JESÚS SE APARECE 

EN LAS RIBERAS DEL LAGO

 


#Pedro va a pescar y con él todos los demás  

#La red está vacía. La sumergen de nuevo. Buscan otro lugar. ¡Nada!... Pasan las horas.  

#"¡Oíd, vosotros los de la barca! ¿No tenéis nada que comer?"   

#"Echad las redes a la derecha y encontraréis." 

  #"¡Es el Señor!" exclama Juan.  

#Pedro que se pone aprisa la túnica corta sobre los breves paños menores, 

 #"Traed algunos pescados. El fuego espera. Venid y comed" ordena Jesús.   

#"Ved, aquí hay pan. Habéis trabajado toda la noche y estáis cansados. Ahora tomad fuerzas. ¿Está pronto, Pedro?"  

#"Dónde están los otros" En el monte. 

  #"Así está bien. Pero de ahora en adelante vosotros los apóstoles estaréis en el monte en oración, dando buen ejemplo a los discípulos. Mandad a éstos a pescar. 

  #Lo mira con esos ojos de cuando iba a hacer un gran milagro o cuando iba a dar sus órdenes. Pedro se estremece  lo detiene fuertemente y le pregunta, teniéndolo así: "Simón de Jonás, ¿me amas?"  

#"Apacienta mis ovejitas. Tu triple confesión de amor ha borrado tu triple negación. Estás completamente puro, Simón de Jonás, y Yo te digo: toma las vestiduras pontificales, ...

  #"¿Y qué será de éste?" 

  #"Si quiero que se quede hasta que Yo regrese, ¿a ti qué te importa? Tú sígueme."

 


 

Es una noche tranquila y bochornosa. Ni un respiro de aire. Las estrellas, grandes, palpitantes, hacen señales desde allá arriba. El lago, sereno e inmóvil que parece una grande alberca defendida de los vientos, refleja en su superficie la gloria de ese cielo en que bullen los astros. Las plantas de la ribera forman una masa sin gemidos. Tan calmado está el lago que todo su movimiento se reduce a un levísimo golpeteo en la ribera. Una que otra barquichuela apenas si se distingue bajo los rayos de alguna estrella que ilumina débilmente el interior. No sé cual sea el lugar exacto en que estoy, pero me parece que me hallo en la parte sur, donde el lago desemboca en el río. Diría yo que estoy en la periferia de Tariquea, no porque vea la ciudad, que un montón de árboles me esconde, extendiéndose a lo largo del lago en forma de un promontorio, sino que lo deduzco de las lucecillas de las barcas que se alejan hacia el norte, al retirarse de la playa. Digo periferia porque hay un montón de casuchas, tan pocas para formar un villorrio, a las faldas del promontorio. Deben ser de pescadores. Hay barcas sobre la arena seca de la playa, otras ya están prontas a partir, pero las aguas están tranquilas, que parecen enclavadas en ellas.

De una casucha saca Pedro la cabeza. La luz, que sale de una cocina ahumada, ilumina por la espalda la figura rechoncha del apóstol haciéndola resaltar como una silueta. Mira el cielo, el lago... Se acerca al borde del lago. Viste una túnica corta y viene descalzo. Entra en el agua hasta los muslos, acaricia el borde de una barca alargando su musculoso brazo. Se le acercan los hijos de Zebedeo.

 

Pedro va a pescar y con él todos los demás

 

"¡Noche espléndida!"

"Dentro de poco saldrá la luna."

"Habrá pesca."

"No hay viento."

"¿Qué hacemos?"

Hablan despacio, con frases cortas, como hombres acostumbrados a la pesca, a las maniobras de las velas, de las redes que exigen atención, a ser parcos en palabras.

"Vámonos. Venderemos parte de la pesca."

Los alcanzan en la ribera Andrés, Tomás y Bartolomé.

"¡Qué noche tan calurosa!" exclama Bartolomé.

"¿Habrá tempestad? ¿Os acordáis de aquella noche?" pregunta Tomás.

"¡Oh, no! Calma, tal vez neblina, pero tempestad, no. Yo... yo voy a pescar. ¿Quien viene conmigo?"

"Vamos todos. Tal vez esté uno mejor allá" dice Tomás que está sudando y añade: "Esa mujer necesitaba el fuego, pero era cómo si estuviéramos en las termas..."

"Voy a decirle a Simón. Está allá solo" dice Juan.

Pedro está preparando ya la barca, ayudado de Andrés y Santiago.

"¿Vamos hasta casa? Una sorpresa para mi madre..." pregunta Santiago.

"No. No sé si puedo hacer que venga Marziam. Antes de... de la... ¡Bueno!, ¡total! Antes de ir a Jerusalén. -si estaba todavía en Efraín- el Señor me dijo que quiere celebrar la segunda pascua con Marziam. Pero después no me ha dicho más..."

"A mi me parece que dijo que sí" aclara Andrés.

"La segunda pascua, sí. Pero que venga antes, no lo sé. He cometido tantos errores que... Oh, ¿también vienes tú?"

"Sí, Simón de Jonás. Esta pesca me recordará muchas cosas..."

"¡Eh, a todos nos recordará muchas cosas!... Y cosas que no volverán... Íbamos con el Maestro en esta barca por el lago... Yo la adoraba como si fuera un palacio, y me parecía que no podría vivir sin ella. Pero ahora que no está más El en la barca... en una palabra... estoy dentro pero no siento alegría" confiesa Pedro.

"Ninguno tiene alegría de las cosas pasadas. No es la misma vida. Y aun mirar a atrás... entre las horas pasadas y las presentes están en medio esas horribles..." suspira Bartolomé.

"¡Venid pronto! Tú al timón, y nosotros a los remos. Vamos hacia la curva de Ippo. Es un buen lugar. ¡Ea, adelante!"

Pedro empieza a bogar y la barca se desliza sobre el agua. Bartolomé lleva el timón. Tomás y Zelote hacen de ayudantes, prontos a arrojar las redes que están preparando. Sale la luna, mejor dicho, aparece por sobre los montes de Gadara o Gamala, esto es, sobre los que están en la costa oriental, pero hacia el sur del lago, que al recibir los rayos de la luna hace una avenida de diamantes sobre sus tranquilas aguas.

"Nos acompañará hasta el amanecer."

"Si no hay niebla." 

"Los peces salen del fondo, porque la luna los atrae."

"Si tenemos buena pesca, será fortuna, porque no tenemos más dinero. Compraremos pan y lo llevaremos junto con pescados, a los que están en el monte." Palabras lentas, con pausa entre una y otra.

"Bogas bien, Simón. no te has olvidado de ello..." dice con admiración Zelote.

"Así es... ¡Maldición!"

"¿Qué te pasa?" preguntan los otros.

"Es que el recuerdo de aquel hombre me persigue por doquier. Me acordé de aquel día que entre las dos barcas competimos que quién bogaba mejor, y él..."

"Yo por mi parte pienso que una de las primeras veces que presentí su abismo de perfidia, fue aquella vez que encontramos, mejor dicho, que casi chocábamos con las barcas romanas. ¿Os acordáis?" pregunta Zelote

"¡Que si nos acordamos! Pero... El lo defendía... y nosotros... entre las defensas que hacía el Maestro y su doblez del... no pudo uno percatarse..." responde Tomás.

"¡Umh! Yo más de una vez... Me decía: "No juzgues, Simón!" "

"Tadeo siempre sospechó de él."

"Lo que no llego a creer que éste no haya sabido nada" dice Santiago dando un golpe al codo de su hermano.

Juan no responde y se limita a bajar la cabeza.

"Ya no hay por qué ocultarlo..." dice Tomás.

"Lucho por olvidar. Es lo que se me ordenó. ¿Por qué queréis que desobedezca?"

"Tiene razón. Dejémoslo en paz" dice Zelote en su defensa.

"Bajad las redes. Despacio... Bogad vosotros. Boga despacio. Da vuelta hacia la izquierda, Bartolomé. Acércate. Vira. ¿Está la red extendida? ¿Sí? A los remos y esperemos" ordena Pedro.

 

La red está vacía. La sumergen de nuevo. 

Buscan otro lugar. ¡Nada!... Pasan las horas.

 

¡Qué hermoso es el lago en la tranquilidad de la noche, cuando la luna lo besa! ¿Habrá sido así el paraíso? La luna que toda sobre él se refleja lo convierte en un inmenso diamante. Su fosforescencia se columpia sobre las colinas, las sube, las baja, y a las ciudades vecinas las pinta de color de nieve... De vez en vez sacan la red. Un arpa de diamantes que cae sobre el plateado lago. La red está vacía. La sumergen de nuevo. Buscan otro lugar. ¡Nada!... Pasan las horas. La luna se mete avergonzada, mientras la luz del alba avanza, al principio como dudosa, después se viste de verde-azul... Una niebla calurosa llega a las riberas, sobre todo a la extremidad sur del lago. Tariquea no se ve más. Neblina baja, no muy tupida, que los primeros rayos del sol deshilacharán. Para evitarla prefieren flanquear el lado oriental donde es menos espesa, mientras que al oeste, al venir de más allá de Tariquea en la ribera derecha del Jordán, se hace más densa. Cuidadosamente bogan para evitar algún escollo. 

 

"¡Oíd, vosotros los de la barca! 

¿No tenéis nada que comer?"

 

"¡Oíd, vosotros los de la barca! ¿No tenéis nada que comer?" Una voz varonil les llega desde la playa y responden: "No" y entre sí comentan: "¡Nos parece siempre escucharlo!..."

"Echad las redes a la derecha y encontraréis."

La derecha es hacia lo largo. Echan la red, un poco dudosos. El peso de la red hace que se incline la barca.

"¡Es el Señor!" exclama Juan.

"¿El Señor?" pregunta Pedro.

"¿Dudas? Nos pareció que era su voz, y esto es la prueba. Mira la red. Es como aquella vez. Te aseguro que es El. Oh, Jesús mío, ¿dónde estás?"

Todos se esfuerzan en perforar el velo de la neblina, después de ver que la red está asegurada para que la arrastren a la estela de la barca, porque querer subirla es una maniobra peligrosa. Reman en dirección de la ribera. Tomás recoge el remo de Pedro que se pone aprisa la túnica corta sobre los breves paños menores, que era lo único que él, como sus demás compañeros, menos Bartolomé, traían puestos, se echa a nado, atraviesa las tranquilas aguas precediendo la barca, y es el primero en poner pie en la desierta playa donde sobre dos piedras se ve fuego hecho con rastrojos que un matorral espinoso protege. Y cerca del fuego, está Jesús, sonriente, benigno.

"¡Señor! ¡Señor!" Pedro lleno de emoción es lo que sabe decir. Chorreando agua no se atreve a tocar ni siquiera el vestido del Señor, y se queda postrado en la arena, en adoración.

La barca se arrastra sobre la arena, se detiene. Todos están de pie, llenos de alegría...

 

"Traed algunos pescados. El fuego espera. 

Venid y comed" ordena Jesús.

 

 

"Traed algunos pescados. El fuego espera. Venid y comed" ordena Jesús.

Pedro corre a la barca, ayuda a levantar la red y toma del montón tres gruesos pescados, los mata contra el borde de la barca y les saca las entrañas con su cuchillo. Le tiemblan las manos, pero no de frío. Los lava, los lleva al fuego, los pone encima, y cuida de que se asen bien. Los otros siguen adorando al Señor, un poco separados, temerosos, desde que resucitó, pues grande es su majestad..

"Ved, aquí hay pan. Habéis trabajado toda la noche y estáis cansados. Ahora tomad fuerzas. ¿Está pronto, Pedro?"

"Sí, mi Señor" dice Pedro con una voz más ronca que de lo acostumbrado, agachado sobre el fuego. Se seca los ojos de los que corren lágrimas como si el humo se las arrancase, y le hiciese también mal en la garganta. Pero el humo no tiene ninguna culpa... Lleva el pescado que ha puesto sobre una hoja rasposa, parece hoja de calabaza. Se la trajo Andrés, después de haberla lavado en el lago.

 

¿Dónde están los otros?" 

En el monte. 

 

Jesús ofrece y bendice, divide el pan, los pescados, en ocho partes, los distribuye y toma también la suya. Comen con la reverencia con que realizarían un rito sagrado. Jesús los mira y sonríe, no habla. Después pregunta: "¿Dónde están los otros?"

"En el monte. Donde ordenaste. Nosotros vinimos a pescar porque no tenemos dinero y no queremos abusar de los discípulos."

"Así está bien. Pero de ahora en adelante vosotros los apóstoles estaréis en el monte en oración, dando buen ejemplo a los discípulos. Mandad a éstos a pescar. Es mejor que quedéis allá para orar y para atender a los que necesitan de vuestro consejo o que os lleven noticias. Tened muy unidos a los discípulos. Volveré pronto."

"Lo haremos, Señor."

"¿No está Marziam contigo?"

"No me habías dado órdenes de que lo mandase llamar tan pronto."

"Mándalo llamar. Ha obedecido perfectamente."

"Así lo haré, Señor."

 

Lo mira con esos ojos de cuando iba a hacer 

un gran milagro o cuando iba a dar sus órdenes. 

Pedro se estremece como de miedo y se echa 

un poco atrás... Pero Jesús le pone una mano 

sobre la espalda, lo detiene fuertemente 

y le pregunta, teniéndolo así: 

"Simón de Jonás, ¿me amas?"

 

Un silencio, luego Jesús que había estado un poco con la cabeza inclinada, pensativo, levanta su cabeza, clava sus ojos en Pedro. Lo mira con esos ojos de cuando iba a hacer un gran milagro o cuando iba a dar sus órdenes. Pedro se estremece como de miedo y se echa un poco atrás... Pero Jesús le pone una mano sobre la espalda, lo detiene fuertemente y le pregunta, teniéndolo así: "Simón de Jonás, ¿me amas?"

"¡Claro, Señor! Tú sabes que te amo" responde Pedro.

"Apacienta mis corderos... Simón de Jonás, ¿me amas?"

"Sí, Señor mío. Tú sabes que te amo." La voz es menos segura, y hasta como que tiembla por la repetición de la pregunta.

"Apacienta mis corderos... Simón de Jonás, ¿me amas?"

"Señor... Tú sabes todo... Tú sabes si te amo.." le tiembla la voz, aun cuando está seguro de su amor, pero cree que Jesús no lo está.

"Apacienta mis ovejitas. Tu triple confesión de amor ha borrado tu triple negación. Estás completamente puro, Simón de Jonás, y Yo te digo: toma las vestiduras pontificales, lleva la santidad del Señor en medio de mi grey. Cíñete tus vestiduras, y tenlas así hasta que de Pastor te conviertas en cordero. En verdad te digo: cuando eras joven te ceñías tus vestiduras, e ibas a donde querías, pero cuando envejezcas extenderás tus manos, otro te ceñirá tus vestidos, y le llevará a donde no te gustará. Pero ahora Yo te digo. "Cíñete tus vestidos y sígueme por el mismo camino". Levántate y ven."

 

"¿Y qué será de éste?"

 

Se levantan y ambos se dirigen a la playa. Los demás se ponen a apagar el fuego con arena. Juan, después de haber recogido lo que sobró del pan, sigue a Jesús. Pedro oye sus pasos y vuelve la cabeza. Ve a Juan y pregunta, señalándolo a Jesús: "¿Y qué será de éste?"

"Si quiero que se quede hasta que Yo regrese, ¿a ti qué te importa? Tú sígueme."

Caminan por la playa. Pedro quisiera hablar un poco más. Pero la majestad de Jesús, las palabras que le acaba de decir lo detienen. Se arrodilla. Los demás lo imitan. Adoran. Jesús los bendice, y les ordena que regresen. Suben a la barca y a fuerzas de remo se alejan. Jesús los mira partir.

XI. 767-771

A. M. D. G.