CAPÍTULO VI

 2.ª PARTE

 

 

"Y LOS SUYOS...":

 

POSICIÓN "ANTI" A NIVEL OFICIAL

 

 


 

Comisión para entender en el "asunto Garabandal" 

 La cuarta parte-A de tal dossier habla sobre "Garabandal y el derecho: canónico"  

  Primera actuación de la Comisión

  se formó una nube muy negra por encima de Peña Sagra, y de ella salió un rayo impresionante con trayectoria de arriba abajo

   Conchita es llevada a Santander

 


 

Ya hemos visto cómo don Valentín Marichalar, el párroco, desde los primeros días estaba con el propósito de ir lo antes posible a la capital de la diócesis, para informar en el obispado sobre todo lo que estaba ocurriendo.

 

Comisión para entender en el "asunto Garabandal"

 

No he podido averiguar en qué fecha cumplió él tal propósito; de lo que sí hay datos y pruebas es de que por la segunda quincena de este memorable mes de julio un grupito de personas de la capital montañesa estaba ya actuando como si fuera comisión nombrada por el prelado para entender en el "asunto Garabandal" (Parece que esta Comisión surgió más por iniciativa del Rvdo. don Francisco Odriozola, que por voluntad del prelado diocesano. En un principio se habían tomado las cosas de Garabandal como de poca monta, no dignas de concederles atención oficial; y se esperaba que pasara pronto aquella "fiebre" o histeria.
Por otra parte, aquel asunto enojoso llegaba muy inoportunamente, cuando don Doroteo Fernández extremaba su tiento en las cosas de la diócesis, porque andaba buscando el quedarse en Santander como obispo titular o residencial. Se eludía el compromiso... Hasta que llegó un momento en que don Francisco Odriozola convenció al señor administrador apostólico sobre la necesidad de tomar cartas en el asunto. Parece que Mons. Fernández le dijo a Odriozola, que se escogiese él mismo personas competentes, y que empezasen a actuar...
Sobre todo esto de la Comisión, sus métodos de trabajo, fondo documental, razones de su postura, etc., debería hacerse un estudio a fondo; pero el actual prelado santanderino (1970), don José María Cirarda, pone dificultades insuperables...)
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Según nuestros informes, el grupo constaba de tres sacerdotes, como peritos en disciplinas eclesiásticas, y de dos seglares, expertos en ciencia médica. Los sacerdotes eran don Juan Antonio del Val (Don José María Cirarda llegó como obispo a Santander en el verano de 1968; poco más tarde nombraba a don Juan Antonio del Val Gallo, vicario general de la diócesis; no duró mucho en este cargo, pues meses después era designado obispo auxiliar de Sevilla, con residencia en Jerez de la Frontera. Cirarda y del Val fueron  condiscípulos en la Universidad de Comillas (Santander). Don Juan Antonio del Val venía actuando con el doctor Morales, como asesor de su clínica psiquiátrica. Últimamente, diciembre de 1971, ha sido nombrado obispo de Santander: ¡sexto prelado de esa diócesis en menos de once años!), don Francisco Odriozola (Ya queda dicho que se trata de un sacerdote de la ciudad de Santander, profesor y canónigo.) y don José María Sáiz (También profesor y canónigo en Santander. Murió repentinamente el 22 de octubre de 1964, mientras celebraba la santa Misa en la capilla de las Esclavas del Sagrado Corazón (calle Pérez Galdós) de Santander.), "el mejor teólogo de todos ellos", según opinión de bastantes sacerdotes montañeses. El canónigo de Tarragona, don Julio Porro, da también a don Agapito Amieva, Provisor del Obispado de Santander, como miembro de la Comisión; pero no he podido comprobarlo. Los médicos eran el doctor Morales y el doctor Piñal, muy conocido psiquiatra el primero, y anestesista el segundo; ambos, con residencia y consulta en Santander capital (Don Luis Morales había heredado de su padre, don Mariano, una clínica psiquiátrica, muy famosa en Santander. Don José Luis Piñal Ruiz Huidobro, entonces trabajaba como anestesista, aunque parece que había actuado también durante breve tiempo, con el psiquiatra doctor Aldama.
En carta reciente del también doctor santanderino don Celestino Ortiz, me he encontrado con un tercer médico, como miembro de la Comisión: el doctor Peláez; mas parece que este doctor Peláez, de Valladolid, más que miembro de la Comisión, fue un "perito" con el que la Comisión contó alguna vez. Estuvo por lo menos en Garabandal La noche del 22 de agosto, según luego se dirá.)
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Para que el lector tenga ya un mejor "cuadro de referencias" sobre esta comisión episcopal (y aunque sea, en parte, adelantar acontecimientos), quiero inserta aquí cierta información que me acaba de llegar.

El 8 de mayo de 1968, al año exacto de la trágica muerte de monseñor Puchol Montís (el obispo que había dicho a Garabandal el no que parecía definitivo), dos beneméritos sacerdotes firmaban un "Dossier Confidentiel" destinado "a los cardenales, arzobispos y obispos de lengua francesa". Esos dos sacerdotes eran el párroco Alfredo Combe, francés, del departamento del Ródano, y el P. José Laffineur, belga, asentado en Francia, que acaba de morir el 28 de noviembre de 1970.

 

La cuarta parte-A de tal dossier habla

sobre "Garabandal y el derecho: canónico"

 

La cuarta parte-A de tal dossier habla sobre "Garabandal y el derecho: canónico", con afirmaciones como éstas (omitimos aquí los "peros" demasiado personales):

"La comisión no ha sido jamás "un tribunal", ni jamás ha actuado ni sentenciado como "tribunal eclesiástico" según los cánones. Nunca, por ejemplo, se exigió el juramento de rigor a quienes eran requeridos o interrogados, aunque se coleccionaran sus cartas o informes.

"Tal comisión estaba compuesta de dos laicos y tres sacerdotes. Los laicos eran un neurólogo (Morales) y un médico anestesista (Piñal), lo que no constituye  –digámoslo de paso–  una gran suma  de ciencia...

"En cuanto a los sacerdotes comisionados, pronto uno de ellos (Odriozola) fue dejando a los demás en la sombra, moviéndose como si todas las atribuciones se acumularan en él: no sólo las de secretario, sino también las de procurador, notario y hasta juez...

"Además, exigía tener él mismo la evidencia de la realidad de las apariciones, cuando en esta materia la evidencia no puede darse más que en los videntes, debiéndose contentar los demás con un buen conjunto de motivos de credibilidad.

"Y para colmo, él  –como los dos médicos ya citados–  sólo en contadas ocasiones subió a ver los hechos sobre el terreno...

"Como si buscaran sólo coleccionar argumentos desfavorables a la causa de Garabandal, han evitado interrogar a las mismas videntes, a sus familias, a los testigos, irrecusables, que sabían a favor de las apariciones..."

Henos aquí, ante acusaciones extremadamente serias. Yo no las recojo por gusto (siento que se digan de personas a quienes estimo); pero nos urge a todos que se aclaren de una vez las cosas: tenemos derecho a saber ya, qué es lo que de verdad ha pasado en Garabandal. Si el proceder de la Comisión ha sido tan claro, limpio y ajustado a derecho como se nos quiere hacer creer desde la curia santanderina, y sus dictámenes negativos, tan bien fundados como dicen, ¡vengan las pruebas!, para que acaben de una vez con la niebla de suspicacias, dudas y comentarios que tanto daño hace a todos.

Estos cristianos de hoy, tan "adultos" como se dice, ya no se aquietan con simples declaraciones oficiales.

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Pero volvamos al punto de partida, y sigamos hablando de los comisionados por los días en que empezaron a moverse.

De todos ellos debía de tener muy buena opinión el administrador apostólico, don Doroteo Fernández, pues en la primera nota sobre Garabandal, que aparece en el "Boletín Oficial de la Diócesis", fecha de 26 de agosto de 1961, dice monseñor: "Hemos nombrado una comisión de personas de reconocida prudencia y doctrina, para que nos informasen, con toda garantía de objetividad y competencia, acerca de dichos acontecimientos..."

 

Primera actuación de la Comisión

 

Vamos a ver su primera actuación. Pero antes, tratemos de enmarcarla.

Y para eso, volvamos al Diario de Conchita (pág. 39):

"Dos meses antes del mensaje (que fue en octubre, como veremos), me llevaron a Santander, por medio de un sacerdote llamado don Luis."

Se trata de don Luis González López, sacerdote que había estado de cura, años antes, en Garabandal, luego en Celis, en el mismo Ayuntamiento de Río Nansa, y atendía entonces a la parroquia de la Consolación, en la capital santanderina. Tenía relaciones con San Sebastián de Garabandal, no sólo por sus años de cura allí, sino también por vínculos familiares, pues estaba emparentado con la madre de Conchita por matrimonio entre parientes de ambos.

¿Por qué se planeó esto de llevar a Conchita a Santander?

"–Me querían llevar a Santander, porque decían que yo era la que obsesionaba a las otras..."

Debían de pensar esto los de la Comisión y algunos más. También el citado don Luis, que ya había estado alguna vez en Garabandal presenciando los sucesos, y don Valentín Marichalar vieron la conveniencia de hacer la prueba. La madre de Conchita no puso grandes reparos, pues para todos don Luis era un sacerdote de absoluta confianza, y precisamente en su casa habría de parar la niña durante su estancia en la capital.

A todos inquietaba ya muy seriamente lo que estaba ocurriendo en el pueblo y que iba a más cada día... Los que se sentían responsables, aun descartando toda posibilidad de mala fe en las niñas, debían de preguntarse con frecuencia en qué pararía todo aquello..., y si no había que tomar ya alguna medida para esclarecerlo todo mejor y encarrilarlo; ¿no podía influir demasiado en las  restantes del grupo, aquella conchita que se perfilaba como la de mayor personalidad y ascendiente?; y en ella misma, ¿no estaría ya pesando demasiado el ambiente creado por los sucesos? Parecía muy aconsejable hacer una prueba, sacándola de allí.

La iniciativa debió de partir de la Comisión, y don Luis González resultó el intermediario ideal...(Un sacerdote de toda garantía (don José Ramón García de la Riva), después de informarse sobre el terreno, me escribe: "El viaje a Santander fue un engaño de la Comisión (señor Odriozola) a don Valentín y Aniceta: se les aseguró que se trataba solamente de una entrevista con el señor obispo...; pero ya estaba tramado con don Luis el tener a la niña en la capital, bien apartada del ambiente de apariciones.").

Pero Aniceta no las tenía todas consigo: por primera vez iba a alejar de su lado a aquella hija por la que velaba tan enérgicamente, y su instinto maternal le hacía detectar confusamente ciertos riesgos... Por eso quiso tener antes alguna seguridad de arriba.

 

se formó una nube muy negra por encima de Peña Sagra,

y de ella salió un rayo impresionante

con trayectoria de arriba abajo

 

"La víspera de ir a Santander (Es decir, el día 26 de julio. Hay algo curioso o enigmático del día anterior, 25 de julio, gran día en España por celebrarse la fiesta de su patrón el Apóstol Santiago. "En ese día –dice don Juan Álvarez Seco–  yo tenía apostada una pareja de guardias en la Calleja, y otra frente a la casa de Conchita. Las cuatro videntes jugaban en un prado de cerca; era una tarde hermosa y el cielo estaba completamente limpio de nubes. De pronto, hacia las 7,30, se formó una nube muy negra por encima de Peña Sagra, y de ella salió un rayo impresionante con trayectoria de arriba abajo. Las niñas cayeron de rodillas, totalmente asustadas. El trueno que siguió nos estremeció a todos; pero ellas quedaron entonces con la vista extasiada mirando hacia arriba... Recuerdo que tuve que apaciguar los gritos de la madre de Mari Cruz. Todos permanecimos durante unos minutos en silencio... y hubo quien me dijo después, muy serio, aunque sin darle demasiada importancia, que había visto sobre la nube una o dos figuras como viste el Santo Padre."), había mucha gente (en el pueblo), y entre ella, un padre con hábito blanco, y a mí me extrañaba mucho que viniera con hábito de ese color: ¡como nunca los había visto...!

Ese día me había dicho mi mamá que le preguntara a la Virgen que si me dejaba ir a Santander, y yo le dije que se lo preguntaría." (Esta consulta de Aniceta demuestra que, a pesar de las dudas y temores que en ocasiones le asaltaban, en el fondo estaba la casi seguridad de que su hija no inventaba ni fingía.)

En el libro de Sánchez-Ventura "Las apariciones no son un mito", cap. VI, se nos dan más detalles de esto que empieza a contar Conchita. Se deben tales detalles a "un testigo presencial", que así completa desde fuera lo que la niña recuerda de su vivir la cosa por dentro.

Estamos en el día 26 de julio de 1961 (Estoy casi seguro de que ésta es la fecha, y no el 27, como escribe Sánchez-Ventura en su libro.). Ya por la mañana tuvieron las niñas una visión, y luego anunciaron otra para la tarde: "Hoy es antes", dijeron.

Acabarían reuniéndose en el pueblo como unas seiscientas personas: entre ellas, siete sacerdotes y un padre dominico de la Universidad Laboral de Córdoba.

"Eran las seis de la tarde, cuando ya teníamos las cuatro dos llamadas. Nos había traído un Padre un paquete de caramelos: su nombre es don Alfonso Cobián (Párroco de Ribadesella (Asturias), como ya queda dicho.); nos los había traído para las cuatro, y cuando nos los estábamos repartiendo, nos vino la tercera llamada, y dejamos los caramelos en la calle... ¡Con las ganas que teníamos de comerlos! (Hay mucha fuerza en esta exclamación de Conchita. Casi todas las niñas suelen ser muy golosas; y esto debemos suponerlo acrecido en aquellas pobres niñas de aldea, tan poco acostumbradas a las cosas exquisitas...). Pero nos gustaba más, ¡mucho más!, ver a la Virgen; y además, la tercera llamada es una cosa que nos lleva, y no sabemos cómo.

Íbamos al sitio llamado "Cuadro"; pero no nos dio tiempo a llegar, y se nos apareció sin llegar allá."

Era alrededor de las ocho de la tarde, todavía con sol o luz en aquellas fechas de julio. Las niñas entraron corriendo por la calleja; pero antes de poder meterse en el cerco de maderos, cayeron de rodillas como clavadas: dos delante y dos detrás. Conchita mantuvo casi todo el tiempo la cabeza hacia arriba, en posición muy forzada; las otras tres miraban hacia adelante, en alto, con los ojos bien fijos, y Mari Cruz lloraba. La expresión de sus rostros era muy dulce... A veces se sonreían, y en algunos momentos reían francamente.

Todas sacaron a la vez las medallas y rosarios que llevaban al cuello, para darlos a besar a la visión. Una de ellas dijo: "Esta es de un hombre que me dijo que se la beses muy fuerte".

Jacinta inició uno de aquellos movimientos oscilatorios que habían de llevar, poco tiempo después, a uno de los fenómenos más llamativos de Garabandal: "las caídas" (Las "caídas" de que se habla aquí, no deben confundirse con el caer de rodillas, que ya se dijo, en el comienzo de los éxtasis o en medio de una marcha extática. Las "caídas" son un derrumbarse, generalmente poco a poco, de la niña extática hasta quedar como echada sobre el suelo. En Garabandal ocurrieron unas cuantas veces, y siempre las niñas caídas llamaros la atención por el decoro y la gracia de toda su figura: los espectadores eran indefectiblemente llevados a la admiración y al respeto.). (De algunas de ellas hay fotografías interesantísimas, especialmente de Loli y Conchita.) Mari Cruz, en trance, extendía el brazo para sostener a Jacinta..., la cual acabó medio tumbada en el suelo. Conchita, dijo a Mari Loli: "Crúzame bien los brazos; me los has cruzado al revés"(Me parece más aceptable, por más inteligible, lo que dice don Valentín en sus notas: "Conchita estaba como rígida y con los brazos hacia adelante, y Loli le decía: "Pon los brazos para abajo". –"Pónmelos tú", le contestó Conchita; y Loli le bajó un brazo. Entonces yo intenté bajarle el otro; pero estaba totalmente rígido. En seguida se lo bajó Loli."). (Recuérdese lo ya dicho de que, durante el éxtasis, solamente las niñas pueden actuar fácilmente las unas sobre las otras: a las demás personas ofrecen sus miembros una rigidez tal, que es casi del todo imposible vencerla. Lo mismo ocurre en cuanto a la gravidez o peso: ellas se levantan mutuamente con grandísima facilidad; pero entre dos hombres forzudos apenas han logrado mover algo a una de ellas.)

Durante toda la visión (una hora, por lo menos) Mari Cruz estuvo como clavada de rodillas sobre la arista, unos cinco centímetros de anchura, de una piedra..., sin manifestar ni entonces ni después dolor alguno o cansancio.

En su hablar con la aparición, se les oyó preguntar que por qué o había traído al Niño..., y luego empezaron a decir de algunos sacerdotes allí presentes (Cuando se trata de sacerdotes, las niñas preguntan siempre a la aparición de una manera muy particular e intensa: parece que no hay nada que pueda preocuparles más. (Nota del P. Andreu en el diario de Conchita.)), especialmente del que más les había llamado la atención.

"Nosotras, como teníamos tantos deseos de saber quién era aquel Padre que venía con vestido blanco (Parece que en su diálogo las niñas no hablaban sólo a la Virgen del vestido blanco (que nunca habían visto) de aquel Padre, sino también de su "zapatos con agujeros" (sandalias)...), se lo preguntamos a la Virgen, y la Virgen no decía nada, nada más que sonreía. Pero nosotras insistíamos de nuevo, y al cabo de mucho rato, nos dijo: "Es un dominico". Y yo dije: "¿Un dominicu?", y dice Ella: "Sí" ".

Se captaron más cosas de su diálogo: le contaban a la Madre que el párroco les había dado ciruelas en la sacristía, que el púlpito de la iglesia estaba a punto de caerse, que don Valentín había regañado a Conchita por llevar la melena suelta (Conchita tenía entonces un hermoso pelo largo, que de ordinario llevaba recogido en trenzas o coletas. Muy pronto vamos a ver la suerte de estas últimas.) "como la de San Miguel", que la madre de Conchita estaba muy negra y sólo tenía dos dientes..., que les habían hecho una película, y que ellas no habían estado nunca en un cine, aunque habían pasado por delante de uno en Torrelavega (La más importante población de la provincia, después de la capital. Tenía y tiene mucha vida, no solo por sus industrias, sino también por sus ferias de ganado vacuno.), "que era una casa"...

Naturalmente, Conchita no podía olvidar el encargo de su madre:

"Ese mismo día le pregunté yo a la Virgen que si me dejaba ir a Santander, y ella no me lo quitó" (Diario, página 40.)

Resulta muy expresivo este "Ella no me lo quitó". No hubo aprobación expresa, ni mucho menos calurosa. Debió de ser por parte de la Virgen como un encogerse de hombros, un dejar hacer sin interposición de veto.

Al fin, los espectadores más próximos oyeron decir a las niñas:

"–¿Una hora ya? ¡Qué va! ¡Medio minutín!... ¿Una hora y cuarto? ¡No, medio minutín!... Pero será como Tú dices, porque Tú no mientes... ¡Ah! Una hora y veinticinco minutos".

Los espectadores comprobaron por sus relojes la exactitud del tiempo que se decía. Las niñas lanzaron besos al aire, y abrieron y cerraron la mano con gesto expresivo de despedida. De golpe, como en el caso de unos focos a los que quitan súbitamente la corriente, las cuatro bajaron a la vez vista y cabeza, y quedaron en estado o expresión de absoluta normalidad. "Vamos a rezar el rosario", dijeron. Y así acabó una jornada interesante en la extraordinaria historia de Garabandal.

No sabemos si Conchita durmió mucho aquella noche (El día 28 de julio anotó don Valentín: "Se marchó Conchita a Santander, de acuerdo con el señor obispo. Ella dijo que quería quedarse; pero que si la llevaban, se iba tranquila."). Como la Virgen no se oponía, Aniceta decidió en firme el viaje a Santander: irían al día siguiente. Y la niña tuvo que sentir una inquieta emoción: aquello era muy fuera de lo corriente en su vida, iba a conocer por fin la bella e importante población de la que tanto oía hablar, iba a ver cosas nunca vistas...; pero allí la esperaban también unos señores que pensaban no sé qué de ella, y no podía imaginarse cómo la iban a tratar, ni lo que podrían hacer... Lo que oscuramente entendía sobre el motivo de su viaje, no era para dar tranquilidad: "Me querían llevar a Santander, porque decían que yo era la que obsesionaba a las otras... Me llevaban para hacer pruebas".

 

Conchita es llevada a Santander

 

Amaneció el día 27 de julio. Aniceta despachó temprano las labores más urgentes de la casa, y acabó de preparar las cosas que habían de llevar. Puesta ya en marcha con la hija, le hubiera gustado encontrar desiertas las calles del pueblo, por no tener que dar explicaciones (Las viajeras salieron del pueblo hacia las doce y media del mediodía, andando, para tomar en Cossío el autobús de la línea Polaciones-Pesués.
En Pesués, estación del ferrocarril Cantábrico (de vía estrecha, que enlaza Santander con Asturias), don Luis González, que las acompañaba, sacó tres billetes de clase "preferente", y subieron a un tren procedente de Oviedo, que les puso a buena hora de la tarde en la capital montañesa.)
...

Con la llegada de Conchita a Santander, se extendieron a la capital montañesa, bastante anegada ya en frivolidad veraniega, las maravillas de Garabandal, y una de sus calles, quizá la más tradicional y típica (la llamada Calle Alta, por su situación, y que ha quedado inmortalizada por ciertas páginas de literatura montañesa. Es de las pocas calles que quedan del Santander histórico, después del terrible incendio del 16 de febrero de 1941.), hubo de presenciar lo que seguramente no había presenciado nunca en toda su existencia.

"El primer día que fui (a Santander), tuve aparición junto a una iglesia que llaman de la Consolación; y estaba allí mucha gente: tuvieron que intervenir los de la Policía Armada (Dos cuerpos de guardias velan en España por el orden público: la Guardia Civil (uniforme verdoso) y la Policía Armada (uniforme gris). Esta última es la que actúa en las capitales de provincia y poblaciones mayores.
Sabemos que este éxtasis de Conchita fue "muy bonito": de rodillas y con la cabeza muy echada hacia atrás. Los que la pudieron contemplar, estaban asombrados... Para quitar aquel espectáculo de la vía pública, entre unos cuantos hombres, tomándola por brazos y piernas, la llevaron a la oficina o despacho parroquial.
Ocurrió el éxtasis a las nueve de aquella misma tarde de su llegada, la hora en que las otras de Garabandal tenían su aparición en los Pinos.
Poco antes de aquella hora, Aniceta, con la larga experiencia de las tardes de Garabandal, andaba ya nerviosa por si le venía algo a la niña... Don Luis la tranquilizó, asegurándole que allí ¡en Santander! no sucedería nada, que no se preocupara así por Conchita... Cuando se dieron cuenta, ¡la niña estaba ya en éxtasis, rodeada  de curiosos ante las puertas de la iglesia!)
, de tanta gente que había...

Ese día hicieron varias pruebas conmigo; y cuando se terminó la aparición, me metieron en una oficina con un sacerdotes y un médico, a preguntarme cosas... El sacerdote se llama don Francisco Odriozola, y el médico, el doctor Piñal".

Podemos imaginarnos el revuelo que se armaría en una calle de bastante movimiento, al darse cuenta la gente del inusitado espectáculo: una niña, caída de rodillas, totalmente transfigurada y absorta hacia algo que pasaba por encima de ella..., y a su lado, una pobre mujer de pueblo, nerviosa, desconcertada, sin saber qué hacer. Las carreras, la aglomeración y el barullo determinaron la intervención de esos guardias que dice Conchita, cuyo cuartel estaba precisamente en la misma calle.

De los primeros en enterarse de lo que ocurría serían los curas de aquella iglesia parroquial, entre los que estaba precisamente don Luis González López (entonces coadjutor, posteriormente párroco), que había arreglado el viaje de la niña y cargado con la responsabilidad develar por ella. Pasaron inmediatamente aviso a los señores Odriozola y Piñal; y tan pronto como finalizó el trance, conchita se encontró ante ellos en una ofician o despacho de la casa parroquial.

"Me decían:

que cómo había hecho esas cosas...,
que estaba loca...,
que estaba engañando al mundo de esa manera..."

No sabemos si los dos "comisionados" se desahogaban así por simple táctica, o porque estuviesen del todo cerrados a la posibilidad de que aquello viniese de una causa superior. Hay motivos  –luego saldrán–  para creer que se trataba más bien de esto último.

Después de las preguntas y de los apóstrofes, vinieron otros número más divertidos:

"Y me decían: "Ponte tiesa, mírame a la nariz..., que te voy a hipnotizar". Y cuando me dijo: "Mírame a la nariz", yo me reía... Y él me decía: "No te rías, que no es cosa de risa".

Y ese día ya no me hicieron más cosas".

No sabemos a qué hora terminó esta primera sesión de cura de Conchita, que debió desarrollarse en la tarde del mismo día de su llegada.

Pero ¡buenos hubieran quedado los señores Odriozola y Piñal, de haber sabido que mientras ellos preguntaban y apostrofaban en la oficina de la iglesia santanderina, la gente de Garabandal se enteraba cumplidamente de lo que acababa de ocurrir allí, en la Calle Alta! Y no precisamente por teléfono...

A la misma hora del trance de Conchita, las tres que habían quedado en el pueblo tenían una aparición en los Pinos; y durante ella la Virgen les dijo que también Conchita la estaba viendo entonces... Las niñas lo dijeron luego a la gente, y el brigada de la Guardia Civil  (El día 27 de julio el brigada don Juan Álvarez Seco estuvo en Santander, sin saber nada del viaje de Conchita. Antes de salir, encargó a sus guardias, que observaran atentamente lo que ocurriera ese día en Garabandal, para que luego se lo explicasen. Al regresar por la tarde, llamó a la pareja que había estado de servicio, y de ella recibió el informe de que "a la una horas de la tarde se había aparecido el ángel a Mari Cruz, Jacinta y María Dolores..., que ellas le dijeron que tenían mucha pena porque ese día, cuando se apareciera la Virgen, no iba a estar Conchita para verla..., y que entonces el ángel les aseguró que también Conchita vería a la Virgen, a la misma hora en que ellas la vieran en Garabandal".
No tardó mucho don Juan Álvarez Seco en comprobar, por conferencia telefónica oficial con el brigada Crescencio, de la Comandancia de Santander, la realización de todo aquello que el comunicaban los guardias. El asombro debió de ser mutuo... Alguien cuenta que cuando el de Santander empezó diciendo: "Oiga, ¿no sabe usted que esa niña Conchita ha tenido aquí...?". replicó el de Puente Nansa:
–"Sí, ya lo sabía".  –"Pero ¿quién ha podido decírselo?" –"¡La Virgen!")
pudo comprobar bien pronto desde Puente Nansa, por teléfono, toda la exactitud de sus informes: por la Virgen habían sabido ellas en los Pinos de Garabandal lo  que estaba pasando en los mismos instantes a noventa kilómetros de distancia. El párroco don Valentín Marichalar es uno de los buenos testigos que pueden garantizar la verdad de este suceso.

"Al día siguiente me llevaron donde médicos (Las consultas a los médicos debieron de durar más de un día... Uno de esos días tuvo lugar el corte de las coletas o trenzas de Conchita. Es un episodio interesante.
Los de la Comisión acordaron tal operación de peluquería, al parecer por dos motivos:
1.º Para que la niña no fura fácilmente reconocida por las calles de Santander, pues bastantes personas habían subido ya a Garabandal, y otras muchas conocían fotografías de las videntes.
2.º Para eliminar una posible causa de los extraños fenómenos... Me resisto a creer esto último, pero lo he escuchado y leído varias veces, y aquí está el testimonio explícito de don Julio Porro Cardeñoso, canónigo de Tarragona, uno de los mejores conocedores del asunto Garabandal, en su conferencia "El Misterio de Garabandal en la Teología Católica", pág. 68: "Poco han aireado (los de la Comisión) su apreciación de que las coletas que tenía Conchita eran el origen de un fluido misterioso que subyugaba a las compañeras."
Parece más creíble lo que me escribe el Rvdo. don José Ramón García de la Riva, después de informarse en el mismo pueblo: "La llevaron a una peluquería. La peluquera notó algo raro en aquellas trenzas; es decir, que le fue difícil cortarlas. De ahí, aquello de que en el pelo  –decían–  tendría una extraña fuerza sobre o hacia las otras niñas." Parece la historia de Sansón reeditada; y es que en la vida nunca se acaban las sorpresas.),
a ver si estaba enferma; me llevaron donde uno que se llama Morales, y varios más... Y todos me decían que estaba bien, y que esto de las apariciones era un sueño. Y decían que me dejaran allí en Santander, para que me distrajera, para que se me olvidara todo y no volviera a tener más apariciones".

Como se ve, los "comisionados" empezaron en seguida, y con todo celo, la observación y estudio del caso Conchita. Por mucho que hurgaron en la constitución y psicología de la niña, nada pudieron descubrir que diera base para un diagnóstico de enfermedad o anormalidad... Pero algo había que decir, si no se quería dar por inexplicables las cosas que le pasaban, algo había que hacer; y dijeron que tales cosas eran irreales: fantasías, sueños, alucinación; e hicieron un plan de tratamiento: que se quedara en Santander y entrara de lleno en un buen ambiente de "distracción", para que se le fueran pronto de la cabeza todas aquellas cosas raras.

El tono y las palabras de los señores consultados hicieron impacto en el ánimo de Aniceta:

"Entonces, mi mamá, como quedó tan convencida de que no era nada (lo mío), con todo lo que le dijeron los médicos, me dejó (en Santander), y ella se marchó".

El "tratamiento" para "curar" a Conchita era muy adecuado:

"Unas sobrinas y una hermana del P. Odriozola me iban a buscar todos los días a casa, para ir a la playa, y a las ferias, lo que yo hasta el presente nunca había visto" (Parece que en el tratamiento de Conchita a base de "distracciones" no colaboraron sólo la hermana y sobrinas del señor Odriozola, alma de la Comisión, sino también la hermana del Rvdo. don Luis, Antonia González López.
Estoy seguro de que ambas mujeres lo hacían con la mejor voluntad, persuadidas de que llevaban a cabo una buena obra. Aunque no todos admiten tan fácilmente eso de la buena fe de los encargados de "curar" a Conchita... Uno de los puntos del "tratamiento" era apartar a la niña de las prácticas de piedad: Aniceta, que permaneció unos días con ella en Santander, estaba molesta y preocupada al ver que ni un solo día  –quizá ni siquiera el domingo–  dieron proporción a la pequeña para que asistiera a misa.).

Podemos imaginarnos el efecto de deslumbramiento y turbación que todo aquello "nunca visto", ni siquiera imaginado, hubo de causar en la pobre hija de la montaña, a punto de adolescencia, de tan despierta sensibilidad, y arrancada bruscamente de su propio ambiente rural, sencillísimo y austero. El encanto del Sardinero, con sus playas invadidas de una multitud semidesnuda, ociosa y entregada al goce...; las casetas de la feria (Santander tenía que estar por aquellos días extraordinariamente "animado", pues, aparte del veraneo en pleno crescendo, se tenían entonces las ferias, "ferias de Santiago" (su fiesta, de precepto en toda España, es el 25 de julio).), con espectáculos, entretenimientos y sorpresas que nunca asomaban por las aldeas... (un sacerdote diocesano me ha asegurado en casta que a Conchita se la llevó incluso a casetas de nigromantes). ¿Cómo la niña de Garabandal no iba a sentirse fortísimamente impresionada, y como zambullida de golpe en una placentera disipación? Sacudida así por tantas y tan insólitas experiencias, hubiera sido un milagro que mantuviese el espíritu sereno y limpio, en forma, para las influencias nada fáciles de arriba. Y el milagro parece ser que no se produjo.

Y ya no hubo apariciones.

Si de esto sacaron los comisionados la conclusión de que lo que la niña había tenido anteriormente no ofrecía garantía alguna de proceder de Dios, dieron la medida, pobre medida, de su talla como expertos en teología mística o espiritual..

La acción de Dios no se desarrolla, normalmente, en plan apabullante (que abate todas las resistencias), ni como independiente de toda correspondencia o cooperación humana. Hasta sus mejores planes pueden malograrse, si por parte de los destinatarios hay una pertinaz falta de atención, de apertura y de docilidad. "Quien tenga oídos para oír, que entienda".

"Y como iba todos los días a la playa, no se me apareció la Virgen" (Esto no significa que ir a la playa sea en sí mismo pecado; significa tan sólo que aquel ambiente, tan lleno frecuentemente de sensualismo y de incitaciones, se convierte en serio obstáculo para un comunicarse especial e intensamente con el mundo sobrenatural.
Respecto a Conchita, parece que no se extremó la atención por la decencia en cuanto a la elección de bañadores.)

Escribió el P. Andreu en la adición primera a su informe: "Me ha dicho la niña, que en Santander le enseñaban fotografías, y hacían con ella otras experiencias..., sin duda a modo de "test". La finalidad parecía ser la de sacarla del ambiente en que había vivido, y que tal vez influía en sus visiones. Sin preguntarle yo especialmente sobre aquel período de su vida, ella, delante de algunas otras personas, me dijo: "Me ha declarado la Virgen, que no me vino a ver más veces, porque yo iba a la playa. Pero ahora ya me he confesado" ".

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A. M. D. G.