JESÚS RESUCITADO EN GETSEMANÍ

 


#Esas heridas ¿por qué no las has borrado? 

  #"Son la salvación del mundo. Las abrió el mundo que odia, pero el Amor las ha convertido en medicina y luz. 

  #Y el mundo debe recordar esto, recordar lo que ha costado a un Dios, recordar cuánto lo ha amado un Dios, recordar ...

  #Su bálsamo se encuentra aquí. Venid a besarlas. Cada beso es un aumento de purificación y gracia para vosotros.  

#Extiende sus manos para que se las besen los apóstoles  #Vamos al Getsemaní...  

#Jesús quiere borrar las señales horrendas y santificar los lugares que las culpas han profanado  

#Dice María: Veo a multitudes, ¡oh, cuántas!, que bajan a esta fuente y se sumergen en ella para salir renovadas, hermosas, con vestiduras de nupcias, con vestidos reales. Las nupcias de las almas con la gracia, la realeza de ser hijos del Padre y hermanos de Jesús"  

#Juan comenta como aprisionó por el cuello a Elquías por haber ofendido a la Virgen y odiado y maldecido a Judas  

#Dice Zelote: "¿Sabes que Nahum está paralítico y que su hijo quedó aplastado por una parte de muro o de un deslave de monte?  

#Lo que veis es sangre. Sí, sangre. Sangre de una mujer de la costa del gran mar. Una vez fueron tierras filisteas, y los habitantes son despreciados todavía por los hebreos, y con todo, ella supo defender al Maestro 

 #También una mujer que era madre, lavó con su sangre el camino, con la sangre de su vientre que su perverso hijo le abrió, por defender al Maestro. Y una anciana murió de dolor cuando lo vio pasar herido, a El que le había devuelto la vista a su hijo. Un viejo, un mendigo, murió porque salió a su defensa,  

#En el silencio sólo el murmullo del Cedrón se escucha, 

  #Jesús se vuelve y les dice: "Por qué decís dentro de vuestros corazones: "¿Y por qué no pide que se convierta su marido?  

#Al Gólgota "¡Es un lugar inmundo!" He muerto Yo, y para siempre lo he santificado. 

  #En verdad os digo que hasta el fin de los siglos no habrá lugar más santo que ese, y que a él vendrán de toda la tierra a besar su polvo. Ya hay alguien que os ha precedido. 

  #Pero quien quiera ver mi sangre, ahí la tiene." Señala el balaustre del puentecillo: "Aquí mi boca pegó y brotó sangre... 

  #Entran en Getsemaní.  

#Aquí estuvisteis... Aquí me rodearon y aprehendieron. De allí huisteis...  

#Les enseña los lugares donde han estado y quiere borrar todas las huellas que lo profanaron 

  #Recordad, y enseñad a los otros que quien se separa de Jesús, que quien no se mantiene en contacto con El por medio de la oración, cae en el sopor y puede ser apresado.  

#Allí me apoyé, y aquí el ángel del Señor estuvo para darme fuerzas a cumplir con la voluntad de Dios. Recordad, si queréis hacer siempre la voluntad de Dios, que donde la criatura no puede resistir, Dios viene con su ángel a sostener el héroe desfallecido.  

#Ahora sabed que también, después de la más grande tentación, un ángel me auxilió. Y esto mismo sucederá a vosotros, y a todos mis fieles, 

 #El remordimiento. Tortura, verdad, pero que sirve para pasar a otros estadios más altos, sea para el bien como para el mal. 

  #¡Oh, no nos dejes, Señor! Y el meditar ¿no es acaso la oración más activa? 

  #En esto consiste la oración: en ponerse en contacto con el Eterno y con las cosas que sirven para que el espíritu vaya mucha más allá de la tierra; 

  #El pecado es un mal insanable sino le sigue el arrepentimiento y la reparación. 

 #"Donde hay dos unidos con la oración, ahí estoy en medio de ellos. Decid entre vosotros la oración y estaré entre vosotros..."   

#Créanos un corazón y una inteligencia nuevos, Señor mío, y te comprenderemos" suplica Juan.  

#Sólo el Paráclito, cuando venga, extraerá de vuestro fondo mis palabras y os las explicará para que comprendáis su espíritu."  

#¡Pero si nos lo has infundido!"  

#Los hombres nacerán siempre manchados en el alma que Dios creó y que Adán en su posteridad manchó. 

  #Os lo infundí porque sólo por mis méritos puede conseguirse cualquier cosa y tener valor.

Pero en vosotros todavía no está el Espíritu de Verdad, como Maestro."  

#"Venid. Subamos más allá y juntos diremos la oración" 

  #Jesús reza el Padre nuestro y lo comenta  

#Si el Verbo no puede ser más matado, sí lo puede su doctrina, y puede extinguirse la libertad y voluntad, en muchos, de amarlo. En ese entonces la vida y la luz habrían terminado para los hombres. ¡Ay de ese día!

Si el Verbo no puede ser más matado, sí lo puede su doctrina, y puede extinguirse la libertad y voluntad, en muchos, de amarlo. En ese entonces la vida y la luz habrían terminado para los hombres. ¡Ay de ese día!


Los apóstoles se ponen sus mantos y preguntan: "¿A dónde vamos, Señor?"

Cuando se dirigen a Jesús no lo hacen con tanta familiaridad como antes de la pasión. Si se pudiese decir, parece como si hablasen con su alma arrodillada. Más bien que la actitud del cuerpo, siempre un poco inclinado en señal de reverencia, más que el no atreverse a tocarlo, más que la alegría que experimentan cuando los toca, acaricia, besa, o a uno en particular dirige su palabra, es su actitud, un algo que no se puede describir, pero que es tan claro. Su espíritu no puede entrar en las mismas relaciones que antes, y su espíritu no deja de influir en su posición para con Jesús resucitado.

Antes era el "Maestro". El Maestro que su fe creía ser Dios, pero que estaba junto a sus sentidos, pues era hombre. Ahora es el "Señor". Es Dios. No hace falta hacer actos de fe para creerlo. La evidencia no los necesita. El es Dios. Es el Señor a quien el Señor dijo: "Siéntate a mi derecha", y lo ha proclamado con sus palabras y con el prodigio de la resurrección. Dios como el Padre. Es el Dios que abandonaron por miedo, después que de su mano tanto bien habían recibido...

Lo miran siempre con esa mirada de veneración con la que un verdadero creyente mira la Hostia en el ostensorio, o en las manos del sacerdote que la eleva en la misa. En su mirada que quiere ver el rostro amado, mucho más bello que antes, está también la expresión de quien no se atreve a ver, de quien no osa quedarse mirando... El amor los empuja a que sus ojos se claven en el Amado, el temor hace bajar inmediatamente los párpados y la cabeza como si un relámpago los ofuscase.

En realidad, aun cuando Jesús sea el mismo, después de su resurrección, no es el mismo al mismo tiempo. Al mirarlo es diverso. Los rasgos de su rostro, el color de sus ojos y cabellos, su estatura, las manos, los pies son los mismos, y sin embargo es diverso. Es igual su voz y sus modales, y sin embargo es diverso. Es un cuerpo verdadero, tanto que estorba la luz del sol crepuscular que ilumine por última vez la habitación, al pasar por la ventana. Su alto cuerpo arroja la sombra al pasar y sin embargo es diverso. Sigue siendo afable, atractivo.

Se ha revestido de una majestad nueva, en vez de la humilde. No es el Maestro agotado, exhausto. No hay rastro en El de los últimos días. No se le ve señal alguna del cansancio físico y moral que lo envejecía. Su aire de aflicción, de súplica, que parecía decir: "¿Por qué me rechazáis? Acogedme..." no existe más. El Jesús resucitado parece hasta más alto y robusto, libre de todo peso, seguro, victorioso, majestuosos, divino. Ni siquiera cuando enseñaba es igual ahora. No despide luz. No. No despide como en la Transfiguración y como en las primeras apariciones después de su resurrección. Y sin embargo es luminoso. Es verdaderamente el cuerpo de Dios con la belleza de los cuerpos glorificados. Atrae e infunde temor al mismo tiempo.

Tal vez sean las heridas, tan claras en las manos o en los pies, que infunden un respeto profundo. No lo sé. Lo que sí sé es que los apóstoles, pese a que sea tan dulce con ellos, y trate de crear nuevamente la atmósfera de otros tiempos, son diversos. No son ya los tercos y los que hablaban a cada momento. Ahora hablan poco, y si no responde, no insisten. Si sonríe a todos, o a uno de ellos, no se atreven a corresponder a su sonrisa. Si, como lo está haciendo ahora, extiende su mano para tomar su candidísimo manto, ninguno corre a ayudarle como antes cuando se disputaban el honor de hacerlo. Parece como si tuvieran miedo de tocar su vestidura y su cuerpo. Debe ordenar, como ahora lo hace: "Ven, Juan. Ayuda a tu Maestro. Estas heridas son verdaderas heridas... y las manos heridas no son ágiles como antes..."

Juan obedece y ayuda a Jesús a ponerse su amplio manto. Parece como si vistiera a un Pontífice por los gestos majestuosos que asume, procurando no tocarle las manos en que se ven las llagas. Pero, por más cuidado que pone, le toca la izquierda, y como si a él le hubiesen hecho mal, grita, señalando con sus ojos el dorso de la mano bendita, como si temiese que de ella fuera a manar sangre, pues, ¡tan viva es la herida!

Jesús pone la mano derecha sobre la cabeza diciendo: "Tuviste más valor cuando me tomaste entre tus brazos cuando me bajaron de la cruz. Entonces brotaba más sangre, tanto que se te mancharon los cabellos. Un rocío nuevo nocturno sobre el ser que me ama. Me tomaste como un racimo de uvas... ¿Porqué lloras? Te he dado mi rocío de mártir. Sobre mi cabeza esparciste tu rocío de compasión. Entonces sí que tenías razón de llorar... No ahora. ¿Y por qué lloras, Simón Pedro? No me has hecho ningún mal en la mano. No me viste muerto..."

"¡Ah, Dios mío! ¡Por esto lloro! Por mi pecado."

"Te he perdonado, Simón de Jonás."

"Pero yo no me perdono. No. Nada hará que cese mi llanto, ni siquiera tú perdón."

"Pero mi gloria, sí."

"Tú glorioso, yo pecador."

"Tú, glorioso, después de haber sido mi pescador. Tendrás una gran pesca, abundante, milagrosa, Pedro. Y luego te diré: "Ven al banquete eterno". Y no llorarás más. Pero, todos tenéis ojos preñados en lágrimas. Tú, Santiago, hermano mío, estás allí en ese rincón como si hubieras perdido todos los bienes. ¿Porqué?"

"Porque yo esperaba que... ¿Te duelen las heridas? ¿Las sientes todavía? Esperaba que todo dolor hubiera desaparecido de Ti, que toda señal hubiera desaparecido. Que no la viéramos nosotros, nosotros los pecadores. ¡Esas llagas!... ¡Qué dolor el verlas!"

 

Esas heridas ¿por qué no las has borrado?

 

"Tienes razón, ¿por qué no las has borrado? En Lázaro no quedó ninguna señal... esas llagas son un reproche. Gritan con terrible fuerza. Infunden más temor que los rayos del Sinaí" dice Bartolomé.

"Nos echan en cara nuestra cobardía. Huimos cuando te las infligían..." dice Felipe.

"Y cuanto más se miran, tanto más la conciencia nos reprocha nuestra falta de valor, nuestra necedad, nuestra incredulidad" confiesa Tomás.

"Para que nos sintamos nosotros y este pueblo pecador tranquilos, pues moriste y has resucitado para el perdón del mundo, borra esas acusaciones, ¡oh Señor!" suplica Andrés.

 

Son la salvación del mundo.

 

"Son la salvación del mundo. Las abrió el mundo que odia, pero el Amor las ha convertido en medicina y luz. Por medio de ellas la culpa fue enclavada. Por medio de ellas todos los pecados de los hombres fueron suspendidos y levantados, para que el fuego del Amor los consumase sobre el verdadero altar. Cuando el Señor ordenó a Moisés construir el arca y el altar de los perfumes, ¿no quiso acaso que tuviesen anillos con los que pudiesen ser levantados y llevados donde El mandase? También Yo he sido perforado. Soy más que el arca y el altar. He quemado el perfume de mi caridad por Dios y por el prójimo, y cargué el peso de todas las iniquidades del mundo. Y el mundo debe recordar esto, recordar lo que ha costado a un Dios, recordar cuánto lo ha amado un Dios, recordar lo que las culpas producen, recordar que sólo en Uno existe la salvación: en el que fue atravesado. Si el mundo no viese mis ensangrentadas llagas, muy pronto olvidaría que por sus culpas un Dios había sido inmolado; olvidaría que verdaderamente he muerto en el tormento más atroz; olvidaría cuál es el bálsamo para sus heridas. Su bálsamo se encuentra aquí. Venid a besarlas. Cada beso es un aumento de purificación y gracia para vosotros. En verdad os digo que la purificación y la gracia jamás son suficientes, para que el mundo consuma lo que el cielo infunde, y es menester compensar con el cielo y sus tesoros las ruinas del mundo. Yo soy el cielo. Todo el cielo está en Mí, y los tesoros celestiales manan de mis  llagas abiertas."

 

Extiende sus manos para que se las besen 

los apóstoles

 

Vamos al Getsemaní...

 

Extiende sus manos para que se las besen los apóstoles, y hace que los labios temerosos de causarle algún dolor, fuertemente se opriman sobre ellas.

"No es esto lo que causa dolor. El dolor lo produce otra cosa..."

"¿Cuál, Señor?" pregunta Santiago de Alfeo.

"De haber muerto inútilmente por muchos... Pero vayámonos. Más bien, adelantaos. Vamos al Getsemaní... ¡Qué! ¿Tenéis miedo?"

"No por nosotros, Señor... Es que los grandes de Jerusalén te odian mucho más que antes."

 

Jesús quiere borrar las señales horrendas y 

santificar los lugares que las culpas han profanado

 

"No tengáis miedo. Ni por vosotros. Dios os protege. Ni por Mí. Han terminado todas las miserias del mundo a que me sujeté. Voy donde mi Madre y luego os alcanzaré. Tenemos que borrar muchas cosas horribles que el odio trajo consigo y lo haremos con el amor, el antídoto de la culpa... ¿Veis? Vuestro beso borra y templa el dolor y las consecuencias de los clavos en la carne viva. Y lo que haremos, borrará las señales horrendas, santificará los lugares que las culpas han profanado, para que al verlos no os causen demasiado dolor..."

"¿Vamos ir también al Templo?" En varias caras el pavor se dibuja.

"No. Lo santificaría con mi presencia, y no se puede. Podría haberlo sido, pero no ha querido. No hay más redención para él. Es un cadáver que rápidamente se descompone. Dejémoslo con sus muertos. Que lo entierren. En verdad que los leones abrirán su sepulcro y las aves de rapiña su cadáver, y no quedará ni el esqueleto, pues que no quiso la vida."

Jesús sube por la escalinata y sale. Los otros en silencio lo imitan. Pero cuando ponen pie en el corredor que hace de vestíbulo, Jesús desaparece. La casa está silenciosa y desierta. Todas las puertas cerradas.

Juan señala la salida que hay frente al cenáculo y dice: "María está allí. Siempre. Como en un éxtasis continuo. Su rostro refulge con una luz inefable. Es la alegría que irradia de su corazón. Ayer me decía: "Piensa, Juan, cuánta felicidad se ha derramado por todos los reinos de Dios". Le pregunté_ "¿Cuáles reinos?" Pensaba que supiese Ella alguna revelación maravillosa acerca del Reino de su Hijo, vencedor también de la muerte. Me contestó: "En el paraíso, en el purgatorio, en el limbo. Perdón a los que purgaban, facultad de subir al cielo a todos los justos y perdonados. El paraíso poblado de bienaventurados. Dios glorificado en ellos. Nuestros parientes allá arriba, en medio del júbilo. Y también felicidad al reino que está en la tierra, donde ahora resplandece la señal, y ha sido abierta la fuente que vence a Satanás y borra la culpa y las culpas. No sólo paz a los hombres de buena voluntad, sino también redención y reelección para ser hijos de Dios. Veo a multitudes, ¡oh, cuántas!, que bajan a esta fuente y se sumergen en ella para salir renovadas, hermosas, con vestiduras de nupcias, con vestidos reales. Las nupcias de las almas con la gracia, la realeza de ser hijos del Padre y hermanos de Jesús"."

Salen hablando y se alejan mientras la tarde va cayendo.

Las calles no están muy transitadas sobre todo a esta hora, en que la gente se reúne a cenar. Jerusalén, después de los ríos de gente que la inundaron durante la Pascua y que se ha ido, parece más vacía de lo acostumbrado. Tomás lo nota y lo dice.

"Así es. Los forasteros, aterrorizados, la han abandonado precipitadamente después del viernes, y los que se quedaron, pese al miedo que tenían, han huido con el segundo terremoto, que fue ciertamente cuando el Señor resucitó. Los que no eran gentiles también huyeron. Muchos, y los de buena fe, ni siquiera consumaron el cordero, y tendrán que regresar para la pascua suplementaria. También algunos habitantes de la ciudad han ido o se han alejado, algunos para transportar sus muertos, que perecieron en el terremoto de la Parasceve, otros por miedo a la ira de Dios. La amenaza ha sido dura" dice Zelote.

"Y bien merecida. ¡Que los rayos, y las piedras caigan sobre todos los pecadores!" impreca Bartolomé.

"¡No te expreses así! Más que los demás, somos nosotros los merecedores de los castigos celestiales, pues también somos pecadores... ¿Os acordáis de este lugar?... ¿Cuánto tiempo hace? ¿Hace diez días... diez años... diez horas? Mi pecado me parece tan lejano y tan próximo... que no sé qué pensar... ¡Soy un tonto! Estábamos tan seguros de nosotros mismo, éramos belicosos, nos sentíamos héroes. ¿Y luego? ¡Ah!..." y Pedro se pega con la mano la frente y señala, pues están en la plazoleta: "Ved. Allí tenía yo miedo."

"Basta, Simón, basta. El te ha perdonado. Y antes que El, la Virgen. Tú te atormentas" lo reprende Juan.

"¡Oh, si así fuese" Tú, Juan, sostenme siempre. ¡Siempre! Porque sabes guiar, El te confió a su Madre. Es justo. Pero yo, vil gusano y mentiroso, tengo más necesidad que María de ser guiado. Porque tengo escamas en los ojos y no veo..."

Sin duda las tendrás si te portas así. Te quemarás las pupilas, y el Señor no te las curará..." le responde Juan, abrazándolo por la espalda para consolarlo.

"Me bastaría ver bien con el alma. Los... ojos poco valen."

"Pero valen para muchos. ¿Qué harán, entonces, los enfermos? ¿Viste a aquella mujer ayer, cómo estaba desesperada?" pregunta Andrés.

"Sí..." Se miran mutuamente y luego dicen: "Ninguno de nosotros se sintió capaz de imponerle las manos..." La humildad de lo pasado los amilana. Tomás dice a Juan: "Tú podías haberlo hecho. Tú no huiste, ni lo negaste, ni has sido un incrédulo..."

 

Juan comenta como aprisionó por el cuello 

a Elquías por haber ofendido a la Virgen 

y odiado y maldecido a Judas

 

"También tengo mi pecado. Y es también contra el amor como lo es el vuestro. Cerca del arco de la casa de Josué, aprisioné por el cuello a Elquías y lo habría estrangulado, porque ofendió a la Virgen. He odiado y maldecido a Judas de Keriot" confiesa Juan.

"¡Cállate! No pronuncies ese nombre. Es de un demonio y me parece como si todavía no estuviera en el infierno, que ande con nosotros, para que pequemos otra vez" habla aterrorizado Pedro.

"¡Oh, él está ya muy bien en los infiernos! Pero aunque estuviese aquí, su poder ya se acabó. Tuvo todo para haber podido ser ángel, y fue un demonio, y Jesús ha vencido al diablo" dice Andrés.

"Será así... pero es mejor no nombrarlo. Tengo miedo. Ahora comprendo cuán débil soy. Pero tú, Juan, no te sientas culpable. Todos los hombres maldecirán al que entregó al Maestro."

"¡Y con toda razón!" afirma Judas Tadeo que nunca hizo migas con Iscariote.

"No. María ha dicho que le basta el juicio de Dios, y que debemos fomentar un solo sentimiento: el de gratitud de no haber sido nosotros los traidores. Y si Ella no maldice, Ella, la Madre que vio los tormentos de su Hijo, ¿debemos hacerlo nosotros? Olvidémoslo..."

"¡Seríamos unos tontos!" exclama su hermano Santiago.

"Y sin embargo es la palabra del Maestro por los pecados de Judas..." Juan guarda silencio y suspira

"¿Qué cosa? ¿Hay otros? Tu sabes... habla."

"He prometido olvidar, y me esfuerzo en hacerlo. Respecto a Elquías... no estuvo bien... pero aquel día cada uno de nosotros tenía su ángel y su demonio, y no siempre di oídos al ángel de la luz..."

Dice Zelote: "¿Sabes que Nahum está paralítico y que su hijo quedó aplastado por una parte de muro o de un deslave de monte? Así. El día en que murió El. Se le encontró más tarde. ¡Oh, muy tarde, cuando ya apestaba! Lo descubrió uno que iba al mercado. Nahum estaba con los de su calaña, y no sé que le cayó encima, si un mazazo o un golpe. Lo que sé es como si estuviera despedazado y que no comprende nada. Parece una bestia. Babea, aúlla, y ayer con la única mano sana tomó de la garganta a su... patrón, que había ido a verlo y le gritaba, le gritaba: "¡Por tu culpa! ¡Por tu culpa!" Si no hubieran acudido los siervos..."

"¿Cómo lo supiste, Simón?" preguntan a Zelote.

"Ayer vi a José" responde lacónicamente.

"Veo que el Maestro tarda en venir. Estoy preocupándome" dice Santiago de Alfeo.

"Regresemos..." propone Mateo.

"O esperemos ahí en el puentecillo" dice Bartolomé.

Se detienen. Pero los dos Santiagos, Andrés y Tomás vuelven, pensativos miran al suelo, miran las casas. Andrés pálido, señala con el dedo la pared de una casa donde se nota, en lo blanco de la cal, una mancha rojiza: "¡Es sangre! Sangre del Maestro, tal vez. ¿Había empezado aquí a perder sangre? ¡Oh, decidme!"

"¿Y qué quieres que te digamos, si ninguno de nosotros lo siguió?" responde desconsolado Santiago Alfeo.

"Pero mi hermano, y sobre todo Juan, lo siguieron..."

"No inmediatamente. Me ha dicho Juan que lo siguieron desde la casa de Malaquías en adelante. Aquí no estuvo ninguno de nosotros..." dice Santiago de Zebedeo

Como hipnotizados miran la mancha, que es grande, muy arriba del suelo. Tomás observa: "Ni siquiera la lluvia la ha lavado. Ni siquiera el granizo que cayó tan fuerte en estos días la ha arrancado... Si supiese que es sangre suya, la quitaría de allí..."

"Preguntémoslo a los de la casa. Tal vez sepan..." propone Mateo que los ha alcanzado.

"No. Nos podrían reconocer por sus apóstoles; pueden ser enemigos del Mesías y..." objeta Tomás

"Nosotros todavía somos unos cobardes..." concluye Santiago de Alfeo con un gran suspiro.

 

Lo que veis es sangre. Sangre de una mujer 

de la costa del gran mar.

ella supo defender al Maestro hasta que el 

marido la mató arrojándola con tanta fuerza, 

después de haberla golpeado, de modo que s

e le abrió la cabeza, se le salieron los sesos, 

y quedó estampada con su sangre sobre la pared 

de su casa donde ahora lloran 

sus hijos huérfanos

 

Poco a poco se han acercado a la pared y miran... Pasa una mujer, una rezagada que viene de la fuente con sus cántaros que chorrean agua fresca. Los mira atentamente, les grita: "¿Estáis viendo esa mancha sobre la pared? ¿Sois discípulos del Maestro? Me parece que lo sois, aunque el miedo se dibuja en vuestras caras... aunque no os vi detrás del Señor cuando pasó por aquí cerca, cuando lo llevaban a la muerte... Lo que me hace pensar es que un discípulo que sigue al Maestro cuando todo va bien, y que se gloría de ello, que está dispuesto a dejar todo por seguir  al Maestro, debe también seguirlo cuando le va mal. Yo no os vi. No. Y si no os vi, señal es que yo, una mujer de Sidón, fui detrás de Aquel a quien sus discípulos no siguieron. El me hizo un gran favor. Vosotros... ¿vosotros no recibisteis nada de El? Me extraña porque hacía bien a gentiles y samaritanos, a pecadores y aun a ladrones al darles la vida eterna, si bien es que no podía darles la del cuerpo. ¿No os amaba acaso? Entonces señal que sois peores que escorpiones y que hienas apestosas, aun cuando creo verdaderamente que El fue capaz de amar aun a las víboras y los chacales, no por lo que son, sino porque su Padre los crió. Lo que veis es sangre. Sí, sangre. Sangre de una mujer de la costa del gran mar. Una vez fueron tierras filisteas, y los habitantes son despreciados todavía por los hebreos, y con todo, ella supo defender al Maestro hasta que el marido la mató arrojándola con tanta fuerza, después de haberla golpeado, de modo que se le abrió la cabeza, se le salieron los sesos, y quedó estampada con su sangre sobre la pared de su casa donde ahora lloran sus hijos huérfanos. Pero había recibido un beneficio del Maestro, le había sanado a su marido que moría de una enfermedad inmunda. Por este beneficio amaba al Maestro, y lo amó hasta morir por su causa. Los precedió en el seno de Abraham. según habláis vosotros. También Analía lo precedió, y hubiera muerto por El, si la muerte no se le hubiese anticipado. También una mujer que era madre, lavó con su sangre el camino, con la sangre de su vientre que su perverso hijo le abrió, por defender al Maestro. Y una anciana murió de dolor cuando lo vio pasar herido, a El que le había devuelto la vista a su hijo. Un viejo, un mendigo, murió porque salió a su defensa, y recibió en su cabeza la pedrada que era destinada a dar en la de vuestro Señor. Pensáis que era tal, ¿no es verdad? Los valientes de un rey mueren a su alrededor. Pero ninguno de vosotros murió por El. Estabais lejos de los que lo golpeaban. ¡Ah, no! ¡Uno murió! Pero no de dolor, ni por haber defendido al Maestro. Primero lo vendió, luego lo señaló con un beso, y finalmente se suicidó. No le quedaba otra cosa que hacer. No podía aumentar su iniquidad. Estaba completa, como la de Belcebú. El mundo lo habría lapidado para que la tierra se viese libre de él. Y creo que esa mujer compasiva que murió por impedir que pegasen al Maestro, creo que la vieja Anna que murió de dolor al verlo en esta forma, que el viejo mendigo, que la madre de Samuel, que la doncella que murió, y que yo que no puedo subir al templo, porque me da dolor ver la muerte de los corderos y de las tórtolas, creo, repito, que habríamos tenido valor para lapidarlo, y no nos hubiera pesado al verlo deshecho con nuestras pedradas... El lo sabía, y quiso que el mundo no manchase sus manos con su sangre. Quiso que no hubiera verdugos que vengasen al Inocente..."

Los ha estado mirando con un desprecio cada vez mayor, según ha venido hablando. Sus ojos grandes y negros, tienen la dureza del rapaz que mira un grupo que no puede, ni sabe reaccionar... Entre dientes le sale la última palabra: "¡Bastardos!"  Recoge sus cántaros y se va, satisfecha de haber vomitado su desprecio contra los discípulos que abandonaron al Maestro...

Estos quedaron aniquilados. Con la cabeza agachada, los brazos caídos, sin fuerza... La verdad los aplasta. Meditan sobre la consecuencia de su cobardía... No dicen nada... No atreven a mirarse. Ni siquiera Juan y Zelote, los dos únicos que no fueron cobardes, están como los demás, tal vez por el dolor que sienten al ver que no pueden curar la herida producida por la mujer en el corazón de sus compañeros...

 

En el silencio sólo el murmullo del Cedrón se 

escucha, de modo que cuando resuena 

la voz de Jesús, los hace sobrecogerse de temor 

la voz que no es más que dulzura y que dice:

 "¿Qué estáis haciendo aquí? 

 

La oscuridad cubre el camino. La luna, ya en sus últimos días, sale tarde y el crepúsculo se echa más pronto sobre la tierra. El silencio es absoluto. Ni un ruido, ni una palabra humana. En el silencio sólo el murmullo del Cedrón se escucha, de modo que cuando resuena la voz de Jesús, los hace sobrecogerse de temor la voz que no es más que dulzura y que dice: "¿Qué estáis haciendo aquí? Os esperaba entre los olivos... ¿Por qué estáis mirando cosas muertas cuando os espera la Vida? Venid conmigo." Parece como que Jesús ha venido de Getsemaní en su busca. Se detiene a su lado.

Mira la mancha que todavía sigue atrayendo las miradas de los apóstoles y dice: "Esa mujer está ya en la paz. Ha olvidado el dolor. ¿Qué no piensa en sus hijos? No. Lo hace mucho mejor. Los santificará porque no pide otra cosa a Dios."

Se encamina. Lo siguen en silencio.

Jesús se vuelve y les dice: "¿Por qué decís dentro de vuestros corazones: "Y por qué no pide que se convierta su marido? No es santa, si lo odia..." No lo odia. Lo perdonó cuando la mataba. Alma que entra en el reino de la luz, ve con sabiduría y justicia. Y ella ve que su marido ni se convertirá, ni será perdonado. Vuelve ahora su plegaria en favor de quien puede conseguir el bien. No es mi sangre, no. Y sin embargo perdí mucha por este camino... Las pisadas de mis enemigos la han borrado, al mezclarse con el polvo y suciedad. La lluvia la ha hecho desaparecer, pero hay algo que todavía puede verse... porque manó tanto que ni los pasos, ni el agua han borrado del todo. Caminaremos juntos y veréis mi sangre derramada por vosotros..."

"¿A dónde? ¿A dónde quiere ir? ¿Al lugar donde lloró? ¿Al Pretorio?..." se preguntan.

Juan dice: "Dos días después del sábado, Claudia se fue, y según rumores, disgustada y hasta cansada de estar junto a su marido... El soldado de la lanza me lo dijo. Claudia no quiere tener ninguna responsabilidad de ello con su marido, porque ella lo había prevenido de no perseguir a Jesús, y que era mejor que fueran perseguidos por los hombres que por el Altísimo que envió a su Mesías. Tampoco están Plautina, ni Lidia. Se fueron con Claudia a Cesarea. Valeria se ha ido con Juana a Beter. Si estuvieran podríamos entrar. Pero ahora... no sé... También falta Longinos que fue escoltando a Claudia..." dice Juan.

"Será al lugar donde viste que la hierba estaba bañada con sangre..."

 

Al Gólgota "¡Es un lugar inmundo!" He muerto Yo, 

y para siempre lo he santificado. 

 

Jesús que camina adelante, se voltea y dice: "Al Gólgota. Hay tanta que el polvo parece como si se hubiera hecho tan duro como una piedra. Y hay quienes se os han adelantado..."

"¡Es un lugar inmundo!" grita Bartolomé.

Jesús con una sonrisa compasiva responde: "Cualquier lugar de Jerusalén después del horrible pecado es inmundo, y sin embargo no os preocupáis de otra cosa fuera del miedo que sentís por la gente..."

"Han muerto siempre ahí ladrones..."

"He muerto Yo, y para siempre lo he santificado. En verdad os digo que hasta el fin de los siglos no habrá lugar más santo que ese, y que a él  vendrán de toda la tierra a besar su polvo. Ya hay alguien que os ha precedido. Sin temer las burlas y amenazas, sin temer a contaminarse. Y quien os precedió tenía doble motivo de temer."

"¿Quién fue, Señor?" pregunta Juan al que Pedro le pega con el codo por las costillas para que pregunte.

"Magdalena. Así como recogió las flores que hollaron mis pies cuando entraba, antes de la pascua, en su casa, cual recuerdo de júbilo y que distribuyó entre sus compañeras, así ahora ha subido al Calvario, con sus manos ha excavado en la tierra que se endureció con mi sangre, la ha depositado en manos de mi Madre.  No ha tenido miedo. Era conocida como la "pecadora" y como la "discípula". Y la que tomó entre sus manos esa tierra, no temió contaminarse. Mi sangre ha borrado todo. Santo es el suelo donde cayó. Mañana, antes de la hora de sexta, subiréis al Gólgota . Os alcanzaré. Pero quien quiera ver mi sangre, ahí la tiene." Señala el balaustre del puentecillo: "Aquí mi boca pegó y brotó sangre... De ella no habían brotado más que palabras santas y palabras de amor. ¿Por qué entonces fue golpeada? Y no hubo nadie quien la hubiera curado con un beso..."

 

Entran en Getsemaní. 

 

Les enseña los lugares donde han estado y quiere 

borrar todas las huellas que lo profanaron

 

Entran en Getsemaní. Jesús tiene que abrir antes un cerrojo que impide la entrada al huerto de los Olivos. Un cerrojo nuevo. Una fuerte empalizada, con estacas agudas, alta, con su nueva cerradura. Jesús tiene la llave, que es tan nueva que resplandece el metal. Abre el cerrojo sirviéndose de la luz que despide una rama que Felipe ha encendido para ver, pues ya es noche.

"No estaba antes ¿por qué ahora?..." murmuran entre sí al notar el cinto que separa el Getsemaní. "Ciertamente Lázaro no quiere a nadie aquí. Mira allá. Piedras, ladrillos, cal. Ahora es de leño, después será una pared..."

Jesús dice: "Venid. No os ocupéis de cosas muertas, os lo digo... Ved. Aquí estuvisteis... Aquí me rodearon y aprehendieron. De allí huisteis... Si hubiera estado este cinto entonces, no hubierais podido huir prontamente. Pero, ¿cómo iba a pensar Lázaro, que se moría de ansias por seguirme, que ibais a huir? ¿Os hago sufrir? Primero sufrí Yo. Quiero borrar aquel dolor. Bésame, Pedro..."

"¡No, Señor, no! Repetir lo que hizo Judas, aquí, a la misma hora, ¡no, no, no!"

"Bésame. Tengo necesidad de que hagáis con amor sincero lo que Judas no hizo. Después seréis felices. Acércate, Pedro. Bésame."

No sólo lo besa. Con sus lágrimas lava la mejilla del Señor. Se retira cubriéndose la cara y se sienta en el suelo para llorar. Los demás, uno tras otro, lo besan en el mismo lugar. Quien más, quien menos tiene lágrimas en los ojos...

"Ahora vámonos. Os retiré de Mí aquella noche después de que os robustecí con mi Cuerpo, y por pocas horas. Pero pronto caísteis. Recordad siempre cuán débiles fuisteis y que sin la ayuda de Dios no podríais permanecer en la justicia ni siquiera una hora. Ved. Aquí dije que vigilasen los que se creían los más fuertes, fuertes que creyeron podrían beber de mi cáliz, y que dijeron que estaban dispuestos a cualquier sacrificio antes que negarme. Los dejé, diciéndoles que vigilasen... Los dejé y ellos se echaron a dormir. Recordad, y enseñad a los otros que quien se separa de Jesús, que quien no se mantiene en contacto con El por medio de la oración, cae en el sopor y puede ser apresado. Si no os hubiera despertado, os hubieran podido haber matado en el sueño y comparecer ante el juicio de Dios cargados con vuestra flaqueza humana. Venid... Ved. Baja, Felipe, la tea. Ved. Quien quiera ver sangre mía, que mire. Aquí, en medio de la mayor angustia, semejante a la del agonizante, sudé sangre. Mirad... La tierra está dura. La hierba está manchada porque la lluvia no pudo disolver los coágulos que se secaron entre los tallos y las corolas. Ved. Allí me apoyé, y aquí el ángel del Señor estuvo para darme fuerzas a cumplir con la voluntad de Dios. Recordad, si queréis hacer siempre la voluntad de Dios, que donde la criatura no puede resistir, Dios viene con su ángel a sostener el héroe desfallecido. Cuando os encontréis en medio de angustias, no temáis de caer en la cobardía o perjurio si persistí en querer lo que Dios quiere. Dios hará que seáis gigantes de heroísmo si le sois fieles. Recordadlo, recordadlo. Una vez os dije que, después de las tentaciones en el desierto, los ángeles me auxiliaron. Ahora sabed que también, después de la más grande tentación, un ángel me auxilió. Y esto mismo sucederá a vosotros, y a todos mis fieles, Porque en verdad os digo que los auxilios que tuve, también vosotros los tendréis. Yo mismo os lo alcanzaría, si el Padre en su amorosa justicia, no os lo concediese. Sólo el dolor será siempre inferior al mío... Sentaos. Allá en el oriente se asoma la luna. Habrá luz. No creo que esta noche dormiréis aun cuando todavía sois no más que seres humanos. No, no dormiríais porque ha entrado en vosotros un elemento que antes no teníais. El remordimiento. Tortura, verdad, pero que sirve para pasar a otros estadios más altos, sea para el bien como para el mal. En Judas de Keriot, que se alejó de Dios, produjo la desesperación y su condenación. En vosotros, que no habéis salido jamás de las cercanías de Dios -os lo aseguro, porque en vosotros no existía la voluntad ni la advertencia clara de lo que hacíais.- producirá un arrepentimiento de confianza que os llevará a la sabiduría y a la justicia. Quedaos donde estáis. A la distancia del tiro de una piedra me retiro en espera del alba."

 

¡Oh, no nos dejes, Señor! ¿Y el meditar no es acaso 

la oración más activa? 

En esto consiste la oración: en ponerse 

en contacto con el Eterno ...

 

"¡Oh, no nos dejes, Señor! Tú has dicho lo que somos, lejos de Ti" suplica Andrés de rodillas, con las manos juntas, como si pidiese una limosna de piedad. 

"Tenéis el remordimiento. Es un buen amigo en los buenos."

"No te alejes, Señor. Nos dijisteis que oraríamos juntos..." suplica Tadeo que no atreve a comportarse como pariente. En señal de veneración tiene la cabeza un poco inclinada.

"¿Y el meditar no es acaso la oración más activa? ¿Y no os he hecho contemplar y meditar, y no os he dado tema de reflexión desde que os alcancé en el camino y os he estado moviendo vuestros corazones para fomentar actos de santos sentimientos? En esto consiste la oración: en ponerse en contacto con el Eterno y con las cosas que sirven para que el espíritu vaya mucha más allá de la tierra; de la contemplación de las perfecciones de Dios, de la miseria del hombre, del propio ser, suscitar actos de una voluntad amorosa o reparadora, y siempre pronta a adorar, aun cuando si dicha voluntad parte de la consideración de una culpa o de un castigo. Si saben usarse, sirven mal o bien para el fin último. Os lo he dicho muchas veces. El pecado es un mal insanable sino le sigue el arrepentimiento y la reparación. En caso contrario, con la contrición del corazón se hace dura la mezcla para tener compactos los fundamentos de la santidad, cuyas piedras son las buenas resoluciones. ¿Podéis unir piedras in mortero? Sin esto que aparentemente es feo, pero sin el cual las hermosas piedras, los relucientes mármoles no podrían estar unidos para formar el edificio."

Jesús hace como que se quiere ir.

Juan, al que en voz baja han hablado su hermano, el otro Santiago, Pedro y Bartolomé, se levanta y lo sigue diciendo: "Jesús, mi Dios, esperábamos decir contigo la oración a tu Padre. Tu oración. Nos sentimos poco perdonados si no nos concedes que la digamos contigo. Tanto que lo necesitamos..."

"Donde hay dos unidos con la oración, ahí estoy en medio de ellos. Decid entre vosotros la oración y estaré entre vosotros..."

"¡Ah, nos juzgas poco dignos de orar contigo!" grita angustiado Pedro con la cara escondida entre la hierba, en que todavía hay sangre divina.

Santiago de Alfeo exclama: "Somos infelices, herma... Señor." Iba a decir hermano pero se corrigió al punto.

Jesús lo mira y le dice: "¿Por qué no me llamas hermano, tú, que eres de mi sangre? Soy hermano de todos los hombres, pero de ti dos y tres veces. Como hijo de Adán, como hijo de David, como hijo de Dios. Termina tu palabra."

"Hermano, Señor mío, somos unos infelices y unos tontos. Tú lo sabes. Y más no lo hace ser el abatimiento en que nos encontramos. ¿Cómo podemos pronunciar con el alma tu oración, si no sabemos su significado?"

"Cuántas veces, como a pequeños, os lo expliqué. Pero más duros de cabeza que el alumno más distraído de algún maestro, no os grabasteis mis palabras."

"Es verdad. Pero ahora nuestra mente está afligida por no haberte comprendido... ¡Oh, nada entendimos! Lo confieso en nombre de todos. Aun todavía no podemos comprenderte, Señor. Te ruego, que emplees tu misma indulgencia al ver nuestro mal que nos hace tan duros de cabeza. Tú comprendías todo y el gran rabí de Israel no dudó en denunciar la ceguera de Israel, a los pies de la cruz. Tú, Dios omnipotente, Espíritu de Dios que no tiene nada que ver con la carne, oíste esas palabras: "Siglos y siglos de ceguera espiritual penden ante la mirada espiritual", y te suplicó: "Tú, Libertador, penetra en mí, que soy prisionero de las fórmulas". ¡Oh adorado Jesús mío!, que nos has salvado de la culpa original tomando sobre Ti nuestros pecados y los consumaste en el fuego de tu perfecto amor, toma, consuma también nuestra inteligencia de tercos israelitas, danos una inteligencia nueva, virgen como la de un recién nacido, borra de nuestra memoria todo y llénala con tu sabiduría. Muchas cosas del pasado murieron en aquel horrible día. Murieron contigo. Pero ahora que has resucitado haz que nazca en nosotros un nuevo pensamiento. Créanos un corazón y una inteligencia nuevos, Señor mío, y te comprenderemos" suplica Juan.

"No me toca a Mí esto, sino a aquel de quien os hablé en la última cena. Cualquier palabra mía se pierde en el fondo de vuestro pensamiento, en todo o en parte, o se queda aprisionada en su espíritu. Sólo el Paráclito, cuando venga, extraerá de vuestro fondo mis palabras y os las explicará para que comprendáis su espíritu."

 

¡Pero si nos lo has infundido!"

 

"¡Pero si nos lo has infundido!" replica Zelote.

"Tú dijiste que cuando te hubieras ido donde el Padre, El, el Espíritu de verdad vendría" objeta Mateo a quien se ha agregado Zelote.

"Decidme: ¿cuando un niño nace tiene el alma?"

"Claro que la tiene" responden todos.

"¿Tiene esta alma la gracia de Dios?"

"No. La culpa original pesa sobre ella, y está privada de ella."

"¿De dónde vienen el alma y la gracia?"

"De Dios."

"¿Por qué entonces Dios no da al niño, que nace, un alma en gracia?"

"Porque Adán fue castigado y con él nosotros. Mas ahora que eres el Redentor, lo hará."

"No. No lo hará. Los hombres nacerán siempre manchados en el alma que Dios creó y que Adán en su posteridad manchó. Pero por rito que os explicaré otra vez, el alma que se infunde en el hombre será vivificada por la gracia, y el Espíritu del Señor tomará de ella posesión. Vosotros que fuisteis bautizados con el agua de Juan, seréis bautizados con el fuego del Poder de Dios. Y entonces el Espíritu de Dios estará verdaderamente en vosotros. Será el Maestro que los hombres no pueden perseguir, ni arrojar, el que en lo íntimo os dirá el espíritu de mis palabras, y otras muchas cosas. Os lo infundí porque sólo por mis méritos puede conseguirse cualquier cosa y tener valor. Pueden tener a Dios, y puede tener valor la palabra de un delegado de Dios. Pero en vosotros todavía no está el Espíritu de Verdad, como Maestro."

"Si es así, está bien. Vendrá a su tiempo. Entre tanto haz que sintamos tu perdón. Sé Maestro para nosotros, Señor. Una vez más, porque Tú has dicho que hay que perdonar setenta veces siete" insiste Juan, que es el que más confianza tiene. Toma entre sus manos la mano izquierda de Jesús, que tiene colgando a su lado, que la luna parece agrandar más la llaga que hizo el clavo, concluye: "Tú que eres la luz eterna no permitas que tus siervos permanezcan en las tinieblas", y ligeramente besa los dedos en la punta, que estaban un poco doblados como los que tiene uno que ha sido herido y se ha curado, pero que los nervios quedan un poco contraídos.

 

"Venid. Subamos más allá y juntos diremos 

la oración"

 

"Venid. Subamos más allá y juntos diremos la oración" accede Jesús, dejando su mano en las de Juan, mientras se pone en camino hacia el borde más alto del Getsemaní, hacia el camino que por el Campo de los Galileos va a Betania.

Aquí también se nota que las obras, que Lázaro hace para marcar sus límites, se están llevando a cabo. Aun más aquí, más lejos de la casa del que guarda el olivar, ya se ha levantado una pared lisa y alta que sigue el borde de los límites del Getsemaní.

Allá abajo, Jerusalén lentamente sale de las tinieblas aun por el poniente, pues la luna que ahora está en la mitad del firmamento, blanquea todas las cosas con su delgada hoz, que brilla como una navaja de diamantes colocada en lo negro del firmamento en que se mueven innumerables estrellas, bellísimas, propias del cielo oriental.

 

Jesús reza el Padre nuestro y lo comenta

 

Jesús abre sus brazos con su forma acostumbrada de orar y dice: "Padre nuestro que estás en los cielos." Interrumpe y comenta: "El haberos perdonado es muestra que os quiere como un padre. A vosotros, obligados más que todos a la perfección, a vosotros a quienes tantos beneficios se os dieron y que como decís, os consideráis ineptos para la misión ¿qué señor, que no fuese vuestro Padre, no os hubiera castigado? Yo no os he castigado, tampoco el Padre. Porque lo que hace el Padre, lo hace el Hijo y viceversa, pues somos una sola divinidad, unida en el Amor. Yo estoy en el Padre, y el Padre está conmigo. El Verbo está siempre junto a Dios que no tiene principio. El Verbo existe antes que cualquier cosa, desde la eternidad, que tiene por nombre siempre, desde un presente eterno junto a Dios, y es Dios como Dios, pues es el Verbo del Pensamiento divino.

Cuando habré partido, pediré así al Padre nuestro, mío y vuestro, por que somos hermanos, Yo el primogénito, vosotros los menores, pediré que me veáis siempre en mi Padre y vuestro. Procurad ver así al Verbo que os fue "Maestro", que os amó hasta la muerte y más allá de ella, quedándose en comida y bebida para que estéis en Mí y Yo en vosotros, hasta que dure el destierro, y después estemos Yo y vosotros en el reino por el que os he enseñado a pedir: "Venga tu Reino", después que hayáis pedido que vuestras obras santifiquen el nombre del Señor con darle gloria en la Tierra y en el cielo. Ciertamente en el cielo no existiría el Reino para vosotros, ni para los que creyeren como vosotros, si antes no lo amasteis en vosotros con la práctica real de la ley de Dios y de mi palabra que es el perfeccionamiento de ella al haber concedido, en el tiempo de la gracia, la ley de los elegidos, la que sobrepasa las constituciones civiles, morales, religiosas del tiempo mosaico.

Vosotros sabéis qué cosa sea tener cerca a Dios, pero no Dios en vosotros; qué sea tener la palabra de Dios, pero no ponerla en práctica. Todo error tiene su causa en tener cerca a Dios, y no en el corazón; conocer la palabra, y no el obedecerla. Aquí está el motivo. Aquí la causa. La terquedad, la delincuencia, el deicidio, la traición, las torturas, la muerte del Inocente de su Caín, todo encuentra su explicación en ello. Y sin embargo ¿quién como Yo amó a Judas? Pero no me tuvo a Mí que soy Dios en su corazón. Es el deicida condenado, el infinitamente culpable como israelita y como discípulo, como suicida y como deicida, además de sus siete vicios capitales y otras cosas.

Ahora es más fácil que tengáis el Reino de Dios en vosotros porque os lo he conseguido con mi muerte. Os he comprado con mis dolores. Tenedlo presente. Que nadie pisotee la gracia porque es el precio de la vida y sangre de un Dios. Esté, pues, en vosotros el reino de Dios por la gracia; esté en la tierra por la iglesia, esté en el cielo por el pueblo de los bienaventurados que habiendo vivido con Dios en el corazón, unidos al Cuerpo del cual Yo soy la Cabeza, unidos a la Vid del que cada cristiano es un ramo, se hicieron dignos de descansar en el reino de Aquel por el cual todas las cosas han sido hecha; que soy Yo, que os estoy hablando, que me sometí a la voluntad paterna para que todo pudiera ser completado. Por lo cual puedo enseñaros a decir con toda verdad: "Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo", Los terrones de tierra, las hierbas, las flores, las piedras de Palestina, las heridas que recibí, y todo un pueblo son testigos de que cumplí la voluntad de mi Padre.

Haced como hice. Hasta el fin. Hasta la muerte de cruz si Dios lo quisiere. Lo hice Yo y no hay discípulo digno de misericordia más de Mi y sin embargo he consumado el más grande dolor. Obedecí con toda la renuncia. Lo sabéis. Más bien, lo comprenderéis en lo futuro cuánto más os asemejéis a Mí al beber un sorbo de mi cáliz... Recordad siempre esto: "Porque obedeció al Padre, nos salvó" Y si queréis ser salvadores, haced lo que he hecho. Habrá quién pruebe la cruz, quien la tortura que los tiranos le infligirán, quién la tortura del amor, del destierro de los cielos a los cuales llegará después de una larga vida. Que en cada cosa se haga lo que Dios quiere. Pensad qué suplicio pueda igualarse con querer morir para ir a dónde estoy Yo, si obráis con alegre obediencia, a los ojos de Dios. Son su Voluntad, por esto, santos.

"Danos el pan diario". Día tras días, hora tras hora. Es fe, amor, obediencia, humildad, esperanza el pedir el pan de un día, y aceptarlo como es. Hoy dulce, mañana amargo, o bien mucho, poco, con especias o ceniza. Siempre es justo. Dios que es Padre lo da. Es, pues, bueno.

Otra vez os hablaré del otro Pan que sería muy bueno que se comiera diariamente, y que se le pidiese al Padre que lo siguiera dando. Porque ¡ay de aquel día, de aquellos lugares donde los hombres hagan que llegue a faltar! Sabéis cuánto los hombres sean poderosos en sus obras de tinieblas. Rogad al Padre que defienda su pan y que os lo dé. Cuanto más lo dé, tanto más las tinieblas tratarán de apagar la luz y la vida, como hicieron en la parasceve. La segunda no tendrá resurrección. Recordadlo. Si el Verbo no puede ser más matado, sí lo puede su doctrina, y puede extinguirse la libertad y voluntad, en muchos, de amarlo. En ese entonces la vida y la luz habrían terminado para los hombres. ¡Ay de ese día! Os sirva de parangón el Templo. Recordad que he dicho que "es un cadáver".

"Perdónanos nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido".

Todos sois pecadores, sed buenos con los pecadores. Acordaos de mis palabras: "¿Por qué miras la paja en el ojo de tu hermano, si antes no sacas la vida del tuyo?" El Espíritu que os he infundido, la orden que os he dado, os conceden la facultad de perdonar, en nombre de Dios, los pecados. Pero ¿cómo podéis hacerlo, si Dios no ha perdonado los vuestros? De esto hablaré más tarde. Por ahora os digo: perdonad a quien os ofende para que se os perdone y para que tengáis derecho a condenar o a absolver. Quien no tiene pecado, puede hacerlo con toda justicia. Quien no perdona y es culpable y finge escandalizarse, es un hipócrita. El infierno lo espera. Porque si habrá misericordia para los pequeños, el veredicto contra los favorecedores de los pequeños, culpables de iguales o mayores faltas, será severo, aun cuando tengan la plenitud del Espíritu que les ayudaba.

"No nos lleves a la tentación, sino líbranos del mal". He aquí la humildad, piedra angular de la perfección. En verdad os digo que bendigáis a quien os humilla porque os ayuda a subir al trono celestial.

No. La tentación no es ruina, si el hombre humildemente se pone junto al Padre y le pide que no permita que Satanás, el mundo, y la carne triunfen sobre él. Las coronas de los bienaventurados se compone de las piedras preciosas de las tentaciones que vencieron. No las busquéis. Pero no seáis cobardes cuando llegaren. Humildemente, y por lo tanto con valor, gritad a mi Padre y vuestro: "Líbranos del mal", y venceréis el mal. Santificaréis en realidad el nombre de Dios con vuestras acciones, como lo dije al principio, porque cualquiera al veros, dirá: "Dios existe, porque viven como dioses. Su conducta es perfecta", y se acercarán a Dios, multiplicando los ciudadanos del Reino de Dios.

Arrodillaos para que os bendiga y mi bendición abra vuestras inteligencias para que podáis reflexionar."

Se arrodillan. Los bendice y desaparece como si los rayos de la luna lo hubieran absorbido.

Un poco después los apóstoles levantan admirados su cabeza al no oír más hablar a Jesús y se convencen que ha desaparecido... Pegan sus caras contra el suelo, temblorosos, idea antigua, secular de cualquier israelita que cree haber estado en contacto con Dios como está en el cielo.

XI. 711-726

A. M. D. G.