CAPÍTULO VI
3.ª PARTE
PERO LEJOS DE ALLÍ...
Pero aquello fue asombroso –me dice don Manuel–: no logré entenderle ni una sola frase.
El día 3 de agosto ocurren por primera vez las "caídas extáticas"
Turbio desenlace de un plan nada claro .Pasan a recoger en Santander a Conchita
Mientras en Santander se llevaba adelante el inspirado tratamiento que ha hemos visto, para curar a Conchita de sus enfermedades visionarias, lejos de allí, en Garabandal, "los sucesos" seguían su marcha misteriosa.
Al día siguiente de la partida de la niña (Quien me lo refiere, Rvdo. don Manuel Antón, cree que fue en ese día 28 de julio, aunque no tiene plena seguridad; yo, con las notas de don Valentín delante, pienso si no sería el domingo día 30.), llegaban a la ya famosa aldea tres sacerdotes de la ciudad de León: don Manuel Antón, don Víctor López y don Geminiano García. El primero era párroco de San Claudio (moderna iglesia situada en el mejor paseo de León, el de la Facultad) y los otros dos eran bien conocidos allí por sus actividades docentes. Los tres estaban pasando unos días de vacación en el pueblo de Barro, en la preciosa costa de Llanes (Asturias); les llegaron noticias de lo que venía ocurriendo no lejos, y decidieron ir a ver qué pasaba.
Llegaron a Cossío en coche, y de allí a San Sebastián subieron andando. Así, a pesar de la fatiga y el sudor, pudieron admirar lo agreste y bravío de aquellos parajes.
Hacia las doce y media entraron en el pueblo y, preguntando, llegaron a casa de Ceferino. Don Manuel Antón, que es quien me lo cuenta, recuerda perfectamente que Ceferino no estaba allí, sino en una bolera, jugando con otros hombres una partida de bolos, a los que tan aficionados son en los pueblos de la Montaña; su mujer, Julia, preparaba comidas: estaba friendo filetes. Don Manuel iba decidido a informarse bien de lo que allí ocurría, y sabiendo ya que la chica de Ceferino, Mari Loli, era por entonces la de mayor frecuencia de "cosas", buscó por todos los medios el hablar a solas con ella. Se le mandó recado al padre, para que viniese a dar su permiso; pero él, a quien tenían ya harto las preguntas, las solicitudes y los atrevimientos de tantos visitantes, ni hizo caso ni interrumpió su partida.
Mas don Manuel no cejó en su empeño, dando a entender, sin revelar su identidad, que era un sacerdote de relieve, que venía con una misión y que tenían motivos o poderes para lo que pretendía. Al fin, se presentó Ceferino, y autorizó la entrevista con Loli.
Tuvo lugar en una pieza de la vieja y rústica casa, mientras los demás comían en las mesas de la taberna. Teniendo delante a Loli, que era "más bien pequeña para su edad", don Manuel, aun tratando de inspirarle confianza, se afirmó en su talante autoritario, como de quien tiene títulos para exigir, y le dijo que tendría que explicarle todo, especialmente lo del comienzo, cómo había empezado aquello..., porque él esta allí por algo muy importante, y luego había de informar (Me dice don Manuel que él tenía tanto empeño por saber auténticamente cómo habían empezado "los sucesos", porque en estas cosas, nada como ver el origen, para poder juzgar si en ellas ha habido amaño o se deben realmente a algo externo e imprevisto.).
La niña, creyéndose ante un personaje, que había ido para someterla a interrogatorio, fue contestando a todas sus preguntas y dando cuantas explicaciones solicitaba... Especialmente, sobre el comienzo de todo aquello en la tarde del 18 de junio. Don Manuel, que no conoce el diario de Conchita ni apenas sabe de Garabandal más que lo que él vivió, me refiere lo que Loli le dijo sobre "el principio", y puedo atestiguar que coincide sustancialmente con la versión que Conchita nos da en su diario y que yo he seguido en esta historia; sólo hay pequeñas diferencias de detalle, como ocurre con cualquier suceso cuando son varios los testigos que dan sobre él su versión.
Lo que más le impresionaba a don Manuel, escuchando a Loli, era su aire de absoluta sinceridad: ésta le salía por los ojos y vibraba en todas sus palabras.
Evidentemente, en el comienzo de todo aquello no había habido preparación ni amaño de ninguna clase. Las niñas se encontraron de pronto con algo que nunca hubieran podido soñar, y que las dejó en total desconcierto: de aquí, aquel su refugiarse cabe los muros o en el interior de la iglesia.
Para don Manuel Antón, todo esto resulta un signo positivo de gran valor.
Loli llegó en su relato a las apariciones de la Virgen: Ella les había dicho muchas cosas...; unas las podían decir a la gente, pero otras no, porque "eran un secreto". Entonces don Manuel la interrumpió: "A mí tendrás que decírmelo todo, porque yo tengo derecho a saberlo, no soy un cualquiera". La niña se cerraba en su resistencia: no podía, no podía; la Virgen les había dicho que no se lo dijeran a nadie hasta que llegara el día... Pero don Manuel acabó por doblegar aquella resistencia con estas palabras: "Te he dicho que tengo autoridad para preguntarte, y es voluntad de Dios que me lo digas todo; así que ¡obedece!"
Entonces la niña, nerviosa y haciendo grandes esfuerzos, empezó a querer decir lo que se le mandaba...
Pero aquello fue asombroso –me dice don Manuel–:
no logré entenderle ni una sola frase.
"Pero aquello fue asombroso –me dice don Manuel–: no logré entenderle ni una sola frase. Y no es que hablara bajo, ni se pusiera adrede a hablar de un modo ininteligible; es que se produjo en su habla un extrañísimo fenómeno; hasta entonces venía expresándose con toda normalidad, y yo la entendía perfectamente; pero en el punto de querer decirme "el secreto", como si ni sus labios ni su lengua respondiesen a su voluntad, allí no hubo más que tartamudeos y como un revoltijo de sonidos. Yo veía cómo se esforzaba por hacerse entender; pero no había modo de captar una palabra.
"–¿Ve? –me dijo, al fin, con su claro hablar de siempre–, ¿Ve? La Virgen no quería que yo dijese esas cosas". "
Aquel día había mucha gente en el pueblo, esperando la aparición, que se había anunciado para una hora imprecisa de la tarde. Transcurría el tiempo, que en la espera siempre se hace más largo..., y a cada hora que pasaba, la impaciencia iba ganando a más gente. Dos de las niñas –Loli y Jacinta– estaban en la casa de la abuela de Loli, jugando en la planta que tiene una balconada o "corredor" (A él mismo, me dice, no le causó buena impresión, ¡y era lo primero que veía!; pero si esto fue como un signo negativo, "después fui obteniendo bastantes pruebas de signo totalmente contrario".
Yo creo que no s difícil encontrar una buena explicación para aquella coincidencia de la subida de Ceferino con el comienzo del éxtasis; y teniendo en cuenta lo que ya se ha dicho, cualquiera la puede hallar.).Lo mejor vino después. Ya al oscurecer, fue el rosario en la iglesia, atestada de gente. Las dos niñas, normales, se arrodillaron delante, en la grada del mismo presbiterio, para dirigir desde allí el rosario, como se les había pedido. Don Manuel logró colocarse bien cerca de ellas, y de frente (teniendo el altar a sus espaldas), para que no se le escapara un detalle; y encontró puesto para don Víctor López al costado de las niñas. El rezo del rosario iba haciéndose sin novedad alguna; cuando de pronto, hacia el segundo misterio, se produjo un cierto estremecimiento en las dos niñas y con el golpe típico que ya tantos conocían, quedaron con la cabeza en alto y totalmente traspuestas. Don Manuel pudo observarlas a gusto y asegura que estaban de verdad extraordinarias.
Como ellas siguieron dirigiendo el rosario desde su éxtasis, él se puso a hacer comprobaciones sobre su insensibilidad, inmovilidad, falta de reflejos normales en los ojos, etc. La más interesante prueba fue ésta: vio que las niñas no contaban las avemarías, ni por el rosario ni por los dedos, y entonces encargó a don Víctor que fuera controlando con toda exactitud el número de las que rezaban, para ver si el gloria venía exactamente al final de cada decena; mientras, él iba haciendo lo posible por confundirlas: en cualquier momento del misterio, se inclinaba sobre ellas y les decía fuerte al oído: "¡Gloria! ¡Gloria!... Decid ya el Gloria, que ya van diez avemarías."
"Resultó inútil –me dice–; fueron diciendo todos los Glorias exactamente en el momento que correspondía, sin una sola equivocación.
""Todo aquello, unido a lo de "las confesiones" de Loli, me dejó muy pensativo. Y bajé de Garabandal convencido de que allí había "algo"..., algo que iba a ser muy difícil de explicar con elementos puramente humanos o naturales."
El día 31 la gente pudo ver por primera vez cómo las niñas
andaban graciosamente de rodillas durante su éxtasis
Como vemos, la falta de Conchita, que "influenciaba a las otras para todas aquellas cosas raras", no supuso ni apagón ni eclipse para los fenómenos de Garabandal. Antes al contrario, parece que éstos tomaron durante los días de su ausencia nuevos vuelos de frecuencia e importancia. Si se pudiera recoger minuciosamente toda la historia "maravillosa" de aquellos días, se llenarían muy fácilmente centenares y centenares de páginas. (Esperemos que pronto, abatidas ¡por fin! las innumerables barreras anti-Garabandal que ahora tanto obstaculizan nuestro trabajo, pueda acometerse la tarea de lograr el más extenso y depurado fondo documental.)
"En los días que estuve yo en Santander –escribió Conchita en su diario, página 43– había en el pueblo dos padres jesuitas: el P. Ramón María Andreu y el P. Luis María Andreu. Vinieron, como muchos, sin creer nada; y un día de éstos..."
Estos nombres ya nos son conocidos, porque ha habido que adelantar algún dato, pero es precisamente en estos finales de julio de 1961, concretamente el día 29, cuando entran en escena para la acción e historia de Garabandal estos dos hermanos religiosos, que tanto habían de suponer para una y otra. como muy pronto habrá que enfocar de lleno la atención sobre el segundo de ellos, vamos a dejar para el próximo capítulo, por no alargar demasiado éste, la cuenta de lo ocurrido en ese tan distinguido día 29 de julio; basta poner aquí un apunte esquemático (Tomo este breve apunte del libro de Sánchez-Ventura, "Las Apariciones no son un mito", cap. VII, págs. 105-108.) de lo que vivió Garabandal mientras en Santander los de la Comisión creían solucionar todo el asunto con su tratamiento para "curar" a Conchita.
El día 30 insistieron las niñas, ante la visión, en su ruego de que diera una buena prueba para que todos creyesen... "Que se haga de noche, en pleno día". Cuando esto decían ,era ya de noche; mas no para ellas, que estaban metidas en una totalidad de luz. otra vez dijeron: "Aunque sea un milagrín chiquitín, como que volemos". El P. Royo Marín, que estaba presente, exclamó: "¡Lo que deben de ver estas niñas, que llaman "milagrín chiquitín" al volar!"
"La Virgen se pone seria cuando le pedimos un milagro" (No podemos entrar en toda la razón de esta seriedad de la parecida; pero nos la explicamos en parte. Garabandal venía viviendo en un "milagro" cotidiano: aquellas frágiles criaturas, que no se agotaban ni desquiciaban con tal profusión de trances..., la misma realidad asombrosa de tales trances..., las "pruebas" personales y certeras que todos los días había para unos o para otros... ¡Y la gente seguía pidiendo, en una actitud de tortuosa resistencia o con un apetito desordenado de maravillas, que se les diera señales de factura impresionante, para quedar seguros o saciados!), dijeron después.
Uno de los éxtasis de este día lo tuvo Mari Loli, sola, en casa de su abuela. "¿Cómo vienes aquí, donde nadie nos ve?" Indudablemente, ella y sus compañeras deseaban que todo aquello irradiara hacia los demás, para que creyeran y se aprovecharan.
El día 31 la gente pudo ver por primera vez cómo las niñas andaban graciosamente de rodillas durante su éxtasis. La aparición se les alejaba, y su fuerza de atracción las hacía marchar sin cambiar de postura ni levantarse del suelo. En este mismo día le ocurrieron a Loli las primeras "oscilaciones": movimiento o balanceo del cuerpo como si fuera a caer, pero sin producirse la caída.
Es éste, uno de los momentos más significativos de Garabandal.
la quintaesencia de "los sucesos" garabandalinos estaba
precisamente en esto:
en que viviéramos de lleno la realidad de que
la Virgen Madre de Dios es también, ¡
y hasta qué punto!, nuestra Madre.
El día 1 de agosto, martes, hubo éxtasis a tres horas distintas en los Pinos (Nota don Valentín, a 23 de julio: "Dicen que los martes, a los Pinos". Por estas fechas, Mari Cruz tenía casi siempre la aparición aparte, y muy frecuentemente, en el rústico balcón de su casa.) : a la 10,45, a las 12,15 y a las 15,40. En uno de ellos, seguramente en el de las 12, hora del "Ángelus", se oyó muy claramente a las niñas rezar el Avemaría con una preciosa modificación o añadidura: "Santa María, Madre de Dios y MADRE NUESTRA, ruega por ..." (Es éste, uno de los momentos más significativos de Garabandal.
No puede dudarse (cada día nos daremos mejor cuenta) de que la quintaesencia de "los sucesos" garabandalinos estaba precisamente en esto: en que viviéramos de lleno la realidad de que la Virgen Madre de Dios es también, ¡y hasta qué punto!, nuestra Madre.
Las niñas que lo experimentaban a diario de forma sobrenatural, se vieron necesitadas de desahogar lo que sentían, con aquella acertada y espontánea añadidura a la mejor oración mariana.). A la Virgen le pareció bien; pero indicó que no empleasen habitualmente esa fórmula mientras no fuese autorizada por la Iglesia (Cualquiera entenderá el porqué de esta indicación de la Virgen, pero también cualquiera entenderá que esto no nos quita libertad para rezar, en privado, como las niñas.)
El día 3 de agosto ocurren por primera vez
las "caídas extáticas"
.El día 3 de agosto ocurren por primera vez las "caídas extáticas", de las que ya queda dicho.
Fue seguramente en este día cuando subió por segunda vez a Garabandal el párroco leonés don Manuel Antón. Digo "seguramente", porque él no se acuerda con toda precisión, aunque sabe que fue por estas fechas; pero como coincidió allí con una importante y conocida autoridad nacional, y Sánchez-Ventura escribe que este día 3 había en el lugar de las apariciones "una autoridad de Madrid", saco la conclusión de que fue precisamente en ese día cuando don Manuel estuvo por segunda vez en Garabandal. Y esta vez, solo. De sus dos compañeros sacerdotes, un, don Víctor López, había preferido dirigirse aquel mismo día a Santander, para conocer la opinión del administrador apostólico, don Doroteo Fernández.
Ese mismo día 3 de agosto, jueves, concluía la estancia de Conchita en la capital montañesa, y se cerraba así un capítulo importante para la historia de "los sucesos", capítulo que había de pesar como una malaventura sobre el misterio de Garabandal.
Turbio desenlace de un plan nada claro.
PASAN A RECOGER EN SANTANDER A CONCHITA
"Al cabo de ocho días, un señor intervino para traerme (al pueblo), y mi mamá me fue a buscar, y me vine; su nombre es don Emilio del Valle Egocheaga: se lo tendré presente toda la vida" (Diario, página 42.)
Efectivamente, fue don Emilio del Valle (Se trata de un señor de León, muy conocido en aquella ciudad y provincia; hombre de negocios, con participación en las minas de carbón de Santa Lucía (León), donde trabajó algún tiempo un hermano de Conchita.) quien intervino para "repatriar" a la que de algún modo podía considerarse como secuestrada en Santander (aunque, según parece, con mucho gusto natural de ella).
Don Emilio, en Puente Nansa, contrató al taxista Fidelín Gómez, para que llevara a Santander (Todos los gastos de este viaje corrieron por cuenta de don Emilio.) a Aniceta González, que iba acompañada de su hermana Maximina.
Cuando ellas se presentaron en casa de don Luis González, todos quedaron sorprendidos de la inesperada visita.
"–Venimos a buscarte", dijeron las dos mujeres a Conchita, y ésta reacción con un vivo "¡No, no!"... y sus ojos se humedecieron. Se ve que lo estaba pasando bien allí; aquellas vacaciones, tan insólitas para ella, la habían conquistado...(Para los que no acierten a comprender esto, para los "despistados" que se imaginan a las personas favorecidas por Dios, convertidas de golpe en seres absolutamente superiores y por encima de toda fragilidad o miseria, quiero reproducir aquí un texto de Santa Teresita del Niño Jesús, santa "angelical", si las ha habido; habla de aquel viaje gratísimo que le proporcionó su padre para que se acabara de reponer después de una extraña y penosa enfermedad:
"Entonces empecé a conocer el mundo... todo era gozo y felicidad en torno mío...; durante quince días no encontré más que flores en el camino de mi vida. La Sabiduría tiene razón en decir que "el hechizo de la vanidad pervierte al ánimo inocente" (IV,12)... ¡Confieso que aquella vida tuvo encantos para mí" ("Historia de un alma", cap.IV).) También don Luis y su hermana Antonina reaccionaron con evidente contrariedad: "Se enfadaron mucho de que fueran a buscar a Conchita"."–No, me quiero ir", repitió Conchita; pero casi inmediatamente, sin más protesta se fue a recoger sus cosas...
Entonces don Luis llamó al doctor Piñal, para decirle lo que ocurría; y el doctor respondió que fueran inmediatamente a su casa.
Ya en ella, el doctor desplegó todo un repertorio de halagos, promesas y amenazas, para ganar la partida en el ultimo momento:
"–No sé cómo eres tan tonta, queriendo volver al pueblo... Aquí podrías ser una niña bien..., te llevaríamos a un buen colegio..., serías una señorita... Basta con que digas que todo aquello del pueblo no es verdad, que ha salido de vosotras, que os están engañando. Como te empeñes en hablar de apariciones, serás una desgraciada. Porque te declararemos loca y te encerraremos en un manicomio. Y tus padres irán a la cárcel..."
Para mayor fuerza, el elocuente doctor explicó a la niña que ya no era el primer caso; que a otra, que también decía que tenía apariciones, se la había encerrado en una casa de locos...
La perorata hizo efecto (¿Cómo extrañarse? La pobre hija de la aldea está ante un señor importante, en la deslumbrante Santander, tan distinta de su Garabandal; un señor que habla autoritariamente, como quien tiene poder para llevar adelante todo lo que dice... ¡Qué incalculables consecuencias podían derivarse para ella y para los suyos, de la actitud que entonces adoptara!). Conchita, temblorosa, con los ojos muy abiertos, y lágrimas en ellos, acabó diciendo: "¿Sabe lo que le digo? Que, a lo mejor..., lo mío no es cierto. Pero lo de las otras, a lo mejor, sí..."
Entonces, don Luis –el cura– se levantó muy contento, y dio a la niña unas palmaditas paternales en la espalda, mientras le decía: "¡Bien, Conchita, bien! Bien, bien, bien..."
El doctor Piñal aprovechó inmediatamente el momento: –"¿Quieres firmar lo que acabas de decir?" –"Bueno", dijo Conchita; y escribió su nombre en el papel que le presentaron. –"¿Pongo también los apellidos?" –"Sí, mejor".
Maximina González, que no tendría reparo en jurar la verdad de cuanto antecede (y lo conoce bien, porque estuvo presente), no se atreve, en cambio, a sostener con juramento que el papel en que Conchita estampó su firma estaba ¡en blanco!...
("Esto, Inés ello se alaba:
no es menester alaballo."
¡Tremenda fuerza documental!, la lo que luego escribieron en ese papel ¿Es una de las decisivas pruebas anti-Garabandal que guarda en sus archivos la Comisión?). Pero está casi segura de ello. Y Aniceta lo afirma sin ningún titubeo. Y cree recordar, aunque en esto no está tan segura, que la firma de la niña iba en rojo.La cosa se ponía bien para los deseos de la Comisión, o, al menos, de algún comisionado; y el doctor Piñal, ya del mejor talante, le dijo entonces a Conchita:
"–Bueno, ahora que la cosa ya está arreglada, ahora que sabemos que todo "eso" no era verdad, dinos el mensaje".
"–¡No! Eso no se lo puedo decir".
Insistieron ellos con mucho forcejeo dialéctico... Y la niña se escabulló al fin con una salida muy de aldeanuca pasiega: "El caso es que, aunque quisiera, no podría decírselo, porque me doy cuenta de que se me ha olvidado".
La entrevista fue muy larga; aquí va sólo su mejor contenido.
De la casa del Dr. Piñal hubo de ir al Obispado.
A la entrada, ya les estaba esperando el Rvdo. Odriozola. Primero sacó fotografías de la niña junto al coche; y luego les instruyó sobre cómo tenían que portarse ante el señor obispo: hacer genuflexión de una rodilla, besarle el anillo pastoral, etc.
Ya dentro del palacio, llegó un momento en que vino a su encuentro un sacerdote. Odriozola le dijo a Conchita: "¿Sabes quién es este sacerdote?" "–El señor obispo". Lo era, en efecto. Después de los saludos y presentaciones, les mandó acomodarse; se puso él sus insignias, y empezó la conversación, o el interrogatorio...
Parece que no fue muy largo. De él ha quedado especialmente esta pregunta: "Tú, ¿qué prefieres: llegar a ser una señorita, o seguir guardando corderos?"
"–Ser una señorita" (He aquí algo que nos dará el sentido de esta respuesta en boca de Conchita:
De vuelta en Garabandal, conversaba ella un día con el P. Andreu, que algo había pescado de lo ocurrido en Santander... "Al decirle yo –cuenta el padre– si le gustaría a la Virgen que ella fuese señorita, me replicó:
–¿Y por qué no le va a gustar a la Virgen que yo aprenda?
–¿Y cómo vas a aprender?
˜Pues ¡como las demás!
–No entiendo muy bien... ¿Qué es para ti ser señorita?
–Ir a un colegio.")Se habló acerca de esto..., y el señor administrador apostólico y don Francisco Odriozola intercambiaron muy buenas palabras y planes en orden a que Conchita estudiase y recibiera conveniente educación. Aniceta y Maximina salieron de Palacio contentas, y emprendieron el viaje de regreso al pueblo, seguras de que el porvenir, ¡un buen porvenir!, de su chica estaba ya fuera de todo riesgo.
No tardarían en darse cuenta de su engaño.
Todas las peripecias de su última jornada en Santander las resume así Conchita en su diario (pág. 42):
"El día que me trajeron para el pueblo, fui donde el doctor Piñal, a decirle que me iba... El se puso muy enfadado, y me decía... pues ¡muchas cosas!, para que no me fuera.
Y yo le dije que yo no veía a la Virgen; pero que las otras, se me hacía que sí. Y que el mensaje se me hacía que sí era verdad. Y él me dijo que lo firmara, y yo lo firmé. Después me dijo que se lo fuera a decir al señor obispo, don Doroteo (Recuérdese una vez más, que don Doroteo Fernández, "obispo" en el habla y consideración de todos, no era propiamente Obispo de Santander, sino Administrador Apostólico de la diócesis, desde la muerte de don José Eguino Trecu.), y yo se lo dije.
Se portaron todos muy bien conmigo, después de todo."
Nos encontramos ante uno de los momentos más importantes y decisivos en el extraño proceso de Garabandal.
Una Comisión que se dice "oficial" (y no dudamos de este carácter; pero nadie ha visto aún el documento episcopal sobre su nombramiento y atribuciones) ha empezado a moverse frente al difícil asunto... con un estilo o modo de proceder, que habría que calificar, por lo menos, como muy especial o bastante extraño.
Miembros de la tal Comisión se dejan caer a veces, muy pocas veces, por el lugar de los sucesos. Pero lo hacen con un cierto aire vergonzante, sin dar la cara, sin ponerse en una primera línea de observación y estudio, sin llegar jamás a interrogatorios en regla con las videntes y los testigos más cualificados.(Nada de cuanto aquí se pone, ha sido escrito con ligereza: en los capítulos siguientes irán apareciendo las pruebas.
Sólo hago hueco aquí para este comentario que le brota del alma al libro francés (con el "Imprimatur" del obispado de Brujas, Bélgica, dado el 19-X-1966) "L'Etoile dans la Montagne", al comentar la cuarta nota de la curia santanderina, que más adelante veremos:
"La Comisión, en cuatro años, nunca había tenido tiempo de hacer comparecer ante ella, en debida forma, ni a las videntes, ni a sus familiares, ni al cura de la parroquia. ¡Inconcebible!, dirán los franceses, y todos los que conozcan la historia de Lourdes, de Fátima, de Beauraing. Sí, ¡inconcebible!; pero cierto, absolutamente cierto, por desgracia.
La Comisión se había contentado con despachar emisarios, algunos de los cuales nos son conocidos, como conocido nos es el mal que ellos han causado en esa pequeña aldea, abandonada a sí misma en medio de acontecimientos que la sobrepasaban casi infinitamente. Se nos ha dado un nombre y nos hemos visto obligados a admitir que su gran actividad en Garabandal ha sido la de un traidor o un espía" (núm. 30, pág.78).).En la Comisión –o, mejor, por parte de algunos comisionados–, ¿se ha procedido siempre de buena fe, en santo y auténtico afán de esclarecer a la luz de Dios las cosas? Yo no quiero dudar de ello; pero hay algunos detalles... Don Julio Porro Cardeñoso, canónigo de Tarragona, hablando de una carta de Conchita que no llegó a manos del entonces obispo, don Eugenio Beitia Aldazábal, escribe: "No sería la primera vez que sobre Garabandal se ha escamoteado... y podría citar algún hecho concreto de haber usado la mentira algún miembro de la Comisión, e igualmente difamarlos con el más autorizado testimonio del párroco del pueblo, que lo consigna en su diario" ("El misterio de Garabandal en la teología católica", págs. 69-70).
De esta posición y procederes de la Comisión santanderina se han derivado incalculables consecuencias... Y cabe preguntarse: ¿qué curso hubiera llevado el "misterio" de Garabandal, de haber encontrado responsables con más depurada "potencia obediencial"?
Quizá lo sepamos algún día, quizá no lo sepamos nunca.
117-126
A. M. D. G.