LA PASCUA SUPLEMENTARIA

 


#Pedro habla con Lázaro de la conveniencia de que se vaya la gente  

#Pedro hace señal de que va a hablar.¡Idos, pues! Si El viniere os lo haremos saber de todos modos.  

#María, la Virgen de las vírgenes, con su vestido blanco de lino, cual lirio baja su cabeza sonriendo, pero no dice nada.  

#Recordad las palabras de Rafael a Tobías: "Es justo tener escondido el secreto del rey, pero también es justo revelar y publicar las maravillas de Dios".  

#Se encaminan a Jerusalén por el camino superior que lleva al monte de los Olivos.  

#A las mesas de los que no han celebrado la pascua se traen corderos asados, lechugas, panes no fermentados y la salsa rojiza.  

#Mientras están discutiendo, he aquí que el Señor se deja ver donde empieza la pequeña era y que dice: "La paz sea con vosotros." 

#Con el mismo ritual de la cena pascual se celebra también esta,  

 #"En este momento el Señor ofreció por todos nosotros el cáliz, siendo el Padre y Jefe de su familia."

  #"En este punto el Señor se ciñó para purificarnos y enseñarnos cómo debemos hacer nosotros para celebrar dignamente el sacrificio eucarístico."  

  #"En este momento el Señor tomó el pan, el vino y los ofreció, orando los bendijo, hechas las partes los distribuyó ente nosotros diciendo: "Esto es mi Cuerpo y esto es mi Sangre del Nuevo y eterno Testamente, que por vosotros y por muchos será derramada en remisión de los pecados"." 

  #Ordena a Pedro y a Santiago de Alfeo que tomen un pan, que lo partan, que llenen un cáliz con vino, el más grande que hay en las mesas.  

#"Distribuid los pedazos del pan y el cáliz fraterno. Todas las veces que así lo hicieres, lo haréis en memoria mía."  

#Pregunta: "¿Está ya todo consumado?"  

#"Así hice Yo mismo en la cruz. Levantaos y oremos." 

  #entona la oración del Padre nuestro. 

  #"¡Podéis iros! La Gracia del Señor esté en todos vosotros y su paz os acompañe." Jesús desaparece

 


 

Esta vez la orden de Jesús se ha cumplido al pie de la letra. Betania está llena de discípulos. Los prados, los senderos, los huertos, el olivar están llenos de gente. Y como muchos no quieren causar daño alguno a los bienes del amigo de Jesús, se ha esparcido entre los olivos que desde Betania conducen a Jerusalén. por el camino del monte de los Olivos.

Los más antiguos discípulos están más cerca de la casa, los menos, un poco más retirados. Caras conocidas y desconocidas que varias veces he visto ¿Quién puede reconocer tantas caras y recordar tantos nombres? Me parece que han de ser un centenar. De cuando en cuando alguna cara o un nombre me recuerdan que se trata de alguien que recibió algún favor de Jesús o de un convertido, tal vez en el último momento. Pero me declaro incapaz de recordar tantas caras y tantos nombres. Sería lo mismo que pretender que hubiera reconocido quien estuvo entre la multitud que se agolpaba por las calles de Jerusalén el domingo de ramos, o en el doloroso viernes, o en el Calvario.

De la casa de Simón salen y entran los apóstoles caminando entre la gente para tranquilizarla o para responder a sus preguntas. Los ayudan Lázaro y Maximino. De las puertas ventanas del piso superior se ven y desaparecen las caras de las discípulas: cabelleras grises, negras, entre las que resplandecen las rubias de Magdalena y de Áurea. De vez en vez alguna de ellas se asoma y luego se va. Están todos las discípulas. Aun las que jamás habían venido como Sara de Afeo. En la terraza juegan los niños que recogió Sara, los nietos de Ana de Merón, de María y Matías, el niño Sahlem, que era deforme, nieto de Nahum, que ahora es feliz. Es una parvada de pajarillos que vigilan Marziam y otros discípulos también jóvenes como el pastorcillo de Enón y Yaia de Pela. Veo también entre los niños al pequeño ciego de Sidón. Se comprende que su padre lo trajo consigo.

En medio de un hermosísimo crepúsculo el sol va desapareciendo.

 

Pedro habla con Lázaro de la conveniencia 

de que se vaya la gente

 

Pedro habla con Lázaro y demás compañeros. "Creo que estará bien decir a la gente que puede irse. ¿Qué os parece? Tampoco hoy vendrá. Y muchos de éstos deben celebrar esta noche la pequeña pascua," dice Pedro.

"Sí. Es mejor decirles que se vayan. Tal vez al Señor le ha parecido bien no venir hoy. En Jerusalén se han reunido todos los del Templo. No sé cómo les llegó el rumor de que viene y..." dice Lázaro.

"Y si fuere así, ¿qué cosa pueden hacerle?" pregunta con vehemencia Tadeo.

"Te olvidas de que ellos son ellos. Y con esto he dicho todo. Si a El no pueden hacerle nada, sí pueden hacer a éstos que han venido a adorarlo. El Señor no quiere que se cause algún daño a los suyos. Y luego, ¿crees que ellos, cegados por su pecado, por la idea, siempre la misma, por lo que en su cabeza sin cesar se revuelve, de que lleguen a pensar que el Señor resucitó, esto es, de que no murió y de que como uno que se despierta o de que salió por complicidad de otros? ¡No sabéis qué maraña de pensamientos, qué cantidad de suposiciones hierve en ellos! Y todo por no confesar la verdad. Se puede decir con toda razón que los cómplices de ayer están hoy divididos por la misma causa que antes los unía. No falta quien se sienta seducido por sus ideas. ¿Lo veis? Algunos de los discípulos no están..." explica Lázaro.

"¡No te preocupes! Otros mejores han venido. No cabe duda entre los que no han venido deben buscarse los que fueron al Sanedrín a soplarle que el Señor vendría el catorce del segundo mes. Y después de qué lo soplaron no han tenido valor de venir. ¡Basta, basta ya de traidores!" exclama Bartolomé.

"¡Siempre los tendremos, amigo mío! El hombre... un ser demasiado inclinado a las impresiones y sugestiones. Pero no debemos temer. El Señor ha dicho que no debemos tener miedo" asegura Zelote.

"Y así es. No tenemos miedo. Pocos días hace que sí temblamos. ¿Os acordáis? por mi parte temía regresar aquí. Ahora me parece que no siento más miedo. Pero no me fío mucho, y tampoco vosotros os fiéis de vuestro Cefas. Una vez mostré que soy barro, más bien que una piedra de granito. Pues bien, digamos a éstos que se vayan. Hazlo, Lázaro."

"No, Simón Pedro. No me toca a mí, tú eres el jefe..." replica Lázaro poniendo amistosamente un brazo sobre la espalda de Pedro y empujándolo cariñosamente por la escalera, y de ésta a la terraza que rodea la casa de Simón.

 

Pedro hace señal de que va a hablar.

Idos, pues! 

Si El viniere os lo haremos saber de todos modos.

 

Pedro hace señal de que va a hablar. Los que están cerca, guardan silencio, los que están más retirados acuden. Pedro espera a que todos estén a su alrededor, y luego habla: "Escuchadme, vosotros que habéis venido de todas las partes de Israel. Os exhorto a que regreséis a la ciudad. El sol ha empezado a meterse. ¡Idos, pues! Si El viniere os lo haremos saber de todos modos. Dios esté con vosotros."

Se retira y entra a una habitación aireada, donde están alrededor de la Virgen todas las discípulas más fieles y también las otras mujeres que amaban al Señor como a Maestro pero que no lo siguieron en sus peregrinaciones. Pedro va a sentarse en un rincón y mira a María que le sonríe.

La gente, allá fuera, se divide en dos partes. La que se queda y la que se va a la ciudad. Se oyen las voces de adultos que llaman a niños, y de éstos que responden. Después el ruido cesa.

"Y ahora" dice Pedro "vámonos también nosotros."

"Padre, pero el Señor prometió que vendría..."

"¡Eh, lo sé! Pero estás viendo que no ha venido. Es el día prescrito."

"Así es. Mi hermano ha preparado todo para vosotros. Ved ahí a Marcos de Jonás que os acompaña hasta el cancel. Voy también yo. Vayamos todos. Lázaro ha pensado en todos" dice María Magdalena.

"¿Y con tanta gente donde tendremos la cena?"

"El mismo Getsemaní hará de cenáculo. En una de sus habitaciones estarán los que Jesús señaló. Fuera, las mesas de los demás. Así lo dijo."

"¿Quién? ¿Lázaro?"

"¡El Señor!"

"¿El Señor? ¿Cuándo vino?"

"¡Qué importa el día! El caso es que vino y habló con Lázaro."

 

María, la Virgen de las vírgenes, con su vestido 

blanco de lino, cual lirio baja su cabeza 

sonriendo, pero no dice nada. 

 

"Creo que El viene, mejor dicho, que ha venido ya a cada uno de nosotros, aun cuando ninguno de nosotros lo diga, pues quiere conservar para sí esta alegría como la mejor perla más valiosa y tiene miedo de mostrarla por si fuera a quitarle su brillo. ¡Los secretos del Rey!" habla Bartolomé y mira el grupo de las discípulas vírgenes cuyas caras enrojecen como si los rayos del sol crepuscular las iluminasen. Es la llama espiritual de inmensa alegría que las baña de púrpura. María, la Virgen de las vírgenes, con su vestido blanco de lino, cual lirio baja su cabeza sonriendo, pero no dice nada. ¡Cómo se parece en este momento a la pintura de la Anunciación de Florencia!

"Ciertamente... no nos deja solos aun cuando visiblemente no se nos aparezca. Estoy seguro que es El quien pone en mi pobre corazón y en mi pobre inteligencia ciertos pensamientos..." declara Mateo.

Los otros no hablan... Se miran mutuamente, mientras se echan encima los mantos. Pero el mismo cuidado con que algunos se cubren lo más posible la cara, para no traslucir su intensa alegría, los señala como a los más favoritos.

 

Recordad las palabras de Rafael a Tobías: 

"Es justo tener escondido el secreto del rey, 

pero también es justo revelar y publicar 

las maravillas de Dios".

 

"¡Decidlo!" hablan los otros. "¡No somos celosos! Tampoco indiscretos por querer saberlo, pero nos ayudará el saber que no nos veremos privados de su presencia. Recordad las palabras de Rafael a Tobías: "Es justo tener escondido el secreto del rey, pero también es justo revelar y publicar las maravillas de Dios". El ángel de Dios tiene razón. Mantened el secreto de las palabras que El os haya dicho, pero manifestad su constante amor por nosotros."

Santiago de Alfeo mira a María, como para pedirle permiso, y al ver que con una sonrisa asiente, dice: "Es verdad. ¡He visto al Señor!" No agrega más. Juan y Pedro que están bien cubiertos, no dicen nada.

 

Se encaminan a Jerusalén por el camino superior 

que lleva al monte de los Olivos.

 

Salen todos en grupos, delante de los once, luego Lázaro con sus dos hermanas, las discípulas con María, y finalmente los pastores con muchos de los setenta y dos discípulos. Se encaminan a Jerusalén por el camino superior que lleva al monte de los Olivos. Los niños que se quedaron corren contentos ya adelante, ya detrás.

Marcos enseña una vereda que evita pasar por el campo de los galileos y por los lugares más frecuentados que lleva directamente a la valla nueva del huerto de los Olivos. Abre, los deja pasar. Cierra. Muchos discípulos comentan en voz baja entre sí y algunos van a hacer preguntas a los apóstoles, sobre todo a Juan. Estos hacen señal de esperar, de que no es todavía tiempo de hacer lo que quieren, y todos se quedan calmos.

Cuanta tranquilidad en el amplio olivar, al que los últimos rayos solares besan en sus copas. Un suave viento entre las ramas pintadas de verde plateado y un hermoso cantar de pajarillos que despiden el día que muere. 

Ahí está la pequeña casa del guardián. Sobre la terraza que sirve de techo, Lázaro ha hecho levantar un pabellón, y se ha convertido en cenáculo al aire para los discípulos que no pudieron celebrar antes la Pascua. Abajo, en la era que está muy limpia, hay otras mesas. Dentro, en la mejor de las habitaciones, la mesa de las discípulas.

 

A las mesas de los que no han celebrado la pascua 

se traen corderos asados, lechugas, panes no 

fermentados y la salsa rojiza.

 

A las mesas de los que no han celebrado la pascua se traen corderos asados, lechugas, panes no fermentados y la salsa rojiza. Se pone también la copa o cáliz ritual sobre las mesas. En la mesa de las mujeres no está el cáliz del rito, sin tantas copas cuantas son ellas. Se comprende que las mujeres estaban libres de esta fase de la ceremonia. En las mesas de los que han celebrado la pascua hay un cordero, pero no panes ácimos, ni lechugas, ni la salsa rojiza. Lázaro y Maximino cuidan de todo. Aquel se inclina ante Pedro para decirle algo, que hace que el apóstol mueva la cabeza repetidas veces como en señal de rehúso.

"Y sin embargo... te toca a ti" objeta Felipe que está a su lado.

Pedro señala a Santiago de Alfeo: "Toca a éste."

 

Mientras están discutiendo, he aquí que 

el Señor se deja ver donde empieza la pequeña

 era y que dice: "La paz sea con vosotros."

 

Mientras están discutiendo, he aquí que el Señor se deja ver donde empieza la pequeña era y que dice: "La paz sea con vosotros."

Todos se ponen de pie. El rumor hace comprender a las mujeres lo que está sucediendo. Van a salir cuando Jesús entra saludándolas.

María exclama: "¡Hijo mío!" y adora profundamente, con mayor veneración que todos y así nos muestra que aunque Jesús sea su amigo íntimo, su mismo hijo, es siempre Dios, y como a tal se le debe adorar.

"La paz sea contigo, Madre. Sentaos y comed. Voy allá arriba donde está Marziam que está esperando su premio."

Vuelve a salir para subir por la escalinata y grita: "¡Simón Pedro y Santiago de Alfeo, venid!"

Los dos suben detrás de Jesús que se sienta a la mesa del centro donde está Marziam, mientras dice a los dos apóstoles: "Haréis lo que os ordene", y al que preside la mesa, que es Matías: "Empieza el banquete pascual."

Jesús tiene a su lado a Marziam, en el lugar que ocupaba Juan en la pascua. Pedro y Santiago están detrás de su espalda en espera de órdenes.

 

Con el mismo ritual de la cena pascual 

se celebra también esta

 

Con el mismo ritual de la cena pascual se celebra también esta, esto es, con los himnos, peguntas, libaciones. No sé si en las otras mesas se haga lo mismo. Yo solo quiero ver donde está Jesús a no ser que El quiera que vea otra cosa. Me olvido de todo al contemplar a mi Señor que ahora presenta los mejores bocados del cordero a los demás. El lo tiene en el plato, pero no come de él, como tampoco lechugas, ni salsa, ni bebe del cáliz. Da a Marziam que está verdaderamente feliz.

Jesús desde el principio ha hecho una señal a Pedro que se inclina a escucharlo, y luego con voz clara. "En este momento el Señor ofreció por todos nosotros el cáliz, siendo el Padre y Jefe de su familia."

Ahora hace otra señal a Pedro, que después de haberlo escuchado dice "En este punto el Señor se ciñó para purificarnos y enseñarnos cómo debemos hacer nosotros para celebrar dignamente el sacrificio eucarístico."

La cena continúa hasta que a otra señal Pedro agrega: "En este momento el Señor tomó el pan, el vino y los ofreció, orando los bendijo, hechas las partes los distribuyó ente nosotros diciendo: "Esto es mi Cuerpo y esto es mi Sangre del Nuevo y eterno Testamente, que por vosotros y por muchos será derramada en remisión de los pecados"."

Jesús se pone de pie. Está majestuosísimo. Ordena a Pedro y a Santiago de Alfeo que tomen un pan, que lo partan, que llenen un cáliz con vino, el más grande que hay en las mesas. Obedecen, ponen ante Jesús el pan y el vino quien extiende sobre ellos sus manos orando, pero en silencio. Se ve lo extático de su rostro...

"Distribuid los pedazos del pan y el cáliz fraterno. Todas las veces que así lo hicieres, lo haréis en memoria mía."

Los dos apóstoles con toda veneración cumplen lo que se les mandó.

Mientras se hace la distribución, Jesús desciende donde están las mujeres. Me imagino, pues no entro, que da la comunión a su Madre con sus mismas manos. Es solo imaginación mía. No sé si sea verdad. De otro modo no comprendería por qué se levantó y fue allá.

Regresa a la terraza. No se sienta. La cena está por terminarse.

 

Pregunta: "¿Está ya todo consumado?"

 

Pregunta: "¿Está ya todo consumado?"

"Todo, Señor."

"Así hice Yo mismo en la cruz. Levantaos y oremos."

Extiende sus brazos como si estuviese en la cruz, y entona la oración del Padre nuestro.

"¡Podéis iros! La Gracia del Señor esté en todos vosotros y su paz os acompañe." Jesús desaparece en medio de un resplandor de luz que supera la claridad de la luna llena que pende sobre el silencioso huerto y la de todas las lámparas que hay sobre las mesas.

Ni una palabra. Sólo lágrimas de adoración en las caras, en los corazones... y ninguna otra cosa más.

La noche es el único testigo junto con los ángeles de las palpitaciones de aquellos corazones benditos.

XI. 799-804

A. M. D. G.