LAS MUJERES PIADOSAS 

 

VAN AL SEPULCRO

 


#hagamos así. Yo me adelanto y espero. Vosotras venís con Juana. Me pondré en medio del camino si hay peligro alguno, 

  #Magdalena se va sola al sepulcro  

#Es en este momento en que sucede el breve y fuerte terremoto que echa de nuevo en brazos del terror a los jerosolimitanos, 

  #María siente el sacudimiento y cae por tierra.  

#Al llegar María ve a estos carceleros del Triunfador echados por tierra como un manojo de espigas segadas  

#Se levanta y corre para ir a decirlo a Pedro y Juan. 

  #"¡Se han llevado al Señor del Sepulcro! ¡Quién sabe dónde lo habrán puesto!"  

#Pedro y Juan salen inmediatamente. Magdalena los sigue por un trecho, luego regresa.  

#...Susana y Salomé han llegado a la muralla. En ese momento el terremoto las sobrecoge.  

#Asustadas entran en el huerto, ven a los guardias tirados por tierra... ven que sale una gran luz del sepulcro abierto.  

#Dulcemente el ángel les habla:...Id, decid a Pedro y a los discípulos que ha resucitado que se os adelanta en Galilea. 

 #... El tercer grupo, el de Juana, María de Alfeo y Marta, al ver que no pasa ninguna otra cosa deciden ir a donde de seguro las estarán esperando sus compañeras.  

#Mientras caminan, Juan y Pedro han llegado al huerto, seguidos de Magdalena.  

#"Simón, ¡no está! María ha visto bien. Ven, entra, mira." 

  #Juan se levanta y entra. Mientras lo hace Pedro descubre el sudario colocado en un rincón, bien doblado y con él la Sábana enrollada cuidadosamente. 

  #"Vámonos, Magdalena. Lo dirás a su Madre...""Yo no me voy. Me quedo aquí... 

#Levanta su cabeza, mira adentro, y entre lágrimas ve a dos ángeles sentados a la cabeza y a los pies de la mesa 

  #"¡Me han quitado al Señor Jesús! Había venido para embalsamarlo con la esperanza de que resucitase... 

 #"¡María!" Jesús centellea al llamarla por su nombre. "¡Raboni!" El grito de María es el "gran grito" que cierra el ciclo de la muerte.  

#"¡No me toques! Aun no he subido a mi Padre con este vestido. Ve donde están mis hermanos y amigos y diles que subo a mi Padre y vuestro, a mi Dios y vuestro. 

  #llegan de la calle María de Alfeo, Marta y Juana que con el aliento entrecortado dicen que "estuvieron allí, que vieron dos ángeles, que decían ser los custodios del Hombre-Dios, y el ángel de su Dolor, y que habían recibido la orden de decir a los discípulos que había resucitado."  

#"Sí. Han dicho: "¿Por qué buscáis al Viviente entre los muertos? El no está aquí. Ha resucitado como lo predijo 

 #Magdalena levanta la cabeza del regazo de María y confiesa: "¡Lo he visto! Le he hablado. Me ha dicho que sube al Padre y que luego vendrá. ¡Qué bello es!"  

#Vuelven las dos mujeres entradas en años: "¡Es verdad!  

#Entonces la Virgen  dice las siguientes breves palabras: "Realmente ha resucitado. Lo he tenido entre mis brazos. Lo he besado en sus llagas."


Entre tanto las mujeres que habían partido, caminan a lo largo del muro sumido en la penumbra. Por algunos minutos no hablan. Van bien arropadas y miedosas de tanto silencio y soledad. Luego, cobrando ánimo a la vista de la absoluta tranquilidad que reina en la ciudad, se reúnen en grupo y, dejando el miedo, hablan.

"¿Estarán ya abiertas las puertas?" pregunta Susana.

"Claro. Mira allá al primer hortelano que entra con verduras. Se dirige al mercado" responde Salomé. 

"¿Nos dirán algo?" torna a preguntar.

"¿Quién?" interroga Magdalena.

"Los soldados, en la puerta Judiciaria... Por allí... entran pocos y salen menos... Podríamos dar sospecha..."

"¡Y qué con eso! Nos verán, y verán a cinco mujeres que van al campo. Nos pueden tomar por quienes, después de haber celebrado la pascua, regresan a su ciudad."

"Pero... para no llamar la atención de ningún malintencionado, ¿por qué no salimos por otra puerta y luego damos vuelta a lo largo del muro?.."

"Se haría más largo el camino."

"Pero estaríamos más seguras. Vamos a la puerta del Agua..."

"¡Oh, Salomé! ¡Si yo fuera tú, escogería la puerta Oriental! Seria más largo el recorrido. Hay que hacerlo pronto y volver presto" responde Magdalena secamente.

"Entonces escojamos otra, pero no la Judiciaria. Sé buena..." ruegan todas. "Está bien, y ya que lo queréis, pasaremos por donde Juana. Nos pidió que se lo hiciéramos saber. Si fuéramos derecho, no habría necesidad. Pero como queréis dar una vuelta más larga, pasemos por su casa..."

"¡Oh, sí! También por los guardias que hay allí... Juana es conocida y respetada..."

Propondría que se pasase por la casa de José de Arimatea. Es el dueño del lugar."

 

hagamos así. Yo me adelanto y espero. 

Vosotras venís con Juana. Me pondré en medio 

del camino si hay peligro alguno, 

me veréis y regresaremos.

 

"¡Claro! ¡Hagamos ahora un cortejo para que nadie repare en nosotras! ¡Oh, qué cobarde hermana tengo! Más bien, Marta, hagamos así. Yo me adelanto y espero. Vosotras venís con Juana. Me pondré en medio del camino si hay peligro alguno, me veréis y regresaremos. Os aseguro que los guardias ante esto que lo he pensado (enseña una bolsa llena de monedas) nos dejarán hacer todo."

"Lo diremos también a Juana. Tienes razón."

"Entonces id, que yo me voy por mi parte."

"¿Te vas sola, María? Voy contigo" dice Marta, temerosa por su hermana.

"No. Tú vete con María de Alfeo a la casa de Juana. Salomé y Susana te esperarán cerca de la puerta, del lado de afuera de los muros. Luego tomaréis juntas el camino principal. Hasta pronto."

 

Magdalena se va sola al sepulcro

 

Magdalena no da pie a otros posibles pareceres, poniéndose veloz en camino con su bolsa de perfumes y el dinero en el seno.

Rápidamente camina como invitada por los primeros parpadeos de la aurora. Pasa por la puerta Judiciaria para llegar más pronto. Nadie la detiene...

Las otras la miran. Luego vuelven las espaldas en el cruce de los caminos donde estuvieron y toman otro, estrecho y oscuro, que al llegar al Sixto se ensancha en una calle más grande en que hay hermosas casas. Vuelven a dividirse. Salomé y Susana siguen por la calle, entre tanto que Marta y María de Alfeo llaman al portón de hierro y se muestran por la ventanilla, que apenas si abre el portero.

Van a donde está Juana, que ya se había levantado y vestido de un color morado muy oscuro que resalta su palidez. Está preparando también con su nutriz y una sirvienta los aceites.

 "¿Ya había llegado? Dios os lo pague. Si no hubierais venido, habría ido yo... para buscar consuelo... porque muchas cosas han quedado mal, desde aquel terrible día. Y para no sentirme sola debo ir donde esa piedra, llamar y decir: "Maestro, soy la pobre Juana... No me dejes sola tampoco Tú..." " Juana llora desconsoladamente en silencio, mientras Ester, su nutriz, hace muchas señales indescifrables detrás de la espalda de su dueña mientras le pone el manto.

"Me voy, Ester."

"¡Dios te consuele!"

 

Es en este momento en que sucede el breve 

y fuerte terremoto que echa de nuevo 

en brazos del terror  a los jerosolimitanos

 

 Salen de palacio para reunirse con sus compañeros. que no han olvidado los sustos del viernes.

Las tres mujeres precipitadamente vuelven pasos atrás, y se quedan en el ancho vestíbulo llenas de miedo entre sus siervas y siervos que gritan, que invocan al Señor...

...Magdalena por su parte está exactamente en los bordes del caminillo que conduce al huerto de Arimatea cuando la sorprende el poderoso aunque armónico rugir de esta señal celestial, mientras, a la luz apenas rosada de la aurora que avanza en el cielo donde todavía en el poniente una tenaz estrella se ve, que tiñe de rubio el aire hasta ahora verdoso, se enciende una potente luz que baja como un globo incandescente, brillantísimo, cortando en zig-zag el tranquilo aire.

 

María siente el sacudimiento y cae por tierra.

 

María siente el sacudimiento y cae por tierra. Por un momento murmura: "¡Señor mío!" Luego se endereza como el tallo al pasar el viento y veloz corre hacia la huerta. Entra como un pajarillo perseguido en busca del nido y se dirige al sepulcro. Por más prisa que se da no puede estar cuando el celeste meteoro entra destruyendo sello y cal puestos para refuerzo de la piedra, ni cuando con fragor la puerta de piedra cae, provocando un golpe que se une al del terremoto, que si es breve, es violentísimo tanto que deja como muertos a los guardias aterrorizados.

Al llegar María ve a estos carceleros del Triunfador echados por tierra como un manojo de espigas segadas, pero no relaciona el terremoto con la resurrección, sino al contemplar aquel espectáculo piensa que haya sido un castigo de Dios contra los profanadores del sepulcro de Jesús y cayendo de rodillas grita: "¡Ay de mí! ¡Lo han robado!"

Queda destrozada. Llora como una niña, que segura de encontrar a su padre en casa, la encuentra vacía. Se levanta y corre para ir a decirlo a Pedro y Juan. Y como no piensa sino en avisar a los dos, no se acuerda de ir al encuentro de sus compañeras, de esperar en el camino, más rápida cual gacela rehace el camino, pasa por la puerta Judiciaria y vuela por las calles que se van animando, se echa contra el portón de la casa y violentamente lo sacude.

La dueña le abre. "¿Dónde están Juan y Pedro?" pregunta angustiada Magdalena.

"Allí." La mujer señala el Cenáculo.

 

"¡Se han llevado al Señor del Sepulcro! 

¡Quién sabe dónde lo habrán puesto!"

 

Magdalena apenas si entra. Ante los dos sorprendidos discípulos, con voz baja por compasión a la Virgen, pero llena de dolor, dice: "¡Se han llevado al Señor del Sepulcro! ¡Quién sabe dónde lo habrán puesto!" Por vez primera tambalea, y para no caer se ase de donde puede.

"¡Pero cómo! ¿Qué estás diciendo?" preguntan los apóstoles.

Ella con ansias: "Me adelanté... para comprar las guardias... para que nos dejasen embalsamarlo. Están allí como muertos... El sepulcro está abierto, la piedra por tierra... ¿Quién habrá sido? ¡Oh, venid! Corramos..."

 

Pedro y Juan salen inmediatamente. Magdalena 

los sigue por un trecho, luego regresa.

 

Pedro y Juan salen inmediatamente. Magdalena los sigue por un trecho, luego regresa. Toma de los brazos a la dueña de casa, la sacude, llevada de su amor, y le ordena: "Por ningún motivo dejes pasar a alguien donde está Ella (señala la puerta de la habitación de la Virgen). Acuérdate que soy tu señora. Obedece y calla."

Sumida en espanto la deja. Alcanza a los apóstoles que a grandes pasos se dirigen al sepulcro...

 

...Susana y Salomé han llegado a la muralla. 

En ese momento el terremoto las sobrecoge.

 

...Susana y Salomé han llegado a la muralla. En ese momento el terremoto las sobrecoge. Llenas de miedo se refugian bajo un árbol y se quedan allí, luchando entre el ansia de ir al sepulcro o en el de correr a la casa de Juana. Pero el amor sobrepuja el miedo y se dirigen al sepulcro.

Asustadas entran en el huerto, ven a los guardias tirados por tierra... ven que sale una gran luz del sepulcro abierto. Su temor crece, llega a su clímax cuando teniéndose por la mano para darse valor mutuamente, se asoman al umbral y en la oscuridad de la gruta sepulcral ven a un ser luminosísimo, bellísimo, que dulcemente sonríe, que las saluda desde el lugar de donde está: apoyado a derecha de la piedra de la unción que desaparece con el inmenso resplandor.

Espantadas caen de rodillas.

 

Dulcemente el ángel les habla: ... Id, decid a Pedro 

y a los discípulos que ha resucitado que se os 

adelanta en Galilea. Allá lo veréis por un poco 

de tiempo más, según lo había dicho."

 

Dulcemente el ángel les habla: "No temáis. Soy el ángel del divino Dolor. He venido para ser feliz con su término. Jesús no siente más el dolor, ni la humillación de la muerte. Jesús de Nazaret, el Crucificado a quien buscáis, ha resucitado. ¡No está más aquí! Vacío está el lugar donde lo pusieron. Alegraos conmigo. Id, decid a Pedro y a los discípulos que ha resucitado que se os adelanta en Galilea. Allá lo veréis por un poco de tiempo más, según lo había dicho."

Las mujeres caen con el rostro a tierra y cuando lo levantan huyen como quien huye ante un duro castigo. Están aterrorizadas, murmuran: "¡Ahora moriremos! ¡Hemos visto el ángel del Señor!" En campo abierto se tranquilizan un tantico. Se consultan entre sí. ¿Qué hacer? Dicen que si cuentan lo que vieron nadie las creería. Si dicen que han ido allí, los judíos pueden acusarlas de haber matado a los guardias. No. No pueden decir nada ni a los amigos, ni a los enemigos...

Espantadas, enmudecidas regresan por otro camino a casa. Entran y se meten al cenáculo. Ni siquiera tratan de ver a la Virgen... Allí piensan si lo que han visto, no habrá sido un engaño del demonio. Como humildes que son, piensan que no "puede ser que se  les haya concedido ver al enviado de Dios. Es Satanás que las quiso aterrorizar."

Lloran, ruegan como dos niñas espantadas por una pesadilla...

 

... El tercer grupo, el de Juana, María de Alfeo y 

Marta, al ver que no pasa ninguna otra cosa 

deciden ir a donde de seguro las estarán 

esperando sus compañeras. 

 

... El tercer grupo, el de Juana, María de Alfeo y Marta, al ver que no pasa ninguna otra cosa deciden ir a donde de seguro las estarán esperando sus compañeras. Salen a la calle donde la gente aterrorizada habla del recién terremoto, que lo une con el del viernes, que ve aun lo que no existe.

"¡Mejor si todos están atemorizados! Tal vez hasta los guardias lo estarán y nos dejarán pasar" dicen María de Alfeo.

Ligeras van a la muralla. Mientras caminan, Juan y Pedro han llegado al huerto, seguidos de Magdalena.

Juan, más rápido, llega primero al sepulcro. No hay más guardias. Tampoco el ángel. Juan se arrodilla temeroso y afligido en el umbral abierto, por respeto y por ver si algo puede darle alguna pista, pero no ve sino los lienzos colocados sobre la sábana, puestos en montón por tierra.

"Simón, ¡no está! María ha visto bien. Ven, entra, mira."

Pedro, con el aliento entrecortado por la rapidez del paso, entra en el sepulcro. Por el camino había dicho: "No me atreveré a acercarme a aquel lugar." Pero ahora no piensa sino en ver dónde está el Maestro. Lo llama, como si pudiera estar escondido en algún oscuro rincón.

La oscuridad, a estas horas de la mañana, es densa dentro del sepulcro, que sólo se ilumina por la abertura de la puerta en la que se dibujan las sombras de Juan y Magdalena... Pedro se esfuerza en ver y hasta con las manos se ayuda... Tembloroso toca la mesa de la unción y la siente vacía...

"Juan, ¡no está! ¡No está!... ¡Oh, ven también tú! Tanto he llorado que apenas si puedo ver algo con esta raquítica luz."

 

Juan se levanta y entra. Mientras lo hace Pedro 

descubre el sudario colocado en un rincón, 

bien doblado y con él la Sábana enrollada 

cuidadosamente.

 

Juan se levanta y entra. Mientras lo hace Pedro descubre el sudario colocado en un rincón, bien doblado y con él la Sábana enrollada cuidadosamente.

"De veras que lo han robado. No pusieron los guardias por nosotros, sino para hacer esto... Y nosotros permitimos que lo hicieran..."

"Oh, ¿dónde lo habrán puesto?"

"¡Pedro, Pedro, ahora... todo se ha acabado!"

Los dos discípulos salen anonadados.

 

"Vámonos, Magdalena. Lo dirás a su Madre..."

"Yo no me voy. Me quedo aquí... 

 

"Vámonos, Magdalena. Lo dirás a su Madre..."

"Yo no me voy. Me quedo aquí... Podrá venir alguien... No me voy... Aquí hay todavía algo de El. Su Madre tenía razón... Respirar el aire donde estuvo El es el único consuelo que nos queda."

"El único consuelo... Ahora tú misma lo ves que era una tontería esperar..." dice Pedro.

Magdalena no objeta nada. Se abate hasta el suelo, junto a la puerta y llora mientras los otros despacio se van.

 

Levanta su cabeza, mira adentro, y entre 

lágrimas ve a dos ángeles sentados a la cabeza 

y a los pies de la mesa donde se hizo 

el embalsamamiento.

 

Levanta su cabeza, mira adentro, y entre lágrimas ve a dos ángeles sentados a la cabeza y a los pies de la mesa donde se hizo el embalsamamiento. Está tan atontada la pobre María, con la lucha que traba entre la esperanza que muere y la fe que no quiere morir, que los mira aturdida, sin sorprenderse de ello siquiera. Esta heroína no tiene otra cosa que lágrimas.

"¿Por qué estás llorando, mujer?" le pregunta uno de los luminosos seres, bellísimos jovencillos.

"Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto."

María no tiene miedo de hablar con ellos, ni pregunta: "¿Quiénes son?" Nada. Nada le espanta. Todo cuanto pueda sorprender a un hombre, lo ha ya experimentado. Ahora no es sino algo destruido que llora sin fuerzas, sin importarle nada.

El jovencillo angelical mira a su compañero, le sonríe. El otro hace lo mismo. Con una alegría angelical ambos miran hacia fuera, hacia el huerto florido con los miles de corolas que se han abierto a los primeros rayos del sol en los manzanos que hay allí.

María se vuelve para ver lo que miran. Y ve a un Hombre, hermosísimo que no comprendo cómo no pudo haberlo reconocido.

 

Un Hombre que la mira con piedad y le pregunta: 

"Mujer, ¿por qué estás llorando? ¿A quién buscas?"

 

Un Hombre que la mira con piedad y le pregunta: "Mujer, ¿por qué estás llorando? ¿A quién buscas?"

Es verdad que Jesús llevado de su compasión para con Magdalena a quien las demasiadas emociones han debilitado y que podría morir de una alegría imprevista no se muestra claramente, pero me pregunto cómo no pudo haberlo reconocido.

Entre sollozos Magdalena dice: "¡Me han quitado al Señor Jesús! Había venido para embalsamarlo con la esperanza de que resucitase... Todo mi valor, todas mis esperanzas, toda mi fe giraban en torno a mi amor por El... pero ahora no lo encuentro más... He puesto aun mi amor alrededor de mi fe, de la esperanza, del valor para defenderlos de los hombres... Pero ¡todo es inútil! Los hombres han robado a mi Amor y con ello todo se han llevado... ¡Oh Señor mío, si tú te lo llevaste, dime dónde lo pusiste! Yo lo tomaré... No lo diré a nadie... Será un secreto entre mí y ti. Mira: soy la hija de Teófilo, la hermana de Lázaro, pero estoy a tus pies para suplicártelo como una esclava. ¿Quieres que te compre su cuerpo? Lo haré. ¿Cuánto quieres? Soy rica. Puedo darte mucho oro y muchas piedras preciosas por lo que pesa. pero devuélvemelo. No te denunciaré. ¿Quieres azotarme? Hazlo. Hasta que me saques sangre si así te parece. Si lo odias a El, desquítate conmigo. pero devuélvemelo. ¡Oh, no me desoigas, Señor mío! ¡Ten compasión de una pobre mujer!...¿No quieres hacerlo por mí? Entonces, hazlo por su Madre. ¡Dime, dime, donde está mi Señor Jesús! Soy fuerte. Lo tomaré entre mis brazos y lo cargaré como a un niño. Señor... señor... lo ves... hace tres días que la ira de Dios nos ha castigado por lo que se hizo a su Hijo... No agregues profanación al delito..."

 

"¡María!" Jesús centellea al llamarla por su 

nombre. "¡Raboni!" El grito de María es el

 "gran grito" que cierra el ciclo de la muerte.

 

"¡María!" Jesús centellea al llamarla por su nombre. Se revela en su triunfante fulgor.

"¡Raboni!" El grito de María es el "gran grito" que cierra el ciclo de la muerte. Con el primero las tinieblas del odio envolvieron a la Víctima en sus vendas fúnebres, con el segundo las luces del amor aumentaron su brillo.

María al son de su grito que llena el huerto se levanta, se echa a los pies de Jesús. Quiere besarlos.

Jesús tocándola apenas con la punta de sus dedos sobre la frente la separa diciéndole: "¡No me toques! Aun no he subido a mi Padre con este vestido. Ve donde están mis hermanos y amigos y diles que subo a mi Padre y vuestro, a mi Dios y vuestro. Y luego iré donde están ellos." Jesús desaparece envuelto en una luz que no puede verse.

Magdalena besa el suelo donde estuvo y corre a casa. Entra como un cohete porque la puerta está semicerrada para que por ella pase el dueño, que ha salido para ir a la fuente. Abre la puerta de la habitación de María, se le echa sobre el pecho, gritando: "¡Ha resucitado! Ha resucitado!" y bienaventurada llora.

 

llegan de la calle María de Alfeo, Marta y Juana 

que con el aliento entrecortado dicen que 

"estuvieron allí, que vieron dos ángeles, 

que decían ser los custodios del Hombre-Dios, 

y el ángel de su Dolor, y que habían recibido 

la orden de decir a los discípulos 

que había resucitado."

 

Mientras acuden Pedro y Juan, y del cenáculo salen espantadas Salomé y Susana, que escuchan lo sucedido, llegan de la calle María de Alfeo, Marta y Juana que con el aliento entrecortado dicen que "estuvieron allí, que vieron dos ángeles, que decían ser los custodios del Hombre-Dios, y el ángel de su Dolor, y que habían recibido la orden de decir a los discípulos que había resucitado."

Y como Pedro mueve la cabeza, insisten diciendo: "Sí. Han dicho: "¿Por qué buscáis al Viviente entre los muertos? El no está aquí. Ha resucitado como lo predijo cuando estaba en Galilea. ¿No os acordáis de ello? Dijo: 'El Hijo del Hombre debe ser entregado en las manos de los pecadores y será crucificado. Pero resucitará al tercer día' "."

Pedro sacude su cabeza diciendo: "¡Muchas cosas han sucedido en estos días! Os habéis quedado asustadas."

 

Magdalena levanta la cabeza del regazo de María 

y confiesa: "¡Lo he visto! Le he hablado. 

Me ha dicho que sube al Padre y que luego vendrá. 

¡Qué bello es!"

 

Magdalena levanta la cabeza del regazo de María y confiesa: "¡Lo he visto! Le he hablado. Me ha dicho que sube al Padre y que luego vendrá. ¡Qué bello es!" y llora como nunca lo había hecho ahora que no tiene por qué atormentarse a sí misma al luchar contra las dudas que le asechan de todas partes.

Pedro y Juan dudan. Se miran. Su mirada dice: "¡Imaginaciones de mujeres!"

Ahora Susana y Salomé se atreven a hablar. Pero la inevitable diversidad de detalles: de los guardias que antes estaban como muertos y después, no; de los ángeles que son uno y dos, que los apóstoles no vieron; de que Jesús viene aquí y de que se adelanta a ellos en Galilea, hace que la duda crezca más en los apóstoles y que se persuadan que son "imaginaciones de mujeres".

María, la feliz Madre, guarda silencio sosteniendo a Magdalena... No comprendo la razón de este silencio maternal.

María de Alfeo dice a Salomé: "Vayamos nosotras dos. Veamos si todas estaban ebrias..." Y salen corriendo.

Las otras se quedan. Los dos apóstoles tranquilamente se burlan de ellas. Cerca de María que no dice nada, absorta en un pensamiento que su modo interpretan y que nadie comprende que sea un éxtasis.

Vuelven las dos mujeres entradas en años: "¡Es verdad! ¡Es verdad! Lo hemos visto. Nos ha dicho, cerca del huerto de Bernabé: "La paz sea con vosotras. No tengáis miedo. Id a decir a mis hermanos que he resucitado y que vayan dentro de pocos días a Galilea. Allí estaremos todavía un poco juntos". Así ha dicho. Magdalena tiene razón. Hay que decirlo a los que están en Galilea, a José, a Nicodemo, a los discípulos de mayor confianza, a los pastores. Id. Haced algo... ¡Oh, ha resucitado!..." todas llenas de felicidad lloran.

"¡Estáis locas! ¡El dolor os ha trastornado la cabeza! Habéis creído que la luz fuese un ángel, que el viento fuese voz, que el sol fuese Jesús. No os critico. Os comprendo, pero no puedo creer sino en lo que yo he visto: el Sepulcro abierto y vacío y los guardias que huyeron después de haber sido robado el cadáver."

"¡Pero si los guardias mismos lo están diciendo que ha resucitado! ¡Si la ciudad está alborotada y los jefes de los sacerdotes están que se mueren de rabia porque los guardias, aterrorizados, han hablado! Ahora quieren que digan de modo diverso y para eso les han pagado. Pero ya se sabe. Si los judíos no creen en la resurrección, si no quieren creer, muchos otros creerán..."

"¡Umh, mujeres!..." Pedro levanta sus hombros y hace como que se va.

 

Entonces la Virgen dice las siguientes breves 

palabras: "Realmente ha resucitado. Lo he tenido 

entre mis brazos. Lo he besado en sus llagas."

 

Entonces la Virgen, que continúa teniendo sobre su pecho a Magdalena que llora como un sauce bajo una llovizna por su inmensa alegría y a quien besa sobre sus rubios cabellos, levanta la mirada transfigurada y dice las siguientes breves palabras: "Realmente ha resucitado. Lo he tenido entre mis brazos. Lo he besado en sus llagas." Y luego se inclina sobre los cabellos de Magdalena y agrega: "Sí, la alegría es más fuerte que el dolor, pero no es más que un grano de arena de lo que será tu océano de júbilo eterno. Bienaventurada tú que sobre la razón has hecho que hablase el espíritu."

Pedro no se atreve a protestar... y con uno de sus arranque antiguos, que salen a la superficie, grita, como si de él y no de otros dependiese el retardo: "Entonces, si es así, hay que hacerlo saber a los demás. A los que andan por los campos... buscar... hacer algo. ¡Ea!, levantaos. Si viniese... que por lo menos nos encuentre" y no cae en la cuenta que confiesa que no cree aun ciegamente en la resurrección.

XI. 657-665

A. M. D. G.