JESÚS SE APARECE A LOS DIEZ 

APÓSTOLES EN EL CENÁCULO

A LOS CUATRO DÍAS  

DESPUÉS DE SU MUERTE

 


#La habitación se ilumina como si un relámpago hubiera penetrado en ella. Jesús está en medio de la habitación  

#Jesús con gran sonrisa da un paso hacia adelante: "No tengáis miedo. Soy Yo. ¿Por qué estáis acobardados? 

  #Soy Jesús, vuestro Jesús resucitado como había dicho  

#¿Tenéis algo que comer? Dádmelo, entonces." 

#Santiago, hermano de Juan, es el primero que se atreve a hablar: "¿Por qué nos miras así?"  

#Jesús lo atrae sobre su corazón y entonces Juan se entrega libremente a un llanto de felicidad. Es l a señal para que todos se acerquen  

#"Ven aquí, Simón de Jonás." "Ven aquí. ¿Qué te dijo mi Madre? "Si no lo miras en este Sudario, no tendrás valor de mirarlo otra vez"  

#Luego dice: "Vamos. Quítame el oprobio de Judas. Bésame donde él me besó. Quítame con tu beso la huella de su traición."  

#Los demás, al ver la bondad de Jesús, encuentran fuerzas para acercarse.  

#¿Por qué nos has hecho esto, Señor?  

#Se quejan porque Jesús se apareció a otros antes que a ellos  

#Jesús explica la razón  

#¿Quién quiso dar una gota de agua a mi garganta que ardía de sed ? ¿Una mano de Israel? No. Un pagano compasivo.

  #En verdad os digo que si rechacé todo consuelo, porque cuando se es víctima no conviene templar la suerte, no quise rechazar lo que me ofrecía el pagano, 

  #Pero como ninguna cosa, ni nadie os hubiera convencido para que usaseis de bondad, condescendencia, caridad para los que están en las tinieblas, fue necesario -¿comprendéis?- 

  #Veis que aquellos a quienes mirabais con desprecio o con orgullosa compasión os han superado en la fe y en el obrar.  

#Jesús, lleno de toda majestad, se pone de pie. "Hijos míos, os hablaré más veces, 

os absuelvo y perdono. Mi Padre me envió al mundo. Yo os mando a él para que continuéis mi evangelización. Sed buenos. Llevad la luz con vosotros. Para preparaos a este ministerio 

Yo os comunico el Espíritu Santo. A quienes le perdonaréis sus pecados les serán perdonados. A quien no, no se les perdonarán. 

Lo que todavía no os digo, os lo diré cuando el que está ausente, haya venido. Rogad por él. Quedaos con mi paz y sin angustia alguna de que no os ame."  

#Jesús desaparece como había entrado

 


 

Están en el Cenáculo. Debe ser muy noche porque no se oye ningún rumor. Creo que los que vinieron antes se han retirado o a sus propias casas o a dormir, cansados de tantas emociones.

Los diez por su parte, después de haber comido pescado, algunos de los cuales se  ven todavía en el plato sobre la alacena, hablan, a la luz de la llama de la lámpara, la más cercana a la mesa. Siguen sentados a la mesa. Sus palabras son breves, como que si monologasen consigo mismos, y mutuamente dejan que uno siga hablando sin hacerle caso, pero me da la impresión de que todas estas palabras, cual rayos sueltos de una rueda, giran en torno a un único centro: Jesús.

"No me gustaría que Lázaro haya comprendido mal, y mejor que él hubiesen comprendido las mujeres..." dice Judas de Alfeo.

"¿A qué hora dijo la romana que lo había visto?" pregunta Mateo.

Nadie responde.

Mañana voy a Cafarnaum" dice Andrés.

"¡Qué maravilla! Coincidir exactamente en el momento en que sale la litera de Claudia" se felicita Bartolomé.

"Hicimos mal, Pedro, en habernos venido inmediatamente... Nos hubiéramos quedado, lo habríamos visto como Magdalena" suspira Juan.

"No comprendo cómo pudo estar en Emmaús y en el palacio al mismo tiempo. Y cómo aquí, donde está su Madre, allá donde estaba Magdalena, y Juana..." se dice a sí mismo Santiago de Zebedeo.

"No vendrá. No he llorado lo suficiente para merecerlo... Tiene razón. Yo aseguro que me hará esperar tres días, por mis tres negaciones. Pero ¡cómo, como pude haber hecho eso!"

"¡Qué transfigurado estaba Lázaro! Os aseguro que parecía un sol. Me imagino que le pasó la mismo que a Moisés, después de que ofreció su vida ¿O no es verdad, vosotros que os encontrabais allí?" pregunta Zelote.

Nadie lo escucha.

Santiago de Alfeo se vuelve a Juan y le pregunta: "¿Como dijo a los de Emmaús? Me parece que nos excusó, ¿no es verdad? ¿No dijo que todo había sucedido porque nosotros los israelitas comprendemos mal la naturaleza de su Reino?"

Juan no responde y volviéndose a mirar a Felipe, agrega... más bien habla al aire, porque a Felipe no se dirige: "A mí me basta saber haya resucitado. Y luego... luego que mi amor sea cada vez más grande. Lo han visto. Si pensáis bien, ha ido en proporción al amor que tenemos: primero a su Madre, a María Magdalena, luego a los niños, a mi madre, y a la tuya, luego a Lázaro, a Marta... ¿Cuándo se apareció a Marta? Estoy seguro que cuando entonó el salmo davídico: "El Señor es mi pastor, nada me faltará. Me ha puesto en un lugar de abundantes pastos, me ha llevado a aguas que refrescan. Ha llamado a Sí mi alma..." ¿Recuerdas cómo nos maravilló con su inesperado canto? Esas palabras se unen muy bien con lo que dijo: "Ha llamado a Sí mi alma". De hecho parece que Marta ha encontrado nuevamente su camino... Antes andaba como sin saber qué hacer. Ella que es tan fuerte. Tal vez cuando la llamó, le dijo el lugar donde la quiere. O bien, se lo dijo. ¿Qué habrá querido decir con "esponsalicios confirmados?"

Felipe, que por un momento lo miró y luego dejó que hablara solo, da un suspiro: "No sabré qué decirle si viene... Huí... y me parece que huiré. Antes lo hice por temor a los hombres, ahora por temor a El."

"Dicen todos que es hermosísimo. Pero, ¿puede ser más bello de lo que ya era?" se pregunta Bartolomé.

"Yo le diré: "Me perdonaste sin decir palabra alguna, cuando yo era publicano. Perdóname también ahora con tu silencio, porque mi cobardía no merece que me hables" dice Mateo.

"Longinos dijo que había pensado: "¿Debo pedirle que me cure o que crea?" Su corazón le respondió que pidiese "poder creer" y entonces una Voz le dijo: "Ven a Mí", y experimentó la voluntad de creer y se sintió curado. Así me lo dijo" afirma Judas de Alfeo.

"Yo no puedo dejar de pensar en Lázaro que al punto se le premió después de haber ofrecido su vida... También yo lo he dicho: "Mi vida por tu gloria". Pero no ha venido" suspira Zelote.

"¿Qué estás diciendo, Simón? Tú que eres culto, dime: ¿Qué debo decirle para darle a entender que lo amo y que le pido perdón? Tú, Juan. Tú has hablado mucho con su Madre. Ayúdame. ¡No está bien dejar solo al pobre de Pedro!"

Juan se compadece de su compañero atribulado y responde: "De... de mi parte le diría sencillamente: "Te amo". En el amor está incluido también el deseo de ser perdonado y del arrepentimiento. Pero... no sé. Simón, ¿qué dices tú?"

"Yo pronunciaría el grito que provocaba los milagros: '¡Jesús, piedad de mí!' Diría: "Jesús" Y basta. Porque es más que decir: Hijo de David."

"En esto pienso y es lo que me hace temblar. ¡Oh! me achicaré... Aun esta mañana tenía miedo de verlo y ..."

"... y fuiste el primero en entrar. No tengas miedo. Parece como si no lo conocieras" dice Juan, dándole ánimos.

 

La habitación se ilumina como si un relámpago 

hubiera penetrado en ella. Jesús está en medio 

de la habitación

 

La habitación se ilumina como si un relámpago hubiera penetrado en ella. Los apóstoles se tapan las caras, temiendo que sea un rayo. Pero al no oír el estruendo levantan la cabeza.

Jesús está en medio de la habitación, junto a la mesa. Abre los brazos, diciendo: "La paz sea con vosotros."

Nadie responde. Todos lo miran, quien con la palidez o con la vergüenza, con miedo y reverencia. Se sienten atraídos y al mismo tiempo deseosos de huir.

Jesús con gran sonrisa da un paso hacia adelante: "No tengáis miedo. Soy Yo. ¿Por qué estáis acobardados? ¿No teníais deseos de verme? ¿No os había dicho que regresaría? ¿No os lo dije hasta la tarde de la pascua?"

Nadie se atreve a abrir su boca. Pedro ha empezado a llorar. Juan sonríe mientras los dos primos con los ojos brillantes y con un intento de decir algo que se queda en sus labios, parecen dos estatuas representando el deseo.

 

Soy Jesús, vuestro Jesús resucitado 

como había dicho

 

"¿Por qué dentro de vuestros corazones traban lucha la duda y la fe, el amor y el temor? ¿Por qué queréis seguir siendo carne y no espíritu, y con éste sólo comprender, juzgar, obrar? ¿Baja el fuego del dolor, no se ha consumido el viejo yo y nacido el nuevo a una vida nueva? Soy Jesús, vuestro Jesús resucitado como había dicho. Mirad: tú que viste mis heridas, y vosotros que no las visteis. Porque lo sabéis. Es muy diverso de lo que Juan vio. Tú, primero, ven. Estás limpio completamente. Tanto que puedes tocarme sin temor. El amor, la obediencia, la fidelidad, te han purificado del todo. Mi sangre, con que te bañaste cuando me bajaste del patíbulo, completó todo. Mira. Son mis propias manos, mis propias heridas. Contempla mis pies. ¿Ves cómo esta señal es la del clavo? Sí. Soy Yo. O soy un fantasma. Tocadme. Los espectros no tienen cuerpo. Yo tengo un cuerpo verdadero." Pone su mano sobre la cabeza de Juan que se le ha acercado. "¿Sientes? Tiene calor y es pesada." Le sopla a la cara: "Y esto es aliento."

"¡Oh, Señor mío!" Juan murmura estas palabras...

"Sí. Vuestro Señor. Juan, no llores de miedo ni de deseo. Ven a Mí. Soy siempre quien te ama. Sentémonos como siempre, a la mesa. ¿Tenéis algo que comer? Dádmelo, entonces."

Andrés y Mateo, caminando como sonámbulos, toman de la alacena pan y pescado, y un tarro con miel apenas abierto, que está en un lado.

Jesús ofrece el alimento y come. Da a cada uno un pedazo de lo que come. Los mira. Es bueno, pero tan majestuosos que están paralizados.

Santiago, hermano de Juan, es el primero que se atreve a hablar: "¿Por qué nos miras así?"

"Porque quiero conoceros."

"¿Todavía no nos conoces?"

"Igual que vosotros que no me conocéis. Si me conocierais, sabríais quién soy, cuánto os amo y encontraríais palabras para hablarme de vuestro tormento. Estáis callados, cual lo estarías enfrente de un desconocido cuyo poder imagináis y por eso teméis. Hace poco tiempo hablabais... Hace casi cuatro días que habláis con vosotros mismos diciéndoos: "Le diré esto...", diciendo a mi Espíritu: "Vuelve, Señor para que te pueda decir esto". He venido ahora y os calláis. ¿Estoy tan cambiado que no me parezco? ¿O estáis tan cambiados, que no me amáis ya?"

Juan, que está sentado cerca de Jesús, reclina su cabeza sobre su pecho como solía hacerlo antes, y con voz queda dice: "Te amo, Dios mío", pero se estremece al haber osado recargar su cabeza sobre el resplandor que mana de Jesús, pese a que la carne de su cuerpo es semejante a la nuestra. Jesús lo atrae sobre su corazón y entonces Juan se entrega libremente a un llanto de felicidad.

Es la señal para que todos se acerquen. 

Pedro, dos asientos después de Juan, se desliza entre la mesa y el asiento, y entre lágrimas dice: "¡Perdón, perdón! Sácame de este infierno en que durante tantas horas me debato. Dime que comprendiste mi error que no fue lo que se quiso. No fue un error de mi corazón, sino de mi debilidad humana que se impuso a él. Dime que has visto mi arrepentimiento... Hasta mi muerte durará. Pero... dime que no debe temerte como a Jesús... y yo... yo... buscaré la manera de portarme en tal forma que Dios me perdone... y que al morir... tenga sólo que sufrir un gran purgatorio."

 

"Ven aquí, Simón de Jonás." "Ven aquí. 

¿Qué te dijo mi Madre? 

"Si no lo miras en este Sudario, no tendrás valor 

de mirarlo otra vez"

 

"Ven aquí, Simón de Jonás."

"Tengo miedo."

"Ven aquí. No quieras ser ahora cobarde."

"No merezco acercarme a Ti."

"Ven aquí. ¿Qué te dijo mi Madre? "Si no lo miras en este Sudario, no tendrás valor de mirarlo otra vez". ¡Eres un necio! ¿Con mi rostro, con mi dolorosa mirada no te decía que te comprendía y que te perdonaba? Regalé ese lienzo para consuelo, para guía, para absolución y bendición...

¿Qué cosa os ha hecho Satanás para cegaros en tal forma? Ahora Yo te digo: si no me miras ahora, que sobre Mí he puesto un velo para ponerme al alcance de vuestra debilidad, jamás podrás venir a Mí, tu Señor, sin temor. ¿Y entonces qué cosa te volverá a traer? Pecaste por presunción. ¿Quieres pecar ahora por obstinación? Ven, te lo mando."

Pedro se arrastra sobre sus rodilla, entre la mesa y los asientos, con las manos cubriendo su cara bañada en lágrimas. Cuando llega a los pies de Jesús, lo detiene. Le pone la mano sobre su cabeza. Pedro con lágrimas más abundantes toma esa mano, la besa en medio de un sollozo que no conoce freno alguno. No sabe más que repetir: "¡Perdón, perdón!"

Jesús quita su mano y con ella levanta la cara del apóstol. Lo mira en sus ojos enrojecidos, quemados, destrozados por el arrepentimiento. Sus ojos parecen como querer llegar hasta el fondo del alma. Luego dice: "Vamos. Quítame el oprobio de Judas. Bésame donde él me besó. Quítame con tu beso la huella de su traición."

Pedro levanta su cabeza, al mismo tiempo que Jesús se inclina, y le besa en la mejilla... después la reclina sobre las rodillas de Jesús y se queda en esta posición, como un anciano que se comporta cual niño, que sabe que ha hecho mal, pero que se le perdona.

Los demás, al ver la bondad de Jesús, encuentran fuerzas para acercarse. Los primeros en hacerlo son sus primos... Quisieran decir tantas cosas, que no logran decir ni una palabra. Jesús los acaricia, y los anima con su sonrisa.

Se acercan Andrés y Mateo. Mateo dice: "Como en Cafarnaum..." y Andrés: "Yo... yo... te amo."

Bartolomé entre lágrimas: "No fui un docto, sino un necio. Este sí que lo fue" y señala a Zelote a quien Jesús sonríe.

Santiago de Zebedeo se acerca y dice a Juan: "Díselo tú..." Jesús se vuelve y dice: "Hace cuatro noches que lo dices, y siempre he tenido compasión de ti."

Felipe, muy inclinado, es el último en acercarse, pero Jesús le obliga a levantar la cabeza: "Para predicar al Mesías se necesita mucho valor."

Están ahora todos alrededor de Jesús. Poco a poco ganan confianza. Encuentran lo que habían perdido o que lo temían. Vuelve la paz, la tranquilidad, y aunque Jesús aparece muy majestuoso que mantiene dentro de un cierto respeto a sus discípulos, estos logran atravesar los límites y empiezan a hablar.

 

¿Por qué nos has hecho esto, Señor?

 

Su primo Santiago se lamenta: "¿Por qué nos has hecho esto, Señor? Sabías que somos nada y que todo viene de Dios. ¿Por qué no nos diste las fuerzas para estar a tu lado?"

Jesús lo mira y sonríe.

"Ahora todo se ha cumplido y nada tienes que padecer. Pero no me exijas que te obedezca hasta tal punto. A cada hora he envejecido más que si hubiera pasado un lustro. Tus sufrimientos que el amor y Satanás al mismo tiempo aumentaban, cinco veces más de lo que eran, en mi imaginación, han acabado con todas mis fuerzas. No me quedaron otras que las de obedecer. Y así como uno que se está ahogando se agarra de la tabla hasta con los dientes, así era mi voluntad... ¡Oh, no pidas mas esto de tu leproso!"

Jesús mira a Simón Zelote y sonríe.

"Señor, sabes lo que mi corazón anhelaba. Pero después me faltó todo... como si me lo hubiesen arrebatado los verdugos que te aprehendieron... y me quedó solo un agujero de donde se escapaban mis antiguos pensamientos. ¿Por qué has permitido esto, Señor?" pregunta Andrés.

"Tú hablas del corazón... pero yo aseguro que me sentí como uno a quien falta la razón. Como quien recibe un mazazo en la nuca. De pronto, en la noche me encontré en Jericó... ¡Oh, Dios, Dios!... ¿Pero puede un hombre perecer de este modo? Me imagino que así será la posesión. Ahora comprendo qué es esta horrible cosa..." Felipe abre tamaños ojos al recuerdo de lo que le sucedió.

"Felipe tiene razón. Yo miraba hacia atrás. Soy un viejo y no me falta el saber. Y con todo no sabía nada en aquella hora. Miraba a Lázaro, cruelmente atormentado, pero seguro, y me decía: "¿Cómo puede suceder que encuentre todavía una razón para estar así y yo no?" dice Bartolomé.

"También yo miraba a Lázaro. Pero como apenas he comprendido lo que nos explicaste, no me apoyaba en mi saber. Decía: "Si por lo menos mi corazón fuese igual". Y por el contrario, no experimentaba más que dolor, dolor, dolor. Lázaro sufría, pero tenía paz... ¿Por qué a él tanta paz?"

Jesús mira primero a Felipe. luego a Bartolomé, a Santiago de Zebedeo. Sonríe, pero no dice nada.

Judas dice: "Abrigaba esperanzas de ver lo que ciertamente Lázaro veía pero no lo logré. Por esto siempre estuve cerca de él... ¡Su cara!... Un espejo. Un poco antes del terremoto del viernes la tenía como uno que muere aplastado. Y luego, de golpe, cobró un aire de majestad en su dolor. ¿Os acordáis de cuando dijo: "El deber cumplido produce paz?" Todos pensamos que se trataba de un reproche dirigido contra nosotros o algo que se decía a sí mismo. Ahora pienso que lo dijo por Ti. Lázaro fue un faro en nuestras tinieblas. ¡Cuánto le has dado, Señor!" Jesús sonríe y calla.

"Sí. La vida. Tal vez con ella le diste un alma diversa. Porque viendo bien las cosas, ¿en qué se diferencia de nosotros? Y sin embargo no es ya más un hombre. Es algo superior. Por lo que había sido en el pasado, debía de haber sido menos perfecto en su espíritu. Y él ha logrado serlo, y nosotros... Señor. Mi amor ha sido como una espiga vacía. Sólo produce paja" dice Andrés.

Mateo: "No puedo pedir nada, porque mucho ha sido lo que he obtenido con mi conversión, pero, ¡sí!, habría yo querido lo que tuvo Lázaro. Un corazón entregado a Ti. También yo pienso como Andrés.

"También Magdalena y Marta fueron como faros. Será su raza. Vosotros no las visteis. Una era piedad y silencio. ¡La otra! ¡Oh!, si estuvimos juntos, cual un manojo de paja alrededor de la Virgen, es porque Magdalena lo hizo con el fuego de su valeroso amor. Sí. He mencionado la raza, pero debo agregar: el amor. Nos han superado en amar. Por esto fueron lo que fueron" dice Juan.

Jesús continúa sonriendo sin decir una palabra.

"Pero han sido grandemente recompensados..."

 

Se quejan porque Jesús se apareció a otros 

antes que a ellos

 

"Tú les has aparecido."

"A los tres."

"A María después de tu Madre..."

No cabe duda que los apóstoles dejan traslucir un cierto reproche por estas personas privilegiadas.

"Magdalena sabe desde hace muchas horas que has resucitado. Y nosotros sólo ahora podemos verte..."

"No más dudas en ellos. Pero en nosotros ¡cuántas!... Mira, sólo ahora comprendemos que nada ha terminado. ¿Por qué entonces a ellos, Señor, si todavía nos amas y no nos rechazas?" pregunta Judas de Alfeo.

"Sí, ¿por qué a las mujeres, y sobre todo a María Magdalena? Le tocaste la frente, y asegura que le parece llevar una guirnalda eterna. Y a nosotros, nada..."

 

Jesús explica la razón

 

Jesús no sonríe más. En su rostro no se ve perturbación, pero la sonrisa desaparece. Mira seriamente a Pedro que fue el último en haber hablado, volviendo a cobrar osadía según el tiempo va pasando, y dice: "Tenía Yo doce discípulos. Los amaba con todo mi corazón. Los había elegido, y como una madre cuidé de que crecieran durante mi vida. No tenía secretos para ellos. Todo les decía, explicaba, perdonaba. Su debilidad humana, sus arrojas y terquedad... todo. Tenía discípulos. Había ricos y pobres. Tenía mujeres discípulas, de un pasado turbio y de frágil constitución. Pero mis predilectos eran los apóstoles.

Llegó mi hora. Uno me traicionó y me entregó a los verdugos. Tres se echaron a dormir mientras Yo sudaba sangre. Todos, menos dos, huyeron cual cobardes. Uno me negó, por temor, no obstante que tenía el ejemplo del otro, joven y fiel. Y como si no fuera suficiente, entre los doce he tenido un suicida desesperado y uno que ha dudado en tal forma de mi perdón, que no quiso creer en la misericordia de Dios, pese a la palabras de mi Madre. De modo que si hubiera mirado mis seguidores, si los hubiese visto con ojos humanos, habría tenido que asegurar: "Fuera de Juan, fiel en el amor, y de Simón, fiel en la obediencia, no tengo más apóstoles." Esto debería haber dicho cuando padecía en el recinto del Templo, en el Pretorio, por las calles, en la cruz.

Había mujeres que me seguían... Una, la más pecadora en años anteriores, ha sido, como Juan acaba de decir, una llama que soldó las deshechas fibras de los corazones. Esa mujer es María de Mágdala. Tú me negaste y huiste. Ella desafió la muerte para estar cerca de Mí. Al sentirse insultada se levantó el velo, para recibir los escupitajos y burlas, pensando que así se asemejaba más a su Rey crucificado. En el fondo de los corazones era objeto de burla porque creía en mi resurrección, y pese a ello, siguió creyendo. Destrozada ha vuelto a reaccionar. Esta mañana, pese a su dolor, dijo: "De todo me despojo, pero dadme a mi Maestro". ¿Puedes repetir tu pregunta: "¿Por qué a ella?"

Tuve discípulos pobres, que eran los pastores. Pocas veces tuve la oportunidad de estar cerca de ellos, y sin embargo no dudaron en proclamar su fidelidad. 

Tuve discípulas tímidas, como todas las mujeres hebreas, y con todo no vacilaron en abandonar sus casas y avanzar en medio de una marea de un pueblo que me blasfemaba, con tal de darme esa ayuda que mis apóstoles me habían negado.

Tuve paganas que admiraban "al filósofo". Tal lo era para ellas. Pero no tuvieron empacho, ellas las poderosas romana, en aceptar las costumbres hebreas, para decirme, cuando todo un mundo de ingratos me había abandonado: "Somos tus amigas".

Tenía el rostro cubierto de escupitajos y de sangre. Lágrimas y sudor corrían por mis heridas. Suciedad y polvo lo cubrían. ¿Cuál fue la mano que me lo limpió? ¿La tuya? ¿La tuya? Ni una de las vuestras. Este estaba junto a mi Madre. Este otro juntaba a las ovejas dispersas. Y si mis ovejas andaban dispersas, ¿cómo podían ayudarme? Tú escondiste tu cara por miedo al desprecio del mundo, mientras tu Maestro se cubría con él. Yo que era inocente.

 

¿Quién quiso dar una gota de agua a mi garganta 

que ardía de sed? ¿Una mano de Israel? No. 

Un pagano compasivo. La misma mano que, 

por decreto eterno, me abrió el pecho para 

mostrar que el corazón tenía ya 

una herida mortal, y era la que la falta de amor, 

la cobardía, la traición, habían ya abierto. 

Fue un pagano. Os lo recuerdo: 

"Tuve sed y me dio de beber"

 

Tuve sed. Sí. Ten también en cuenta esto. Me moría de sed. La fiebre y el dolor se habían apoderado de Mí. Ya había manado sangre de Mí en el Getsemaní por el dolor de ser traicionado, abandonado, negado, azotado, sumergido por las culpas infinitas y por el rigor de Dios. Sangre también corrió en el Pretorio... ¿Quién quiso dar una gota de agua a mi garganta que ardía de sed? ¿Una mano de Israel? No. Un pagano compasivo. La misma mano que, por decreto eterno, me abrió el pecho para mostrar que el corazón tenía ya una herida mortal, y era la que la falta de amor, la cobardía, la traición, habían ya abierto. Fue un pagano. Os lo recuerdo: "Tuve sed y me dio de beber". En todo Israel no hubo uno que me hubiese dado un solo consuelo. O porque no podían, como mi Madre y las mujeres fieles, o por mala voluntad. Y un pagano tuvo para el desconocido un gesto de compasión, que mi pueblo no me dio. En el cielo encontrará el sorbo de agua que me dio.

En verdad os digo que si rechacé todo consuelo, porque cuando se es víctima no conviene templar la suerte, no quise rechazar lo que me ofrecía el pagano, porque en ello probé la miel de todo el amor que los gentiles me brindarán en recompensa de la amargura que me hizo beber Israel. No me quitó la sed. Pero sí el desconsuelo. Acepté ese sorbo para atraer hacia Mí al que ya se inclinaba hacia el bien. ¡Que el Padre lo bendiga por su compasión!

¿No habláis más? ¿Por qué no preguntáis otra vez el por qué así he procedido? No os atrevéis ¿verdad? Os lo diré. Os diré los porqués de esta hora.

 

Pero como ninguna cosa, ni nadie os hubiera 

convencido para que usaseis de bondad, 

condescendencia, caridad para los que están 

en las tinieblas, fue necesario -¿comprendéis?- 

que hubierais una vez aplastado vuestro orgullo 

de hebreos, de varones, de apóstoles, para 

comprender sólo la verdadera sabiduría 

de vuestro ministerio, la mansedumbre, 

la paciencia, compasión, amor sin límites.

 

¿Quiénes sois? Mis continuadores. Lo sois pese a vuestro extravío. ¿Qué debéis hacer? Convertir el mundo al Mesías. ¡Convertirlo! Es la cosa más delicada y difícil, amigos míos. Los desprecios, las burlas, el orgullo, el celo exagerado son cosas que se opondrán al éxito. Pero como ninguna cosa, ni nadie os hubiera convencido para que usaseis de bondad, condescendencia, caridad para los que están en las tinieblas, fue necesario -¿comprendéis?- que hubierais una vez aplastado vuestro orgullo de hebreos, de varones, de apóstoles, para comprender sólo la verdadera sabiduría de vuestro ministerio, la mansedumbre, la paciencia, compasión, amor sin límites.

Veis que aquellos a quienes mirabais con desprecio o con orgullosa compasión os han superado en la fe y en el obrar. Todos. La pecadora de otros tiempos. Lázaro, aficionado a la cultura profana, el primero que en mi nombre perdonó y guió. La mujeres paganas. La débil mujer de Cusa. ¿Débil? En verdad que a todos os supera. La primera mártir de mi fe. Los soldados de Roma. Los pastores. El herodiano Mannaén, y hasta Gamaliel, el rabino. No te estremezcas, Juan. ¿Crees que mi espíritu estaba en las tinieblas? Todos lo pensabais. Y esto os ha sucedido para que el día de mañana al recordar vuestro error, no cerréis vuestro corazón a quien se acerca a la cruz.

Os lo digo. Y sin embargo sé que no lo haréis hasta que la Fuerza del Señor no os haya doblegado como tallos a mi voluntad, que es la de hacer que toda la tierra crea en Mí. He vencido a la muerte que se opuso menos de lo que resiste vuestro viejo hebraísmo. Y con todo os doblegaré.

Pedro, en lugar de estar llorando, tú que debes ser la piedra de mi Iglesia, grábate esta amarga verdad en el corazón. La mirra se emplea para preservar de la corrupción. Llénate, pues, de mirra. Y cuando quieras cerrar tu corazón y la Iglesia a uno de otra fe, recuerda que no fue Israel, no Israel, no Israel, sino Roma quien me defendió y tuvo piedad. Acuérdate que no tú, sino una pecadora tuvo la osadía de estar a los pies de la cruz y mereció que fuera la primera en verme. Y para que no te hagas digno de una dura reprehensión, imita a tu Dios. Abre tu corazón y la Iglesia diciendo: "Yo, el pobre Pedro, no puedo despreciar, porque si lo hiciere, Dios me despreciará, y mi error tornará cual es ante sus ojos". ¡Ay de ti sino te hubiera reducido a tal estado! Serías no un pastor, sino un lobo."

 

Jesús, lleno de toda majestad, se pone de pie. 

"Hijos míos, os hablaré más veces, 

os absuelvo y perdono. 

Mi Padre me envió al mundo. Yo os mando a él 

para  que continuéis mi evangelización. 

Sed buenos. 

Llevad la luz con vosotros. 

Para preparaos a este ministerio 

Yo os comunico el Espíritu Santo. 

A quienes le perdonaréis sus pecados les serán 

perdonados. A quien no, no se les perdonarán. 

Lo que todavía no os digo, os lo diré 

cuando el que está ausente, haya venido. 

Rogad por él. 

Quedaos con mi paz y sin angustia alguna 

de que no os ame."

 

 

Jesús, lleno de toda majestad, se pone de pie.

"Hijos míos, os hablaré más veces, mientras esté con vosotros. Entre tanto os absuelvo y perdono. Después de la prueba, que si fue avasalladora y cruel, fue necesaria y saludable, descienda sobre vosotros la paz del perdón. Y con ella en el corazón tornad a ser mis amigos fieles y fuertes. Mi Padre me envió al mundo. Yo os mando a él para  que continuéis mi evangelización. Miserias de toda clase vendrán a vosotros en demanda de consuelo. Sed buenos, pensando en la miseria vuestra cuando os quedasteis sin Mí. Llevad la luz con vosotros. En las tinieblas no se puede ver. Sed limpios para que otros lo sean. Sed amor para amar. Luego vendrá el que es Luz, Purificación u Amor. Para preparaos a este ministerio Yo os comunico el Espíritu Santo. A quienes le perdonaréis sus pecados les serán perdonados. A quien no, no se les perdonarán. Vuestra experiencia os haga justos para juzgar. El Espíritu Santo os ha santos para santificar. Vuestra voluntad sincera de reparar vuestra falta os haga heroicos para la vida que os aguarda. Lo que todavía no os digo, os lo diré cuando el que está ausente, haya venido. Rogad por él. Quedaos con mi paz y sin angustia alguna de que no os ame."

 

Jesús desaparece como había entrado

 

Jesús desaparece como había entrado, dejando entre Juan y Pedro el lugar vacío. Desaparece en medio de un resplandor que hace que los apóstoles cierren sus ojos.

Cuando los abren, encuentran solo que la paz de Jesús ha quedado cual flama que quema y que cura, que consume las amarguras del pasado en un solo deseo: el de servir.

XI. 689-698

A. M. D. G.