EL MARTIRIO DE SAN ESTEBAN
#Esteban es juzgado en la sala del Sanedrín, en el mismo lugar donde juzgaron a Jesús
#Entre los más furiosos hay un joven de pequeña estatura, feo, de nombre Saul(o).
#Saulo se enfrenta con Gamaliel
#FISONOMÍA Y FÍSICO DE Gamaliel
#grita: "Señor... Padre... perdónalos... no les tengas rencor por este pecado... no saben lo que..."
Esteban es juzgado en la sala del Sanedrín,
en el mismo lugar donde juzgaron a Jesús
La sala del Sanedrín conserva igual orden, disposición y número de personas que tenía la noche del jueves al viernes durante el proceso de Jesús. El sumo Sacerdote y demás ocupan sus asientos. En el centro, en el espacio vacío donde estuvo Jesús, está ahora Esteban. Debe haber hablado, confesado su fe, dado testimonio de la verdadera naturaleza de Jesús y de su Iglesia, porque la confusión ha llegado a su colmo y la violencia que se ve es semejante a la que se veía contra Jesús en la noche fatal de la traición.
Puños, maldiciones, horribles blasfemias salen disparados contra Esteban que ante los brutales golpes, se bambolea, vacila al verse sacudido de aquí y de allí.
"Veo abiertos los cielos y al Hijo del Hombre,
a Jesús, el Mesías de Dios, a quien matasteis,
que está a la derecha de Dios."
Pero no pierde ni la calma, ni su dignidad. Aun más, no solo está tranquilo y majestuoso, sino hasta feliz, como extático. Sin preocuparse de los salivazos que le llueven sobre la cara, ni de la sangre que le sale de la nariz, levanta, en un cierto momento, su inspirada faz, su cara luminosa y sonriente para clavar su mirada en una visión que sólo él contempla. Abre los brazos en cruz, los levanta como para recibir lo que está viendo, luego cae de rodillas exclamando: "Veo abiertos los cielos y al Hijo del Hombre, a Jesús, el Mesías de Dios, a quien matasteis, que está a la derecha de Dios."
Entonces los presentes pierden lo que les quedaba de humanidad y legalidad. Con la furia de una jauría de lobos, de chacales, de fieras, se arrojan contra él, lo muerden, lo pisotean, lo agarran, lo jalan por los cabellos, lo arrastran, haciéndolo caer, impidiendo en su furia el que avance, porque llevados de la rabia, quien quiere arrastrarlo fuera y quien lo jala en dirección contraria para golpearlo, darle de puntapiés.
Entre los más furiosos hay un joven de pequeña
estatura, feo, de nombre Saul(o).
Entre los más furiosos hay un joven de pequeña estatura, feo, de nombre Saul. La ferocidad de su cara es indescriptible.
En un rincón de la sala está Gamaliel. No ha tomado parte alguna en los insultos, ni ha hablado a Esteban, ni a alguno de los poderosos. Se ve a las claras que siente disgusto por la cruel e injusta escena. En otro rincón, también descontento y sin participar en el proceso y confusión, está Nicodemo que Mira a Gamaliel, cuya cara es un discurso elocuente. Pero cuando ve que por tercera vez jalan de los cabellos a Esteban y lo levantan, Gamaliel se envuelve en su anchísimo manto, se dirige hacia la salida opuesta, a donde Esteban es arrastrado.
Saulo se enfrenta con Gamaliel
Esto no escapa a Saulo que grita: "Rabí, ¿te vas?"
Gamaliel no le responde. Saulo, pensando que Gamaliel no lo oyó, le pregunta nuevamente añadiendo su nombre para quitar duda alguna: "Rabí Gamaliel, ¿no tomas parte en el juicio?"
Gamaliel se vuelve y con una mirada terrible, altanera, glacial, secamente responde: "Sí". Un "sí" seco.
Saulo comprende este "sí" y, abandonando su muda ferocidad, corre hacia Gamaliel, lo alcanza, lo detiene y le dice: "No vas a decirme, oh rabí, que desapruebas que lo hayamos condenado."
Gamaliel ni lo mira, ni le responde. Saulo insiste: "Ese hombre es dos veces culpable. Una por haber renegado de la ley, siguiendo a un samaritano poseso de Belzebú, y otra porque lo hizo después de haber sido tu discípulo."
Gamaliel sigue sin mirarle, ni responderle. Entonces Saulo pregunta: "¿Eres acaso también tú seguidor de ese malhechor, de ese Jesús?"
Gamaliel le contesta: "No lo soy todavía. Pero si El es lo que decía ser, y en verdad que muchas cosas lo demuestran, pido a Dios que lo llegue a ser."
"¡Horror!" grita Saulo.
"¡Nada de horror! Cada uno tiene su inteligencia para usarla, y libertad para emplearla. Cada uno haga uso de la libertad que Dios le dio y de la luz que le puso en el corazón. Los justos antes o después emplearán estos dones para el bien, y los malvados para el mal." Se va en dirección al lugar del tesoro, se apoya contra la misma columna en la que Jesús habló de la pobre viuda que depositó en el tesoro todo lo que traía: dos centavos, digamos. Saulo pocos instantes después está cerca de él, se le pone en frente.
FISONOMÍA Y FÍSICO DE Gamaliel
El contraste entre ambos es muy claro. Gamaliel, alto, de noble porte, bello, con sus rasgos netamente semíticos, de frente despejada, de ojos negros, inteligentísimos, penetrantes, encajados bajo cejas abundantes. Nariz recta, larga, delgada, que recuerda en cierto punto a la de Jesús, como lo recuerdan el color de la piel, la boca de labios sutiles. Se diferencia en que Gamaliel tiene la barba y bigotes, que en un tiempo debieron ser negros como el azabache, canos y más largos.
Saulo es de estatura baja, musculoso, de piernas cortas y gruesas, un poco separadas en la rodillas. Lo noto porque se ha levantado el manto Trae una túnica corta, parda. Sus brazos son cortos, nervudos como las piernas. Su cuello corto, su cabeza gruesa, morena, de cabellos cortos y ásperos, orejas más bien largas, frente convexa, ojos oscuros, algo así como de buey, en los que no hay nada de dulzura, ni de suavidad: pero sí muy inteligentes bajo unas pestañas curvas, espesas. Sus mejillas están cubiertas con una barba áspera tupida, pero bien cuidada. Debido tal vez a lo corto del cuello, parece un poco jorobado, con espaldas redondas.
Durante unos momentos no dice nada. Se conforma con mirar a Gamaliel. Luego le dice algo en voz baja, a lo que Gamaliel responde con voz clara y decidida: "No apruebo la violencia. Por ningún motivo. Nunca participaré de tus planes. Públicamente lo he dicho a todo el Sanedrín, cuando fue aprendido Pedro por segunda vez y los otros apóstoles fueron llevados al Sanedrín para que los juzgase. Repito lo mismo: "Si es un designio y obra de hombres, por sí mismo perecerá; si es de Dios, los hombres no podrán destruirlo, antes bien Dios podrá castigarlos". Tenlo presente."
"¿Eres tú, el más grande rabí de Israel, protector de estos blasfemos seguidores del Nazareno?"
"Soy protector de la justicia, que enseña que seamos precavidos y justos al dictar nuestro parecer. Te lo repito. Si es cosa que viene de Dios, resistirá, de otro modo caerá por los suelos. No quiero mancharme las manos con una sangre que no sé si merezca la muerte."
"Tú, tú, fariseo y doctor, ¿hablas así? ¿No temes al Altísimo?"
Gamaliel le recuerda a Saulo el día que Jesús
de niño les habló en el Templo
A LOS DOCTORES DE LA LEY
"Más que tú. Pero pienso, recuerdo... No eras más que un pequeñín, todavía no hijo de la ley, y yo enseñaba ya en este Templo con el rabí más sabio de aquellos tiempos... y con otros, sabios, pero no rectos. Nuestra sabiduría tuvo, entre estos muros, una lección que nos hizo pensar durante todo el resto de la vida. Los ojos del más sabio y justo de nuestros tiempos, se cerraron recordando aquella hora, y su inteligencia en el estudio de aquellas verdades, que se escucharon de labios de un niño que se manifestaba a los hombres, sobre todo si eran justos. Mis ojos han seguido abiertos, mi inteligencia ha continuado pensando, coordinando sucesos y cosas... Tuve el privilegio de oír al Altísimo que hablaba por medio de un muchacho, que fue después un hombre justo, sabio, poderoso, santo, y que por ser esto fue condenado a muerte. Sus palabras de aquel entonces se han visto confirmadas con lo acaecido años después, en el período de Daniel... ¡Desgraciado de mí que no comprendí antes! ¡Que esperé la última terrible señal para creer, para comprender! Desgraciado el pueblo de Israel que en ese entonces no comprendió, y ni siquiera ahora. La profecía de Daniel, la de los otros profetas, la palabra de Dios, continúan, y se cumplirán en el obstinado, ciego, sordo, injusto Israel que persigue al Mesías en sus siervos."
"¡Maldición! ¡Tú blasfemas! En verdad que no habrá salvación para el pueblo de Dios si los rabíes de Israel blasfeman, reniegan de Yabé, el verdadero Dios, ¡para exaltar y creer en un falso Mesías!"
"No blasfemo. Lo hacen los que insultaron al Nazareno, y continúan haciéndolo al perseguir a sus seguidores. Tú eres el que blasfemas porque lo odias a El y a los suyos. Has dicho bien al decir que no hay más salvación para Israel, pero no porque haya israelitas que pasan a su grey, sino porque Israel lo envió a la muerte, lo mató."
"¡Me causas asco! ¡Traicionas la ley, el Templo!"
"Denúnciame entonces al Sanedrín, para que tenga la misma suerte que el que está para ser lapidado. Será el principio y compendio feliz de tu misión. Se me perdonará por este sacrificio mío, por no haber reconocido y comprendió a Dios que pasaba, al Salvador y Maestro, entre nosotros, sus hijos y su pueblo."
Saulo con un gesto iracundo se va.
Alcanza a los verdugos en el patio, se les uno,
pues lo estaban esperando, y con ellos
y otros sale del Templo
Saulo con un gesto iracundo se va. Vuelve al patio que da a la sala del Sanedrín, al patio en que todavía se oye la gritería de la multitud llena de rabia contra Esteban. Alcanza a los verdugos en el patio, se les uno, pues lo estaban esperando, y con ellos y otros sale del Templo, luego de los muros de la ciudad. Insultos, escarnios, golpes se caen sobre el diácono Esteban que avanza extenuado, cubierto de heridas, trastrabillando, al lugar del suplicio.
Fuera de las murallas hay un espacio inculto, pedregoso, desierto. Se lo lleva a allí. Los verdugos forman un círculo. Lo dejan en el centro. Esteban tiene los vestidos rasgados y manchados de sangre. Se los quitan; se queda con una tuniquilla muy corta. Todos se quitan los vestidos largos, quedando con las túnicas, cortas como la de Saulo, a quien se los entregan, porque él no quiere tomar parte en la lapidación, sea debido a las palabras de Gamaliel, sea porque no sepa tirar bien las piedras. Los verdugos recogen pesadas y agudas piedras y empieza la lapidación.
Esteban de pie recibe los primeros golpes.
Con una sonrisa grita a Saulo:
"Amigo mío, te espero en el camino del Mesías."
Esteban de pie recibe los primeros golpes. Con una sonrisa mezclada en la sangre que le brota de la boca, grita a Saulo, ocupado en recoger las vestiduras de los lapidadores: "Amigo mío, te espero en el camino del Mesías."
Saulo le responde: "¡Cerdo! ¡Endemoniado!" y a sus injurias añade un fuerte golpe en la espinilla del diácono que poco faltó para que no cayese o de la fuerza, o del dolor.
Esteban dice: "Como me lo predijo.
¡La corona!... ¡Los rubíes!... ¡Oh, Señor mío,
Maestro, Jesús, recibe mi espíritu!"
Después de varias pedradas, que por todas partes lo hieren, Esteban cae de rodillas, apoyándose en las manos; recordando sin duda un hecho pasado, tocándose las sienes y la frente herida en voz baja dice: "Como me lo predijo. ¡La corona!... ¡Los rubíes!... ¡Oh, Señor mío, Maestro, Jesús, recibe mi espíritu!"
Otra granizada de piedras sobre la cabeza que lo arrojan contra el suelo bañado en sangre. Mientras pierde las fuerzas entre las pedradas que abundan como una granizada, grita: "Señor... Padre... perdónalos... no les tengas rencor por este pecado... no saben lo que..." La muerte le corta la frase de los labios, un último estremecimiento lo hace como encogerse sobre sí mismo, y así se queda. Ha muerto.
Los verdugos se acercan, le arrojan la última descarga de piedras y casi lo sepultan bajo ellas. Luego se ponen las vestiduras y se van al Templo para dar cuenta, ebrios de celo satánico, de su proeza.
Saulo, lleno de odio contra los cristianos,
habla con los sacerdotes, hace que le den unos
pergaminos con el sello del Templo
que lo autorice a perseguirlos
Mientras hablan con el sumo Sacerdote y otros personajes, Saulo va en busca de Gamaliel. No lo encuentra. Regresa, lleno de odio contra los cristianos, habla con los sacerdotes, hace que le den unos pergaminos con el sello del Templo que lo autorice a perseguirlos. La sangre de Esteban debe haberlo hecho más furioso como a un toro en la lid, o como el vino a un alcoholizado.
Está para salir del Templo cuando ve, bajo el pórtico de los paganos, a Gamaliel. Va donde él. Tal vez quiere trabar alguna discusión o justificarse, pero el rabí atraviesa el patio, y entra en una sala. Le cierra la puerta en sus narices. Saulo lleno de ira, sale a la carrera del Templo para ir a perseguir a los cristianos.
XI. 841-845
A. M. D. G.