LA ASCENSIÓN 

DEL SEÑOR

 


#¡Dios que besa a la Madre de Dios!...  

#"Está bien. Vamos donde están. Pero antes venid. Quiero dividir una vez más el pan con vosotros."  

#La comida ha terminado. Jesús abre sus manos sobre la mesa, con su gesto habitual ante un hecho inevitable, y dice:  

#Me basta con que oréis asiduamente, en unión con los setenta y dos y bajo la guía de mi Madre, que os encargo vivamente. Será vuestra Madre y Maestra perfecta en el amor y sabiduría.  

#Después, el Espíritu Santo os hará comprender la necesidad de que la Iglesia surja exactamente en esta ciudad que, juzgándola humanamente, es la más indigna de ello. Jerusalén es siempre Jerusalén 

  #aquí donde fue ungido, aclamado y levantado el rey Mesías, aquí debe empezar su Reino sobre el mundo y también aquí, donde Dios da el libelo de repudio a la sinagoga por sus horribles y numerosos crímenes, debe levantarse el nuevo Templo al que acudirán las gentes de todas las naciones.  

#Permaneced aquí hasta que Jerusalén os arroje como me arrojó a Mí, y odie mi Iglesia como me ha odiado a Mí, 

  #debéis hollar los senderos de la tierra para llegar al corazón de ella y fijar allí mi Iglesia.  

#Pero cuando llegue la hora que Dios ha señalado, la matriz arrojará al ser que se había formado en su seno, e irá a una tierra nueva, allá crecerá convirtiéndose en un gran cuerpo, 

  #Donde mi nombre, mi emblema, mi ley, sean tenidos como soberanos, allí estará mi bendición.  

#Está por venir el Espíritu Santo, el santificador, y de Él os llenaréis. 

  #Los planes de Dios son sublimes y para recibirlos es necesario prepararse con una voluntad heroica de perfección que os haga semejantes a vuestro Padre...

  #Sumergios en el abismo de la contemplación.  

#No tendréis el Reino de Dios en vosotros si no tenéis el amor.  

#Debéis ser santos. 

  #¿Os acordáis de mis palabras de la última cena?  

#Una cosa más quiero y es que quien presida las reuniones en Jerusalén sea Santiago, mi hermano.  

#Ahora démonos el beso de despedida, amadísimos amigos míos." 

  #Bendita sea la raza humana en su porción selecta que existe tanto en los judíos como en los gentiles, 

  #Abre sus brazos en señal de abrazo. Parece como si quisiera estrechar a todas las gentes de la tierra que su espíritu ve representadas en esa pequeña multitud.  

#"¡Id! ¡Id en mi nombre a evangelizar a los pueblos hasta los últimos confines de la tierra! Dios estará con vosotros. Su amor os consolará, su luz os guiará, su paz estará entre vosotros hasta la vida eterna."

 


 

Apenas la aurora en el oriente se ha teñido de color rosado que ya Jesús está paseando con su Madre por las estribaciones del Getsemaní. No hablan, tan sólo se miran con ese amor indescriptible e inefable. Tal vez ya hablaron lo que tenían que decirse. Tal vez no. Sólo sus corazones. El contemplarse está lleno de amor como siempre. Un mutuo contemplarse. Lo conocen las cosas bañadas con el rocío, la luz pura, matinal, las hermosas criaturas de Dios como las hierbas, las flores, los pajarillos, las mariposas. Los hombres están ausentes.

El día ha empezado ya. Se ve el sol. Se oyen las voces de los apóstoles, que son una señal para Jesús y María. Se detienen, se miran. Jesús abre sus brazos y estrecha a su Madre contra su pecho... ¡Oh, era un Hombre en toda la palabra, el hijo de una Mujer! Para confirmarse de esto basta ver el adiós. Al besar a su Madre se ve cómo la amaba. Ella besa una y más veces a su Hijo. Parece como si no quisieran despedirse. Cuando parece que ya lo van a hacer, otro abrazo los une, y en señal de bendición tornan a darse el beso de despedida... Es en verdad el Hijo del Hombre que se separa de quien lo engendró. Es la Madre en el sentido propio de la palabra que se despide para devolver a su Padre, a su Hijo, prenda del Amor...

¡Dios que besa a la Madre de Dios!...

 

Finalmente María, como criatura que es, se arrodilla a los pies de su Dios que es también su Hijo, que le impone las manos sobre la cabeza. Luego se inclina y la ayuda a levantarse, dándole su último beso en la blanca frente que parece un pétalo de lirio bajo los cabellos rubios, todavía juveniles...

Se dirigen a la casa, y nadie es capaz de imaginar el amor que entre sí se comunicaron al verlos avanzar juntos. ¡Qué diferencia hay de este adiós con los otros adioses, el de la despedida antes de ir a la pasión, el que dio la Virgen cuando dejó a su Hijo en el Sepulcro!

En este último adiós, aunque en los ojos se ve el natural llanto de despedida, los labios sonríen por la alegría de saber que Jesús va a la morada que conviene a su gloria.

"Señor, entre el monte y Betania, están allá todos los que dijiste a tu Madre que querías bendecir hoy" dice Pedro.

 

"Está bien. Vamos donde están. Pero antes venid. 

Quiero dividir una vez más el pan con vosotros."

 

Entran en la habitación donde diez días antes habían estado las mujeres para la cena del décimo cuarto día del segundo mes. María acompaña a Jesús hasta allí, luego se retira. Se quedan Jesús y los once.

Sobre la mesa se ve carne asada, queso, aceitunas pequeñas y negruzcas, una jarra no muy grande con vino y otra mayor con agua, y también panes grandes. Una mesa sencilla, sin lujo, en que sólo la adorna lo necesario para la comida.

Jesús ofrece y distribuye las partes. Está entre Pedro y Santiago de Alfeo. El señaló los lugares. Juan, Judas de Alfeo y Santiago están en frente: Tomás, Felipe y Mateo a un lado; Andrés, Bartolomé y Zelote del otro. De este modo todos pueden verlo... La comida es breve, en silencio, Los apóstoles, llegado el último día de estar cerca con Jesús y pese a las continuas apariciones, en común o en particular, no han perdido ese respeto de adoración que siempre se nota cuando se encuentran con Jesús resucitado.

 

La comida ha terminado. 

Jesús abre sus manos sobre la mesa, con su gesto 

habitual ante un hecho inevitable, y dice:

 

"Ved, pues, que ha llegado la hora de dejaros para regresar a mi Padre. Escuchad las últimas palabras de vuestro Maestro.

No os alejéis de Jerusalén en estos días. Lázaro, a quien he hablado de ello, una vez más convierte en realidad los deseos de su Maestro y os cede la casa de la última cena, para que tengáis una casa donde podáis recogeros y tener vuestras reuniones. Estad allí durante estos días y orad intensamente para prepararos a la venida del Espíritu Santo que tendrá lugar para vuestra misión. Recordad que, siendo Yo Dios, me preparé con una dura penitencia para mi ministerio de evangelizador. Vuestra preparación será cada vez más fácil y más breve. No os exijo otra cosa. Me basta con que oréis asiduamente, en unión con los setenta y dos y bajo la guía de mi Madre, que os encargo vivamente. Será vuestra Madre y Maestra perfecta en el amor y sabiduría. Habría podido enviaros a otra parte para prepararos a recibir al Espíritu Santo, pero quiero más bien que os quedéis acá en Jerusalén, que deberá asombrarse ante los prodigios que se le conceden en cambio de tantos rechazos a mi llamamiento.

Después, el Espíritu Santo os hará comprender la necesidad de que la Iglesia surja exactamente en esta ciudad que, juzgándola humanamente, es la más indigna de ello. Jerusalén es siempre Jerusalén, aun cuando es una gran pecadora y aun cuando aquí se cumplió el deicidio. Nada le servirá. Está condenada. Pero si lo está, no todos sus habitantes lo están. Quedaos aquí por los pocos justos que hay en ella, y quedaos porque ésta es la ciudad real, la ciudad del templo, y porque como los profetas predijeron, aquí donde fue ungido, aclamado y levantado el rey Mesías, aquí debe empezar su Reino sobre el mundo y también aquí, donde Dios da el libelo de repudio a la sinagoga por sus horribles y numerosos crímenes, debe levantarse el nuevo Templo al que acudirán las gentes de todas las naciones. Leed a los profetas. Todo está predicho en ellos. Mi Madre antes, después el Espíritu Paráclito, os hará comprender las palabras de los profetas de este tiempo. Permaneced aquí hasta que Jerusalén os arroje como me arrojó a Mí, y odie mi Iglesia como me ha odiado a Mí, maquinando planes para destruirla. En ese entonces transportad a otra parte la sede de mi amada Iglesia, porque no debe perecer.

Os aseguro que ni siquiera el infierno podrá vencerla. Pero si Dios os asegura su protección, no tentéis al cielo pidiéndole todo.

 

debéis hollar los senderos de la tierra para 

llegar al corazón de ella y fijar allí mi Iglesia.

 

Id a Efraín como vuestro Maestro fue allá porque todavía no era la hora de que los enemigos me aprehendieran. Os digo Efraín para significaros  tierras de ídolos y paganos. No elijáis a Efraín de Palestina como sede de mi Iglesia. Recordad cuántas veces os dije, ya a todos, ya a alguno en particular, que debéis hollar los senderos de la tierra para llegar al corazón de ella y fijar allí mi Iglesia. Del corazón del hombre se propaga la sangre por todos los miembros. Del corazón del mundo debe propagarse mi religión por toda la tierra.

Por ahora mi Iglesia es semejante a un ser recién concebido, y que se forma en la matriz. Jerusalén es su matriz, y en su interior el corazón todavía pequeño, a cuyo alrededor se unen los pocos miembros de la Iglesia naciente, manda sus pequeñísimas ondas de sangre a estos miembros. Pero cuando llegue la hora que Dios ha señalado, la matriz arrojará al ser que se había formado en su seno, e irá a una tierra nueva, allá crecerá convirtiéndose en un gran cuerpo, extendido por toda la tierra, y las palpitaciones del fuerte corazón de la Iglesia se propagarán a todo el inmenso cuerpo. Las palpitaciones del corazón de la Iglesia, libre ya de todo lazo con el Templo, eterna y victoriosa sobre las ruinas de él, viviente en el corazón del mundo, anunciarán a hebreos y gentiles que sólo Dios triunfa y obtiene lo que quiere, a cuyo deseo ni la rabia de los hombres, ni los ejércitos de ídolos podrán oponerse.

Pero esto sucederá después, y en ese entonces sabréis lo que tendrá que hacerse. El Espíritu de Dios os guiará. No temáis.

Por ahora reunid en Jerusalén el primer grupo de fieles. Se irán formando diversos grupos y reuniones según el número de fieles aumente. Os digo en verdad que los ciudadanos de mi Reino aumentarán rápidamente cual semilla arrojada en tierra fecunda. Mi pueblo se propagará por toda la tierra.

El Señor dice al Señor: "Como has hecho y por causa mía no te dispensaste, te bendeciré y multiplicaré tu estirpe como las estrellas del cielo y como la arena que hay en la costa del mar. Tú descendencia se apoderará de las fortificaciones de tus enemigos y en tu descendencia serán bendecidas todas las naciones de la tierra". Donde mi nombre, mi emblema, mi ley, sean tenidos como soberanos, allí estará mi bendición.

 

Está por venir el Espíritu Santo, el santificador, 

y de Él os llenaréis.

 

Está por venir el Espíritu Santo, el santificador, y de Él os llenaréis. Tratad de ser puros cual conviene a todo quien se acerca al Señor. Yo también lo fui. Tenía sobre mi divinidad puesta una vestidura para poder estar entre vosotros, y no sólo para enseñaros y redimiros con los miembros y con la sangre de esta vestidura, sino también para traer al Santo de los Santos entre los hombres, sin la inconveniencia de que cualquier hombre, aun impuro, pudiera posar sus ojos sobre quien los serafines no se atreven a mirar.

Pero el Espíritu Santo vendrá sin el velo de la carne, se posará sobre vosotros y descenderá en vosotros con sus siete dones y os aconsejará.

Los planes de Dios son sublimes y para recibirlos es necesario prepararse con una voluntad heroica de perfección que os haga semejantes a vuestro Padre y a vuestro Jesús en sus relaciones con el Padre y con el Espíritu Santo. Por lo tanto son necesarias una caridad y pureza perfectas, para poder comprender el Amor y recibirlo en el trono del corazón.

Sumergios en el abismo de la contemplación. Esforzaos por olvidar que sois humanos y esforzaos por haceros serafines. Arrojaos al horno, a las llamas de la contemplación. La contemplación de Dios es como la chispa que brota al contacto del pedernal, y de ahí nace el fuego y la luz. El fuego que consume la materia oscura, siempre impura y la cambia en llama luminosa y pura, es purificación.

No tendréis el Reino de Dios en vosotros si no tenéis el amor. Porque el Reino de Dios es el Amor. Con él aparece. Por él se establece en vuestros corazones en medio de rayos de una luz infinita que penetra y fecunda, borra lo que hubiere de ignorancia, brinda sabiduría, consume al hombre y crea un dios, al hijo de Dios, mi hermano, rey del trono que Dios ha preparado para los que se dan a Él para tenerlo, a Él sólo. Sed, pues, puros y santos por la oración ardiente que santifica al hombre porque lo sumerge en el fuego de Dios que es la caridad.

Debéis ser santos. No en el sentido limitado que esta palabra hasta ahora ha significado, sino en el extenso que Yo mismo le di al proponeros la santidad del Señor como ejemplo y límite, esto es, la santidad perfecta. Entre nosotros el Templo es llamado santo, como también el lugar donde está el altar, donde está oculto el Santo de los Santos, donde el arca y el propiciatorio. Pero en verdad os digo que los que poseen la gracia y viven en la santidad por amor al Señor, son más santos que el lugar del Santo de los Santos, porque Dios no pone su pie solamente, como en el propiciatorio que esta en el Templo para dar sus órdenes, sino que habita en ellos para darles su amor.

¿Os acordáis de mis palabras de la última cena? Entonces os prometí el Espíritu Santo. Ved, Él está por venir para que os bautice no con agua, como Juan hizo con vosotros para que os prepararais a recibirme, sino con el fuego para que os preparéis a servir al Señor así como lo exige de vosotros. Dentro de pocos días estará aquí. Después de que haya venido, aumentará sin medida vuestra capacidad y seréis capaces de comprender las palabras de vuestro Rey y hacer las obras que os ha dicho que hicierais para extender su Reino sobre la tierra."

"¿Entonces reconstruirás, después de la venida del Espíritu Santo, el reino de Israel?" le preguntan interrumpiéndolo.

No existirá más el reino de Israel, sino mi Reino. Se cumplirá todo cuanto el Padre ha dicho. No toca a vosotros conocer las épocas y los momentos que el Padre se ha reservado en su poder. Entre tanto vosotros recibiréis la virtud del Espíritu Santo que descenderá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, Judea, Samaría y hasta los confines de la tierra, fundando reuniones donde se reúnan quienes aceptan mi Nombre, bautizando las gentes en el nombre santísimo del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, como os lo he dicho, para que tengan la gracia y vivan en el Señor; predicando el evangelio a todas las criaturas, enseñando lo que os he enseñado; poniendo en práctica lo que os he dicho que hiciereis.

Y Yo estaré con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.

 

Una cosa más quiero y es que quien presida 

las reuniones en Jerusalén sea Santiago, 

mi hermano.

 

Pedro, como cabeza de toda mi Iglesia, frecuentemente tendrá que hacer viajes apostólicos, porque todos los neófitos desearán conocer al Pontífice, Cabeza suprema de la Iglesia. Pero el ascendiente que tendrá mi hermano sobre los fieles de esta primera Iglesia será grande. Los hombres son siempre hombres y ven las cosas como son ellos. Les parecerá que Santiago es continuación mía, sólo porque es mi hermano. En verdad os digo que mayor, y más semejante a Mí, lo es él por su sabiduría que por el parentesco. Pero así son las cosas. Los hombres que no me buscaron cuando estuve entre ellos, me buscarán en él, porque es mi pariente. Por otra parte, tú Simón Pedro, estás destinado a otros honores..."

"¡Qué no soy digno, Señor! Te lo dije cuando te me apareciste y nuevamente te lo digo en presencia de todos. Tú eres bueno, divinamente bueno, además de sabio, y has juzgado rectamente al hacer que yo, que te renegué en esta ciudad, no sea su cabeza espiritual. Quieres dispensarme de tantos escarnios que por otra parte serían muy justos..."

"Todos, menos dos, fuimos iguales, Simón. También yo huí. El Señor me ha destinado no por esto, ni por las razones que dijiste, a este lugar, pero tú eres mi jefe, Simón de Jonás, y como tal te reconozco, y ante la presencia del Señor y de todos te prometo obediencia. Te daré lo que poseo, para ayudarte en tu ministerio, pero, te ruego, que me des tus órdenes porque tú eres el jefe y yo el súbdito. Cuando el Señor hizo que me acordara de una antigua conversación, yo bajé la cabeza diciendo: "Se haga lo que quieres". Igualmente te lo diré desde el momento en que, habiéndonos dejado el Señor, tu serás su representante en la tierra. Nos amaremos ayudándonos mutuamente en el ministerio sacerdotal" dice Santiago inclinándose desde su lugar prestando homenaje a Pedro.

"Sí, Amaos entre vosotros, ayudándoos mutuamente, porque éste es el nuevo mandamiento y la señal de que sois en realidad míos.

No inquietéis por ninguna razón. Dios está con vosotros. Podréis hacer lo que exijo de vosotros. No os impondré cosas que no podáis realizar, porque no busco vuestra ruina, sino vuestra gloria.

Ved, voy a prepararos vuestro lugar al lado de mi trono. Estad unidos conmigo y el Padre en el amor. Perdonad al mundo que os odia. Llamad hijos y hermanos a quienes vienen a vosotros, o ya están con vosotros porque me aman.

Estad tranquilos sabiendo que siempre estaré pronto a ayudaros a llevar vuestra cruz. Estaré con vosotros en las fatigas de vuestro ministerio y en las horas de persecución. No pereceréis. No sucumbiréis aun cuando así pareciere a los ojos del mundo. Os encontraréis cansados, entristecidos, torturados, pero mi alegría estará en vosotros, porque os ayudará en todo. Os digo en verdad que cuando tengáis por Amigo al Amor comprenderéis que cualquier cosa que sufriereis o viviereis por mi amor, se hará ligera, aunque sea una cruel tortura del mundo. Porque el que reviste todas sus acciones, voluntarias o no, por amor, cambia su yugo de la vida y del mundo en un yugo que Dios le da, que le doy Yo. Os repito que mi carga es siempre proporcionada a vuestras fuerzas y que mi yugo es ligero porque os ayudaré a llevarlo.

 

Sabéis que el mundo no sabe amar. Pero de hoy en 

adelante amad al mundo con un amor 

sobrenatural, para enseñarlo a amar.

 

Sabéis que el mundo no sabe amar. Pero de hoy en adelante amad al mundo con un amor sobrenatural, para enseñarlo a amar. Y si al veros perseguidos os preguntaren: "¿Así os ama Dios?, ¿haciéndoos sufrir, haciendo que padezcáis dolores? ¡Si es así, no vale la pena ser de Dios!", responded: "El dolor no viene de Dios. Lo permite. Conocemos la razón de ello y nos gloriamos de tener igual suerte que tuvo Jesús, el Salvador, el Hijo de Dios". Responded: "Nos gloriamos de estar crucificados, de continuar la pasión de nuestro Jesús". Responded con las palabras de la Sabiduría: "La muerte y el dolor entraron en el mundo por envidia del demonio, pero Dios es autor ni de la muerte, ni del dolor, y no se alegra con el dolor de los seres vivientes. Todas las cosas de Él son vida, y todas están llenas de salud". Responded: "Actualmente parece que somos perseguidos y derrotados, pero en el día de Dios, al cambiarse las suertes, nosotros los justos, perseguidos en la tierra nos veremos gloriosos ante los que nos vejaron y despreciaron".

Decidles: "¡Venid a nosotros! Venid a la vida y a la paz. Nuestro Señor no quiere vuestra ruina, sino vuestra salvación. Por esto entregó a su Hijo para  que todos fuereis salvos".

Y alegraos de participar de mis padecimientos para poder estar conmigo en la gloria.

"Seré vuestra recompensa inimaginable", promete el Señor por Abraham a todos sus siervos fieles. Vosotros sabéis cómo se conquista el Reino de los cielos: con la fuerza, y se llega a través de muchas tribulaciones. Pero el que persevera como Yo, estará donde esté Yo. Os he señalado el camino y la puerta que lleven al Reino de los cielos. Yo he sido el primero en haber caminado por él y por él he regresado al Padre. Si hubiera habido otro os lo habría dicho, porque tengo compasión de vuestra debilidad humana. Pero no hay otro... Al señalároslo como el único camino, y la única puerta, también os digo, os repito cuál sea la medicina que da fuerza para recorrerla y entrar: el amor. Siempre el amor. Todo es posible cuando en nosotros existe. El amor que os ama os dará todo el amor, si se lo pidiereis en mi nombre, de modo que lleguéis a ser atletas en la santidad.

 

Ahora démonos el beso de despedida, 

amadísimos amigos míos."

 

Se levanta para abrazarlos. Todos hacen lo mismo. Pero mientras en Jesús brilla una sonrisa tranquila, de una belleza verdaderamente divina, ellos, entristecidos, lloran, y Juan, reclinándose sobre el pecho de Jesús, sacudido de fuertes sollozos, intérprete del deseo de todos los demás dice: "¡Danos al menos tu Pan que nos fortifique en esta hora!"

"Se haga lo que quieres" le responde Jesús. Y tomando un pan lo parte después de haberlo ofrecido y bendecido repitiendo las palabras rituales. Lo mismo hace con el vino: "Haced esto en memoria de Mí", y añade: "que os he dejado esta prenda de mi amor para estar nuevamente y siempre con vosotros hasta que estéis conmigo en el cielo." Los bendice, ordena: "Ahora, vámonos."

Salen de la habitación, de la casa...

Jonás, María, Marcos están allí fuera. Se arrodillan, adorando a Jesús.

"La paz esté con vosotros. Que el Señor os pague cuanto me habéis dado" dice Jesús bendiciéndolos al pasar.

Marcos se pone de pie y dice: "Señor, los olivares que están a lo largo del camino de Betania están llenos de discípulos que te esperan."

"Ve a decirles que vayan al campo de los Galileos."

Marcos parte a la velocidad que sus piernas juveniles le permiten.

"Entonces han venido todos" dicen entre sí los apóstoles.

Más allá, sentada entre Marziam y María de Cleofás, está la Madre del Señor. Se levanta al verlo venir, lo adora con todo su corazón de Madre y de creyente.

"Ven, Madre. Y también tú, María..." dice Jesús al verlas firmes, enclavadas por la majestad que despide como en la mañana de su resurrección.

Pero Jesús no quiere imponer su majestad. Afablemente pregunta a María de Alfeo: "¿Estás sola?"

"Las otras... las otras están delante... Con los pastores... con Lázaro y toda su familia... Nos dejaron aquí porque...¡Oh, Jesús, Jesús! ¿Qué me pasará al no verte más, Jesús bendito, Dios mío, yo que tanto te he amado aun antes de que hubieras nacido, yo que tanto lloré por Ti cuando no sabía dónde estabas después de la matanza... yo, para quien el sol era tu sonrisa desde que regresaste, que eras todo mi bien?...¡Cuánto bien me has hecho!... ¡Ahora sí que soy una pobre, una viuda, sola!... Mientras estuviste, ¡eras todo!... Pensé haber probado aquella noche todo el dolor... Pero el dolor mismo, todo ese dolor de aquel día me había consumido... y no cabe duda de que era menor que el de ahora... Y luego... Tu ibas a resucitar. Pensaba que no creía en ello, pero ahora caigo en la cuenta que sí creía, porque no sentía lo que ahora experimento..." llora tanto que parece sofocarse.

"Buena María, te apenas como un niño que cree que su madre no lo ama, y que lo haya abandonado porque se fue a la ciudad a comprarle regalos que lo alegrarán, y que pronto regresará para cubrirlo de caricias y regalarle lo que compró. ¿No hago lo mismo contigo? ¿No voy a prepararte la alegría? ¿No voy acaso para regresar y decirte: "Ven, parienta mía, discípula mía, madre de mis amados discípulos"? ¿No te dejo mi amor? Te lo doy. Tú sabes que te amo. No llores así; alégrate porque no me verás ya despreciado, cansado, perseguido, rico sólo con el amor de unos cuantos. Con mi amor te dejo a mi Madre. Juan la hará de hijo, pero tu procura serle hermana. ¿Ves? No llora. Sabe que la nostalgia de Mí será lima que pulirá su corazón, la espera será siempre breve respecto al gran júbilo de una eternidad de unión; y sabe también que esta separación no será tal que la hiciere decir: "No tengo ya Hijo". Este era el grito de dolor, aquel día negro. Ahora canta en su corazón la esperanza: "Sé que mi Hijo sube al Padre. Que no me dejará sin sus amores espirituales". De igual modo cree tú, y todos... Mira a los demás. Ahí están mis pastores."

Se divisa la cara de Lázaro, de sus hermanas entre todos los siervos de Betania, la de Juana, cual una rosa bajo un velo de lluvia, la de Elisa y Nique, arrugadas por la edad -ahora las arrugas se ven más marcadas por la pena, siempre pena por el hijo, aun cuando si el corazón se regocija por el triunfo del Señor- la de Anastásica, las de las primeras vírgenes, la asceta de Isaac, la inspirada de Matías, la varonil de Mannaén, las serias de José y Nicodemo... Caras y más caras...

Jesús llama a los pastores, a Lázaro, José, Nicodemo, Mannaén, Maximino y a otros de los setenta y dos discípulos. Pero tiene muy cerca de Sí a los pastores diciéndoles: "Aquí vosotros que estuvisteis cerca del Señor que había bajado del cielo, con los espíritus que se regocijan con su glorificación. Os habéis hecho dignos de este lugar porque habéis sabido creer contra todo, y habéis sabido sufrir por vuestra fe. Os agradezco vuestro amor filial. Doy las gracias a todos. A ti, Lázaro, amigo mío. A vosotros, José y Nicodemo, que tuvisteis compasión de Mí, cuando el tener compasión era peligroso. A ti, Mannaén que supiste despreciar los favores insulsos de un inmundo para caminar por mi sendero. A ti, Esteban, corona hermosa de justicia que has dejado lo imperfecto por lo mejor y te coronarás con una guirnalda que todavía no conoces, pero que te anunciarán los ángeles. Tú, Juan, por breve tiempo hermano del seno purísimo y que viniste a la Luz más que a la vida. Tú, Nicolás, que siendo todavía prosélito, supiste consolarme por los dolores de los hijos de esta nación. Vosotras, buenas y constantes discípulas, con vuestra dulzura, lo fuisteis más que Judit. Tú, Marziam, hijo mío, de hoy en adelante te llamarás Marcial, en recuerdo del niño romano que mataron en el camino y pusieron en el cancel de la casa de Lázaro con el desafío: "Y ahora di al Galileo que te resucite, si es el Mesías y si ha resucitado", el último de los inocentes que perdieron su vida por servirme aun inconscientemente, y premio de los inocentes de todas las naciones que, llegados al Mesías, por esto se les odiará y antes de tiempo marchitos, como capullos de flores cortados antes de que se abriesen. Este nombre sea, Marcial, la señal de tu destino: serás apóstol en tierras bárbaras y las conquistarás para tu Señor como mi amor conquistó al niño romano para el cielo. Sed todos benditos con este adiós, e invoco del Padre la recompensa para quienes consolaron al Hijo del hombre en su doloroso camino. Bendita sea la raza humana en su porción selecta que existe tanto en los judíos como en los gentiles, y que se ha manifestado en el amor que me tuvo. Bendita la tierra con su hierba y sus flores, con sus frutos que deleitaron mi paladar y me dieron fuerzas. Bendita la tierra con su agua y sus encantos, por sus pajarillos y animales que muchas veces fueron mejores que el hombre en consolar al Hijo del Hombre. ¡Bendito tú, sol, y tú, mar, y vosotros, montes, colinas, llanuras! ¡Benditas vosotras, estrellas, que fuisteis mis compañeras en mis horas de oración y en mi dolor! ¡Tú, luna, que me alumbraste cuando caminaba cual peregrino en busca de almas a quienes evangelizar! ¡Sed benditas, todas, todas vosotras criaturas, obra de mi Padre, compañeras mías en esta hora mortal, amigas de quien dejó el cielo para arrancar de la raza humana los cardos de la culpa que separa de Dios! ¡Sed benditos también vosotros, instrumentos inocentes de mi tortura, espinas, clavos, madero, reatas, porque me ayudasteis a cumplir la voluntad de mi Padre!".

¡Qué voz la de Jesús! Se esparce por el aire tibio y como el sonido de un bronce se propaga por ondas sobre el mar de caras que lo miran de todas partes. Estoy segura que son centenares de personas que rodean a Jesús que sube con los más predilectos hacia la cima del monte de los Olivos. Cuando llega al campo de los Galileos, en que no se ve en este tiempo ninguna de sus tiendas, dice a los apóstoles: "Ordenad a la gente que se detenga donde está, y luego seguidme."

Sigue subiendo, hasta la cima del monte, la que está más cerca de Betania, y no de Jerusalén, cima que domina todo. Cerca de Él están su Madre, los apóstoles, Lázaro, los pastores y Marziam. Abajo, en semicírculo que forman como barrera, los otros discípulos.

Jesús está de pie sobre una gran piedra que sobresale un poco, que muestra su blancura entre la verde hierba. El sol al tocar sus vestiduras las hace resplandecer como nieve, y hace brillar sus cabellos como si fueran de oro. Los ojos despiden luz divina.

 

Abre sus brazos en señal de abrazo. Parece 

como si quisiera estrechar a todas las gentes 

de la tierra que su espíritu ve representadas 

en esa pequeña multitud.

 

Con esa voz que no puede jamás olvidarse, da su última orden: "¡Id! ¡Id en mi nombre a evangelizar a los pueblos hasta los últimos confines de la tierra! Dios estará con vosotros. Su amor os consolará, su luz os guiará, su paz estará entre vosotros hasta la vida eterna."

Se transforma en hermosura. ¡Bello! Mucho más bello que cuando en el Tabor. Todos caen de rodillas adorándolo. Mientras ya se va elevando, busca una vez más el rostro de su Madre, y la sonrisa que despide es  tal que nadie podrá imaginar... Fue su adiós postrero a su Madre. Sube. Sube... El sol puede besarlo libremente porque nada se interpone, ni siquiera la más pequeña hoja, a sus rayos que besan al Dios-Hombre que sube con su Cuerpo santísimo al Cielo, y descubre sus llagas gloriosas que resplandecen como rubíes brillantísimos. Lo demás es un mar de luz. Luz con que quiere mostrar lo que en realidad es. Lo creado regocíjese con la luz del Mesías que sube. Luz que sobrepuja a la del sol. Luz sobrehumana y bienaventurada. Luz que baja del cielo al encuentro de la que sube...

Y Jesucristo, el Verbo de Dios, desaparece de la mirada de los hombres en medio de este océano de resplandores...

En la tierra dos gritos se escuchan en medio del profundo silencio: el de María, cuando lo ve desaparecer, es "¡Jesús!", y el que precede al llanto copioso de Isaac.

Los otros se quedan como mudos en medio de un religioso éxtasis, y así siguen hasta que vienen a sacarlos de él, dos luces angelicales, en forma mortal, que les dicen las palabras que se leen en el primer capítulo de los Hechos de los Apóstoles.

XI. 805-815

A. M. D. G.