto la corona. Y así quedará. Sólo que, después de la resurrección gloriosa, no será más el Hombre Juez y Rey, sino el Dios Juez y Rey. Míralo. Míralo, mientras el linaje humano y el dolor lo velan, para poderlo mirar cuando triunfe con su divinidad."
Finalmente Pedro levanta su cabeza de las rodillas de María y la mira con sus ojos hinchados en llanto, con una cara de un viejo niño desconsolado y sorprendido del mal que ha hecho y del inmenso bien que encuentra.
María repite lo que ya había hecho en la cámara
sepulcral. De pie, tiene los brazos abiertos,
cual sacerdotisa en el momento de la oblación.
Y así como allá ofreció la Hostia inmaculada,
aquí ofrece al pecador arrepentido. Hay razón.
Es la Madre de los santos y de los pecadores.
Luego levanta a Pedro. Lo vuelve a consolar
María lo obliga a ver a su Señor. Como si estuviera enfrente de un rostro vivo, Pedro con lágrimas prorrumpe: "¡Perdón, perdón! No sé como fue. Qué fue. No era yo. Había algo que me hizo no ser yo. Pero te amo, ¡Jesús! ¡Te amo, Maestro mío! ¡Vuelve, vuelve! ¿No te vayas sin decirme que me has comprendido!" Al decir estas palabras María repite lo que ya había hecho en la cámara sepulcral. De pie, tiene los brazos abiertos, cual sacerdotisa en el momento de la oblación. Y así como allá ofreció la Hostia inmaculada, aquí ofrece al pecador arrepentido. Hay razón. Es la Madre de los santos y de los pecadores. Luego levanta a Pedro. Lo vuelve a consolar. Le dice como diría a un niño: "Ahora estoy más contenta. Sé que estás aquí. Ahora vete allá con las mujeres y con Juan. Tenéis necesidad de descanso y alimento. Vete. Y sé bueno..."
Y mientras en la casa donde reina ahora más tranquilidad que en la noche anterior, se vuelve a pensar en las necesidades humanas del sueño, de la comida, y donde los que están allí poco a poco se rehacen del golpe de la muerte, la Virgen quiere quedarse sola de pie, firme en su hogar, en su espera, en su oración. Siempre, siempre, siempre. Por los vivos y por los difuntos. Por los justos y culpables. Por el regreso. Por el regreso de su Hijo.
Su cuñada quiso quedarse con ella, mas ahora está durmiendo profundamente, sentada en un rincón, con la cabeza arrimada a la pared. Marta y María vienen, pero cargadas de sueño se retiran a una habitación cercana y dichas algunas cuantas palabras se entregan al descanso... Más allá, en una pequeña habitación, duermen Salome y Susana. Sobre dos petates tirados en el suelo, duermen rumorosamente Pedro y Juan. El primero todavía con un sollozo mecánico que parece escucharse en su roncar. El segundo con una sonrisa de niño que sueña en algo bello.
La vida vuelve a sus hábitos, y el cuerpo exige sus derechos... Sólo la Estrella de la mañana brilla insomne, con su amor que vela cerca de la efigie de su Hijo.
Y así pasa la noche del sábado santo, hasta que el canto del gallo, cuando brota el alba, hace poner de pie a Pedro con un grito. Un grito de espanto, de dolor con el que despierta a los que están durmiendo.
Ha terminado su tregua. Empieza de nuevo la pena. Mientras que en María aumenta la ansia de la espera.
XI. 635-642
A. M. D. G.