SEGUNDA PARTE

CAPÍTULO PRIMERO

 

 

"SEÑOR, ¿DÓNDE HABITAS?"

 

 


 

En la escuela de María

   Podemos suponer que el día 11 de julio, martes, el primero en que las niñas recibieron la comunión por mano del ángel

  Oportunidad de una lección

  Circunstancias de esta operación "Eucaristía"

   Hay un dato muy digno de notar.

   Jacinta recibe la comunión de un ángel

 


 

En la escuela de María

 

Casi en el comienzo del cuarto evangelio, el de San Juan, encontramos un relato delicioso:

"Al día siguiente, Juan Bautista estaba en compañía de dos de sus discípulos; fijando entonces su mirada sobre Jesús, que pasaba cerca, exclamó: ¡He aquí el Cordero de Dios! Al escuchar esto, aquellos dos discípulos se pusieron a seguir a Jesús. Entonces Jesús se volvió, y viendo cómo le seguían, les preguntó:

"¿Qué es lo que queréis?"

A lo que replicaron ellos: "Maestro, ¿dónde paras tú?"

–"Venid y lo veréis."

Y ellos fueron, y vieron dónde se había instalado (en un "tabernáculo" o tienda de campaña), y se quedaron con Él".  (Jn 1, 35-39).

Como en sus tiempos Juan Bautista, también María, en los días de Garabandal, fue atrayendo hacia sí la atención de los discípulos, para dirigirla luego hacia... ¿hacia quién?

Ciertamente, si en los sucesos de Garabandal se produjo una abundantísima "epifanía mariana", como ya queda visto, pronto apareció claro que ésta no tenía en sí misma toda su razón de ser, sino que venía con una finalidad superior, que apuntaba más arriba.

El encontrarse así con María, en la escuela de María (la primera formadora de Jesús), debía producir que las almas se entendiesen luego con Él, el único Salvador. No podrá comprenderse el extraño proceso de Garabandal, sin tener muy en cuenta una esencial dimensión del mismo, que podría rotularse así: Por Ella, a Él.

De aquí el título de esta segunda parte de nuestra obra.

Y Él, Jesús, para nosotros, aquí y ahora, es sobre todo presencia eucarística. Es decir, Santísimo Sacramento del Altar.

 

* * *

 

Muy significativo resulta que las niñas, ya en la primera de las apariciones, y tan pronto como ésta acabó, fuesen corriendo a cobijar su emoción cabe los muros de la iglesia, y que luego la desahogaran dentro con el rezo de una "estación" a Jesús Sacramentado.

Desde entonces, no hubo trance que no tuviese su conexión o referencia a esa inefable presencia del Señor en la Eucaristía...

(El abogado de Palencia, don Luis Navas, que en varias ocasiones subió a Garabandal y allí iba observándolo todo con muy despierta atención, tiene escrito en una de sus notas: "Se preguntó a las niñas por qué iban tantas veces a la iglesia, estando ésta cerrada (para que no pudieran entrar allí en éxtasis). Y ellas respondían candorosamente: "Es que a la Virgen le gusta ir cerca de donde está Jesús, su Hijo"."
Deliciosa y aleccionadora respuesta. Para el Cielo son inadmisibles esas dudas y ambigüedades –heréticas o semiheréticas– sobre la "presencia real" de Cristo en las hostias reservadas, después de la misa, en el sagrario, dudas que se han venido infiltrando últimamente en la mente de ciertos católicos, a pesar de todas las explícitas enseñanzas del Supremo Magisterio.)

Y ahí está, como iluminándolo todo, el primer mensaje público, el de la noche del 18 de octubre, tan serio en su desconcertante simplicidad:

"Hay que hacer visitas al Santísimo..."

Pero la Eucaristía no es sólo presencia real de Cristo en el Sagrario. Es también, y de "primerísima intención", el "Pan de Vida" con que deben alimentarse las almas. "Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Quien coma de este pan, vivirá para siempre. Y el pan que Yo, Yo mismo daré, es mi carne, entregada por la vida del mundo" (Jn 6, 51).

Por eso, en Garabandal vino bien pronto lo de despertar la atención de videntes y espectadores hacia la Comunión... Porque es en esta recepción de la Eucaristía donde tiene lugar el gran encuentro personal con Cristo.

Por mano del ángel

Escribió Conchita en su diario (páginas 51-53 del original):

"El ángel San Miguel, a lo primero de las apariciones, nos daba formas sin consagrar; nosotras habíamos comido casi entonces, y nos las daba igual: era para enseñarnos a comulgar. Y así, muchos días."

Evidentemente, se trataba de una concienzuda preparación, hasta en los detalles materiales, para algo que tanto merece ser bien hecho. (Tal preparación habría que repetirla ahora, incluso entre nuestros fieles veteranos.) Lo de haber comido, lo trae a cuento la niña en relación con el ayuno eucarístico, que por aquellas fechas era todavía de tres horas.

"Un día nos mandó que fuéramos a la mañana (siguiente) a los Pinos, sin comer nada, y que fuera una niña con nosotras; y nosotras llevamos a la niña, e hicimos lo que él nos mandó."

Se habían terminado los ensayos; empezaba ya algo serio y grande, de mucha trascendencia para la marcha espiritual de aquellas niñas (y no sólo de ellas...). Por alguna razón misteriosa, también ahora, como en otros momentos importantes de Garabandal, se requiere la presencia de una niña "testigo". Siempre fueron escogidas para esta función dos pequeñas de seis años: Sari, hermana de Loli, y Carmen, hermana de Jacinta; no sabemos cuál de las dos fue la que intervino en la presente ocasión.

"Cuando llegamos a los Pinos, se nos apareció el ángel, con un copón como de oro, y nos dijo: "Os voy a dar la comunión, pero ahora ya están las sagradas formas consagradas. Rezad el 'Yo pecador'..." y nosotras lo rezamos, y después nos dio la comunión.

Y después de comulgar, nos dijo que diéramos gracias a Dios.

Y luego de dar gracias, nos dijo que rezáramos con él el "Alma de Cristo", y nosotras lo rezamos. Y nos dijo: "Mañana también os la daré", y se fue."

La comunión se da, pues, según el rito tradicional en la Iglesia Católica. (La primera vez que el señor cura, don Valentín, anotó en su agenda esta clase de comuniones de las niñas, escribió: "Dicen que hizo igual que hago yo cuando doy la comunión".) Se abre el rito con un acto de purificación del alma, mediante la humilde confesión de los pecados, y se cierra, recibido ya el Señor en la propia intimidad, con un esfuerzo de concentración para comunicarse con Él. Esto último es lo que se ha buscado siempre entre nosotros con eso de la "acción de gracias después de la comunión"; pero desgraciadamente, para muchos de la "nueva hora de la Iglesia", sacerdotes y fieles, esto ya no tiene sentido: acabada  la misa o recibida la bendición, no hay por qué entretenerse más, ya se ha cumplido, y ya está bien... Se comprende: no puede resultar cómodo detenerse ante unos ojos que escudriñan demasiado, responder a una presencia que... se lleva mucho mejor no pensando en ella. ¡Oh, los santos motivos de tantas prisas y de tanto hablar de atender al prójimo!

La densa oración que el ángel quiso que las niñas aprendieran a rezar como final de sus comuniones, tiene sin duda un gran valor y ha sido muy usada en los sectores piadosos del catolicismo desde los tiempos de San Ignacio de Loyola; puede encontrarse en cualquier devocionario (rara especie de libro, que ya no resulta fácil de ver).

 

Podemos suponer que el día 11 de julio, martes,

el primero en que las niñas recibieron

la comunión por mano del ángel

 

Prosigue Conchita:

"Cuando se lo decíamos a la gente (esto de las comuniones por mano del ángel), no lo creían algunos, sobre todo los sacerdotes, porque decían que el ángel no podía consagrar. Y nosotras, cuando volvimos a ver al ángel, le dijimos lo que decía la gente, y él nos dijo que las cogía (las formas) en los sagrarios, que las cogía de la tierra, ya consagradas.

Y luego, se lo decíamos a la gente, y algunos lo dudaban.

Y dándonos la comunión estuvo mucho tiempo."

Todo esto lo trae Conchita casi al final de lo del primer año de apariciones, y no deja de chocar que no hablara de ello ya en las primeras páginas, pues el fenómeno de estas comuniones (que se ha dado en llamar "místicas", para distinguirlas de las normales) empezó bien pronto. "A lo primero", nos ha dicho ella; y en las embarulladas notas de don Valentín encontramos este brevísimo apunte, perteneciente al mes de julio de q961:Los días 11, 12 y 13 dijeron que comulgaron". Es la primera vez que se dan fechas para esta clase de  comuniones. Podemos, pues, suponer que ese día 11 de julio, martes, el primero en que las niñas recibieron la comunión por mano del ángel.

Y quizá corresponda a alguno de esos días otra anotación de don Valentín, que ha llegado hasta nosotros sin fecha:

"Anoche les dijo (la Virgen) que fueran en ayunas a  comulgar de los ángeles... Fueron Conchita y Mari Cruz; a las ocho comulgaron las dos, y dicen que hizo igual que hago yo cuando doy la comunión (se sobreentiende, fuera de la misa). Las otras dos, Loli y Jacinta, fueron como a las doce, y comulgaron el "la Campuca", más arriba de otras veces (tal vez quiere decir: más arriba del lugar acostumbrado de las apariciones); y después el ángel les señaló dónde estaba la Virgen, y la Virgen las llamó con la mano."

No se nos dice aquí dónde fue la comunión de Conchita y Mari Cruz; pero sí se trata de la primera recibida de manos del ángel, teniendo en cuenta lo escrito por Conchita en su diario, que ya hemos visto, debemos concluir que esa primera comunión de las dos fue en los Pinos. La de las otras dos, en "la Campuca", la pequeña explanada con yerba que hay al final de la Calleja, por debajo de los Pinos, y que tiene ahora, a la derecha, la pequeña capillita de San Miguel; ahí está, como un hito de atención, la llamada "piedra del Ángel", precisamente porque sobre ella pareció posarse él más de una vez para dar la comunión a las niñas.

He aquí una novísima y precisa confirmación de lo que antecede. En los diálogos de la pintora Isabel de Daganzo con Conchita en el colegio de Burgos, noviembre de 1967 (se ha hablado de ellos en el capítulo III de la primera parte), encuentro este entrañable inciso:

Isabel. –Me gustaría pintar algún éxtasis con Mari Cruz, pues la quiero mucho.

Conchita. –Sí, yo también la quiero mucho. Mari Cruz es muy buena. Mira: la primera comunión que tuvimos del ángel, la recibimos Mari Cruz y yo, en los Pinos, a las cinco de la madrugada. A las seis de la misma mañana comulgaron Loli y Jacinta, allí cerca de donde está ahora la capilla de San Miguel, donde "la piedra del Ángel".

¡Verdaderamente deliciosa la "circunstancia" de esa primera comunión mística en Garabandal!

Al inaugurarse un largo y luminoso día de julio, en el frescor del amanecer, entre cosas que van adquiriendo color y perfil a la inocente luz del alba, bajo el canto del ave, "anunciadora del sol", como dice un viejo himno litúrgico,

allá arriba, muy por encima de las moradas y los cuidados de los hombres,
en el maravilloso escenario de los Pinos,
tres ángeles y dos niñas:
el ángel principal, San Miguel trae al Señor...;
los otros dos, custodios de las pequeñas, le veneran...;
ellas, de rodillas, muy de rodillas, le reciben...

¡Este es el misterio de nuestra fe! "O sacrum convivium..."

Cuando Conchita y Mari Cruz se incorporaron, fuera ya del mundo del milagro, pudieron contemplar el espléndido panorama... Era como para sentir de verdad el Credo:

"Un solo Dios, Padre todopoderoso,
Creador de cielo y tierra, de todo lo visible (¡cómo se desplegaba entonces a sus ojos!)
 y de lo invisible (¡cuántas pruebas estaban recibiendo de su realidad!)...
y un solo Señor, Jesucristo",

en quien los dos mundos se encontraban, para llegar a conjuntarse en el dúo eterno de la glorificación.

Por notas de don Valentín, correspondientes a ese mes de julio de 1961, se ve toda la exactitud de la breve referencia de Conchita en su diario:

"Y dándonos la comunión estuvo mucho tiempo"...

¿Por qué, entonces, si la cosa empezó tan pronto, y era de tanta importancia, la niña escribió de ella bastante tarde, después de haber hablado de muchas otras cosas?

Quizá se deba a que la pequeña narradora tratase de explicar ante todo lo que parecía más interesante, por ser de mayor "gusto" para ellas y más llamativo para la gente:

las epifanías angélica y mariana, con su increíble serie de fenómenos extraños.

Sea de ello lo que fuere, de esto sí que no cabe dudar: de que toda aquella cadena de comuniones por ministerio del ángel, aunque no haya ocupado un primer puesto en la narración, sí que lo tiene en la realidad de Garabandal: es una parte constitutiva de su misterio.

 

Oportunidad de una lección

 

Todo un despliegue de pequeños milagros a favor de la asidua participación en la Eucaristía había de resultar más llamativo allí en el ambiente de un viejo pueblo cristiano, donde la Comunión era tenida, desde tiempo inmemorial, como algo demasiado serio, para permitirse el recibirla con frecuencia, ¡y, mucho menos, todos los días! (El caso de Garabandal en este aspecto no era demasiado extraordinario; he conocido bastantes otros pueblos pequeños, por tierras de León y Castilla, donde las cosas estaban lo mismo, poco más o menos. Podría decir de un pueblecillo burgalés, de costumbres sanísimas, donde nadie faltaba a la misa dominical (ni siquiera al rosario), donde se rezaba en todas las casas a ciertas horas del día, donde no se oía una blasfemia... y, sin embargo, sus habitantes, como la cosa más natural del mundo, comulgaba sólo una vez al año, cuando el "cumplimiento pascual".). El Santísimo Sacramento estaba mucho más rodeado de veneración que de amor; y, por eso, las almas, aunque de verdad creyentes y religiosas, se mantenían de ordinario como a una respetuosa distancia. Se había quedado demasiado en el "Domine, non sum dignus...", "Señor, yo no soy digno...".

Había que llevarlas, aunque fuese a golpe de milagros, hacia una mayor vivencia del gran sacramento de nuestra fe. Porque la Palabra del Señor acerca de esto ha sido muy apremiante desde el principio: "En verdad, en verdad os digo, que si no comiereis la carne del Hijo del  hombre y bebiereis su sangre, no tendréis vida en vosotros" (Jn 6, 53). Y no sólo esto; los cristianos no podemos descuidar nunca otra gran razón eucarística que apuntó San Pablo (1 Cor 11, 26): "Cada vez que coméis de ese Pan y bebéis de ese Cáliz, vosotros vais proclamando la inmolación del Señor, hasta que Él vuelva."

Hasta que Él vuelva. Quizá para toda esta promoción eucarística que se quería lanzar desde Garabandal hubiera un nuevo apremio, extremadamente importante: la inminencia de tiempos muy difíciles, de signo escatológico, en los que, menos que nunca, podrían quedar los fieles "solos ante el peligro"...

 

Circunstancias de esta operación "Eucaristía"

 

No haremos más que apuntarlas.

En cuanto al lugar de tan extraordinarias comuniones, podemos afirmar que donde más veces –no exclusivamente– las recibieron las niñas, fue: en los Pinos, ante las puertas de la iglesia, en la piedra de "la Campuca". (Don José Ramón García de la Riva, el cura de Barro, parece indicar en sus memorias que hubo un tiempo en que el Ángel casi no daba la comunión más que a Conchita y a Loli; y escribe:
"Los lugares donde recibían la comunión eran: para Conchita, los Pinos, el "Cuadro", el pórtico de la iglesia; para Loli, esos mismos sitios, menos los Pinos (al menos yo no estoy enterado de que allí la recibiera alguna vez, por el tiempo en que solas las dos recibían la sagrada comunión de mano del Ángel)...
"Yo asistí, y tomé fotografías, a varias de esas comuniones de Loli, y a una de Conchita, estando ella muy pegada a las puertas de la iglesia.
"Estos éxtasis de la comunión no solían  durar más de diez minutos.")

Acerca de la hora: como si el ángel se atuviera escrupulosamente a la disciplina entonces vigente en nuestra Iglesia Católica (por aquellas fechas se consideraban como una excepción las comuniones vespertinas), casi siempre citaba a las niñas en horas de la mañana (Y a veces en horas tan mañaneras, tan mañaneras, que empalmaban muy bien con los rezos "matutinos" de los antiguos monjes. Merece anotarse este relato que he escuchado de labios de Julia, madre de Loli.
Una noche, la niña había tenido aparición en la misma alcoba de sus padres, ya acostados, pero que no dormían. Al cabo de un rato, la pequeña se puso en pie, fue a la puerta y empezó a bajar las escaleras... Serían como las 3 de la madrugada. A su madre se le hacía costosísimo levantarse, pues estaba muerta de cansancio y sueño; pero no pudo dejar sola a la niña. Se tiró de la cama, se abrigó como pudo y salió detrás de ella.
Loli, en éxtasis, se dirigió hacia la iglesia, y en su pórtico cayó de rodillas, para recibir la comunión, que venía a darle el Ángel.
Había nevado y hacía mucho frío. confiesa Julia que al verse sola a tales horas de la noche, rodeada del apagado resplandor de la nieve, en medio de un silencio impresionante, sola al lado de una débil niña, ¡que estaba fuera de este mundo!, sintió una extraña mezcla de emoción y de miedo.)

Y por lo que se refiere al rito, ya hemos visto qué nos dice Conchita en su diaria y don Valentín en sus notas; se seguía la forma acostumbrada: rezo del "Yo pecador", recepción de la sagrada hostia, acción de gracias y "Alma de Cristo".

 

Hay un dato muy digno de notar.

 

Consta que el ángel, en esto de las comuniones, actuaba siempre de "forma supletoria"; es decir, actuaba como "ministro extraordinario", para suplir la falta de un sacerdote que pudiese dar normalmente la comunión. Y esta falta había de ser bastante frecuente en GARABANDAL, ya que el señor cura párroco residía en Cossío, y era aquí donde celebraba misa la mayor parte de los días; subía a San Sebastián casi todas las tardes, desde que empezaron los fenómenos, mas por entonces –ya queda indicado– no entraba en lo normal dar comuniones a esas horas vespertinas. Y aun ocurría más de una vez, que hasta los días en que había misa en el pueblo, las niñas no podían asistir, porque tenían que ir a ciertas faenas del campo. Tampoco los numerosos sacerdotes visitantes solucionaban la dificultad, pues casi siempre llegaban después de las horas del mediodía.

De este modo de actuar del ángel resulta bien claro, una vez más, que según los planes de Dios, no hay por qué esperar a intervenciones milagrosas para alcanzar aquello que nosotros mismos podemos procurarnos con los medios ordinarios que están a nuestro alcance.

Podrían aducirse no pocos ejemplos que confirmaran esto que venimos diciendo; pero bastará recoger alguno.

El excepcional testigo don José Ramón García de la Riva, cura párroco de Barro (Asturias), afirma en sus memorias: "He podido comprobar que el ángel no daba la comunión a las niñas si su párroco, u otro sacerdote facultado para ejercer el ministerio en Garabandal, estaba presente y actuaba. Lo anoto así como resultado de un estudio que llevé a efecto y que repetidamente he comprobado. Puede servir de respuesta a cuantos hacen la pregunta de : ¿Cómo es posible que el ángel actúe en un ministerio que no es propio?"

Y a continuación explica una prueba muy interesante, en la que él intervino, pero que yo dejo para después, porque merece ser colocada en todo su contexto, y con una atención especial.

La hija de don Ramón Pifarré, ya fallecido, que tenía una farmacia en Barcelona (calle Vallespir) y que ha sido uno de los mejores testigos de muchas cosas de Garabandal, me ha contado cómo presenciaron ellos una de las comuniones místicas de Conchita, en junio de 1962.

El éxtasis de la niña fue poco más o menos como solía en estos casos; pero a los circunstantes les llamó mucho la atención ver que la niña, minutos después de recibir la comunión, pero todavía extática, se rió...

Era obligado preguntarle qué había ocurrido, y la niña explicó:

–Es que antes de marchar, el ángel me dijo: "Ya ves, he venido pronto hoy, para que no digas que te hago pasar hambre" (por entonces el ayuno eucarístico era todavía largo y serio).

Me dice doña Asunción Pifarré, que serían poco más de las ocho de la mañana, y que la madre de la niña, Aniceta, ya le tenía preparados a Conchita los corderos con los que había de salir para el monte, pues aquel día le tocaba a ella de "ovejera".

–"Recuerdo que al cabo de un buen rato se presentó don Valentín en casa de Maximina González, donde nosotros nos hospedábamos. Venía de Cossío, y preguntó por Conchita. Yo le dije lo que había pasado..., y él se puso hecho una furia, diciendo que no comprendía aquello, que cómo el ángel le iba a dar la comunión, sabiendo que él iba a venir y que podía muy bien dársela...

Pero yo creo que en la actitud del ángel, que se adelantó, no hubo más que delicadeza, mirando por el bien de la niña, a la que aguardaba un largo y pesado día."

Aniceta, la madre de Conchita, que tantas cosas podría referir, se acuerda bien de algo que le tocó vivir directamente.

Era por el buen tiempo y había mucho que hacer en el campo... De mañana salió con Conchita, preparadas las dos para la larga tarea; pero antes de dirigirse al lugar del trabajo, subieron a los Pinos, pues Conchita tenia allí cita con el ángel para recibir la comunión. Recogidas y silenciosas, esperaron en aquel lugar tan inolvidable... Pasaban los minutos y el ángel no venía. La madre, siempre un poco viva de genio, empezaba a impacientarse. Era algo desacostumbrado en ella pasar un rato mano sobre mano...; y entonces la contrariaba más, pues ¡con todo lo que había que hacer!... Al final, le dijo a Conchita: "Bueno, vamos; creo que ya hemos esperado bastante; estamos perdiendo el tiempo y hoy tenemos mucha faena." La hija suplicaba: "¡Espera un poco más, mamá! El ángel cumple siempre lo que dice. No sé cómo se retrasa hoy..."

La madre accedió a regañadientes; y en esto, que se le ocurre mirar hacia abajo, hacia el pueblo, y con su buena vista de mujer de campo, distingue clarísimamente ante la puerta de su casa, llamando, la figura de un fraile franciscano... Se vuelve rápidamente a su hija, diciéndole: "Ya está todo explicado, no perdamos más el tiempo aquí. Mira ahí abajo: ya tienes quien te dé la comunión. ¡Por algo el ángel no venía!"

Bajaron apresuradamente, alcanzaron al Padre y fueron con él a la iglesia, donde recibieron de sus manos la comunión (Parece que esto ocurrió en la mañana del 20 de junio de este año 1962, pues entre los papeles del doctor Ortiz he encontrado un breve apunte sobre lo ocurrido el día 19, que dice así (habla la cuñada del doctor, Eloísa):
"En la mañana del día siguiente acompañamos a Conchita a los Pinos, donde esperaba recibir la comunión por el Ángel. Rezábamos, esperando... Pero se demoraba mucho. Su madre se acercó entonces a la ladera y vio delante de su casa a una persona, que le pareció sacerdote. "Parece que trae cordones blancos", dijo.
"Conchita, al oír esto; se apresuró a bajar, siguiéndola quienes la acompañábamos.
"Efectivamente, era un padre franciscano, el P. Félix Larrazábal, ya fallecido. Era entonces superior de la casa franciscana de San Pantaleón de Aras (Santander). Fuimos a la iglesia, celebró misa y nos dio la comunión. Aniceta comentaba:
"Por algo hemos esperado tanto. Siempre que hay un sacerdote en el pueblo que dé la comunión, no la recibe por el Ángel".
"

 

* * *

 

Jacinta recibe la comunión de un ángel

 

Más de una vez, estas comuniones por ministerio angélico fueron ocasión de grandes lecciones para las niñas.

Jacinta no olvidará nunca una que recibió bastante pronto...

Aquel día estaban citadas en el mismo lugar, ella, Loli y Conchita. Las tres se arrodillaban en fila ante el ángel; Jacinto en el medio.

Y todo empezó a marchar como de costumbre: unas palabras introductorias del ángel sobre lo que iban a hacer, el "Yo pecador" de las niñas, "Este es el cordero de Dios...", "Señor, yo no soy digna...".

El ángel, muy normalmente, da la comunión a la primera de la fila, mientras Jacinta, la siguiente, levanta su cabeza, abre la boca y pone la lengua en disposición de recibir. Pero el ángel, muy anormalmente, como si ella no estuviera allí, pasa con el Cuerpo del Señor a la tercera...

La pobre criatura, al darse cuenta de aquello, abre desmesuradamente los ojos hacia el ángel y rompe a llorar. Todo en ella se hace un angustioso "¿Por qué? ¿Por qué?" No se explica por qué el ángel le ha negado así la comunión.

La explicación (y la lección) viene inmediatamente: ¿no se acordaba ya ella de la mala contestación que había dado a su madre con motivo de...?, ¿Qué les había dicho tantas veces la Virgen? Había que hacer más para vencer aquel genio, aquella falta de sumisión, aquella manera de hablar... No se podía recibir al Señor de cualquier manera.

Jacinta, llorosa, lo reconoció¿qué otra cosa iba a hacer? y cargó resignada con aquel castigo de quedarse sin la eucaristía, tan doloroso en unas circunstancias así.

Cuando regresó a casa, su madre conoció en seguida que a la niña le había ocurrido algo: ¡volvía tan distinta de otras veces...!

–Pero..., ¿qué te ha pasado?

–El ángel no me ha querido dar la comunión (y las lágrimas asomaron nuevamente a sus ojos).

–¿Y eso?

–Por una mala contestación que te di y, de la que ya no me acordaba.

Tampoco ella, la madre, se acordaba ya; pero ante dios las cosas no pasan tan fácilmente: los pecados no se borran con un simple olvido, sino con un sincero arrepentimiento y el paso –de estricta necesidad para cierta clase de ellos– por el sacramento de la Penitencia (Todo esto me lo ha confirmado recientemente el mismo Simón, padre de Jacinta, quien añadió que alguna otra vez había comprobado él personalmente, como testigo presente en comuniones místicas de las tres –Jacinta, Conchita y Loli–, que el Ángel dejaba a una u otra de ellas sin comulgar (se veía por sus gestos o movimientos), y siempre era como castigo por alguna falta cometida.).

"El ángel no volvió a darme la comunión –dice Jacinta– hasta que me confesé."

¡Buena lección! Podemos estar seguros de que su falta no alcanzaba la categoría de pecado mortal y, por consiguiente, no había necesidad estricta de confesión; pero es que la comunión exige mucho, especialmente en personas muy favorecidas con dones de gracia: éstas no se pueden abandonar al descuido, a un ser buenas "poco más o menos"; se les pide un serio esfuerzo de enmienda o mejoría.

A la luz de tal episodio, que nunca se le podrá olvidar a la protagonista, no es difícil caer en la cuenta de lo que estiman allá arriba ciertas actitudes o "doctrinas" que hoy van ganando a no pocos de los nuestros aquí abajo: "no hay que relacionar tanto la confesión sacramental con la eucaristía..., se puede comulgar normalmente sin pasar por el confesionario: esto último tendrá sentido en el caso, muy raro, de pecados gordísimos, pero en la vida corriente... no hay que exagerar la necesidad de limpieza para comulgar... y, en todo caso, con la absolución general que se da en ciertos momentos de la liturgia, ya está bien, lo demás es beatería..." Se comprende; desde el momento en que se ve la misa casi únicamente como asamblea del pueblo de Dios, y la comunión, como simbólica comida entre hermanos, no se ve que haya tanta necesidad de una purificación interior: en la intimidad sólo penetra Dios, y cuando a Él se le deja demasiado en la penumbra...

Garabandal, en este punto, como en tantos otros, venia a la Iglesia con el ademán, misericordioso y saludable, de ofrecer a tiempo unas rectificaciones del cielo a ciertas desviaciones de la tierra. ¿No estará aquí la causa principal de que haya encontrado tanta oposición?

Garabandal, en su eminente dimensión eucarística, enlazaba misteriosamente con la "actualidad" del catolicismo, flanqueando con soberano vigor la doctrina de siempre en torno a nuestro "Mysterium Fidei", doctrina que iba siendo ya mordida por peligrosas crisis, doctrina cuya defensa exigiría bien pronto nuevos documentos al Supremo Magisterio, hasta culminar en el Credo del Pueblo de Dios que proclamó la voz de Pablo VI el 29 de junio de 1968:

"Creemos que así como el pan y el vino consagrados por el Señor en la última Cena se convirtieron en su Cuerpo y en su Sangre, que iba a ser derramada por nosotros en la Cruz, así también el pan y el vino consagrados por el sacerdote en la misa se convierten en el Cuerpo y Sangre de Cristo, sentado gloriosamente en los cielos; y creemos que la misteriosa presencia del Señor, bajo las especies de esas cosas –pan y vino–, que continúan apareciendo a nuestros sentidos como antes, es una presencia verdadera, real y sustancial.

He aquí aquel misterio de fe y de riquezas eucarísticas, al que hay que prestar asentimiento sin reserva alguna... Con su existencia única e indivisible, Cristo permanece presente, también después de celebrado el sacrificio, en el Santísimo Sacramento, que se conserva en el Sagrario, corazón viviente de nuestros templos.

Por lo cual, es para nosotros un dulcísimo deber honrar y adorar en el Pan Santo, que vemos con nuestros ojos, al mismo Verbo encarnado, a quien ellos no pueden ver, y que así, sin dejar el cielo, se ha hecho presente entre nosotros."

 

* * *

 

Yo he escogido estas alturas de nuestra historia –en el umbral del segundo año de los sucesos para hablar de la dimensión eucarística de Garabandal, porque tal dimensión, aunque ya manifestada abiertamente durante 1961, fue sobre todo en 1962 cuando se dejó sentir, hasta el punto de dar a este segundo año como una especial característica, que había de suponer para todos la mejor vivencia de algo que nunca debemos olvidar: "A Jesús, por María".

O, dicho de otro modo, por Ella a Él.

301-310

A. M. D. G.