EL REGRESO DE TOMÁS

 


#Los Apóstoles están preocupados porque no saben donde está Tomás  

#esta mañana al amanecer los guardias del templo han encontrado dentro del recinto sagrado su cuerpo corrompido, con la faja todavía al cuello.  

#¡Oh, tratemos del buscar a un hombre santo que ocupe su lugar!"  

#Llaman a la puerta. Todos se quedan callados. Lanzan un "¡Oh!" de sorpresa al ver que entra en el vestíbulo Elías junto con Tomás.  

#"Lo sé, me lo ha dicho Elías. Pero no lo creo. Creo en lo que mis ojos ven, y veo que todo ha terminado.  

#Debo ver para creer. Si no veo en sus manos el agujero de los clavos y no meto en ellas mi dedo; si no toco las heridas de sus pies, y si no meto mi mano en el agujero que hizo la lanza, no creeré.

 


 

Los diez están en el patio de la casa del Cenáculo. Hablan y oran.

 

Los Apóstoles están preocupados porque no saben 

donde está Tomás

 

Simón Zelote dice: "Estoy muy preocupado porque Tomás no se deja ver. No sé dónde pudiera encontrarlo."

"Tampoco yo" responde Juan.

"No está en casa de sus padres. Nadie lo ha visto. ¿Lo habrán aprehendido?"

 "Si así fuera el Maestro no hubiera dicho: "Diré lo demás cuando llegue el que está ausente". "

"Es verdad. Una vez más quiero ir a Betania. Tal vez se encuentre por esos montes, y no tenga valor para dejarse ver."

"Ve, ve, Simón. A todos nos reuniste y... nos salvaste al habernos llevado donde Lázaro. ¿Os acordáis de las palabras que el Señor dijo acerca de él? Nada menos que: "fue el primero que en mi nombre ha perdonado y guiado". ¿Por qué no lo pondrá en lugar de Iscariote?" pregunta Mateo.

"Porque no ha de querer dar a su amigo fidelísimo el lugar del traidor" responde Felipe.

 

esta mañana al amanecer los guardias del templo 

han encontrado dentro del recinto sagrado su 

cuerpo corrompido, con la faja todavía al cuello. 

 

"Hace poco oí, cuando caminaba por los mercados y hablaba con los vendedores de pescado que... -no cabe duda que me puedo fiar de ellos- que los del Templo no saben qué hacer con el cuerpo de Judas. No sé quién habrá sido... pero esta mañana al amanecer los guardias del templo han encontrado dentro del recinto sagrado su cuerpo corrompido, con la faja todavía al cuello. Me imagino que fueron los paganos quienes lo descolgaron y lo arrojaron allí, quién sabe cómo" dice Pedro.

"A mí me dijeron ayer tarde en la fuente, mejor dicho, oí decir, que desde ayer tarde las entrañas del traidor se han esparcido hasta la casa de Anás. Ciertamente se trata de paganos, porque ningún hebreo habría tocado, después de cinco días, el cuerpo. ¡Quién sabe cuán corrompido estaba ya!" dice Santiago de Alfeo.

"¡Oh, horror desde el sábado!" dice Juan poniéndose palidísimo al recordar lo que había visto.

"¿Pero cómo fue a dar a aquel lugar? ¿Era suyo?"

"¿Y quién supo algo con certeza sobre el de Keriot? ¿Os acordáis cuán difícil, y complicado era...?"

"Dirías mejor: mentiroso, Bartolomé. Jamás fue sincero. Estuvo con nosotros tres años y nosotros, que siempre estábamos juntos, cuando estábamos ante él, parecía como si nos encontrásemos ante una muralla."

"¿Una muralla? ¡Oh, Simón! Di un laberinto" exclama Judas de Alfeo.

"Oídme. No hablemos de él. Me parece como si al recordarlo lo tuviéramos aquí con nosotros y que volviera a darnos camorra. Quisiera yo borrar su recuerdo no sólo de mí, sino de todo corazón humano, hebreo o gentil. Hebreo para que no enrojezca de vergüenza de haber salido de nuestra raza semejante monstruo. Gentil para que ninguno de ellos, algún día, llegue a decir: "Su traidor fue uno de Israel". Soy un muchacho y comprendo que no debería de hablar el primero, sino el fin; y que tú Pedro, deberías ser el primero en tomar la palabra, como también vosotros, Zelote y Bartolomé, que sois instruidos, además de los hermanos del Señor. Pero quisiera que lo más pronto posible se nombrase a alguien que ocupe su lugar, uno que sea santo, porque mientras vea ese lugar vacío en nuestro grupo, veré la boca del infierno con sus hedores sobre nosotros, y tengo miedo de que nos engañe..."

"¡Que no, Juan! Te ha quedado una feísima impresión de su crimen y de su cuerpo pendiente..."

 

¡Oh, tratemos del buscar a un hombre santo 

que ocupe su lugar!"

 

"No, no. También María lo ha dicho: "He visto a Satanás al ver a Judas de Keriot". ¡Oh, tratemos del buscar a un hombre santo que ocupe su lugar!"

"Escúchame. Yo no escojo a nadie. Si El, que es Dios, escogió a un Iscariote, ¿qué va a escoger el pobre de mí?"

"Y con todo tendrás que hacerlo."

"No, querido. Yo no escojo a nadie. Lo preguntaré al Señor. Basta con los pecados que he cometido."

"Tenemos muchas cosas que preguntar. La otra noche nos quedamos como atolondrados. Pero tenemos que hacer porque nos enseñe. Porque... ¿cómo haremos para saber si una cosa está mal o no lo está? Mira cómo el Señor se expresa de nosotros diverso de los paganos. Mira cómo encuentra excusa ante una cobardía o negación, que no ante la duda que se abrigue de que pueda perdonar... ¡Oh, tengo miedo de equivocarme!" dice desconsolado Santiago de Alfeo.

"No cabe duda que nos ha dicho tantas cosas, pero me parece que no he entendido nada. Desde hace una semana estoy como tonto" confiesa desconsolado el otro Santiago.

"Lo mismo me pasa a mí."

"Y a mí también."

"Lo mismo digo yo."

Todos se encuentran en las mismas condiciones y se miran mutuamente. Acuden a las acostumbradas soluciones: "Iremos a casa de Lázaro. Tal vez encontraremos allá al Señor y... Lázaro nos ayudará."

 

Llaman a la puerta. Todos se quedan callados. 

Lanzan un "¡Oh!" de sorpresa al ver que entra 

en el vestíbulo Elías junto con Tomás.

 

Llaman a la puerta. Todos se quedan callados. Lanzan un "¡Oh!" de sorpresa al ver que entra en el vestíbulo Elías junto con Tomás. Un Tomás tan cambiado que no parece más serlo.

Sus compañeros lo rodean con gritos de júbilo: "¿Sabes que ha resucitado y que ha venido? Espera tu regreso."

"Lo sé, me lo ha dicho Elías. Pero no lo creo. Creo en lo que mis ojos ven, y veo que todo ha terminado. Veo que estamos dispersos. Veo que no hay ni siquiera un sepulcro conocido donde se le pueda ir a llorar. Veo que el Sanedrín se quiere liberar del cómplice suyo, y por eso ha decretado que se le entierre a los pies del olivo donde se colgó, como si fuese un animal inmundo, y de los seguidores del Nazareno. En las puertas me detuvieron el viernes y me dijeron: "¿Eras también uno de los suyos? Muerto está. No hay remedio alguno. Vuelve a trabajar el oro". Y huí..."

"¿A dónde? Te buscamos por todas partes."

"¿A dónde? Fui a la casa de mi hermana que vive en Rama, luego no me atrevía a entrar porque... porque no me fuera a reprender una mujer. Desde entonces vagué por las montañas de la Judea, ayer he terminado en Belén, en su gruta. Cuánto he llorado... Me dormí entre las ruinas y allí me encontró Elías que había ido... no sé por qué."

"¿Por qué? Porque en las horas de alegría o de dolor intensos, se va donde se siente más a Dios. De mi parte, muchas veces he ido allá, como un ladrón, para sentirme acariciar mi alma por el recuerdo de su llanto de pequeñín. Y cuando se asomaba el alba salía de allí para que no me fueran a lapidar. Pero ya había conseguido lo que quería. Esta vez fui para decir a aquel lugar. "Soy feliz" y para tomar lo que pudiera de él. Así hemos decidido. Queremos predicar su doctrina, y esas ruinas nos ayudarán. Un puñado de esa tierra, una astilla de esos palos. No somos santos, para que tengamos el atrevimiento de tomar tierra del calvario."

"Tienes razón, Elías. Lo haremos también nosotros. ¿Y Tomás?..."

"Dormía y lloraba. Le dije: "Despiértate. No llores más. Ha resucitado". No quiso creerme. Pero tanto insistí que lo convencí. Y aquí está ahora con vosotros y yo me retiro. Voy a unirme con mis compañeros que han ido a Galilea. La paz sea con vosotros." Elías se va.

"Tomás: ¡ha resucitado! Te lo aseguro. Estuvo con nosotros. Comió. Habló. Nos bendijo. Nos perdonó. Nos ha dado potestad de perdonar. Oh, ¿por qué no viniste antes?"

Tomás no se ve libre de su abatimiento. Tercamente mueve la cabeza. "Yo no creo. Habéis visto un fantasma. Todos vosotros estáis locos. Sobre todo las mujeres. Un muerto no resucita por sí mismo."

"Un hombre no, pero El es Dios. ¿No lo crees?"

"Sí. Creo que es Dios. Pero porque lo creo pienso y digo que por más bueno que sea, no puede regresar a nosotros que poco le amamos. Igualmente aseguro que por más humilde que sea, estará ya harto de haberse humillado de tomar nuestra carne. No. Seguro que está en el cielo cual vencedor, y puede ser que se digne aparecer como espíritu. He dicho: tal vez. ¡Ni siquiera de esto somos dignos! Pero que haya resucitado en carne y huesos, no. No lo creo."

"Si lo hemos besado y hemos visto comer. Hemos oído su voz, tocado su mano, visto sus heridas."

 

Debo ver para creer. 

Si no veo en sus manos el agujero de los clavos 

y no meto en ellas mi dedo; 

si no toco las heridas de sus pies, 

y si no meto mi mano en el agujero 

que hizo la lanza, no creeré. 

 

"Aunque así sea, no creo. No puedo. Debo ver para creer. Si no veo en sus manos el agujero de los clavos y no meto en ellas mi dedo; si no toco las heridas de sus pies, y si no meto mi mano en el agujero que hizo la lanza, no creeré. No soy un niño, ni una mujercilla. Quiero la evidencia. Lo que mi razón no puede aceptar, lo rechazo. No puedo aceptar lo que me decís."

"¡Pero, Tomás! ¿Crees que te queremos engañar?"

"No. Más bien, os agradezco de que seáis tan buenos de quererme dar la paz que habéis logrado obtener con vuestra ilusión. Pero... no creo en su resurrección."

"¿No tienes miedo de que te vaya a castigar? Sabe y ve todo. Tenlo en cuenta."

"Le pido que me convenza. Tengo cabeza y la uso. Que El, Señor de la inteligencia humana, enderece la mía si es extraviada."

"Pero la razón, como El lo ha dicho, es libre."

"Con mayor motivo no puedo sujetarla a una sugestión colectiva. Os quiero y quiero mucho al Señor. Le serviré como pueda, y me quedaré con vosotros. Predicaré su doctrina, pero no puedo creer sino lo que veo." Tomás, terco, no escucha a nadie más que a sí mismo.

Le hablan todos de que lo han visto, y de cómo lo han visto. Le aconsejan que hable con la Virgen, pero mueve su cabeza. Se ha sentado sobre una especie de silla de piedra, menos dura que su cerebro. Tercamente repite: "Creeré si lo veo..."

La palabra de los infelices que niegan lo que produce tanta dulzura y es cosa tan santa en creer, si admiten que Dios todo lo puede.

XI. 698-702

A. M. D. G.