LOS EVANGELIOS DE LA FE ( I )


CONTRA EL PODER DEL DEMONIO TODA LA FUERZA ESTRIBA EN LA CRUZ. DESCRIPCIÓN DE TRES ESCENAS EN LAS QUE SE DA A CONOCER EL CASO DE JUSTINA Y DE CIPRIANO.

AUMENTAR LA FE A CADA LATIDO DEL CORAZÓN Y EN EL TRANCE DE LA MUERTE ABRAZÁNDOSE A LA CRUZ DE JESÚS Y AL NOMBRE DE MARÍA PARA LIBERARSE DEL MALIGNO.


"Dice Jesús: La Cruz es todopoderosa contra el poder del Demonio".

"Es la semana de Pasión: la semana preparatoria del triunfo de la Cruz. La
cruz aparece cubierta con velos sobre los altares; mas el Crucificado,
desde su glorioso patíbulo, es más operante que nunca, detrás de sus velos,
para quien le ama e invoca.

"Describe: Veo a una joven, poco más que muchacha. Está peleándose con un
joven de unos treinta años. La joven es guapísima: alta, morena y bien
conformada. También el joven es guapo; pero, mientras la joven tiene
aspecto dulce dentro de su severidad, este hombre, bajo su forzada sonrisa,
tiene un no sé qué de nada simpático. Parece que, so capa de benevolencia,
esconda un ánimo torvo y sombrío.

"Le hace a la joven grandes protesta de afecto, declarándose dispuesto a
hacer de ella una esposa feliz, reina de su corazón y de su casa. Mas la
joven, a la que oigo llamar "Justina", rechaza con serena constancia estas
ofertas de amor.

"¡Pero, Justina, si tú podías hacer de mí un santo de tu Dios! Porque tú
eres cristiana, lo sé. Mas yo no soy enemigo de los cristianos. No soy
incrédulo acerca de las verdades de ultratumba. Creo en la otra vida y en
la existencia del espíritu. Creo que hay seres espirituales que velan sobre
nosotros, se manifiestan y nos ayudan. Yo, ciertmente, disfruto de su
ayuda. Como ves, creo lo que tú crees y nunca podré acusarte por cuanto
habría de acusarme igualmente a mí del mismo pecado. No creo, como tantos
otros, que los cristianos sean hombres que practiquen magia negra y estoy
convencido de que, unidos los dos, podremos hacer juntos grandes cosas.

"Cipriano, no insistas. Yo no discuto tus creencias. Creo asímismo que,
juntos, haremos grandes cosas. No niego tampoco que soy cristiana y hasta
admito que tú amas a los cristianos. Pediré para que los ames hasta tal
punto que llegues a ser un campeón entre ellos. Entonces, si Dios quiere,
nos unirá una misma suerte. Una misma suerte naturalmente, del todo
espiritual, porque soy contraria a toda otra unión, pues quiero reservarme
toda para mi Señor a fin de conseguir esa Vida en la que tú dices que
también crees y llegar a gozar de la amistad de aquellos espíritus de los
que tú también admites que velan sobre nosotros y que realizan, en el
nombre del Señor, obras de Bien.

"¡Bueno, Justina! Mi espíritu protector es poderoso y hará que te pliegues
a mis pretensiones.

"Oh, no! Si él es espíritu del Cielo no podrá querer sino lo que Dios
quiere. Y lo que Dios quiere para mí es virginidad y yo espero el martirio.
No podrá, por tanto, tu espíritu inducirme a nada que sea contrario al
querer de Dios. Y si, por el contrario, fuese espíritu que no es del Cielo,
entonces nada podrá contra mí que me hallo defendida por el signo que
vence. Signo que se encuentra impreso en mi mente, en mi oración , en mi
espíritu y en mi carne y, tanto la carne coma la mente, el corazón y el
espíritu cantarán victoria contra cualquier voz que no sea la de mi Señor.
Vete en paz, hermano, y que Dios te ilumine para conocer la verdad. Yo
pedir para que llegue la luz a tu alma.

Cipriano abandona la casa barbotando amenazas que no entiendo bien y
Justina le ve partir con lágrimas de compasión. Después se retira a hacer
oración tras haber tranquilizado a dos viejecitos, sin duda sus padres, que
han aparecido tan pronto se marchó el joven. "No temáis. Dios nos protegerá
y hará que Cipriano llegue a ser nuestro. Rogad también vosotros y tened fe

La visión se desarrolla en dos escenarios, como si el lugar estuviese
partido en dos. En uno veo la habitación de Justina y en el otro una
estancia en la morada de Cipriano.

La primera ora postrada ante una cruz desnuda, esgrafiada entre dos
ventanas como si fuese un adorno, teniendo por encima la figura del Cordero
y a los lados, en uno el pez y en el otro una fuente que parece tomar su
líquido de las gotas de sangre que brotan del cuello degollado del Cordero
místico. Comprendo que son figuras del simbolismo cristiano usado en
aquellos tiempos crueles. Sobre Justina, postrada en oración, aparece en el
aire una luminosidad suave que, aunque incorpórea tiene trazas de ser
angélica.

En la estancia de Cipriano, en cambio, en medio de instrumentos y signos
cabalísticos y mágicos, aparece el propio Cipriano moviéndose en torno a un
trípode sobre el que arroja sustancias resinosas, diría yo, que producen
densas espirales de humo y trazando sobre ellas determinados signos y
murmurando a la vez palabras de no sé qué oscuro rito. En el ambiente, que
se satura de una niebla azulada que vela los contornos de las cosas y hace
que el cuerpo de Cipriano aparezca como tras las lejanías de unas aguas
trémulas, se forma un punto fosforescente que va agrandándose poco a poco
hasta alcanzar una magnitud semejante a la de un cuerpo humano. Oigo
palabras, pero no las entiendo. En cambio veo que Cipriano se arrodilla y
da muestras de veneración cual si suplicase a algún poderoso. La niebla se
disipa lentamente y Cipriano aparece de nuevo solo.

En la habitación de Justina, a su vez, sobreviene una mutación.Un punto
fosforescente,que danza cual fuego fatuo, va describiendo círculos cada vez
más concéntricos en torno a la joven orante. Mi avisador interno me
advierte que éste es momento de tentación de Justina y que esa luz oculta a
un maligno que, suscitando sensaciones y visiones mentales, trata de hacer
caer en la sensualidad a la virgen de Dios

Yo no veo lo que ella ve sino tan sólo que ella sufre y que, cuando está a
punto de ser vencida, se sobrepone al poder oculto con la señal de la cruz
que traza con la mano sobre sí misma y en el aire con una crucecita que
extrae de su seno. Cuando, por tercera vez, arrecia violentamente la
tentación, Justina se apoya de espaldas en la cruz trazada en la pared y
con ambas manos levanta en alto la otra pequeña cruz. Semeja un combatiente
aislado que se defiende por la espalda resguardándose en un muro
inquebrantable y por delante en otro muro invencible. La luz fosforescente
no resiste a aquel doble signo y se desvanece. Justina continúa en
oración.

Aquí se produce una laguna porque la visión queda truncada. Mas la vuelvo a
encontrar más tarde con los mismos personajes. Son asímismo la virgen y
Cipriano en animado coloquio al que asisten una multitud de individuos que
se unen a Cipriano en la petición que le formula a la muchacha para que se
avenga a desposarse con él a fin de librar a la ciudad de una pestilencia.

"No soy yo", responde Justina, "la que debo cambiar de pensamiento sino
vuestro Cipriano. Que sea él quien se libere de la esclavitud de su malvado
espíritu y la ciudad quedará a salvo. Yo, ahora más que nunca, debo
permanecer fiel al Dios en el que creo y a El le sacrifico todo por el bien
de todos vosotros. Y ahora se verá si el poder de mi Dios es mayor que el
de vuestros dioses y que el del Malvado a quien este hombre adora".

La gente se amotina, unos contra Cipriano y otros contra la joven...

...a la que vuelvo a ver tiempos después en unión del joven, a la sazón
mucho más adulto y cubierto con hábitos talares: palio, tonsura en redondo
y con los cabellos no arreglados ni largos como los llevaba antes.

Se encuentran en la prisión de Antioquía a la espera del suplicio y
Cipriano le recuerda a la compañera una antigua plática.

"Ahora se cumple, por tanto, lo que, de forma distinta, profetizamos que
habría de cumplirse. Tu cruz venció, Justina. Tú no fuiste mi esposa sino
mi maestra. Tú me libraste del mal y me condujiste a la Vida. Lo comprendí
cuando el espíritu tenebroso me confesó que no podía vencerte. "Esa vence
por la Cruz", me dijo. Mi poder es nulo sobre ella. Su Dios Crucificado
puede más que todo el infierno junto. Ël me ha vencido infinitas veces y
siempre me vencerá. El que cree en Él y en su Señal queda salvo de toda
insidia. Sólo quienes no creen en Él y desprecian su Cruz caen en nuestro
poder y perecen en nuestro fuego". No quise pues ir a aquel fuego sino
conocer el Fuego de Dios que la madre de mi alma y, puesto que eres madre
para mí, te ruego que en esta hora nutras mi debilidad con tu fortaleza
para que, juntos, subamos a Dios".

"Tú ahora, hermano mío, eres mi obispo. Absuélveme en el nombre de Cristo,
Señor nuestro, de todas mis culpas para que así, más pura que los lirios,
te preceda en la gloria".

"Yo te bendigo, que no te absuelvo, porque no hay culpa alguna en ti. Y tú
perdona a tu hermano de cuantas insidias te urdió y ruega por mí que tantos
errores cometí".

"Tu sangre y tu amor actual borran todo vestigio de error. Mas, oremos
juntos: Pater noster...

Entran unos carceleros a interrumpir la augusta plegaria.

"¿No os bastan todavía los tormentos?.¿Aún resistís?.¿No sacrificáis a los
dioses?"

"A Dios es a quien hacemos el sacrificio de nuestras personas, al Dios
verdadero, único, eterno y santo. Dadnos la Vida, esa Vida que queremos.
Por Jesucristo Señor del mundo y de Roma, por el Rey poderoso ante el cual
es polvo miserable el César, por el Dios ante el que se inclinan los
ángeles y tiemblan los demonios, dadnos la muerte".

Los verdugos los derriban enfurecidos al suelo y los arrastran sin poderlos
separar ya que los dos héroes de Cristo tienen sus manos entrelazadas.

Así van hasta el lugar del martirio que parece ser una de las acostumbradas
salas de los Cuestores. Y de dos tajos profundos asestados por dos nervudos
sayones saltan las dos cabezas heróicas proporcionando a sus almas alas
para subir al Cielo.

Dice Jesús:

"El caso de Justina de Antioquía y de Cipriano es uno de los más hermosos a
favor de mi Cruz.

Ella, el patíbulo regado con mi Sangre, ha obrado infinitos milagros a
través de los siglos. Y todavía los obraría si tuviéseis fe en el mismo.
Ahora bien, el milagro de la conversión de Cipriano, alma en poder de
Satanás, que llega a ser mártir de Jesús, es uno de los más impresionantes
y bellos.

Hombres, ¿qué es lo que véis? Una niña sola con una diminuta cruz en sus
manos y una ligera cruz grabada en la pared. Una niña con un corazón
convencido de verdad del poder de la Cruz que se refugia en ella para
vencer.

Frente a ella un hombre a quien el comercio con Satanás le enriquece con
todos los vicios capitales. En él la lujuria, la ira, el engaño, la ceguera
espiritual y el error. En él el sacrilegio, el comercio con las fuerzas del
infierno y, ayudándole el señor del Infierno con todas sus seducciones.

Pues bien: la que vence es la niña y, no sólo eso, sino que Satanás,
constreñido por una fuerza invencible, ha de confesar la verdad y perder a
su secuaz. No sólo vence para sí la virgen fiel sino que vence también en
beneficio de su ciudad librando a Antioquía del maleficio que se cierne
sobre ella en forma de pestilencia que mata a los ciudadanos. Y vence
también a favor de Cipriano haciendo del siervo de Satanás que era él, un
siervo de Cristo. El demonio, el contagio y el hombre vencidos por la mano
de una niña que enarbola la Cruz

Vosotros conocéis muy poco a esta mártir mía. Mas debéis representarla con
su manecita armada con la Cruz, puesta de pie sobre la losa que cierra el
Infierno y bajo la cual, vencido y prisionero, gruñe Satanás. Recordadla
así e imitadla de este modo porque Satanás, ahora más que nunca, recorre la
tierra desencadenando sobre ella sus fuerza maléficas para haceros perecer.
Y no hay sino la Cruz que le pueda vencer. Recordad cómo lo confesó él
mismo: El Dios Crucificado puede más que todo el Infierno. Siempre me
vencerá. El que cree en El queda a salvo de toda insidia".

Fe fe, hijos míos Es ésta cuestión vital para vosotros. O creéis y tendréis
el bien o no creéis y conoceréis el mal cada vez más.

Vosotros, que creéis, haced uso de esta señal con veneración. Vosotros, que
dudáis y con la duda la habéis borrado de vuestro espíritu cual si
hubiérais derramado sobre ella un líquido corrosivo, -y la duda es, en
efecto, tan corrosiva como un ácido- esculpid de nuevo en vuestra mente y
en vuestro corazón esta señal que os otorga la seguridad de la protección
divina.

Si ahora la cruz se halla cubierta con un velo como símbolo de mi muerte,
que lo esté en vuestro corazón . Que resplandezca en él como sobre un altar
y os sirva de luz que os guíe al puerto y sea para vosotros el estandarte
al que dirijáis vuestra mirada feliz en el último día, cuando, mediante esa
señal, separaré Yo las ovejas de los carneros lanzando éstos a las
tinieblas eternas y llevando conmigo a mis benditos a la Luz

Cuanto más próxima está la hora del encuentro con Dios más debe aumentar la
fe. Porque, en la hora de la muerte, Satanás, que jamás se cansó de
turbaros con sus enredos -y, astuto, feroz, lisonjeador con sonrisas y
cantos, con rugidos, silbidos, caricias y uñasdas, trató de doblegaros-
aumenta sus empeños por arrancaros del Cielo. Y, precisamente, en esta hora
es cuando debéis abrazaros a la Cruz para que no os aneguen las olas de la
última tempestad de Satanás. Después llega la Paz eterna.

Que la cruz de la muerte, la última cruz del hombre, tenga dos brazos: uno
sea mi Cruz y el otro el nombre de María. La muerte, así, sobreviene en la
paz de los que se ven libres hasta de la proximidad de Satanás. Porque él,
el Maldito, no soporta la Cruz ni el Nombre de mi Madre.

Esto debe hacerse saber a muchos, pues todos tenéis que morir y todos
necesitáis de esta enseñanza para salir victoriosos de las últimas insidias
del que os odia infinitamente".


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