TERCERA PARTE

CAPÍTULO II

 

 

1964

OTRO AÑO DE PARÉNTESIS

 

 


 

Otra vez el P. Luis María Andreu

    Entre dudas y esperanzas

 


 

Si no es gran cosa lo que sabemos de 1963 en Garabandal, aún es menos lo que sabemos de 1964

La tónica de éste hubo de ser muy semejante a la de aquel. Las videntes siguieron sin "apariciones" (yo, por lo menos, no tengo referencia de ninguna, salvo la que luego diremos, de fin de año); en cambio, se mantuvieron las "locuciones", como aparece por esto que dice Maximina a la familia Pifarré, en carta del 4 de febrero:

"Conchita sigue teniendo locuciones todos los meses";

y a los señores Ortiz, de Santander, en carta del 9 de marzo:

Conchita, a últimos de febrero, no recuerdo qué día, tuvo locución. Le dio la Virgen un mensaje para una señora; no sé qué sería, no me lo dijo.

Sobre cómo, con todo esto, iban madurando espiritualmente las niñas, tenemos un buen testimonio en Maximina, que escribía así a la familia Pifarré el 4 de febrero:

"Yo ya no tengo ninguna duda sobre esto de aquí, porque le oigo decir cosas a Conchita, que no sé ni qué contestarle; no me atrevo ni a seguir la conversación. El otro día me dijo que la única cruz que puede tener ella es no amar bastante a Jesús; dice que todo lo demás, por mucho que nos parezca, importa bien poco... Esto ya me lo ha dicho más veces."

En otra carta a la misma familia, con fecha de 23 de marzo, insiste:

"Conchita sigue todos los meses teniendo locución. Ella está muy fervorosa; hoy me dijo que tenía ganas de tener ya el tiempo para irse al convento, que por su gusto se iría desde ahora. Si vieras qué guapa está... Pero ella, al ver, el mundo por ahora no le llama nada, aunque, como es natural, se divierta; pero siempre con chiquillas, y mejor, con la mi nena y las que son así de grandes..."

 

Otra vez el P. Luis María Andreu

 

Quizá fuera en esta locución de febrero cuando nuevamente se hizo sentir la presencia del difunto P. Luis María, el "primer muerto de Garabandal". El 27 de dicho mes escribía Conchita a su hermano el P. Ramón:

"Me pregunta usted en su carta que cómo vimos al P. Luis en los Pinos... pues le vimos: mirando hacia arriba, diciendo: "¡Milagro!", sudando, como pálido, pero a la vez con cara de satisfacción (Este "trance" del P. Luis –único que se dio en Garabandal que no fuera de las niñas– ocurrió a primeras horas de la noche del 8 de agosto de 1961. Véase el capítulo VIII de la primera parte.). Y la Virgen entonces nos dijo que la estaba viendo a Ella y el milagro que Dios Nuestro Señor iba a hacer.

Las veces que hemos hablado con él habrán sido como diez u once...

Me he enterado de que tenía que hablar de nuevo con él, en una locución de la Virgen..."

¿Cuándo ocurrió este nuevo hablar de Conchita con el jesuita difunto? No he podido averiguarlo. Pero quizá ocurriese más de una vez, pues a mediados de año la vidente volvió a escribir sobre él, y diciendo cosas sorprendentes; se trata de una carta, dirigida también a su hermano el P. Ramón y fechada el 2 de agosto de 1964:

"El día 18 de julio (Ese día celebraba el pueblo su principal fiesta (en cuanto a bullicio e invitados). Dos años antes, tal día había sido distinguido por "el milagro de la Forma". Véase el capítulo V de la segunda parte.), he tenido una locución, y en esta locución se me ha dicho que al día siguiente del milagro se sacará a su hermano de la tumba y se encontrará su cuerpo intacto."

 

Entre dudas y esperanzas

 

¿Qué pasaba entre tanto por la mente y el espíritu de aquellas gentes? Los "testigos" que han construido conjuntamente el libro "L'Etoile dans la Montagne", dicen con cierto optimismo:

"Con toda evidencia, el año entero de 1964 fue para las videntes un período de meditación secreta, de recogimiento personal. Para aquellos montañeses, y para el mundo entero, puesto en alerta por la difusión del mensaje, esos doce meses fueron como un tiempo de sosiego en que poder reflexionar y hacerse cargo de las propias responsabilidades. Diríase que durante un año, el cielo ha permitido a la tierra tomar aliento..." (núm. 26).

El pueblo iba cambiando de aspecto material. Nos lo dice el mismo libro (núm. 27, pág. 63):

"Terrenos y casas, hasta cuadras y pajares, eran comprados por españoles que venía fe fuera (Maximina, a los Pifarré, 7 de junio:

"Por aquí ya han comprado ¡cuánto terreno!..."). Los albañiles se afanaban...

También el interior de la iglesia se ponía como nuevo ("Nos están arreglando la iglesia; el altar mayor queda precioso" (la misma Maximina, en carta del 11 de noviembre)... Se decía que "gracias a la generosidad americana"...

Y la realidad psicológica del pueblo evolucionaba al compás de los cambios exteriores.

La paz de los corazones no era más que aparente. Sólo las viejas mujeres de cara arrugada, marchita, guardaban aún la sonrisa y los ojos benévolos de antes. Las familias se miraban con envidia mal disimulada. A propósito de las apariciones, no reinaba, ni mucho menos, la unanimidad...

No pocos vacilaban, haciéndoseles demasiado larga la espera, pues el famoso milagro no acababa de llegar. Hombres y mujeres que incansablemente habían seguido a las cuatro videntes en sus éxtasis, ahora se mostraban incapaces, salvo algunos ancianos silenciosos y cierto número de almas más sólidas, de atenerse a lo que tantas veces había visto, oído y tocado... Pueblo con apetito desordenado de fenómenos milagrosos, estaba caído ahora en una ceguera espiritual, en una especie de endurecimiento, que no podía menos de asombrar a quienes llegaban de fuera con la mejor intención. Si alguno les preguntaba:

"Y bien, ¿qué hay de las apariciones?", respondían ellos:

"¡Ah, señor! De eso, ya nada..." "

Buen espécimen de tal actitud resulta este desahogo de María, la madre de Jacinta, al P. Laffineur:

Yo sí creo, cuando estoy ante un éxtasis; pero cuando el éxtasis acaba, ya no creo más. Yo creería para siempre, si se produjera el milagro.

¡Admirable sentido de la fe!

Otro botón de muestra. Un abogado español, en día muy caluroso, desciende solo de Garabandal hacia Cossío. A mitad de camino, se encuentra con una mujer del pueblo, que sube penosamente, caminando al lado de su burro, bien cargado. se saludan, e intercambian unas palabras, al mismo tiempo que buscan protegerse contra los rayos del sol:

–Bien, señora, ¿cómo va "eso"?

–Hace mucho calor, como usted ve.

–Desde luego; pero yo preguntaba por otra cosa. ¿Qué hay de las apariciones?

–¡Ah!

–Sí, ¿qué se piensa ahora en el pueblo?

–En el pueblo ahora no se piensa nada...

–¿Cómo así? Yo mismo he sido testigo de los éxtasis.

–Al principio, eran de verdad, y ahora, ¿tal vez una mentira?

–Al principio, ciertamente eran de verdad, y yo le puedo dar una buena prueba... (refirió al abogado algo muy personal que les había ocurrido a ella y a su marido en un éxtasis de Loli). Entonces si era la Virgen quien se aparecía. ¿Por qué no empieza Ella de nuevo?" ("L'Etoile dans la Montagne", L.c.)

Esta conversación a la vera del camino, entre Cossío y Garabandal, es plenamente reveladora...

Y uno piensa: aquella pobre gente del pueblo tenía disculpa de tal actitud en su ignorancia y en el abandono en que la habían dejado quienes estaban para ser sus guías espirituales; pero semejante disposición de espíritu necesitaba de una lección, y creo que el cielo trató de dársela con su silencio o distanciamiento durante los dos prolongados paréntesis de 1963 y 1964.

Hasta los mismos "favores" de las niñas parecieron interrumpirse totalmente a mediados de este último año. Maximina dice a los Pifarré, en carta del 7 de junio:

"Conchita dice que ahora no tiene locuciones; no sé si será verdad, o es que ella quiere ocultarlo; pero está tan contenta como siempre."

Por agosto, la situación continuaba igual. El día 15 escribía de nuevo Maximina:

"Noticias de aquí, al ver, no hay ninguna por ahora..."

Los del pueblo andaban siempre fluctuando entre la duda y la esperanza; la mayoría, con más dudas que esperanzas.

Eran los de fuera, quienes mantenían muy viva la llama de Garabandal. Tenemos abundantes testimonios en las cartas de Maximina.

Por su entusiasta convencimiento a favor de los sucesos se distinguía el sacerdote guipuzcoano D. Luis López Retenaga, que subía a Garabandal siempre que podía (aquel pueblo "era una golosina para él"), que casi siempre iba acompañado de algún otro sacerdote amigo, y que permanecía allí todo el tiempo que le era posible.

La tónica del año, por lo que se refiere a subida de forasteros, podemos imaginárnosla a tenor de estas líneas de Maximina en su carta del día de la Asunción:

"Hoy, día de Nuestra Señora, hay mucha gente en el pueblo. Yo tengo ya desde hace un mes en casa a una francesa; es muy buena y no me da nada que hacer... Se harta de venir gente... y, al parecer, todos se van tan convencidos. Sacerdotes también han venido bastantes; uno, inglés, pasó aquí todo un mes; otro, de Llanes (Asturias), diez días; y franceses también han venido varios. Este año ha venido mucha gente francesa, y todos parecen estar muy convencidos de lo de aquí."

Los que subían al pueblo, sabían ya que allí habían cesado las apariciones, los fenómenos; pero ellos esperaban, iban buscando... ¿Qué esperaban? ¿Qué iban buscando?

Aparte de encuentros personales con el mundo de lo divino, seguramente el apropiado DESENLACE de todo aquello, que tanto prometía, y que había quedado tan extrañamente interrumpido...

505-508

A. M. D. G.