CONVERSACIÓN ENTRE PEDRO Y JUAN
#Juan y Pedro discuten que deben dejar Palestina y Juan le quiere persuadir de que todavía no.
#Pedro teme que María le lleve el Señor para consigo
#Juan presiente que María será asumpta al cielo
#Pedro acompaña a Juan para ver de nuevo a María
#María que está en la terraza, los ve venir y, dando un grito de alegría, baja a su encuentro.
Juan y Pedro discuten que deben dejar Palestina y
Juan le quiere persuadir de que todavía no.
En la terraza de la casa de Simón, que la luna ilumina, están Pedro y Juan. Hablan en voz baja. Señalan la casa de Lázaro, cerrada, silenciosa. Hablan largamente, yendo y viniendo. Luego, no sé por qué motivo, la discusión se hace más animada, y sus palabras que antes apenas si podían oírse, suben de tono.
Pedro, dando un puñetazo sobre el parapeto exclama: "¿Pero no comprendes que debe hacerse así? En nombre de Dios te hablo, y tú escúchame, y no quieras ser terco. Conviene que se haga como pienso. No por cobardía ni por temor, sino para impedir el exterminio total de la Iglesia. Todos nuestros pasos son seguidos. Estoy convencido. Nicodemo me ha dicho que estoy en lo cierto. ¿Por qué no podemos quedarnos en Betania? Por esta razón. ¿Porqué no es más prudente estarnos aquí o en la de Nicodemo, o en la de Nique o Anastásica? Siempre por el mismo motivo. Para impedir que la Iglesia muera, que mueran sus jefes."
"El Maestro muchas veces nos aseguró que ni siquiera el infierno podrá exterminarla, ni vencerla" le responde Juan.
"Es verdad. El infierno no vencerá, así como no lo venció a El. Pero los hombres sí, como vencieron al Hombre-Dios que venció a Satanás, pero que no pudo reportar su victoria sobre los hombres."
"Porque no quiso vencer. Debía redimir y por lo tanto morir. ¡Y con esa muerte! ¡Pero si hubiera querido vencerlos! ¡Cuántas veces no esquivó las asechanzas de toda clase que le tendieron!"
"También la Iglesia sufrirá lo mismo, pero no perecerá con tal de que nosotros tengamos prudencia de que no se extermine a sus actuales jefes, antes que nosotros no creemos otros sacerdotes y seguidores de cualquier grado que sean, y los formemos para su ministerio. No te engañes, Juan. Los fariseos, escribas, sacerdotes y sanidritas harán todo lo posible por matar a los pastores para que la grey se disperse. Una grey todavía tímida y débil. Sobre todo la grey de Palestina. No debemos dejarla sin pastores hasta que muchos corderos no se hayan convertido, a su vez, en pastores. Ya has visto cuántos de ellos han caído muertos. Piensa en cuantas regiones del mundo nos esperan. La orden fue clara: "Id a evangelizar a todas la gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar cuanto os ordené". Y en la playa, por tres veces me mandó que apacentase sus ovejas, que apacentase sus corderos, y me profetizó que sólo cuando sea yo viejo me amarrarán y me conducirán, para que confiese al Mesías con mi sangre y mi vida. ¡Todavía está muy lejos! Si entendí bien una de sus palabras, antes de que muriera Lázaro, me dijo que tenía que ir a Roma, y fundar allá la Iglesia inmortal. ¿No creyó El mismo prudente retirarse a Efraín, porque aun no había terminado su evangelización? Regresó cuando fue la hora de ser aprehendido y matado. Imitémoslo. No se puede decir que Lázaro, Magdalena y Marta hayan sido cobardes. Y sin embargo ves que, aun con mucho dolor, se han ido de acá, para llevar a otras partes la palabra divina que aquí los judíos aplastarían Yo, a quien El eligió pontífice, lo he decidido así con otros, también apóstoles y discípulos. Nos esparciremos. Algunos irán a Samaria, otros al gran mar, otros a Fenicia, siguiendo siempre hacia adelante, hacia Siria, las islas, Grecia, el imperio romano. Si en estos lugares la cizaña y el veneno judíos hacen estériles los campos y viña del Señor, iremos a otras partes y sembraremos para que no sólo se recoja algo, sino en abundancia. Si en estos lugares, el odio judío envenena las aguas y las corrompe, para que yo, pescador de almas, y mis hermanos no podamos pescar almas para el Señor, vayamos a otros mares. Conviene ser prudentes y astutos al mismo tiempo. Créemelo, Juan."
"Tienes razón. Si insisto es por María. No puedo, no debo dejarla. Ambos sufriríamos mucho. Sería una acción mala de mi parte..." replica Juan.
"Tú quédate. Ella también se queda, porque arrancarla de aquí, sería algo absurdo..."
"A esto jamás consentiría. Os alcanzaré después, cuando no esté más ya sobre la tierra."
"Te esperamos. Eres aun joven. Mucho te queda de vida."
lA lleve el Señor para consigo
"Y a María muy poco."
"¿Por qué? ¿Está acaso enferma, débil?"
"¡Oh, no! El tiempo y los dolores no le afectan en nada. Está siempre joven de rostro y de corazón. Serena, diría yo, hasta bienaventurada."
"¿Entonces por qué decías...?"
Como el Verbo se unió a Ella para llegar
a ser Jesús, el Mesías, así ahora Ella se une
de tal modo con El que es otro El,
que ha tomado una nueva humanidad,
la de Jesús mismo.
Si digo alguna herejía, que Dios me haga
reconocer mi error, y me lo perdone.
Ella vive en el amor.
"Porque comprendo que este reflorecimiento de belleza y de alegría es la señal de que presiente que esté próxima a reunirse con su Hijo. Unión total quiero decir. Porque la espiritual no se ha interrumpido jamás. Yo no levanto los velos sobre los misterios de Dios. Estoy seguro que cada día ve a su Hijo glorioso. Y en esto radica su felicidad. Me imagino que cuando lo ve su espíritu se ilumina y puede conocer lo futuro, como Dios lo conoce, y también el suyo. Todavía está en la tierra corporalmente, pero sin temor a equivocarme podría decir que su espíritu está casi siempre en el cielo. Tal es su unión con Dios que no creo sea sacrílego afirmar que Dios está en Ella, como cuando lo llevaba en su seno. Y mejor aún. Como el Verbo se unió a Ella para llegar a ser Jesús, el Mesías, así ahora Ella se une de tal modo con El que es otro El, que ha tomado una nueva humanidad, la de Jesús mismo. Si digo alguna herejía, que Dios me haga reconocer mi error, y me lo perdone. Ella vive en el amor. Este fuego de amor la enciende, la nutre, la ilumina, y ese fuego de amor, cuando llegue el momento, la arrebatará sin dolor, sin que su cuerpo sufre corrupción alguna... El dolor será el nuestro... Sobre todo mío... No tendremos más a la Maestra, a la Guía, a la Consoladora... Y yo me encontraré verdaderamente solo..."
Juan presiente que María será asumpta al cielo
Juan, cuya voz acusaba ya las lágrimas, se deshace en sollozos tan fuertes como ni siquiera los tuvo al pie de la cruz y en el sepulcro. Pedro, aunque en menor grado, llora y pide a Juan que le tenga sobreaviso, si puede, para que pueda asistir al tránsito de la Virgen, o por lo menos, a su sepultura.
"Lo haré, si puedo. Pero dudo mucho. Una voz interna me dice que así como sucedió a Elías, que fue arrebatado por un torbellino celestial en un carro de fuego, lo mismo sucederá a Ella. No tendré tiempo de caer en la cuenta de su próximo tránsito, cuando Ella estará ya en el cielo."
"Pero su cuerpo se quedará. ¡También se quedó el del Maestro! ¡Y era Dios!"
"Para El tenía que suceder así, para Ella, no. Debía El con su resurrección desmentir las calumnias de los judíos, con sus apariciones persuadir al mundo, que no sabía qué hacer, o que era contrario, por la muerte sufrida en la cruz. Pero Ella no tiene necesidad de ello. Si puedo hacerlo, lo haré. Hasta pronto, Pedro, pontífice y hermano mío en Jesús. Voy donde está Ella, que de seguro me está esperando. Dios esté contigo."
"Y contigo. Dile a María que ruegue por mí, que perdone una vez más mi cobardía durante el proceso. Es algo que no logro borrar del corazón, algo que no me da paz ninguna..." Corren lágrimas por sus mejillas. Agrega: "Que sea para mí una Madre, Madre de amor, para mí que soy un infeliz hijo pródigo..."
No es necesario que se lo diga. Te ama más que una madre natural. Te ama como Madre de Dios, y como sólo Ella puede amar. Si estuvo pronta a perdonar a Judas, cuya culpa era infinita, ¡imagínate si no te ha perdonado! La paz sea contigo, hermano. Me voy."
Pedro acompaña a Juan para ver de nuevo a María
"Te sigo, si me lo permites. Quiero verla una vez más."
"Ven. Conozco el camino que lleva a Getsemaní sin que alguien nos vea."
Caminan rápidos, silenciosos hacia Jerusalén. Pasan por el camino superior, que une el monte de los Olivos con la parte más distante de la ciudad.
Llegan cuando empieza a alborear. entran en el Getsemaní, bajan a la casita. María que está en la terraza, los ve venir y, dando un grito de alegría, baja a su encuentro.
Pedro cae a sus pies, con la cara contra el suelo, diciendo: "¡Perdón, Madre!"
"¿De qué cosa? Has acaso faltado en algo? El que me revela todo, no me ha revelado ninguna otra cosa más de que eres un digno sucesor suyo en la fe. Como hombre eres un justo, aunque un poco impulsivo. ¿Qué quieres que te perdone?"
Pedro llora. No dice nada.
Juan explica: "Pedro no se siente nunca tranquilo por haber renegado de Jesús en el patio del Templo."
"Es una cosa que ya pasó. Está borrada, Pedro. ¿Te reprendió Jesús por ello?"
"¡Oh, no!"
"¿Te mostró menos que antes?"
"¡No, no! ¡Antes bien!..."
"¿Y esto no te dice que El y yo con El, te hemos comprendido y perdonado?"
"Tienes razón. Siempre he sido un pedazo de tonto."
"Vete ahora en paz. Te aseguro que nos encontraremos en el Cielo todos. Yo, tú, los demás apóstoles y diáconos junto al Hombre-Dios. Por lo que me toca a mí, te bendigo" y como hizo con Gamaliel, de igual modo hace con Pedro, pone sus manos sobre su cabeza, y traza sobre ella una señal de cruz.
Pedro se inclina y le besa los pies. Se levanta más sereno que antes, y acompañado de Juan, regresa al cancel alto, lo pasa, y se va, mientras que el joven apóstol, después de haber cerrado la entrada, vuelve donde María.
XI. 855-858
A. M. D. G.