SEGUNDA PARTE
CAPÍTULO IX
LAS CAMPANAS DEL ÚLTIMO CONCILIO
vi irrumpir un nublado negro y muy denso, que fue a estacionarse sobre los Pinos
Congregación en Roma. Asedio en Garabandal
"todos los caminos llevan a Roma" nueva nota sobre Garabandal, inspirada por la comisión
Lo que nos dice nuestro Papa Pablo VI en la hora Post-Concilio...
Loli le escribía a don José Ramón García de la Riva
Relato del P. Materne Laffineur
carta de Maximina a doña Eloísa de la Roza Velarde
Por aquellas fechas de 1962, lo que llenaba el ambiente de la Iglesia Católica –y aun de las otras Iglesias llamadas cristianas– era la celebración del Concilio Ecuménico que Su Santidad Juan XXIII había convocado (Juan XXIII, después de anunciar públicamente –el 25 de enero de 1959, en la basílica de San Pablo Extramuros– su propósito de celebrar un nuevo Concilio Ecuménico, empezó en seguida con los preparativos, unos preparativos que se preveían largos y complicados.
Hubo primero un período "antepreparatorio", que duró poco más de un año; después, a partir del 5 de junio de 1960, empezó el "preparatorio", con la puesta en marcha de comisión, subcomisiones y secretariados. Finalmente, el 25 de diciembre de 1961, la Constitución Apostólica "Humanae Salutis" convocaba el Concilio para el otoño de 1962. La fecha precisa de apertura quedó fijada poco después para el 11 de octubre, fiesta de la Maternidad de María.).
Iba a ser el "Vaticano II", por el lugar de su celebración; iba a ser el más "ecuménico" de todos los celebrados hasta entonces, por el número y variedad de sus asistentes (Alrededor de 3.000 Padres conciliares, obispos en su gran mayoría, acudieron a Roma: hombres de toda raza, lengua y condición. Sin el espectacular desarrollo que las comunicaciones han conocido en las últimas décadas, no hubiera sido posible tan descomunal "encuentro".).
Le precedió una enorme expectación; le acompañó una enorme esperanza... Y así, las invisibles campanas del Concilio estuvieron repicando por doquier bastante antes de que las pesadas campanas de bronce de San Pedro lanzaran su sinfonía sobre Roma en la mañana del 11 de octubre.(Ya queda dicho que para ese día estaba señalada la ceremonia solemnísima de la apertura del Concilio).
Garabandal no podía sustraerse al impacto de tal acontecimiento. Por eso, la atención a lo que en Roma se preparaba se mezcló en la aldea montañesa con el curso de sus propias "cosas", tan maravillosas casi siempre, tan extrañas de cuando en cuando.
De estas últimas conocemos algunas particularmente intrigantes, que aún no se ha logrado esclarecer.
En la carta escrita el 24 de septiembre por doña María Herrero a su hermana Menchu, se leen estas dos líneas: El fuego, es lo que te conté por teléfono; se han llevado la tierra para analizarla. Con tan parca referencia, no lograríamos saber de qué se trata; pero afortunadamente la misma señora tuvo la buena ocurrencia de meter en su informe (en francés) al Santo Oficio de Roma este dato que había recogido de labios de don Valentín:
"Cierto día había mucha gente por Garabandal... Algunos de los visitantes no tuvieron reparo en hacer fuego bajo los Pinos, para cocinar o para calentarse. Ellos marcharon, creyendo dejar el fuego apagado; pero pasaban los días, y aquel fuego no acababa de extinguirse, a pesar de que se hizo lo imposible por conseguirlo... Yo misma, al llegar al pueblo por esas fechas, pude advertir el extraño resplandor que había allí arriba en los Pinos. Fue por eso por lo que le pregunté al señor cura. Y don Valentín me explicó el origen de aquel fenómeno y lo que se había hecho para acabar con él; añadió que la cosa duraba ya semanas, y que, vista desde lejos, parecía durante el día una columna de humo, y por la noche un difuso resplandor. No faltan entendidos en geología –concluyó sonriendo con cierta gracia socarrona– que se empeñan en dar con una explicación para el fenómeno. Ya veremos. Por de pronto, se han llevado unas muestras de esa tierra que quema, para examinarlas en un laboratorio."
Esto es todo lo que puedo decir sobre el innegable y curioso fenómeno; es bien poco, desde luego, pero no he logrado más información.
Casi no pueden evitar aquí ciertos recuerdos bíblicos:
"El Señor iba al frente de su pueblo: de día, en columna de nube, para señalar el camino; de noche, en columna de fuego, para alumbrarlos... Así, no se apartó del pueblo, ni la columna de nube por el día, ni la columna de fuego por la noche" (Ex. 13, 21-22).
"Y sucederá entonces –dice el Señor–, que Yo realizaré (para anunciar la proximidad del Día del Señor) prodigios en el cielo y en la tierra: sangre, fuego, columnas de humo" (Joel 3, 1-3).
Cada cual puede entregarse ahora a sus reflexiones... Una cosa es cierta, que en la Sagrada Escritura, todo eso de la columna de nube y la comuna de fuego, del nublado oscuro y la llama devoradora, está siempre en conexión con las diversas manifestaciones de la presencia divina.
Y puedo añadir, que en Garabandal no fue ése que reseñamos el único caso de fuegos inexplicables... Se habla allí, un poco misteriosamente, de lo que le ocurrió a un hombre del pueblo cierta noche que pasaba por los Pinos; y también a un hijo de Simón y María cuando una madrugada, antes de que amaneciera, bajaba hacia Cossío para coger el coche de línea.
vi irrumpir un nublado negro y muy denso,
que fue a estacionarse sobre los Pinos
La señora Herrero de Gallardo charlaba con el señor Illera (personalidad bien conocida en Santander) en el Hotel Real de dicha ciudad, el 2 de septiembre de 1965, y de sus labios recogió esta confidencia:
"Yo no soy quién para decir se los sucesos de Garabandal han sido verdaderos o han sido falsos: eso es cosa de la Iglesia. Pero yo sí puedo dar testimonio de lo que he visto, porque seguí con todo interés las cosas que allí ocurrían en 1961 y 1962... Esto que le voy a contar ahora tuvo lugar en 1964, cuando ya habían acabado las "apariciones" (Las "apariciones", propiamente, no acabaron del todo hasta noviembre de 1965; pero desde enero de 1963 se había producido en ellas un eclipse casi total.)
"Yo había subido al pueblo y andaba de un lado para otro, cuando de golpe, en un cielo bien claro y despejado, vi irrumpir un nublado negro y muy denso, que fue a estacionarse sobre los Pinos. Yo me quedé mirándolo, extrañadísimo y sin saber explicarme de dónde había podido salir. El nublado parecía agrandarse, cada vez más oscuro, amenazador...
"Lo estaba contemplando, con no pequeña impresión por mi parte, cuando también de golpe el nublado se abrió en su mitad, y como si brotara de sus entrañas, apareció allí un pequeño resplandor, o si quiere, una nubecilla blanca, muy luminosa, que fue agrandándose, agrandándose, hasta engullir o hacer desaparecer al imponente nublado negro. Durante un tiempo que no puedo precisar, varios minutos, desde luego, la resplandeciente nube blanca se mantuvo allí, coronando los Pinos; y repentinamente, inexplicablemente, desapareció, dejando un cielo tan azul y transparente, como si nada hubiera pasado por él."
El hecho parece innegable, y su relato dará pie para no pocos comentarios e interpretaciones. ¿Era todo aquello anuncio profético de algo que iba a ocurrir? Y en caso afirmativo, ¿de qué porvenir se trataba?, ¿del de Garabandal, tan desestimado por ciertos "doctores", tan recusado por no pocos jerarcas?, ¿o del de la Iglesia después del Concilio, según unas reveladoras palabras de Pablo VI que luego reproduciremos? (Homilía del día de San Pedro (29 de junio) de 1972 en la basílica del Vaticana.)
Ante el misterio, sólo el cielo puede dar respuestas satisfactorias.
Congregación en Roma. Asedio en Garabandal
Los últimos días de septiembre fueron en el pueblo de preparación inmediata para el Concilio. Lo sabemos por el abogado de Palencia don Luis Navas, que llegó allí el martes día 25. La primera noche de esta nueva estancia –es él mismo quien lo dice– fue una noche de "vigilia! particularmente dura. No es de extrañar que aprovechase la mañana del día 26 para dormir.
"–Me desperté a las tres de la tarde. Un horario tan extraño me recordaba el de los Cursillos de Cristiandad, aunque el de éstos no llegaba a semejantes extremos. Aproveché la tarde para ordenar mis notas, y a eso de las siete me dirigí a la iglesia, pues llegaba la hora del rosario.
Hubo plática al final; el párroco había encomendado al P. Eliseo (Al parecer, un Padre pasionista, es decir, miembro de la Congregación de la Pasión (fundada en el siglo XVIII por San Pablo de la Cruz), residente en Barcelona) una predicación de varios días en torno al Concilio. Recuerdo que este día nos habló sobre la asistencia del Espíritu Santo, y nos decía que Él haría brotar en nuestras almas una "fuente de agua viva que salta hasta la vida eterna"."
Flotando así en el ambiente el tema del Concilio, y sabiendo cómo las niñas hablaban en sus éxtasis de las cosas que cada día ocupaban su atención, no es de admirar que se oyera decir a Conchita en trance (Las palabras que siguen fueron anotadas por don Luis Navas Carrillo, de un magnetófono con que andaba aquellos días por Garabandal cierto sacerdote guipuzcoano.
Don Valentín pone el éxtasis de la niña en la madrugada de este día 26:
"Toda la noche (del 25 al 26) la pasaron en vela en casa de Conchita, hasta las seis de la mañana, y cuando a esa hora un sacerdote –había cinco extradiocesanos– estaba rezando el Ángelus, la niña cayó de rodillas, dando a besar el crucifijo, primero a todos los sacerdotes. Salió por el pueblo, fue al Cuadro...; duró como una hora. Se lo oyó decir algo acerca del Concilio..."):
–El Concilio, ¿es el más grande de todos?... ¿Será un éxito?... ¡Qué bueno! Así te conocerán mejor, y estarás más contenta... ¿Cómo es que te pintan tan fea, siendo tan hermosa?
Sería de extraordinario interés saber qué palabras hubo por parte de la visión en aquellos intervalos de silencio que separaban las preguntas o frases de la niña... Tal vez conoceríamos así cómo valoraba el cielo la celebración y el resultado –entonces imprevisible– del último Concilio de la Iglesia. Porque las opiniones de los hombres son ahora, diez años después, terriblemente dispares: desde creer que aquello fue el punto de partida de una Iglesia auténtica, de una Iglesia que, ¡al fin!, se encontraba a sí misma –sólo lo "postconciliar" tiene ya valor–, hasta decir, o al menos pensar, que en el Concilio se ha desatado dentro de la Iglesia la peor revolución y la más grave crisis de toda su historia.
En el hablar de la niña a propósito del Concilio no todo fueron preguntas; hubo una exclamación que se presta a muy diversas interpretaciones:
¡Qué bueno! Así te conocerán mejor, y estarás más contenta...
Me atrevo a suponer que la Virgen le diría algo de lo que iba a hacerse en el Concilio respecto a Ella.
Desde el principio se pensó en dedicar todo un "esquema" (En la terminología conciliar se llamaban "esquemas" a los textos que las comisiones elaboraban sobre cada uno de los grandes temas que debían ser sometidos al estudio de los Padres; dichos textos servían luego en el aula conciliar, si la mayoría de los Padres estaban de acuerdo, como base de discusión o debate en orden a construir los documentos conciliares propiamente dichos.) al tema de la Virgen María. El esquema fue oportunamente elaborado por la Comisión competente, y oportunamente se remitió a cada uno de los Pares conciliares para su estudio previo... Pero antes de que sonara la hora de su debate en el aula conciliar, en la misma aula se llegó a la decisión de...
dos oradores sacuden el aula de sesiones con la cuestión
de si debe dedicarse al tema de la Virgen
todo un documento conciliar, propio y autónomo,
o basta con dedicarle un capítulo de esa misma
constitución dogmática que se está discutiendo.
El día 24 de octubre de 1963, ya en la segunda etapa del Concilio y dentro de los debates en torno a la constitución dogmática sobre la Iglesia, dos oradores sacuden el aula de sesiones con la cuestión de si debe dedicarse al tema de la Virgen todo un documento conciliar, propio y autónomo, o basta con dedicarle un capítulo de esa misma constitución dogmática que se está discutiendo. La imprevista cuestión causa mucho impacto, y se debate vivamente, con desacostumbrada vehemencia...
Cinco días más tarde, el día 29, viene la decisión mediante voto. Por escaso margen de mayoría queda decidido que no se hará un documento conciliar para hablar sólo de la Virgen; lo que haya de decirse de Ella irá como un capítulo más dentro de la constitución dogmática sobre la Iglesia.
Un año antes, en aquella madrugada de septiembre en Garabandal, de la que venimos hablando, bien pudo la Virgen hablar a Conchita de lo que se pensaba hacer en el Concilio, y también de lo que de hecho ocurriría. No habría más que un capítulo para Ella; pero aunque breve, sería sustancioso, y por consiguiente, buena base para una excelente enseñanza mariana. Quizá fue esto lo que hizo exclamar a la niña:
¡Qué bueno! Así te conocerán mejor, y estarás más contenta.
Sin embargo, ha cundido en el ámbito católico una difusa impresión de que el Concilio ha señalado el comienzo de un cierto enfriamiento o merma en nuestros tradicionales entusiasmos marianos. ¿Responde tal impresión a la realidad? Son muchos lo que lo afirman. ¿Se trata de una impresión sin fundamento? Es lo que sostienen otros. Y no faltan quines dicen que tal enfriamiento o merma tenía que venir, y que ha llegado muy oportunamente.
Nosotros debemos seguir con nuestra historia, y nos encontramos aún por unas fechas en que todo esto del Concilio no había entrado todavía en el terreno de los hechos; sólo era: para la Jerarquía, preparativos y conjeturas; para los fieles, expectación, oraciones y esperanza.
* * *
"todos los caminos llevan a Roma"
nueva nota sobre Garabandal,
inspirada por la comisión
A finales de septiembre y primeros de octubre de 1962, se cumplía más que nunca lo de "todos los caminos llevan a Roma". Todos los caminos, efectivamente, sentían el paso de obispos católicos que con parca compañía iban acudiendo a la llamada del sucesor de San Pedro.
También el de Santander hubo de partir; pero antes, en fecha tan señalada como el 7 de octubre, fiesta del Santísimo Rosario, ponía su firma a una nueva nota sobre Garabandal, inspirada por la comisión. Este era su texto:
"La Comisión especial, que entiende en los hechos que vienen sucediendo en la aldea de San Sebastián de Garabandal, se ratifica en sus anteriores manifestaciones, juzgando que tales fenómenos carecen de todo signo de sobrenaturalidad y tienen una explicación de carácter natural.
En consecuencia y en nuestro deseo de que nuestros diocesanos estén debidamente informados y todos cuantos tuvieren alguna relación con los hechos tengan una orientación segura, en cumplimiento de nuestro deber pastoral y haciendo uso de nuestras facultades:
1) Confirmamos en todas sus partes las notas oficiales de este obispado de Santander, fechadas los días 26 de agosto y 25 de octubre de 1961.
2) Prohibimos a todos los sacerdotes, tanto diocesanos como extra-diocesanos, y a todos los religiosos, aún exentos, el concurrir al mencionado lugar, sin expresa licencia de la autoridad diocesana.
3) Reiteramos a todos los fieles la advertencia de que deben abstenerse de fomentar el ambiente creado por el desarrollo de estos hechos y que por tanto deben abstenerse de acudir a la citada aldea con ese motivo.
En cuestión de tanta gravedad esperamos de todos vosotros el puntual cumplimiento de estas disposiciones.
eugenio, obispo de Santander."
(Don Eugenio Beitia Aldazábal, vizcaíno, era el obispo titular; hacía unos meses que había sucedido en el gobierno de la diócesis al administrador apostólico que ya conocemos: don Doroteo Fernández. Así, pues, monseñor Beitia fue el segundo de los prelados santanderinos que hubieron de enfrentarse con el interrogante de Garabandal. ¿Con qué fortuna? Al ser nombrado para la sede montañesa, florecieron muchas esperanzas de que tendría largo y fecundo episcopado, tal vez por el santo recuerdo de don José Eguino Trecu; pero tales esperanzas no duraron mucho...)
Vemos cómo la Comisión encargada de Garabandal sigue con la misma letra y la misma música:
Los fenómenos carecen de todo signo de sobrenaturalidad, tienen una explicación de carácter natural.
¡Rotunda afirmación! Doble afirmación, que se pretende imponer, pero de la cual nunca se han dado pruebas o explicaciones. Será que los comisionados exigen que nos fiemos absolutamente de su palabra, es decir, de su competencia y autoridad.
Nos gustaría hacerlo así, si no hubiera demasiados indicios de los procedimientos inadecuados con que ellos han llevado el asunto. Lo hubiéramos hecho así, de no tener frente a sus apreciaciones las de otros, que en cuanto a calidad, no desmerecen nada a su lado, que en cuanto a cantidad les dejan notablemente atrás, y que, además, han seguido más de cerca y con mayor atención la marcha de los fenómenos.
Observemos que si en la apreciación "oficial" de tales fenómenos se sigue con la misma letra, en las disposiciones disciplinarias se va acentuando la hostilidad. Lo que en la última nota de don Doroteo Fernández (24 de octubre de 1961) era:
... deben los sacerdotes abstenerse en absoluto de cuanto pueda contribuir a crear confusión entre el pueblo cristiano,
se convierte en esta primera del nuevo obispo en:
Prohibimos a todos los sacerdotes el concurrir al mencionado lugar; y del no se dejen seducir los fieles por cualquier viento de doctrina
se pasa al
deben abstenerse de fomentar el ambiente creado, deben abstenerse de acudir a la citada aldea.(No sé qué de malo temería la curia santanderina para los fieles que subieran allí. Los testimonios que tenemos no son precisamente de daños que en Garabandal sufrieran sus visitantes; véase como muestra la anotación del abogado don Luis Navas correspondiente al viernes, día 28 de septiembre de 1962:
"Era un día de niebla baja, a ras de las montañas, que fue degenerando en lluvia. Por la tarde asistimos al rosario, y el P. Eliseo nos habló de la Virgen .Yo en aquellos momentos no envidiaba encontrarme en Lourdes, ni siquiera en Fátima; tenía la sensación de estar bajo la influencia directa, inmediata y maternal de la Señora...")Con tales disposiciones empezaba el asedio a Garabandal. O tal vez pudiera decirse que ellas venían a estrechar el cerco ya existente, pues desde hacía meses se había montado una situación que tenía no poca semejanza con un estado de "sitio".
Los efectos de esta tercera nota episcopal –primera de monseñor Beitia– no fueron, de seguro, como para dejar satisfecha a la Comisión; pero sí los suficientes para que se notase una considerable merma en la afluencia de visitantes o curiosos. Al dorso de una estampita, que tiene la fecha de 25 de octubre, escribía Mari Loli al señor cura de Barro:
Viene bastante menos gente que antes de publicarse la nota del obispado; pero todos los días viene alguno.
don Luis López Retenaga, del seminario de San Sebastián,
consignaba en su informe redactado dos meses más tarde
Y el reverendo don Luis López Retenaga, del seminario de San Sebastián, consignaba en su informe redactado dos meses más tarde:
"La nota del obispado de Santander del 7 de octubre ha sumido en una extraña confusión a muchos testigos oculares de los fenómenos, que habían llegado a la conclusión de que los tales tenían por causa una intervención sobrenatural. Se les ha planteado una lucha interior, donde las conclusiones de su razón deben quedar ahogadas por las exigencias de una vida de fe."
Me parece un poco exagerado el planteamiento de este distinguido sacerdote. Ninguna "vida de fe" nos impone compartir los puntos de vista de una jerarquía diocesana en materias no "definidas" –en este caso, ni definibles–, donde los diversos puntos de vista valen lo que valgan sus razones;
a lo que sí obliga una vida de fe, es a atenerse en la práctica a lo que esté legítimamente mandado. Por eso, ni sacerdotes ni fieles tenían obligación de pensar como su obispo en lo referente a Garabandal; pero sí estaban en la obligación de obedecerle en las disposiciones concretas que, dentro de sus atribuciones, él pudiera establecer.
El caso es que la dura nota episcopal produjo su efecto:
por aquellas fechas, en España, el hablar de un obispo era prácticamente como si hablara una voz infalible; un obispo era para la gran mayoría, bastante desmesuradamente, la misma Iglesia. En consecuencia, lo de Garabandal quedó en situación de sospechosa cuarentena.
En Roma se encendían ya todos los focos:
el acontecimiento católico del siglo iba a empezar.
Pero, ¿qué importaba tal anécdota? En Roma se encendían ya todos los focos: el acontecimiento católico del siglo iba a empezar.
La noche de la gran vela, más o menos expectante, más o menos nerviosa, fue la del 10 al 11 de octubre. No sé si el Papa dormiría mucho. No sé cómo sería el sueño de los muchos que tenían con él una principal responsabilidad...
Pero sí sé que lejos de la Ciudad Eterna, en el Garabandal pobre, pequeño y ahora sospechoso, se mantenía también la vela aquella noche.
"La noche del 10 al 11 de octubre –escribe en sus memorias el cura de Barro– la pasé totalmente en vela en la cocina de Conchita. Ese día 10 había aparecido en la prensa la nota oficial del señor obispo, que tenía fecha del 7,. fiesta de la Virgen del Rosario.
"Yo había acudido esta vez a Garabandal con el embajador de España en la Arabia Saudí, don Alberto Mestas.
"Esta noche, los que esperábamos en la cocina de la casa, por entretener la larga vela, nos pusimos a jugar a preguntas de cultura con Conchita. En un momento dado, ella dijo: A ver quién acierta cuándo va a venir la Virgen... Todos fueron dando su hora; también Conchita dio la suya; yo dije que sería a las ocho de la mañana, porque a esa hora comenzaría el Concilio... Las horas de todos fueron quedando atrás, también la de Conchita; y todos fueron cediendo al sueño, algunos incluso se fueron a dormir. Yo me comprometí a seguir despierto, con intención de avisar a los demás, cuando el éxtasis de la niña se produjese. Y la verdad es que esa noche a mí no me llegaba el sueño... Funcionaba el transistor de Conchita, y cuando empezaba a retransmitir la solemne ceremonia de la inauguración del Concilio, con la procesión de los Padres conciliares, me di cuenta de que la niña acababa de entrar en éxtasis: el trance, según mis previsiones, había coincidido exactamente con la ora del Concilio..."
Pero no fue únicamente este magno acontecimiento el que estuvo presente en aquellos minutos de comunicación con el cielo. Al acabarse los mismos, se le preguntó a la vidente si ella había preguntado algo a la Virgen, y dijo que sí, que le había preguntado por qué el señor obispo había dado aquella nota que venía el día antes en el periódico.
–¿Y qué contestó la Virgen?
–La Virgen no contestó; se limitó a sonreír.
Quizá le hicieran sonreír las pretensiones de unos, los temores de otros... Las pretensiones de quienes buscaban acabar con todo aquello, los temores de quienes sufrían pensando que con aquello se podía acabar... ¡Cuántas de nuestras cosas le harán sonreír a Dios! Muy indulgentemente, a veces, y a veces, no tan indulgentemente. "¿A qué viene ese agitarse tumultuoso de las naciones? ¿Para qué tanta inútil palabrería de los pueblos? Aquel que se asienta en los cielos, se sonríe..." (Salmo 2, 1-5).
Bien pudiera ser que la Virgen se sonriese en aquella ocasión contemplando el futuro de Garabandal, más allá y por encima de todas las Notas episcopales, tan llenas de celo.
¿Sonreiría también, contemplando el futuro de la Iglesia, más allá de las grandes, y a veces agitadas, sesiones conciliares?
11 de octubre de 1962, jueves y
fiesta de la Maternidad de María,
Juan XXIII hablaba a los Padres conciliares
Nada sabemos. Pero sí sabemos de alguien, que ciertamente sonreía a esa hora, y con desbordado optimismo, ante el sin par cambio que él esperaba en la Iglesia como resultado del Concilio. En esa mañana de su inauguración, 11 de octubre de 1962, jueves y fiesta de la Maternidad de María, Juan XXIII hablaba a los Padres conciliares:
"Venerables hermanos:
Hoy la Santa Madre Iglesia se regocija, porque en virtud de un regalo especial de la Providencia Divina, ha alboreado el día tan deseado en que el Concilio ecuménico Vaticano II se inaugura solemnemente aquí...
"Nos parece necesario decir que disentimos de esos profetas de calamidades que siempre están anunciando infaustos sucesos...
"Henos aquí juntos, reunidos en esta Basílica Vaticana, en torno a la cual ira ahora la historia de la Iglesia, y donde el cielo y la tierra se unen en estos momentos estrechamente... El Concilio que comienza, aparece en la Iglesia como un guía prometedor de luz resplandeciente. Ahora, es sólo la aurora, el primer anuncio del día que ya surge: ¡de cuánta suavidad se nos llena el corazón!"
Palabras y sentimientos bonitos, ciertamente. Lo que ahora, diez años después, tenemos en la Iglesia, ¿corresponde de verdad a lo que así esperaba del Concilio el entusiasta Pontífice de su inauguración?
Dentro de la Iglesia se encuentran y chocan las opiniones más dispares.
Lo que nos dice nuestro Papa Pablo VI
en la hora Post-Concilio...
El mismo sucesor inmediato de aquel Pontífice, nuestro Papa Pablo VI, tan pronto prorrumpe en alabanzas de la obra conciliar, como se lamenta de muchas cosas que ocurren en esta hora del Post-Concilio...
De tales lamentaciones, seguramente ninguna tan desgarrada y tan espontánea como aquella del día de San Pedro (29 de junio) de 1972:
"Sentimos que hemos de contener la ola de profanidad, desacralización, secularización, que sube, que oprime, que quiere confundir y desbordar el sentido religioso, e incluso hacerlo desaparecer...
"Si nos preguntan qué es hoy la Iglesia, ¿se puede confrontar tranquilamente su situación con las palabras que Pedro nos dejó como herencia y meditación? (Se refiere a unas palabras de la primera epístola de San Pedro (2, 9), que había citado al principio de su homilía y trataba de comentar.), ¿podemos estar tranquilos?
"Se creía que después del Concilio vendría un día de sol para la Iglesia. Lo que ha venido es un día de nubes, de tempestad, de oscuridad, de búsqueda, de incertidumbres... Predicamos el ecumenismo, y nos alejamos cada vez más los unos de los otros; vamos excavando abismos, en vez de colmarlos.
"¿Cómo ha podido ocurrir esto? Os confiamos nuestro pensamiento: Ha intervenido un Poder, un poder adverso; digamos su nombre: el Demonio...
"Se diría que a través de alguna grieta ha entrado el humo de Satanás en el templo de Dios. Hay dudas, incertidumbres, problemática, inquietud, insatisfacción, confrontación. Ya no se confía en la Iglesia; se confía más en el primer profeta profano –que nos viene a hablar desde cualquier periódico o desde algún movimiento social–, para seguirlo y preguntarle... Ha entrado la duda en nuestras conciencias, y ha entrado a través de ventanas que debían estar abiertas a la luz... Ha venido la duda respecto a todo lo que existe, a todo lo que conocemos..."
Todo esto era imprevisible aquella mañana de octubre de 1962, cuando en Roma sonaban festivamente las campanas de San Pedro y en Garabandal una niña preguntaba a la Virgen por el Concilio.
Sí, del todo imprevisible... para los hombres; no así para Quien tal vez se llegaba a la perdida aldea montañesa, precisamente porque ya veía lo que estaba por venir.
A vueltas con el Milagro
A pesar del "cuasi-entredicho" (El "entredicho" es una de las graves penas con que la Iglesia castigaba antes ciertos delitos mayores de sus miembros; el Código de Derecho Canónico (canon 2268) lo defina así: "El entredicho es una censura por la cual se les prohíben a los fieles algunos bienes sagrados. Esta prohibición se hace unas veces directamente –entredicho personal–, cuando el uso de tales bienes se prohíbe a las personas mismas, y otras indirectamente –entredicho local– cuando se prohíbe darlos o recibirlos en determinados lugares.") episcopal que pesaba sobre aquellos fenómenos y el lugar que les servía de escenario, allí arriba no se apagaba la llama.
Las niñas, influidas por la Virgen, respetaban como nadie las disposiciones de la legítima autoridad. Leemos en el informe ya citado del P. López Retenaga:
"Aunque ellas han conocido la nota del obispado, siguen en posesión de la paz inalterable que las caracteriza; y esa paz saben compaginarla con una clara advertencia de lo que exige la obediencia en los demás:
carta tengo de Conchita en la que señala la presencia de cuatro sacerdotes en el pueblo, haciendo constar que, aunque a ella le agrada ver allí sacerdotes, éstos harían mejor en obedecer al señor obispo."
Sí, las niñas se mostraban en todo sumisas a la legítima autoridad; pero no tenían por qué compartir las apreciaciones de la misma sobre los hechos. Les era evidente, que aquello que ocurría, ni dependía de ellas, ni de nada ni de nadie que ellas supiesen. Podía comprobarlo cualquiera que con ellas hablase...
Doña María Herrero de Gallardo, por ejemplo, pudo entretenerse con Loli precisamente en la "velada" de aquel día 7 de octubre en que el obispo de Santander, antes de partir para Roma, ponía su firma a la nota oficial que antes hemos copiado. En cierto momento la señora preguntó a la niña:
–Dime, Loli: ¿qué Virgen es la que ves tú?
–No hay más que una Virgen –replicó la pequeña–, aunque pueda tener diferentes advocaciones, como Virgen del Carmen, Virgen del Rosario, Virgen del Pilar...
–Pero, bueno, ¿cómo es la Virgen que tú ves?
Loli hizo una vez más la descripción de la Virgen que ella y sus compañeras habían visto tantas veces, y concluyó con entusiasmo:
–Pero no hay nada como sus ojos. No se parecen a nada ni a nadie en el mundo... Yo no soy capaz de describirlos, sólo puedo decir que son tan bellísimos, que una no puede hacer otra cosa que mirarlos.
Horas después de esa charla, hacia la 1,30 de la noche, llegó el éxtasis de Loli.
"Cayó de rodillas –nos dice doña María– allí en la cocina, pegada casi a la pared de la izquierda: su cara estaba verdaderamente transfigurada y sus cabellos caían sobre las espaldas de forma muy bonita; sus ojos miraban absortos hacia arriba, hacia el techo, de donde pendían ristras de ajos, cebollas y chorizos... (Creo que nadie se extrañará de tales "colgaduras" en la cocina de una casa de aldea.). Era una escena del todo doméstica y, sin embargo, llena de encanto, de elevación sobrenatural"
Hubo aquella noche una especial atención para los misales de mano
Durante el éxtasis, Loli se levantó y estuvo dando a besar a la visión, como tantas otras veces, muchos objetos que habían puesto allí los visitantes. Hubo aquella noche una especial atención para los misales de mano. Oigamos a la testigo doña María:
"Era emocionante ver cómo la aparición parecía ir besando estos misales página por página, deteniéndose especialmente en algunas; también besaba las hojitas y estampas que había en ellos... Supimos después que la Virgen hablaba a la niña sobre los dueños de aquellos objetos que besaba, dando incluso algún mensaje personal, como en el caso de una joven mejicana que había allí, para la cual hubo algo sobre la muerte de su padre...
"Cuando el largo éxtasis hubo acabado, yo pude acercarme a Loli y le dije:
"Loli, cuando tú pasabas las hojas del misal, las pasabas demasiado a prisa: me temo que la Virgen las haya besado también un poco precipitadamente."
–¡Oh, no! –replicó en seguida la niña con la mayor viveza–. La Santísima Virgen no lo ha hecho precipitadamente, ella todo lo hace bien."
¡Magnífica alabanza! Creo que la mayor que existe, porque, ¿puede haber algo superior en calidad moral a esto de hacer lo que hay que hacer, y hacerlo siempre como debe ser hecho?
Al ponderar así el "estilo" de hacer las cosas propio de la Virgen, Loli no sabía que estaba repitiendo lo que habían dicho de Jesús, mucho antes, las multitudes galileas que le habían visto actuar:
En el colmo de la admiración, exclamaban: ¡Todo lo ha hecho bien! (Mc 7, 37).
* * *
Sí; las niñas de Garabandal no podían dudar entonces sobre el carácter y origen de sus cosas; pero los demás no sosegaban, con el anhelo y la exigencia de un milagro espectacular.
Entre anuncios, espera y expectación del mismo se iban pasando las semanas de aquel segundo otoño.
Loli le escribía a don José Ramón García de la Riva
El día 25 de octubre de 1962, jueves, a los quince días de inaugurado el Concilio, Loli le escribía a don José Ramón García de la Riva en la estampita que ya hemos citado:
Ya sabemos la fecha del milagro; pero no puedo comunicársela; cuando pueda, ya se lo diré.
Y el 30 de octubre es reseñado así en las escuetas notas de don Valentín:
"Después del rosario, caen las tres (Loli, Jacinta y Conchita) en éxtasis, y como siempre, van a los Pinos, bajan de rodillas bastante trayecto, rezando el rosario... Este día 30 han dado a sus padres una estampa escrita, donde les anuncian en qué va a consistir el milagro que va a hacer la Virgen. Ya hace días que están hablando de él..."
(Gracias a una carta de Maximina, de las muchas dirigidas a la familia Pifarré, de Barcelona (y que guarda con amor doña Asunción Pifarré), podemos saber ya con precisión cuándo comenzó esto de "el milagro anunciado por Loli y Jacinta"; la carta, del 10 de octubre, comienza así:
Hoy mismo ha llegado la noticia de que se lea en todas las iglesias de esta diócesis, que no venga ningún sacerdote ni religioso al pueblo; un relato puesto por el señor obispo de que esto no es cierto.
"Y fíjese qué coincidencia, que tal como hoy escribió el señor obispo y tal como mañana dijeron Jacinta y Loli que iba a venir el milagro muy pronto. Y ellas no sabían que el obispo había dado ya esa orden; Jacinta hacía más de un mes que no tenía aparición, y eso del milagro no se le había dicho más que a Conchita... dicen que va a ser muy pronto, que seguro dicen el día: ¡a ver si no me da tiempo para avisaros! Yo, según me entere, os lo digo... ¡Qué falta hacía que viéramos todos el milagro bien claro!... La madre de Loli dice que a ella se le hace que va a ser durante esto del Concilio. No sé si será que se lo ha oído a Loli..."
Doce día más tarde, 22 de octubre, la misma Maximina escribe en otra carta:
"Bueno, Asunción: en las apariciones todo sigue igual. Ahora te voy a decir (pero tú no digas nada) lo que me dijo Conchita; me dijo que el Milagro de Loli y Jacinta que iba a ser muy pronto; para ver este milagro hay que ver también a las niñas; pero el Milagro de Conchita es distinto: va a ser muy grande, y todo el que esté aquí lo verá, aunque no la vea a ella... Las otras dos me dijeron que el suyo a lo mejor no tardaba ya ni un mes...")
El día 2 de noviembre, viernes y día de los difuntos, o día de las ánimas, como decían nuestros padres, estaban en Garabandal don Celestino Ortiz, su señora, un hermano de ésta llamado Fernando y el amigo Plácido Ruiloba. En casa de Conchita comentaron que el señor obispo había vuelto a Santander. Entonces intervino Conchita:
–Me ha dicho la Virgen que el milagro se lo puedo decir al señor obispo, a don Valentín y a mi madre.
–¿Se lo has dicho ya al señor obispo?
–No... pero... ¿Se lo quieren llevar ustedes?
Los presentes se miraron con cierta indecisión. Al fin dijo Plácido:
"Sí, yo se lo bajo, ¿por qué no?"
entrega al secretario particular del señor obispo
la carta anunciando el milagro
Circunstancias del milagro
Y efectivamente, 3 de noviembre, don Plácido Ruiloba se presentaba en el obispado de Santander con el sobre, bastante abultado, que le había confiado Conchita; quiso dárselo al obispo en propia mano, mas por no esperar demasiado ni molestar, acabó dejándoselo al secretario particular, don Diego, para que él se lo pasara.
Unos veinte días más tarde, volvieron a subir don Celestino Ortiz y don Placido Ruiloba; en la noche del 24 al 25 hubo varios éxtasis, que el señor Ruiloba recogió en su magnetófono. En el último de Conchita, a las siete de la madrugada, había cosas sobre el milagro, que luego confirmó la niña en estado normal:
Que el milagro sería a las 8,30 de la tarde, como la primera aparición.
Que tendría la duración de un cuarto de hora.
Que se vería en el cielo, y tan claro, que no habría duda de que venía de Dios.
Que sanarían los enfermos que subieran ese día con fe.
(He visto nueva confirmación de todo esto en una carta de Maximina, 25 de noviembre, a la familia Pifarré:
"Hoy, a las 7 y media de la mañana, tuvo Conchita aparición, y le dijo la Virgen que será el Milagro a las 8 y media de la tarde, y que sanarán los enfermos y que veríamos el Milagro todos los que estemos en el pueblo..., aunque estemos por las afueras, siendo que estemos a la vista del pueblo, porque el Milagro de Conchita, como ya te he dicho, se verá en el cielo...
"Hemos estado nevados, y ¡si vieras cómo andaban de rodillas las niñas por la cuesta de los Pinos, para atrás, por todos los escajos y por toda la nieve! Daba penar verlas; y, además, granizaba mucho y con viento: un frío terrible.")
"Después del éxtasis –dice don Celestino–, la niña estaba radiante de alegría. Insistimos para que nos diese la fecha del milagro; pero nos dijo que no había llegado el momento, que tuviéramos paciencia; sólo podía decir la fecha ocho días antes, pero el milagro venía de seguro, porque lo había dicho la Virgen, y Ella no puede mentir."
Esta información de los dos señores de Santander queda confirmada por lo que se lee en las notas de don Valentín:
"En las primeras horas de esta mañana (25 de noviembre) ha tenido Conchita un éxtasis en el que dijo que su milagro (Es interesante esto de "su milagro". Desde hacía poco, Loli y Jacinta habían empezado a hablar por su parte de un milagro, que parecía no coincidir exactamente con el que anunciaba Conchita. Más adelante, se volverá sobre este tema.) se realizaría a las 8,30 de la tarde, la misma hora en que ocurrió la primera aparición del ángel, el 18 de junio de 1961; también dijo que durante su milagro se producirían curaciones de enfermos."
Si lo del milagro ocupó mucho la atención durante todas estas semanas del otoño, no podemos reducir a eso la marcha de Garabandal. Ni natural ni sobrenaturalmente se puede vivir sólo de "expectación".
La noche del 4 al 5 de noviembre no fue una noche precisamente apacible.
En casa de Loli se hacía vela, aguardando la hora de la aparición. Hacia las tres de la madrugada, empezó a arreciar el viento, con peligro de aguacero. Entonces la madre de la niña mandó a ésta que fuese a recoger la ropa, que se había dejado tendida fuera. Loli se dispuso a obedecer; pero claramente se advertía en ella la contrariedad o el miedo que le producía el tener que salir de casa a aquellas horas... Ya iba hacia la puerta con la linterna encendida en la mano, cuando cayó en éxtasis. Se santiguó repetidas veces, dio a besar el crucifijo a los circunstantes, y salió. Poco después, y todavía en éxtasis, regresaba a casa con la ropa recogida. Tan pronto como salió del trance, se le preguntó qué había pasado. Y la niña explicó que le costaba mucho obedecer a su madre en aquello de la ropa, porque le daba miedo ir sola... La Virgen había visto las dos cosas, su buena voluntad y su miedo, y como Madre había venido a acompañarla...
La anécdota es estupenda, y da pie para muchas consideraciones: sobre la bondad de la Virgen, sobre la conveniencia de contar con el cielo para todas nuestras cosas, incluso las más menudas, sobre lo que tiene que agradar a Dios el que nos pongamos a lo que debemos, a pesar de dificultades o repugnancias...
Esa misma noche, durante la vela, se habló delante de Loli acerca de muchos fenómenos extraños, que pueden parecer a primera vista sobrenaturales, y sin embargo tienen explicación natural, por ciertas fuerzas aún poco conocidas que puede haber en el espíritu humano... Terminada la charla, alguien preguntó a la niña si aquello le hacía dudar de que ella viese de verdad a la Virgen:
–¡Oh, no! Estoy bien segura de que verdaderamente veo a la Virgen. Todo eso que han dicho, me trae sin cuidado
Pocos días, o pocas noches después (concretamente, en la madrugada del día 8), se preguntó también a Loli, qué sentía cuando besaba a la Virgen.
–Es difícil de explicar... Yo no siento en mis labios el calor de la Virgen, ni otra sensación de su cara; sólo noto que mis labios llegan a Ella y de ahí no pueden pasar... Pero es maravilloso (Estos detalles los sabemos por las notas de don Valentín y algunas añadiduras del cura de Barro, don José Ramón García de la Riva.).
* * *
En este mes de noviembre, la atención de las niñas a favor de los difuntos no podía faltar. De aquí, sus visitas en éxtasis al cementerio. En esto se distinguía especialmente Conchita. Baste, como botón de muestra, lo que dice una carta de Maximina a los señores Ortiz (6-XI-62):
"Referente a las apariciones, pues ya saben: siguen igual. Ahora es muchos días el rosario cantado por el pueblo. Conchita va mucho al cementerio, y el otro día fueron ella y María Dolores. Andaban cantando el rosario –ahora nos mandan que cantemos todos–, y fuimos con ellas al cementerio; allí dejaron de cantar y rezaron con muchísima devoción: nunca entran dentro, pero ese día abrió Conchita la puerta y entramos. ¡Ay! ¡No saben el respeto tan grandísimo que no dio a todos!
"Lo primero fueron donde está el padre de Conchita: se arrodillaron con una devoción terrible, posaban la cruz en el suelo, y luego se la daban a besar a la Virgen; lo mismo que hacía una, hacía la otra. Después fueron a la tumba de mi marido: también se arrodillaron... yo lo pasé muy mal; de allí vinieron a mí y me dan a besar el crucifijo mucho rato. Después van donde otra tumba... y después, donde mi madre... Ustedes ya saben cómo llevan en éxtasis las cabezas sin ver nada, ¡y cómo acertaban con las sepulturas!
"No sabemos qué significará esto. Yo lo que digo es que mi marido, dos años que estuvo conmigo, para mí fue buenísimo. Y mi madre, en este mundo, sufrió muchísimo. Era devotísima de la Virgen; yo casi siempre la vi con el hábito de los Dolores
(En la España de entonces, sobre todo por los pueblos, eran muy frecuentes las promesas de llevar "hábito" por un tiempo determinado. Solían hacerse tales promesas como acto penitencial y de devoción para obtener por mediación de algún santo o de la Virgen ciertas "gracias" especiales. Los hábitos más frecuentes en honor de la Virgen eran el del Carmen –color marrón– y el de los Dolores –color negro.), y para el mundo, nunca la vi en líos. Así que no sabemos qué significará este ir donde ellos en el cementerio..."
* * *
Relato del P. Materne Laffineur
Testigos de todas estas cosas de las niñas por los días de noviembre fueron unos franceses que llegaban a Garabandal por primera vez, y que tanto habían de trabajar luego en defensa de su verdad (entre ellos estaba el P. Materne Laffineur –a veces se le ha llamado también José–, muy conocido con el seudónimo de "Dr. Bonance"). Lo que ellos observaron entonces, se encuentra en el importante libro "L'Etoile dans la Montagne" (número 12):
"Los éxtasis colectivos que nosotros presenciamos en aquel noviembre de 1962, comenzaban después del rosario en la iglesia. He aquí uno:
"Salida del templo, la gente iba ya para sus casas, cuando el arrobamiento sorprendió a las tres niñas, Conchita, María Dolores y Jacinta. Las tres se pusieron a recorrer el pueblo, cogidas del brazo y llevando cada una su pequeño crucifijo en la mano. Con la cara vuelta hacia arriba, ellas aparecían extrañamente bellas a la luz de las linternas. Absolutamente insensibles a cuanto las rodeaba, sin saber incluso que se movían, ellas caminaban seguidas de los lugareños, que rezaban o cantaban.
"Subieron rápidamente a los Pinos... y el descenso fue impresionante: ¡de espaldas, por aquellos caminos pedregosos y resbaladizos, con la cara constantemente vuelta al cielo, en constante peligro de matarse!
"Llegadas al pórtico de la iglesia, empezaron a dar vueltas en torno a la misma, y de pronto estallaron en un alegre reír, un reír como luminoso, parecido a un concertado vuelo de campanas... Sin embargo, nosotros nos escandalizamos: ¿cómo podía reírse así en presencia de la Santísima Virgen, aunque fuese una risa tan bella?
"Hasta cinco veces volvieron ellas a recorrer el pueblo, arrastrando detrás a la multitud recogida. Hicieron una estación ante las puertas del cementerio, por compasión, sin duda, hacia las almas del Purgatorio.
"Finalmente, después de una última vuelta alrededor de la iglesia, se detuvieron ante sus puertas y empezaron a levantarse la una a la otra, para recibir de la Virgen el beso de despedida y darle también el suyo; cayeron, como al principio, de rodillas –pero con más duro golpe aún–, y súbitamente volvieron a ser las niñas sencillas y sonrientes que ya conocíamos; el reflejo misterioso que las transfiguraba durante su éxtasis, había desaparecido.
"Entonces les preguntamos por lo de la risa, que tanto nos había desconcertado. Conchita nos explicó:
–Es que la Virgen se echó a reír.
–¿Y por qué?
–Por lo mal que estábamos cantando.
Desde luego, esto era verdad, y nuestros magnetófonos dan testimonio de ello."
Si por este relato de los testigos franceses podemos hacernos una idea de lo que eran por este tiempo los éxtasis colectivos, también por otro relato suyo podemos imaginarnos cómo eran los individuales.
"Cierta madrugada, al terminar el rezo del Ángelus, Conchita (en la cocina de su casa) cayó súbitamente de rodillas
(El rezo del Ángelus parecía especialmente indicado para dar paso a la aparición.
Ya hemos visto la anotación de don Valentín el día 26 de septiembre: "Cuando a las seis de la mañana un sacerdote –había cinco extradiocesanos– estaba rezando el Ángelus, la niña (Conchita) cayó de rodillas en éxtasis..."
Y a un día del mes siguiente, octubre, pertenece esta referencia de doña María Herrero de Gallardo:
"Yo había quedado sola con otra persona en casa de Conchita, pues todos los demás se fueron a ver el éxtasis de Loli. Conchita esperaba impaciente su hora, pues ya tenía dos "llamadas"... Hacia las dos y media de la madrugada, yo le dije a la niña:
"Podíamos rezar el Ángelus." Ella me dijo: "Rézalo tú."
Nos pusimos de rodillas las tres y yo empecé:
"El Ángel del Señor anunció a María..."
Acabamos el rezo repitiendo tres veces el "Gloria al Padre..." En el momento mismo de terminar el tercer gloria, Conchita cayó en éxtasis."
"Esto mismo ha ocurrido delante de mí por lo menos en tres ocasiones, lo que me hace pensar que el Ángelus debe de ser una oración especialmente grata a la Virgen.").
Se había transformado con una belleza luminosa, supraterrestre; su rostro, naturalmente agradable, tenía ahora una nueva finura, como si una especie de luz interior le penetrase; toda ella parecía no ser otra cosa que amor tendido hacia Quien arrebataba su mirada. Sin embargo, su cuerpo se había vuelto tan pesado, que uno de los presentes, hombre fuerte de verdad, fue incapaz de alzarla del suelo, por mucho que lo intentó tomándola por los sobacos.
"Fue ella quien se levantó poco después, muy ligera; con el crucifijo que tenía en la mano se santiguó a sí misma, haciendo un majestuoso signo de la cruz; levantó luego el crucifijo para que lo besara la Virgen, y después nos lo fue dando a besar a cada uno de nosotros.
"Salió de la cocina y subió al piso de arriba, donde dio a besar a la Virgen una estatuita del Niño Jesús de Praga, y de nuevo volvió a bajar. ¡Era impresionante verla descender por la empinada escalera! Con la mirada prendida en lo alto, sin poder darse cuenta de lo que tenía a sus pies, ella iba bajando escalón tras escalón con 8un aire de majestad, que bien podría llamarse "porte de reina".
"Cuando cesó la aparición, la niña se acercó a una de las asistentes
(Creemos fundadamente que se trata de la baronesa María Teresa le Pelletier de Glatigny, gran colaboradora del P. Laffineur.)
y le dijo:
La Virgen me ha dado un mensaje para ti.
Fue en busca de una estampa y le escribió en ella unas líneas, que... correspondían exactamente a... las preocupaciones internas de la extranjera, preocupaciones que la niña no podía de ningún modo conocer." ("L'Etoile dans la Montagne", número 13.)
Los mismos franceses a quienes debemos estos relatos nos ayudan con una breve información a entender mejor cómo se vivía en Garabandal su extraño misterio por esas fechas de noviembre de 1962:
"Cuando, por las "llamadas", se esperaba la visita de la Virgen, ni las niñas ni sus padres se iban a la cama. Nosotros hemos pasado varias de estas velas nocturnas en casa de Conchita, con su madre, Aniceta, su hermano Serafín y algunos visitantes... ¿Quién podría decir el encanto de semejantes "veladas? Eran únicas estas noches de espera, en que se pasaba el tiempo entre plegarias, cánticos piadosos y conversaciones sobre la inagotable bondad de la Virgen, aportando cada uno de los presentes sus propias e inolvidables experiencias..."
Es muy comprensible que tales veladas resultasen todo un "encanto" para quienes las vivían como una aislada y sorprendente novedad en su vida; mas para quienes las tenían ya metidas, desde hacía tiempo, en la rutina de su vivir, y sentían acumularse el cansancio noche tras noche...
* * *
carta de Maximina a doña Eloísa de la Roza Velarde
Como ayuda para entender aún más lo penitenciales que eran las noches de Garabandal en aquella estación, quiero copiar parte de una carta de Maximina a doña Eloísa de la Roza Velarde, cuñada del doctor Ortiz (22 de noviembre):
"El sábado subimos a los Pinos, rezando el rosario, a todo llover... Luego fuimos al cementerio, y allí nos metimos en el barro hasta las orejas. El domingo, lo mismo: subimos a los Pinos, estaba todo cubierto de nieve, rodaba la gente como nada, pero ellas ¡subían tan bien! Luego bajaron de espaldas y de rodillas, por toda la nieve y por donde más escajos había; luego, al cementerio, bajo granizadas y mucho viento... El martes, lo mismo, y por los mismos sitios. El miércoles ya estaba mejor noche, pero con mucho frío..."
El doctor Ortiz me ha confiado lo que le contó a él la hija de Tiva (Primitiva), vecina de Garabandal:
"La noche del día 1 de diciembre (1962) yo estaba con mucho dolor de muelas, por lo que no me había acostado. A eso de las tres de la madrugada, sentí ruido en casa de Jacinta: miré y vi salir a la niña en éxtasis, con una noche infernal de frío y agua. Me dio pena, y bajé a acompañarla; en el momento de llegar, salía de la casa María, su madre, de muy mal talante, y diciendo:
"Lo que es, otra noche como ésta no me la vuelves a dar. Ya trancaré bien la puerta..."
Por la calle sola. Yo fui entonces a avisar a su madre, Julia. Se juntaron las dos niñas, y nosotras tres, detrás. Nos subieron por dos veces, rezando el rosario, a los Pinos; recorrimos como de costumbre el pueblo... La noche era de verdad infame, y a María no se le pasaba el mal humor; Julia trataba de calmarla:
"Mujer, ¿qué le vamos a hacer? Son cosas de Dios... Hoy tengo que consolarte yo, otras veces me has consolado tú a mí..." "
Del aspecto penitencial que habían adquirido aquellas encantadoras" veladas de Garabandal, no puede dudarse. Conchita escribía a Don José Ramón, el cura de Barro, con fecha 29 de noviembre:
"Acabo de recibir su carta, cuando ya me pongo a contestarle, aunque ahora no pensaba escribirle, porque ¡tengo un sueño...! Ayer tuve dos apariciones, y la última a las cuatro de la madrugada; así que no he dormido nada."
No es extraño, que alguna vez tuvieran las niñas algún pequeño desahogo como el que escuchó don Luis Navas a la misma Conchita:
¿Por qué no me has dejado cenar? Antes me quitabas de dormir, ahora también de comer. En el cielo, claro, no se necesita comer, ¡con ver a Dios!... Pero yo, como no veo a Dios, necesito comer.
La penitencia alcanzaba, ciertamente, a las afortunadas videntes, por lo que resultaba milagroso que no afectara para nada a su estado de salud fisiológica o psíquica.
"Me sorprende en las niñas –escribía el doctor Ortiz a finales de noviembre– que, a pesar de pasar sin dormir la mayoría de las noches, por consiguiente, sin el suficiente descanso para el organismo, su estado general y psíquico sea cada vez mejor"
(También Maximina, en carta a la familia Pifarré de diciembre, pone de relieve este hecho:
Si esto no es cierto, ¿cómo hacen las crías todo lo que hacen estos días, que están malísimos y muy fríos...? Y hasta la fecha no se ha puesto ninguna enferma. ¿Cómo es posible que una noche y otra, ya más de un año, puedan soportar tantísimo frío y tantísimos desvelos de sueño?"
Podemos imaginarnos cómo eran aquellas noches invernales de Garabandal por este apunte de la misma Maximina (carta del 13 de diciembre a los Pifarré):
"Esta madrugada, a las 5 y cuarto, siento unos golpes a la puerta de casa; me levanto, salgo, y Conchita, en éxtasis, con su madre, su hermano y otras tres señoras... Salimos, recorrimos todo el pueblo rezando el rosario; a continuación cantamos la Salve y varios cantares, como de costumbre. Mire, se nos helaban los labios; yo llevaba el paraguas, y no podía tenerlo, por el frío y de lo que pesaba con nieve; estaba una mañana malísima: nevando, con truenos, y un viento que echaba la nieve a la cara y a las piernas, que nos hacía ir encogidas...")
* * *
En aquel otoño de 1962, importantes cosas para la marcha de la Iglesia estaban ocurriendo en la Roma del Concilio. Pero tal vez no eran menos importantes para la misma Iglesia las que estaban ocurriendo en el pobre Garabandal de las "apariciones". Sólo Dios tiene medidas para las cosas que no se pueden medir.
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A. M. D. G.