SEGUNDA PARTE
CAPÍTULO III
ALGUNOS CAMINOS DE DIOS
PASAN POR GARABANDAL
Lo sucedido a una chica de Segovia
Encuentro con la fe. Máximo Foeschler
Misericordia en el rigor. Lo sucedido a Jacinta
Observaciones de lo sucedido a Mari Cruz
Encuentro pascual con la alegría Relato de Mercedes Salisachs
Encuentro con la emoción del Misterio. don José de la Vega.
Quizá, mejor que "caminos de Dios", deberíamos decir "caminos hacia Dios".
Es indudable que algunas almas (sospecho que bastantes más de las que conocemos) han encontrado en Garabandal su rumbo: a veces todavía no descubierto, a veces ya míseramente perdido. Unas, para llegar simplemente a la fe; otras, para afianzarse con fuerza en ella; y otras, para decidirse al fin por una más generosa "entrega".
Con tales finalidades de salvación, mucho más que para regalar con milagros visibles, ha venido ciertamente Garabandal.
Y esto, sobre todo, es lo que hay que esperar de su "misterio".
De ello hemos hablado ya en el capítulo de la primera parte titulado "En el proceso de la Salud"; pero debemos presentar ahora nueva confirmación, es decir, nuevos casos que ocurrieron precisamente en estas semanas de "reactivación" entre invierno y primavera de 1962.
A principios de 1962, la vieja –e interesantísima– ciudad castellana de Segovia conocía no poco de expectación en torno a Garabandal...
Había surgido tal expectación por la estancia allí del P. Ramón María Andreu (que había dado una tanda de ejercicios para chicas en las Reparadoras) y de los marqueses de Santa María, que aprovecharon tal circunstancia para tener en público varias charlas sobre el tema.
Prendió tanto el interés, que pronto, y en pleno invierno, se organizó una excursión en autocar al lejano pueblecillo. Entre los que se apuntaron estaba una señorita de familia conocida, que hasta entonces no se había distinguido precisamente por sus entusiasmos religiosos... No es que la tal chica llevase una vida desarreglada, pero sí bastante frívola o mundana, que resultaba algo estridente en el tradicional "tono" de aquella ciudad de la más severa Castilla: de las primeras para el baile, para las diversiones, para la piscina... ¿Qué la llevaba ahora a Garabandal, en el frío enero de 1962? Ni ella misma sabría seguramente decirlo.
Lo sucedido a una chica de Segovia
La excursión, según me han dicho, llegó al lugar de las apariciones el día 18 de enero, jueves. La tarde de ese día, sus componentes, después de los informes recogidos en encuentros con la gente del pueblo, se fueron situando como pudieron por los diversos escenarios de los posibles trances. Nuestra joven logró introducirse en la casa de Ceferino; pero no mucho: hubo de quedarse cerca de la puerta. Por fortuna, descubrió allí un banquillo arrimado a la pared y lo aprovechó inmediatamente, poniéndose de pie encima. Así podría captar de algún modo, aunque de lejos, lo que no tendría la suerte de poder seguir de cerca.
Llegó el momento del éxtasis de Loli: fue, como tantas otras veces, en la cocina de la casa. La chica de Segovia tenía que resignarse a recoger la onda, no en directo, sino "en diferido": a través de lo que veía en los espectadores mejor situados... Pero ya esto solo le iba haciendo no pequeño efecto; y es que el ambiente que normalmente se formaba en torno a los éxtasis, aun por parte de los más habituados, era de gran respeto religioso.
En tal ambiente de silencio y expectación, pudo reflexionar..., enfrentarse extrañamente con su intimidad..., sentir, un poco estremecida, la proximidad del misterio... Llegó un momento en que su espíritu ya no pudo continuar en aquella actitud de respetuosa mudez y estalló en oración: una oración terriblemente comprometedora:
"¡Virgen Santísima! Si esto es verdad..., y Dios quiere algo de mí..., estoy dispuesta a lo que sea... ¡Renunciaré a todo y me haré religiosa! Sólo te pido, a cambio, la salvación de... quien Tú sabes."
En el silencio estremecido que se hizo en su alma, después de semejante oración, pareció sonar, clarísimamente, la respuesta:
"Te escucho, te escucho. Sí, sí."
La inexplicable ráfaga la dejó temblorosa de emoción... Pero no tardó en soplar otra ráfaga; ahora, de confusiones: "¿Quién te asegura que era la voz del cielo? ¿No habrá sido imaginación tuya? ¿No será que estás a punto de trastornarte?..."
Llena de angustia, levantó una vez más su clamor interior a la dulce Madre que bien podía estar presente allí, no lejos de ella:
"¡Virgen Santísima! Si todo esto es verdad, si todo esto viene de Ti..., ¡que la niña venga a darme a besar el crucifijo!, ¡que venga a mí primero que a nadie!"
Apenas la petición se había formulado en lo más recóndito de su conciencia, Loli se levanta del pavimento de la cocina, donde estaba arrodillada; se abre paso por entre los apretujados y asombrados espectadores..., y va derecha hacia ella. La joven presiente lo que va a ocurrir, una emoción indescriptible la domina; pero no tiene tiempo de pensar ni de hacer nada: Loli está ya delante y, sin mirarla, levanta certera el crucifijo hasta sus labios y se lo da a besar una y otra vez.
La segoviana, como ya no puede más, baja de su banquillo y trata de achicarse y esconderse entre las muchas personas que hay allí; pero es inútil: la pequeña vidente la sigue, sin verla, y de nuevo, repetidamente, entrega la sagrada imagen a sus besos.
La respuesta del cielo, ¿podía ser más clara y maravillosa?
Pues no quedó ahí. En lo que aún duró la jornada, cada niña que salía en éxtasis por la calle (Ya hemos visto en el capítulo anterior cómo ese día 18 de enero tuvieron también aparición Jacinta y Mari Cruz.), indefectiblemente, iba en busca de la segoviana, para ofrecerla, a ella antes que a nadie, la imagen del Redentor.
Era una distinción que embriagaba y desazonaba. Si, por una parte, resultaba la mejor declaración de amor: "Como Yo te he querido, ¡desengáñate!, así no te querrán", por otra parte implicaba una serie tal de renuncias y compromisos que no podía menos que asustar.
No es extraño que aquella mujer en flor, a quien tan inequívocamente se pedía el don total de sí misma, pasara unas horas de emoción nunca sentida.
Había llegado a Garabandal acompañada de su madre; ambas encontraron hospedaje en casa de Piedad, que les cedió una humilde habitación. Ya bien entrada la noche, se retiraron a ella y se acostaron. Pero aquellas pocas horas de cama no fueron precisamente horas de sueño; al menos para la hija, que no cesó de llorar...
La madre, que no podía conocer lo que a la hija le había ocurrido por dentro, comentaba al día siguiente: "Algo muy gordo ha tenido que pasarle... ¡En toda la noche no ha parado de llorar" Y yo no me acuerdo si la he visto llorar alguna vez."
* * *
La joven de nuestro relato (puedo decir todos sus datos personales) hace ya años que vive su consagración a Dios en una congregación religiosa...
Y no puede ni quiere olvidar que su camino hacia Dios pasó decisivamente por el lejano y controvertido puebluco de San Sebastián de Garabandal.
Encuentro con la fe. Máximo Foeschler
Poco después de que la "señorita X" del relato anterior se encontrara así con su vocación en Garabandal, le llegó a don Máximo Foeschler la hora de encontrarse allí con la Fe. (La escribo de este modo, con mayúscula, para indicar que no se trata de "una fe", más o menos respetable, sino de "la fe", la cristiana católica, la única que yo considero verdaderamente cabal..., sin que por eso desestime todas las otras, con tal que se muevan dentro de eso que llamamos "buena fe" y buena voluntad.)
Con buenísima fe se movía ciertamente don Máximo dentro del protestantismo, en el que había sido educado por sus piadosos padres. Era alemán de raza y nacimiento, e ingeniero de profesión. En 1931 se había casado con una española, católica, y llevaba ya muchos años arraigado en España; pero nunca se le había ocurrido cambiar de "confesión"...: vivía piadosamente su cristianismo "protestante".
Le afectó muchísimo la muerte del P. Luis M.ª Andreu, a quien había conocido y tratado desde niño... Por eso, no es de extrañar que un buen día se decidiera a subir a Garabandal, con afán de conocer los lugares y personas que tanto habían significado en las últimas jornadas del querido muerto.
Según ya vimos en la primera parte, el sábado día 14 de octubre de 1961 llegó por primera vez a Garabandal, después de tener en el puerto de Piedras Luengas (Entre las provincias de Palencia y Santander. Es uno de los más altos de la Cordillera Cantábrica.) un accidente de automóvil que pudo ser verdaderamente trágico. No iba solo: le acompañaban su esposa, el P. Ramón Andreu, el matrimonio Fontaneda (de Aguilar de Campoo) y otros amigos... Lo que vio y sintió en esa primera visita queda ya referido en su lugar: no le hizo demasiado efecto.
Pero al cabo de meses, y como si tuviera pendiente alguna misteriosa cita, don Máximo se decidió a volver por el famoso pueblecito montañés. Oigámosle:
"El P. Ramón M.ª Andreu iniciaba unos ejercicios espirituales en Loyola, el 19 de marzo de 1962, y tenía mucho interés en que yo asistiese a los mismos. Francamente, yo tenía muchos reparos... y pensaba qué podía hacer un protestante en un santuario como Loyola.
Por eso, me decidí a volver por Garabandal, como esperando alguna solución.
Llegamos allá el sábado, día 17 de marzo; éramos varios amigos de Madrid, así como mi esposa y uno de mis hijos. Vimos un primer éxtasis a las nueve de la noche, de Mari Loli, y observé que estaba casi por entero dedicado a mi señora, a mi hijo y también a mí... contar con detalle todo esto haría el relato interminable.
Al día siguiente, domingo (Litúrgicamente, el segundo de Cuaresma, según hemos visto en el capítulo anterior.), a las seis de la tarde, asistimos todos al santo rosario, que para mí fue de verdad emocionante.
Cuando salíamos, me encontré con Jacinta, a quien no había visto desde aquella madrugada del 14 al 15 de octubre anterior. Le pregunté por qué entonces no me había dado la cruz a besar... No me contestó. Al insistir y decirle que yo sí lo sabía (pensaba en mi condición de protestante), me repitió que ella ciertamente no lo sabía.
Entonces le pregunté cuándo había visto a la Virgen la última vez, y me dijo, con mucha tristeza, que llevaba ya cinco días sin verla.
–Pues yo he pedido en el santo rosario que tú tengas visión esta misma noche; tengo que marcharme mañana por la mañana y necesito una prueba grande de la Virgen, y precisamente por tu medio.
Efectivamente; sin comentarlo con nadie, yo había pedido que si aquello era de la Virgen, me diese una demostración palpable e inequívoca, y precisamente en un éxtasis de Jacinta; que me ocurriese algo ¡a mí sólo!
A las 9,30 de la noche, Mari Loli fue en éxtasis a casa de Jacinta, para decirle que a las doce de la noche vería a la Santísima Virgen.
Así fue. La niña salió a la calle, en marcha extática, y cada diez metros nos daba la cruz a besar a las ocho o diez personas que la seguíamos. Yo me separé luego del grupo y la niña fue hasta la iglesia, donde rezó; y allí mismo volvió al estado normal.
Como a mí no me había pasado "nada de particular", creí que mi destino no era Loyola...
Pero Jacinta anunció que iba a tener de nuevo visión, a las tres de la madrugada. Y yo, esperando todavía, allá me fui, a su casa. A las tres en punto comenzó el trance y, como de costumbre, salió a la calle. Yo la acompañé durante un trayecto; pero al fin me separé del grupo y me metí en la casa de Loli, que tienen taberna. Pero hacia las tres y treinta entra allí Jacinta, en éxtasis, y entre las muchas personas que había, se abre paso hacía mí, me da la cruz a besar y me signa con ella tres veces... Nadie más tuvo la dicha, en aquella ocasión, de besar la cruz. Para mí, estaba bien clara la prueba que había pedido (Efectivamente, lo hecho por Jacinta correspondía con todo rigor a lo que el Señor Foeschler había pedido en lo más secreto de su conciencia.).
* * *
Encontré definitiva aquella llamada de la Santísima Virgen, y el día 19, por la tarde, estaba ya en Loyola, empezando los ejercicios espirituales en la casa de San Ignacio.
Tan emocionado llegué allá, por haber conocido por primera vez a la Santísima Virgen, que saqué los máximos frutos de aquellos días de retiro.
El día tercero, en la santa misa que tuvimos en la capilla de la Conversión, al ver que los demás ejercitantes podían recibir a Jesús (en la comunión eucarística) y yo no, rompí a llorar y..."
Lo que ocurrió luego, se lo pueden suponer los lectores, sabiendo que don Máximo Foeschler recibía el bautismo según el rito católico el 31 de marzo de 1962 y el día siguiente, 1 de abril, hacía emocionado su primera comunión.
"Por estas gracias especiales –confesará él– que he recibido por mediación de la Virgen, que de verdad me ha llevado en sus brazos al bautismo, y así nuevamente a los brazos del Señor, debo estar eternamente agradecido... y no sé cómo dar al Señor y a la Virgen Santísima las gracias que merecen por el milagro obrado en mí."
* * *
Con su entrada en la Iglesia Católica, ¿se acabaron para don Máximo las cosas de Garabandal?
"En visitas posteriores me han ocurrido muchísimas más cosas, que alargarían desmedidamente mi relación. Sólo quiero declarar algo:
Un día, al volver Mari Loli del éxtasis, me llamó aparte y me comunicó lo que la Santísima Virgen le había dicho de mí... ¡Con lo tímidas que son aquellas niñas, y los doce años que entonces tenían, Mari Loli me estuvo hablando largo rato con la mayor naturalidad! Me contó mi vida..., y mis casos y cosas, desde mis primeros días hasta aquella fecha. Absolutamente nadie en el pueblo podía conocer tales detalles (¡algunos, ni mi propia esposa!), y no pocos de ellos me volvieron a mí mismo a la memoria gracia a oírselos a la niña."
Bien, ahora se me ocurre a mí:
¿Por qué quienes vienen diciendo que todo esto es fruto de un "juego de niñas", o de capacidad de embuste, o resultado del "ambiente", o de "catalepsia colectiva", y que en todo caso "tiene explicación natural"... no se adelantan sin rubor a hacer la obra de caridad de iluminar las tinieblas de quienes seguimos creyendo en el milagro y convencidos de que aquí está "el dedo de Dios"?
No sé porqué se le ocurriría a San Pablo aquello de su primera carta a los corintios:
"Escrito está: "Destruiré la sabiduría de los sabios y haré inútil la prudencia de los prudentes." ¿Dónde tenemos el sabio? ¿Dónde el doctor? ¿Dónde el hábil dialéctico? ¿Acaso no ha entontecido Dios la sabiduría de este mundo?" (1, 19-20).
Pero no penemos mal de nadie... Que todos necesitamos misericordia.
Lo sucedido a Jacinta
No he podido comprobarlo, a pesar del paso y repaso de muchos papeles y notas, pero creo que es aquí, por estas fechas, donde hay que encajar algo muy interesante que casualmente recogí un día en Santander, de labios de Jacinta. Ella sólo se acuerda de que fue en 1962, cuando aún no había acabado el invierno.
Es una noche fría. Jacinta quiere quedarse, velando, en la cocina, porque tiene anunciada aparición para las cuatro de la madrugada; pero su padre, Simón, le dice que vaya a la cama a descansar, que ya la avisarán a tiempo.
La niña se resiste, porfía, se pone terca... El padre no consiente caprichos y la obliga a obedecer. Ella sale entonces hacia su cuarto, de muy mal humor, llorando y protestando. Teme dormirse y perder la aparición.
Así sucedió. Al cabo de las horas, se despierta sobresaltada (su padre ha hecho ruido al levantarse) y pregunta en seguida:
"–Papá, ¿qué hora es?
–Las seis menos cuarto.
–¿Ves? ¡Por tu culpa me he quedado sin aparición!"
Y empezó a llorar, seguramente que con dolor y con genio a partes iguales.
"Puedes ir ahora a rezar a la Calleja", le replicó Simón.
Así lo hizo la niña, Pero esperó inútilmente que, como en tantos otros días a aquella hora, se produjese alguna "visita"...
Volvió a casa aún más desazonada; y la desazón fue convirtiéndose en auténtico sufrimiento los días siguientes, al ver que lo que tanto esperaba no venía. Sus compañeras, en cambio, seguían con toda normalidad en sus éxtasis y apariciones.
Jacinta se consumía. Sus padres empezaron a preocuparse muy seriamente, porque el sufrimiento interior de la niña afectaba ya a su misma salud: había perdido color, estaba adelgazando demasiado, ya no sabía sonreír...
Jacinta no hacía más que preguntarse:
¿Por qué la Virgen me hará esto? ¿Será que ya no volveré a verla?
Este último pensamiento no lo podía soportar. Se pegaba a sus compañeras cuando tenían aparición, y les decía con ansiedad: "Pregúntale a la Virgen por qué no viene donde mí... Pregúntale si volveré a verla... Pregúntale..."
Y Loli y Conchita preguntaban, preguntaban... Pero sus preguntas quedaban un día y otro sin contestación.
Al fin, casi después de un mes, Loli vino a ella con la gran noticia:
"Me ha dicho la Virgen que vas a volver a verla el día..."
Aquello fue para Jacinta como salir repentinamente a la luz, después de un largo túnel tenebroso. Todo cambió de color. volvió a sonreír, sus mejillas fueron recobrando color, su corazón se ensanchaba con la esperanza.
El día anunciado se produjo la anhelada visita; y tan pronto como Jacinta se encontró de nuevo ante la maravillosa figura de la Madre, no pudo contener su pregunta:
"¿Por qué no has venido? ¿Por qué me has tenido tanto tiempo así?"
–Por lo mal que te portaste con tu padre aquella noche... ¿Cuántas veces os tengo dicho que hay que obedecer a los padres, incluso antes que a Mí?
El castigo había sido fuerte, pero había estado lleno de misericordia; sólo se buscaba el bien de aquellas pequeñas hijas, tan llenas de buena voluntad, pero tan llenas también de defectos. ¡Tenían que ir siendo otras!
El castigo había durado un mes.
La lección debía durar para siempre.
* * *
Observaciones de lo sucedido a Mari Cruz
¿Tendrá que ver algo el caso de Mari Cruz con esto de la "misericordia en el rigor"?
Declaro que no quiero meterme a escudriñar por qué fue ella la menos favorecida de las cuatro, en cuanto a número de apariciones o éxtasis; pero casi no puede evitarse que a veces surja una pregunta sobre la posible causa de hecho tan innegable...
¿Se debió simplemente a que los planes de Dios no tenían por qué ser los mismos para todas? De sus dones más gratuitos reparte Él como le place, no precisamente según méritos.
¿Fue tal vez que la niña, a causa de presiones externas, no puso el debido empeño en corresponder?
Ni lo sabemos, ni, probablemente, lo sabremos. Tampoco hemos de juzgar a la ligera... Pero, a título de ilustración, quiero poner aquí lo que una persona de Garabandal escribía a los señores Ortiz, de Santander, por los días de la Semana Santa de 1962:
"Referente a las apariciones, pues ya saben:
igual que siempre...
Mari Cruz, en un mes, yo creo que no ha tenido aparición más que una vez, y poco. La tuvo el martes por la mañana, cuando fue a rezar a la Calleja; le dijo que la volvería a tener otra vez el sábado, pero, ya saben, se va a la cama en seguida y, así, no la tuvo.
A mí se me hace que tiene explicación. La Virgen, desde primera hora, ha estado pidiendo sacrificio... (Nueva y elocuente confirmación de tal exigencia de sacrificio la tenemos en estas líneas del diario de Conchita, página 53:
"A mí, por Semana Santa, me mandó (la Virgen) que fuera a las cinco de la mañana (a rezar el rosario en "la calleja"); y así fui, porque la Virgen siempre quiere que hagamos penitencia.")
y Mari Cruz no lo hace, porque a las nueve muchos días ya está en la cama. Así, ¿cómo va a tener aparición? Las otras, cuando les dice que la tienen, ya saben, están (en vela) hasta la hora que sea."Recojo estas observaciones o apreciaciones, bien lo sabe Dios, sólo por lo que puedan tener de enseñanza, sin ninguna desestima para la niña de quien se trata, ni tampoco para sus familiares: éstos pensarían que debían proceder así, y ella se creería en la obligación de obedecer.
Encuentro pascual con la alegría
Relato de Mercedes Salisachs
Nuestro conocido brigada de la Guardia Civil, don Juan Álvarez Seco, dice así de la llegada a Garabandal de cierta visitante:
"No recuerdo bien el día, pero sí lo que sucedió (Fue el Viernes Santo de 1962, día 20 de abril.). Yo me presenté en el pueblo por la tarde y fui al bar de Ceferino, que salió a mi encuentro, diciendo a una señora: "Aquí está el brigada, que ha presenciado de cerca muchas apariciones..." Y luego se dirigió a mí: "Esta señora es de Barcelona y quiere que se le explique algo de todo esto..."
Tratándose de aquella señora, yo la saludé respetuosamente y ella me preguntó en seguida si yo creía en tales apariciones. Le contesté que sí y ella lo registró en cinta magnetofónica.
Lo mismo hizo luego con lo que decía un pastor de vacas, del pueblo. Este declaró con toda sinceridad:
"Mire, señora: yo no sé qué es lo que pasa, pero desde que he presenciado apariciones, ya no hablo como antes; antes blasfemaba mucho, pero ahora ya no lo hago."
La señora hizo también preguntas a una Padre (Seguramente el padre Félix de Corta, jesuita, de quien se habla luego) que estaba por allí y registró sus respuestas. Dicho Padre declaró, en confianza y muy confidencialmente, que él también creía..."
La señora de quien se habla aquí era doña Mercedes Salisachs de Juncadella, que tenía (y tiene) nombradía en España, sobre todo, como escritora (unos años antes de su visita a Garabandal había obtenido el premio "Ciudad de Barcelona" de novela). Los motivos que la llevaron al lugar de las apariciones por los días de abril de 1962, los ha confesado ella misma en una relación que ya insertó Sánchez-Ventura en su libro Las apariciones no son un mito.
Empieza explicando sumariamente cómo era su hijo Miguel, lo que para ella suponía... y, en consecuencia, el horrible dolor que la sacudió cuando el 30 de octubre de 1958, con una vida sin estrenar –¡dieciocho años!–, el muchacho encontró la muerte por las carreteras de Francia en accidente de automóvil...
"Ignoro –dice ella– lo que habrán experimentado otras madres al perder así un hijo de la calidad de Miguel. Pero dudo que hayan podido superar un vacío y horror como el que cayó sobre mí.
Su muerte mataba de cuajo el motivo esencial de mi vida y, al perderlo, me sentí acogotada por la oscuridad más espantosa.
Me decían que, con el tiempo, me conformaría...; que, aunque no llegara a olvidarlo, su recuerdo iría diluyéndose, hasta quedar en una evocación amable; que, poco a poco, me iría acostumbrando a no verlo, a no oírlo, y aceptaría mi situación sin desgarro.
Pero el tiempo pasaba y yo continuaba en la desesperación. Aunque procuraba disimular mi tristeza, especialmente para no herir a mis cuatro hijos restantes, cuanto más tiempo transcurría, más se me acentuaba el vacío, la desorientación y el dolor.
Algunos, para ayudarme, echaban mano de argumentos religiosos. Me hablaban de la resignación cristiana; me recordaban su fe, la ejemplaridad de su muerte... y me decían que debía dar gracias a Dios, por habérselo llevado en condiciones tan buenas para su alma. Pero la resignación no llegaba y todos aquellos argumentos se me antojaban huecos e inconsistentes.
Llegó un momento en que las dudas contra la fe se me volvieron obsesivas... y todo cuanto hasta entonces había admitido sin excesivo esfuerzo, empezó a tambalearse, dejándome cada vez más abatida. Me convertí en un remedo de persona, sin más horizonte que el pasado, sin más esperanza que la de morir; pero con la impresión de que en la muerte se acaba todo, que la esperanza es una gran mentira y la fe una puerilidad lanzada para mantenernos a raya.
Sin embargo, todas mis dudas no cuajaban por completo. A veces, sin saber por qué, la esperanza volvía: "Y si Miguel me viera... Si fuera verdad eso de la Comunión de los Santos..." (La comunión de los Santos es uno de los más hermosos dogmas del catolicismo. Creemos por él que hay una inefable comunicación entre "los que han ido" y "los que aún quedamos"; y también un misterioso intercambio entre "los que quedamos"..., en Cristo y por Cristo, en la Iglesia y por la Iglesia.)
Por aquel entonces, ni siquiera podía rezar. Tropezaba siempre contra el muro de la duda. Recuerdo que en cierta ocasión mi madre propuso rezar el rosario en común (¡todavía me avergüenzo de mi reacción!) yo me negué, por considerarlo "una vulgaridad"...
En definitiva, yo necesitaba una prueba. Algo que me hiciera palpar que más allá de la muerte, la vida continuaba.
Pero la prueba no llegaba, ni yo hacía por conseguirla. Por ejemplo, mi devoción a la Virgen era prácticamente nula.
Hasta que un día, próximo a la fiesta de la Purísima, instintivamente me enfrenté a una imagen de la Dolorosa, suplicándole que, si Miguel vivía, ella me diese una prueba.
No tardó en llegar...
A partir de aquel día, ya no tuve más obsesión que la de volver a Dios. Y cinco meses más tarde, concretamente le 4 de mayo de 1959, después de una confesión general, me acerqué a Dios definitivamente, con la intención de no separarme de Él ni un segundo en todo lo que me restara de vida.
Desde aquel instante, todo empezó a cambiar para mí. Aunque mi nostalgia de Miguel seguía siendo enorme, y la soledad continuaba atormentándome, el sosiego interior era muy grande... El rezo del rosario dejó de parecerme "una vulgaridad" y mi devoción a la Virgen aumentaba de día en día.
De ahí que, cuando oí hablar de las niñas de Garabandal, pensara en visitar aquel remoto pueblo, no sólo por curiosidad, sino con la intención de rendir homenaje a la Virgen, aun en el caso de que los fenómenos fueran discutibles...
Aprovechando la ausencia de mi familia, que había ido a Suiza, salí de Barcelona el Jueves Santo de 1962 (En España se observan como plenamente festivos, aun a efectos civiles, medio día del Jueves Santo y todo el día del Viernes), acompañada de José, el mecánico, y su mujer, Mercedes.
Llegamos a Cossío el Viernes Santo, a la hora exacta de mediodía, y allí conocí al párroco de Garabandal, don Valentín Marichalar. Mientras esperábamos el vehículo que debía subirnos al pueblo, tuve ocasión de charlar con él... Pese a sus comprensibles reservas, acabó confesándome que, en el fondo, estaba convencido de que los fenómenos que allí ocurrían eran sobrenaturales, y que las niñas eran muy a propósito, por su inocencia, para recibir las visitas de la Virgen.
Eran ya las dos de la tarde cuando compareció el coche que debía trasladarnos a Garabandal. Su conductor, Fidel, nos comunicó que allí arriba el P. Corta (sacerdote jesuita llegado para ayudar a don Valentín en los trabajos de Semana Santa) se disponía a dar la comunión. Y que el pueblo en masa estaba congregado en la iglesia."(En Garabandal, como en tantos otros pueblos de España (al menos por entonces), Jueves y Viernes Santos eran días en que sólo se vivía para los cultos y conmemoraciones religiosas; a los "oficios" litúrgicos no faltaba nadie.
Los Viernes Santos eran a primera hora de la tarde, buscando la coincidencia con el momento en que Jesús exhaló su último suspiro.)Ya en el pueblo, doña Mercedes pudo ir estableciendo contacto con las videntes y sus familias, quizá por los buenos oficios del brigada don Juan Álvarez Seco, a quien, según ya vimos, fue presentada por Ceferino en el local de su taberna; también la ayudaron en esto los marqueses de Santa María, que nuevamente andaban por allí.
"Aquella misma tarde –continúa doña Mercedes– entregué a Jacinta unos objetos para que los diera a besar a la Virgen y, tanto a ella como a las otras tres, les hice la misma pública: "Cuando veáis a la Virgen, preguntadle por mi hijo." Creo que fue Jacinta la que indagó:
"¿Y qué le pasa a su hijo?"
"¡Está muerto!", le contesté.
En casa de Mari Loli se habían congregado todos, en espera de la aparición. Yo le di un papel, escrito por las dos caras; y, al entregárselo, le dije:
"No espero respuesta. Lo único que me interesa es saber dónde está mi hijo." (No di su nombre.)
Yo ignoraba aún cómo se producían las visiones. Aunque me lo habían explicado, me resultaba difícil imaginar su realidad... Ahora, después de haber estado en Garabandal varias veces y de haber visto tantos éxtasis, sigo creyendo que no puede haber explicación posible para describir no sólo la "caída" de las videntes, su expresión y movimientos..., sino el clima d respeto que, pese a la calidad de algunos de los visitantes y a la costumbre de los del pueblo, se produce siempre en cuanto "llega la aparición".
A simple vista, nada de lo que van realizando las niñas parece tener sentido: sus movimientos, sus oscilaciones, sus carreras desenfrenadas, sus coloquios a media voz, su insistencia en dar a besar el crucifijo..., en una palabra, todo, al principio, causa estupor, por lo incongruente y por su apariencia de cosa sin mucho fundamento. (Hubo un sacerdote que, en su informe, aseguró que todo aquello "era poco serio", probablemente olvidando la poca "seriedad" que había habido también en ciertas cosas de Lourdes...) Sin embargo, acaba uno sospechando que nada de cuanto allí ocurre deja de tener su significado. Lo malo es que, para comprenderlo, hay que "vivir" en el pueblo, por lo menos, tres días. Tan pronto se familiariza uno con las pretendidas incongruencias ,todo se aclara; la explicación inmediata o retardada, llega siempre.
* * *
Por lo que respecta a mi caso, debo confesar que, aunque deseaba mucho, esperaba poco. Había enfocado mi viaje como han de enfocarse las peregrinaciones:
dispuesta a afrontar incomodidades y obstáculos.
Esperando, según dije, en la casa de Loli, no tardamos mucho en oír el golpetazo característico de la "caída" en éxtasis; venía del piso alto. Se hizo un silencio general y al poco rato vimos bajar por las escaleras a Mari Loli, cogida de la mano de otra niña, mirando hacia arriba con expresión arrobada. No creo que ni la mejor actriz pudiera imitar esa expresión.
Mari Loli se acercó a la mesa donde tenia los objetos que había de presentar a la Virgen y empezó a darlos a besar. Vi cómo tomaba mi papel, lo alzaba, lo volvía del otro lado y lo depositaba nuevamente en la mesa.
Luego, agarrando la cruz, salió a la calle..."
Para mejor ambientar todo esto, no perdamos de vista que estamos en el Viernes Santo, tan extraordinariamente celebrado en España. El éxtasis de Loli tiene lugar al oscurecer, después de una tarde santificada, primero, por los oficios litúrgicos, a los que ha asistido el pueblo en masa, y después, por el vía-crucis que han hecho no pocas personas... y su salida a la calle coincide con la hora en que por todas nuestras poblaciones van haciendo su recorrido, a golpe de tambor y con música de las mejores bandas, las tradicionales procesiones del "Santo Entierro"... En Garabandal, este año, las marchas procesionales son de signo muy distinto: sin "pasos", sin música, sin cofrades; pero seguramente vivas como ninguna. La gente va prendida, a través de esta o de la otra niña, de la órbita de ese misterio que las otras procesiones sólo pueden recordar.
Continúa doña Mercedes:
"El paso de la niña era ligero, armonioso, regular. Parecía como si anduviera por un pavimento bien liso y bien llano; no existía para ella lo que todos teníamos bajo los pies: cascotes, charcos, piedras, barrizales...
Como pude, yo me agarré del brazo de la niña que Loli sostenía; pero cuando, después de detenerse a la puerta de la iglesia, la vidente emprendió la subida hacia el monte, tuve que desprenderme. No podía seguirlas: tenía la impresión de que mi corazón, disparado, iba a detenerse de un momento a otro. ¡Tal era la cuesta que enfilaba a los Pinos! Me quedé agotada en la falda del monte, esperando a que bajaran.
Me puse a pensar. La noche (Era la noche santificada hacía siglos por la Soledad y el Dolor de María, que acababa de ver muerto y sepultado al mejor de los hijos.), hasta entonces, no había resultado excesivamente agradable para mí. Cuantas veces la niña daba a besar el crucifijo, lo hurtaba visiblemente a mis labios. La sospecha de que, si aquello era verdad, la Virgen rehuía a propósito mi beso, me dolía profundamente.
Cuando, al fin, llegó el descenso, vi a Mari Loli corriendo de espaldas –la vista siempre en alto–, sorteando obstáculos y socavones como si tuviera ojos en la nuca...
Al entrar en el pueblo, se unió a Jacinta; rieron al encontrarse, y después daban a besar el crucifijo, y caminaban cogidas del brazo.
Jacinta "despertó" a la puerta de la iglesia, pero Loli regresó a su casa todavía en trance.
Fue entonces cuando busqué a Jacinta y le pregunté por Miguel. Me dijo que la Virgen no había contestado a su pregunta. Desilusionada, me fui donde Loli, que me dijo lo mismo.
–¿Ha leído al menos mi papel?
–Sí, lo ha leído.
El P. Corta estaba allí, y al comprende mi decepción, preguntó a la niña si volvería la Virgen.
–"Sí, de dos a dos treinta."
Entonces el Padre le recomendó que volviera a hablarle del asunto de mi hijo...
A la hora anunciada, Mari Loli cayó de nuevo en éxtasis; salió de casa y se unió en seguida a Jacinta, que también andaba en trance por la calle. dieron a besar el crucifijo a todos los que estaban allí; pero nuevamente me pasaron por alto, como si rehuyeran mis labios...
Y lo peor fue lo que dijeron al "despertar"; tanto Jacinta como Loli me dieron esta respuesta:
La Virgen ya me ha contestado; pero no puedo decírselo a usted.
Esto sobrepasaba todo lo anterior. ¡O yo no merecía que la Virgen me atendiera, o Miguel, pese a todo lo que yo suponía, se hallaba en un lugar que... era mejor ignorar! (Cualquiera adivina a dónde apuntan estas palabras.
A pesar del empeño que ponen tantos en borrar de la predicación de la Iglesia toda referencia al INFIERNO, su existencia gravita inexorablemente sobre la perspectiva escatológica cristiana (personal y de grupo) como la posibilidad (¿en cuántos realizada?) de un último caer en la desventura absoluta.)Tuve aún valor para preguntar a Mari Loli, si la respuesta de la Virgen era mala o bueno...
No puedo... no puedo..., y la expresión de su cara era verdaderamente impenetrable.
De nuevo intentó el P. Corta ayudarme (me veía descompuesta y, sin duda, se apiadaba de mí). Preguntó a la niña: ¿Podrás decírselo mañana?
–Tal vez, se limitó a contestar Loli, encogiéndose de hombros.
* * *
Verdaderamente, aquella su primera jornada en Garabandal estaba siendo para doña Mercedes Salisachs una jornada "de prueba", de auténtico Viernes Santo, con sus tristezas, con sus humillaciones, con sus desconciertos, casi con su agonía...
"Cuando me acosté (a muy altas horas de la noche, sin duda (Ya sabemos que las noches de Garabandal no estaban hechas para el placer, ni siquiera para un cómodo descanso... Lo ordinario era que tuviesen mucho de "velas" penitenciales, con sus largos rezos, con sus esperas sin dormir, con sus "marchar", con sus incomodidades.), tenía la impresión de haberme convertido en un bloque de hielo. La sospecha de que ni Dios ni la Virgen estaban conformes conmigo, me dejaba tan abatida como la suposición de que Miguel pudiese estar experimentando algún castigo... Aunque me parecía ilógico dudar de la salvación de Miguel.
Antes de dormir, fui repasando uno a uno todos los fenómenos que yo había presenciado durante las horas del día y luego por la noche, y deseaba con toda mi alma encontrar cualquier "fallo" que me demostrara su falsedad, algo que me hiciese ver que todo aquello de Garabandal era pura superchería... Pero cuantas más vueltas daba a los hechos, más auténtico me parecía todo. ¡Yo tenía que ser la que de verdad fallaba! Por eso, sin duda, no se me daba a besar el crucifijo."
No sabemos si doña Mercedes llegó a conciliar el sueño aquella noche...; sí sabemos que el nuevo día no le trajo muchos consuelos.
Los calendarios señalaban: 21 de abril, Sábado Santo.
Litúrgicamente era un día lleno de moderada paz, de santa espera. La oración que se recitaba a cada hora del oficio divino, decía así:
"Te rogamos nos concedas, Dios todopoderoso, que, pues aguardamos la Resurrección de tu Hijo con devota expectación acabemos siendo algún día participantes de tan glorioso resurgir."
Nada hay, para ayudarnos en los días difíciles, como el latido de la santa espera, de la expectación fundada en la fe.
Pero en la pobre señora barcelonesa parecía haberse parado:
"El Sábado Santo no fue un día mejor. A pesar de la cordialidad que me prodigaban los Santa María, el P. Corta, don Valentín, el brigada de la Guardia Civil, y hasta las madres de las niñas, todo en el pueblo me estaba resultando hostil. Era indudable que toda aquella amabilidad se debía a la piedad y el recelo que sin duda despertaba el aislamiento a que la Virgen me había condenado. Mas para mí era lo de menos lo que pudiera pensar la gente; lo que más me dolía era percibir aquel desaire constante que venía de arriba...
Al fin, empecé a tener el presentimiento de que todo lo que me estaba ocurriendo pudiera guardar alguna relación con el sentido de los días en que nos encontrábamos... ¿Podía ceñirse todo lo mío a su significado litúrgico? Casi no me atrevía a pensarlo; se me antojaba demasiado sutil.
Pero lo cierto es que, a partir de aquel presentimiento, se me fue quitando el miedo. Lo acepté todo y me sometí a la voluntad de Dios.
Por la noche, cené temprano en la cantina, sola. Después, el brigada de la Guardia Civil me llevó a casa de Conchita. Su madre me recibió amablemente, y me ofreció un lugar junto a la hija.
El calor de la llamarada era molesto, y mi malestar físico iba aumentando; sin embargo, mi bienestar moral crecía a medida que pasaban las horas.
Hablamos de infinidad de cosas... Lo más chocante de estas niñas es su naturalidad en el fluir de la vida corriente. Aceptan lo sobrenatural con una sencillez rayana en lo inverosímil: les parece que "ver a la Virgen" está al alcance de cualquiera y que lo que les ocurre a ellas es normal.
Lo que de verdad les preocupa es comprobar la incredulidad de la gente. Infinidad de veces hacen esta pregunta:
"¿Usted cree? ¿Cree de verdad que veo a la Virgen?"
Probablemente opinan que de esa credulidad depende el que la Virgen haga el milagro grande que vienen anunciando desde el principio... Al margen de eso, en todo momento dan muestras de una gran seguridad en lo que se refiere a puntos teológicos. Pese a su evidente ignorancia, sorprende la clarividencia con que lanzan sus comentarios...
Cuando Conchita cayó en éxtasis, yo me hallaba fuera de la cocina (a causa del calor insoportable) y por eso no pude apreciar exactamente cómo ocurrió el fenómeno.
Sin embargo, en cuanto salió a la calle pude observar bien lo que le ocurrió al señor Mándoli (Este señor me es completamente desconocido.), recién llegado a Garabandal. Aunque creyente, él no admitía las apariciones; de pronto vi cómo Conchita se desviaba de su camino y venía derecha hacia nosotros (el señor Mándoli estaba a mi lado), para ofrecerle a él su crucifijo. Pero dicho señor, acaso avergonzado, o acaso para probarla, lo rehuía; conchita, siempre con la cabeza como colgada hacia atrás, hasta resultar imposible verlo que tenía delante, le seguía tenaz con su cruz, hasta que consiguió que la besara.
Volviéndose entonces hacia mí, el señor Mándoli me confesó emocionado que acababa de pedir a la Virgen , que si aquello era cierto, Conchita le buscara para hacerle besar el crucifijo.
Si mal no recuerdo, tampoco aquella noche me lo dieron a besar a mí...
Conchita se unió luego a las otras tres niñas, que andaban también en éxtasis por el pueblo. Cogidas del brazo las cuatro, y con paso ligero, según costumbre, recorrieron las calles, seguidas de la multitud con linternas.
Recordaba yo que otras apariciones (Lourdes y Fátima) habían sido muy locales y quietas, y me parecía como si la "acción" o "movimiento" de las que entonces presenciaba, tuvieran algo que ver con las características de nuestra actualidad... Era como si la Virgen, al igual que Juan XXIII (No olvidemos que este relato de doña Mercedes pertenece a la primavera de 1962, época en que la popularidad del entonces Papa, Juan XXIII, había llegado a su apogeo, por los innumerables destellos de su campechana bondad y por la ilusionada prisa con que iba preparando su Concilio, el Vaticano II.), quisieran adaptar su misericordia a la "inquietud" de los nuevos necesitados. Hubieran resultado un poco extraños, en nuestra época, éxtasis como los de Fátima o Lourdes; la gente necesita otra tónica, otro estilo. Y el que reflejaban aquellas niñas de Garabandal se adaptaba bien a nuestra maneras.
Las apariciones se volvían, en ellas, asequibles; todos podían, guardando distancias, participar; todos, si se empeñaban, eran capaces de tomar parte, aunque indirectamente, en los diálogos que las videntes sostenían con la aparición. Desde el primer momento –según ellas– la Virgen había dado muestras de "querer acercarse" a los espectadores: permitía que se le hicieran preguntas, respondía a ruegos, aceptaba cosas para besar... Producía, ciertamente, la impresión de querer superar distancias o barreras.
Yo, sin embargo, me encontraba en aquellos momentos tan aplastada por el ostensible "desprecio" que la aparición me ofrecía, que sin meditar en la indudable generosidad que demostraba a tantos otros, me propuse firmemente no volver a hacer más preguntas ni esperar la menor señal a través de aquellas niñas..."
Aunque no tuviera mucho de perfecta, aquella reacción de la pobre señora sí resultaba explicable. Lo que de hecho le ocurría, contrataba demasiado con las esperanzas que había puesto en tan sugestiva "peregrinación".
No sabemos cuándo acabó aquella marcha extático-procesional dirigida por el equipo de videntes en pleno (no se merecía menos una noche como aquélla, distinguida entre todas las del año por la dimensión del misterio que en su liturgia se revive); pero tuvo que ser sin duda antes de las 11,30, ya que a tal hora daba comienzo en la iglesia la solemne vigilia pascual.
Las calles quedaron entonces desiertas, y casi también las casas; vecinos y forasteros se congregaron en el lugar sagrado y fueron siguiendo los interesantes ritos que se rematan con la misa de los primeros aleluyas pascuales...
Cuando la gente salía del templo, había empezado ya el más hermoso domingo del año, el genuino "día del Señor", por ser la jornada de su Resurrección.
No quedaban muchas horas para descansar, al menos para las mujeres.
Oigamos a doña Mercedes:
"Las mujeres del pueblo, siguiendo una antigua costumbre, iniciaron un rosario cantado por las Calles (Esa costumbre me parece sencillamente admirable. ¡Ojalá no decaiga, ojalá se extienda! ¿Puede haber algo más indicado que un rosario de aurora, para celebrar o revivir aquel amanecer único en la Historia, que vio salir del sepulcro al Hijo de María, y luego fundidos a ambos en el más hermoso de los abrazos?). A pesar de mi cansancio, me vi impelida a seguirlas. La devoción que allí se respiraba, era realmente impresionante... ¡No recuerdo haber vivido una Pascua más fervorosa que aquélla!
La noche se me iba haciendo más clara, a medida que adelantaba nuestro rosario. Los tejados brillaban en la oscuridad casi tanto como la luna y las estrellas...
Debíamos de ir por el tercer misterio, cuando ocurrió lo inesperado. Alguien me dio un golpecito en la espalda. Al volverme, me encontré con la marquesa de Santa María, que iba del brazo de Mari Loli; me dijo en todo confidencial:
Dice Mari Loli que tiene un encargo para ti.
De momento quedé desconcertada, sin ocurrírseme de qué podía tratarse. Había tenido ya muchas decepciones y no esperaba nada.
Pero Rosario Santa María añadió:
Se trata de algo que la Virgen le dijo ayer sábado, pero con encargo de que lo tuviera callado hasta después de la una de la noche (es decir, hasta después de la vigilia pascual).
Mari Loli, algo avergonzada, iba repitiendo:
Luego, luego se lo diré...
Yo, aturdida e intrigada, no sabía qué partido tomar. Pero Rosario, que había vivido de cerca mis malos ratos, intervino:
Nada de luego; se lo vas a decir ahora mismo: no puedes tener más tiempo a esta señora con semejante inquietud.
Entonces Mari Loli y yo nos apartamos algo de la comitiva; yo me incliné hacia ella, y ella, al oído, pero con voz clarísima, me dio el mensaje:
Dice la Virgen que su hijo está en el cielo.
Lo que vino después, yo no sería capaz de describirlo. todo, absolutamente todo, iba quedando absorbido por aquella declaración maravillosa.
Sólo recuerdo con precisión que abracé a Mari Loli como si estuviera abrazando a Miguel... Después me vi en brazos de Rosario: ella también lloraba, y me decía tantas cosas, que yo no podía entenderla. Se arremolinó gente en mi derredor, y como en una mezcla confusa, yo veía a don Valentín, al P. Corta, a Eduardo Santa María, al brigada de la Guardia Civil... Todos me miraban, entre asustados y emocionados. Llegó también la madre de Conchita, alarmada por aquel pequeño barullo, y deseosa de ayudar, exclamó:
"Díganle a esa señora, que si llora porque no le han dado a besar la cruz, que no se preocupe, que tampoco a mí me la han dado a besar en toda la noche."."
La escena debió de ser ciertamente muy emotiva, pues el mencionada brigada de la Guardia Civil ha dicho años después en sus memorias:
"Aquella escena, que ocurrió cerca de un poste de la línea eléctrica, la tengo yo grabada en el alma, y creo que no se me borrará nunca. Lo mismo les pasará a cuantos se encontraban allí en tales momentos."
"El resto del rosario –continúa doña Mercedes– fue como un subir al cielo. Recuerdo que le entregué mi bastón a Rosario Santa María y me así del brazo de Mari Loli; jamás en la vida me había sentido tan ligera ni tan segura. Llorando aún, continuamos el recorrido del rosario, calle adelante, camino de la madrugada. Creo que yo rezaba más con los ojos que con los labios, pues Mari Loli iba repitiéndome:
No llore, no llore; pero me era imposible hacerle caso.
¡Había tanto por qué llorar!
Ya no precisaba linterna, ya ni siquiera miraba al suelo; del brazo de Mari Loli y llena de fe en la Virgen, anduve el resto del tiempo mirando sólo hacia arriba: ¡nunca he visto el cielo tan estrellado y tan diáfano! Cada estrella era una sonrisa.
Hacia las tres de la mañana, entrábamos en la taberna del padre de Loli, comentando las cosas ocurridas aquella noche memorable. Yo, aturdida aún por lo que me había sucedido, vi que Rosario cuchicheaba con Loli... Poco después vino a mí:
Dice Mari Loli, que el mensaje que te ha dado es incompleto; pero como te has puesto a llorar tan pronto, no ha podido continuar diciéndotelo.
Entonces la niña me confió lo que faltaba, y con aquello me dejo aún más perpleja.
–Me ha dicho también que su hijo es muy feliz, felicísimo, y que está con usted todos los días... Yo ya sabía que su hijo estaba en el cielo; lo sabía desde ayer, en que me lo dijo la virgen. Pero lo tenía callado porque Ella me dijo: No se lo digas a esa señora hasta mañana, después de la misa de Pascua.
Ciertamente, tanta sutileza no podía ser cosa de la misma niña..."
Creo que a cualquiera se le alcanza el porqué de esta afirmación. Había sido demasiado sutil, en efecto, y demasiado ajustado a la marcha litúrgica de aquellos días, el proceso de la respuesta del cielo a la gran inquietud de doña Mercedes Salisachs, para poder atribuirlo a la inventiva de una ignorante cría de aldea.
Durante viernes y sábado santos, los días en que se revive el dolor y el anonadamiento de nuestro Redentor –también de la Corredentora–, se le hace pasar a aquella señora de gran mundo por largas horas de humillación y oscuridad... Y sólo después de que litúrgicamente resuenan los primeros aleluyas en la misa de la vigilia pascual, en la "noche sacratísima", se le otorga también a ella el regalo de un gozo inusitado y maravilloso.
"A partir de aquel momento –continúa doña Mercedes–, todo cambió respecto a mí. Bastó que la niña cayera nuevamente en éxtasis, para demostrarme que aquel "juego de silencio" de los días anteriores estaba concluido. Inmediatamente vino a mí y aplicó el crucifijo a mis labios, una, dos, tres veces...; luego haciendo con él la señal de la cruz en mi frente, en mis labios y en mi pecho, volvió a darlo a besar la Virgen y, como para sellar definitivamente todo cuanto acababa de confiarme, de nuevo me lo ofreció a mí. Después, sin darlo a besar a nadie más, salió a la calle.
Ya fuera de casa, Ceferino, el padre de la niña, me hizo señas para que me acercara. "Está hablando de usted con la Virgen", me dijo. Efectivamente, así era:
–Yo ya le decía que no llorase, que tenía que estar contenta... pero no me hacia caso... ¿Y si vuelve a llorar cuando se lo cuente?
Tan pronto como hubo acabado el éxtasis, Mari Loli vino hacia mí y me comunicó por lo bajo que tenía otro mensaje. Esperó a que nos quedáramos solas, y en seguida me dijo:
–Cuando yo estaba hablando con la Virgen, vi que se reía mucho, y que miraba hacia arriba; al preguntarle yo por qué se reía tanto, me ha contestado que al mismo tiempo que Ella me hablaba, "el" estaba viéndola a usted... y que su alegría era muy grande.
–¿A quién te refieres, Mari Loli? ¿A mi... el?
No llegué a pronunciar abiertamente su nombre, pero ella me atajó:
–¡Eso! Miguel. Me ha dicho la Virgen: "Dile sobre todo a esa señora que mientras hablo ahora contigo, Miguel la está viendo a ella, y que es felicísimo, que está muy contento, muy contento.
–¡Dime, Mari Loli! ¿Cómo sabes tú que él se llama Miguel?
–Porque yo he preguntado a la Virgen: ¿Quién es Miguel?, y Ella me ha contestado: "El hijo de esa señora."
Cuando todo se acabó en aquella madrugada, mi regreso a la casa donde tenía hospedaje fue como andar sobre una nube... El pueblo se azuleaba ya bajo el cielo todavía estrellado. El sol aguardaba detrás del monte."
Encuentro con la emoción del Misterio.
don José de la Vega.
Aquella Semana Santa de 1962, 15-22 de abril, primera Semana Santa en el Garabandal de las apariciones, había de dejar huellas imborrables en no poco espíritus.
Por los mismos lugares y a las mismas horas en que doña Mercedes Salisachs tenía las personalísimas experiencias que acabamos de recoger, otro distinguido visitante del pueblo iba haciendo también las suyas, con no pequeña emoción. el tal visitante era un medico de la ciudad de Vitoria, don José de la Vega. Hombre creyente, pero no fácil para el entusiasmo, subió a Garabandal como tantos otros, por simple curiosidad: a ver qué pasaba.
Lo que allí pasaba le hizo tanto efecto, que creyó un deber de conciencia darlo a conocer. Con su firma apareció un reportaje en el diario "El Pensamiento Alavés", el 27 de abril de 1962, viernes de Pascua:
"Desde el 18 de junio último, la Virgen se pasea a diario por las tortuosas calles de un pueblecito perdido en las cumbres de los Picos de Europa (Por afán de precisión debo rectificar al médico vitoriano: Garabandal no está en el macizo montañoso de los Picos de Europa, aunque sí cerca de él, en las estribaciones de Peña Sagra, vertiente nordeste.). Así lo afirman cuatro niñas de once a doce años, nacidas y criadas en plena montaña santanderina, sin más instrucción que la de una escuela primaria y las enseñanzas del cura párroco.
Un pueblo entero, de apenas 70 familias, vive desde hace meses en plena confusión. Las niñas, casi cada día, una o varias veces y a horas prefijadas, rezan, hablan y besan a la Virgen, sumidas en profundo éxtasis. Los pobres familiares de estas criaturas están asustados...
La Iglesia, prudente, se abstiene de opinar. Los médicos, aun los más incrédulos, acaban por reconocer que aquello no tiene explicación lógica; pero miles de creyentes, llegados cada día a este pueblo desde los más apartados rincones, encuentran en la fe, enfervorizados y llorosos, la única explicación a este hecho extraordinario que se vive cada noche en San Sebastián de Garabandal.
He pasado la Semana Santa entre esta gente.
He escuchado a los del pueblo y a los visitantes.
He conversado con "las niñas" antes y después de sus visiones.
Y como profesionalmente no encuentro explicación a lo que yo mismo he visto, me siento empujado a creer en el milagro.
* * *
–¿Has visto tú a la Virgen? –me preguntan unos.
–No; yo no la he visto; pero la he sentido, con el alma y con el corazón.
Un Padre jesuita que me acompañaba allí (Tal vez el P. Corta, que había ido a hacer la Semana Santa en Garabandal según queda dicho), me decía:
–Le veo muy escéptico, doctor.
–No, Padre, no es eso; es que estoy desconcertado por completo. Mi deseo más vehemente sería sentir como las niñas y quienes las acompañan. Pero usted mejor que yo sabe que la fe es un don que Dios no concede a todos en igual medida.
Horas más tarde de este diálogo, por segunda vez y de cerca, pude seguir una "aparición". Era al amanecer del Sábado Santo. llovía sin parar, y el pueblo entero parecía como un pastel de barro y piedras. Linterna en mano seguíamos de prisa a una de las videntes, quien, extasiada, recorría las calles, Con las manos juntas estrechaba un crucifijo; la cabeza, fuertemente echada hacia atrás; los ojos, clavados en el cielo, pero sonrientes... De vez en cuando se arrodillaba, y rezaba, y besaba la cruz...
Medio pueblo y todos los forasteros, incluidos los niños, la seguíamos como alucinados. Acabábamos de verla, en la modesta cocina de su casa (donde charlaba con nosotros medio dormida, ¡eran las cuatro de la mañana!), entrar bruscamente en éxtasis, cayendo de rodillas, sin quemarse, sobre las ardientes piedras del hogar encendido; luego se levantó, y como transportada por ángeles empezó a recorrer el pueblo. Dando tropezones en la oscuridad y salpicándonos de barro hasta las orejas, íbamos nosotros detrás, sin poder detenernos.
Yo pedía ardientemente a Dios la gracia de la fe.
En pos de la pequeña iluminada, corrimos casi todas las callejuelas del pueblo, fuimos al atrio de la iglesia, llegamos al cementerio, y luego al monte donde por primera vez se apareció la Virgen (Nuestro médico se refiere seguramente al monte de los Pinos; pero conviene recordar que las primeras apariciones, incluso las de la Virgen, no fueron precisamente allí, sino en el camino que conduce a dicho lugar, es decir, en "la calleja", más cerca del pueblo que de los Pinos.)
La dureza del camino, la oscuridad de la noche, el mal tiempo y mi torpeza de hombre de ciudad me hacían tropezar tantas veces, que poco a poco me fui rezagando. Al fin, no pude más y decidí esperar el regreso. Mi mujer, en cambio, no quiso detenerse, a pesar de ir jadeante, y siguió adelante, pidiendo ayuda para mi incredulidad...
De pronto la niña se detuvo, sin llegar a la cima, y retrocede camino abajo, marchando de espaldas, rozando apenas las piedras, sin dejar de mirar y sonreír al cielo.
Al llegar a mi altura, se detiene de nuevo, cae de golpe sobre los guijarros con sus rodillas desnudas, levanta la cruz al cielo y ¡me la da a besar! Busca luego con sus manos, entre la multitud de cadenas y rosarios que le cuelgan del cuello, una cadena determinada, mientras susurra hacia su invisible aparición:
dime cuál es... ¿Es ésta?
Levanta en su mano la medalla para darla a besar a la Virgen de su visión, y oímos todos que vuelve a murmurar: dime de quién es.
Y entonces, sin dudar ya más, se vuelve a murmurar:
dime de quién es.
Y entonces, sin dudar ya más, se vuelve hacia mi mujer y le coloca al cuello la cadenita, manipulando exactamente y sin mirar su diminuto cierre de oro. Emocionada y llorosa, mi mujer cae allí de rodillas, como yo, como muchos de los que presenciaban la extraña escena; la niña le hace besar la medalla bendecida por el aliento de la Virgen, y la ayuda a levantarse del suelo con una sonrisa angelical que nunca olvidaremos.
Luego me tocó a mí la vez. De la misma manera que a mi esposa, y con iguales o parecidas palabras, me colocó mi medalla, ya besada por la Virgen... No pude contenerme más, y las lágrimas corrieron de mis ojos.
En el mismo momento, encontré la explicación de todo lo que no comprendía... En la celestial expresión de la niña vi el reflejo de la presencia invisible de la Virgen sobre nuestras cabezas. De rodillas como estaba, llorando abundantemente, me puse a pedir a Dios perdón por mi incredulidad.
He de volver a San Sebastián de Garabandal, como vuelven todos los que han ido. Llevaré a médicos y amigos, y les pediré que traten de explicar el misterio de esas cuatro aldeanas montañesas...; pero más aún, pediré a Dios que nunca puedan quitarme la emoción que sentí aquella madrugada del Sábado Santo. ¡Es tan bello creer en el milagro!"
* * *
Terminamos el capítulo. La señorita segoviana, el ingeniero protestante alemán, la escritora barcelonesa, el médico vitoriano... son unos pocos casos que han llegado casual o providencialmente a nuestro conocimiento; ¿de cuántos otros llegaremos aún a tener noticia?, ¿cuántos otros permanecerán para siempre escondidos a la curiosidad humana?
Mas por lo poco que ya sabemos, bien podemos decir que bastantes caminos de Dios en favor de las almas han pasado, y quizá sigan pasando, por Garabandal.
333-352
A. M. D. G.