EL TRÁNSITO BIENAVENTURADO
DE MARÍA
#MARÍA EN SU CASA DEL HUERTO DE GETSEMANÍ.
#MARÍA HACE UN REPASO DE SU VIDA
#"Madre, ¿por qué hablas así? ¿Te sientes mal?"
#MARÍA REPASA BREVEMENTE TODA SU VIDA
#Comprendo que voy a perderte.¿Cómo podré vivir sin ti?
#Y cumplirá mi único deseo, mi única voluntad.
#María le da a Juan las últimas recomendaciones
#Juan nota que María no le oye. Ha muerto
#La Virgen parece ahora una estatua de blanco mármol
#Juan habla a la Virgen como si todavía escuchara
MARÍA EN SU CASA DEL HUERTO DE GETSEMANÍ.
María está en su habitación que se encuentra sobre la terraza. Su vestido de lino blanco como lo es el manto que le pende del cuello, le cae por la espalda y el velo delgadísimo que le cubre la cabeza. Está arreglando sus vestidos y los de Jesús que siempre ha conservado. Elige los mejores que son pocos. De entre sus vestidos toma los que tenía en el calvario; de los de Jesús uno de lino que usaba en los días de verano, y el manto que fue encontrado en el Getsemaní, en que se ven todavía manchas de sangre.
Después de haberlos doblado, y besado el manto de Jesús, va al cofre donde desde hace tiempo están las reliquias de la última cena y de la pasión. Pone éstas en la parte superior del cofre, y los vestidos en la inferior.
Está cerrando el cofre cuando Juan, que había subido sin hacer ruido a la terraza, y que se ha asomado a ver lo que estaba haciendo, tal vez preocupado porque por largo tiempo no estaba en la cocina, a donde debía haber subido a pasar las primeras horas de la mañana, la hace volver sobre sí, cuando le pregunta: "¿Qué estás haciendo, Madre?"
"He puesto todo lo que hay que conservar. Todos los recuerdos... Todo cuanto es testimonio de su amor y dolor infinitos".
"¿Por qué, Madre, quisiste volver a abrir las heridas de tu corazón al ver estas cosas tristes? Estás pálida y tus manos tiemblan...Sufres al verlas" le dice Juan, que se le ha acercado, como si temiese que fuese a caer por tierra, por lo pálida que está.
"¡Oh, no estoy pálida, ni tiemblo por esto! Por esto no se me vuelven a abrir las heridas... Jamás se han cerrado del todo. Pero también la paz y el gozo están en mí, y nunca como ahora han sido tan completos".
"¿Nunca como ahora? No comprendo... Para mí estos objetos me recuerdan la angustia de aquellas horas. Y no soy más que un discípulo. Tú eres su Madre..."
MARÍA HACE UN REPASO DE SU VIDA
"Y por esto debería yo sufrir más, quieres decir. Y, humanamente, tienes razón. Pero no es así. Estoy acostumbrada a sufrir sus separaciones. Siempre dolorosas porque su presencia y cercanía eran mi paraíso en la tierra. Separaciones que sufrí voluntariamente, con toda calma, porque todas sus acciones las ordenaba el Padre, eran respuesta a su voluntad, y por lo tanto las aceptaba también yo que me he sujetado al querer y designios de Dios. Sufría yo, cuando Jesús partía. Me sentí sola. Mi dolor cuando, de pequeño, me dejó ocultamente, para su disputa con los doctores del Templo, sólo Dios sabe cuán intenso fue. Fuera de la pregunta que como madre tuve que hacerle, no le dije otra cosa más. De igual modo no le detuve cuando me dejó para convertirse en el Maestro... y yo era viuda, me encontraba sola en un lugar que, fuera de algunas personas, no me amaba. Nada me sorprendió su respuesta que me dio en las bodas de Caná. Cumplía con la voluntad de su Padre. Yo no me oponía a que la hiciera. Podía elevar una súplica, dar un consejo. Consejo a sus discípulos, súplica por alguna persona infeliz. Pero más de esto, no. Sufría cuando me dejaba para ir por el mundo, enemigo suyo, pecador hasta el punto que vivir en medio de él era sufrimiento. ¡Pero cuánta alegría cuando regresaba! Era tan inmensa que me recompensaba setenta veces siete del dolor de haberme visto separada de Él. Angustiosa fue la separación cuando fue al Padre, separación que no tendrá fin hasta cuando mi vida terrenal termine. Ahora soy feliz, como en otro tiempo padecí, porque presiento que mi vida ha terminado. He hecho cuanto tuve que hacer. He terminado mi misión terrena. La otra, la celestial, no tendrá fin. Dios me ha dejado en la tierra hasta que, como mi Jesús, haya cumplido lo que tenía que realizar. Tengo dentro de mí esta alegría secreta, la única gota de bálsamo que Jesús tuvo en sus amarguísimos y últimos padecimientos de modo que dijo:"Todo está terminado".
"¿Alegría de Jesús? ¿En aquella hora?"
"Sí, Juan. Una alegría que los hombres no pueden entender, pero sí los espíritus que viven a la luz de Dios, y que ven las cosas profundas ocultas bajo los velos que el Eterno extiende sobre sus secretos. Yo, que me vi tan angustiada, arrollada por lo que sucedía, unida a mi Hijo, en la entrega al Padre, no comprendí entonces. La luz se había apagado para el mundo en aquella hora, para el mundo que no había querido aceptarla. Y también se apagó para mí. No por castigo, sino porque siendo corredentora debía también padecer la angustia del abandono de las consolaciones divinas, las tinieblas, la desolación, las tentaciones de Satanás que me gritaban que no era posible creer en lo que Él había dicho, en todo lo que había padecido en el espíritu desde el jueves hasta el viernes. Pero después comprendí. Cuando la Luz, resucitada para siempre, se me apareció, comprendí. Comprendí todo. Aun la secreta alegría de Jesús cuando pudo decir: "Todo lo que el Padre me ordenó que cumpliera, lo he cumplido. He llenado la medida de la caridad divina amando al Padre hasta mi sacrificio, amando a los hombres hasta morir por ellos. He cumplido con todo lo que debía. Muero contento en el corazón, aunque despedazado en mi cuerpo inocente". También yo he cumplido con todo lo que, ab aeterno, me estaba prescrito. Desde la concepción del Redentor hasta la ayuda que os dio a vosotros sus sacerdotes, para que os formaseis perfectamente. La Iglesia está ya formada y fuerte. El Espíritu Santo la ilumina, la sangre de los primeros mártires la cimienta y la multiplica, mi ayuda ha hecho que sea un organismo santo que la caridad para con Dios y los hermanos alimenta, cada vez más fortifica, y donde los odios, rencores, envidias, mala voluntad, semillas de Satanás no existen. Dios está contento de ello. Quiere que los sepáis de mis mismos labios. Como quiere que os diga que continuéis creciendo en la caridad para que crezcáis en la perfección, y así en número de fieles, y en una doctrina poderosa. Porque la doctrina de Jesús es una doctrina de amor. Porque su vida es también la mía. Vidas ambas que guió y movió el amor. A nadie rechazamos. Perdonamos a todos. A sólo uno no pudimos dar el perdón porque él, esclavo del odio, no lo quiso. Jesús antes de ir a la muerte, os ordenó que os amarais mutuamente. El mismo os dio la medida con que debéis amaros, cuando os dijo: Amaos los unos a los otros como os he amado. Por esto se conocerá que sois mis discípulos". La Iglesia para vivir y crecer tiene necesidad de la caridad. Caridad sobre todo en sus ministros. Si no os amáis mutuamente con todas vuestras fuerzas, si no amáis a vuestros hermanos en el Señor, la Iglesia será estéril. Poco, nada sería el haber sido creados de modo que seáis hijos del Altísimo y coherederos del Reino de los Cielos, porque Dios no os ayudaría en vuestra misión. Dios es amor. Cada acto suyo se mueve por el amor. Desde la creación hasta la encarnación; de ésta a la redención; de la redención a la fundación de la Iglesia. Y finalmente de esta a la Jerusalén celestial, que recogerá a todos los justos para que se alegren en el Señor. Te digo estas cosas porque eres el apóstol del amor y puedes comprenderlas mejor que otros..."
Juan la interrumpe diciendo:
"TAMBIÉN OTROS AMAN Y SE AMAN".
CONSEJOS QUE MARÍA DA A
JUAN, A LOS APÓSTOLES Y SUS SUCESORES.
DESCRIPCIÓN TEMPERAMENTAL DE LOS APÓSTOLES
"También otros aman y se aman. Es verdad, pero tú eres el que ama por excelencia. Cada uno de vosotros tuvo una característica, como cualquier ser humano la tiene. Entre los doce tú fuiste siempre el amor. El puro y sobrenatural amor. Puede ser porque eres puro. Pedro, por su parte, fue siempre el hombre, el hombre franco e impetuoso. Su hermano, Andrés, en cambio, fue tímido y callado. Santiago, tu hermano, fue tan impulsivo que Jesús lo llamó hijo del trueno. El otro Santiago, hermano de Jesús, fue justo y héroe. Judas de Alfeo, su hermano, noble y leal en todas las circunstancias. Se veía claramente que descendía de David. Felipe y Bartolomé eran tradicionalistas. Simón Zelote, el hombre prudente. Tomás, el pacífico. Mateo, el humilde. Recordando su pasado, buscaba de pasar inadvertido. Judas de Keriot, la oveja negra del rebaño de Jesús, la sierpe que calentó con su amor, fue el mentiroso satánico. Pero tú, que amas con todo tu corazón, puedes comprender mejor y hacerte pregonero para todos los demás, para que les digas que este es mi postrer consejo. Les dirás que se amen y que amen a todos, aun a sus perseguidores, para que sean uno solo con Dios, como lo fui, hasta el punto de haber merecido que se me eligiese para ser Madre del Verbo, esposa del Amor eterno. Me he entregado a Dios sin medida alguna, aun cuando comprendí cuánto dolor me vendría de ello. Los profetas estaban ante mis ojos. La luz divina me hacía muy claras sus palabras. Desde mi primera aceptación, cuando el ángel me habló, supe consagrarme al dolor más grande que mujer alguna puede padecer. Ningún límite puse a mi amor porque sé que es, para quien lo usa, fuerza, luz, imán que arrastra hacia lo alto, fuego que purifica y hace bello cuanto incendia, transformando y convirtiendo en sí cuánto abrasa. Sí. El amor es realmente llama. La llama que aunque destruye lo más despreciable, lo convierte en un espíritu purificado y digno del cielo. Cuántos hombres deshechos, sucios, asquerosos encontraréis en vuestro sendero de evangelizadores. No despreciéis a ninguno. Amadlos para que lleguen al amor y se salven. Infundid en ellos la caridad. Muchas veces el hombre se hace malo porque nadie lo ha amado, o lo ha amado mal. Amadlos vosotros, para que el Espíritu Santo vuelva a habitar, después de la purificación, esos templos que muchas cosas hicieron vacíos y sucios. Dios, para crear al hombre, no tomó un ángel, ni algo selecto. Tomó lodo, lo más vil. Después, infundiendo en él su aliento, esto es, su amor, elevó la materia vil al grado excelso de hijo adoptivo suyo. Mi Hijo en su camino encontró tantos caídos, tantos enfangados. No los pisoteó, sino amorosamente los acogió, los cambió en elegidos del cielo. Recordadlo siempre. Haced como Él hizo. No olvidéis nada de los hechos y palabras suyas. Acordaos de sus hermosas parábolas. Vividlas. Ponedlas en práctica. Escribidlas para que los que vendrán las lean, y sean siempre guía de los hombres de buena voluntad a fin de que alcancen la vida y gloria eternas. No podréis repetir todas las palabras luminosas de la eterna palabra de vida y verdad. Pero escribid de ella lo más que podáis. El Espíritu de Dios, que bajó sobre mí para que diese al mundo el Salvador, que ha bajado también sobre vosotros una y otra vez, os ayudará a recordar a hablar a las multitudes de modo que las convirtáis al Dios verdadero. De este modo continuaréis esa maternidad espiritual que empecé en el calvario, para dar muchos hijos al Señor. Y el mismo Espíritu, hablando en los hijos que han vuelto al Señor, los fortificará de modo que para ellos será dulce el morir entre los tormentos, padecer el destierro, la persecución, confesando su amor por Cristo y así unirse a Él en el cielo, como lo hicieron Esteban, Santiago, mi Santiago y otros más. Cuando te hayas quedado solo, pon en buen lugar este cofre..."
JUAN DICE: "MADRE, ¿POR QUÉ HABLAS ASÍ?
¿TE SIENTES MAL?"
Juan palidece más de lo que ya estaba desde que María le ha dicho que ha terminado su misión. La interrumpe: "Madre, ¿por qué hablas así? ¿Te sientes mal?"
"No".
"¿Quieres entonces dejarme?"
"No. Estaré contigo, mientras viva sobre la tierra. Pero prepárate, Juan mío, para estar solo".
"Entonces te sientes mal, y me lo ocultas..."
"No. Créemelo. Nunca me había sentido tan fuerte, tan serena, tan alegre como ahora. Pero tengo dentro de mí un tal gozo, una plenitud de vida sobrenatural que... sí... pienso que no puedo soportarla, viviendo. Por otra parte, no soy eterna. Debes entenderlo. Mi alma es eterna. Mi cuerpo, no. Está sujeto como cualquier otro a la muerte".
"¡No, no, no lo digas! ¡No puedes, no debes morir! Tu cuerpo inmaculado no puede morir como el de los pecadores".
MARÍA REPASA BREVEMENTE TODA SU VIDA
"Estás equivocado, Juan. Mi Hijo murió. También yo moriré. No probaré la enfermedad, la agonía, el ansia de la muerte, pero moriré. Por lo demás ten en cuenta, hijo mío, que desde cuando Él me dejó he tenido sólo este único y profundo deseo. Cualquier otra cosa de mi vida no fue más que un consentimiento de mi voluntad al querer divino. Querer de Dios que puso en mi corazón de niña, el querer ser virgen. El quiso que me casara con José. Quiso que fuera yo madre y virgen. Todo en mi vida ha sido un querer de Dios, una obediencia a su voluntad. Pero querer reunirme con Jesús es sólo mío. Dejar la tierra por el cielo, para estar con Él por toda una eternidad, ¡para siempre! Mi deseo de tantos años. Ahora siento que este mi deseo está próximo a convertirse en realidad. No te asustes, Juan. Escucha más bien mis postreros deseos. Cuando mi cuerpo, privado ya del espíritu vital, esté en paz, no lo embalsames como suele hacerse, como entre los hebreos. No soy ya una hebrea, sino una cristiana, la primera cristiana, porque de mí el Mesías tuvo carne y sangre, porque fui su primera discípula, la corredentora y continuadora entre vosotros sus siervos. Ningún ser humano, a excepción de mi padre y madre, y de cuantos asistieron a mi nacimiento, vieron mi cuerpo. Frecuentemente me llamas: "El arca verdadera que guarda en sí la palabra divina". Bien sabes que sólo el sumo Sacerdote puede ver el Arca. Tú eres sacerdote, más puro y santo que el pontífice del Templo. Pero yo quiero que sólo el eterno Pontífice pueda ver, cuando sea necesario, mi cuerpo. Por eso, no me toquéis. Por lo demás ¿lo ves?, me he purificado ya y me he puesto la vestidura pura, aquella de las bodas eternas... ¿Por qué lloras, Juan?"
JUAN PRESIENTE LA MUERTE DE MARÍA
"Porque una avalancha de dolor me oprime. Comprendo que voy a perderte. ¿Cómo podré vivir sin ti? Siento que se me desgarra el corazón al pensarlo. No podré resistir este dolor".
"Lo podrás. Dios te ayudará para que vivas, y por mucho tiempo, como me ayudó a mí. Si Él no me hubiera ayudado en el Gólgota, en el monte de los Olivos, hubiera muerto, como murió Isaac. Te ayudará a vivir y a recordar lo que antes te dije para el bien de todos".
"¡Oh, todo lo recordaré! Todo. Haré todo lo que deseas aun referente a tu cuerpo. Comprendo que los ritos judíos de nada te sirven a ti que eres una creyente del Mesías, que eres purísima, y que por lo tanto no conocerás la corrupción de tu cuerpo, que no puede este, deificado como ningún otro, y por haber estado libre de la culpa original, y aun más por la plenitud de la gracia que dentro de ti tuviste, al Verbo, por quien eres una reliquia suya, no puede conocer ni experimentar la destrucción, la corrupción que cualquier cuerpo experimenta. Este será el postrer milagro de Dios que obrará en ti. Te conservarás como eres..."
"¡No llores!" exclama la Virgen mirando la cara descompuesta del apóstol, bañada en lágrimas. "Si me conservo cual soy, no me perderás. ¡No te angusties, pues!"
"De todos modos te perderé, aun cuando tu cuerpo no se corrompa. Lo presiento. Me parece encontrarme en un torbellino de dolor. Un torbellino que me despedaza, que me abate. Todo eres para mí, sobre todo desde que murieron mis padres, y he estado lejos de mis hermanos de sangre o de misión, aun del querido Marziam que Pedro lleva consigo. ¡Ahora me quedo solo, en medio de la más cruel tempestad!". Juan cae a los pies de la Virgen, llorando con todas sus fuerzas.
CÓMO EN TODOS LOS MOMENTOS
MÁS IMPORTANTES DE SU VIDA
ESTUVIERON A SU LADO LOS ÁNGELES,
COMO AHORA EN ESTE LUGAR.
María se inclina, le pone su mano sobre la cabeza que los sollozos sacuden: "No. Así no. ¿Por qué quieres que sufra yo? A los pies de la cruz te mostraste varonil, y la escena era tan horrible sin igual por el Mártir que en ella moría y por el odio del pueblo. Te mostraste fuerte; tanto que me consolaste. Y ahora, en este atardecer de un sábado, tan sereno, tan tranquilo, en el que me alegro sumamente, ¿te turbas así? Cálmate. Imita, más bien únete a todo lo que nos rodea. Todo es paz. También tú tenla. Tan sólo los olivos con su movimiento turban la tranquilidad. Es tan dulce el rumor que parece como si ángeles volaran por la casa. Y tal vez lo hagan, porque siempre han estado cerca de mí, en los diversos momentos de mi vida: en Nazaret, cuando el Espíritu de Dios hizo fecundo mi seno; con José cuando estaba intranquilo por mi estado y porque no sabía cómo comportarse conmigo; en Belén una y otra vez, cuando nació Jesús, cuando tuvimos que huir a Egipto, cuando allí nos dieron la orden de regresar a Palestina. Y si no vinieron a mí, porque el Rey de ellos había venido donde estaba yo, no apenas resucitado, se aparecieron a las piadosas mujeres en el amanecer del primer día después del sábado y les ordenaron que dijeran a ti y a Pedro lo que teníais que hacer. Ángeles y luz siempre en los momentos decisivos de mi vida y de la de Jesús. Luz y fuerza de amor que unían, al bajar del trono de Dios a mí, su esclava, y subiendo de mi corazón a Él, a mi Rey y Señor con Él, para que se cumpliese cuanto estaba escrito que debía cumplirse, y también para crear un velo de luz sobre los secretos de Dios para que Satanás y sus siervos no pudieran conocer antes de tiempo el misterio sublime de la Encarnación que se estaba realizando. También esta tarde siento a los ángeles aunque no los veo. Y siento que aumenta dentro de mí la luz, una luz fortísima, como la que me envolvió cuando di a luz a mi Hijo. Luz que viene de un ímpetu de amor más poderoso que de lo acostumbrado. Por una semejante fuerza de amor, como es la que experimento esta tarde, espero que el cielo me arrebate y me transporte a donde anhelo ir con mi alma para cantar para siempre con el pueblo de los santos y el coro de los ángeles, mi "Magnificat" inmortal a Dios por las grandes cosas que me ha hecho a mí, su ancilla".
"No sólo con el alma, probablemente. La tierra te hará coro. Con sus pueblos y naciones te glorificará, honrará y amará mientras exista, como predijo bien, aunque de una manera velada, de ti Tobías, porque quien verdaderamente llevó en sí al Señor eres tú, y no el Santo de los Santos. Tú sola amaste a Dios con tanto amor cuanto todos los sumos sacerdotes, los del Templo, no lo hicieron jamás. Amor ardiente y purísimo. Por esto Dios te hará dichosísima".
Y CUMPLIRÁ MI ÚNICO DESEO, MI ÚNICA VOLUNTAD.
"Y cumplirá mi único deseo, mi única voluntad. Porque el amor, cuando es casi total que llega a ser casi perfecto como el de mi Hijo y Dios, todo lo alcanza, aun lo que parecería a los ojos humanos, imposible de obtenerse. Recuérdalo, Juan. Dilo también a tus hermanos. Seréis muy combatidos. Obstáculos de toda clase os harán temer una derrota. Luchas de perseguidores, defección de fieles, una moral...iscariótica deprimirá vuestro espíritu. No temáis. No temáis. En la proporción que améis, Dios os ayudará y hará que triunféis sobre todo y sobre todos. Todo se obtiene si se convierte el hombre en serafín. Entonces el alma, esta cosa admirable, eterna que es el mismo soplo de Dios, que infundió en nosotros, tiende al cielo, caen como llama a los pies del trono divino, habla y Dios la escucha, y alcanza del Omnipotente lo que desea. Si los hombres supieran amar como ordena la antigua ley, como amó y enseño a amar mi Hijo, todo obtendrían. Yo amo de este modo. Por esto siento que dejaré de estar en la tierra. Yo moriré por exceso de amor, como Él murió por exceso de dolor. Mira, mi medida de amar ha llegado a su colmo. Mi alma y mi cuerpo no la pueden más contener. El amor me absorbe, me sumerge y me eleva al mismo tiempo hacia el cielo, hacia Dios, mi Hijo. Su voz me dice: "¡Ven! ¿Sube a nuestro trono y a nuestro abrazo trino!" La tierra, cuanto me rodea, desaparece ante la inmensa luz que me viene del cielo. Los rumores se esfuman ante esta voz celestial. Ha llegado para mí la hora del abrazo divino, Juan".
CÓMO LA VE EN ESTOS MOMENTOS.
AMOROSAMENTE LA LLEVA A LA CAMA
SOBRE LA QUE MARÍA SE EXTIENDE
SIN QUITARSE EL MANTO.
Este, que se había calmado un poco al escuchar a la Virgen, que la miraba estático, con la palidez dibujada en su cara mientras que en el rostro de María nota que se va como encendiendo una luz bellísima, se le acerca para sostenerla, mientras exclama: "¡Estás como Jesús cuando se transformó en el Tabor! ¡Tu cuerpo resplandece como luna, tus vestidos brillan como diamante ante una llama blanquísima! ¡No eres más humana, Madre! ¡La pesantez, lo opaco de tu cuerpo ha desaparecido! ¡Eres luz! Pero no eres Jesús. Él, siendo Dios, además de hombre, podía sostenerse por Sí, en el Tabor, como aquí en los Olivos, cuando iba a ascender. Tú no puedes. No te sostienes. Ven. Te ayudaré a reposar tu cuerpo cansado y dichoso sobre la cama. Descansa".Y amorosamente la lleva a la cama sobre la que María se extiende, sin quitarse el manto.
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Recogiendo los brazos sobre el pecho, bajando los párpados sobre sus dulces ojos, llenos de amor, dice a Juan que está inclinado: "Yo estoy en Dios y Él en mí. Mientras lo contemplo y siento su abrazo, di los salmos, y las páginas de la Escritura que se refieren a mí, sobre todo en esta hora. El Espíritu de Sabiduría te las indicará. Recita luego la oración de mi Hijo; repíteme las palabras del arcángel cuando me habló y las de Isabel; repite también mi himno de alabanza... Te seguiré con lo que me resta de ser acá en la tierra..."
Juan entre el llanto que le brota del corazón, se esfuerza por dominar la emoción que lo turba, con su bella voz -que con el correr de los años se parece a la de Jesús, cosa que María nota con una sonrisa y que dice: "¡Paréceme tener a mi lado a mi Jesús!"- empieza el salmo 118, que recita casi entero, después los tres primeros versos del salmo 41, los ocho primeros del 38, el salmo 22 y el salmo 1º. Luego recita el Pater noster, repite las palabras de Gabriel e Isabel, el cántico de Tobías, el capítulo 24 del Eclesiástico, desde el v.11 al 46. Finalmente entona el "Magnificat". Al llegar al verso noveno, cae en la cuenta que María no respira más, aunque no ha cambiado nada de su aspecto, sino que sigue sonriente, plácida, como si en ella no hubiera cesado la vida.
JUAN NOTA QUE MARÍA NO LE OYE.
HA MUERTO
Lanzando un grito de dolor se arroja por tierra, contra el borde del lecho, y llama, llama a María. No quiere convencerse de que no pueda responderle, que en su cuerpo no exista más el aliento vital.
Pero debe rendirse ante los hechos. Se inclina sobre el rostro de la Virgen, en que brilla una huella de gozo sobrenatural, y lágrimas tras lágrimas bañan ese rostro delicado, bañan sus hermosas manos, tan bellamente cruzadas sobre el pecho. Es el único baño que recibe el cuerpo de María. Lágrimas del apóstol, de su amor, su amor de hijo adoptivo por voluntad de Jesús.
Pasado el primer ímpetu de dolor, Juan, acordándose del deseo de la Virgen, recoge las extremidades de su manto de lino, que pendían del lecho, las extiende sobre su cuerpo, y las del velo sobre la cabeza.
UNA ESTATUA DE BLANCO MÁRMOL
La Virgen parece ahora una estatua de blanco mármol, extendida sobre un sarcófago. Juan la contempla largamente. Lágrimas le siguen cayendo.
Luego, se pone a dar un nuevo orden a la casa, quitando de ella todo lo que no sea necesario. Deja solo el lecho, la pequeña mesa arrimada contra la pared, sobre la que pone el cofre en que están las reliquias; un banquito, que pone entre la puerta que da a la terraza y el lecho donde yace la Virgen; y una mesita sobre la que está la lámpara que Juan enciende, porque ya ha anochecido.
Se apresura a bajar al huerto para recoger todas las flores que pueda y ramas de olivo. Sube. A la luz de la lámpara coloca flores y ramitas junto al cuerpo de María, dando la impresión de que se encuentra en medio de una corona.
COMO SI TODAVÍA ESCUCHARA
Mientras hace esto habla a la Virgen como si todavía escuchara. Le dice: "Tú fuiste siempre el lirio del valle, la delicada rosa, el fértil olivo, la frondosa viña, la espiga santa. Nos diste tus perfumes, el Aceite de vida, el Vino de los fuertes, el Pan que preserva el espíritu de los que dignamente se nutren de él, de la muerte. Estas flores te quedan bien. Son sencillas y puras como tú. Tienen espinas como las tuviste en vida y, como tú, pacificas. Vamos a acercar la lámpara. Así, cerca de tu lecho, para que te vele y me haga compañía mientras te velo, en espera al menos de un milagro y de algo que se realice. Se trata de que Pedro, según su deseo, y los demás, a quienes enviaré a avisar por el siervo de Nicodemo, puedan venir a verte una vez más. Lo que espero es que así como en todo fuiste semejante a tu Hijo así también como Él te levantes, para que no sea yo dos veces huérfano. Pido a Dios que me de paz. Si lo que espero que te suceda no se cumpliera, cosa empero que se realizó en Lázaro, que no puede compararse contigo. Pero, ¿por qué no debe realizarse? La hija de Yairo, el de la viuda de Naim, Lázaro volvieron a la vida... Es verdad que en esos casos el Maestro intervino... Y Él está contigo, aun cuando no se ve. No moriste de enfermedad como murieron aquellos a quienes resucitó Jesús. ¿De veras has muerto? ¿Estás muerta como mueren todos? No. Me parece que no. Tu espíritu no está más en ti, en tu cuerpo, y si es así puede decirse que has fallecido. Pero pensando cómo moriste, me imagino que tu muerte no es más que una transitoria separación de tu alma inmaculada y llena de gracia de tu purísimo y virginal cuerpo. Así debe de ser. ¡Es así! ¡Cómo y cuándo se unirá tu cuerpo con el alma, y volverá en ti la vida, no lo sé! Pero estoy seguro de que me quedaré junto a ti, hasta que Dios, con su palabra, o intervención, me muestre la realidad de tu suerte".
Juan ha terminado de arreglar todo. Se sienta en el banquito. Pone en tierra, cerca del lecho, la lámpara, y contempla en medio de sus plegarias a la Virgen que yace ante él
XI. 858-867
A. M. D. G.