Esclavos Carmelitas Penitentes por Sacerdotes ECPS Aprobado por el Obispo y el Papa...
en España,
Francia, USA...
El Obispo Garmendia de New York entrega las Reglas de los ECPS al Papa Pablo VI. La Sra. Gladys Domínguez relata la historia de esta asociación. Esclavos Carmelitas Penitentes por Sacerdotes Quiero relatar ahora cómo comenzó el proyecto de los Esclavos Carmelitas Penitentes por Sacerdotes. Conchita González, una de las videntes de la Virgen de Garabandal en España, vivió en mi hogar durante un tiempo, hasta que se casó. Fue mi esposo quien la entregó en matrimonio. Conchita siempre ha mantenido una amistad muy estrecha con mi familia. Conchita nos decía con frecuencia que cuando se les aparecía la Virgen, siempre les recomendaba que orasen por los sacerdotes, para que no se fueran por el camino de la perdición. La Virgen siempre les recordaba que los sacerdotes necesitan muchas oraciones. Entonces me puse a pensar: "Ya tengo miles de personas que están rezando por la conversión de los comunistas en Cuba, pero me doy cuenta de que la Iglesia necesita muy urgentemente oraciones por los sacerdotes. De ahora en adelante voy a pedir a las personas que hagan su consagración, que acepten ser madrinas o padrinos de sacerdotes, y que recen cada cual por su sacerdote. Escogí el nombre de Esclavos Carmelitas Penitentes por Sacerdotes, porque me pareció que estas cuatro palabras indicaban bien el sentido de esta asociación. En una ocasión, mientras viajaba en avión a España, me puse a dibujar una insignia basada en el escudo de los carmelitas. Le añadí una corona encima y las palabras "Pax Christi." También añadí las letras E. C. P. S. (Esclavos Carmelitas Penitentes por Sacerdotes). Como se trataba de la Esclavitud Mariana según la doctrina de San Luis de Montfort, añadí también en el diseño una cadenas que indicaban esta esclavitud. Cuando llegamos a Madrid, fuimos a un taller donde hacían insignias para militares, y le pregunté al señor que atendía si allá me podían hacer una insignia sobre un dibujo que yo había hecho. Cuando le mostré el diseño, él me dijo que sí, que se podía hacer sin mayor dificultad. Nos pusimos de acuerdo en los colores y los tamaños, y al final le encargué que me hiciera dos insignias grandes y cincuenta pequeñas. Con esto ya tenía yo todos los elementos que necesitaba para la asociación de los ECPS. Durante este viaje a España conseguí también cuarenta Niños Jesús de esos tan bonitos que venden allá, y escribí unas tarjetitas con el nombre de varias parroquias del sur del Bronx: San Anselmo, San Atanasio, Santa Rita, etc. Hice también paquetes con rosarios y escapularios, uno para cada parroquia. Mi idea era que las parroquias hispanas del sur del Bronx pudiesen celebrar las "posadas" como es nuestra tradición, llevando al Niño Jesús de casa en casa. No haría falta preparar mucha comida ni hacer mucha fiesta en los hogares, pero sí dar ocasión a nuestra gente para que fuese de familia en familia llevando el Santo Niño ycantando nuestras canciones de Navidad tradicionales. Antes de llevar a cabo este proyecto de las "Posadas", me pareció bien consultar con el P. Garmendia, que ahora es Obispo aquí en Nueva York. El P. Garmendia era entonces párroco de la Iglesia Blessed Sacrament. Le hablé de este proyecto de las "Posadas," pero él no parecía muy entusiasmado. Me dijo que las parroquias tenían ya muchas otras devociones y no se podía esperar que todos los párrocos aceptasen bien esta idea.
Consulta con el Obispo Garmendia Le habé también al P. Garmendia de mi proyecto sobre los ECPS, pero él me dijo que esto era ya algo más delicado, que de todos modos los sacerdotes ya tienen sus monjas "capellanas" que rezan por ellos. En resumen, me vino a decir que mejor que me olvidase de los dos proyectos por entonces. Como a los tres o cuatro días, recibo una llamada del P. Garmendia: --Dígame, Gladys, ¿es que usted ha recibido recientemente alguna carta de los obispos de los Estados Unidos, o qué clase de comunicación tiene usted con ellos? Yo me quedé bien sorprendida, pues no sabía de qué me estaba hablando, o por qué me hacía estas preguntas. El me explicó que había recibido una carta de los obispos en la que se pedía que en las parroquias donde había muchos hispanos, se hiciesen las "posadas navideñas" llevando al Niño Jesús de casa en casa, y evitando que eso se convirtiera en una fiesta donde se bebiera licor y donde pudiera haber abusos. Exactamente lo que yo le había sugerido a él unos días antes. Para mí esto fue un gran milagro que obró la Virgen para llevar adelante su obra, como les relato más adelante. El P. Garmendia me pidió que le diese el Santo Niño que tenía preparado para su parroquia junto con el paquete de escapularios y rosarios. También me llamaron de inmediato algunos sacerdotes con los que yo había hablado sobre este proyecto, pidiéndome su Santo Niño y su paquete. --¿Ve usted cómo es la Virgen la que me inspira estos proyectos?--le dije yo medio en broma al P. Garmendia. Él me preguntó que cuál era el otro proyecto, y cuando le recordé lo de los Esclavos Carmelitas Penitentes por Sacerdotes me dijo que eso era más delicado y había que pensarlo muy bien. Me invitó a que fuese a su parroquia otro día para que pudiéramos hablar con calma sobre este proyecto.
Aprobación oficial de los ECPS A los pocos días fui a la Iglesia Blessed Sacrament con las insignias y con todos los documentos que tenía. Después de hablar sobre todo esto con el P. Garmendia, él me aconsejó que lo mejor sería registrar la asociación en la Archidiócesis, y hablar con alguno de los obispos auxiliares. --¿Y cómo hago yo para hablar con un obispo?—le pregunté al P. Garmendia. --Pues haga usted una cita por teléfono con su oficina, y le explica todo esto con detalle cuando se entreviste con él. Yo había comprado dos cálices que quería donar a la iglesia Blessed Sacrament, y con este pretexto llamé a la oficina del Obispo Ahern e hice una cita con él. En el día y a la hora convenidos llegué a su oficina. Recuerdo que era un día de mucha nieve. La secretaria me dijo que el Sr. Obispo estaba a punto de salir para una Misa que tenía que dar en un convento de monjas carmelitas. De todos modos, como yo había hecho la cita para esa hora, la secretaria fue a avisarle que yo había llegado. Cuando lo vi salir, le dije: --Le he traído aquí los dos cálices de que le hablé para que me los bendiga. Él tomó los cálices y me dijo que iba a entrar en su oficina un momento para bendecirlos. Cuando salió de nuevo le dije que también quería hablarle de una sociedad que estaba fundando, y que el P. Garmendia me había indicado que hablase con él a ver si podía registrarla en la Archidiócesis. Él me pidió que me sentase y que le explicase todo rápidamente porque tenía que salir de inmediato para el convento de las monjas. --Si no le importa-- le dije yo--, mejor se sienta usted y yo le explico todo brevemente, porque yo de pie puedo explicar mejor las cosas. Así que él se sentó, con su abrigo puesto y sombrero en la mano, y yo le hablé durante un rato de la Esclavitud Mariana según la doctrina de San Luis de Montfort, lo esencial sobre los ECPS, y el compromiso de los padrinos y madrinas de orar por la perseverancia de los sacerdotes, al mismo tiempo que el sacerdote se comprometía a orar por su madrina o padrino. Esto sería una buena manera de poner en práctica el dogma de la Comunión de los Santos. Parece que al Obispo Ahern le gustó la idea, y me dijo: --Mire, señora Domínguez, todo esto tenemos que ponerlo por escrito, con mucho cuidado. Hay que escribir unos reglamentos sobre lo que va a ser esta sociedad, los compromisos de los que entran en ella, y así podremos darle una forma legal. Usted tiene que presentarme todo esto, redactado en buen inglés, y si no hay ningún inconveniente, yo se lo firmo muy a gusto. Pero primero tiene que presentármelo todo en buen inglés. Volví a mi casa y me puse a trabajar inmediatamente en la redacción del reglamento de los ECPS en inglés. Cuando lo tuve todo dispuesto, fui a ver otra vez al Obispo Ahern y le entregué los documentos. Recuerdo que le hice entrega de estos documentos en los primeros días de diciembre de l975, y durante un año entero no recibí ninguna contestación del Señor Obispo. El día 8 de diciembre, fiesta de la Inmaculada Concepción, del año siguiente, yo estaba con las monjitas de la Madre Teresa celebrando esta fiesta, y fue el mismo Obispo Ahern quien vino a dar la Misa. Cuando me vio me dijo: --Señora Domínguez, hoy mismo he firmado los estatutos de la sociedad de los Esclavos Carmelitas Penitentes por Sacerdotes. Pero pienso que hay algo importante que tenemos que cambiar. Me explicó que no le parecía bien usar la palabra "slave" (esclavo), que era una palabra demasiado fuerte, y no sonaba bien en Estados Unidos. Yo le dije que esa era exactamente la palabra que usaba San Luis de Montfort, y por eso era el uso de las cadenas, pero él insistió que sólo podía firmarme los estatutos si la palabra "slave" se cambiaba por "servant." Para mí la palabra "esclavo" es fundamental para entender la doctrina de San Luis de Montfort, le insistí que era muy diferente ser "esclavo" y ser "siervo" de María y al final le dije al Señor Obispo que sería mejor dejar las cosas como estaban, que quizá más adelante vendría otro obispo que vería las cosas de otra manera. El Obispo Ahern se quedó pensando un poco y me dijo: --Mire, vamos a hacer una cosa: En español lo dejamos como "esclavos" y en inglés lo traducimos como "servants." Y así es como ha quedado hasta ahora: "Esclavos" en español y "Servants" en inglés. Después de la Misa yo salí corriendo para la oficina del Señor Obispo a recoger los documentos ya firmados. Yo me encontraba muy feliz porque ya tenía las puertas abiertas para propagar esta sociedad y la devoción a María por los cinco continentes, como me había dicho el P. Graham de los Padres Montfortianos. Le di muchas gracias al P. Garmendia porque seguramente sin su ayuda y consejos nunca se hubiera llevado a cabo la sociedad de los Esclavos Carmelitas Penitentes por Sacerdotes.
Crecimiento de los ECPS Al principio sólo tenía unas tarjetitas con números que entregaba a los que se consagraban y se hacían padrinos o madrinas. A los sacerdotes les daba el nombre de sus madrinas y padrinos, para que orasen por ellos. Más adelante se me ocurrió que ya que teníamos el escudo de los ECPS, podíamos hacer unos certificados, que quedaron muy bien. Los Esclavos Carmelitas Penitentes por Sacerdotes han ido creciendo rápidamente, y hoy tenemos 28,000 miembros: 14,000 sacerdotes (incluyendo obispos, cardenales y los tres últimos Papas), y 14,000 madrinas y padrinos, de los cuales 7,000 son monjas y el resto son hermanos religiosos, diáconos y laicos. Creo que el P. Grahan puede estar contento de que le tomé la palabra, pues en los cinco continentes se encuentran ahora miembros de esta asociación que han hecho su consagración a la Virgen. Aunque yo no he podido viajar por los cinco continentes, sí que he tenido oportunidad de viajar con frecuencia por Europa y por todo América, y por todos los lugares he llevado la devoción a la Virgen, y he buscado miembros para los Esclavos Carmelitas.
Algunos casos reales La oración de estos padrinos y madrinas ha obrado verdaderas maravillas, y quiero relatarles algunos ejemplos de sacerdotes que se han salvado por medio de sus padrinos y madrinas. Ha habido sacerdotes que han vuelto al ministerio después de haberlo dejado durante quince años. Tenemos sacerdotes que se han casado y después de años han decidido volver otra vez a su trabajo sacerdotal. Ha habido también seminaristas que abandonaron el seminario, pero gracias a las oraciones de estos padrinos y madrinas regresaron al seminario y llegaron a ser sacerdotes. Recuerdo que en una ocasión, un Padre franciscano de un monasterio de New Jersey me envió una larga lista de sacerdotes para que los inscribiera en la asociación de los Esclavos Carmelitas, y en la nota que me enviaba con la lista me decía que el último nombre correspondía a un Padre que acababa de dejar el ministerio. Le di la lista a mi secretaria para que inscribiese a los Padres en la asociación , pero le dije que no inscribiese el último nombre porque ya no estaba entre los religiosos. La verdad es que no sabía qué hacer con él, pues no tenía nada previsto para sacerdotes que se habían ido. Me puse a meditar y a orar, y tomé en mis manos la Imitación de Cristo de Tomás de Kempis. Leí unas palabras que decían más o menos: "Estoy esperando toda una vida que un pecador vuelva." Me fui corriendo donde estaba mi secretaria y le dije: --¿Tenemos todavía alguna madrina que sea realmente buena y que todavía no tenga sacerdote? Porque tenemos un caso muy urgente. Mi secretaria me dijo que teníamos una señora que la iban a operar en unos días, que era un alma muy santa, siempre vestía el hábito marrón de los carmelitas, como lo hago yo. --Dale inmediatamente al P. Francisco (éste era el último nombre de la lista)-- le dije yo,-- y vamos a llamarla por teléfono y decirle si ella se puede encargar de este Padre. Esta señora aceptó al P. Francisco con mucha ilusión, y me dijo que iba a ofrecer todos los dolores de la operación de hígado por el retorno de este Padre. La operaron un lunes, y el miércoles me llamó el Padre franciscano que me había enviado la lista y me dijo: --Señora Gladys, tengo que darle noticias muy buenas sobre el P. Francisco. ¿Sabe usted que ha regresado al monasterio? Ha llegado esta mañana, venía enfermo y estaba llorando. Decía que había sentido una fuerza muy grande que lo empujaba otra vez al monasterio, que él tenía que regresar a su comunidad. En este monasterio estamos todos muy contentos celebrando el retorno de nuestro hermano, pues en verdad era un religioso muy bueno y un gran predicador. Lo vamos a enviar a un lugar donde pueda descansar y reponerse, antes de que se integre otra vez en el ministerio. Este Padre me dijo también que si yo estaba de acuerdo, iba a poner mi nombre y el nombre de los Esclavos Carmelitas en el boletín de los franciscanos, para que los Padre que deseen tener padrino o madrina, sepan a donde dirigirse. Y también que iba a escribir lo sucedido con el P. Francisco. Esta publicación de los Padres franciscanos va por los cinco continentes, y esto me ayudó mucho a conseguir sacerdotes y madrinas de todo el mundo.
Voy a contarles también lo que sucedió con otro religioso. Él era un Padre muy dedicado al apostolado, que iba por las parroquias y otros centros con un proyector dando películas sobre el Sagrado Corazón de Jesús y predicando esta devoción tan hermosa. Yo conocía personalmente a este Padre, y con frecuencia le regalaba láminas del Sagrado Corazón de Jesús para que las entronizara en las casas. Toda la gente lo quería mucho. Pero sucedió que un día este Padre se encontró a una "serpiente infernal" (yo llamo así a las mujeres que seducen a los sacerdotes) y él abandonó su sacerdocio y se casó con ella. Después me enteré de que esa señora había tenido siete esposos, y el último había terminado suicidándose. Como les digo, yo conocía mucho a este Padre, y como él sabía que yo hacía escapularios, él me daba a veces hábitos religiosos viejos, que yo aprovechaba para confeccionar los escapularios. Un día llegó a mi puerta este Padre y me dijo: .—Señora Gladys, tome este hábito para que haga escapularios. --Pero este hábito está nuevo-- le dije yo. --Mire, éste es mi hábito, pero ya no me va a hacer falta, porque yo he dejado el sacerdocio y me voy a casar. --¿Cómo va a ser esto? ¿Qué clase de locura le ha dado a usted? O quizá es una broma que usted me está tomando. Pero él me dijo que no era ninguna broma, que todo estaba decidido, y que en dos días más salía para las Cataratas de Niágara a la luna de miel. Me dijo que rezase por él, y le prometí que sí iba a orar mucho por él y por la mujer con quien se había casado. También le dije que tuviera mucho cuidado no muriese en esa situación, pues se iría al infierno. Él me aseguró que no se podía condenar porque llevaba puesto su escapulario. Se fue este Padre y me dejó su hábito. Yo le dije a mi secretaria que no íbamos a usar este hábito para hacer escapularios, sino que lo íbamos a lavar y planchar, y lo íbamos a guardar en una caja, porque yo tenía la esperanza de que un día volvería a llamar a mi puerta a pedirme otra vez su hábito. Me puse a buscar una madrina muy especial para este sacerdote, y encontré una señora que era presidenta de la Legión, muy envuelta en el apostolado. Esta señora sufría mucho por problemas de familia, y además tenía un hijo anormal que necesitaba su atención día y noche. Hablé con esta señora y le pregunté si aceptaba ser madrina de este Padre que había abandonado su ministerio. Cuando se trata de Padres que han dejado su ministerio, yo les explico a las madrinas cuál es la situación, y les digo que estos Padres no van a rezar por ellas ni van a ofrecer la Santa Misa por ellas hasta que no regresen, y después les pregunto si están de acuerdo con estas condiciones. Esta señora me dijo que sí aceptaba ser madrina de este Padre, y que iba a ofrecer todos sus sufrimientos para el retorno de este religioso. Recuerdo que el Obispo Graziano, que era también amigo mío, vino un día por mi casa y me dijo que sabía que aquel Padre había dejado conmigo un hábito nuevo, que ese hábito le vendría bien a alguno de los seminaristas nuevos, y que él me lo cambiaría por un hábito viejo para que yo pudiera hacer escapularios.Yo le dije al Señor Obispo que lo sentía, pero que no le podía entregar ese hábito, porque yo lo tenía bien doblado y guardado en una caja, pues tenía fe de que este Padre iba a regresar. El Obispo Graziano me aseguraba que no iba a ser así, que ese Padre se había casado y que no había nada que esperar. Como a los seis meses, un hombre vino a llamar a mi puerta. Yo me asomé a la mirilla y me quedé asombrada porque aquella persona estaba tan flaca y tan demacrada que parecía un esqueleto. Pero reconocí al Padre que me había dado su sotana hacía unos meses, y le hice pasar. Apenas tuvo tiempo de saludarme y me pidió que le devolviese su hábito. --Pero usted me dijo que lo cortase en trocitos para hacer escapularios,-- le dije yo bromeando. --Yo sabía que usted no lo iba a cortar, --me contestó él--. Yo sabía que me lo iba a guardar porque usted tenía fe en que iba a regresar. Quiero que me dé el hábito, porque ahí afuera está el superior de mi orden, que me ha acompañado hasta aquí a recogerlo. Entonces este Padre me relató la triste experiencia que había tenido con aquella mujer, a la que describía como "un demonio salido del infierno... las cosas que decía por aquella boca... sólo faltaba que le saliese fuego." Me contó cómo tuvo que divorciarse porque si no tenía miedo de que se iba a volver loco. Yo le conté lo que nosotros habíamos hecho para que volviese, las oraciones y sacrificios, y le di el nombre de su madrina. Antes de volver a su ministerio sacerdotal, este Padre tuvo que pasar un período largo de prueba y de purificación. Él a veces me llamaba por teléfono desde el monasterio donde estaba residiendo, y me decía que a él no le permitían hablar con nadie por teléfono, sólo conmigo hacían una excepción. Me describía cómo él se veía muy humillado, no podía decir Misa, se pasaba el tiempo barriendo y limpiando los suelos. Creo que él quería que yo le hablase al Obispo Graziano para que lo sacasen pronto de allí. Pero yo le decía: --Mire, Padre, lo que usted hizo fue escupirle a Cristo en la cara. Quién sabe cuántas almas habrá llevado usted al infierno. A usted tendrían que castigarlo más duro de lo que lo están haciendo ahora. Cuanto más sufra usted, mejor. Así se purifica antes. Y él se quedaba callado. A veces yo hablaba con el Obispo Graziano y le preguntaba qué iba a pasar con este Padre. Él me decía que no me preocupase, que pronto terminaría su prueba y comenzaría su ministerio en algún lugar lejano de aquí. Así es como sucedió, y él lleva muchos años ahora muy feliz en su ministerio. Les relato estos ejemplos para que vean el poder de la oración, y lo importante que es orar por nuestros sacerdotes. La Virgen Santísima quiere mucho a los sacerdotes, y en todas sus apariciones siempre nos pide que oremos por ellos. Sin los sacerdotes, la Iglesia no tendría vida. No tendríamos quien bautizase a nuestros niños, quien absolviera nuestros pecados, quien nos preparase con los últimos sacramentos. Y sobre todo, no tendríamos quien hiciese bajar a Nuestro Señor Jesús a vivir entre nosotros en el Sacramento de la Eucaristía. Yo no creo que haya una manera mejor de "rescatar" a uno de estos sacerdotes que han abandonado su ministerio, que por medio de la consagración de San Luis de Montfort, dentro de los Esclavos Carmelitas Penitentes por Sacerdotes. Por medio de esta consagración, la persona entrega a la Santísima Virgen todo lo que tiene y todo lo que es, su voluntad, su capacidad de trabajo, su libre albedrío. Y esta entrega se hace con un documento y con una firma. La Virgen recibe este don y lo aplica a la salvación de las almas, en especial a los sacerdotes que están en peligro de perder su vocación.
Me viene a la memoria ahora otro caso que sucedió hace muchos años, creo que todavía yo no estaba casada, y que nos enseña también el poder y la excelencia de la Esclavitud Mariana. En una ocasión llegó un sacerdote de Costa Rica a dar una misión en la Iglesia de la Virgen de Guadalupe en Manhattan. Después de una de sus pláticas, yo le esperé en la parte de atrás de la iglesia para saludarlo. Le dije que yo también era de Costa Rica, y le hablé de mi intención de entrar en un convento de carmelitas, y cómo no podía hacerlo mientras mi mamá estuviese en vida. Así seguimos hablando, y él me contó su vida. --Yo fui un monje cartujo durante muchos años en Alemania. Yo tuve la oportunidad de hacer buenos estudios en mi juventud y tenía una buena posición social, pero mi ilusión había sido hacerme religioso y retirarme por entero del mundo, y para ello escogí un monasterio de cartujos en Alemania. Allá vivía en paz y contento, cuando se declaró la guerra mundial. Nos avisaron que teníamos que dejar la cartuja, porque nuestra vida estaba en peligro, sobre todo para los que no éramos alemanes. A los pocos días de salir yo del monasterio, oí que habían entrado los soldados nazis y habían matado a todos los que todavía se encontraban allí. Dios tenía otros planes para mí, y después de andar por varios países, ahora soy monseñor y me dedico a dar charlas y retiros en las iglesias. Me animó a que siguiera rezando para que la Virgen abriese el camino de mi vocación religiosa, teniendo siempre fe en que, si este no era el destino que Dios tenía preparado para mí, la Virgen se encargaría de llevarme siempre de su mano. Yo le agradecí al Padre sus consejos y me despedí de él. Al final me preguntó que para dónde iba, y yo le dije que a mi casa. Él me dijo que tenía que ir a un monasterio de monjas clarisas en un lugar que se llamaba el Bronx, y que estaba muy confundido con los trenes que tenía que tomar. Yo le di unas indicaciones y me fui para mi casa. Cuando estaba yo en la estación del "subway" esperando el tren, vi a la otra parte de los andenes a este mismo Padre, y me di cuenta de que iba a coger un tren equivocado que lo iba a llevar a Brooklyn. Crucé la estación a toda prisa y justo tuve tiempo de detenerlo cuando iba a montar en el tren. Le dije que tenía que pasar al otro andén y tomar el tren para el Bronx. Me di cuenta de que este Padre estaba bien confundido con los trenes, y por fin me dijo: --¿No podría usted venir conmigo hasta el Bronx? Yo creo que por mi cuenta no voy a llegar nunca. Le contesté que eso me caía muy fuera de camino, pero que podía hacerlo con una condición, y era que durante todo el viaje me dejara hablarle de la consagración a María y de la Esclavitud Mariana. Él aceptó mi propuesta y me dijo que me sentase a su lado y que podía hablarle de esta devoción hasta que llegásemos al Bronx. Y así recuerdo que pasé en el tren como una hora, gritando bien duro por el ruido del tren. Le hablé de San Luis de Montfort, de la entrega completa que se hace con la Esclavitud, de lo que es la Legión, de las actividades que hacíamos aquí en las parroquias... hasta que llegamos a la última estación donde él se tenía que bajar. Le indiqué dónde tenía que tomar el autobús, él me agradeció mi compañía y todo lo que yo le había hablado de la Virgen, y se despidió de mí "seguramente hasta que nos veamos en el cielo." Pasaron muchos años, y un día me encontré con un muchacho
seminarista que estaba de viaje para Costa Rica. Le pedí que me llevase un
libro de las obras de San Luis de Montfort a este monseñor en Costa Rica.
Cuando este seminarista hojeó el libro me dijo: Le dije que no importaba, que ya me conseguiría otro. ¿Cómo iba a ser que yo estaba en Nueva York buscando siempre personas que hiciesen la esclavitud mariana, y en mi país, Costa Rica, esta devoción era casi desconocida? El muchacho se llevó los libros y se los entregó a este monseñor. Pasó mucho tiempo, y un día cayó en mis manos por casualidad un periódico de Costa Rica. Comencé a leer la sección religiosa y encontré algo tan extraño que no podía dar crédito a mis ojos. Vi un recuadro que decía: "Mañana se reunirán las Damas de la Archidiócesis con Monseñor (y aquí venía su nombre) para hablar de la devoción a la Santísima Virgen según la doctrina de San Luis de Montfort y de la Esclavitud Mariana." De verdad que yo leía esto una y otra vez y no podía creerlo. ¿Cómo es que la Virgen había hecho esta maravilla, que por una vez que yo estuve hablando de esta devoción con un sacerdote en un tren del Bronx, ahora se había extendido esta devoción por todo Costa Rica? Más tarde me enteré de que este monseñor había llegado a ser arzobispo de San José, y yo le mandé un telegrama de enhorabuena. Estoy convencida de que llegó a ser arzobispo y a ser un hombre muy santo por la devoción que desarrolló a la Esclavitud Mariana. También sé que esta devoción se extendió mucho en Costa Rica gracias a los esfuerzos de este monseñor. Ejemplo de Juan Pablo II Tenemos también el ejemplo del Papa Juan Pablo II, que nos enseña lo grande que es esta devoción. Cuando él era un muchacho joven en Polonia, a finales de los años treinta, era muy aficionado al teatro, y hasta escribió un librito de cómo actuar en el escenario. Él todavía no pensaba en hacerse seminarista y llegar a ser sacerdote. Un compañero suyo le dio un librito que se titulaba El Secreto de la Verdadera Devoción de San Luis de Montfort, y él lo leyó y lo releyó hasta que casi lo aprendió de memoria. Por entonces corrían tiempos muy difíciles, y los soldados nazis molestaban mucho a los muchachos qu eran católicos practicantes. El joven Woytila sabía que su vida estaba en peligro y quizá fue por eso que le impresionó tanto el librito de San Luis de Montfort. Se dio cuenta de que si se entregaba por entero a la Virgen, si se ponía por entero en las manos de su Madre María, ella lo iba a proteger de cualquier clase de peligro, y él no tendría nada que temer. Para entonces habían muerto los padres del joven Woytila, y la Virgen lo recibió bajo su manto de una manera muy especial cuando hizo esta consagración, y lo llevó de su mano hasta ser sacerdote, obispo, y finalmente Papa. Para mí, ha sido el Papa más santo que hemos tenido. Juan Pablo II tiene escrito en su escudo "Totus Tuus" que quiere decir en latín "Todo Tuyo" porque él es enteramente de María. Él hizo en una ocasión una reunión en Roma a la que acudieron miles de sacerdotes y obispos de todo el mundo. También acudió a esta reunión la Madre Teresa. El Papa habló de la Esclavitud Mariana, y dijo que todos los sacerdotes debieran hacer esta consagración para asegurar la perseverancia final. Y es que si nosotros ponemos en las manos de María todo lo que somos, nuestra voluntad, nuestro libre albedrío, ella entonces se hace responsable de todo lo que suceda en nuestras vidas. Es verdad que mientras estamos en el mundo podemos caer, porque todos somos débiles y pecadores, pero María también se va a encargar de que nos levantemos, a la buena o a la mala, por medio de sufrimientos y purificaciones bien duras, pero ella termina levantándonos.
Muchacho que murió de SIDA Una vez tuve un amigo, un muchacho que entró en la Legión y lo queríamos mucho porque era muy entregado. Él se había consagrado a la Virgen. Un día alguien vino y me dijo: --Mire, Gladys, este muchacho es homosexual. Él parece que se arrepintió de todo su pasado y ha cambiado de vida, pero quizá le quede algo de tendencias homosexuales. Quizá no convenga que siga en la Legión. Pero le contesté que era mejor dejarlo todo en manos de la Virgen, que tampoco lo podíamos apartar de la Legión porque tuviese tendencias homosexuales. Además San Luis de Montfor siempre decía que todos, absolutamente todos, podemos ser santos. Por otra parte, este muchacho estaba muy bien preparado y nos ayudaba mucho. Él se encargaba de preparar todos los certificados y otros documentos. Sucedió que un día este muchacho desapareció y por mucho tiempo no supimos de él. Después nos enteramos de que había vuelto a su vida de homosexual y a consecuencia de esto se había contagiado con el SIDA. Este muchacho volvió a la Legión y pidió hablar conmigo. Cuando yo lo vi estaba muy demacrado, y se veía que la enfermedad estaba ya muy avanzada. El estaba muy arrepentido de todo, y me dijo: --Dios me dio una oportunidad, Gladys, pero yo la desaproveché. Ya no tengo remedio. --No digas eso--le dije yo. --La Virgen nunca te va a dejar de la mano. Tú te consagraste del todo a ella, y ella es tu Madre. Aquel muchacho cambió otra vez de vida, y se entregó del todo a Dios y al servicio de María. Hizo mucho apostolado entre los enfermos de SIDA, los visitaba en los hospitales, y los preparaba en sus últimos momentos. Estoy segura de que muchos de estos enfermos se reconciliaron con Dios gracias a los esfuerzos de este muchacho. El también estaba muy enfermo y la verdad es que no duró mucho tiempo. Cuando murió vino muchísima gente al funeral, y el Padre que ofició la Misa dijo estas palabras en su homilía: "Hoy estamos enterrando a un verdadero santo." Es verdad que vivió como pecador, pero murió en gracia de Dios y en las manos de su Santísima Madre.
The House of Love (La Casa del Amor) Ahora que hablo del SIDA quiero contarles también algo relacionado con esta terrible enfermedad. Esto sucedió hace unos nueve años más o menos. Una de las bendiciones más grandes que Dios me ha concedido en esta vida, ha sido trabajar con la Madre Teresa. Ella misma fue la que me impuso, junto con mi esposo y con Conchita de Garabandal, la cruz por la que nos hacíamos miembros de su congregación. Conmigo usó la misma cruz pectoral que yo siempre llevo conmigo. Yo le pedí que me impusiera una de sus cruces, que son más pequeñas, pero ella me dijo con mucho sentido: "Gladys, la cruz es siempre la cruz." He tenido la dicha de pasar horas muy agradables con la Madre Teresa y con sus religiosas aquí en el Bronx. Los seminaristas que se preparan para ser sacerdotes de la congregación de la Madre Teresa, llevan una vida muy estricta, y no se les permite visitar familias, pero con nosotros hacían una excepción y a veces venían por nuestra casa y pasábamos la tarde orando y platicando en agradable compañía. Un día me dijo uno de estos Padres que trabajaba con la Madre Teresa: --¿Por qué no hace usted una visita a "House of Love y les habla a los enfermos sobre la devoción a María y la Esclavitud Mariana? "The House of Love" es la casita que la Madre Teresa fundó para cuidar a los enfermos terminales de SIDA. Es una casita de tres pisos en el Village, donde la ciudad de Nueva York envía a enfermos de SIDA de las cárceles, cuando están ya desahuciados, a que pasen sus últimos días. Las monjas de la Madre Teresa se encargan de cuidarlos. Tienen una capilla muy bonita, y hay sacerdotes que dan Misa y otros servicios religiosos. Yo le dije a este Padre, que sí, que estaba dispuesta a hablar con estos enfermos sobre la devoción de San Luis de Montfort, y lo haría muy a gusto. El Padre me había explicado que los sacerdotes y las monjas no podían hablar de religión, pero sí podían tener servicios religiosos para los que quisieran asistir. Por lo visto, como yo no era religiosa, sí podía hablar libremente de religión con los enfermos. Así que me decidí a ir, y llevé conmigo unos cuantos "pasaportes" (más adelante explicaré qué son los "pasaportes") por si acaso podía usarlos. Llegué a la casa y subí a un saloncito pequeño donde estaban reunidos la mayoría de los enfermos. Todas las ventanas estaban herméticamente cerradas, porque cualquier clase de resfrío puede ser mortal para ellos. Eran once enfermos y estaban sentados en un círculo. Entré, los saludé, y les dije quién era. Les tendí la mano, pero ninguno me la tomó. Yo creo que ellos se quedaron bien extrañados y no comprendían por qué había ido yo a visitarlos, cuando nadie, ni amigos ni familiares, venían a hacerles visitas. Yo me quedé parada en medio del salón y no sabía qué hacer. Entonces me puse a hablar con la Virgen (ustedes saben que podemos hablar con la Virgen sin teléfonos ni larga distancia. Basta con cerrar los ojos y decirle uno a la Virgen lo que quiere) y le dije: "Yo he venido aquí con muy buena voluntad para hablarles a estos enfermos del amor que tú les tienes, pero parece que ellos no quieren recibirme, así que yo me voy de aquí." Pero en ese mismo momento yo sentí un amor muy grande por todos ellos, que no sé cómo explicarlo, pero deseaba correr y abrazarlos y besarlos. Al mismo tiempo todos aquellos enfermos se pararon como si tuvieran resortes y vinieron todos a donde yo estaba. Todos me abrazaban y me decían: "Venga por aquí, siéntese con nosotros aquí." Y yo decía para mí: "Ay, Dios mío, ¿qué es lo que está pasando? Esto sí que es un milagro de la Virgen y del Espíritu Santo." Así que yo me senté en medio de ellos y comencé a hablarles del amor que Dios y su Santísima Madre les tenían, que aunque ellos se sintiesen rechazados por amigos y familiares, su Madre del cielo nunca los iba a abandonar. Después hablamos del cielo y del infierno. Y yo les pregunté: --¿Ustedes a dónde quieren ir, al cielo o al infierno? Ellos me dijeron que el cielo no estaba hecho para ellos, y en cuanto al infierno, ellos ya estaban viviendo en el infierno hacía años. Yo les respondí que el infierno era mucho más terrible que todo lo que ellos estaban sufriendo ahora, que su enfermedad y sus dolores eran la purificación que Dios les estaba enviando por todos los pecados de su vida. Al final les dije: --Yo creo que Dios me ha enviado a ustedes para que les hable del "pasaporte" que ustedes necesitan para ir al cielo. --¿Y qué es eso del "pasaporte"?—me preguntaron ellos. Yo les expliqué que era una consagración que uno hace a la Virgen, y que hay que hacerlo delante del Santísimo Sacramento, con un sacerdote como testigo. Les dije que una vez que hiciesen esta consagración, podían estar seguros de su salvación eterna. Ellos me pidieron que les diese una copia del "pasaporte" para firmarla allá mismo, pero yo les indiqué que eso no era así, que solamente los que ya eran católicos podían hacer esta consagración, y que tenían que hacer antes una buena confesión. Después tendrían que pasar una temporada de preparación y de reflexión con un sacerdote, y al final firmar el documento delante del Santísimo Sacramento. De los once enfermos, sólo había dos católicos, pero hacía mucho tiempo que no practicaban su religión. Los demás eran de otra religión o no tenían ninguna religión. Pero la Santísima Virgen hizo un milagro, y todos me dijeron en ese primer día que querían hacerse católicos para poder firmar el pasaporte. Cuando, después de despedirme de ellos y prometerles que iba a seguir viniendo, bajé al piso inferior, todas las monjitas estaban esperando y me preguntaron ansiosamente que cómo había ido mi visita. Pueden imaginarse la alegría de esta religiosas al saber que todos estaban dispuestos a hacerse católicos. Inmediatamente comenzaron a hacer planes para que los Padres y los seminaristas instruyeran a estos enfermos en la fe católica. Los nueve enfermos que no eran católicos se bautizaron y todos ellos recibieron la Eucaristía y el sacramento de la Confirmación. Yo seguí visitándolos, les llevaba helados y frutas, y hacíamos una pequeña fiesta cada vez que me juntaba con ellos. Cuando sabían que yo iba a llegar, salían a las ventanas a saludarme con sus pañuelos. Les compré una imagen de la Virgen de Fátima, que instalamos en un corredor. También les conseguí a cada uno una imagen pequeña de la Virgen con el Niño, para que la pusiesen en la mesilla de noche, y un anillo con una cruz. Les encargué que besasen esa cruz que llevaban en la mano cuando viesen que estaba llegando la hora de dejar esta vida y entrar en la Casa del Padre. Todos estos enfermos hicieron la consagración a la Virgen. Algunos estaban muy débiles y el Padre les decía que firmasen el documento en la cama, pero ellos insistían en hacerla arrodillados frente al altar del Santísimo. Todos ellos fueron padrinos de sacerdotes, y yo avisé a los sacerdotes sobre la situación especial de sus padrinos. Estos enfermos me hicieron una tarjeta postal enorme, decorada con toda clase de dibujos y colores, y escribieron esta hermosa frase: "Gracias, Señora Gladys, por ayudarnos a ir al cielo." Todos firmaron esta postal. Poco a poco fueron muriendo estos once enfermos. Cada vez que moría uno, las monjitas de la Madre Teresa me avisaban: "Ha muerto Matthew... ha muerto John..." Y yo ponía una crucecita delante de cada nombre en la tarjeta. Esta tarjeta era algo muy especial para mí. La coloqué en una de mis ventanas, y cada noche rezaba por cada uno de ellos, segura de que estaban ya en compañía de Jesús y de su Santísima Madre. Desgraciadamente, perdí esta tarjeta, junto con otras cosas de gran valor para mí cuando las aguas del mar entraron en mi casa durante una gran tormenta.
El Papa bendice a los ECPS Como ya he dicho, el P. Garmendia, que tanto me había ayudado cuando era párroco de Blessed Sacrament, es ahora obispo en Nueva York. Para mí y para todos los que le conocemos, es una persona muy humilde y un verdadero santo. Sucedió que en una ocasión el Obispo Garmendia viajó a Roma junto con el Cardenal Cooke y todos los obispos auxiliares. El Obispo Garmendia habló con el Cardenal, a ver qué le parecía si le presentaban al Papa Pablo VI un certificado con una madrina para el mismo Santo Padre. Al Cardenal Cooke (que también pertenecía a la asociación) le pareció bien la idea, y cuando estaban en la audiencia con el Santo Padre le hablaron de esta asociación y le presentaron su certificado. El Papa tomó en sus manos el certificado, y el Obispo Garmendia le explicó los frutos que se estaban consiguiendo con ella. Yo conservo una fotografía del Papa Pablo VI, con el certificado en sus manos, escuchando atentamente las explicaciones del Obispo Garmendia. El Papa se ve ya muy enfermo, pues esto sucedió tres meses antes de su muerte. El Señor Obispo me contó que el Papa se conmovió mucho cuando le explicaron lo que era la asociación de los ECPS, y las lágrimas le rodaban por las mejillas. El se volvió a los obispos y les dijo: --Esto es lo que necesita la Iglesia en estos tiempos tan difíciles. Yo doy mi bendición a la Sra. Domínguez y a todos los miembros que pertenecen a esta asociación, y a todos los que van a pertenecer en el futuro. El Papa llamó a uno de los monseñores que estaban atendiendo en la audiencia, y le dio una orden. Al poco tiempo apareció este monseñor con un sobre blanco grande, que estaba lleno de rosarios de nácar, de medallas, y de estampas religiosas, y se lo entregó al Obispo Garmendia diciéndole: --Esto es para la señora que ha fundado esta asociación, para que lo reparta entre los miembros. Tan pronto como el Señor Obispo llegó de Roma me llamó y me dijo que tenía algo muy especial para mí. Cuando él me entregó el sobre, le pregunté qué había dentro, y él me dijo que no sabía, que era algo que el Santo Padre le había dado para mí. Yo me emocioné muchísimo cuando vi los rosarios tan hermosos y las fotografías del Papa. Pero sobre todo me dio mucha felicidad el saber que nuestra asociación había conseguido la bendición del Santo Padre. Una de las primeras cosas que hice después de esto fue localizar al P. Graham en un directorio para sacerdotes, y ponerle al tanto de todo lo que había pasado últimamente con la asociación. Le mandé también su madrina, y al mismo tiempo mandé madrinas para muchos de los Padre Monfortianos que estaban con él. Yo tengo que agradecerle mucho al P. Graham, pues él fue el que me apoyó mucho cuando yo estaba bien confundida, y el que me explicó que la Esclavitud Mariana no era sólo para unas pocas almas elegidas, sino para todos los católicos. Gracias a él hemos conseguido miles de almas en los cinco continentes que se han entregado por entero a María. Yo creo que esto es parte de la profecía de San Luis de Montfort, de que al final de los tiempos aparecería una gran cantidad de almas, "un batallón de almas," que salvarían al mundo de la perdición final. Yo tengo fe de que ahora se está cumpliendo esta profecía.
Privilegios de los miembros de los ECPS Uno de los privilegios de los miembros de la asociación de Esclavos Penitentes por Sacerdotes, es que tienen derecho a siete Misas Tolentinas cuando fallecen, tanto los sacerdotes como los padrinos y madrinas. Las Misas Tolentinas se llaman así por S. Nicolás de Tolentino, un santo agustino. En una aparición, la Virgen prometió a S. Nicolás que si él decía siete Misas por un difunto durante siete días seguidos en el mismo altar, el alma de ese difunto saldría inmediatamente del purgatorio para el cielo. Y este santo vio a las almas salir para el cielo al acabar el septenario. Cuando yo oí hablar de las Misas Tolentinas me dije que ésta era una manera excelente de asegurar que los miembros de nuestra asociación tuviesen la perseverancia final: en la vida, con la consagración de S. Luis de Montfort; y en la muerte, con las Misas Tolentinas. Al principio se me hizo difícil conseguir sacerdotes que se comprometiesen a decir estas Misas durante siete días seguidos –incluidos domingos--, hasta que me puse en contacto con un convento de religiosos agustinos recoletos en Monteagudo, en España. En este convento se encuentran retirados muchos sacerdotes ancianos, y ahora siempre encuentro Padres que están dispuestos a dar estas Misas. También aquí en el Bronx, en la Iglesia de St. Thomas, el Señor Obispo Garmendia dice una Misa el día 8 de cada mes por todos los miembros de la asociación de ECPS, tanto vivos como difuntos. De esta manera queremos asegurarnos de que hacemos todo lo posible por la salvación de los que pertenecen a esta asociación. Pero a parte de esto, yo estoy segura de que toda persona que se ha entregado por entero a María, ella no va a permitir que esa alma se pierda, y la va a ir llevando de su mano hasta que llegue el momento en que su hijo Jesucristo diga a esta alma: "Entra en el gozo del Padre."
Consiguiendo padrinos y madrinas Una vez que teníamos todos los elementos de la asociación (insignias, estatutos redactados en inglés y en español, aprobación por la Archidiócesis de Nueva York, bendición del Santo Padre) lo urgente era conseguir padrinos y madrinas para los sacerdotes. Conseguir sacerdotes para la asociación nunca ha sido difícil. ¿A qué sacerdote no le va a gustar que le "regalen" las oraciones de una persona que se dedica por entero a orar por su perseverancia? Es como si a usted le regalan un diamante de gran valor, usted no lo va a despreciar, claro está. Además los sacerdotes entienden qué es el dogma de la Comunión de los Santos, por la cual nosotros podemos comunicarnos unos a otros los méritos de nuestras buenas obras y oraciones, de modo que cualquiera de nosotros podemos ayudar espiritualmente a una persona que vive, por ejemplo, en Australia, aunque no la conozcamos. Y de la misma manera, esa persona puede ayudarnos a nosotros. Los superiores de religiosos en Roma con frecuencia me envían los nombres de los religiosos que ha pedido abandonar la orden, o que están en proceso de hacerlo. También me envían nombres de Padres que están enfermos o están pasando por problemas o dificultades. Conseguir sacerdotes, como les digo, no ha sido difícil. La dificultad está en buscar padrinos y madrinas. Al principio yo conseguía los padrinos y madrinas cuando daba charlas en las iglesias. Si acudían cien o ciento cincuenta personas, había siempre veinte o treinta que hacían la consagración de San Luis de Montfort y que estaban de acuerdo en patrocinar a un sacerdote. Déjenme decirles que en realidad se exige bien poco para hacer esta consagración y patrocinar después a un sacerdote. La persona tiene que estar en gracia de Dios, se compromete a ir a Misa todos los domingos (al fin y al cabo ésta es una obligación de todos los católicos), y rezar tres Ave Marías todos los días. Es bien poco, pero sabemos que una vez que alguien se consagre a la Virgen, ella va a conducir esta alma por los senderos de su propia santificación, sin que haya que imponerle muchas obligaciones o devociones.
Buscando madrinas en España Ahora les voy a relatar cómo conseguí muchas madrinas en España. Los papás de mi esposo vivían en Salamanca, en España, y nosotros los visitábamos dos veces al año mientras estuvieron en vida, durante unos veinte años. Hicimos por los menos cuarenta viajes, y en cada viaje nos quedábamos como un mes. Yo me pasaba casi todo el tiempo de mi estancia en España buscando madrinas. Tan pronto como llegábamos a Salamanca, mi esposo y mis hicimos se quedaban con los abuelos, y yo me dedicaba por entero a conseguir madrinas. Recuerdo que a veces la señora Micaela me rogaba: --Por favor, Gladys, procure venir pronto esta noche, porque he preparado una cena muy buena, y quisiera ver a toda la familia junta. Pero yo no podía prometerle nada porque para mí los viajes a España no eran de vacaciones, sino de trabajo para conseguir madrinas. En Salamanca conocí a un religioso que era un santo varón, el P. David de la Calzada, capuchino. Él es un hombre muy conocido en todos los conventos de Salamanca. Ha escrito varios libros y tiene un programa de instrucción religiosa por radio. Cuando mi esposo me presentó al P. David, yo le hablé de la asociación de los Esclavos Carmelitas Penitentes por Sacerdotes. A él le entusiasmó la idea y me dijo: --Vamos a empezar a buscar madrinas ahora mismo en los conventos de monjas aquí en Salamanca. En esta ciudad de Salamanca hay muchísimos conventos, yo creo que hay uno por lo menos en cada bloque de casas. Comenzamos por las monjas franciscanas. Tan pronto como se anunciaba el P. David, tocaban una campana y todas las monjas se reunían en el coro, corrían la cortina (eran conventos de estricta clausura), y todas estaban muy contentas de escuchar la palabra del P. David. Él me presentaba a las religiosas con una breves palabras, y después me dejaba hablar. Yo les explicaba lo que era la asociación, cómo se había formado, y les decía que era algo aprobado por la jerarquía en los Estados Unidos. Al final les preguntaba si querían ser madrinas de un sacerdote para que ellas rogaran y se santificasen por él, y que esta Padre también se comprometería a tenerlas presentes en la Santa Misa. Todas me decían que sí, creo que nunca hubo una monja que me dijese que no. Antes de despedirnos, la Madre Superiora me daba la lista de todas las religiosas y la dirección del convento. En cada convento solía haber veinte o treinta religiosas, y de esa manera yo iba aumentando el número de madrinas. Yo dedicaba a esta actividad todo mi tiempo. Salía de casa como a las seis de la mañana. Oía la Misa que daba el P. David en su convento y después, con un taxi, nos íbamos a recorrer los conventos de monjas. El P. David había pedido permiso a sus superiores para dedicarse a este ministerio conmigo, y en esto pasábamos todo el día. Yo volvía a casa a las ocho o las nueve de la noche, cansada pero feliz por los resultados que había conseguido. Cuando terminamos con los conventos de Salamanca, comenzamos a recorrer los de otras poblaciones alrededor: Alba de Tormes (donde vivió Santa Teresa). Ávila, Burgos, y otros pueblos y ciudades. Comenzábamos por un convento en una ciudad, y las mismas monjas nos indicaban dónde estaban los otros conventos, que en las ciudades de España son muy numerosos. El P. David les pedía que llamasen por teléfono de antemano al convento que íbamos a visitar, de manera que las monjas estaban ya esperándonos cuando llegábamos. Este P. David fue un hombre providencial que la Virgen puso en mi camino, y que me ayudó muchísimo para llevar adelante la asociación.. Como ven, cuando la Virgen quiere que algo se lleva a cabo, ella lo arregla todo de la manera más natural.
Por los caminos de Santa Teresa En una ocasión en que caminábamos por un sendero, me dijo el P. David: --¿Sabía usted, Gladys, que por este mismo sendero que estamos pisando ahora, caminaron Santa Teresa y San Juan de la Cruz? Ellos pasaban por aquí cuando iban fundando sus conventos reformados. Y dicen las historias que los dos santos comían bellotas de estos mismos árboles que estamos viendo, porque casi no tenían tiempo de sentarse para comer. ¡Qué cosa tan hermosa, andar por los caminos de Santa Teresa y de San Juan de la Cruz, ocupados en la obra de Dios! Y la verdad es que a veces el P. David y yo comíamos también bellotas de los encinos del camino, porque tampoco teníamos tiempo para detenernos a comer. Tengo que decir que las monjas siempre nos recibieron muy bien, y se mostraban muy felices con nuestras visitas. Con frecuencia me regalaban cosas que ellas hacían en le convento, tal como dulces, rosarios de pétalos de rosas y otros recuerdos, de manera que siempre volvía a casa cargada de regalos. Pero sobre todo me daban siempre sus nombres, con lo cual yo aumentaba el número de madrinas. También visitamos algunos conventos de religiosos. Recuerdo que en Ávila estuvimos con los Padres Carmelitas en el famoso convento de la Encarnación. Allí me dieron un pedazo de la silla que usaba Santa Teresa. Es un trozo de madera bastante grande, pintado de oro y azul. De los religiosos y monjas carmelitas recibí varias reliquias de Santa Teresa, que son muy difíciles de conseguir.
Visita a la tumba de Santa Teresa Lo que voy a relatarles ahora es una prueba de lo que he dicho varias veces en estas memorias, que cuando la Virgen quiere conseguir algo en nuestras vidas, ella nos lleva de camino sin nosotros casi darnos cuenta. Antes de hacer uno de nuestros viajes a España, yo tenía apuntados más de cuatrocientos sacerdotes, casi quinientos, para los que necesitaba madrinas. Ya había llegado el último día de nuestra estancia en Salamanca y teníamos que salir al día siguiente para Madrid. La verdad es que no había podido conseguir las madrinas que necesitaba, pero estaba convencida de que iba a regresar a Nueva York con todas las madrinas que me hacían falta. Mi esposo me dijo: --Ya no vas a poder hacer nada. Se está haciendo de noche y mañana temprano tenemos que salir para Madrid, y en Madrid no vas a tener al P. David. Quizá en el próximo viaje que hagamos tengamos más suerte. Pero, como les digo, yo estaba empeñada en volver a Madrid con mis madrinas. Se me ocurrió la idea de que lo mejor era ir a Alba de Tormes, donde está enterrada Santa Teresa para "hablar" con ella y consultar con ella sobre mi problema. De Salamanca a Alba de Tormes no hay mucha distancia, pero ningún taxista me quería llevar porque estaba lloviendo mucho y había mucho barro. ¿Cómo iba a hacer yo para ir a Alba de Tormes? Por fin me decidí a llamar a un doctor, amigo de mi esposo y le estuve suplicando durante un buen tiempo, hasta que me dijo: --Bueno, yo la voy a llevar, per usted tiene que hacerlo todo lo más rápido posible. A los pocos minutos llegó este doctor a la puerta del hotel y nos recogió a mi esposo y a mí. Cuando llegamos a Alba de Tormes, las monjas ya habían cerrado el convento, así que nos fuimos al convento de Padres carmelitas que está enfrente. Pude hablar con el P. Superior, que me conocía y me estimaba mucho. Me costó bastante convencerlo para que me prestara la llave de la iglesia para poder entrar a orar delante de la tumba de Santa Teresa. --Las monjas ya se han retirado a descansar --me decía el P. Superior-- y ellas se van a asustar si oyen ruido por la iglesia a estas horas. Santa Teresa la va a escuchar a usted aunque no esté delante de su tumba. Además, aquí cerca tiene usted al Santísimo Sacramento... Pero yo seguí porfiando que tenía que hablar con Santa Teresa, hasta que por fin convencí al buen Padre de que llamase a las monjas por teléfono, avisándoles de mi visita a la iglesia, para que no se asustases. Me dijo: --Esta es la llave. Abra usted la puerta (era una puerta enorme, de ésas de hace 500 años) y después siga usted andando por el pasillo, sin prender ninguna luz. Aquí tiene una linterna para que vaya alumbrándose. Usted siga hasta el altar, y allí encontrará la tumba de Santa Teresa. Yo había estado muchas veces en esa iglesia, pero aun así sentí cierto miedo de entrar sola en la oscuridad de la iglesia, sobre todo porque los suelos eran de maderas antiguas que crujían a cada paso. Mi esposo y su amigo se habían quedado en la puerta, para no hacer demasiado ruido, y me dieron sólo cinco minutos para que yo hiciese mis oraciones y peticiones. Cuando llegué al altar mayor, saludé al Santísimo Sacramento y me arrodillé a los pies de Santa Teresa, y me puse a decirle: --Mira, Santa Teresa, que yo vengo desde Nueva York, y tengo apuntados casi quinientos sacerdotes para los que necesito madrinas. Mañana yo salgo para Madrid de vuelta a Nueva York y no sé cómo voy a hacer para conseguir las madrinas. Tienes que ayudarme, porque esto para ti no puede ser muy difícil. Bueno, nada más que eso. Ya me voy, porque hoy estoy con mucha prisa. Cuando salí, tenía la seguridad absoluta de que Santa Teresa me iba a conseguir las quinientas madrinas. Fuimos a entregar la llave al P. Superior, y aún nos quedamos un poco hablando con él. Recuerdo que aquella noche me hicieron el regalo del trozo de la silla de Santa Teresa, de que hablé antes, y que todavía conservo.
El "milagro" de Santa Teresa Cuando llegamos a Madrid, yo me puse a conseguir madrinas en el poco tiempo que teníamos, pero apenas si conseguí nada. A nuestra vuelta a Nueva York, yo estaba un poco triste porque necesitaba todas aquellas madrinas y sólo tenía como cincuenta. Pero miren de qué manera tan maravillosa trabaja la Virgen. Mi esposo tiene un programa religioso en la televisión, y en una ocasión había presentado a unas Hermanas Siervas de María, que son vecinas nuestras aquí en el Bronx. Mi esposo habló del trabajo tan hermoso que hacen estas Hermanas yendo a las casas y cuidando personalmente a los enfermos. A raíz de esto, las Hermanas Siervas de María consiguieron varias vocaciones. Pues bien, cuando regresamos de Madrid, la Madre General de las Siervas de María se encontraba de visita en Nueva York, y vino a nuestra casa a agradecer a mi esposo lo que había hecho por las Hermanas en su programa de televisión. El día que vino la Madre General, estaba también en mi casa el Sr. Obispo Garmendia, que había llegado a preguntar cómo había resultado el viaje y cuántas madrinas había conseguido. Aprovechando la ocasión y la conversación, le hablé a la Madre General sobre la asociación de los ECPS y aproveché para preguntarle que cuántas monjas tenía en Roma. (Ustedes ya saben por dónde iban mis preguntas). El Sr. Obispo, que estaba escuchando nuestra conversación, dijo que esta asociación era algo excelente para asegurar la perseverancia de nuestros sacerdotes. La Madre General me dijo que en Roma había setenta y dos religiosas. --¿Usted cree que podría darme sus nombres para madrinas?—le pregunté yo. --No sólo las setenta y dos, sino que voy a escribir una carta a todas las religiosas de la Congregación, y estoy segura de que la mayoría estarán de acuerdo en hacerse madrinas de sacerdotes. Le pregunté que cuántas religiosas había en la Congregación, y me dijo que eran alrededor de dos mil quinientas. Cuando oí esta cifra, tuve que sentarme porque sentí que me desmayaba. ¡Dos mil quinientas madrinas de un golpe! ¡Qué milagro tan grande me había hecho la Virgen, por medio de Santa Teresa! Cuando me repuse un poco de la impresión, le dije a mi esposo: --¿Se fija usted? ¿Se acuerda usted cuando fuimos a España y yo entré a orar delante del cuerpo de Santa Teresa, para que me consiguiese quinientas madrinas? No ha pasado ni un mes, y he conseguido cinco veces más, dos mil quinientas. Mi esposo estaba muy admirado, y el Sr. Obispo le decía: "Está claro, Dr. Domínguez, que Gladys y Santa Teresa se entienden a las mil maravillas." Más madrinas Esto me hace recordar otra ocasión en que también conseguí cientos de madrinas de un golpe. Estábamos también en los últimos días de nuestra estancia en España y no sabía cómo iba a conseguir doscientas madrinas que necesitaba. El P. David me habló de una residencia de religiosas de una congregación moderna, que trabajaban ayudando a sacerdotes en su ministerio. El P. David conocía a la Hermana Superiora, así que tomamos un taxi y nos llegamos a la residencia. La hermana que nos recibió, nos dijo: --Hoy están aquí reunidas todas las superioras de España, junto con la Madre General. Me informó que sería imposible hablar con la Hermana Superiora porque estaban todas en una reunión muy importante a puerta cerrada. Yo le expliqué a esta hermana brevemente lo que eran los ECPS, y le dije que necesitaba muchas madrinas. Después le pregunté si podía dar mi mensaje a las superioras reunidas, a ver si algunas religiosas querían dar sus nombres. --Bueno, --me dijo ella-- yo voy a hablar con la superiora de aquí y le voy a dar su mensaje. Mañana por la mañana usted pasa por aquí, y yo le doy un sobre con las hermanas que hayan dado su nombre. Aquella noche yo oré mucho, y también pedí a mi esposo, a la Sra. Micaela y a mis hijos que rezasen para que la Virgen me consiguiese muchas madrinas. Yo había conseguido en los días anteriores veinte madrinas, así que necesitaba ciento noventa más. Al día siguiente, de camino ya para Madrid, nos detuvimos frente a la residencia de las hermanas y llamé a la puerta. Yo estaba bien nerviosa, y cuando salió la hermana portera, le pregunté si había conseguido alguna madrina, y ella me dijo: --Yo le pasé el recado a la Hermana Superiora, y ella habló con las hermanas que estaban reunidas. Más adelante quizá le consigamos más, pero por ahora aquí tiene un sobre con las nuevas madrinas. --¿Como cuántos nombres me pudo conseguir?—le pregunté yo. --Creo que son ciento noventa,-- me dijo ella. Yo le agradecí los servicios y salí corriendo para el taxi donde me estaban esperando mi esposo y mis hijos. Cuando mi esposo me preguntó si había conseguido alguna madrina, yo le dije habían sido exactamente las que yo necesitaba, ciento noventa. Mi esposo y mis hijos no podían creerlo, y toda la familia nos pusimos a dar gloria a Dios por aquel nuevo "milagro" que nos había hecho la Virgen. Les cuento todo esto para que vean cómo trabaja la Virgen. Uno se entrega del todo a ella, le pone toda su confianza, y ella se encarga de todo lo demás. En Madrid me encontré también con un religioso muy santo, el P. Anselmo, que había escrito un libro sobre los últimos tiempos, que se titulaba Despierta, Humanidad. Él me acompañó a muchos conventos, como hacía el P. David, y con él también conseguí bastantes madrinas. Me di cuenta de que la Virgen iba poniendo en mi camino Padres bien santos y bien tradicionales, que me ayudaban en este trabajo mío de recoger nombres para madrinas. Desde luego que esto llevaba consigo mucho trabajo, pero era un trabajo muy hermoso. Yo me sentía tan bien en aquel ambiente, entre religiosos y religiosas tan entregados a Dios. Además, yo pertenezco a la Orden Tercera Carmelita, y llevo el Cordón Franciscano durante cincuenta años, así que en aquellos conventos me sentía como en mi propia casa.
Viajando por Francia También tuve ocasión de viajar por Francia y por otros países de Europa en varias ocasiones. Recuerdo el día que fuimos a Lisieux, al convento carmelita de Santa Teresa del Niño Jesús. Allí me pasó algo bien curioso, que ahora les cuento. Cuando comencé organizar esta asociación de ECPS, una de las primeras madrinas fue la Madre Teresa de Calcuta. Ella sentía mucho aprecio por esta obra y con el tiempo me conseguiría muchas madrinas. Sucedió que cuando llegamos a Lisieux, yo estaba segura de que con la ayuda de Santa Teresita, que ha sido siempre mi santa favorita, yo iba a conseguir todas la monjas del convento como madrinas. Nosotros llevábamos una muchacha francesa que nos servía de intérprete, y por medio de esta muchacha comencé a explicarles a las monjas de Lisieux lo que era la asociación de Esclavos Carmelitas Penitentes por Sacerdotes, y les pedí si podían darme sus nombres para madrinas. Una de las monjas me dijo: --Lo sentimos mucho, pero usted ha llegado tarde. Pasó por aquí no hace mucho la Madre Teresa, y ella se llevó todos los nombres para madrinas. La próxima vez que encontré a la Madre Teresa de Calcuta, hablamos de este incidente y ella me dijo: --Ahora estamos en paz, Gladys, porque también yo pasé por un convento en Salamanca, en España, y cuando les pedí los nombres de las religiosas para madrinas, me contestaron que ya era tarde, que la Señora Domínguez había pasado por allá. Les cuento todo esto para que se den cuenta de que si yo he podido hacer todo esto, cualquier otra persona puede hacerlo también. Al presente contamos con doce mil quinientos sacerdotes inscritos en la asociación, entre ellos ha habido trescientos obispos, doscientos cardenales, y los tres últimos Papas. Tenemos doce mil quinientos padrinos y madrinas, entre ellos siete mil monjas, hermanos y seminaristas, lo que hace un total de veinticinco mil miembros. Todos los años, cuando llega mi cumpleaños, le pido al Señor Obispo Garmendia que rece por mí para que la Virgen me conceda vivir hasta que todos los sacerdotes del mundo tengan su madrina o su padrino
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