CAPÍTULO II (CONTINUACIÓN)
"ESTO PARECE DE DIOS"
El señor cura observa en persona lo que sucede en la Campuca
El Sagrado Corazón de Jesús se aparece a Jacinta
Un grupo de diez u once vaqueros bajan a ver a las niñas
La "noticia" naturalmente, llegó también, y bien pronto a don Valentín.
Y no sólo a don Valentín. El brigada don Juan A. Seco ha escrito en sus memorias:
"El día 21 de junio me di cuenta de que algo maravilloso estaba ocurriendo en mi demarcación. Yo había ido ese día de consulta donde el médico del Ayuntamiento, en Puente Nansa, y el médico, don José Luis Gullón, me comunicó muy sorprendido lo que acababan de decirle dos mujeres que habían bajado de Garabandal, que se había aparecido un Ángel a cuatro niñas del pueblo.
"Creo que en aquel momento no sé si le pedí ya al médico la receta que necesitaba para mi oído, pues me da la impresión de que no llegué a necesitarla, ya que oí perfectamente lo que manifestaban aquellas señoras. Me fui inmediatamente a la casa cuarte de la Guardia Civil y ordené al cabo don José Fernández Codesido, que subiera a San Sebastián de Garabandal y se informara cuidadosamente de todo lo ocurrido.
"A su regreso, el mencionado cabo me dio cuenta de cómo había estado separadamente con cada una de las cuatro supuestas videntes y cómo ellas coincidían en todo: que se hallaban jugando a las canicas a la entrada de la calleja que llaman de la Campuca, y que de pronto...
"Al día siguiente, 22 de junio, decidí ir a hablar con el señor cura, a quien me lo encontré en el camino... Y al otro día subí yo con mi ordenanza a Garabandal, para informarme personalmente de lo que allí había ocurrido, y ponerlo en conocimiento de mis superiores en Santander...
"A partir de ese día, yo me sentía contento, y dispuse que hubiera siempre una pareja de vigilancia en Garabandal. La noticia corrió por todos los pueblos limítrofes y a diario se desplazaban gentes a Garabandal, lo que motivó que se fuera aumentando la vigilancia; pronto llegó a ser la concurrencia de 500 a 3.000 personas por día."
Pero volvamos a don Valentín.
Tan impresionado debió de quedar el buen cura con lo que le relataban, que estaba ya decidido a ir a Santander aquel mismo día, jueves 22 (Aunque no puedo precisar cuándo don Valentín fue a Santander para informar a su prelado, sé que le acompañaban Ceferino Mazón, padre de Loli, como autoridad civil del pueblo y otros dos señores que parecían de más viso en la localidad: el "indiano" Eustaquio Cuenca y el profesor Manín o Manuco.
Con el obispo administrador apostólico, don Doroteo Fernández, habló solo y a puerta cerrada don Valentín. Después de escuchar, el obispo dijo, naturalmente que de momento sólo cabía hacer una cosa: observar y esperar...), a informar de todo en el obispado. Alguien le hizo desistir con una acertada observación: "¿Por qué no aguarda usted a presenciar por sí mismo lo que ocurra? Seguramente habrá algo esta tarde, y así, después, podrá informar mejor de todo".
El señor cura observa en persona lo que sucede
en la Campuca
Gracias a tan sensata observación, este día, eucarístico entre todos los de la semana, el jueves con más horas de sol de todo el año 1961, fue el primero en tener un sacerdote en la calleja de Garabandal, como testigo de la comunicación que Dios parecía querer establecer con los hombres desde aquellas alturas.
A la hora acostumbrada del crepúsculo, 8,30 de la tarde –"Te lucis ante terminum–..., hay fervorosa oración comunitaria sobre aquellas piedras del camino a los Pinos, que ya huelen a maravilla. Hay claridad y sosiego sobre los campos de alrededor, por las laderas de los montes. Hay por todo el aire, el múltiple y sutil aroma de la primavera en plenitud, olor de prados florecidos o con heno recién segado... (La siega y almacenaje de la hierba es la principal faena del campesino montañés, que vive sobre todo de sus vacas. Las tierras de Santander –no tanto en Garabandal– son como un continuo sucederse de prados de hierba y bosque de eucaliptos. Por las fechas del mes de junio a que nos referimos, la recogida de la hierba suele estar en pleno desarrollo.).
Está allí, en torno a las niñas, casi toda la gente del pueblo, presidida por su cura. Entre emociones y anhelos se van desgranando una a una las cuentas del rosario... Y al final, ¡por fin!, el éxtasis de las niñas.
¡Aquello era cierto! Los gritos de entusiasmo se mezclaban con los desahogos de la emoción.
Pero no todas las resistencias habían caído ya. Entre los asistentes estaba un tal señor Manín (Este señor profesor estaba en San Sebastián dando clases al hijo de un "indiano" del pueblo. Le llamaban Manín o Manuco (seguramente de Germán). Parece que ahora vive en Santander), profesor; seguramente por un afán de información más completa, dicho señor llevaba a las niñas, después de sus éxtasis, a la casa de un vecino, para interrogarlas detenidamente sobre lo que habían visto... Algunos sacaron de aquí que era él quien "preparaba" a las niñas para sus trances de la calleja; fueron también sospechas de los mismos guardia civiles (Dice el brigada en sus memorias: "Estaba en el pueblo un maestro o profesor que había venido para dar lecciones en las asignaturas suspendidas al hijo del "indiano" Taquito (don Eustaquio Cuenca), y este maestro tenía que estar pendiente de las niñas y acompañarlas durante las apariciones para escuchar lo que decían y tomar nota. La gente empezó a decir que si las hipnotizaba, que si les daba píldoras u otras cosas por el estilo. Cierto día, después de la aparición, me avisa un compañero, sargento, que el maestro se ha llevado a Conchita a casa del indiano, y que va a resultar verdad lo que la gente está diciendo... Me traslado inmediatamente a la mencionada casa y me encuentro, efectivamente, al maestro con la niña en una habitación; le pregunto el por qué de aquello, y me responde que lo hace por encargo de don Valentín, para ir reuniendo datos que luego se presentarían en un informe al señor obispo."), que hasta pensaron meterle en la cárcel.
Don Valentín Marichalar se contento, que en esta tarde del jueves, con ser un testigo más. Pero al día siguiente, 23 de junio, quiso actuar como principal responsable ante lo que estaba pasando.
De nuevo hubo éxtasis en la calleja, a la misma hora del crepúsculo y como final de los acostumbrados rezos. Pero la asistencia había crecido notablemente, pues la noticia de lo que estaba ocurriendo en San Sebastián se había extendido ya por los pueblos vecinos: Cossío, Puentenansa, Rozadío... (Son todos pequeños pueblos ribereños del río que da nombre al valle y cuenca. Puentenansa está aguas abajo de Cossío; Rozadío, aguas arriba. Este último es el "Robacío" de "Peñas Arriba", patria chica de Neluco, el joven y simpático médico de la novela.)
Acabado el éxtasis, la gente trataba de desahogar su emoción abalanzándose a besar a las niñas.
"–Ese día los guardias no quisieron que el profesor nos llevara para preguntarnos, y fuimos con el párroco a la sacristía de la iglesia, donde nos preguntó, llamándonos una por una, a ver si coincidíamos (Lo que va entre comillas, si no se advierte otra cosa, está tomado del diario de Conchita.).
El examen debió de resultar plenamente satisfactorio, pues don Valentín, al salir con las niñas al pórtico, dijo a la gente que esperaba: "Hasta ahora TODO PARECE DE DIOS".
Podemos imaginarnos la alegría de toda aquella buena gente. ¿Cómo habrá Dios distinguido así a Garabandal? ¿Qué querrá de nosotros? Ahora nos van a mirar con envidia los que hasta ahora nos miraban casi con lástima...
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Ha llegado un sábado, el primero desde el comienzo de los sucesos, el último de este mes de junio memorable; ¿habrá algo especial en este día de la semana, especialmente consagrado a la Virgen? Sólo viene un ángel, que no habla; pero, ¿no tendrá algo que ver con Ella? ¡Tanto invocarla con el rezo de las avemarías y las salutaciones de la letanía lauretana!
Durante las primeras horas de la tarde, el camino que sube a Garabandal siente el continuo paso de gentes que van hacía el pueblo en busca de ... ni ellos mismos sabrían decirlo. No hay sólo curiosidad en los que así llegan, caminando sudorosos y con fatiga. Bastantes de ellos han tenido que dejar sus faenas de labriegos, urgentes en aquella sazón de la recogida de la hierba. Pero lo que dicen que ocurre en Garabandal está por encima de todas las urgencias: nunca ha ocurrido cosa igual por allí, y quizá... ¿Cómo desperdiciar la gran ocasión?
Cuando las niñas, "acompañadas de toda la gente del pueblo", llegaron al lugar de costumbre, se encontraron con los muchos forasteros "que se habían adelantado para coger puesto y vernos mejor".
Y no hubo tiempo de rezar el rosario. El ángel se presentó inmediatamente, y las cuatro niñas fueron arrebatadas de cuanto se movía en torno suyo: solas ellas con el ángel solo, en el esplendor de aquella maravilla... El seguía sin hablar, reglándolas con su mirar y su sonrisa; pero hoy tenía debajo de él unas líneas escritas que ya querían decir algo. La primera línea empezaba: "HAY QUE..."; y más abajo se veía una serie de letras mayúsculas, que según entendieron posteriormente las niñas, eran números romanos, designando una fecha (Una nota (me parece que del P. Ramón Andréu, S.J.) en la edición del diario de Conchita dice así: "En carta escrita por Conchita al señor William A. Nolan, de Illinois (U.S.A.), se precisa la descripción en los términos siguientes:
"Las primeras veces que le hemos visto, no nos ha dicho nada, hasta el día 1 de julio. Antes del 1 de julio traía a los pies un letrero, pero no entendíamos bien lo que decía. Las palabras que í entendimos fueron éstas:
En el primer renglón: HAY QUE...
Y en el último renglón: XVIII-MCMLXI.
Esto es lo que hemos entendido.
Es una alusión, como se comprobará más adelante, al mensaje del 18 de octubre de 1961.")
"–Nosotras le preguntamos qué quería decir aquello. Él se sonreía... pero no nos dijo nada.
Cuando se terminó la aparición, nos llevaron los mozos del pueblo en un carro, para que no nos atropellara la gente, y así, no nos besaron. Nos llevaron a la iglesia, y don Valentín, el párroco, nos fue metiendo una por una en la sacristía, para que le dijéramos cómo había sido."
La aparición de este sábado tenía particular interés, por lo de los letreros, que podían ser el comienzo de desvelación de aquel extraño misterio de la calleja; pero las niñas no estaban en condiciones de satisfacer la explicable curiosidad del cura. Absortas en la contemplación del ángel, que superaba toda maravilla de este mundo, y no entendiendo aquello de los números romanos, apenas pusieron atención en las raras escrituras, que hasta el mismo ángel se negaba por el momento explicar (Recientemente (octubre de 1975) he preguntado a Jacinto:
–El letrero que el Ángel llevaba aquellos días a sus pies, ¿os resultó difícil de leer, o lo pudisteis leer con toda claridad?
–Ya casi no me acuerdo; lo que sí recuerdo, es que nos llamaba mucho la atención aquella serie de letras mayúsculas cuyo sentido no entendíamos; luego nos dijeron que se trataba de números romanos.
–Por lo visto, vosotras no entendáis lo que quería decir el letrero: ¿os dio el Ángel alguna explicación?
–No; fue la Virgen quien nos lo explicó después.).
Como cualquiera puede suponer, el día siguiente, domingo, último de junio y octava del primer "fenómeno" de la calleja, el pueblo rebosaba de forasteros, entre ellos estaba "el señor maestro de Cossío (Este maestro sigue (1970) en la misma escuela. Se llama don José Gallego.)" (no sé por qué Conchita le menciona tan expresamente), cinco sacerdotes (El de Puente Nansa. don Pedro Gómez (ex jesuita y ya totalmente secularizado); el de Carmona, don Juan González (natural de Garabandal); el de Celis, don Arsenio Quintanal, y el de Ribadesella, don Alfonso Cobián, acompañado de un padre dominico), que "no creían", y unos cuantos médicos. El aire de San Sebastián en aquel hermoso día de junio era como de romería. Y su gente "seguía entusiasmada". No era para menos: con tan inauditas maravillas a diario y en su casa... más la creciente admiración de la comarca entera...!
Cuando el sol se inclinaba ya sobre el horizonte de alturas que hay al noroeste, toda la masa se agrupó en torno al famoso lugar de la calleja. Previsoramente los del pueblo habían montado allí, con estacas, maderos y sogas, una barrera de protección para las niñas: por su forma cuadrangular, recibió en seguida la denominación de "el cuadro", y con este nombre tendrá que salir muchas veces en la historia de Garabandal (Según las notas del brigada, don Juan A. Seco, parece que este tinglado protector se había montado el día anterior, 24 de junio, sábado.). Gracias a tal tinglado de defensa, las niñas podrían entregarse tranquilamente a su "visión", sin el peligro de las inconsideradas, aunque explicables, avalanchas de la gente, y se facilitaba también que estuvieran más a su lado quienes para ello tenían más derecho oa más importaba: padres y hermanos, médicos, sacerdotes.
Se empezó como de costumbre, con el rezo del rosario... y el ángel no faltó a la cita de las niñas, ni a la expectación de toda aquella multitud.
En el curso del éxtasis, uno de los médicos... Oigamos a la protagonista:
"Este día, el médico nuestro de cabecera (Don José Luis Gullón, residente en Puente Nansa.), cuando yo estaba viendo al ángel, me tomó a mí, me levantó, y me dejó caer de una altura como de un metro, y al caer al suelo mis rodillas sonaros como una calavera (crujido de huesos); mi hermano le intentó quitar de que hicieran eso, pero una fuerza interna lo echaba hacia atrás. De todo esto yo no me deba cuenta; pero la gente me lo contó después (Durante los éxtasis, la insensibilidad de las videntes era total. Ni sentían ni veían nada que estuviese fuera de su "campo"... Y su campo estaba muy aparte de aquel en que se movían los observadores.).
Terminada la aparición, toda la gente se veía muy emocionada y todos querían ver mis rodillas, y yo no sabía por qué (Confirma don Juan A. Seco el episodio del médico levantando a Conchita con grandísimo esfuerzo, y añade: "Al terminar, y examinar a las niñas, se observaban claramente las marcas de la caída, y también de los pinchazos, los arañazos y los golpes, que a manera de pruebas, había hecho algunos a la vidente, sin que ella demostrase la menor reacción de dolor al recibirlos. De nada se había entrado y nada le dolían: solo le quedaban las señales.")"
Desde "el cuadro" las niñas y muchas otras personas se dirigieron a la iglesia, a concluir piadosamente allí, concluir piadosamente allí, con el rezo a Jesús Sacramentado, lo que tan emocionantemente se había vivido en la calleja.
Las niñas pasaron después a la sacristía, "donde había médicos y sacerdotes"; éstos las asediaron a preguntas, a las que ellas contestaban con la tranquila ingenuidad de unas montañesucas firmemente sanas y rectas, de tan despierta inteligencia como pobre cultura.
Resultado: "de los sacerdotes, algunos no lo creían, otro sí". ¿A quién puede extrañar? En primer lugar, era aún demasiado pronto para tomar una postura decidida, y en segundo término, nunca las cosas de Dios resultan tan convincentes desde el principio, que desmonten en seguida toda resistencia. ¿Cómo fueron recibidos los mensajes y declaraciones de Jesús? ¿Qué experiencia fue adquiriendo San Pablo en su presentar el Evangelio a las comunidades judías que encontraba por sus "viajes apostólicos"? Sirva de dato revelador lo que se dice como final de la actuación de Pablo y Bernabé en Antioquia de Pisidia: "Y abrazaron la fe, los que estaban preordenados o destinados a la vida eterna" (Hechos, 13, 48).
Por lo demás, ninguna obligación había de creer en estas cosas de Garabandal; no eran de las "necesarias". Aquí, la cuestión era sobre todo de mayor o menor apertura al Misterio, de sensibilidad espiritual.
Fue también en esta noche dominical del 25 de junio cuando afloró –por primera vez, según creo– una cierta "explicación", que iría in crescendo y que jugaría grande y lastimoso papel en toda la historia de estos sucesos. Se halla como perdida en unas líneas del diario de Conchita: "Estuvo presente el maestro de Cossío; pero ese día no creía, y decía que todo era comedia; y a mi hermano se lo dijo: ¡Qué bien lo hace tu hermana!"
Sí, estas cuatro aldeanucas, con mentalidad (a causa de su aislamiento) de crías de 8 a 9 años, que jamás han visto ni una película, ni un programa de televisión, ni una obra de teatro, se revelan de pronto tan portentosas actrices, que durante meses y años sorben el seso a millares de personas, de España y del extranjero, entre las que hay decenas de sacerdotes, médicos, abogados, ingenieros, periodistas, escritores... (También afloró por entonces la explicación (facilísima de decir, pero tan difícil de probar, que hasta ahora nadie lo ha logrado) de que todo era efecto de alguna enfermedad o anormalidad de las videntes. Anotó el tantas veces mencionado brigada de la Guardia Civil, señor Álvarez Seco: "El médico titular del Ayuntamiento, don José Luis Gullón, dice que están epilépticas y enfermas, que todo lo que les pasa es debido a la enfermedad que tienen (él nunca dice de qué enfermedad se trata); pero yo veo que ellas están la mar de bien, que cada día están más guapas y sanas, mientras que sus familiares, padres y hermanos, presentan. aspecto de cansancio y sus rostros denotan claramente la falta de sueño y reposo.").
Acabado todo el jaleo de aquella tarde, difícil de olvidar, las cuatro criaturas se encontraron con algo inesperado: "Nos miramos las piernas, y estaban llenas de pinchazos, pellizcos, y marcas de uñas que nos había clavado. Pero no nos dolían, aunque allí estaban las marcas (El ya citado P. Ramón María Andréu fue, con la autorización del prelado santanderino y de sus propios superiores, uno de los excepcionales testigos de los sucesos en Garabandal. redactó un informe de valor extraordinario, y en el que se dice acerca de los éxtasis de las niñas:
"La anestesia, en lo que se refiere al dolor, parece completa. Aparte de las grandes pruebas que se les han hecho, como pincharlas, yo las he visto dar unos grandes rodillazos sin acusar gesto de dolor alguno.
Lo más impresionante para mí en este sentido, fue cuando vi a Loli darse un gran golpe en la cabeza contra la artista de un peldaño de cemento. El ruido fue tremendo: los presentes ahogaron un grito, de la impresión; pero la niña, sentada en el suelo, sonreía y hablaba con su visión. Al volver en sí, le preguntamos si había sentido dolor... Ella no recordaba ningún golpe. Tal vez habría sido, dijo cuando sintió como un calambre por todo el cuerpo, pero sin dolor alguno. Sin embargo, en la cabeza tenía un chichón en el lugar del golpe.") "
Como si para todos hubiera sido necesario reposar las fuertes y múltiples emociones de los últimos días, el lunes 26 y el martes 27 "no hubo aparición". Y lo que es peor, las niñas empezaron a temer que todo se hubiese acabado. "Nos quedamos muy tristes, porque creíamos que no volveríamos a ver ya nada". Tal vez todo el motivo de la venida del ángel era para comunicar aquello que estaba en "el letrero" de los dos últimos días: como ellas no le han prestado la debida atención... A aumentar la tristeza de las pobres criaturas contribuye la desilusión y la amarga reacción de despecho, manifestada en palabras mordaces, de la mucha gente que ha subido esos dos días con ansias de ver algo. En la calleja no han tenido más que rezos... y ellos no venían precisamente a rezar. Se marchaban diciendo: "¡Claro! Como éramos muchos y éstas de Garabandal no están muy acostumbradas, no se han atrevido a hacerlo delante de todos".
Las cuatro seguían normalmente con sus labores, yendo a la escuela visitando al Santísimo; mas no podían ocultar el sufrimiento que llevaban dentro.
Tan evidente debía de ser su pena, que la gente buena del pueblo se creyó en la necesidad de consolarlas. El miércoles, día 28, fueron como de costumbre a la escuela. "Cuando salimos, las del pueblo, al vernos tan tristes, lloraban y nos besaban, mientras decían: ¡Rezad mucho para que vuelva!
Cuando llegó la tarde, fuimos a la calleja, e hicimos como de costumbre. La gente rezaba el rosario con más fe que nunca... Y al terminar las letanías, se nos apareció, y vino como nunca de sonriente."
Las niñas se desahogaron con muchas preguntas, pidiéndole sobre todo que les dijese por qué venía... No obtuvieron más que sonrisas (Muchos encontrarán extraño este proceder de la aparición; sepan que los "caminos de Dios" no están para ser fácilmente comprendidos... Bernardita Soubirous, la vidente de Lourdes (y conste que las niñas de Garabandal nada sabían de Lourdes) decía al P. Gondrand en una carta de 1861: "Ella no me dirigió la palabra, hasta la tercera vez en que se me apareció". Y las apariciones de Lourdes fueron muchísimas menos que las de Garabandal). Es decir, no obtuvieron aclaración alguna; pero sí una felicidad tal, que, durando el éxtasis como una hora, de nueve a diez de la noche, a ellas se les hizo "un minuto o menos: tan contentas estaban con él".
El Sagrado Corazón de Jesús se aparece a Jacinta
Tampoco el jueves, día 29, y el viernes, 30, negó el ángel su visita a las niñas (Tal vez fue en la aparición de este día, último viernes del mes del Sagrado Corazón, cuando Jacinta vio también al Señor, "de pie sobre una especie de nubecilla blanca, mostrando el corazón, de un rojo vivo (y que despedía rayos blancos y dorados), sobre la parte izquierda de su pecho... No habló a la niña; pero con la actitud de su mano izquierda le presentaba aquel su Corazón, mientras le hacía señas, con la derecha, para que se acercara. Jacinta obedeció, y quedó deslumbrada por la belleza y resplandor de sus vestidos, más aún de su persona...; aquella claridad era muy superior a la que había visto en el Ángel, e incluso superior a la que después vería en la Virgen.
Esta visión de Jacinta tuvo lugar en la Calleja, mientras sus tres compañeras, arrodilladas a su lado, contemplaban a San Miguel; la visión duró sólo (o así le pareció a ella) unos instantes; pero le dejó una impresión indeleble, aunque guardara sobre la misma total silencio, durante no pocos años.
De tal visión, dos cosas le impresionaron sobre manera: la mirada de Jesús y su porte majestuoso.
Aquella mirada penetraba hasta lo más profundo del alma: ¡no la hubiera podido sostener por largo rato! Y, sin embargo, aquel mirar del Señor "estaba impregnado de un amor inmenso".
En cuanto al porte o aire de suprema majestad, no olvidemos que Jesús es "EL SEÑOR"..., que ante Él "debe doblarse toda rodilla en los cielos, en la tierra y en los abismos" (Fil 2, 9-10).).
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Faustino González es un vaquero o pastor que vive en el vecino pueblo de Obeso (también del ayuntamiento de Río Nansa y sobre una altura que muestra la vieja torre de los que fueron señores del lugar); pero tiene que ir muchas veces a los montes de Garabandal, porque posee allí un "invernal", es decir, una cabaña para el ganado, con pastos en torno.
Poema que el poeta cántabro José del Río Sainz dedica a Garabandal
El poeta cántabro José del Río Sainz (1884-1964), que visitó Garabandal mucho antes de que este nombre empezara a sonar fuera de aquellos bravíos rincones montañeses, dedicó al pueblo un poema, donde a través de robustos versos decasílabos va ponderando la sonoridad de su largo nombre y el ambiente que le daba la entonces numerosa "cabaña", yendo de un lado para otro, bien guardada por perros y pastores o vaqueros:
"Clamor agreste de los mugidos,
de las esquilas, de los ladridos:
sones dispersos, todos fundidos
en una sola voz pastoral...,
que canta el himno del alto puerto
(por la neblina siempre cubierto);
y donde espera, franco y abierto,
con sus establos, el invernal...;
que tiene un nombre grave y guerrero,
de verso suelto del romancero:
¡SAN SEBASTIÁN DE GARABANDAL!" (Última estrofa.)
Un grupo de diez u once vaqueros bajan
a ver a las niñas
Las cosas que están ocurriendo allí en el pueblo por aquellos días son, naturalmente, materia de conversación para Faustino y otros hombres que se mueven por los invernales limítrofes. Este día 29 de junio, último jueves del mes, y día festivo (San Pedro y San Pablo), deciden ellos ir a ver de cerca la cosa. Son un grupo de diez u once, y en su andar desgarbado y en su talante de marcha hay un aire de que van más a mofarse que a buscar devoción... Les cabe difícilmente en la cabeza que el cielo pueda conceder atención a unas mocosas como aquellas hijas de la Aniceta, el Ceferino, Simón y Escolástico.
En el pueblo, a la hora de costumbre, cuando el sol cae sobre el horizonte, la gente se reúne en la Calleja. Nuestros vaqueros no se descuidan, para tomar a tiempo un puesto de primera fila: así podrán observar a gusto lo que ocurra.
Este día se pone a dirigir el rosario una vieja del pueblo; las niñas ocupan normalmente su puesto dentro del Cuadro... y durante algún tiempo transcurre el rezo sin que pase nada; parece que el ángel no tiene prisa. Nuestros hombres, que no han ido precisamente a rezar, a falta de mejor entretenimiento, se dedican a contemplar a la vieja que dirige: su cara tan compungida, tan devota, tan no sé qué, les da mucha risa.
Pero la risa se les hiela de pronto; pues de pronto, con un súbito sacudimiento, con un golpe seco de sus cabezas hacia arriba, las cuatro niñas quedan fuera de sí...
"Al ver aquella transformación, al contemplar aquellas caras –le confesaría posteriormente Faustino González al doctor Ortiz, de Santander–, nos entró una tal emoción, que se nos saltaban las lágrimas... ¡y eso que nosotros somos duros de pelar!"
La vuelta a los invernales, en el aire tibio de la noche, fue de muy distinto talante al de la venida. Reunidos todos en la cabaña, no podían hacer más que hablar de lo visto y oído... El sueño no llegaba; y entonces, uno de ellos propuso dejar ya de hablar, y rezar el rosario, aunque no fuera más que como desagravio a Dios y a la Virgen por lo tontamente que habían estado mofándose.
Todos acogieron muy bien la idea (por una vez no contó su inveterado "respeto humano"), y en la soledad de la noche y de los montes, con el leve acompañamiento de algún tintineo de esquilones de vacas, el invernal escuchó por primera vez, o como nunca, el rosario de unos hombres que han sentido de cerca el inexplicable misterio de Dios.
Esta noche de los vaqueros debió de dejar huella, pues mes y medio más tarde, cuando don Celestino Ortiz hacía sus primeras subidas a Garabandal, quedó "gratamente sorprendido ante la actitud con que aquellos hombres rústicos rezaban el rosario por las calles acompañando a las niñas, todos con la cabeza respetuosamente descubierta"... Habló de ello con uno, y recogió este desahogo:
"... Nosotros, los que cuidamos del ganado por el monte, bajamos al pueblo los sábados, para rezar el rosario con las niñas; arreglamos los ganados más pronto que otros días. Y es que rosarios como éstos no se pueden perder: valen por mil de los que antes rezábamos en la iglesia.
–¿No será un poco exagerado?
–No, doctor, no. En la iglesia, muchas veces, estamos distraídos; pero aquí rezamos y VAMOS PENSANDO."
***
"Vengo a anunciaros la visita de la Virgen,
bajo la advocación del Carmen, que se os aparecerá
mañana, domingo"
Y llegó el mes de julio. Su primer día era sábado.
"Ese día vino mucha gente; como era día de la Virgen a lo mejor se nos aparecía."
En "el cuadro", y a la hora de costumbre, las niñas, acompañadas de una multitud expectante, fueron desgranando las avemarías de su rosario. Y al final, vino el ángel... Pero esta vez no se limitó a sonreír, esta vez, ¡por fin!, ¡HABLÓ! Y sus más importantes palabras fueron éstas. "Vengo a anunciaros la visita de la Virgen, bajo la advocación del Carmen, que se os aparecerá mañana, domingo".
Fuera de sí por el gozo, las cuatro exclamaron a la vez: "¡Que venga pronto!"
El ángel sonreía.
Por fin, aparecía claro el porqué de tan repetidas visitas del misterioso personaje celestial: ¡había venido a preparar caminos!
Y bien podía suponerse que lo que se preparaba, lo que iba a venir, era de muchísima monta, pues el entrenamiento había sido largo e intensivo.
Las niñas, plenamente gozosas con el gran anuncio que acababa de hacérseles, se desahogaron a gusto con aquel que tantas veces habían visto, pero a quien nunca hasta ahora habían escuchado. ¡Era tanto lo que tenían que decir y preguntar! También el ángel estaba en plan de hablar sin restricciones. "Ese día nos habló de muchas cosas", escribiría después Conchita. La mayor parte de tales cosas quedarán para siempre en el misterio, pues seguramente sólo interesaban a las interlocutoras.
Ellas recordaron con el aparecido los diversos lances y cosas más llamativas que habían ocurrido en los anteriores encuentros...; por ejemplo, el susto que Loli, Jacinta y Mari Cruz se habían pasado el primer día cuando vieron a Conchita traspuesta y como víctima de un ataque; al revivir aquello, ahora que todo iba quedando claro, las niñas reían de buena gana con el ángel. Después de tantas horas convividas, había entre "los cinco" una deliciosa familiaridad.
La pregunta más importante fue acerca de aquel misterioso letrero que el ángel había traído en varios de los últimos días. El respondió: "Ya os lo dirá la Virgen". Como en tantas otras cosas, había que esperar. Dios lleva todo con orden; tiene un ritmo que rara vez coincide con el nuestro, y por eso, tantas veces nos desconcierta.
Esta entrevista del sábado, día 1 de julio, entrevista de final de etapa, duró dos horas; pero debió de ser tan estupenda, que a las niñas –así lo confesaron– se les hizo como dos segundoS. La despedida fue: "–Volveré mañana con la Virgen". "–¡Ay, qué pena que te vayas!"
Al volver en sí las videntes, quedaron extrañísimas de la noche que envolvía todo, pues ellas salían de un mundo anegado en claridades.
La gente, que ese había dado cuenta de los largos coloquios del éxtasis, se les echó encima, preguntando por lo que había habido, por lo que les habían dicho... Y las niñas explicaron lo que pudieron, como pudieron. Su obre léxico de aldeanucas escasamente desarrolladas no era muy a propósito para hablar de cosas ante las que aun mentes superentrenadas se encuentran con las mayores dificultades.
Con esto en cuenta, sabremos valorar mejor la descripción que repetidamente dieron del ángel: vestido azul largo, suelto (es decir, sin ceñir), con alas largas, muy bonitas, de color fuego claro, una cara muy bella de niño, no precisamente rubio, ojos negros, de extraordinario mirar...
Esta descripción no choca nada con la tradicional representación de los ángeles en nuestra Iglesia Católica; pero no parece decir mucho. Creo que lo más interesante sobre su ángel lo expresaron las niñas cuando alguna vez dijeron de él, que, a pesar de su apariencia de niño, "daba impresión de gran fuerza". Sí, los ángeles del Señor, aunque pueden adoptar un exterior infantil, para dar a entender la fresca y plena inocencia de su ser, son las criaturas de superior naturaleza, plenos de vigor y de luz en torno al Altísimo, y "poderosos ejecutores de sus órdenes" (¿Cómo recordaba una de las videntes, años más tarde, esta serie de apariciones del Ángel de Garabandal? He podido entrevistarme con Jacinta el 21 de octubre de 1975; véanse algunas preguntas y respuestas:
–¿Qué impresión os daba el Ángel: simplemente de un niño hermoso, o de alguien importante y fuerte, con una gran misión?
–No sé cómo contestar a esta pregunta; él, desde luego, tenía apariencia de niño, pero nosotras sentíamos ante él un gran respeto.
(Quería decirme, según yo le entendí por sus explicaciones, que ellas ante él, a pesar de verle como alguien más inferior en edad, más pequeño, tenían la impresión viva de estar ante Alguien muy importante, muy superior a ellas.)
–¿Cómo pudisteis "entreteneros" tantas horas con él, si es que no os hablaba (según Conchita el Ángel no habló hasta la tarde del 1 de julio)?
–¡Pero si estábamos muy poco con él! Se marchaba en seguida.
–Esa era vuestra impresión; pero los testigos afirman que vuestros éxtasis ya entonces duraban a veces largo rato.
–Será así; yo sólo recuerdo que lo pasábamos muy bien, que se nos hacía muy corto el tiempo, viéndole (contemplándole)... Éramos nosotras las que hablábamos; unas veces le contábamos cosas, y otras, le preguntábamos: entonces él nos contestaba con señas o gestos. Por ejemplo, si le decíamos: "Quieres que recemos más?": él inclinaba la cabeza como se hace para decir "sí"; lo mismo cuando le preguntábamos: "¿Qué quieres de nosotras, que seamos más buenas?"...).
¿Qué órdenes venía a cumplir hacia los hombres el ángel de la calleja de Garabandal?
De momento, dejar preparados unos caminos... ¡Alguien iba a venir!
25-45
A. M. D. G.