LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN
#Pero el cuerpo de María está como si hubiera acabado de morir.
#Juan se ha dormido de cansancio
#una gran luz llena la habitación,
#Los seres angélicos rodean el lecho. Se abre milagrosamente el techo de la habitación
#Comprende que ha sucedido un prodigio.
#Un último y extraordinario prodigio concede Dios a Juan, el de ver el encuentro de la Virgen con su santísimo Hijo que, también resplandeciente, de una belleza indescriptible baja del cielo, se encuentra con su Madre, la estrecha contra su pecho, y con ella, resplandecientes cual dos astros, sube de donde había venido. #"¡Gracias, Dios mío, ¡gracias! Lo presentía.
#"¡Gracias, Dios mío, ¡gracias! Lo presentía.
#Juan habla sobre lo que ha visto y exclama:¡Potencia perfecta de la Sabiduría infinita de Dios!...
#Juan recoge en un lienzo las flores, las ramas, las pone sobre la cubierta del cofre.
¿Cuántos días habrán pasado? Difícil de adivinar. Si se juzga por las flores que rodean el cuerpo exánime cual corona, se debe decir que han pasado pocas horas, pero si se juzga por las ramas marchitas de olivo en que están las flores frescas, y por otras flores secas, que hay cual reliquias, sobre la cubierta del cofre, se puede decir que han pasado ya varios días.
COMO SI ACABARA DE MORIR
Pero el cuerpo de María está como si hubiera acabado de morir. Ninguna señal de muerte en su rostro, en sus manitas. Ningún olor desagradable en la habitación, más bien se siente un perfume indescriptible que huele a incienso, a lirios, a rosas, a violetas, a hierbas de la montaña.
Juan, que tal vez hace varios días vela, se ha dormido de cansancio. Está sentado sobre un banco con la espalda apoyada contra la pared, cerca de la puerta abierta que da a la terraza. La luz de la lámpara, que está en el suelo, lo alumbra de abajo a arriba y deja ver su cara fatigada palidísima, sus ojos enrojecidos de tanto llorar.
Debe haber ya amanecido porque el débil claror del alba hace visibles la terraza, los olivos que rodean la casa, claridad que cada vez más aumenta, y que penetrando por la puerta, hace que puedan distinguirse mejor los objetos de la habitación, los que apenas antes, debido a la flaca luz de la lámpara, no podían distinguirse.
UNA GRAN LUZ LLENA LA HABITACIÓN
En un cierto momento una gran luz llena la habitación, es luz argentada, con tintes de azul, como fosforescente. Aumenta, aumenta. Anula la luz del alba y la de la lámpara. Una luz como la que rodeó la gruta de Belén cuando nació Jesús. Y en medio de esta luz paradisíaca, se ven seres angelicales, una luz que brilla más que la que antes se había visto. Como sucedió cuando los ángeles se aparecieron a los pastores, una danza de chispas de innumerables colores se desprende de sus alas dulcemente batidas, de las que brota como un murmullo armónico como de arpa, dulcísimo.
LOS SERES ANGÉLICOS RODEAN EL LECHO.
SE ABRE MILAGROSAMENTE EL TECHO
DE LA HABITACIÓN
Los seres angelicales rodean el lecho, se inclinan, levantan el cuerpo inmóvil, y agitando cada vez más sus alas, al abrirse milagrosamente el techo, así como en el sepulcro de Jesús se hizo a un lado la piedra, se levantan, llevando consigo el cuerpo de su Reina, cuerpo santísimo, pero todavía no glorificado y por lo tanto sujeto a la ley de la materia, a la que no estuvo sujeto el cuerpo de Jesús, porque cuando resucitó, estaba ya glorificado.
El rumor de las alas aumenta. Es ahora tan fuerte como el sonido de un órgano. Juan, que dos o tres veces se ha movido sobre su banco, semidormido, se despierta ante la luz potente que le hiere, y al batir de alas angelicales; se despierta también por una fuerte corriente de aire, que baja del techo abierto y sale por la puerta también abierta que forma como un torbellino que mueve las mantas del lecho, ya vacío, sus vestidos, apagando la lámpara y cerrando de golpe la puerta.
COMPRENDE QUE HA SUCEDIDO UN PRODIGIO
El apóstol, todavía amodorrado, mira a su alrededor, para ver lo que sucede. Mira que el lecho está vacío, y que no hay techo. Comprende que ha sucedido un prodigio. Corre hacia afuera, a la terraza, y por un instinto espiritual, o por oír algo, levanta la cabeza, se lleva una mano a los ojos para ver mejor, para que no le moleste el sol naciente.
Y mira. Mira el cuerpo de María, todavía sin vida, semejante al cuerpo de alguien que está dormido, que sube cada vez más, sostenido por el grupo angelical. Como postrer saludo, la punta del manto y velo se agitan, tal vez movida por el viento, por el movimiento de las alas angelicales que suben, y las flores que Juan había puesto alrededor del cuerpo de la Virgen, entre los pliegues del vestido, caen sobre la terraza, sobre Getsemaní, mientras un hosanna poderoso del grupo angélico se escucha en lontananza.
Juan continúa mirando el cuerpo que sube al cielo, y no cabe duda que por una gracia que Dios le concedió para consolarlo y premiarle su amor por su Madre adoptiva, ve claramente que María, envuelta ahora en los rayos del sol que ha nacido, sale del éxtasis que separó el alma del cuerpo, que vuelve a la vida, se pone de pie, pues goza desde ahora de los dones propios de los cuerpos glorificados.
Mira, mira. El milagro que Dios le concede es de ver a María, contra toda ley natural, como es ahora mientras sube hacia el cielo, rodeada, pero no más ayudada, de los ángeles que cantan jubilosos. Juan se siente arrebatado de aquella visión bellísima que pluma ninguna de hombre, que palabra humana u obra de artista será jamás capaz de describir o reproducir, porque es de una belleza indescriptible.
UN ÚLTIMO Y EXTRAORDINARIO PRODIGIO
CONCEDE DIOS A JUAN
Juan que sigue apoyado contra el parapeto de la terraza, continúa mirando aquella resplandeciente forma de Dios -pues realmente puede llamarse así a María, a quien Él creó de un modo especial, que la quiso inmaculada, para que diese forma al Verbo cuando se encarnara -que sube cada vez más. Un último y extraordinario prodigio concede Dios a Juan, el de ver el encuentro de la Virgen con su santísimo Hijo que, también resplandeciente, de una belleza indescriptible baja del cielo, se encuentra con su Madre, la estrecha contra su pecho, y con ella, resplandecientes cual dos astros, sube de donde había venido. Juan no ve más.
Baja la cabeza. En su cansada cara se refleja el dolor por la pérdida de María, y el gozo por su glorioso destino. El gozo supera al dolor. Dice: "¡Gracias, Dios mío, ¡gracias! Lo presentía. Quería velar, para no perderme nada de su asunción ¡pero ya hacia tres días que no dormía! El sueño, el cansancio, unidos a la pena, me habían abatido y vencido cuando Ella estaba a punto de subir... Tal vez Tú mismo lo quisiste, para que no turbase ese momento y no sufriese más... Sí. Lo quisiste, como quisiste que viera aquello que sin un milagro tuyo no habría podido ver. Me permitiste verla una vez más, aunque de lejos, glorificada y gloriosa, como si hubiera estado cerca. ¡Y volver a ver a Jesús! ¡Oh visión hermosísima, inesperada, impensable! ¡Oh, donde los dones de Jesús-Dios! ¡Gracia inestimable! ¡Volver a ver a mi Maestro y Señor! ¡Verlo con su Madre! ¡Él semejante al sol, Ella a la luna, resplandecientes entrambos, gloriosos, felices, unidos para toda la eternidad! ¿Qué será el paraíso ahora que brilláis allá, vosotros, astros mayores de la Jerusalén celestial? ¿Cuál el gozo de los coros angélicos y de los santos? Tal ha sido el gozo al ver a María con su Hijo, que borra todo dolor, toda pena, aun más, mi dolor desaparece y en su lugar entra la paz. De los tres milagros que había yo pedido a Dios, dos se cumplieron. He visto volver la vida en María, y siento que la calma regresa a mí. Todas mis angustias dejan de existir porque os he visto reunidos. ¡Gracias, oh Dios! Gracias por haberme concedido ver, de una manera extraordinaria, la suerte de los santos, como sucederá después del último juicio, y la resurrección de los cuerpo, su unión, su fusión con el espíritu que subió al cielo en la hora de la muerte. No tenía necesidad de ver para creer, porque siempre he creído firmemente en las palabras del Maestro. Pero a muchos no parecerá posible que los cuerpos después de miles de años puedan vivir. A éstos digo, jurando por las cosas más santas, que no sólo Jesús tornó a la vida, por su poder divino, sino también su Madre, tres días después de su muerte. Si puede decirse así, volvió a la vida, y con su cuerpo unido al alma, tomó posesión de su eterna morada en el cielo, al lado de su Hijo. Puedo decir: "Creed, cristianos, en la resurrección de la carne, que acaecerá al fin de los siglos, en la vida eterna tanto de almas como de cuerpos. Dichosa será para los santos, horrible para los culpables impenitentes. Creed y vivid como santos, como santamente vivieron Jesús y María, para que podáis conseguir igual suerte. Yo estaba cuando sus cuerpos subieron al cielo. Os lo aseguro. Sed justos para que podáis un día habitar en el mundo nuevo eterno, con alma y cuerpo, junto a Jesús-Sol y a María-Estrella de las estrellas". ¡Nuevamente gracias, oh Dios! Recojamos ahora lo que queda de ella. Las flores que cayeron de su vestido, las ramas de olivo que se quedaron sobre su lecho y conservémoslas. Para algo servirán... Sí, servirán para proporcionar ayuda y consuelo a mis hermanos, que en vano estuve esperando. Tarde o temprano los encontraré.."
JUAN HABLA SOBRE LO QUE HA VISTO Y EXCLAMA:
POTENCIA PERFECTA DE LA
SABIDURÍA INFINITA DE DIOS
Recoge también los pétalos de las flores, entra en la habitación llevando todo en la falda de su vestido. Más atentamente se pone a ver la abertura del techo, y exclama: "¡Otro prodigio! ¡Otro milagro digno de Jesús y de María! Él como Dios resucitó, y con su querer hizo a un lado la piedra del sepulcro y con su poder subió a los cielos. Por Sí solo. A María, la Virgen, hija de un hombre, le abrieron los ángeles el techo para que subiera al cielo, y con su ayuda subió. El espíritu volvió al cuerpo de Jesús, cuando todavía estaba sobre la tierra, porque así debía ser, para acallar los gritos de sus enemigos, y para confirmar en la fe a sus seguidores. El espíritu regresó a María cuando su cuerpo santísimo estaba ya en los umbrales del paraíso, porque de otra cosa no necesitaba. ¡Potencia perfecta de la Sabiduría infinita de Dios!..."
RECOGE LAS COSAS DE LA HABITACIÓN DE MARÍA
Y LAS GUARDA
Juan recoge en un lienzo las flores, las ramas, las pone sobre la cubierta del cofre. Lo abre, coloca dentro la almohadita, la cobija de la Virgen; baja a la cocina, recoge otras cosas que empleó: el huso, la rueca, sus utensilios, y los pone con lo demás. Cierra el cofre y se sienta en el banco mientras monologa:
¡TODO LO QUE TENÍA QUE HACER ACABÓ AHORA!
"¡Todo lo que tenía que hacer acabó ahora! Me puedo marchar libremente, a donde el Espíritu de Dios me conduzca. Iré a sembrar la palabra divina que el Maestro me entregó para que la diese a los hombres. Su sacrificio, su misterio, su rito perpetuo, por el que hasta el fin de los siglos, podremos unirnos a Él por medio de la Eucaristía, y renovar la ceremonia, el sacrificio como nos dijo que lo hiciéramos. ¡Todo esto, un don del Amor eterno! Hacer que se ame al Amor para que crean en Él como hemos creído y creemos. Sembrar el Amor para que sea abundante la mies y la pesca del Señor. El amor todo lo obtiene, son palabras últimas de María, que me dijo, a mí antítesis de Iscariote, símbolo del odio, que no me parezco mucho a Pedro el impetuoso, a Andrés el plácido, a los hijos de Alfeo en santidad y sabiduría, además de su nobleza. Yo amo. Amo al Maestro y a su Madre, y me voy a esparcir el amor entre las gentes. Será el amor mi arma y doctrina. Con él venceré al demonio, al paganismo y conquistaré muchas almas. De este modo seguiré las huellas de Jesús y María, que fueron el dechado perfecto del amor en la tierra.
XI. 868-871.
A. M. D. G.