TERCERA PARTE

CAPÍTULO III

 

 

ANTE EL DESENLACE

 

 


 

El año 1965 entra en el proceso de Garabandal bajo el auspicio de un retorno de San Miguel

    1 enero 1965

   Un Aviso que abarcará al mundo

   Mientras llega el día anunciado

    Una nueva congregación de la esperanza

   El encuentro con el ángel

   nuevo fenómeno aparece otra estrella   

 


 

El año 1965 entra en el proceso de Garabandal

bajo el auspicio

 de un retorno de San Miguel

 

Antes que finalizara el año 1964, Garabandal pareció entrar en fase de reactivación; algo que nosotros, ahora, desde la perspectiva que dan los años transcurridos, podemos ya definir con lenguaje deportivo como la entrada en "la recta final".

El 8 de diciembre, día de la Virgen Inmaculada y fiesta onomástica de Conchita, ésta recibió el singular favor de un nuevo encuentro con la Madre del Cielo.

Un mes más tarde, el 12 de enero de 1965, se lo decía ella escuetamente al P. Laffineur:

El día de la Inmaculada, la Virgen me ha felicitado por ser el día de mi santo, y me ha dicho que el 18 de junio próximo veré al ángel San Miguel.

Pocas fechas después, el día 24, volvía a escribir al mismo destinatario (a quien ya se le llamaba familiarmente "el abuelo"):

 No recuerdo si en mi última carta les decía que el 18 de junio iba a ver al ángel San Miguel. La Virgen me lo dijo en una locución el día de mi santo, el de la Inmaculada.

El año 1965 entraba, pues, en el proceso de Garabandal bajo el auspicio de un retorno de San Miguel. Esto suponía mucho, pues el gran arcángel no está precisamente para las cosas menudas, y una visita suya, anunciada con tanta anticipación, no sería de seguro una visita de tipo rutinario. Quien había venido cuatro años antes para poner en marcha todo aquello, bien podía volver ahora para rematarlo o clausurarlo

 

* * *

 

1 enero 1965

 

La importancia del año que entraba se puso bien de relieve ya en su primer día.

Era la tarde festiva del 1 de enero. El día declinaba, cuando irrumpieron por la pequeña pradera de los Pinos las ovejas de un hato que guardaban, como pastores, dos chavales del pueblo: Joaquina, de doce años, y Urbano, de nueve. Venían de arriba, de los montes, y bajaban ya en busca de los pobres establos que hay en la aldea.

Al entrar en el área de los Pinos, los dos zagales quedan boquiabiertos, descubriendo a Conchita, sola y transpuesta bajo un árbol... ¡Cuánto hacía ya que en el pueblo no se veía semejante escena!

La observan atentamente todo el tiempo que les permite el inquieto moverse de sus ovejas, a las que no pueden desatender. La vidente, con la mirada fija en lo alto, parece estar en misteriosa conversación, pues habla y escucha... (En una carta de Maximina a los Pifarré he visto últimamente la confirmación de todo esto; la carta es del 8 de marzo:

"Creí que ya os lo había escrito; pues sí, el 8 de diciembre pasado, el día de la Inmaculada, tuvo Conchita locución, y dice que le dijo la Virgen que el día 18 de junio tendría aparición del Ángel; lo que dice que no sabe, es si será ella sola o serán todas. También el día 1 de enero tuvo Conchita aparición de la Virgen en los Pinos, y le duró bastante tiempo (ella va mucho a rezar en los Pinos); y la encontraron allí extasiada dos pastores, un niño y una niña, que fueron los que luego lo parlaron, que si no, ella a lo mejor no lo dice. Ella vino por mi casa cuando se le pasó el éxtasis, y se la veía muy nerviosa, como muy contenta...

"No os escribo más a menudo, como antes, porque ahora ya no hay cosa de particular.")

Sólo poco a poco fue sabiéndose después algo de lo mucho que hubo en aquel trance excepcional.

Conchita en la citada carta del 12 de enero al P. Laffineur, le dice: El día 1 he visto a la Virgen en los Pinos. Ninguna otra información; pero en otra del 2 de febrero, contestando a ciertas preguntas del Padre, se explica más:

La Virgen parecía tener la misma edad que la primera vez que la vi (el 2 de julio de 1961), la misma que en estos pasados años: como unos dieciocho años.

Llevaba un vestido blanco y un manto azul cielo.

Una luz prodigiosa, que no hacía daño a los ojos, salía de su cuerpo y la envolvía por completo.

Ignoro si, aparte de ésta que voy a tener el 18 de junio, las apariciones volverán a empezar, sea para mí, o para las cuatro.

La Virgen dará un nuevo mensaje, porque ha dicho:

"Del otro (el del 18 de octubre de 1961), no se ha hecho apenas caso." La Virgen va a dar, pues, un último mensaje.

No es pequeña cosa lo que aquí dice Conchita al gran promotor de la causa de Garabandal en Francia y países limítrofes; pero aún le quedaba más por decir... Y al fin lo dijo; o mejor, ¡algo más dijo! Pero meses después.

La ocasión fue la estancia de dicho P. Laffineur en Garabandal, para asistir a la anunciada visita del arcángel, en junio de aquel año. Al día siguiente de esta visita, 19 de junio, el Padre estaba en casa de Conchita, hablando, naturalmente, de lo ocurrido... Y en un momento le dijo ella:

La Virgen, ¡me ha dicho tantas cosas al cabo de tanto tiempo! Pero de muchas no me ha mandado ni decirlas ni callarlas. Por eso, frecuentemente no sé qué hacer, temiendo no acertar...

Le voy a dar por escrito el aviso que recibí durante la aparición del 1 de enero, cuando y o estaba sola en los Pinos.

 

Un Aviso que abarcará al mundo

 

Lo que escribió Conchita, dice así:

El Aviso que la Virgen nos va a mandar.

Será como un castigo: para acercar a los buenos aún más a Dios, y para advertir a los otros que, o se convierten, o tendrán su merecido.

En qué consiste el Aviso, no lo voy a revelar. La Virgen no me habló de que lo dijera... Y sobre esto, nada más.

¡Dios quiera que, gracias al Aviso, nos enmendemos y cometamos menos pecados contra Él!

El P. Laffineur, concluida la lectura de estas líneas, preguntó a Conchita si tal Aviso causaría muertes. Ella añadió entonces esta nota:

De morir, no será a causa del mismo Aviso, sino de la impresión que tendremos al verlo y sentirlo.

Si estos datos escritos por Conchita para el P. Laffineur, son escasos y tardíos, no fueron así los que ella dio a su tía y madrina Maximina González. A ésta le habló cuando aún estaba bajo la impresión de lo que acababa de saber en los Pinos el 1 de enero. Antes del milagro, habrá un aviso, para que el mundo se vaya enmendando.

La noticia era de las fuertes, y Maximina quiso saber algo más. La sobrina se explicó como pudo, y de tales explicaciones se le grabaron a la tía éstas, que ha puesto por escrito:

"Me dijo que íbamos a sufrir cualquier día un desastre horrible, en todas las partes del mundo.

"De esto, ya no nos salva nada. Los buenos, para acercarse más a Dios; los malos, para que se enmienden.

"No me dijo lo que era; pero sí que ella está esperándolo ya todos los días. Esto viene antes del milagro.

"Dice que es preferible morirse a sufrir, cinco minutos sólo, esto que nos va a venir (Según declaraciones tardías de Jacinta –recogidas por la revista neoyorkina "Needles", número de febrero de 1978–, el Aviso será de muy corta duración, unos minutos; pero ese poco de tiempo se nos hará tremendamente largo, por el dolor que nos causará...

Vendrá sobre nosotros como un fuego del cielo, que repercutirá profundamente en el interior de cada uno: a su luz veremos con toda claridad el estado de la propia conciencia, "viviremos" lo que es perder a Dios, sentiremos la acción purificante de una "llama" abrasadora.... En pocas palabras, será como pasar por el Juicio Particular ya en vida, dentro de la intimidad de cada uno.

Esta PURIFICACIÓN del Aviso será necesaria para dejarnos "en forma" de cara al Milagro; de otro modo, no podríamos resistir la sobrehumana y maravillosísima experiencia que en el Milagro habremos de tener. Tal vez por eso, por no haber pasado previamente por el Aviso, ocurrió la tempana muerte del P. Luis María Andreu, S.J., horas después de haber contemplado él solo, en la noche estival de 1961, lo que ni las niñas videntes han contemplado todavía.). Dice que es horrible, que es cosa claramente del cielo. Lo sufrirán en todas las partes del mundo.

"Yo le he dicho: "¿Cómo no lo publicas, para que sepa el mundo lo que va a venir?", y me dice que ya está cansada de avisar y el mundo no hace caso.

"Dice que le dijo la Virgen que el mundo sí cree que hay cielo e infierno; pero se ve que pensamos poco en ello... También le dijo la Virgen, que cuando suframos este castigo, que no lo sintamos por nuestros dolores y penas (que todo esto lo causamos nosotros mismos con nuestros pecados), sino que lo suframos todo por su Hijo, por lo muy ofendido que le tenemos.

"Le pregunté cuánto durará este desastre, y dice que no lo sabe; pero que podemos sufrirlo igual de noche que de día... Le digo yo: "¿Nos moriremos?", y ella me dice: Yo creo que, si acaso, de susto.

–¿Y si estamos en la iglesia todos rezando?

–Yo también pienso que es allí donde mejor lo podremos pasar, allí junto al Santísimo, para que Él nos aliente, nos dé fuerzas y nos ayude a mejor sufrirlo.

–Yo, desde que me has dicho esto, no hago más que mirar para el cielo, a ver si veo algo.

–Yo también, y cuando me voy a la cama, miro, y tengo mucho miedo... Aunque por otra parte, ya tengo ganas de que venga, para ver si nos enmendamos, porque no nos figuramos lo ofendido que tenemos al Señor.

–Bueno, cuando veamos que nos viene, nos vamos a la iglesia.

–¡Eso pienso hacer yo! Pero a lo mejor se nos pone todo en tinieblas y no podemos...

"¡Qué horrorosísimo tiene que ser! Si yo lo pudiera decir como Conchita me lo dijo... Dice que, si ella no supiera ya lo que es el castigo, diría que qué más castigo que éste (No puede extrañarnos, conocido esto, que Conchita, después de bajar de los Pinos aquella tarde de Año Nuevo, apareciese en casa de su tía y madrina Maximina, según testimonio de ésta, "como muy nerviosa, pero también muy contenta".).

"A mí, desde luego, me lo exageró todo lo que se puede exagerar una cosa."

De este testimonio, escrito y firmado por Maximina, aparece suficientemente claro que el Aviso que se le reveló el día 1 de enero de 1965:

a) Será de índole terriblemente aflictiva e impresionante.

b) Tendrá una dimensión universal; es decir, alcanzará a todos, en todas partes.

c) Se verá que "es cosa del cielo", por lo que los hombres nada podrán hacer, como no sea implorar la misericordia de Dios.

d) Vendrá con una finalidad de salvación: para que los buenos se acerquen más a Dios y los malos tomen en serio su enmienda.

e) Vendrá ciertamente, y antes del milagro; pero en día y hora que nadie sabe.

f) Su hora, probablemente, será una hora de misteriosas tinieblas.

g) En esa hora, no habrá más refugio y consuelo que la oración

Tan importante comunicación de Conchita parece que no trascendió hacia fuera durante mucho tiempo, pues en las cartas y datos que he visto de los primeros meses de 1965, no he dado con referencia alguna a eso del Aviso, que debería haber ocupado la atención de todos (La misma Maximina, tan puntual siempre en informar de todo lo que ocurría a sus amigos los Pifarré, de Barcelona, no creyó conveniente decirles nada sobre el Aviso hasta pasados muchos meses, y esto porque ellos le preguntaron:

"A lo que me preguntáis del Aviso, pues yo creo que sí, que es verdad; por lo menos yo algo le he oído a Conchita..." (carta del 9 de septiembre).)

Lo que acaparó dicha atención fue el anuncio de la nueva visita del ángel para el 18 de junio. Muchos de los que se mantenían en la fe de Garabandal empezaron ya a hacer planes, y hasta a reservar habitaciones. El mismo día 1 de enero escribía Maximina a doña María Herrero de Gallardo:

"Siento muchísimo, pero muchísimo, tener que decirle que yo, las dos camas de que dispongo, las tengo ya comprometidas de siempre con don Celestino y don Luis Retenaga. He preguntado en otras casas y me dicen que, como falta aún tanto tiempo, que no se pueden comprometer. El pueblo se está poniendo en muy mala marcha (se refiere a que van despertándose egoísmos y afanes de lucro con esto de la afluencia de forasteros)... Quizá no venga tanta gente como se espera; pero yo creo lo más fácil que no se pueda andar por el pueblo, de la gente que venga. Porque la gente está anhelando volver a ver apariciones."

Por estas líneas podemos imaginarnos cómo era, en los comienzos de 1965, el ambiente de aquel pueblo tan distinguido entre todos desde hacía varios años.

Está claro que en dicho ambiente no penetró de pronto la noticia y expectación del Aviso; pero Conchita seguía teniéndolo muy presente, y a lo largo del año habló sobre él a diversas personas, repitiendo fundamentalmente lo que ya sabemos por Maximina, aunque añadiendo otros pormenores, que en su hora se verán.

 

Mientras llega el día anunciado

 

La noticia de Garabandal, como lugar de extraños fenómenos, se iba extendiendo por el mundo, y a la apartada aldea llegaban sin cesar nuevos visitantes.

Todos querían saber, por las mismas protagonistas, qué es lo que había pasado. Y éstas no siempre podían atenderles en sus deseos: o porque la afluencia de curiosos resultaba a veces agobiante, o porque ellas tenía obligaciones que no podían descuidar, o porque sus familiares ponían dificultades a los que llegaban.

Pero lo más ordinario, por parte de las videntes era tratar de complacer a todos. En tal línea de "complacer" no podía entrar, está claro, el poner por escrito las cosas que podían contar. Aunque hubo alguna excepción.

Por ejemplo, en el caso de William A. Nolan, americano de Illinois (U.S.A.). Este señor apareció por Garabandal en marzo de 1965, y quiso informarse de Conchita sobre todo lo que había pasado. No podían entenderse de palabra, porque ni él sabía nada de español, ni ella de inglés. Entonces la joven accedió a escribir, lo que le costaba bastante; mas para que aquello no sirviera de precedente, puso al final del escrito esta coletilla:

"Esto se lo hago a este señor, como no nos comprendemos, y él quiere saber; yo le digo así algo, porque a todos no podría ser, y él, con un intérprete..."

El escrito ocupa tres páginas, en hojas tamaño "holandesa", y no dice nada nuevo; pero resulta de interés como resumen y confirmación de los hechos principales. Empieza:

"En San Sebastián de Garabandal se nos ha aparecido el ángel San Miguel una tarde de junio de 1961 a cuatro niñas, una de ellas soy yo... La primera vez que le hemos visto, no nos ha dicho nada, hasta el día 1 de julio; antes del 1 de julio traía debajo de los pies un letrero, y nosotras no entendíamos bien lo que decía..."

Continúa, unas cuantas líneas más abajo:

"La Virgen llegó el día 2 (de julio) y se nos apareció guapísima, con el Niño Jesús en sus brazos y dos ángeles vestidos igual, uno a cada lado. Lo primero que nos dijo ha sido: ¿Sabéis qué quería decir el letrero que traía el ángel?, y nosotras le dijimos: "No". Pues es un mensaje que tenéis que decir al mundo el 18 de octubre de este año 1961. Es el siguiente... Aparte del mensaje, la Virgen nos ha dicho muchas cosas más; también nos ha dicho que habría muchas contradicciones entre nosotras...

"Y así se nos ha seguido apareciendo hasta 1963, y hablándonos cosas muy bonitas, que sería cosa de disponer de muchos días para escribirlo todo.

"Hace dos años que no tenemos apariciones; pero la Santísima Virgen nos habla interiormente, sin palabras, y lo entendemos muy bien. Se llaman "locuciones". A mí me gusta mucho ver a la Virgen; pero me gusta más que me habla interiormente, porque parece estar dentro de mí.

"También la Virgen ha anunciado por intercesión mía (por medio de mí) un gran milagro para todo el mundo; es más importante que ninguno, como el mundo lo necesita ahora. Para el mundo, ahora, es el mensaje, para que lo cumplan y hagan cumplirlo..."

Después de describir con los detalles de siempre a la Virgen, al Niño y al ángel, añade para terminar:

A última hora he visto a la Virgen en los Pinos el día 1 de enero, y veré al ángel el próximo junio, el día 18.

El escrito está fechado el 22 de marzo de 1965.

Tres días más tarde, era Loli quien se ocupaba del mismo señor, escribiéndole esta carta: "Para mí buen creyente en Cristo, William A. Nolan:

"Le doy muchas gracias por su viaje a España, y por la visita a este pueblo, metido ente montañas, donde nuestra Santísima Madre, una vez más, ha hecho su presentación, para demostrarnos el cariño que siente hacia el mundo entero. Como madre, nos lo perdona todo, si se lo pedimos con fe. Esta carta la enseña en su pueblo.

"También le digo que, para evitar el castigo, tenemos que hacer muchos sacrificios y penitencia, rezar todos los días el rosario en familia: esto es lo que nos pide nuestra Santísima Madre. También, que nos amenos los unos a los otros, como Nuestro Señor nos ha amado; nos tenemos que amar: los blancos a los negros y los negros a los blancos, pues todos somos hermanos..."

¡No está mal la carta! Pocas cosas, y bien sencillas; pero con materia para largas meditaciones.

Estos dos escritos nos traen un soplo de lo divino que actuaba en Garabandal; pero también se movía mucho allí lo humano, lo demasiado humano...

Sabemos por don Plácido Ruiloba, que hacía el 11 de mayo d este año 1965, corrían por Santander comentarios o rumores no muy caritativos sobre el señor obispo (Don Eugenio Beitia Aldazábal había llegado a Santander como obispo de la diócesis en 1962, y por su edad, preparación y prestigio prometía largo y fecundo episcopado. Inesperadamente, en 1965, él presentó la renuncia, que la Santa Sede aceptó. Oficialmente se dio como motivo de tal renuncia el estado de su salud.

Monseñor Beitia se retiró a Bilbao, su tierra natal, y allí sigue, haciendo buena labor, especialmente a través de sus colaboraciones en la prensa.): que si se le obligaba desde arriba a dimitir...; que si pensaba marcharse a Norteamérica...; se decía asimismo que Pajares y Tobalina (Don Francisco Pajares y don Agustín Tobalina estaban acostumbrados, desde hacía muchos años, a gobernar la diócesis de Santander: el primero, desde su puesto de secretario canciller, y el segundo, como vicario general.) estaban aguardando a verse libres de él para acabar, como fuera, con el enojoso asunto de Garabandal...

El ambiente que había arriba, en el pueblo, era lamentable; aparece exactamente definido por los testigos franceses de "L'Etoile dans la Montagne", número 27, página 64:

"Disensiones entre las familias de las videntes (y añadimos nosotros: no pocas envidias), discusiones, críticas, desconfianzas, imprudencias y hasta impertinencias, incluso a propósito de la anunciada visita del ángel... Pero, en todos, un mal disimulado deseo de que pasara, al fin, algo, ¡después de más de dos años en que no habían tenido nada!"

En esos días de confusión, concretamente el 16 de mayo, ya empezó a saberse que Conchita tenía un importante secreto desde el día 1 de enero. Así, aparece, por lo menos, en unas notas del doctor Ortiz:

 Subió Plácido (el señor Ruiloba) a Garabandal, y Maximina le contó la conversación que había tenido con Conchita, en la que ésta le dijo que antes del milagro vendría una prueba (el aviso).

La noticia o anuncio, si se divulgó por el pueblo (de lo que no tengo datos), causó ciertamente poca impresión; la actitud de casi todos seguía siendo la misma: dudar, desconfiar y encogerse de hombros:

 "Bueno, ya veremos lo que pasa, si es que llega a pasar algo."

Conchita, en cambio, se mostraba segura como nunca. El 23 de mayo, domingo anterior a la Ascensión, nuevamente anduvo el señor Ruiloba por Garabandal. Se encontró con don Valentín, a quien traían muy preocupado los propósitos que se atribuían a Pajares y Tobalina, y por él supo que Conchita seguía repitiendo con toda decisión que el ángel volvería en la fecha anunciada, 18 de junio.

–Pero, ¿estás bien segura? –le había dicho el párroco–, ¿no será una mentira o una imaginación tuya?

–¿Usted cree que la Virgen miente?

–¡No, eso no!

–Pues a mí me lo ha dicho la Virgen.

El señor Ruiloba andaba casi siempre flotando entre el creer y el desconfiar. Cada calle, casi cada rincón del pueblo, podría traerle el recuerdo de "cosas" vividas muy personalmente por él (El mismo Plácido contó un día al doctor Ortiz que al principio de las apariciones, una de las niñas, después del éxtasis, le había hablado del estado de su conciencia como si lo estuviera leyendo. Y su mujer, Lucita, añadió que a partir de entonces el hombre había cambiado muchísimo.); sin embargo, el hombre no era capaz de sobreponerse a sus fluctuaciones. Y la tarde del día 25, martes, estando con Ceferino en casa de éste, nuevamente empezó a sacar las "cosas negativas" que creía haber visto en las "apariciones" y en las niñas. Ceferino, que en esto nunca se quedaba atrás, le secundó ampliamente, y de tal modo se despachaban los dos, que llegó un momento en que Julia (Esposa de Ceferino, madre de Loli.) ya no pudo aguantar más y les cortó la conversación, para recordarles unas cuantas cosas de signo muy distinto que ninguno de los dos podía negar... El marido no tuvo más remedio que asentir, y aún añadió por su parte ciertas "pruebas" maravillosas que él mismo había recibido; pero como si se avergonzara de ello, le hizo jurar a don Plácido que nunca las diría a nadie.

Parecía darse en él, como en bastantes otros del pueblo, un regodeo extraño para demoler o desmontar toda esperanza. El 6 de junio, domingo de Pentecostés, cuando nuevamente el matrimonio Ruiloba apareció por su casa, Ceferino les recibió con estas palabras:

"Amigo Plácido, todo esto se acabó; no ha sido más que una farsa... Y lo que anda anunciando Conchita, pura mentira. Yo ya lo advierto. como lo he hecho siempre. Ya fue otra vez a decírselo al señor obispo... Si la gente sube ese día 18, allá ellos. Yo dejo correr la bola..."

Su hija Loli, que estaba presente, tuvo algunas intervenciones durante la conversación, con palabras y actitudes que no resultaban mucho más comedidas que las de su padre (Las dudas de Ceferino, o sus alternativas de creer y no creer en lo que estaba pasando, se mantuvieron indefinidamente. Pero, al fin, a la hora del último viaje, parece que recibió una clara luz, que hubo de confortarle para dar felizmente el gran paso.

Murió el 4 de junio de 1974, a los 56 años de edad y a punto de cumplirse los 13 desde el comienzo de aquellos fenómenos en los que se vio implicado tan de cerca.

Dos días antes de su fallecimiento, el 2 de junio, andaba por Garabandal un grupo de peregrinos con una imagen de la Virgen de Fátima; en la plazuela cantaron la Salve y otros cánticos, y Julia abrió las puertas y ventanas de la casa, para que rezos y cánticos llegaran mejor hasta la cama del pobre enfermo, a ratos casi inconsciente; luego ella se puso junto a una ventana de la planta baja escondida, pero llorando y rezando casi a gritos... Acabados los cantos, pidió a uno de los muchachos del grupo que le diese una flor de las que adornaban la imagen; y fue a ponerla en el crucifijo que pendía sobre la cabeza del enfermo: Ceferino salió entonces de su letargo y empezó a mirar a un lado y a otro como si buscara algo, mientras decía: ¡La señal! ¡La señal! Julia le acercó el crucifijo con la flor, él tomó ambas cosas con gran devoción y se quedó con la flor en la mano, lleno de paz y alegría, como si la flor fuese para él la "prueba" que al fin le daban sobre algo que le preocupaba hondamente... Julia, para la cual esa muerte temprana de su marido ha sido un durísimo golpe, cree ahora en las apariciones "como nunca".)

Así andaban las cosas por aquellas alturas en vísperas ya de la gran fecha.

Conchita había ido quedando sola como centro de todo "aquello"; y ella era así la ocasión o la causa: de las envidias que se agitaban en unos, de las desconfianzas que atormentaban a otros, de la expectación que aún había en muchos.

Y Conchita, el día 13 de junio –domingo anterior a la fecha tan esperada y tan temida–, cogió frío... Muy inoportunamente, desde luego. Amaneció el día 14 con una fuerte afección gripal, que puso su temperatura en 39 grados. Durante tres días estuvo debatiéndose en la cama entre sudores y molestias. El jueves, día 17, era la gran fiesta del Corpus Christi, y Garabandal, como tantos otros viejos pueblos de España, puso en la celebración de tal fiesta lo mejor de su piedad y de su entusiasmo (Se limpiaban y adornaban cuidadosamente las calles, con motivo de la procesión que había de pasar por ellas llevando al Santísimo Sacramento; a esta procesión, la más solemne del año, asistía el pueblo en masa, y quienes de verdad no podían asistir se ponían de rodillas en las puertas, las ventanas o en los balcones, al paso del Señor.

En este Corpus de 1965 fue un sacerdote forastero, el P. Laffineur, quien tuvo el honor de ir bajo el palio llevando la custodia.); pero aquella hija de Garabandal no pudo seguir tal celebración más que de lejos, desde su lecho de enferma. Al paso de la procesión por los alrededores de su casa, oía perfectamente los cánticos de la multitud que acompañaba al Señor Sacramentado: "Altísimo Señor, que supisteis juntar... Cantemos al Amor de los Amores...: Dios está aquí, venida adoradores... Cielos y tierra, bendecid al Señor..." Su madre, Aniceta, había preparado en la calle, al lado de la casa, un pequeño arco de triunfo, hecho de ramajes y adornado de flores; también había puesto una colgadura con los colores de la bandera nacional y un letrero que decía: "¡Viva Cristo Rey!" ¿Qué más podía hacer la pobre mujer? Era el muy sentido homenaje que ella ofrecía al Señor en nombre propio y en el de todos sus hijos, muy especialmente en el de aquella hija que ¡precisamente aquel año!, sólo podía acompañarle en espíritu.

La súbita enfermedad de Conchita fue objeto de los más dispares comentarios: ¡Bonita manera de prepararse una "salida", por si el viernes (día 18) no pasa nada!, decían unos. Las cosas de Dios, en este mundo, nunca vienen sin alguna tribulación, decían otros. Los que aún esperaban, no hacían más que preguntarse, con mayor o menor carga de inquietud:

¿Estará ella en pie para la cita del ángel?

Difícil parecía esto, pues aunque la enferma había mejorado mucho durante la jornada del Corpus, el médico prescribió que ella siguiese en cama, o al menos sin salir a la calle, durante otros seis días.

 

Una nueva congregación de la esperanza

 

A lo largo de todo ese festivo día 17, estuvieron llegando forasteros

Lo mismo ocurrió durante el día siguiente, 18, viernes, hasta bien entrada la tarde.

Abundaban los extranjeros. De éstos, "L'Etoile dans la Montagne" hace el recuento así:

"Doscientos franceses, diez norteamericanos, seis ingleses, cuatro italianos, y algún que otro representante de otros países de Europa y América."

Debía de haber bastantes sacerdotes, pues solamente los de sotana, bien visibles, llegaban a diez.

Los coches particulares, con las más varias matrículas, inundaban el pueblo y sus alrededores. Llamaban especialmente la atención, y no sólo por su tamaño, los vehículos con equipo técnico del NO-DO español (NO-DO (Noticiario-Documental) era el servicio oficial de noticias en imagen. Su importancia fue decayendo a medida que subía el uso de la televisión. La presencial del NO-Do en Garabandal se debió a gestiones de una joven señora segoviana domiciliada en Madrid, Paloma Fernández-Pacheco de Larrauri. Ella que ya conocía bien el pueblo, acudió de nuevo allí para este 18 de junio, con su hermana Fuencisla, residente ahora en Brasil.) y de la Televisión italiana (en el grupo de ésta se movía, particularmente activo, el conocido actor Carlo Campanini).

¿Cuál era el talante de aquella multitud? El sacerdote belga-francés Padre Laffineur nos dice en "L'Etoile dans la Montagne", págs. 67-68, como testigo de vista:

"En general, su comportamiento fue ejemplar, mostrándose piadosa, mesurada, penitente. Comulgaron muchísimos en las tres misas que hubo por la mañana en la iglesia del pueblo (Don Aniano Fontaneda, de Aguilar de Campoo (Palencia), escribía el 26 de junio al P. Ramón María Andreu:

"Estuve el 17 y 18 en Garabandal y vi a sus familiares y gran número de conocidos. Se perdió usted un gran día, pues resultó todo maravilloso. Aunque don Valentín me dijo que no habría misas en el pueblo, si los sacerdotes no llevaban por escrito permiso para celebrar, el hecho fue que tuvimos varias misas, con más de mil quinientas comuniones; no le digo más que se acabaron las formas por dos veces.")...

"De cuando en cuando, podía distinguirse algún rostro que desentonaba, el de alguien que pudiera estar allí sólo para espirar, o para servir extrañas causas. Había, sin duda, emisarios de la Comisión de Santander, agentes de Policías extranjeras, y ¡hasta algún enviado del ridículo ex-Padre Collin, "Clemente XV"! (Ya hemos hablado de él con motivo de la visita que hizo a Garabandal el 22 de agosto de 1963.)"

Pero había abundante proporción para ejercitar la paciencia, o practicar la penitencia. El enviado especial del semanario barcelonés "¿Por qué?", señor Poch Soler, escribió en un interesante reportaje (Este reportaje no se publicó en el semanario hasta abril de 1966; puede leerse en los números 291 y 292. Tiene una introducción que dice así: Al escribir esto he procurado en todo momento hacerlo sin el desenfado y la ligereza periodística que a veces solemos emplear para otros temas de la calle... Nos limitaremos a relatar los hechos tal como los vimos; a transcribir todo cuanto oímos. Y todo ello con la mayor objetividad posible.):

"Desde Cossío hicimos el viaje a pie, a lo largo de siete kilómetros, siempre cuesta arriba, llegando a Garabandal sobre las dos de la madrugada del día 18.

"¡Insólito y espectacular! El jaleo monumental de albergar a centenares de peregrinos en un pueblín de poco más de cuarenta casas ya había cesado cuando llegamos nosotros; la gente dormía: en los quicios de las puertas, en los pajares, en las cuadras, en las cocinas, en medio de las calles... En nuestro deambular nocturno por ellas, tan irregulares y pedregosas, tuvimos que andar con sumo cuidado, sorteando a los muchos que dormían tendidos sobre el suelo, bajo la luz débil de la docena de bombillas que habrá repartidas por el pueblo.

"Uno de los dos bares o tabernas que existen en Garabandal permaneció abierto durante toda la noche, aunque su reducida capacidad apenas pudo albergar de doce a quince personas... En él nos acomodamos nosotros para escribir. Al lado teníamos a dos inglesas, que con los codos apoyados sobre la mesa dormían plácidamente. En el suelo, dos sacerdotes franceses rezaban el rosario en voz baja. Otros tomaban una cerveza y salían luego a tumbarse en plena calle, bajo la luna clara que iluminaba aquella noche de Garabandal."

Con todo esto coincide el corresponsal francés de "Le Monde et La Vie " (número de agosto de ese año), quien dice, además, que hasta bien entrada la noche, de los más diversos lugares del pueblo subían las plegarias y los cantos piadosos en latín, en español, en francés...

Con la llegada del día, la afluencia fue creciendo y la animación era enorme por las calles. "La mañana –dice el corresponsal francés citado– fue pasando bastante bien; cada uno iba llenando el tiempo lo mejor que podía: se rezaba, se cantaba, se tomaban fotos, se hablaba con los vecinos, haciendo multitud de preguntas sobre las niñas y sus éxtasis..."

La casa de Conchita era, naturalmente, el principal punto de atención. Sólo ella iba a ser la protagonista de lo que todos estaban esperando; sólo ella podría decir el lugar y la hora. La joven, dieciséis años, tardón en aparecer ante los curiosos, pues su madre, con toda razón, no la dejó levantarse hasta bien entrada la mañana. Quienes más importunaban con deseo de verla eran los periodistas. "Conchita –escribe en su reportaje el señor Poch Soler– infundía a todos los informadores de prensa un respeto profundo. Colegas de París, de Portugal, de Madrid, operadores de No-Do, esperábamos impacientes, pero sin enojarnos, el momento de poder hablar con ella. "Tengan ustedes un poco de paciencia, nos decía la madre. Comprendan que la niña está fatigada; ayer mismo todavía estaba enferma, con cuarenta grados de temperatura. Ella está deseando hablar con todos, abrazar a todo el mundo; soy yo quien no quiere que salga a la calle"."

Al fin, la puerta se abrió de par en par y en su marco apareció la jovenzuela, pálida, bien abrigada, pero con su mejor sonrisa para todos. Durante horas, "ella se dejó como devorar por la multitud, hasta por las mujeres más indiscretas: sonreía, dedicaba estampas, se dejaba fotografiar, respondía a incesantes preguntas, prometía rogar por las más varias intenciones, trataba de consolar a los más afligidos, abrazaba a los pequeños..." ("L'Etoile dans la Montagne", pág. 68).

Por fin, "a las dos de la tarde de ese día 18 –continúa el señor Poch Soler–, logramos hablar con Conchita. Confieso que ha sido éste el momento más emocionante de mi vida periodística. Jamás un personaje me había infundido tanto respeto y confianza a la vez...

"La entrevista tiene lugar en la cocina de su casa. Están presentes su madre y dos hermanos, dos fuertes mozos del norte, que sustentan el hogar. Ella me estrecha la mano y pide excusas por lo que he tenido que esperar para conseguir la entrevista.

–¿Estás contenta? –le pregunto.

–Contentísima, señor. Siento una gran alegría.

–¿Por qué?

–Porque hoy veré al ángel, y esto es maravilloso.

–¿Te has fijado en la cantidad de gente que ha acudido a Garabandal?

–¡No dejo de pensar en ellos!

–¿Y qué impresión te produce este enorme gentío?

–Mi alegría es difícil reflejarla en palabras... ¡Qué contenta estará la Señora!

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–¿Es seguro que hoy verás al ángel?

–Segurísimo.

–¿A qué hora?

–Eso no lo puedo decir, porque no lo sé. Yo no sé la hora pero presiento que será algo tarde.

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–¿Qué sientes cuando se te aparece la Virgen?

–Una angustia (emoción) muy fuerte, que sube del pecho a la garganta... y que se hace luego una luz maravillosa.

–¿Qué crees que te dirá el ángel?

–Cierto, no lo sé; posiblemente será un mensaje... Pero no sé, ya veremos.

"Cuando salgo a la calle, el gentío se agrupa a mi alrededor. Todos quieren que les cuente lo que Conchita me ha dicho. Franceses, americanos, portugueses, todos me ruegan por caridad que les dé alguna explicación. Cuesta convencerles de que ha sido una entrevista normal, de que nada me ha dicho la vidente sobre la hora o el lugar en que ocurrirá el éxtasis.

A partir de las tres de la tarde, la concentración de peregrinos en torno a la casa de Conchita se fue haciendo imponente... Fuerzas de la Guardia Civil de la 242 Comandancia se encargaban de mantener el orden, aunque no hubo necesidad de que intervinieran violentamente en ningún momento.

Los grupos de franceses y demás extranjeros dieron una lección de fe, devoción y seriedad, que ya quisiéramos para nosotros los españoles (L'Etoile dans la Montagne", pág. 68, dice: "Hacia la hora del crepúsculo aparecieron unos grupos de españoles, chicos y chicas, cuya desenvoltura venía a ser una prueba de que también el demonio quería estar presente al espectáculo."). En todo momento partió de ellos la iniciativa para rezos y plegarias...

En tal ambiente no faltaron momentos cercanos al histerismo: unos cubrían materialmente a Conchita de medallas, escapularios y estampitas, esperando que los tocara y besara, otros se abrían paso hasta ella, para pedirle un autógrafo, hacerse una foto... Una madre le llevó en brazos a su hijo paralítico, suplicándole que lo besara..."

Entre los sacerdotes llegados a Garabandal, seguramente el que más interés despertaba era el P. Pel, "famoso estigmatizado, a quien llamaban "el P. Pío francés" (Por referencia al capuchino italiano P. Pío de Pietrelcina, famoso en el mundo entero por su extraordinario apostolado y carismas místicos. El P. Constant Pel murió el 5 de marzo de 1966, convencido de la verdad de Garabandal.), conocidísimo en Francia por su santidad y dones milagrosos; a sus ochenta y siete años de edad, se movía y hablaba con gran desenvoltura".

Pero el que más activo se mostraba y quien parecía tener mayor entrada en la casa de Conchita, era el español don Luis Jesús Luna, que había llegado de Zaragoza. Para él fue el privilegio de estar cerca de la vidente durante bastantes horas del día...

Seguimos con el reportaje del señor Poch Soler:

"La tarde avanzaba, sin que Conchita anunciase el momento de la aparición.

"Acabó haciéndose de noche; pero ¡cuán cierto es que la fe mueve las montañas!: nadie se desanimaba ni abandonaba su puesto... (Conchita se mantuvo a la puerta de su casa, entregada a la multitud, "hasta que cayó la noche, y no sabemos si ella tuvo tiempo de comer algo más que un cacho de pan. Como le daban escalofríos, se retiró al interior, a la cocina; mas para no decepcionar a nadie, abrió la ventana y se puso a la reja, continuando desde allí su agotadora tarea de mostrarse amable con todos" ("L'Etoile dans la Montagne", pág. 68). Sonaron las ocho, las nueve, las diez de la noche... Se rezaba sin cesar; se elevaban al cielo plegarias y cantos en todos los idiomas...

"Hasta que un escalofrío de emoción sacudió a todos: a la puerta de la casa salió un sacerdote (Parece que el citado P. Luna, de Zaragoza.) y, hecho silencio, dijo a la multitud:

 –De parte de Conchita, que todos se dirijan a la Calleja, a lo que llaman "el Cuadro", porque allí será el éxtasis."

La desbandada que estas palabras produjeron fue inenarrable... Todos corrían alocadamente, por ver de conseguir el mejor punto de observación.

El citado don Aniano Fontaneda dice en su carta al P. Andreu: "Todos querían llegar los primeros; a mí casi me desnudan, de los empujones que me daban de todas partes; muchos rodaron por el suelo: yo mismo levanté a Mercedes Salisachs (La conocida escritora de Barcelona.

Cualquier persona inteligente sabrá disculpar el frenesí con que toda aquella multitud corría a ocupar posiciones. No es para alabarlo, pero sí para tener comprensión ante él.

Esta comprensión aparece en el reportaje del señor Poch Soler: "El espectáculo ya no sólo resultaba impresionante, imponía casi miedo... Una mujer arrastraba a su hijo de 5 años por entre las piedras: el pequeñín lloraba, pero la mujer no podía prestarle atención, había que llegar a un buen sitio como fuera. El ciego americano (Joe Lomangino) subía cuesta arriba ayudado de sus familiares. Un inválido de ambas piernas me pidió que le diese la mano para poder trepar por aquel pedregoso camino... El drama humano que conduce a todas estas personas hasta "el Cuadro" nos sobrecoge a todos. Estos seres tienen su vida condicionada por el sufrimiento, y su admirable resignación es el mejor milagro de esta noche en Garabandal.") y a otros dos que, al subir por aquellas cuestas, tropezaron y cayeron..."

El también citado P. Luna escribe:

"Después de haberme estado varias horas junto a Conchita (precisamente por beneficiarme de su compañía cuando llegase el esperado Éxtasis), en el momento de subir al "Cuadro" me vi desbordado por la velocidad del gentío, que me llevó en volandas y acabó por tirarme al suelo. Por encima de mí, con toda mi espalda descansando en tierra, pasaba la gente corriendo hacia arriba. Cuando he aquí que, en la oscuridad de la noche, dos personas me asieron, una de cada mano, y, sin el menor esfuerzo de mi parte, sin notar el peso de mis ochenta kilos, me vi de pie, pudiéndome luego guiar por el muro izquierdo de "la Calleja", pedruscos amontonados sin argamasa..."

Esa desbandada de la gente dejó la casa de Conchita envuelta en un extraño silencio. Sólo tres o cuatro personas quedaron aún allí, a la ventana de la cocina, deseosas de cambiar algunas palabras con la joven, que aún seguía dentro.

–¿Qué vamos a hacer ahora, Conchita?

–Ir al "Cuadro", como los demás.

 

El encuentro con el ángel

 

En el "Cuadro", el sosiego se había ido imponiendo a la muchedumbre.

"Casi todos rezaban en voz alta, formando dos coros, en que se alternaba el español con el francés. Era algo extraordinario aquella noche, inexplicablemente luminosa, con millones de estrellas centelleantes, aunque sin luna... (El corresponsal de "Le Monde et la Vie" coincide en la misma observación: "A partir de las nueve de la tarde, la noche fue extendiendo su magnífica bóveda estrellada.")

"De pronto, ante las exclamaciones de algunas personas, todas las demás levantaron la cabeza. Por el Noroeste iba subiendo una estrella, singularmente brillante...; describió un amplio círculo bajo la bóveda celeste y volvió a su punto de partida.

 

nuevo fenómeno: aparece otra estrella

 

"Dos minutos más tarde, nuevo fenómeno: aparece otra estrella, que parece estar sobre la vertical de la casa de Conchita; empieza a moverse muy lentamente hacia los Pinos y acaba perdiéndose en la infinita lejanía por encima de éstos... (El tantas veces citado don Juan Álvarez Seco, brigada de la Guardia Civil en Puente Nansa, ha dado también su testimonio sobre estas dos estrellas que se vieron en la noche de Garabandal, "esperando a Conchita entre las 23,30 y las 23,45 del citado día 18 de junio".

La primera estrella "fue vista con mucha intensidad, muy reluciente y de color de oro; salió como del suelo hacia arriba... La otra, de menor intensidad, se movió más horizontalmente...").

"Poco después, cuando la gente se entregaba a comentarios sobre tales fenómenos, sacude a toda la multitud el aviso de que ya llega Conchita. Aparece, efectivamente, allá abajo, en el comienzo de "la Calleja", rodeada de linternas y protegida por una escuadra de guardias civiles... (El enviado de "Le Monde et la Vie" habla de seis guardias; el de "¿Por qué?" dice que siete.). Caminaba con tal rapidez que sus guardianes venían jadeantes (También al periodista de "Le Monde et la Vie" le llamó la atención el paso rápido con que marchaba la jovencita.)." (L'Etoile dans la Montagne", pág. 70.)

El señor Poch Soler vio así la escena:

"Sobre las doce menos cuarto de la noche, Conchita, seguida de algunos sacerdotes y siete guardias civiles, sube por "la Calleja", en estado completamente normal. Avanza con la mirada fija. Los "flash" de los fotógrafos empiezan a disparar sobre ella. Un guardia civil le pregunta:

"¿Es aquí, Conchita?"

–"No, señor, un poco más arriba."

"Al llegar al sitio señalado, la joven se desploma de rodillas sobre las afiladas piedras del camino. Ha empezado el éxtasis.

"El momento es emocionante. Los ojos de Conchita han quedado fijos en el cielo; ríe y pronuncia unas palabras en voz muy queda...; pero en seguida cambia totalmente de expresión y unas lágrimas ruedan por sus mejillas.

"Fotógrafos y operadores de la televisión disparan sus cámaras, y sus fogonazos de luz le dan de lleno en los ojos, plenamente abiertos, pero ella ni parpadea ni hace el menor gesto. El éxtasis es absoluto (De todo este éxtasis hay un buen documental en los archivos de NO-DO, en Madrid. Yo he podido verlo en sesión privadísima. Desde los tiempos del ministro Fraga Iribarne (y seguramente por exigencia del obispado de Santander), dicho documental se guarda entre el material más estrictamente reservado.)."

De él dicen los testigos de "L'Etoile dans la Montagne" págs 70-71):

"El éxtasis fue parecido a los que ya tantas veces habíamos presenciado en el pueblo...: señales de la cruz sobre sí misma, con una piedad y una majestad indecibles; transfiguración de su rostro, que resplandecía de luz interior; un sonreír angelical, que en ciertos momentos se cambiaba por un aire de gravedad verdaderamente solemne; movimiento de labios entreabiertos, alternando con silencios propios de quien está a la escucha; lágrimas que van brotando lentamente, que se corren a la sien y van dejando como un surco de cristal..."

Por su parte, el corresponsal de "Le Monde et la Vie" escribió:

"Conchita estaba allí, ante mis ojos, en el centro de un círculo de linternas y de focos, volcados sobre ella. Su cabeza, que he podido contemplar bien durante casi todo el éxtasis, se mantuvo inmóvil, echada hacia atrás en la forma que muestran tantas fotografías. Y su rostro aparecía diáfano, extrañamente bello y transparente, excitando la admiración de todos..."

Singularmente valioso es el testimonio del P. Luna:

"Me encontré, al fin, en alto, a poco más de un par de metros de Conchita, que ya estaba en éxtasis y a quien veía y oía perfectamente.

"Me impresionó aquella belleza sobrehumana de su rostro, hablando sin pestañear, entre torrentes de luz que proyectaban focos, cámaras y linternas.

"Me sobrecogió verla llorar, como hasta entonces nunca había visto. De sus ojos brotaban lagrimones, que se juntaban en hilillo y, tras llenar la concavidad de su oreja izquierda (única visible para mí en aquellos momentos), caían al suelo como el agua de un grifo mal cerrado...

"La oí decir con voz entrecortada y jadeante:

"¡No..., no...! ¡Todavía no!... ¡Perdón, perdón!..."

Luego la vi elevarse unos sesenta centímetros, con la mano derecha en alto y sin apoyo alguno; para caer centímetros, con la mano derecha en alto y sin apoyo alguno; para caer nuevamente contra el suelo, de rodillas, con un escalofriante chasquido.

"Luego decía, como repitiendo y preguntando:

"¿Sacerdotes?... ¿Obispos?... ¿Dos de julio?..."

(Fueron pocas las palabras que se logró entender claramente a Conchita durante el éxtasis; unos relatos dan unas; otros, otras. Pero casi todos coinciden en éstas de:

¡Perdón, perdón!... Todavía no, todavía no... ¿2 de julio?...)

"La vi santiguarse con majestuosa lentitud... y súbitamente se llevó las dos manos a la cara, tratando de proteger sus ojos contra los potentes reflectores. El éxtasis había terminado."

En este relato del P. Luna falta un detalle, del que nos hablan los informadores franceses:

"Conchita ha permanecido inmóvil como unos doce o trece minutos, en coloquio con su misterioso interlocutor. De pronto, siempre en éxtasis, se pone de pie, blandiendo hacia arriba en su mano derecha un crucifijo (que ella diría después haber sido tocado entonces por el ángel), cae nuevamente de rodillas y acerca sus labios al crucifijo con una extraordinaria expresión de amor. Fue en este momento, según me ha dicho mi madre, cuando uno de los guardias civiles, con el rostro demudado, se santiguó solemnemente, como para decir: "Yo creo."

"Luego, Conchita, sin poder darse cuenta en absoluto de lo que había a su alrededor, sin cambiar para nada la inmovilidad de su rostro ni la fijeza de su mirada, fue dando a besar el crucifijo a tres personas, precisamente tres franceses: un viejo sacerdote que se encontraba a su lado, un padre de familia, residente en España desde hacía tiempo, y un profesor cristiano de Mauléon (Bajos Pirineos)... (Según "L'Etoile dans la Montagne", pág. 71, estos tres afortunados fueron: el ya mencionado P. Pel, el señor Mazure y el señor Piqué.

Y la cosa resultó sorprendente por partida doble, pues nadie se explica cómo pudieron llegar ellos cerca de Conchita en aquellos instantes, ni cómo ésta pudo darles a besar el crucifijo, sin verles y dando de lado a otras personas que estaban más próximas...)

"Después de signarse y santiguarse con extraordinario cuidado, ella bajó la cabeza y, sonriente, sin muestra de fatiga alguna, se levantó.

"Los seis guardias civiles difícilmente lograban protegerla de la muchedumbre..." ("Le Monde et la Vie", 1. c.).

No es de extrañar que la tarea de los guardias resultase así de difícil: todo el mundo quería ver a Conchita de cerca, tocarla si era posible, hacerle preguntas..., sobre todo desde el momento en que se corrió que ella había recibido un mensaje.

Don Aniano Fontaneda, en su carta antes citada, dice al P. Andreu:

"El crucifijo que dio a besar en el éxtasis era el mío, que se lo había dejado cuando me fui de su casa, camino de "el Cuadro"... al volver, fue dando a besar a todos este crucifijo; y a la puerta de su casa, siguió, hasta que terminaron de besarle; entonces me lo devolvió, y todos venían a pedírmelo, pues querían besarlo. Cuando dejé la casa de Conchita, pasó iguale en la taberna de Ceferino, con los catalanes, argentinos y madrileños: a cada paso tuve que sacar el Cristo, hasta que una señorita de Segovia, llamada Fuencisla Fernández Pacheco (Hermana de nuestra ya conocida Paloma, señora de Larrauri.), se encargó de hacerlo."

Entre las pocas personas que lograron meterse en casa de Conchita después del éxtasis, estaba el corresponsal de "Le Monde et la Vie", quien lo único que pudo sacar a la vidente, acerca del mensaje recibido, fue la vaga declaración de que "era más bien triste".

Para conocerlo en sus términos precisos, había que esperar a la mañana siguiente.

Pero no todos podían esperar. Tal fue el caso del citado señor Fontaneda:

"Quedó Conchita en dar el mensaje del ángel al día siguiente, sábado, por la mañana, después de la comunión; pero yo no pude esperarme. Bajamos de allí a las dos de la madrugada, sin haber cenado nada, con sólo dos "Coca-Colas" que me dieron de milagro donde Ceferino."

Por aquellas altas horas de la noche, el pueblo ya estaba casi del todo sosegado y en silencio. La necesidad de descanso y sueño había ido llevando a todos a recogerse en alguna parte... y, por fin, sólo las estrellas siguieron en vela, centelleantes y tranquilas, desde las varias lejanías del firmamento.

¿Qué designios misteriosos se cernían sobre la tierra?

¿Qué podía suponer en tales designios aquella jornada del 18 de junio en Garabandal, que acababa de irse?

¿Dejaría huella?

¿Se hundirá pronto en el olvido?

509-525

A. M. D. G.