29 febrero 1944

  

Los mártires Cástulo, Lucina y otros

 en la cárcel Tuliana

  


 

Veo una gran estancia oscura. Digo estancia grande para indicar su amplitud y porque tiene sus paredes revestidas. Pero es un subterráneo en el que la luz penetra a duras penas a través de dos hendiduras rasgadas a nivel del suelo, que sirven asimismo para la ventilación, muy insuficiente por otra parte, dada la cantidad de gente allí alojada y la humedad de la estancia que trasuda de las paredes hechas con bloques de piedra casi cuadrados, unidos con mampostería sin revoque alguno y con el suelo de tierra batida.

 

la cárcel Tuliana

 

Sé que es la cárcel Tuliana. Me lo dice mi indicador. Sé también de la misma fuente, que aquel gentío apilado en tan reducido espacio lo componen cristianos apresados por su fe y a la espera de ser martirizados. Es tiempo de persecución y, precisamente, la primera de ellas porque oigo hablar de Pedro y Pablo y sé que éstos fueron muertos en tiempos de Nerón.

No puedo ni creer con qué viveza de detalles "veo" esta cárcel y a los que están en ella. Podría pormenorizar la edad, fisonomía y vestido de cada uno; mas esto sería cosa de nunca acabar, por lo que me limito a consignar las cosas, los puntos y los personajes que más llaman mi atención.

 

Hay personas de toda edad y condición social.

Se aman y tratan de ayudarse mutuamente

 

Hay personas de toda edad y condición social. Desde viejos, que sería un acto de caridad dejarles morir, hasta niños de corta edad a los que sería justo dejarles en libertad para que gozaran con sus juegos inocentes y que, por el contrario, languidecen, pobres flores que no han de ver ya más las de la tierra, hundidos como están en la penumbra malsana de esta cárcel.

Hay ricos de cuidados vestidos y también pobres de vestidos miserables. Y hasta el lenguaje tiene variaciones de pronunciación y de estilo según salga de labios instruidos o de las bocas de hombres del pueblo. Se oyen también, mezcladas con el latín de Roma, palabras e inflexiones extranjeras: de griegos, iberos, tracios, etc. etc. Mas si son diversos los vestidos y el lenguaje, idéntico es su espíritu guiado por la caridad. Ellos se aman sin distinción de raza ni de patrimonio. Se aman y tratan de ayudarse mutuamente.

Los más fuertes ceden a los más débiles los puestos más secos y cómodos –si de cómodas se pueden calificar las pótalas diseminadas por aquí y por allí que les sirven de asiento o para almohada–. Y a éstos les cubren con sus vestidos quedándose ellos, por pudor, sin más ropa que una simple túnica, reservando las togas y mantos para hacer con ellos colchones y almohadas o bien cobertores para los enfermos que tiritan de fiebre o para los heridos que ya sufrieron torturas. Los que están más sanos asisten a los más enfermos dándoles de beber con amor un poco de agua que vierten de un botijo en un recipiente rústico, empapando en ella tiras de tela arrancadas a sus vestidos para hacer vendas con las que sujetar los miembros descoyuntados y heridos o aplicarlas a las frentes abrasadas por las fiebres.

 

Cantan de cuando en cuando

 

Cantan de cuando en cuando. Un canto suave que, ciertamente, es un salmo o más de un salmo porque se van alternando. No percibo el hermoso canto que acompañó el entierro de Inés (20 de enero). Estos, los reconozco, son salmos.

Uno de ellos comienza así: "Amo, porque el Señor escucha la voz de mi súplica" (S.94) (Más parece el Salmo 116 A Vulgata: 114).

Otro dice: "¡Oh Dios, Dios mío!, por Ti velo desde el amanecer. Mi alma y mucho más mi carne tienen sed de Ti. En una tierra desértica, impracticable y sin agua..." (S. 62).

Un niño gime en la semioscuridad y cesa el canto.

¿"Quién llora?", se preguntan.

 

Cástulo sufre mucho

 

"Es Cástulo", responden. "La fiebre y la quemadura no le dan tregua. Tiene sed y no puede beber porque el agua le abrasa los labios quemados por el fuego".

"Aquí hay una madre que ya no puede dar el pecho a su pequeñín" dice una arrogante matrona de aspecto señoril. "Tráiganme a Cástulo. La leche abrasa menos que el agua".

"Llévenle Cástulo a Plautina" ordena una voz.

Avanza uno que, por su vestimenta, me atrevería a pensar que es siervo de familia cristiana que comparte la suerte de sus amos o un trabajador del pueblo. Es membrudo, moreno, robusto, con los cabellos cortados casi al ras y un vestido corto y oscuro, sujeto a la cintura con una correa. Lleva con cuidado en sus brazos, como en una camilla, a un pobre niño de unos ocho años poco más o menos, cuyo vestido, aunque sucio a la sazón de tierra y manchas, es lujoso, de lana blanca y fina, adornado en el cuello, en las mangas y en el borde inferior con una preciosa greca recamada. Las sandalias, incluso, son también hermosas y de gran valor.

Plautina se sienta sobre una piedra que le cede un anciano. Plautina va también vestida toda ella de blanco. No recuerdo con exactitud el nombre de los vestidos romanos; mas me parece que este largo vestido se llama clámide y el manto, pala. No me fío de mi memoria. Lo que sé es que ésta de Plautina es muy hermosa y amplia, envolviéndola con gracia y haciendo de ella una bellísima estatua viva.

Ella se sienta en la piedra adosada a la pared. Veo distintamente las pótalas sobresalientes contra las que ella destaca con su rostro levemente trigueño, sus ojos grandes y azabachados, sus negras trenzas y su cándido vestido.

"Dámelo, Restituto, y que Dios te lo pague" le dice ella al piadoso portador del pequeño mártir. Y entreabre un poco sus rodillas para acoger entre ellas al niño como en un lecho.

 

El rostro del pobre niño es todo una quemadura

 

Al deponerlo Restituto, contemplo un estrago que me horroriza. El rostro del pobre niño es todo una quemadura. Tal vez habría sido hermoso, mas ahora es monstruoso. Unos pocos cabellos no más por detrás de la cabeza; por delante, el cutis desnudo y comido por el fuego. Ni frente ni mejillas ni nariz tal como nosotros las pensamos sino una tumefacción de color rojo vivo, enrojecida por la llama cual si fuera un ácido. En el puesto de los ojos, dos llagas de las que se desprenden algunas lágrimas que deben resultar un tormento para sus carnes abrasadas. y en el de los labios, otra llaga que causa horror verla. Diríase que lo han mantenido volcado sobre una llama dándole ésta únicamente en la cara, pues la quemadura no pasa del mentón.

Plautina se desabrocha la túnica y, hablándole con amor de verdadera madre, exprime su exuberante pecho saturado de leche y consigue instilar unas gotas de la misma entre los labios del niño que, no pudiendo sonreír, le acaricia la mano como dándole a entender su alivio. Y después, tras haberle apagado la sed, hace caer más leche sobre su pobre rostro medicinándole con ese bálsamo que es sangre de madre hecha alimento y que, al propio tiempo, es amor de una que ya no tiene hijos hacia quien está ya sin madre.

El niño no se queja más. Calmada su sed, aliviada su congoja, acunado por la matrona, se adormece respirando afanosamente.

Plautina semeja una madre de los dolores por la postura y por su expresión. Mira al pobrecito y contempla, sin duda, en él a su criaturita o criaturitas, y las lágrimas ruedan por sus mejillas teniendo que echar hacia atrás la cabeza para que aquellas no caigan sobre las llagas del pequeño.

Se reanuda el canto: "Aguardaré ansiosamente al Señor y El se ha vuelto a mí y escuchado mi clamor" (Salmo 40 (Vulgata: 39),2.

"El Señor es mi Pastor, nada me ha de faltar. El me ha puesto en un lugar de abundantes pastos y conducido a reparadoras aguas" (S. 22).

 

"Fabio ha expirado"

 

"Fabio ha expirado" exclama una voz en el fondo del subterráneo. "Recemos", y todos recitan el Pater y otra oración que comienza así: "Sea alabado el Altísimo que se compadece de sus siervos y abre su Reino a nuestra indignidad sin exigir de nuestra debilidad sino paciencia y buena voluntad. Sean dadas alabanzas a Cristo que padeció el martirio por aquellos que su misericordia podía entender ser demasiado débiles para sufrirlo, no habiéndoles reclamado sino amor y fe. Sean dadas alabanzas al Espíritu que ha comunicado sus fuegos como para el martirio a los no llamados a la consumación del mismo, haciéndoles santos con su Santidad. Así sea". (Maran ata) (no sé si lo escribo exacto).

"¡Qué feliz es Fabio!", exclama un anciano. "¡El ya está viendo a Cristo!"

"Félix, también nosotros lo veremos y nos presentaremos a El con la doble corona de la fe y del martirio. Seremos como renacidos, sin sombra de mancha alguna, porque los pecados de nuestra vida pasada habrán sido lavados con nuestra sangre antes de serlo con la del Cordero. Mucho es lo que nosotros pecamos ya que, durante largos años, fuimos paganos, y es una gracia señalada el que se nos conceda el jubileo del martirio para renovarnos y hacernos dignos del Reino".

 

Aparece Pablo

 

"¡Paz a vosotros, hermanos!" retumba una voz que, de pronto, paréceme tener ya oída.

"¡Pablo, Pablo, bendícenos!"

Se produce una gran conmoción entre la gente, Sólo Plautina permanece inmóvil con la piadosa carga sobre su regazo.

"¡Paz a vosotros!" repite el apóstol avanzando desde el fondo del pasillo. "Aquí vengo con Diómedes y Valiente para traeros la Vida".

"¿Y el Pontífice?" preguntan muchos.

"Os manda su saludo y su bendición. Por ahora está vivo y a salvo en las catacumbas. Los fosores le guardan bien. El hubiera venido, pero Alejandro y Cayo Julio le han advertido que es demasiado conocido de los guardianes. No siempre están de guardia Rufo y los otros cristianos. Vengo Yo que soy menos conocido y, aparte, ciudadano romano. Hermanos, ¿qué nuevas me dais?"

"Fabio ha muerto".

"Cástulo ha sufrido le primer martirio".

"A Sixta la han llevado ahora a la tortura".

"A Lino, con Urbano y los hijos de éste, le han trasladado a la cárcel Mamertina o al Circo, no sabemos".

"Recemos por ellos: vivos y muertos. Que Cristo les dé a todos su Paz".

Y Pablo –bajo, feillo (¿por qué no?), pero todo un ejemplar que impresiona– reza con los brazos abiertos en cruz en medio del subterráneo. Va vestido, cual si también él fuese un siervo, con una ropa corta y oscura y lleva una pequeña capa con capucha que se la echa atrás para rezar. A su espalda están los dos que ha nombrado, vestidos igual que él, pero mucho más jóvenes.

Una vez concluida la plegaria, pregunta Pablo: "¿Dónde está Cástulo?"

"Allá al fondo, en brazos de Plautina".

Pablo pasa por entre la gente y se acerca al grupo. Se inclina, observa y bendice. Bendice al niño y a la matrona. Diríase que el niño se ha desvelado a las voces de salutación del apóstol porque levanta su manecita tratando de tocar a Pablo, el cual, tomándole la mano entre las suyas, le habla: "Cástulo, ¿me oyes?"

"Sí", dice el pequeño moviendo con dificultad los labios.

"Mantente fuerte, Cástulo; Jesús está contigo".

"¡Oh!, ¿por qué no me lo habéis dado? ¡Ahora ya no puedo! Y baja una lágrima a irritar sus llagas.

"No llores, Cástulo. ¿Puedes tragar una migaja siquiera? ¿Sí? Muy bien, te daré el Cuerpo del Señor. Después iré adonde tu mamá a decirle que su Cástulo es una flor del Cielo. ¿Que quieres que le diga a tu mamá?"

"Que soy feliz. Que he encontrado una mamá que me da su leche. Que los ojos ya no me hacen mal. (¿Verdad que no es mentira decirlo para consolar a la mamá?) Y que veo el Paraíso y en él mi puesto y el suyo mejor que si tuviese ahora los ojos buenos. Dile que le fuego no hace mal cuando están los ángeles con nosotros y que no tema por ella ni por mí puesto que el Salvador nos dará fortaleza".

 

Muerte de Lucina

 

"¡Bravo, Cástulo! Le transmitiré esas palabras a tu mamá. Ya lo veis, hermanos, Dios ayuda siempre. Este es un niño en edad en la que no se sabe soportar el dolor del más insignificante mal y vosotros ya lo estáis viendo y oyendo: El está en paz y dispuesto a sufrirlo todo tras haber sufrido tanto, con tal de ir a Aquel que le ama y le ama por ser uno de aquellos a los que El amaba: un niño que es a la vez un héroe de la Fe. Tomad ánimo, hermanos, de estos pequeños. Vuelvo de llevar al cementerio a Lucina, hija de Fausto y de Cecilia. Tenía tan sólo catorce años y bien sabéis cuán amada era de los suyos y débil de salud. Con todo, fue una gigante frente a los tiranos. Sabéis vosotros que yo ante éstos, me hago pasar por fosor para así poder recoger cuantos más cuerpos pueda y depositarlos en suelo sagrado. Vivo, por tanto, cerca de los tribunales y de los circos viendo y observando. Y es para mí un consuelo pensar que, cuando llegue mi hora –y haga Dios que sea pronto– El me sostenga como a los santos que nos han precedido. A Lucina le atormentaron con mil suertes de torturas. Fue golpeada, colgada, estirada y atenaceada, curando siempre por obra de Dios y resistiendo a todas las amenazas. En la última de las torturas quedó arrobada ante el suplicio. El tirano, al verla presa del amor por Cristo, virgen que habíase unido a sí misma con nuestro Señor Dios, quiso herirla en este su amor y así la condenó a ser entregada a un hombre. Mas, uno, dos, diez que se le acercaron, los diez perecieron heridos por un rayo celeste. Entonces, no pudiendo el tirano violar ni destruir en modo alguno su lirio, la mandó atar y suspender de suerte que quedara como sentada echándola después precipitadamente sobre una rueda dentada que le desgarró las vísceras. Así creyó el bárbaro haberle arrebatado su virginidad tan amada. Mas nunca como bajo aquel baño desangre floreció más rozagante su lirio que se desprendió de sus entrañas desgarradas para ser recogido por el ángel de Dios. Ahora se encuentra en la paz. ¡Ánimo pues, hermanos! Ayer la alimenté con el Pan del Cielo y con el regusto de ese Pan marchó a su postrer martirio. Ahora os daré también a vosotros ese Pan porque mañana es fiesta sobrehumana para vosotros. Os espera el Circo; pero no temáis. En las fieras y en las serpientes contemplaréis vistas del Cielo porque Dios hará para vosotros este milagro y sus fauces y espirales os parecerán abrazos amorosos y sus rugidos y silbidos voces celestiales y, como Cástulo, veréis el Paraíso que ya desciende para acogeros en su beatitud".

Los cristianos, todos, menos Plautina, se arrodillan y cantan: "Como el ciervo anhela el arroyo así te anhela mi alma. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios fuerte y viviente. ¿Cuándo podré llegarme a Ti, Señor? Alma mía, ¿por qué estás triste? Durante el día Dios derrama su gracia y por la noche entona el cántico de acción de gracias. La oración a Dios constituye mi vida. Le diré: 'Tú eres mi defensa' (S. 41). Venid, cantemos jubilosos al Señor, lancemos gritos de alegría a Dios nuestro Salvador. Presentémonos a El con clamores de júbilo porque el Dios grande es el Señor. Venid, postrémonos y adoremos a Aquel que nos crió porque El con clamores de júbilo porque el  Dios grande es el Señor. Venid, postrémonos y adoremos a Aquel que nos crió porque El es el Señor Dios nuestro y nosotros el pueblo que El nutre y el rebaño que El guía" (S. 94).

Mientras ellos cantan, entran también soldados romanos y carceleros que montan asimismo guardia para que no entre gente sospechosa.

 

Para la celebración de la misa

sirve de altar el pecho de Cástulo

 

Pablo se apresta a cumplir el rito. "Tú serás nuestro altar" le dice a Cástulo. "¿Podrás sostener el cáliz sobre tu pecho?"

Se extiende un lienzo sobre el cuerpecito del niño y, encima del lienzo, son colocados el cáliz y el pan.

Asisto pues a la Misa de los mártires celebrada por Pablo y servida por dos sacerdotes que le acompañan. Pero la Misa no es como ahora sino que me parece que tiene partes que ahora no las hay y que no tiene otras que ahora las tiene. Por ejemplo, no hay epístola y después de la bendición: "Os bendiga el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo" (dice así) no hay más. Pero desde el Evangelio hasta la Consagración son iguales a las de ahora. El Evangelio leído es el de las Bienaventuranzas (Mt 5, 1-12; Lc 8, 20-23).

 

Muerte de Cástulo

 

Veo palpitar el lienzo sobre el pecho de Cástulo que, por indicación de Pablo, tiene entre sus dedos la base del cáliz para que no caiga. Advierto también que cuando dice Pablo: "Esta Consagración del Cuerpo..." un estremecimiento de sonrisa cruza por el rostro llagado del pequeñín y, seguidamente, se dobla de pronto su cabecita con una pesantez de muerte que crece por momentos.

Plautina lanza como un sollozo, pero se domina. Pablo continúa cual si nada notase, mas cuando, hecha la fracción de la Hostia, va a inclinarse hacia el pequeño mártir para darle la comunión el primero con un fragmento minúsculo dice Plautina: "Está muerto", y Pablo se detiene un instante, dando seguidamente a la matrona el fragmento destinado al niño que ha quedado apretando con sus deditos la base del cáliz en la última contracción, debiéndoselos soltar para poder tomar el cáliz a fin de darlo a los demás.

Después, una vez distribuida la Comunión, termina la Misa. Pablo se despoja de las vestiduras y éstas, junto el lienzo, el cáliz y el relicario de las hostias, las oculta en un saquete que lleva bajo la capa y, a continuación, dice: "Paz al mártir de Cristo. Paz a Cástulo santo".

Y todos responden: "¡Paz!".

"Ahora lo llevaré a otra parte. Dadme una capa para que lo envuelva. Lo llevaré sin esperar a la tarde. Este tarde vendremos por Fabio. Pero a éste... lo llevaré cual si fuera un niño dormido. Dormido en el Señor".

Uno de los soldados le entrega su capa roja; ponen al pequeño mártir en el suelo, lo envuelven y Pablo lo toma en brazos (a su izquierda) como si fuese un padre que lleva por ahí a su hijito dormido con la cabeza doblada sobre el hombro paterno.

"Hermanos, la paz sea con vosotros y acordaos de mí cuando estéis en el Reino". Y sale bendiciendo.

Dice Jesús:

"No es Evangelio, mas quiero que vosotros, que teméis, lo consideréis como uno de los evangelios de la fe".

Teméis las persecuciones. No estáis, es cierto, en aquellos tiempos antiguos; mas Yo, hijos, soy siempre el mismo. No debéis dudar de que Yo os pueda dar un corazón intrépido en la hora de la prueba. Sin mi ayuda nadie, ni aun entonces, habría podido mantenerse firme ante tantos suplicios. Y, sin embargo, ancianos y niños, jovencitas y madres, esposos y padres, supieron morir, animándose a morir cual si fueran a una fiesta. Y fiesta era en verdad. ¡Eterna fiesta!

 

Morían y, al morir,

abrían una brecha en el dique del paganismo

 

Morían y, al morir, abrían una brecha en el dique del paganismo. Como agua que va socavando, socavando y rompiendo lenta pero inexorablemente las obras más sólidas del hombre, así su sangre, brotando de millares de heridas, resquebrajó la muralla pagana y, a modo de innúmeros riachuelos, fue penetrando persistente e invencible en las milicias y en el palacio del Cesar, en los circos, en las termas, entre los gladiadores y domadores, entre el personal afecto a los baños públicos y entre la gente culta y del pueblo.

 

El suelo de Roma se halla empapado en esta sangre

y la ciudad surge y podría decir que está cementada

con la sangre y las cenizas de mis mártires

 

El suelo de Roma se halla empapado en esta sangre y la ciudad surge y podría decir que está cementada con la sangre y las cenizas de mis mártires. Los escasos centenares de ellos que vosotros conocéis son nada en comparación con los miles y miles que yacen todavía sepultados en las entrañas de Roma y con los otros miles y miles que, quemados sobre los mástiles en los circos, quedaron reducidos a cenizas esparcidas por el viento o, despedazados y engullidos por las fieras y reptiles, vinieron a quedar en excremento barrido y echado como estiércol.

Mas si vosotros desconocéis a estos mis heroicos desconocidos, Yo a todos los conozco, y su aniquilamiento total hasta el último de sus huesos, fue le que, mejor que ningún otro abono, fecundó el suelo selvático del mundo pagano hasta el punto de hacerlo capaz de albergar el Grano celeste.

 

Ahora este suelo del mundo cristiano

va retornando al paganismo

 

Ahora este suelo del mundo cristiano va retornando al paganismo produciendo tóxico en vez de pan y es por eso que teméis. Os habéis apartado en demasía de Dios para que hayáis de tener la fortaleza antigua.

Las virtudes teologales están muriendo si es que ya no están muertas. Es lógico que, no teniendo caridad, no podáis amar a Dios hasta el heroísmo. Y, al no amarlo, no esperáis ni tenéis fe en El. No teniendo fe, esperanza ni caridad, no sois fuertes, tampoco sois sobrios. Y, no siendo sobrios, amáis la carne más que al alma y tembláis por vuestra carne.

Ahora bien, Yo sé todavía hacer milagros. Tened entendido que en todas las persecuciones los mártires acertaron a ser tales con mi auxilio. Los mártires, esto es: los que aún me aman. Yo llevo, por tanto, su amor hasta la perfección haciendo de ellos atletas de la fe. Yo socorro a todo aquel que espera y cree en Mí. Siempre. en cualquier contingencia.

El pequeño mártir que, aún después de la muerte, queda con sus manecitas prendidas al cáliz, os enseña dónde radica la fuerza: En la Eucaristía. Cuando uno se alimenta de Mí, no vive ya, según dice Pablo (Gál 2,20), de sí sino que en él vive Jesús. Y Jesús supo soportar todos los tormentos sin desfallecer. Por tanto, el que vive de Mí será como Yo: Fuerte.

Tened Fe".

219-230

A. M. D. G.

 


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