GAMALIEL SE HACE CRISTIANO

 


 

#Gamaliel va a ver a María  

#Si me guías... estoy ciego... dice Gamaliel  

#"No te pido, ¡oh María!, el milagro de ver nuevamente. No, no pido esta cosa material. Lo que te pido, Bendita entre todas las mujeres, es una vista de águila para mi espíritu, para que vea toda la verdad. 

  #"Gamaliel, ¿puedes creer que yo, que soy el trono de la Sabiduría, la llena de Gracia, la que por la Sabiduría que en mí se hizo carne, y por la Gracia que me dio, tuve una plenitud de conocimientos de cosas sobrenaturales, pueda aconsejarte otra cosa que no sea tu bien?"  

#"Pero para tener la Gracia, debo entrar en la Iglesia, ser bautizado y así, limpio de toda culpa, poder convertirme en hijo adoptivo de Dios. No me opongo a éste. Más bien, he destruido en mí al hijo de la Ley. 

  #"Entonces, llévame a él sin perder tiempo. Ya estoy viejo y mucho me he tardado. Me sentía muy indigno, y tenía miedo de que todos los siervos de Jesús me tratasen de igual modo. 

  #María espontáneamente lo abraza. Le dice: "Dios te de la paz. Paz y gloria eterna porque lo has merecido, al manifestar tu verdadero pensamiento a los poderosos jefes de Israel sin tener miedo de sus reacciones. Dios esté siempre contigo. Que El te bendiga."

 


 

Gamaliel va a ver a María 

 

Habrán pasado ya muchos años, porque Juan muestra encontrarse en plena edad viril, más robusto, más maduro, con los cabellos, la barba y los bigotes de un rubio mucho más oscuro.

María que está hilando mientras Juan arregla la cocina de la casita de Getsemaní, hace poco blanqueadas las paredes y barnizados sus muebles, no parece haber cambiado gran cosa. Su faz es fresca y serena. Todas las huellas que el dolor y muerte de su Hijo habían impreso, así como su regreso al Cielo y las primeras persecuciones contra los discípulos, han desaparecido. El tiempo no ha clavado sus garras sobre ese rostro tan hermoso. Los años no han cambiado la frescura y belleza de su rostro.

La lámpara, que está sobre la mesa, arroja su luz danzarina sobre las manitas de María, sobre el blanco estambre, sobre la rueca, sobre el sutil hilo, sobre el huso, sobre los rubios cabellos trenzados sobre la nuca.

Por la puerta abierta un hermosísimo rayo de luz penetra en la cocina y por ella extiende una faja de plata que llega hasta el banco donde está sentada, que ilumina sus pies, entre tanto que la luz de la lámpara ilumina sus manos y cabeza. Afuera entre los olivos que rodean la casa de Getsemaní cantan los ruiseñores sus trinos de amor.

De pronto se callan, como si se espantasen de algo. Momentos después se oye el caminar de alguien que se acerca cada vez más y que cesa hasta que se detiene en el umbral de la cocina, haciendo desaparecer los rayos de la luna que bañaban hacia unos pocos instantes las piedras del camino.

María levanta la cabeza y mira a la entrada. Juan mira también hacia la puerta, y un "¡oh!" lleno de admiración se escapa de sus labios, entre tanto que ambos, al unísono, se dirigen a la entrada, donde está Gamaliel de pie. Un Gamaliel ya muy viejo, cual espectro por lo flaco que se le ve dentro de sus vestidos blancos que la luna al brillar sobre ellos los hace casi fosforescentes. Un Gamaliel abatido, destrozado por los sucesos, por los remordimientos, por tantas cosas, más que por la edad.

"Rabí, ¿tú aquí? ¡Entra! ¡Pasa! ¡La paz sea contigo!" le dice Juan que lo tiene enfrente y cerca, mientras que María está un paso detrás.

 

Si me guías... estoy ciego... dice Gamaliel

 

"Si me guías... estoy ciego..." responde el viejo rabí con voz trémula.

Juan, desconcertado, pregunta lleno de compasión: "¿Ciego? ¿Desde cuándo?"

"¡Oh!... desde hace mucho tiempo. La vista comenzó a debilitárseme poco después... poco después. Sí, después de que no supe reconocer la Luz verdadera que vino a iluminar a los hombres, hasta que el terremoto no rompió el velo del Templo, sacudió las fuertes murallas, como El lo había dicho. Verdaderamente doble velo era el que cubría al Santo de los Santos del Templo, y todavía más al verdadero Santo de los Santos, a la Palabra del Padre, su eterno Unigénito, oculto bajo el velo de un cuerpo humano, de una carne purísima, que sólo su pasión y gloriosa resurrección dejaron manifiesto aun a los más tercos, como soy yo, de lo que realmente era: el Mesías, el Emmanuel. Desde aquel momento las tinieblas empezaron a bajar sobre mis pupilas, y a hacerse más densas. Justo castigo. Hace poco tiempo que estoy completamente ciego. Y he venido..."

Juan lo interrumpe preguntándole: "¿Has venido acaso a pedir un milagro?"

"Sí. Un gran milagro. Lo pido a la Madre del Dios verdadero."

"Gamaliel, yo no poseo el poder que tenía mi Hijo. El podía devolver la vida y la vista a pupilas apagadas, la palabra a los mudos, movimiento a los paralizados; pero no, no" le responde la Virgen. Y continúa: "Pero ven aquí, cerca de la mesa, y siéntate. Estás cansado y viejo. No te fatigues más" y con todo cariño, junto con Juan lo lleva cerca de la mesa, y hace que se siente en un banco.

 

"No te pido, ¡oh María!, el milagro de ver 

nuevamente. No, no pido esta cosa material. 

Lo que te pido, Bendita entre todas las mujeres, 

es una vista de águila para mi espíritu, 

para que vea toda la verdad.

 

Gamaliel antes de soltar la mano, la besa con respeto, luego continúa: "No te pido, ¡oh María!, el milagro de ver nuevamente. No, no pido esta cosa material. Lo que te pido, Bendita entre todas las mujeres, es una vista de águila para mi espíritu, para que vea toda la verdad. No te pido la luz para mis pupilas apagadas, sino la luz sobrenatural, divina, la verdadera luz que es sabiduría, verdad, vida, para mi alma y corazón desgarrados, agostados por los remordimientos que no me dan tregua. No tengo ningún deseo de ver con los ojos este mundo hebreo, tan... tan obstinadamente rebelde contra Dios, que ha sido para él tan misericordioso, lo que en realidad no merecemos. Estoy contento de verlo más, y que mi ceguera me haya libertado de todas mis obligaciones para con el Templo y para con el Sanedrín, que han sido injustos contra tu Hijo y contra sus seguidores. Lo que deseo ver con todo mi corazón, con toda mi alma, con toda mi inteligencia es a El, a Jesús. Verlo en mí, en mi espíritu, ¡oh santa Madre de Dios que lo ves!, como lo han visto, Juan, tan puro, Santiago, mientras vivió, y los demás. Verlo para amarlo con todo mi ser, y con este amor reparar mis culpas y alcanzar su perdón, para poseer la vida eterna de la que me he hecho indigno de alcanzar..." Inclina su cabeza sobre sus brazos que tiene apoyados sobre la mesa y llora.

María le pone una mano sobre la cabeza sacudida por los sollozos y le responde: "No, que no te has hecho indigno de la vida eterna. El Salvador perdona todo a quien se arrepiente de sus errores pasados. Aun al traidor hubiera perdonado si se hubiera arrepentido de su horrible pecado. La culpa de Judas de Keriot fue muy grande respecto a la tuya. Piensa. Judas fue el apóstol a quien aceptó Jesús, a quien El instruyó, a quien amó más que a nadie; si se piensa que, pese a que no ignoraba nada, no lo arrojó del grupo de sus apóstoles, más bien, hasta el momento supremo, empleó toda clase de pretextos para que nadie pudiera comprender lo que era, y lo que tramaba. Mi Hijo es la Verdad misma, y no puede mentir. Pero cuando veía que los once sospechaban algo, y que le preguntaban de Judas, sin mentir, procuraba desviar sus sospechas, y no respondía a sus preguntas, bien diciéndoles que no preguntasen, o que por prudencia o caridad no lo hiciesen. 

Tu culpa es insignificante. Aun ni siquiera el nombre de culpa tiene. No puede decirse que seas un incrédulo, más bien podrá decirse que has creído bastante. Tanto creíste en El cuando tenía doce años que te habló en el Templo. Tercamente, pero con recta intención nacida de tu fe absoluta en ese Niño, en cuyos labios habías oído palabras de infinita sabiduría, has esperado la señal para poder creer en El y ver en El al Mesías. Dios perdona a quien tiene una fe tan fuerte y fiel. Y perdona mucho más a quien, dudando todavía sobre la verdadera Naturaleza de un hombre, acusado injustamente, no quiere tomar parte a su condenación porque cree que es injusta. Tu modo espiritual de ver la verdad ha ido aumentando desde que dejaste el Sanedrín, porque no quisiste consentir en esa acción sacrílega. Y ha crecido mucho más, cuando, encontrándote en el templo, viste que se realizaba la señal tan esperada, que marcaba el principio de la era de la nueva religión. Siguió creciendo cuando, con palabras nacidas de lo hondo de tu corazón, oraste a los pies de la cruz de mi Hijo, que estaba ya helado y muerto. Ha llegado casi a la perfección cada vez que con palabras, o con tu abstención, defendiste a los siervos de mi Hijo y no quisiste tomar parte en la condenación de los primeros mártires. Créeme, Gamaliel, cada acción tuya de dolor, de justicia, de amor aumentó en ti tu vista espiritual."

"Todo esto no es suficiente. Mira. Tuve la gracia extraordinaria de haber conocido a tu Hijo desde su primera manifestación pública hasta cuando fue adulto. ¡Había de haber visto entonces!, ¡comprendido! ¡Fui un ciego, un necio!... No vi y no comprendí. Ni siquiera esas veces, ni cuando tuve la gracia de acercármele, cuando era ya un Maestro, y de oír sus palabras que fueron siempre justas, siempre poderosas. Tercamente esperaba la señal humana, las piedras que se sacudieran... Y no veía que en El todo era una señal. No veía que El era la piedra que sacudía al mundo hebreo y gentil, la piedra que sacudía las piedras de los corazones con su Palabra, con sus prodigios. No veía en El la señal clara de su Padre en todo lo que hacía o decía. ¿Cómo puede perdonar tanta terquedad?"

"Gamaliel, ¿puedes creer que yo, que soy el trono de la Sabiduría, la llena de Gracia, la que por la Sabiduría que en mí se hizo carne, y por la Gracia que me dio, tuve una plenitud de conocimientos de cosas sobrenaturales, pueda aconsejarte otra cosa que no sea tu bien?"

"¡No lo creo! y porque no lo creo, por eso he venido a verte, para tener la luz. ¡Tú, Hija, Madre, Esposa de Dios, que desde tu concepción fuiste colmada de luces de sabiduría, no puedes menos de señalarme el camino que debo tomar para tener paz, para encontrar la verdad, para conquistar la verdadera vida. Estoy muy consciente de mis errores, tan abatido de mi miseria espiritual que tengo necesidad de ayuda para poder ir a Dios."

"Lo que tomas por obstáculo no son más que alas para elevarte a Dios. Te has destruido a ti mismo, te has humillado. Eras un monte potente, te has hecho un valle profundo. Ten en cuenta que la humildad es semejante a lo que fertiliza los campos para hacerlos fértiles. Es una escalera para subir, una escalera para subir a Dios, quien al ver al humilde, lo llama a Sí para exaltarlo, para encenderlo con su caridad e iluminarlo con sus luces para que pueda ver. Por esto, te digo que estás ya en la luz, en el camino justo, hacia la verdadera vida de los hijos de Dios."

 

Pero para tener la Gracia, debo entrar 

en la Iglesia, ser bautizado y así, 

limpio de toda culpa, poder convertirme 

en hijo adoptivo de Dios. No me opongo a éste. 

Más bien, he destruido en mí al hijo de la Ley.

 

"Pero para tener la Gracia, debo entrar en la Iglesia, ser bautizado y así, limpio de toda culpa, poder convertirme en hijo adoptivo de Dios. No me opongo a éste. Más bien, he destruido en mí al hijo de la Ley. No puedo alimentar ninguna estima, ni amor por el Templo. Pero no quiero ser nada. Debo, pues, reedificar sobre las ruinas de mi pasado al hombre nuevo, la fe nueva. Me imagino que apóstoles y discípulos desconfíen y estén prevenidos contra mí, el rabí de dura cerviz..."

Juan lo interrumpe: "Te equivocas, Gamaliel. Por mi parte soy el primero en quererte y reputaré como un día de una gracia extraordinaria cuando puedas ser una oveja de la grey de Cristo. No sería yo un discípulo de Jesús si no pusiese en práctica sus enseñanzas. El nos mandó que nos amásemos y comprendiésemos, y sobre todo que amásemos y comprendiésemos a los débiles, a los enfermos, a los extraviados. Nos dijo que imitásemos sus ejemplos. Nosotros vimos que fue siempre amor para con los culpables arrepentidos, para con los hijos pródigos que regresaban al Padre, para con las ovejas extraviadas. Desde Magdalena hasta la samaritana, desde Aglae hasta el ladrón. ¡Oh, a cuántas almas El no redimió con su misericordia! Hubiera perdonado a Judas si se hubiera arrepentido. Tantas veces lo había perdonado. Yo sé cuanto lo amó, pese a que conocía todas sus acciones. Ven conmigo. Haré de ti un hijo de Dios y hermano de Jesús Salvador."

"Tú no eres el pontífice. Lo es Pedro... ¿Será él tan bueno como tú lo eres? Sé que él es muy diverso de ti..."

"Lo fue. Pero desde que vio lo frágil que era, hasta lo indecible, hasta haber renegado de su Maestro, no lo es más, y tiene compasión por todos y para con todos."

 

Entonces, llévame a él sin perder tiempo. Ya estoy 

viejo y mucho me he tardado. Me sentía muy indigno, 

y tenía miedo de que todos los siervos de Jesús me 

tratasen de igual modo. Ahora que las palabras 

de María y las tuyas me han confortado, 

quiero entrar lo más pronto posible 

en el redil del Maestro

 

"Entonces, llévame a él sin perder tiempo. Ya estoy viejo y mucho me he tardado. Me sentía muy indigno, y tenía miedo de que todos los siervos de Jesús me tratasen de igual modo. Ahora que las palabras de María y las tuyas me han confortado, quiero entrar lo más pronto posible en el redil del Maestro, antes de que mi viejo corazón quebrantado con tantas cosas, se detenga. Llévame tú, porque dije al siervo que me había traído hasta aquí que se fuera, para que no oyese nada. Regresará a la hora de prima. Y para ese entonces estaré ya lejos. De dos modos: de esta casa y del Templo. Para siempre. Ante todo yo, hijo rebelde, iré a la casa del Padre, yo la oveja extraviada, al redil del pastor eterno. Luego regresaré a mi casa lejana, para morir allí en paz y en gracia de Dios."

María espontáneamente lo abraza. Le dice: "Dios te de la paz. Paz y gloria eterna porque lo has merecido, al manifestar tu verdadero pensamiento a los poderosos jefes de Israel sin tener miedo de sus reacciones. Dios esté siempre contigo. Que El te bendiga."

Gamaliel busca de nuevo sus manos, las toma entre las suyas, y se las besa. Se arrodilla y le pide que ponga sus manos benditas sobre su cabeza.

María lo satisface, y hasta hace un signo de cruz sobre su cabeza inclinada. Luego, junto con Juan, lo ayuda a ponerse de pie, lo acompaña hasta la puerta, y mira que se va, guiado por el apóstol, hacia la verdadera vida, el hombre humanamente terminado, sobrenaturalmente vivificado.

XI. 850-854

A. M. D. G.