CAPÍTULO II

 

 

PREPARANDO LOS CAMINOS

 

 


 

¿Qué tiene que hacer un ángel en Garabandal?

  Una luz en el camino

  NO OS PREOCUPÉIS, QUE ME VOLVERÉIS A VER

  Hay en todo esto como una pedagogía divina, que, desde luego, no se nos alcanza del todo, ni del todo sabríamos explicar.

  Comienza el revuelo de gente

  la entrada súbita de las niñas en éxtasis les hizo no poca impresión.

 


 

Cuando Garabandal se despertó el día 19 de junio, una noticia acaparaba el hablar de todos por las cocinas y las calles (La cocina es, en aldeas o pueblos como Garabandal, la pieza más frecuentada de la casa; en ella se reciben las visitas, en ella convergen y conviven todos los de la familia... Y en los meses de invierno, ni que decir tiene que es en ella donde únicamente se puede estar a gusto para las charlas o para las labores.). "¿No sabes...? Por lo visto... Sí, eso dicen; pero ¡vaya usted a saber...! Desde luego, las chiquillas algo raro han tenido, porque... ¿Qué habrá sido...? Yo se lo pregunto a María o Aniceta..."

 

¿Qué tiene que hacer un ángel en Garabandal?

 

"Cuando nos hemos levantado, la gente ya había empezado a hablar:

–Esas cuatro niñas algo vieron, porque ¡bajaban con unas caras...!

–Sería un pájaro de esos grandes: como ya era de noche...

–O quizá algún nene que vino por sorpresa donde ellas...

–O estarían soñando...

Bueno, todo era pensar, cada uno una cosa. Fue un día en que nada más hablaban de eso." (Diario de Conchita)

¿Quién podrá extrañarse? Jamás había ocurrido cosa semejante en San Sebastián. Sus gentes estaban acostumbradas a contar con Dios; pero nunca se les había ocurrido que pudieran encontrársele, desvelado (como fuera de su misterio), a la vuelta de una esquina. Todos los domingos, al recitar el credo de la misa, proclamaban ellos su creencia de que por obra del Dios Todopoderoso y Creador, además del mundo de las cosas visibles, hay otro mundo de cosas o realidades invisibles, pero, ¿cómo suponer que lo que no había acontecido nunca, aconteciera de pronto ahora, y se encontrasen sus niñas frente al deslumbramiento de ese mundo, o metidas de lleno en él?

Si lo que decían ellas era verdad, podría traer las consecuencia más imprevisibles para todos.

"–A nosotras nos preguntaban que cómo era lo que habíamos visto y nosotras, todo contentas de tan bella figura, lo decíamos muy seguras, porque algunas personas dudaban de si sería verdad. Les decíamos cómo era, cómo iba vestido, muy resplandeciente...

La más de la gente se reía de nosotros; pero a nosotras lo mismo nos  daba: ¡como sabíamos que era verdad!"

Las conversaciones y comentarios a que se refiere la niña debieron de ser especialmente vivos en las primeras horas de la mañana; ellas los captaron bien en su recorrido por el pueblo hasta llegar a la escuela (La escuela no está en el centro del pueblo, sino más bien al margen, y próxima a la iglesia parroquial.), que abría sus puertas a las diez.

"–Cuando llegamos, la señora maestra nos preguntó: Hijas mías, ¿estáis seguras de lo que me dijisteis ayer?

Nosotras le respondimos a la vez: ¡Sí, señora! ¡Hemos visto al ángel!

Las otras niñas de la escuela, que nos rodeaban, estaban todas admiradas de lo que decíamos."

Me imagino que no sólo habría grandísima admiración en los ojos  y en las almas de aquellas otras pequeñas, tan metidas de lleno en el grisáceo vivir aldeano; ¿cómo no envidiar la suerte de estas cuatro compañeras?, ¡si pudieran, ellas también asociarse a una cosa tan emocionante...!

Dudo de que se estudiara mucho aquella mañana en la escuela de niñas de Garabandal. Sin embargo, Conchita escribe en su diario: "Nosotras hacíamos como siempre, sin preocupación ninguna." Si tan tranquilo aplomo les venía de su "visión", habrá que reconocer que ya apuntaba un sello de su mejor origen. Ni los demonios, ni los nervios, ni las alucinaciones son para aquietar así.

"–Cuando salíamos de la escuela (poco antes de la hora de la comida),  cada una se dirigió a su casa.

Jacinta y Mari Cruz iban juntas, y se han ajuntado con el párroco del pueblo, don Valentín Marichalar (Como párroco de Cossío, residía en este pueblo; pero había de subir con frecuencia a San Sebastián, por estar también encargado de su feligresía.), quien les dijo todo asustado lo siguiente: A ver, a ver: ¿es verdad que visteis al ángel?

Ellas le contestaron a la vez: Sí, señor, es verdad.

–No sé, no sé, si no os engañaréis.

Ellas, sonriendo, añadieron: ¡No, no tenga miedo, que nosotras hemos visto al ángel (No creemos que don Valentín compartiera las aprensiones de los antiguos israelitas, para quienes era imposible "ver el ángel de Yavé, y no morir"; pero no podía ciertamente dejarle sin cuidado la inmediata posibilidad de una intervención sobrenatural en el pueblo: ¡eran demasiadas las cosas y consecuencias que aquello podría traer!). Y siguieron hacia sus casas.

El párroco caminaba a ver dónde me encontraba yo; me encontró ya cerca de mi casa (La casa de Conchita estaba a un extremo del pueblo, del lado contrario de la iglesia y escuela, con vistas a los Pinos y al valle del arroyo llamado de los Molinos.), llegó todo nervioso y me dijo: ¡Conchita! Sé sincera: ¿qué visteis anoche?

Yo le expliqué todo... Él me escuchaba muy atento, y al final me dijo: Pues si esta tarde lo veis, le preguntáis que quién es y a qué viene. A ver qué te responde."

La reacción del párroco es perfectamente sensata. El sabe que lo que dicen las niñas es del todo posible; Dios se ocupa vivamente de sus criaturas humanas, sobre todo dentro de la Iglesia, y aunque este "ocuparse" se lleva a cabo casi siempre dentro de eso que llamamos "providencia ordinaria", es decir, sin recurso a intervenciones espectaculares, ninguna dificultad hay para que Él se salga de lo corriente, cuando le plazca y a sus criaturas convenga. Y los ángeles son precisamente sus ministros, en orden sobre todo a proteger y ayudar a los hombres. Don Valentín no podría menos de recordar los hermosos textos litúrgicos del día 2 de octubre que tan altamente ponderan el ministerio de los ángeles a nuestro favor...

Sí, lo que decían las niñas era muy posible, aunque nada fácil de creer. ¿A qué podía venir un ángel a Garabandal? Pero, ¿y si de verdad había venido...? Esto es lo que sobre todo importaba: establecer la verdad del hecho. Tan insensato sería creerlo todo en seguida, como cerrarse en un obstinado "no puede ser". Don Valentín tenía que conocer las primeras líneas del último libro de la Escritura: "Revelación de Jesucristo: Dios la da a sus servidores, para que sepan lo que va a suceder bien pronto; El despachó su ángel para comunicársela a Juan su siervo..." (Apo.1,1). También habría leído alguna vez aquel pasaje del viejo libro del Éxodo (23, 20-21): "He aquí que Yo voy a enviar un ángel delante de ti, para que sobre ti vele a lo largo de tu viaje, y te haga llegar al destino señalado. Ten reverencia hacia él y escucha su voz." y no le cabía en la cabeza que todo lo pudieran haber inventado ellas.

Extraña cosa contaban las niñas; pero don Valentín las conocía bien. Había que aclarar lo sucedido ante todo.

Conchita le prometió que tendría en cuenta su encargo de la doble pregunta, y entonces él dirigió sus pasos a casa de Loli (Daba a una plazuela, y era una típica y vieja casa de aldea. Posteriormente, los Mazón dejaron esta casa y se instalaron en otra próxima, que da también a la plaza; aquí han continuado con su pequeño establecimiento comercial.).

"–Loli contestó igual que nosotras; y así, él estaba cada vez más impresionado, porque las cuatro coincidíamos en todo (Tras un hábil interrogatorio, llevado por separado, no hubiera sido posible mantener tal coincidencia, de haber sido todo aquello "un juego", o cosa peor, montado por las mismas niñas. Por lo demás, don Valentín las conocía bien y sabía a qué atenerse en cuanto a su sinceridad y su enorme respeto por todas las cosas de la religión.).

Finalmente dijo: Bueno, vamos a esperar dos o tres días, para ver qué os dice y si seguís viendo esa figura que decís ser un ángel... Entonces iré donde el señor obispo (A la sazón regía la diócesis de Santander, como administrador apostólico, don Doroteo Fernández, que había sido obispo auxiliar en los últimos años de don José Eguino y Trecu, recientemente fallecido. Don Doroteo había nacido en Huelde (León), y era profesor del Seminario Mayor leonés cuando fue designado para la diócesis de La Montaña. Por cierto, que ni su designación ni su llegada a la capital montañesa tuvieron acogida precisamente "cariñosa" por parte de los eclesiásticos influyentes... No obstante llegar como obispo, fue a parar al Seminario de Corbán, no lejos de Santander, como rector de aquel centro diocesano, que parecía andar algo revuelto.)."

Las niñas comieron... nos suponemos que bastante de prisa y, sin ninguna ceremonia (a no ser la de bendecir la mesa), como se acostumbra en las aldeas; y salieron otra vez para la escuela.

Hacia las cinco, acababan las horas de clase, y las niñas quedaban ya libres para jugar o hacer los recado de casa. Escuchemos de nuevo a Conchita:

"–Yo fui a casa de la señora a la que compramos la leche, y ella me dijo: ¿Es verdad que visteis al ángel? ¿O es cosa que dice la gente?

Yo le respondí: ¡Es cierto que vimos al ángel!

Ella me volvió a preguntar: ¿Y cómo le visteis?

Yo se lo expliqué, en tanto que ella escuchaba con mucha atención. Y me dijo así, sonriendo: Yo, como a ti te tengo muy tratada, lo creo que ves al ángel; pero en las otras, no.

Entonces yo le dije: ¡Pues lo hemos visto las cuatro: Loli, Jacinta, Mari Cruz y yo!

Cuando llegué a casa con la leche, le dije a mi mamá: Mamá, me voy a rezar a la calleja.

Esto lo oyó el albañil que se llama Pepe Díez (Este sujeto sigue trabajando de albañil en el pueblo, y es uno de los testigo mejor informados sobre todos estos "sucesos de Garabandal". Su mujer es Clementina González, y tenía entonces cuatro hijos.), que estaba allí trabajando en arreglos de nuestra casa, y también mi hermano Aniceto que le ayudaba. Entonces Pepe dijo riendo: Sí, déjala ir; ¿por qué no la vas a dejar ir a rezar? A lo que repuso mi hermano: Conchita, ¡no se te ocurra! La gente se reirá de ti y de nosotros, que dirán que andáis diciendo que  veis al ángel, y es mentira." (Conchita escribió estas cosas en su Diario, más de un año después de que ocurrieran, y como eran marginales a los sucesos que de verdad importaban, quizá no las recordaba con exactitud.

De ese encuentro con el albañil Pepe Díez, esposo de la ya mencionada Clementina González, tenemos una información directa, que complementa, o matiza, la que nos da Conchita. Asegura él, que aquel día trató de apartar a las niñas de lo que podía ser una peligrosa "historia", metiéndoles miedo... El tono con que habló a Conchita fue, poco más o menos, así:

"Oye, niña, ¿qué historia es ésa que os traéis con la aparición de un ángel? ¿Os dais cuenta de lo serio que es eso?... No andéis con tonterías, que la podéis armar gorda.

Si seguís con eso, habrá que dar parte a la Guardia Civil; y ellos vendrán, tomarán declaraciones, os someterán a interrogatorio... y a lo mejor termináis en la cárcel. ¿Y los líos en que se verán metidas vuestras familias? Gastos, disgustos, vergüenzas... Tú ya no eres tan niña como para andar jugando con tales cosas..."

En tono semejante, muy a propósito para meterles miedo, habló él luego a las otras tres, cuando se presentaron en busca de Conchita. Ellas le oían un poco asustadas, y sin replicar...; pero, al final, dijeron que qué iban a hacer, que ellas no habían inventado nada..., y que no podían dejar de ir, por si volvía el Ángel.)

Pero de la niña tiraban demasiado las ganas de volver a encontrar la maravillosa aparición, y no dejó en paz a su madre hasta que obtuvo el permiso de ir a la calleja.

Se juntó con las otras tres y cogidas del brazo se fueron para allá. La gente que iban encontrado, desconfiada y maliciosa, les gastaban bromas y les hacían preguntas, pues nadie creía en la verdad de la aparición, o mejor, nadie quería exponerse a quedar en ridículo ante los más "listos" del pueblo mostrando creer en aquella extraña historia de las cuatro chiquillas (La gente de La Montaña suele ser de buena inteligencia, no de fácil confianza. Es gente seria, pero "con trastienda", como suele decirse; extreman tal vez la cautela, para no verse sorprendidos, ni en un negocio ni en una toma de posición que les pueda luego comprometer...)

Pero algunas personas, disimuladamente, las siguieron, sobretodo de esos chicuelos bastante brutitos que gustan de mostrar su incipiente "hombría" metiéndose zafiamente con las "chavalas".  Las cuatro se pusieron a rezar en la calleja; pero no era posible concentrarse en la oración, pues aquella pequeña panda de enemigos  –empezó a tirarles piedras, con acompañamiento de risas, burlas y alguna palabrota.

Era una tarde sombría, desapacible. "El cielo estaba muy nublado y había mucho cierzo"(En Garabandal llaman cierzo a la niebla espesa que se agarra a las laderas de los montes y borra los contornos.), nos dice Conchita. Las niñas pudieron al fin quedar tranquilas, y prolongaron su oración y su espera... "por ver si venía el ángel". Pero el ángel no vino. La calleja, que poco más adelante sería para ellas "un trocito de cielo" (así lo había de subrayar conchita), fue en aquel atardecer del día 19 de junio, bajo el cielo encapotado y con las piedras, las risas burlonas y el soplo del cierzo encima, el desagradable escenario de una dolorosa decepción. ¿Por qué no había vuelto el ángel? ¿Volvería acaso alguna vez?

"Cuando ya se hizo tarde"  –eran las ocho y media–, despegaron sus desnudas rodillas de las piedras de aquel mal camino, y bajaron para la iglesia.

Encuentro con la maestra antes de llegar. Ella trató de levantar su ánimo con una explicación demasiado simple, en la que desde luego no creería, nos imaginamos. "¿Sabéis por qué no ha venido? Porque está muy nublado, de seguro".

En la iglesia hicieron una visita al Señor Sacramentado.

Ni las mismas niñas podrían explicar la extraña conexión que parecía unir lo de la calleja con el del templo. En la calleja no se les había dicho nada: ni una palabra explicatoria, ni una orden, ni una simple exhortación, y ellas eran pequeñas ignorantes; pero un misterioso instinto las llevaba de un punto al otro. Sí, lo que entre claridades habían visto allí, en la calleja, con los ojos de la cara, las empujaba fuerte y suavemente hacia Él que aquí, en la iglesia, sólo podía descubrirse entre penumbras de misterio con los ojos de la fe. Lo de allí, era lo maravilloso, para la expectación y el transporte; pero Él de aquí, era lo de verdad seguro, lo que estaba siempre al alcance, lo que no podía fallar.

 

Una luz en el camino

 

Después de su visita al Señor Sacramentado, las niñas marcharon a sus casas. La noche iba cayendo sobre Garabandal; y también por el alma de aquellas cuatro pueblerinas había sombras...

Aniceta preguntó a su hija tan pronto como apareció en la cocina: "¿Has visto al ángel?" La misma pregunta sonaría en la casa de las otras tres; y las respuestas tuvieron que ser, en todas, como la de Conchita a su madre: "¡No! Hoy no le hemos visto!"

"Luego (escribió ella) me puse a hacer mis labores, como siempre."

Sí, lo de siempre era lo que quedaba. Quizá lo del día anterior no había sido más que... ¡un fogonazo extraño y sin sentido en el oscuro vivir de una hija de aldea! Todo se iría olvidando poco a poco, y ante ella, ante ellas, quedaría sólo, como pobre horizonte, lo de siempre: aquella monotonía fatigosa de lo cotidiano.

No es de extrañar que cuando después de la cena se fue a la cama, a las diez menos cuarto", no estuviera en buena disposición de dormir... En su alma de adolescente había mucha desazón.

 

NO OS PREOCUPÉIS, QUE ME VOLVERÉIS A VER

 

"–Como no podía dormir, me puse a rezar... Y oí entonces una voz que me dijo: NO OS PREOCUPÉIS, QUE ME VOLVERÉIS A VER."

La impresión fue muy fuerte, y Conchita tuvo que seguir rezando, aunque con un estado de ánimo bien distinto; siguió rezando "con mucha duración", hasta que al fin quedó dormida. Y así se apagó también, con un final de oraciones, aquella jornada del 19 de junio de 1961, tan movida en Garabandal, tan llena de encontrados sentimientos y comentarios..

Al día siguiente, martes, el ambiente del pueblo era poco más o menos el mismo, aunque los comentarios adversos y las desconfianzas habían aumentado. "Como no habíamos visto nada el día 19, creían que ya no se nos volvería a aparecer, pues ignoraban lo que nos había pasado por la noche, ya que nosotras no se lo habíamos dicho a nadie."

Al ir a la escuela, se enteró Conchita de que sus tres compañeras habían recibido por la noche la misma seguridad que ella: ME VOLVERÉIS A VER. Así, todas estaban llenas de secreto gozo, y con el mejor ánimo para hacer frente a las diversas incidencias del día.

Día que fue como tanto otros, sin nada digno de especial mención... hasta esa hora de media tarde en que los niños, acabadas las clases, piden en casa la merienda (Es una refección que se hace a media tarde, casi siempre a base de pan y de alguna otra cosa que acompañe. Los chiquillos no suelen detenerse en casa para la merienda: llegan, la piden, la cogen, y ¡a la calle con ella"!, a entretenerse con amigos o compañeros.). Nuestras cuatro "videntes" seguramente pidieron también su merienda, pero pidieron con mucho más ahínco un permiso especial: el de ir juntas a rezar a la calleja.

Más encontraron dificultades. "Tanto mi mamá  –escribe Conchita–  como los padres y hermanos de las otras niñas estaban preocupados, y tenían una lucha muy grande, porque si se inclinaban a que era verdad, también pensaban lo contrario." Y encima, el peso del respeto humano, el temor de hacer el ridículo, tan agobiante en los pueblos pequeños.

Aniceta de mostró de primeras totalmente irreductible: "Si quieres ir a rezar, vete a la iglesia, en la calleja nada tienes que hacer". Porfiaba Conchita; pero inútilmente. Menos mal que llegaron a punto Loli, Jacinta y Mari Cruz, que ya traían su permiso para ir.

"–Ande, señora, ¡deje ir a Conchita!, ¡déjela ir!

–Pero... ¿para qué queréis ir a hacer el tonto?=

–¡Si no vamos a hacer el tonto! ¡Vamos a rezar, a ver si viene el ángel!

–¡No! Conchita no va. Id vosotras si queréis.

Ellas se fueron, pero muy despacio... hasta que dejé de verlas, porque una pared me la impidió. Yo me quedé muy triste.

Mi mamá, de repente salió, y con voz muy alta llamó: "¡Loli! Venid acá."

En un momento estuvieron presentes, y mi mamá les dijo: Si hacéis lo que os mando, dejo ir a Conchita..."

A Aniceta se le ocurrió una pobre estratagema para ponerse a cubierto de las burlas y del ridículo, caso de que las cosas no se dieran como las niñas esperaban: "Vosotras tres os vais solas, como si fuerais a jugar por ahí, sin decir nada a nadie, y cuando hayáis llegado a la calleja, irá Conchita a escondidas, para que nadie se dé cuenta".

No quedaron muy convencidas las interpeladas, temiendo que Aniceta no hablara en serio; pero echaron a andar, despacio, despacio; tuvo que darles Conchita seguridad de que iría. Y así fue, al poco rato. Las encontró lamentándose de que tardara. Pero se les pasó en seguida el disgusto; y las cuatro, "muy contentas", se arrodillaron sobre los cantos de la calleja y empezaron a rezar el rosario. Con mucha ilusión al principio, la ansiedad iba creciendo a medida que las cuentas pasaban.

"–Terminamos, y ¡el Ángel no venía! (Me ha sorprendido que en su diario Conchita siempre escribe "el Ángel", con mayúscula, como dando a entender que se trata de un ángel bien distinguido y cualificado.).

Decidimos ir a la iglesia; y cuando nos levantábamos, pues estábamos de rodillas, vimos una luz muy resplandeciente, que nos rodeaba a las cuatro  –no vimos más que esa luz–  y gritamos como con miedo."

La luz, cegadora, no las cegaba; pero al envolverlas tan vivamente, las aislaba de todo, les tapaba el camino... De aquí su sensación de angustia, "como de miedo", perdidas y flotando en el misterio, en algo totalmente desconocido y en lo que se podrían valer.(Prudencio González era uno de los vecinos del pueblo que menos en serio habían tomado las cosas que se decía pasaban a las cuatro niñas... se reía de aquellas "tonterías" de las que tanto hablaba la gente. Pero este atardecer bajaba por la calleja con un hato de ovejas y, de pronto, como emergiendo de las sombras crepusculares, tuvo ante sus ojos el grupo de las cuatro pequeñas, enteramente solas y enteramente fuera de sí. El espectáculo le impresionó; no pudo dejar de quitarse la gorra con todo respeto... Sus ovejas fueron pasando hacia el pueblo, encaramándose una tras otra por las piedras que formaban los bordes del camino; pero él se deslizó como pudo y con todo cuidado por entre dos de las niñas: para ello hubo de apoyarse en el hombro de una de ellas, y su impresión  –como confesó más tarde–  fue enorme, como si hubiera tocado el misterio; el hombro no parecía de carne, blanda y caliente, sino de algo rígido y frío, que estremecía.).

 

Hay en todo esto como una pedagogía divina, que,

 desde luego, no se nos alcanza del todo, ni del todo

 sabríamos explicar.

 

Hay en todo esto como una pedagogía divina, que, desde luego, no se nos alcanza del todo, ni del todo sabríamos explicar.

Es evidente que las niñas van siendo preparadas para algo... El primer día 18 de junio, es el día del toque de atención: fulgurante toque de atención, que debe despertar a aquellas criaturas, de tan reducidos horizontes, hacia un mundo de realidades misteriosas, de las que ellas no tienen más que vaguísimas referencias de catequesis.

El segundo día, lunes 19, se las hace pasar por la experiencia de que "no está en que uno quiera o uno corra..." (Rom. 9, 16), es decir, que no depende precisamente de ellas lo que pueda ocurrirles en aquel orden de milagrosos contactos con el Misterio: todo depende de Alguien que está muy por encima; pero al mismo tiempo se les da, para que no caigan en nervioso desconcierto, la seguridad de que lo que han vivido la víspera es cosa muy real, que tiene finalidad y sentido, y que sólo es el comienzo de algo...

Para este algo se las prepara más directamente el tercer día, 20 de junio, con el fenómeno de la luz envolvente y cegadora, que les tapa el camino y las aísla de todo. Su espíritu y sus ojos deben ir estando en forma para pasar con una especie de fácil naturalidad, del mundo de las realidades cotidianas, nada deslumbrantes, a un mundo superior, de maravilla y transparencia. En este mundo de Luz habrán de encontrarse solas frente... a lo que sea, extrañamente lejos de todo aquello que forma su "circunstancia" de cada día. Por eso, también su camino, el camino previsible para cuatro pobres chicas de pueblo, quedan borrado tras el misterio de esa luz que envuelve un destino nuevo, de momento bien guardado en los secretos designios de Dios. Se comprende la sensación de susto y sobresalto en las niñas... y su gritar, que me parece una tan inconsciente como patética petición de ayuda y explicaciones. Nunca es sin dolor que a uno le arranquen bruscamente de lo que está formando su vida.

 

Comienza el revuelo de gente

 

Cuando las cuatro niñas se encontraron de nuevo, como si nada hubiese ocurrido, sobre el suelo normal de la calleja, se estaba haciendo ya de noche  –eran las nueve y media–  y desistieron por eso de su proyectada visita a la iglesia.

Apenas podían hablar, de la impresión. Acordaron al separarse no decir a nadie nada. No las podrían comprender. Por eso, en casa, sus respuestas a las preguntas familiares fueron evasivas... y se llevaron intacto su secreto al silencio de la cama.

Mas pronto comprendieron que no podían cerrarse así. El encargo del párroco era terminante: comunicarle en seguida cualquier novedad que hubiese. Querían obedecer, pero ¿cómo? El estaba en Cossío, a seis kilómetros de camino solitario y difícil; sus padres no las dejarían ir solas... No había más remedio que decirles a ellos lo ocurrido; y así lo hicieron, seguramente en la mañana del día 21.

Los informes, estrictamente confidenciales, llegaron en seguida a don Valentín; pero algo debió de "filtrarse", porque a lo largo de la jornada fue creciendo la expectación en todo el pueblo. Hasta ahora los extraños fenómenos de la calleja no había tenido testigos; pro en esta tarde del miércoles, 21 de junio de 1961, por primera vez va a haber observadores desde fuera. Oigamos de nuevo a la protagonista:

"–Por la tarde, después de hacer lo que teníamos que hacer (es ésta una observación muy importante: el cielo enseña siempre a "cumplir", porque es de allí de donde viene todo orden), pedimos permiso a nuestros padres para ir al mismo lugar en que se nos aparecía el ángel. Pero al ir hacia la calleja, viendo que la gente no nos creía, le dijimos a una señora que se llama Clementina Gonzáles, que si quería acompañarnos...; pero ella no quiso venir sola, pues dudaba, y fue a llamar a otra señora, de nombre Concesa. Así, al darse cuenta otras personas de que veníamos acompañadas, se unieron también, y llegando a la calleja, nos pusimos a rezar el rosario.

Terminamos, y el ángel no vino.

La gente se reía mucho, y nos decía: Rezad ahora una estación.

Así lo hicimos, y al terminar, se nos apareció el ángel..."

En medio de su embeleso, no se olvidaron ellas del encargo del párroco. "Le preguntamos que quién era y a qué venía. Pero Él no nos contestó nada."

Las cosas del cielo llevan su ritmo, y no suelen desvelarse de prisa sus misterios. Hay que prepararse, esperar y merecer.

¿Qué pasaba entretanto a quienes se habían llegado allí para "mirar"? Las personas que  –las primeras–  asistían esta tarde de junio a aquel extático transporte de las pequeñas, estaban como fuera de sí por la emoción. Un extraño y dulce temblor las sacudía: no sabían si gritar, si llorar, si ir a llamar a voces a todo el pueblo ...¿Eran aquellas cuatro criaturas transfiguradas, las niñas que todos conocían? ¿Las mismas que andaban al igual que las otras, saltando y trasteando todos los días por las callejuelas de San Sebastián?

¡Qué actitud la suya! ¡Y qué expresión! Clavadas de rodillas en el pedregoso suelo del camino (Las piedras o guijarros abundan ciertamente en Garabandal; pero no es fácil admitir la afirmación de cierto viajero, que recoge "L'Etoile dans la Montagne"; "Ese pueblo es el más pedregoso de toda España".), bien levantada la cara hacia algo o alguien que las tenía arrebatadas, la boca entreabierta con gracia nunca vista, un leve sonreír que ponía plena hermosura en todo su "aire", el mirar de aquellos ojos tan puros... ¡cómo miraban aquellos ojos, hacia algo que nadie de los demás podía ver! Los allí presentes estaban bien seguros de que ni las mejores fotografías podrían captar de verdad todo aquello.

Cuando las cuatro volvieron en sí, vieron con asombro que en torno suyo unas lloraban, otras apretaban las manos contra el pecho, y otra, Clementina, estaba ya para correr al pueblo, a llamar a toda la gente.

"Ay, hijas mías  –exclamó alguien expresando el sentimiento de todas–, ¡ay, hijas mías! ¡Cuando volváis a ver al ángel, le decís que nos perdone por no creer!"

Una tía de Conchita  –Aurelia–  daba tales muestras de impresión, que otra le preguntó. "Pero tú, ¿has visto al ángel?  –No, no le he visto; pero si vosotras no creéis en esto, es que no creéis en Dios".

La mencionada Clementina González da otra versión de los hechos y su discrepancia con el relato de Conchita puede explicarse fácilmente ya que ésta, sólo a través de lo que alguien le dijera después, pudo conocer lo que había ocurrido en torno suyo y de sus compañeras durante el éxtasis, mientras que Clementina González lo vivió como protagonista. Según ella, la cosa fue así:

Ella había ido a casa del señor maestro, y estaba con su mujer Concesa, cosiendo, sentadas a la entrada de la vieja casa (ya no existe, en su lugar se levanta ahora el "Mesón Serafín"); vieron llegar a las cuatro niñas..., y Conchita se dirigió a ella, Clementina, pidiéndole que las acompañara hasta el lugar de la calleja donde querían rezar. Clementina accedió; y también Concesa se fue con ellas. Comenzaron los rezos de las niñas..., y sólo al cabo de un rato, al darse cuenta de que en la calleja "había algo", empezaron a llegar otras personas, como Angelita, Aurelia  –tía de Conchita–, el chico mayor de la misma Clementina  –de diez años–, etc.

 

la entrada súbita de las niñas en éxtasis les hizo

no poca impresión.

 

Las que habían llegado, movidas sólo por la curiosidad, no tomaban aquello en serio, y al ver que no pasaba nada, a pesar de los rezos de las niñas, reían y hablaban... Pero la entrada súbita de las niñas en éxtasis les hizo no poca impresión. No podían ver bien la transfiguración de su rostro, por estar todas ellas a espaldas de las videntes; quisieron pasar adelante para contemplarlas de frente; pero la primera que lo intentó, Angelita, retrocedió temblorosa, pues había sentido como un obstáculo misterioso, que "le impedía el paso y la echaba hacia atrás"; entonces, desde su posición, inclinándose hacia adelante y alargando el cuello, pudieron ver algunas, de lado, el rostro de las niñas y escuchar algo de su quedo hablar...

Clementina fue pronto la más emocionada, ante aquel espectáculo tan inimaginable; y segura de que allí había algo, algo del Cielo, empezó a decir a Conchita, gritando casi: "Conchita, hija, pídele a la Virgen del Carmen, pídele al Sagrado Corazón, que nos amparen... que os digan lo que quieren de nosotros"... Hablaba de ir a buscar al sacerdote..., de ir en busca de todo el pueblo... porque aquello, ¿qué podía ser aquello? Algunas de las presentes no compartían su extraordinaria emoción, hasta reían aún...;  fue entonces cuando ella, y no la tía de Conchita, dijo aquello de "¡Ay, hijas! Si vosotras no creéis en esto, es que no creéis en Dios".

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A. M. D. G.