SEGUNDA PARTE
CAPÍTULO II
MIENTRAS EL INVIERNO VA PASANDO...
Característica de ese primer invierno
Lo sucedido el 1 de enero de 1962
Diálogo entre el P. Laffineur y Jacinta
He aquí lo que nos refiere el médico de Santander, don Celestino Ortiz
Escrito de Mari Cruz al señor cura de Barro
llegó para Conchita el esperado día 27
A partir de esta fecha, las apariciones volvieron a estar a la orden del día
Vuelve la sorprendente "normalidad"
Hay un librito bíblico titulado "Cantar de los Cantares" un bello pasaje que invita muy poéticamente al reencuentro de los que se aman, tan pronto como pase el invierno: "Levántate ya... y ven. Que el invierno se retira; ya han cesado las lluvias, brotan por nuestra tierra las flores, es llegado el tiempo de la poda, el arrullo de la tórtola se deja ya oír por nuestros campos..." (2, 10-12).
Y es que durante el invierno...
La parte primera de nuestra historia ha desembocado en el primer invierno de Garabandal: largo invierno de desconfianzas oficiales, de lluvias y de nieves. El ambiente meteorológico, junto con el otro, parecía poner obstáculos a la misteriosa y maravillosa Visitante del pueblo –no por Ella, sino por los destinatarios–. Su presencia seguía allí; pero como en forma contenida, no al ritmo de los "buenos días" de antes; como si se estuviese a la espera de que algo pasara...
Característica de ese primer invierno
Característica de ese primer invierno fueron los rezos de penitencia a incómodas horas, sobre todo en las horas de la madrugada, según queda ya visto. Conchita lo consigna en su diario (página 53), a continuación de lo que dice sobre las comuniones por mano del ángel:
"La Virgen nos mandó a las cuatro, a Loli, Jacinta, Mari Cruz y a mí, ir a rezar el rosario al "cuadro". Algunos días íbamos a las seis (de la mañana) y otros más tarde. Jacinta y Mari Cruz iban a las seis de la mañana y a las siete; y Loli no tenía hora; después a Mari Cruz no le venía bien levantarse tan luego, y fue a las ocho. Y siguió sólo Jacinta a las seis, con su madre y gente del pueblo, como nosotros.
A mí, por Semana Santa, me mandó (la Virgen) que fuera a las cinco de la mañana, y así fui, porque la Virgen siempre quiere que hagamos penitencia."
Con esos rezos penitenciales se santificaron las últimas jornadas de 1961 y con ellos se empezaron a santificar las semanas primeras de 1962.
El día 3 de enero escribía Jacinta al señor cura párroco de Barro, don José Ramón García de la Riva:
"En este momento llegamos de rezar el rosario a la Virgen, Mari Cruz y yo. Ayer tuvimos una mañana muy mala: bajaba una calleja de agua, que casi no podíamos ahincarnos... Ahora, en lo que no nieve, todo va bien."
Con este torpe lenguaje, la niña quiere decir que su "rosario de la aurora" en el oscuro despertar del segundo día del año había estado acompañado por un fuerte temporal; la lluvia descargaba tan implacable sobre aquellas alturas, que el agua bajaba en arroyo por la Calleja, y las madrugadoras orantes no tenían dónde hincar las rodillas
Refiere Ceferino al doctor Puncernau un hecho sucedido
con Mari Loli A las tres de la madrugada en el "Cuadro"
(El doctor Puncernau (Ricardo, prestigioso neuropsiquiatra de Barcelona, refiere en su último folleto: Fenómenos parapsicológicos de Garabandal:
"Ceferino era un hombre un poco brutote a fuer de sincero. Fue él quien me contó lo que sigue.
"Era en invierno. No había ningún visitante en el pueblo. Había una ligera ventisca y hacía mucho frío.
Hacia las tres de la madrugada oí a Mari-Loli que se levantaba y se vestía.
–¿Dónde vas ahora...?
–La Virgen me llama al cuadro...
–¿Estás loca, con el frío que hace...?
–A ver si te saldrá algún lobo... Haz lo que quieras..., pero ni tu madre ni yo te acompañamos...
Mari-Loli se acabó de vestir, abrió la puerta de la casa y se fue hacia el cuadro. A unos doscientos metros del pueblo.
Si yo hubiera estado seguro que era la Virgen..., yo no me hubiera movido de la cama...; la Virgen hubiera cuidado de ella... Pero como no estábamos seguros, nos levantamos mi mujer y yo y nos encaminamos hacia el cuadro.
La encontramos en medio de la ventisca, de rodillas, en trance.
Hacía un frío de mil demonios.
Pensando encontrarla helada, le rocé las mejillas. Estaba calentita, como si no hubiera salido de entre las sábanas de la cama.
Nos tuvo más de una hora allí. Muertos de frío. Mientras ella seguía tan campante, hablando con su Visión. Por lo visto la Penitencia la teníamos que hacer los padres..."
Más o menos esto es lo que me relató Ceferino una noche, sentaos en un banco de su taberna.")¡Qué cuadro de oración penitencia y mañanera! ¡Qué rosario aquel, tan incómodamente arrullado por la sinfonía monótona y amplísima del aguacero!
Y así, mientras pasaba el invierno –duro invierno de montaña–, se mantenía encendida en los corazones la sagrada llama de la espera.
* * *
Lo sucedido el 1 de enero de 1962
Seguramente en orden a esto de dejar encendida la llama para todo el nuevo año (que se presentaba con tantos interrogantes), ya el mismo día festivo de su inauguración, el 1 de enero, ocurrió algo que bien podía servir de señal. Nos lo cuenta el doctor Ortiz, de Santander (Su nombre ha de resultar ya bien familiar a nuestros lectores, por las muchas veces que ha salido en estas páginas.):
"Me encontré en el pueblo con la señorita Margarita Huerta (Esta mujer, funcionaria de un Ministerio en Madrid, sería posteriormente una de las más eficaces propagandistas y mantenedoras de la causa de Garabandal.), que venía de Madrid con un grupo de gente. Tres niñas entraron en éxtasis y, mientras caminaban juntas por la calleja de arriba de la plaza, en dirección a la iglesia, a uno de los que las seguían, que iba bastante alejado, se le ocurrió de pronto: "Si esto es sobrenatural, que la niña de en medio venga ahora a darme a besar el Cristo."
Al instante, la niña se queda retrasada de las otras y va a darle a besar el crucifijo, ¡sólo a él! Nos lo contaba después, muy emocionado."
* * *
A estos días de enero, los más crudamente invernales, pertenece sin duda un episodio del que no he podido averiguar la fecha exacta. Es Aniceta quien da testimonio de él.
Cierta noche, su hijo Cetuco (Cetuco (le llamaban familiarmente así, con un diminutivo muy montañés de Aniceto) era el hijo segundo de Aniceta. Moriría en plena juventud –con muerte ejemplarísima– en una clínica de Burgos, el año 1966.), que se había entretenido demasiado con la familia de su novia, llegó muy tarde a casa; Conchita tenía ya "llamadas", por lo que la entrada en trance de la niña podía esperarse de un momento a otro... Aniceta nunca la dejaba sola en tales circunstancias, y menos de noche; pero en aquella ocasión se le arreglaba muy mal el quedarse ella misma pendiente de Conchita; rogó entonces al muchacho que, en vez de ir a acostarse, se quedara al lado de su hermana, por lo que pudiera ocurrir. El hombre accedió, aunque tal vez de no muy buen grado.
Hacia las dos y media, Conchita cayó en éxtasis y salió de casa. Cetuco tomó una linterna y la siguió. Era una noche blanca –a cauda de la mucha nieve– y rigurosamente fría.
Como volando por encima de toda aquella blancura, Conchita hizo presurosa el difícil camino de los Pinos... A Cetuco se le quitó el frío con su esfuerzo por seguirla.
Un rato más tarde, Aniceta, bien abrigada, se echó igualmente a la calle para ver de reunirse con sus hijos. Era impresionante el frío; pero más aún, el silencio de todo y el apagado resplandor de la nieve...
Cuando, al fin jadeante, llegó a los Pinos, la pobre mujer quedó como muda ante la escena que veían sus ojos: allí estaban, sobre la nieve, sus dos hijos, de rodillas y rezando. Conchita absorta en su visión dirigía el rosario; Cetuco, con toda piedad iba respondiendo. ¿Qué podía hacer ella, sino sumarse plenamente a tan insólito rezo?
Al cabo de un rato, la niña dio señales de ponerse en marcha; y entonces la madre se adelantó a bajar, para prepararle de algún modo el camino, apartando la nieve en los pasos más difíciles... Fue una precaución inútil, pues la niña, ¡de rodillas y de espaldas!, se deslizaba hacia abajo sobre aquella capa blanca, como siguiendo una trayectoria que invisiblemente se le trazase. Tan extraordinaria marcha extática fue a terminar detrás de la casa materna, en la calle o callejuela que meses más tarde había de ser escenario del tan discutido "milagro", el de la comunión visible.
* * *
La marca penitencial, o de piedad y sacrificio, que tuvo el primer invierno de Garabandal, seguramente no estaba destinada a ser cosa transitoria...
Diálogo entre el P. Laffineur y Jacinta
Un día de verano de 1970, el P. José Laffineur (También este sacerdote belga, con residencia en Francia, tiene que ser ya conocido de nuestros lectores, porque le presentamos en una nota de la primera parte.) hablaba en Garabandal con Jacinta:
P. Laffineur.– Jacinta: el 30 de noviembre de 1961, Mari Cruz escribía al señor cura de Barro: "Yo voy al Cuadro todos los días, a las seis de la mañana, a recitar el rosario; Jacinta me acompaña. Conchita sale a las siete, y Loli a las ocho y media, pero ellas lo hacen en la iglesia"...
Jacinta.–Es verdad, Padre.
P. Laffineur.–¿Fuisteis fieles las cuatro, durante el invierno tan frío de Garabandal, a pesar de la lluvia, de la nieve, del hielo?
Jacinta.–Sí, Padre (Jacinta no decía más que la verdad. De su padre Simón, hombre recto y parco en palabras, he recogido en 1976 esta rotunda afirmación: "Durante seis meses seguidos estuvimos yendo a rezar el rosario a la Calleja todos los días, a las 6 de la mañana; yo acompañaba a la niña con un farol.)
P. Laffineur.–Entonces, ¿por qué no habéis seguido haciéndolo hasta hoy?
Jacinta.–Porque la Virgen nos había dicho que debíamos obedecer a nuestros padres.
respecto a sus prácticas penitenciales o de piedad,
queda corroborado por esta otra "confesión"
que se recogió de labios de Pilar,
la madre de Mari Cruz, el 25 de julio de 1964
Lo que se insinúa en este diálogo acerca de la influencia –legítima, desde luego– de los padres sobre las niñas videntes respecto a sus prácticas penitenciales o de piedad, queda corroborado por esta otra "confesión" que se recogió de labios de Pilar, la madre de Mari Cruz, el 25 de julio de 1964:
"Mire usted: cuando estuvo aquí don Amador (Según vimos ya en el capítulo XII de la primera parte, este don Amador fue el sacerdote que la curia diocesana de Santander mandó al pueblo de san Sebastián de Garabandal en el otoño de 1961, para sustituir a don Valentín, a quien se impusieron unas "vacaciones", con miras a curarle de su supuesta inclinación a favor de las apariciones de las niñas.
¿Cuánto tiempo estuvo allá arriba don Amador? No he podido llegar a una precisión, pero algo se colige de esta dato: en las notas de don Valentín hay una laguna que va desde finales de octubre de 1961 hasta el 27 de enero de 1962; y del siguiente día, 28, tenemos una nota del doctor Ortiz, que dice: "A Conchita, en su éxtasis de las 7,10, se le oyó: "Me ha preguntado don Valentín si el pueblo le quiere"..."
Reconozcamos que es una pregunta bien humana, después de aquel "destierro".), me dijo a mí que Mari Cruz no iría a reza a la calleja...; y una mañana se lo dije así a mi hija, que no fuese a las seis a rezar, que había dicho don Amador que fuese, si quería, a otras horas.Un día, sin más, no la dejé ir; y ella estaba nerviosa en la cama... y luego me dijo: "Bueno, mamá: yo no te mando que vayas conmigo; si no quieres ir, no vayas, nadie te obliga; pero YO DEBO IR."
Al día siguiente fui a buscar a don Amador, que acababa de regresar de un viaje, y le dije: "Mire, don Amador, a mí me pasa esto con la chica: que me dice que si yo no voy, va ella sola..." Me contestó: "Déjala, déjala"."
Es evidente que las niñas tenían entonces clara conciencia de lo que se les pedía; pero que encontraban dificultades para llevarlo plenamente adelante.
He aquí lo que nos refiere el médico de Santander,
don Celestino Ortiz
También estaban por entonces suficientemente aleccionadas sobre la primaria finalidad de sus prácticas de piedad y penitencia. He aquí lo que nos refiere el médico de Santander, don Celestino Ortiz, testigo presencial y atento de tantas cosas:
"Un día de aquellos, después del éxtasis, le preguntaron a María Dolores: "¿Qué te ha dicho la aparición?" Respondió:
"La Virgen me ha dicho,
que haga sacrificios por la santidad de los sacerdotes, para que lleven muchas almas al camino de Cristo;
que el mundo está cada día peor y necesita sacerdotes santos, para que hagan volver a muchos al buen camino.En otra ocasión, la Virgen me ha dicho que pida especialmente por los sacerdotes que quieren dejar de serlo, para que sigan siendo sacerdotes. De lo contrario, ¡qué pena sería para Ella!."
El verdadero alcance de estas últimas palabras se le escapaba, sin duda, a la niña, pues por aquellas fechas no se había producido más que un débil comienzo –que ella no podía conocer desde su aldea– de lo que pronto iba a convertirse en una especie de desbandada clerical...
El Concilio Vaticano II, que con sus derivaciones y el ambiente desatado, vendría a ser la "ocasión" de tal desbandada, sólo era por entonces una ilusionada esperanza, el hermoso proyecto de una Iglesia que había decidido "ponerse al día" mediante un general esfuerzo de renovación. Juan XXIII tenía contagiados a todos de su optimismo y, secundándole, en todas partes se trabajaba y oraba por el feliz éxito de tan gran empresa.
Escrito de Mari Cruz al señor cura de Barro
A las niñas de Garabandal había llegado también la onda, y ellas se asociaron lo mejor que pudieron a la plegaria común... El día 11 de enero de aquel 1962, Mari Cruz escribía así, con letra horrorosa, al señor cura de Barro:
"Ya sé que la Virgen quiere que seamos muy buenos y visitemos al Santísimo; yo quiero que usted pida a la Virgen, ya le diré lo que usted me dice, para que salgan bien en el Concilio el Papa y los que están con él; también se lo di a leer a las otras, para que ellas lo hagan también."
Vimos al final de la primera parte, capítulo XII, cómo de cara a la penosa temporada de invierno se había sometido a las niñas a una especie de "racionamiento" en sus éxtasis: cada una tendría sus días, y habría de aguardar su llegada con la mejor disposición.
Decía Mari Cruz al reverendo don José Ramón en la carta que acabamos de mencionar:
"El rosario sí voy a rezarlo todos los días, a las seis de la mañana; me lo mandó la Virgen, que le rezara todos los días a esa hora, hasta el día 26, que la volveré a ver a Ella."
El día señalado para Loli era el 13 de enero, y la pobre lo esperaba con vivísimo anhelo, porque estaba más "acostumbrada" que las demás a aquellos favores; pero no he logrado ningún dato sobre lo que pudo ocurrir aquel día...
Dos días más tarde, el 15, Maximina escribía a la familia Pifarré, de Barcelona, con la que había trabado gran amistad:
"Estos días tenemos aparición: son lo mismo que siempre. Ayer les oyeron decir que haría un milagro, y las niñas lloraban... Estos días ha habido bastante gente de fuera, y eso que hace un frío horrible...; yo estoy escribiendo a la lumbre.
"Estos días volvieron a tener junta de médicos en Santander, sobre esto de las niñas, y dicen que dijeron que estaban normales completamente.
"Ayer, día 14, hubo aparición al mediodía, a la tarde, y luego, a las tres de la mañana; y les puso rosario a las cinco, así que ¡fíjese! Yo me gustaría asistir, pero, todos los días, me es imposible, lo uno, porque es muy de mañana, y lo otro, porque hace un frío muy grande en este tiempo."
Jacinta tuvo su jornada el día 18, aunque no demasiado feliz. Don Celestino Ortiz Pérez, que estaba presente, anotó:
"Después del éxtasis que tuvo, Jacinta exclamó: "¡Hasta el 18 de febrero no la vuelvo a ver!"; y, desconsolada, no hacía más que repetir: "¡Ya no la vuelvo a ver hasta dentro de un mes!"
Pero en este mismo día fueron impensadamente agraciadas Mari Cruz y Mari Loli; nos lo dice el mismo testigo:
"Tuvieron éxtasis a las seis de la tarde: fueron a la iglesia y, de allí, a casa de Mari Cruz, dando a besar varios objetos; salieron luego rezando el rosario hasta la Calleja, donde terminaron el tercer misterio, y subieron después a los Pinos ,donde acabaron el rezo. Terminó el éxtasis hacia las ocho y cuarto."
Conchita pasó largas semanas esperando su día, que era el 27 de enero (El día 3 de enero escribía así a una sobrina de los señores Ortiz (don Celestino):" Hasta el 27 de éste no vuelvo a ver a la Santísima Virgen: ¡Se me hace más largo el tiempo!"
Y unas semanas más tarde, el día 19, decía en otra carta a la misma destinataria: "Me dices que pida por ti..., pues todos los días, cuando voy a rezar, rezo por todos los enfermos, y en particular por ti... También me dices que se me hará larga la espera de 27 para ver a la Santísima Virgen, pues ¡fíjate tú! Todos los días cuento los días que me quedan: ¡Se me hacen más largos! Y eso que ya no me faltan más que nueve días..."). Poco antes, el 20, escribía su tía Maximina a los señores Ortiz: "Ya recordarán que el 27 es la aparición de Conchita; me dice que les anime a que vengan, que quiere que vengan. A lo mejor en estos días les escribe ella, aunque es muy perezosa."Parece que desde mediados de enero empezaron a menudear otra vez los trances, al menos para Mari Loli. Así lo escribe Maximina en esa carta:
"Por aquí hay también mucha gripe... Ahora todos los días hay aparición. María Dolores lo ve muchísimo. El miércoles tenía yo durmiendo en casa a don José Ramón, el sacerdote de Llanes (Barro), y a las tres y media, que llaman a la puerta: me levanto corriendo, y era Loli, en éxtasis; me da el crucifijo a besar, y después se lo da seguido a los nenes (Maximina era tía y madrina de Conchita; había enviudado muy pronto, quedándole de su matrimonio dos hijos, niño y niña. El niño es ahora un joven seminarista, que estudia en Comillas (Santander). Después sube al piso de arriba y se arrodilla ante el cuadro de mi marido; estuvo como cinco minutos rezando ante él, que en paz descanse; y después se da la vuelta, de rodillas, y va a dar a besar el crucifijo al señor cura, que estaba en la cama; salió de la habitación y fue a dárselo a mi padre. Después que se fueron, el señor cura se levantó, y nos fuimos a acompañarles por el pueblo hasta que terminó."
Esto que Maximina cuenta en su carta del 20 de enero, sobre la visita nocturna de Loli a su casa, coincide asombrosamente con lo que refiere el cura de Barro, don José Ramón García de la Riva, en sus memorias (apartado XIII de la edición francesa); sin embargo, él expresamente sitúa el suceso de que habla en una noche de agosto, es decir, siete meses más tarde de la fecha que tiene la carta de Maximina. Sorprende la coincidencia en el hecho y desconcierta la disparidad en su datación. ¿es que alguno de los narradores se ha equivocado, o es que se trata de dos sucesos distintos? (Después de escrito esto he dado con una nota de don José Ramón (en sus memorias), que dice: "Esto de visitarme en la habitación donde yo dormía, me ha sucedido dos veces: ésta que acabo de relatar, a las 3,45 de la madrugada, y otra, también de madrugada, que fue a las 4 menos 10.")
El relato de don José Ramón tiene particular interés por la abundancia de pormenores y porque él presenta la visita nocturna de Loli a casa de Maximina como una respuesta a algo que él mismo había pedido mentalmente antes de acostarse, es decir, como una "prueba" de la verdad sobrenatural de aquellos extraños fenómenos.
* * *
llegó para Conchita el esperado día 27
Al fin, llegó para Conchita el esperado día 27. Tuvo "aparición"... Dicho día anotó don Valentín (por lo menos está en su colección de notas):
Conchita entró en éxtasis en su casa a las 6,30 de la tarde; salió hacia la iglesia, donde dio a besar a la Visión medallas y rosarios que le habían entregado para eso; luego, en el mismo estado, los devolvió a sus dueños sin equivocarse en nada. Terminó a las 8,20." Nada más.
Pero una carta de Maximina, dirigida como tantas otras a la familia Pifarré, y fechada el día 30, da más detalles:
"Ya saben que el día 27 tenía aparición Conchita. Vino mucha gente, de Madrid, de Barcelona, de Valladolid, ¡qué sé yo!, de muchos sitios. Tuvo una aparición linda. Visitó en éxtasis a todos los enfermo.
"Había un chico de fuera, que por lo visto iba poco a la iglesia, y ella le siguió mucho en el éxtasis, y le persignó dos veces, hasta que el chico terminó llorando. Después tuvieron aparición Loli y Mari Cruz, y anduvieron mucho las tres juntas; traían muchas cadenas al cuello de unos y de otros, para que se las besara la Virgen... Esa misma noche pidieron mucho por todos los enfermos, más en especial por los que les mandaban pedir..."
El señor párroco añade algo que tal vez no carezca de interés para ciertas personas:
"Según me informaron, pues yo estaba ya en la cama, Mari Loli tuvo aparición a las dos de la noche... y terminó a las 2,30. Anteriormente, estando la niña en estado natural, le habían dicho que había allí un pintor, que quería pintar a la Virgen...; pues bien, durante la visión se oyó decir a la niña: "Hay aquí un pintor, que te quiere pintar... Pero con lo guapísima que Tú eres, ¡qué fea te va a sacar!" "
El pintor de marras era el señor Calderón, de Santander, bien conocido en la capital montañesa, y no sólo por sus realizaciones pictóricas.
* * *
A partir de esta fecha, las "apariciones"
volvieron a estar a la orden del día
A partir de esta fecha, las "apariciones" volvieron a estar a la orden del día, con excepción de Jacinta, que hubo de pasar su mes de "prueba", como le habían anunciado.
Del día siguiente, 28 de enero, es esta anotación del doctor Ortiz:
"Conchita, en éxtasis, se unió con María Dolores en el pórtico de la iglesia; allí empezaron el rosario, y de allí fueron a casa del tío Leoncio (un viejuco del pueblo que estaba inconsciente y casi moribundo). Se arrodillaron junto a él, rezando, e intentaban inútilmente hacerle besar el crucifijo que llevaban en la mano; continuaron rezando... y, de repente, el enfermo, que recupera el conocimiento y contesta a los rezos, cosa que nos asombró a todos (El doctor Ortiz considera como "milagroso", o muy cerca del milagro, que el pobre viejo, tan acabado y enfermo, reaccionara así; se encontraba en auténtico "coma".); las niñas volvieron a darle el Cristo, que él entonces besó, y luego dijo: "Yo rezo, porque tengo fe." Y perdió de nuevo el conocimiento. Con las mayores muestras de alegría, las niñas se levantaron y salieron."
("Conchita y María Dolores estuvieron juntas dos horas de aparición. Hay aquí un señor que está enfermo, y además está loco (es muy anciano): fueron donde él, y mire, era digno de verse lo que hacían con él; le dio la manía de que no quería besar el crucifijo (era un señor muy bueno), y ellas, como no quería besarle, rezaron una estación con él y también seis Padrenuestros por todos los enfermos: él rezaba bien, pero el crucifijo no le hacían besar, y a las niñas les caían unas lágrimas gordísimas... Después, siempre en éxtasis, salieron y fueron derechas a Los Pinos. Rezaron allí un poco, y bajaron, y anduvieron otra vez por el pueblo, y volvieron a subir. Eran ya las 9,30 de la noche, del todo oscuro, y si ustedes vieran por dónde subían, quedarían pasmados... Después bajaron a toda velocidad, y teníamos que apartarnos, porque ¡era una velocidad! Ya saben ustedes cómo bajan: con la cabeza echada para atrás, sin ver nada. Anduvieron de nuevo por el pueblo, y fueron a cantarle unos cantares a Mari Cruz, que como no tenía aparición se había ido a la cama..." (De la misma carta de Maximina a la familia Pifarré, 30 enero 1962.)
Se ve que por estos días el cielo daba una especial atención a aquel anciano, que estaba ya en las últimas..., como tratando de ayudarle para el gran paso a la eternidad, para el encuentro a cara descubierta con Dios.
¡Con qué facilidad se olvida entre los hombres que nosotros no podemos acabar como una animal cualquiera, que todos vamos inexorablemente hacia ese gran encuentro, y que no podemos presentarnos en él de cualquier modo! Escribió J. Staudinger, en la introducción a su libro "Sacerdocio santo": "El encuentro del alma con Dios inaugurará la eternidad. En esa hora, el hombre está sumido en la más completa soledad, como salió de las manos del creador, así, desamparado, comparecerá ante Él. Creador y creatura se encuentran por vez primera frente a frente, cara a cara: Dios solo y el alma sola...
Lo único que acompaña al hombre allí será lo que haya hecho durante la vida temporal.
Siempre ha sido suma sabiduría prepararse para aquella hora... De ahí que la Iglesia tenga como su tarea más santa, como su misión especial hacia cada alma humana, el prepararla para aquella hora del encuentro."
El pobre tío Leoncio, abuelo de Jacinta, ciego y acabado, es en esta historia como el símbolo de la criatura humana en su desamparo postrero, cuando ya nada hay que esperar de este mundo, y sólo de arriba, de parte del cielo, puede llegar ayuda y confortación. Atender a quienes se encuentran así, será siempre una excelentísima tarea de caridad cristiana, que la Iglesia –los de la Iglesia– no pueden, de ningún modo, descuidar.
Y las niñas metidas en el extraño "misterio" de Garabandal no la descuidaban. El caso del tío Leoncio no es único. Como tampoco es única la escena del día 28 de enero que acabamos de ver.
Sabemos, por ejemplo, que el día 30 Conchita y Loli quedaron en éxtasis hacia las 7,20 de la tarde, y después de "estar rezando en el Cuadro, visitaron las casas donde había enfermos, dándoles a besar el crucifijo y rezando con ellos".
Y el día 31, acabado el rosario en la iglesia, Mari Cruz entró en éxtasis y "anduvo por el pueblo, visitando varias casas, donde daba a besar la cruz; y fue también a casa del abuelo de Jacinta, donde estuvo como un cuarto de hora, rezando con él y dándole a besar el crucifijo... Y poco después, Loli y Conchita hicieron lo mismo, y estuvieron con él por espacio de una hora, y allí mismo volvieron en sí, y se sentaron en la cama...". Parece que el viejuco, debido seguramente a su inconsciencia, no respondía bien a los deseos de las niñas de que besara el crucifijo, y ellas le preguntaban: "¿Por qué no besa? Si besa, la Virgen le puede devolver la vista." A lo que replicó el pobre viejo: "¿Y para qué quiero yo ya la vista?"
Los detalles hacia el tío Leoncio sólo acabaron (pocos días después) cuando él acabó su "jornada" en este mundo. Entre las notas de don Valentín se encuentra ésta, correspondiente al 8 de febrero:
"A las nueve la noche, Mari Loli salió de su casa en éxtasis; fue a casa de Leoncio, que estaba de cuerpo presente, y dio a besar el crucifijo a las personas que estaban por allí (casi todo el pueblo); rezó ante el cadáver una estación y luego marchó y aún entró en algunas otras casas."
Vuelve la sorprendente "normalidad"
Durante esta temporada –finales de enero y unas semanas de febrero– Mari Loli, Mari Cruz y Conchita ya tienen de nuevo "aparición" como "antes", es decir, en forma habitual... Cada una de ellas, con su propio estilo; y también cada día, con su propia y pequeña historia. Pero hay mucho de común en la actuación de las tres videntes y en la historia de todos los días: dar a besar objetos a la Visión, dar a besar el crucifijo a los circundantes, visitar la iglesia y también las casas, rezar en el "Cuadro", subir a los Pinos...
Del día 21 tenemos una "historia" detallada:
"A las ocho de la mañana, Conchita fue al Cuadro de la Calleja para rezar el santísimo rosario, quedando allí en éxtasis; bajó luego para el pueblo, y al pasar por la fuente cayó hacia atrás, pegándose fuertemente con la cabeza en el suelo; todos los presentes temieron que se hubiera hecho mucho daño; sin embargo, al término del éxtasis, dice su madre, no le encontraron ni siquiera un chichón."
Este relato del brigada de la Guardia Civil, queda confirmado y ampliado por el cura de Barro, don José Ramón G. de la Riva:
"Yo estuve allí presente, e hice fotografías del éxtasis de las 8,30 de la mañana: en el "Cuadro", a la puerta de la iglesia y en el sitio donde Conchita cayó hacia atrás, dándose un fuerte golpe con la nuca sobre una piedra que había en el suelo. El sonido fue brutal, y la madre de Conchita y las pocas personas que la acompañábamos –todas mujeres del pueblo, menos un servidor– dimos un grito, creyendo que se había desnucado. Al principio, Conchita, tumbada en el suelo, quedó seria, y como oyendo a la visión; luego comenzó a reírse, con lo que Aniceta y las demás mujeres se serenaron. Un servidor tocó entonces la cabeza de la niña, y no noté nada anormal. Después del éxtasis volví a tocarle la nuca, y tampoco encontré nada. La niña, extrañada, me preguntó por qué le tocaba así la cabeza; cuando se lo dije, se limitó a sonreír."
Del 1 de febrero es lo que relata el mismo don José Ramón en sus memorias (en la edición francesa: IX, núm. 6):
"Recuerdo que estaba Loli extática en la cocina de Conchita, y desde la ventana daba a besar el crucifijo a las personas que se agrupaban fuera... Aquel crucifijo era propiedad de una señora allí presente, dentro de la cocina; ella tenia miedo de perderlo, pues lo consideraba, naturalmente, como una preciosa reliquia. Por eso no hacía más que pedir su crucifijo; tan importuna se pudo, que Conchita exclamó: "¡Qué mujer más impertinente! ¡Dádselo de una vez, y que se vaya!"
Efectivamente, se lo quitaron a Loli de la mano y se lo dieron a la señora, que marchó muy contenta y feliz; Loli se quedó entonces frente a la ventana, con sus manos unidas ante el pecho... Muy pronto dijo: Conchita, dice la Virgen que le pidas el crucifijo al Padre.
Yo era el único sacerdote presente, por lo que la cosa iba ciertamente por mi. Entonces me dije: Como no vengas tú por él, yo no suelto el crucifijo. Y me quedé de pie donde estaba (junto a la puerta de entrada a la cocina), con las manos en los bolsillos.
He de advertir que fue una cosa rara que tuviese conmigo el crucifijo, no era esa mi costumbre; pero aquel día lo había metido en el bolsillo. Entonces lo apreté fuerte en mi mano derecha, y me dispuse a ver qué pasaba.
Conchita no debió de entender el encargo de Loli, porque no se movió. Entonces Loli, que estaba junto a la ventana, de espaldas, giró sobre sí misma, y se abrió paso hacia mí. Se me quedó frente a frente, y sin bajar su mirada, con gran agilidad y un bellísimo movimiento de su brazo derecho (digno todo ello de ser filmado), introdujo su mano derecha en mi bolsillo de la misma parte, cosa que no resultaba nada fácil, y debo añadir que con mi mano dentro del bolsillo de la sotana, no había posibilidad alguna de que otra mano entrara en él, por pequeña que fuese esa mano. Pues ella lo hizo con una suavidad pasmosa me fue abriendo los dedos que yo tenía cerrados sobre el crucifijo, y fue entonces cuando yo me rendí, diciendo con toda mi alma: ¡Tómalo, tómalo! No necesito más prueba.
Mi emoción no me impidió advertir que si otras veces las manos de las niñas perdían calor en el éxtasis, esta vez la mano de Loli conservaba su calor natural."
Como resumen de temporada, podemos transcribir la carta que Conchita dirigió al citado señor cura el día 15 de febrero:
"Apreciable señor:
Desde que se marchó de aquí, no hemos vuelto a saber nada de usted; no sabemos si es que se fue disgustado o es que está enfermo, como por aquí hay tanta gripe...
Hoy mismo está nevando; yo vengo ahora de rezar el rosario en el "Cuadro", y anoche, a las 8, tuve allí aparición; granizaba muchísimo; pero yo lo veía todo escampado, no tenía nada de frío; mi mamá estaba temblando como una hoja...
Las apariciones siguen lo mismo. María Dolores tiene muchas, unos días, más, y otros, menos; pero la ve todos los días. Mari Cruz, en la semana, no la tiene un día o dos, los otros días la ve. Jacinta la ve el día 18, que hace un mes que no la ve. Mari Cruz y yo la tenemos hace una temporada en el cuadro, pero no todos los días a la misma hora. Loli la ve por el pueblo, por las casas, y en los Pinos de las apariciones... Ya no le puedo contar más."
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A. M. D. G.