TERCERA PARTE

CAPÍTULO IV

 

 

"ESTÁIS EN LOS ÚLTIMOS AVISOS"

 

 


 

Se lee el Mensaje

    Un texto, breve de palabras, largo de contenido

    Denuncia de una situación

    Advertencia de lo que se prepara

    Exhortación a buscar remedio por la enmienda

    Reacciones ante el 18 de junio

   El cuarto "no" del obispado

 


 

Se lee el mensaje

 

El amanecer del sábado, día 19 de junio, llegó bien pronto. Pero las calles del pueblo tardaron en verse animadas. La vela y la fatiga de la jornada anterior pesaban sobre todos.

Según iba entrando la mañana, crecía la afluencia de curiosos hacia la casa de Conchita, en espera de conocer por fin el mensaje.

La joven apareció como nueva: se diría que el éxtasis de la víspera le había devuelto toda su frescura y vigor. Incansablemente, pacientemente, iba atendiendo a todos lo mejor que podía. Unos querían despedirla; otros, que les dedicase fotografías o estampas, o que les besara algún objeto piadoso... Los más iban con preguntas sobre el mensaje.

Pero aún tenían que seguir frenando su impaciencia.

Hubo misas en la iglesia parroquial. A una de ellas fue Conchita, que estaba en ayunas. Al ir y volver de la iglesia se vio más asediada que nunca de preguntas.

Por fin, a mediodía, antes deque un grupo de franceses abandonara el pueblo para emprender en autocar el viaje de regreso, se hizo a la puerta de la casa de Aniceta la anhelada proclamación.

Un sacerdote leyó en voz alta lo que Conchita le había dado, escrito de su puño y letra (hasta con sus pequeñas faltas de ortografía y algún borrón).

Este sacerdote fue el ya mencionado don Luis Jesús Luna, de Zaragoza. El mismo lo ha declarado repetidas veces:

 "Conchita me entregó el mensaje por escrito y yo lo leí en alta voz ante el portal de su casa; lo guardo desde entonces como preciosa reliquia."

Leyó primero el texto original español; luego lo dio en francés. Otro sacerdote hizo a continuación la traducción al inglés; y parece que también se dijo seguidamente en italiano..., con lo que la promulgación del mensaje no dejaba nada que desear.

 

Un texto, breve de palabras, largo de contenido

 

Lo que se leyó bajo el sol de Garabandal aquel sábado, 19 de junio de 1965, fue esto (Doy fielmente el texto de Conchita; pero no como ella lo escribió, todo seguido, sino con la conveniente separación o distinción de puntos.):

"El mensaje que la Santísima Virgen ha dado al mundo por la intercesión de San Miguel.

El ángel ha dicho:

Como no se ha cumplido, y no se ha dado mucho a conocer mi mensaje del 18 de octubre, os diré que éste es el último.

Antes, la copa se estaba llenando; ahora, está rebosando.

Los sacerdotes: van muchos por el camino de la perdición, y con ellos llevan a muchas más almas.

La Eucaristía: cada vez se le da menos importancia.

Debéis evitar la ira del Buen Dios sobre vosotros con vuestros esfuerzos (Casi todas las copias que he visto del mensaje, aun las manuscritas de Conchita, dan este punto en primera persona de plural: Debemos evitar... Se trata seguramente de una asimilación por parte de Conchita de las palabras del ángel, que más bien diría: Debéis evitar... Sólo así sonarían exactamente en su boca.

Algo puede significar que en una primera escritura del mensaje, como aparece por su fotocopia, ella corrigió lo de "nuestros esfuerzos", poniendo un "vu" encima del "nu". Inconscientemente le venía el eco de lo que había escuchado). Si le pedís perdón con alma sincera, Él vos perdonará.

Yo, vuestra Madre, por intercesión (Como tantas otras veces, Conchita confunde "intercesión" con "mediación". Aquí, evidentemente, lo propio es decir "por medio del ángel San Miguel".) del ángel San Miguel, os quiero decir que os enmendéis.

¡Ya estáis en los últimos avisos! Os quiero mucho, y no quiero vuestra condenación. Pedidnos sinceramente, y nosotros os lo daremos.

Debéis sacrificaros más. Pensad en la Pasión de Jesús."

Con este texto a la vista, tenemos que decir algo sobre su redacción y bastante más sobre su contenido.

Su redacción (y no digamos su escritura original) aparece algún tanto embrollada. No es fácil distinguir entre las palabras que dijera exactamente el ángel y las que sean propias del léxico de Conchita, puesta en trance de comunicar lo que ella había entendido. Además, aunque era San Miguel quien transmitía el mensaje, él hablaba en nombre de la Santísima Virgen, y así se mezclan también, creo yo, las cosas que él personalmente decía (aunque por delegación y encargo) con las que daba en simple repetición de lo dicho por la Virgen. El hablar directo de Esta aparece especialmente claro en la última parte del mensaje: "Yo, vuestra Madre..."

Evidentemente, Conchita sólo puso por escrito lo más importante de cuanto entendió en el éxtasis de "la Calleja". Casi quince minutos de comunicación no pueden meterse en media página de texto manuscrito... Además, las pocas palabras que lograron captársele entonces, hacen referencia a más cosas de las que aparecen en las líneas de su mensaje.

Pero vengamos al contenido, que es lo que de verdad interesa.

Me parece que hay en él tres elementos que no pueden separarse, aunque sí fácilmente distinguirse:

una denuncia de la pésima situación moral del mundo;

una advertencia de lo que se prepara, a causa de tal situación;

y una exhortación a poner remedio, antes de que sea demasiado tarde.

 

Denuncia de una situación

 

– No se ha cumplido el mensaje de cuatro años atrás.

– La copa está ya rebosando.

– Son muchos los sacerdotes que van camino de perdición.

–A la Eucaristía cada vez se le da menos importancia.

Que el primer mensaje, el del 18 de octubre de 1961, había pasado para la mayoría, para la inmensa mayoría, sin pena ni gloria, era más que evidente. Aun los mismos adictos a Garabandal estaban más pendientes de ver o saber cosas nuevas, emocionantes, que de llevar a la práctica aquello de "hay que hacer muchos sacrificios, mucha penitencia, visitar al Santísimo...".

Pero la copa "rebosaba" por otras cosas (Según un lenguaje ya tradicional, la copa simboliza la medida tolerable de nuestros pecados. Si la copa "rebosa", es que la medida está ya más colmada.). La realidad del desmedido pecar de hombres y de pueblos (especialmente en cuanto a desenfreno de la carne) ha ido quedando tan a la vista de todos, que sobran aquí pruebas o datos...

Casi lo mismo puede decirse a propósito de la denuncia de que muchos sacerdotes van camino de la perdición, llevando con ellos a muchas más almas. Los hechos están ahí, por encima de toda murmuración: muchos abandonan infielmente sus compromisos y su ministerio; otros, sería casi mejor que los abandonaran, porque harían menos daño a los fieles, sea por sus doctrinas, no siempre ortodoxas de cara al dogma, sea por sus opiniones, no siempre sanas de cara a la moral (Naturalmente, no se habla de todos los sacerdotes, ni siquiera de la mayoría. Para los que se mantienen en la fidelidad sólo puede haber elogios; alborotan menos. Si no fuera por ellos, todo eso de las "planificaciones pastorales" no sería más que inútil palabrería.). Aquí está una de las mayores calamidades que puede padecer la Iglesia.

Ya lo advirtió Jesús:

"Vosotros sois la sal de la tierra; si la sal se desvirtúa, ¿con qué se le podrá devolver su salinidad? Ya no sirve para nada; hay que tirarla a la calle, para que la pise la gente" (Mt 5, 13)

 (Como complemento de esto que se dice sobre la mala situación de algunos sacerdotes, estará bien traer aquí lo que Conchita ha escrito un día, 29 de julio de 1967, para un joven cura francés, que le preguntaba sobre lo que la Virgen quiere de los sacerdotes:

"Lo primero que la Virgen quiere de un sacerdote es su propia santificación.

"Cumplir sus votos por amor a Dios. Llevarle muchas almas, con el ejemplo y la oración, ya que en estos tiempos es difícil de otra manera. ¡Que el sacerdote sea sacrificado, por amor a las almas en Cristo!)

Que se retire de vez en cuando en el silencio, para escuchar a Dios, que les habla constantemente. Que piensen mucho en la Pasión de Jesús, para que sus vidas puedan estar más unidas a Cristo sacerdote y así invitar las almas a la penitencia, al sacrificio...

"Hablar de María, que es la más segura para llevarnos a Cristo.

"Y también hablar, y hacerles creer, que, como hay Cielo, hay también infierno.

"Creo que esto es lo que el Cielo pide de sus sacerdotes.")

Y lo más grave es que la cosa no se queda sólo en los simples sacerdotes.

Está archicomprobado que en la transmisión del mensaje se habló también

de obispos y hasta de cardenales.

Los testimonios no se pueden recusar. Pregúntese al mencionado P. Luna sobre su impresión cuando, bien cerca de Conchita, extática, le oyó claramente decir con aire de terrible sorpresa:

 "¡Obispos! ¿Obispos también?..."

(Para aquella aldeanuca que era entonces Conchita, resultaba inconcebible un sacerdote malo, ¡cuánto mas un obispo! El lejano "señor obispo" tenía para los habitantes de nuestras viejas aldeas la aureola de lo incuestionablemente sagrado, por encima de las comunes fragilidades humanas.). Varias otras personas atestiguan lo mismo. Y a la vista tengo una carta del veterano profesor de Moral y Derecho de la Universidad Pontificia de Comillas, P. Lucio Rodrigo, S.J. (Este benemérito sacerdote, obligado por sus superiores al silencio sobre Garabandal, no se recataba de dar en privado, cuando debidamente se le pedía, su opinión del todo favorable a aquellos hechos, considerados en su conjunto.), dirigida al P. Ramón Andreu, y fechada el 13 de noviembre de 1965; dice en ella:

"El jueves hace quince días, el señor cura de Barro me trajo a Aniceta y Conchita, a las que di la comunión en la capilla de esta enfermería. Hablamos largo, juntos; y luego, yo a solas con Conchita. Ella me confirmó textualmente que en el mensaje del día 18 de junio el ángel metió explícitamente a obispos y cardenales. Pero vino después el rasgo de prudencia, verdaderamente sobrenatural e inspirada, de la niña, para callar a éstos (en el texto del mensaje) porque "ya entraban en lo de sacerdotes"."

(Parece, pues, incuestionable que el ángel dijo en su mensaje que "muchos sacerdotes, hasta obispos y cardenales, van camino de perdición". Si luego no se puso literalmente así en el texto escrito, fue porque se creyó más prudente, dadas las circunstancias, quitar un poco de carga a la tremenda denuncia... Al fin y al cabo "también los obispos y cardenales eran sacerdotes".)

Los que entienden de Iglesia y saben de su historia, estarán, creo yo, inmunizados contra una sacudida de terrible sorpresa como la que tuvo Conchita aquella noche del éxtasis. Porque no ignoran que los obispos son pieza clave en la estructura de la Iglesia; pero no ignoran tampoco que, al lado de innumerables pastores que cumplen como buenos (o como muy buenos) con todo lo que deben a Dios y a su pueblo, también se han dado y se darán pastores mercenarios, causa frecuente de las peores tribulaciones que pueden afligir a la grey del Señor.

El 5 de enero de 1971 se hizo pública en Roma una exhortación apostólica dirigida por Pablo VI a todos los obispos, con ocasión de haberse cumplido el quinto aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II. El Papa emplea por lo general un tono fuerte y apremiante, bastante inusitado en él, que demuestra su preocupación porque no todos los obispos están cumpliendo con su deber:

"Numerosos fieles se sienten turbados en su fe por una acumulación de ambigüedades, de incertidumbres y de dudas en cosas que son esenciales... Mientras el silencio va recubriendo poco a poco algunos misterios fundamentales del cristianismo, vemos aparecer una tendencia a construir, partiendo de datos psicológicos y sociológicos, un cristianismo desligado de la tradición ininterrumpida que lo une a la fe de los Apóstoles, y exaltar una vida cristiana privada de elementos religiosos... De entre nosotros mismo –como en tiempos de San Pablo– se levantan hombres que dicen cosas perversas, para arrastrar a los discípulos en su seguimiento (Hechos 20, 30)..."

Es con los obispos con quienes habla el sucesor de San Pedro.

Sustancialmente vinculado a obispos y sacerdotes está el gran misterio de la Eucaristía. ¿Cuál es la situación en torno a ella? El mensaje lo dice bien claro:

hay un progresivo oscurecimiento, una merma creciente de su importancia. Los resultados se adivinan. Porque si la Eucaristía es el misterio de la mejor presencia de Jesús entre nosotros, cuanto más se oscurezca su realidad, cuanto menos cuente en nuestra vida, más lejos nos encontraremos de Él y, por consiguiente, más fríos y más a oscuras.

Que esto estaba ya sucediendo en amplios sectores de la Iglesia, y con tendencia a extenderse por toda ella, no podía saberlo Conchita por medios naturales aquel 18 de junio, pues las crisis de doctrina y de culto en torno al "Mysterium Fidei", que ya habían reventado por algunas partes, aún estaban lejos de dejarse sentir en el seno de la cristiandad española y, menos aún, en aquellos ambientes que la jovencita podía conocer (Por los días en que sonaba el mensaje en las alturas de Garabandal, llegaba yo a una tierra de Francia donde iba inmediatamente a encontrarme con cosas que no hubiera podido sospechar desde España...

Cuando meses más tarde, ya en París, cayó en mis manos aquel mensaje, que se presentaba como dado en las apariciones "du village de Garabandal, en Espagne", quedé sorprendido por lo certeramente que apuntaba, dentro de su sobriedad, a las cuatro cosas que más peligrosamente estaban ya revolucionando a la Iglesia católica:

– La crisis del sacerdocio.

– Las desviaciones doctrinales y prácticas en torno a la Eucaristía.

–La progresiva pérdida de todo enfoque penitencial o ascético de la vida.

– La marginación de Cristo en todo lo que Él pueda ser una exigencia, personal, de paciencia, de sumisión, de sacrificio, de humillaciones.

Aquello entonces no se le podía ocurrir a una muchachuela de España; y menos no teniendo más horizontes que los de su aldea en la Cordillera Cantábrica.)

Meses más tarde, apareció ya la primera llamada de atención, solemne y oficial: fue una encíclica de Pablo VI, "dada en Toma, junto a San Pedro, en la fiesta del Papa San Pío X, 3 de septiembre de 1965, año tercero de nuestro pontificado". En tal encíclica, conocida precisamente por el nombre de "Mysterium Fidei", declara el Papa los motivos que le han llevado a publicarla:

"No faltan, venerables hermanos (habla con los obispos), motivos de grave solicitud y ansiedad, acerca de los cuales la conciencia de nuestro deber apostólico no nos permite callar... Sabemos ciertamente que entre los que hablan y escriben de este Sacrosanto Misterio, hay algunos que divulgan ciertas opiniones acerca de las misas privadas, de la Transustanciación y del culto eucarístico, que turban las almas de los fieles, engendrándoles no poca confusión en verdades de la fe..."

La encíclica no logró atajar sustancialmente el mal. Casi tres años más tarde, el 8 de mayo de 1968, el mismo Pablo VI se vio obligado a explicar así su propósito de asistir al Congreso Eucarístico Internacional que iba a celebrarse en Bogotá (Colombia) por los días de agosto:

"No es la solemnidad exterior lo que nos atrae hacia allí, aunque tenga también ella su altísimo valor... Es la afirmación del Misterio Eucarístico la que allá nos lleva; una afirmación que quiere consolidar fuertemente y expresar de forma inequívoca la fe de toda la iglesia Católica..., una confirmación actual de la doctrina eucarística, frente a la ineptitud, la ambigüedad y los errores de que adolece cierta parte de nuestra generación respecto al Misterio central de nuestros altares."

Lo que era del todo imprevisible en el Garabandal de 1965, está ya a la vista de todos: el despego, cuando no abierto desdén, de muchos sacerdotes hacia las formas de culto que la piedad católica de siglos había ido creando en torno a la Eucaristía; el arrinconamiento de sagrarios o tabernáculos en tantas iglesias; no pocas de éstas, dispuestas, o presentadas, más como centro de reunión que como lugar de encuentro con el Señor Jesús, siempre presente entre nosotros; la supresión de comulgatorios; las comuniones hechas de cualquier modo y, desde luego, sin "acción de gracias"; la desaparición progresiva de las funciones eucarísticas vespertinas, de las adoraciones nocturnas, de las "Cuarenta Horas", de las procesiones del Corpus...

Una anécdota reveladora.

Cierto día de enero de 1968 me encontraba yo en la estación de Sevilla, a la espera del tren de Cádiz a Madrid; paseaba por el andén con un muchacho de vocación tardía, que había empezado sus estudios teológicos en el seminario diocesano... Charlábamos amistosamente y, de entre las cosas que le escuché en aquella charla, se me quedó especialmente grabada ésta:

"El otro día hablaban varios seminaristas sobre las cosas que cada uno pensaba hacer en su iglesia tan pronto como se viera al frente de una parroquia. Uno de ellos, después de decir lo que tenía pensado en cuanto a imágenes, disposición de altares, colocación del ambón, etc., terminó así:

 "Lo que no tengo decidido aún es lo que voy a hacer con el sagrario... Aunque, bueno, quizá cuando nos llegue a nosotros la hora, ya no tengamos problema, por haber desaparecido"."

El hombre se ha equivocado, seguramente; pero ahí queda eso, que algo podrá decirnos sobre si es verdad que "a la Eucaristía cada vez se le da menos importancia".

 

Advertencia de lo que se prepara

 

– Os diré que este mensaje es el último.

– Ya estáis en los últimos avisos.

No sabemos si la primera de estas dos afirmaciones debe entenderse en sentido absoluto o si tiene sólo un alcance relativo.

En caso de entenderse en forma absoluta, quiere decir taxativamente que no habrá más "comunicados" del cielo antes de que suene la gran hora; estamos ya suficientemente advertidos. Y entonces habría que dar por no auténticos los muchos mensajes que vienen proliferando estos últimos años a través de no pocos lugares de "apariciones" y de numerosas "videntes" de todo tipo.

Pero si tal afirmación debe entenderse en sentido relativo, con relación a Garabandal, entonces se nos advierte tan sólo que allí ya no cabe esperar más mensajes.

Lo mismo puede decirse a propósito de la segunda afirmación, la de que ya estamos "en los últimos avisos"...

¿Cuál de las dos interpretaciones es la acertada?

Sinceramente, no lo sé.

Lo que sí me parece bien claro es que en Garabandal se nos ha advertido de forma inequívoca sobre la inminencia de unas "horas" muy graves, decisivas, que yo no dudaría en calificar de "escatológicas"... como no hagamos caso de esta postrera advertencia-amonestación, en orden a cambiar, vendrá inexorablemente sobre la humanidad un tremendo despliegue justiciero de Dios. El desenfreno moral y la apostasía han alcanzado ya verdaderas situaciones-límite.

 

Exhortación a buscar remedio por la enmienda

 

–Debéis evitar la ira de Dios sobre vosotros con vuestros esfuerzos.

– Es preciso que os enmendéis.

– Habéis de sacrificaros más.

– Pensad en la Pasión de Jesús.

Provocamos la ira de Dios sobre nosotros con nuestras rebeldías, con nuestros desórdenes, con nuestros extravíos. Todo el mal está en que nos empeñamos en seguir nuestros caminos, en vez de buscar los caminos de Dios.

Nuestros caminos resultan muy fáciles, basta con dejarse llevar...; pero son caminos de pecado, de pecados (que no sólo existe ese "pecado del mundo" que tanto jalean ciertos nuevos textos), y no llevan más que al desastre. En cambio, los caminos de Dios, ¡qué difíciles nos resultan a veces! Son caminos de acierto y salvación; pero sólo pueden recorrerse con esfuerzo y sacrificio: dos cosas que no gustan nada a nuestra viciada naturaleza...

Que el mundo –los hombres carnales– esté por la molicie, y no por la milicia, por el disfrute y no por el servicio, por la comodidad y no por el esfuerzo, por el buen vivir y no por el vivir bien... tiene su explicación. Pero que esto mismo esté ya ocurriendo ampliamente en la Iglesia resulta de una gravedad mortal.

Nubes de pseudoprofetas, que hablan mucho de renovación y "encarnación", están empeñados en descalificar el sentido ascético y penitencial de la vida, como si no fuera de signo evangélico, sino despreciable residuo de una ñoña y equivocada espiritualidad monástica, que hoy ya no merece ninguna atención. ¿Sacrificarse? ¿Negarse? ¿Renunciar? ¡Qué cosa más absurda! Ni clérigos ni laicos quieren ya saber nada de eso: la antiascética está a la orden del día.

¿Para quién diría Jesús aquello de "negarse a sí mismo y tomar la cruz de cada jornada? Desde luego, no para los que sólo le recuerdan o invocan para hablar de liberaciones, promociones y desarrollo...

Así se explican muchas cosas. ¿Cómo pueden aceptar ésos un mensaje como el del 18 de junio, si viene a insistir sobre exigencias que ellos tratan a toda costa de arrinconar?

– Debéis sacrificaros más...

– Pensad en la Pasión de Jesús...

¡La Pasión de Jesús! No es ahí donde Él interesa.

El ya sólo es interesante cuando habla de ciertas cosas, más a gusto del "hombre de hoy".

Él ya sólo puede "contar" en aquellos de sus dichos o hechos que parezcan estar incondicionalmente por la libertad y por la vida..., que no es precisamente lo que primero se ve en su "hacerse obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz!" (¡Cuánto darían algunos por borrar una de las principales declaraciones del Evangelio: "Meteos por la puerta estrecha; porque ancha es la entrada y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que van por ahí; pero ¡qué estrecha es la entrada y qué angosto el camino que lleva a la Vida: así son tan pocos los que llegan a ella"! (Mt 7, 13-14).)

 

Reacciones ante el 18 de junio

 

Los muchos que habían acudido desde lejos a Garabandal, marcharon del pueblo, por lo general, bastante consolados y animados. Habían asistido a una nueva manifestación del cielo: una prueba más de que no estamos solos en las dificultades de nuestro mundo y nuestra hora. La mayor parte de ellos hubieran suscrito plenamente las líneas finales que J.S. puso en su reportaje para "Le Monde et la Vie":

"Hacia las cuatro de la tarde del día 19, bien fatigados, pero asimismo colmados, dejábamos el pueblo, camino de Santander."

Entre los del pueblo y la gente de los pueblos próximos, parece que no fue tan unánime ni tan positiva la reacción; hubo de todo.

La situación queda reflejada en varios pequeños episodios.

El P. Laffineur, que, tal vez forzosamente, se había mantenido en un discreto apartamiento durante aquellas intensas jornadas, al fin, con la marcha masiva de los llegados, pudo moverse por el pueblo con toda holgura. No tardó en encontrar al albañil Pepe Díez, testigo tan de primera línea para muchas cosas:

–¿Qué tal, Pepe? ¿Qué dice ahora el pueblo?

– Esta vez, la cosa está hecha. Me parece que todos creen de nuevo.

Pero el entusiasmo no era tan general. O, al menos, había cualificadas excepciones.

La señora del doctor Ortiz, Paquina de la Roza Velarde, y su hermana Eloísa aprovecharon su estancia en el pueblo para entrevistarse varias veces con Pilar, la madre de Mari Cruz. El día 17, víspera del acontecimiento, la encontraron desasosegada:

"Miren –les decía, casi lloriqueando–, ahora somos despreciados por todos... Por ahí andan unas hojas en que dicen que nosotros éramos los que menos íbamos a la iglesia... Que digan de mí, no me importa; pero que digan de Mari Cruz... y de su padre."

El día siguiente, por la tarde, en medio de la expectación de todos por lo que fuera a ocurrir, la pobre mujer parecía más tranquila y hasta contenta.

Pero cuando las dos señoras de Santander fueron a despedirse, la tarde del domingo, día 20, la encontraron de muy diverso talante.

Estaba escribiendo y, al verlas, recogió apresuradamente los papeles.

– Yo no escribo a nadie; únicamente a mi hermana.

– Pues, siga, por favor, no queremos interrumpirle.

– No, no me interrumpen. Pasen... Hoy le he dado una paliza a Mari Cruz. La he reñido muchísimo. Porque es tonta. Porque en vez de dar explicaciones cuando le dicen algo, se calla...

Bueno, y cambiando de conversación:

¡Vaya tontería que hizo Conchita anteayer! Eso lo hago yo cuando quiera... Nada, todo es mentira. Lo que debía hacer yo es ir donde el señor Obispo a contarle todo. (No tardó Pilar en tener ocasión de ir a contarle al obispo...

Cuando días más tarde, el 24 de junio, el P. Laffineur y sus acompañantes se detuvieron en Santander para presentar sus respetos al obispo y pasar por la Comisión, supieron que también Mari Cruz y su madre andaban por allí, y que se habían entrevistado largamente con el canónigo Odriozola. Este las llevó donde le señor obispo... y en su presencia, como demostración palpable de que todo en Garabandal había sido falso, Mari Cruz se puso a hacer un "éxtasis". La cosa debió de resultar tan emocionante que antes de un minuto, el señor obispo cortó el "trance" diciendo con disgusto: "Bien, ya es suficiente.")

– Nos parece muy bien. A él es a quien se le deben decir las cosas, no a los demás.

–¡Ya hubiera ido yo, si tuviese coche a la puerta, gente gorda en mi casa y grandes fincas que vender! Entonces, sí, entonces ya tendría con qué viajar.

– Si es por eso, mi coche está a su disposición: yo la llevo hasta el señor Obispo. O, si prefiere, ahí está Plácido, que seguramente la llevaría también.

–Miren, ése es la única buena persona que sube por aquí. Y les voy a decir una cosa (con la mayor excitación): que si no vinieran ustedes, ni nadie, esto se habría ya acabado.

–Nosotras no hemos intervenido en esto para nada. Venimos a rezar... y si hemos hablado con las niñas, nos hemos contentado con lo que ellas han querido decirnos...

–Entiéndanme. Es que si ustedes no subieran, ella no tendría por qué hacer esas cosas, y ya se habría acabado todo. Porque ustedes, de una cosa que no es, quieren hacer que sea... Mi hija es sincera y dice la verdad.

–Bueno, Pilar: cuando empezó, aquí nadie subía, ni sabíamos siquiera que existiese el pueblo. Entonces, ¿por qué inventaron esto?, ¿para engañar a quién?

– ¡Ah! Yo no sé. Pero al principio mi hija también decía la verdad; yo la creía, y también ahora, ¡porque es sincera!

–Al principio, Mari Cruz decía la verdad y ahora también, porque "es sincera". Al principio decía que veía, ahora dice que nunca ha visto... ¿Dónde está la verdad?

–No lo sé. Pero mi hija es sincera; antes y ahora...Únicamente, si viniese el milagro...

Muchas y muy sabrosas consideraciones se me ocurren ante semejante diálogo; pero creo que no dejarán de ocurrírsele a cualquier lector. Sigamos.

Donde más cuajó la reacción de alborotada repulsa para lo del 18 de junio fue en un sector del clero de la zona.

Escribió el P. Laffineur en el capítulo 33 de "L'Etoile dans la Montagne":

"Al anochecer del día 18, fui invitado a una reunión que iba a tenerse en Puente Nansa al día siguiente. Un ingeniero, que se presentaba como miembro de la Comisión de Santander, deseaba tener aquel encuentro, en el que tomaríamos parte: él, los sacerdotes del sector y yo mismo. Hablé con don Valentín Marichalar, confidencialmente, sobre el asunto... y él acabó oponiéndose del todo a mi asistencia.

Quizá haya yo perdido así una ocasión preciosa para quedar bien informado. El ingeniero de referencia y su grupo de asistentes, con los que había yo de encontrarme, eran adversarios declarados de las apariciones. No se equivocaban los viejos romanos al decir que "es muy conveniente estar informado por el mismo enemigo".·

¿Cuál fue el resultado de aquella reunión de Puente Nansa?

Según el citado escritor, los reunidos convinieron primero en que lo del mensaje –"muchos sacerdotes van camino de perdición..."– iba por ellos; después, ya extendieron la cosa, afirmando con excitación que aquello iba por todos los sacerdotes; y finalmente se fueron a Santander, a presentar su más enérgica protesta en el obispado (1 c., pág 75).

De verdad, no comprendo esa tan nerviosa reacción por parte de aquellos sacerdotes. A no ser que algo, en su caso, les convenciera de que el mensaje tenía demasiada razón.

 

El cuarto "no" del obispado

 

Quizá aquella reacción, apasionadamente hostil, de un grupo de curas, pesara no poco para que la Comisión de Santander se decidiese a publicar una nueva nota sobre las cosas de Garabandal. Monseñor Eugenio Beitia Aldazábal, que ya había dejado de ser obispo titular de la diócesis, pero que continuaba al frente de ella como administrador apostólico, prestigió dicha nota con su autoridad y su firma, aunque no faltan motivos para dudar de que él, íntimamente, estuviese en pleno acuerdo con lo que oficialmente se declaraba.

La nota está fechada el día 8 de julio, y se insertó en el "Boletín Oficial del Obispado" correspondiente a dicho mes, páginas 180-182:

"Escribimos esta nota por imperativos de nuestro deber pastoral...

El obispado de Santander ha recogido amplísima documentación, durante estos años, de todo cuanto allí ha acontecido. No ha cerrado su "carpeta" en este asunto. recibirá siempre agradecido todos los elementos de juicio que se le remitan. Han sido tres las notas oficiales que hasta el momento han aparecido, tratando de orientar el juicio de los fieles. Esta nota será la cuarta. Y su conclusión, la misma que la de las precedentes. La Comisión que entiende en la calificación de los hechos no ha encontrado razones para modificar el juicio ya emitido, opinando que no consta de la sobrenaturalidad de los fenómenos, que ha examinado cuidadosamente..."

Como ilustración de eso de la "amplísima documentación" recogida y del "examen cuidadoso" hecho, traigamos aquí una cita –hasta ahora, nunca desmentida– del P. Laffineur en "L'Etoile dans la Montagne", página 78:

"Se cumplía por entonces el cuarto aniversario de las apariciones. En efecto, cuatro años antes, el 18 de junio de 1961, todo había comenzado...

Y en cuatro largos años, la Comisión no había tenido aún tiempo de hacer comparecer ante ella, en debida forma, ni a las videntes, ni a sus familiares, ni al mismo cura de la parroquia (ni –añadimos nosotros– a ninguno de los testigos, por cualificados que fuesen, que se hubieran mostrado favorables a la sobrenaturalidad de los fenómenos). ¡Inconcebible!, dirán todos aquéllos que conocen la historia de Lourdes, de Fátima o de Beauraing. Sí, inconcebible; pero verdadero, más que verdadero, por desgracia.

La Comisión se venía contentando con enviar tales o cuales emisarios, a algunos de los cuales nosotros conocemos, y sabemos todo el mal que han hecho en esta pobre aldea, abandona a sí misma en medio de acontecimientos que la desbordaban totalmente."

El P. Laffineur y sus acompañantes franceses tuvieron buena ocasión de ver cómo se llevaba el trabajo en la Comisión de Santander, por su experiencia personal en la mañana del día 24 de junio, siete días más tarde del mensaje, en su viaje de regreso de Garabandal...

Quien desee pormenores sabrosos e insospechados, lea el capítulo 34 de "L'Etoile dans la Montagne"

(El 1 de mayo de 1969, el P. Laffineur daba una conferencia en Lisieux (Francia) y en ella volvía sobre su encuentro, en este 24 de junio, con quien hacía de secretario, abogado, asesor y todo lo demás en la comisión:

"Todas mis respuestas eran interpretadas de antemano, dándoles un sentido que no podía ser más que desfavorable a Garabandal... Y escuchad bien esto: cuando hube terminado mis declaraciones (¡que tuvieron lugar en un restaurante!, lo que es un último escándalo en materia canónica!)

 se me dijo:

Firmad. Contesté: Yo no firmo eso.

Pero entonces vi lo que nadie de ustedes podría imaginar:

él, con su estilográfica, al pie de lo que había escrito, puso mi nombre y apellido en letras capitales, y se quedó tan tranquilo...

¿Cómo se llama esto en Derecho?

Cuando unos amigos míos de Alemania pasaron, algún tiempo después, por Santander, se les aseguró

que yo había depuesto ante la comisión contra Garabandal, y que la deposición estaba firmada por mí.")

Pero volvamos nosotros a la nota.

De ella nos interesa especialmente –el resto está hecho de consideraciones y normas ya repetidas lo que tiene de nuevo en la presentación oficial del asunto:

"Hacemos, sin embargo, constar, que no hemos encontrado materia de censura eclesiástica condenatoria, ni en la doctrina, ni en las recomendaciones espirituales que se han divulgado en esta ocasión como dirigidas a los fieles cristianos, ya que contienen una exhortación a la oración y al sacrificio, a la devoción eucarística, al culto de Nuestra Señora en formas tradicionalmente laudables y al santo temor de Dios, ofendido por nuestros pecados. Repiten simplemente la doctrina corriente de la Iglesia en esta materia.

Admitimos la buena fe y el fervor religioso de las personas que acuden a San Sebastián de Garabandal, que merecen el más profundo respeto, y queremos apoyarnos precisamente en este mismo fervor religioso para que, confiando plenamente en la Iglesia jerárquica y en su magisterio, cumplan con la mayor exactitud nuestras recomendaciones reiteradamente publicadas."

Por las fechas en que se elaboraba esta cuarta nota –segunda y última de monseñor Beitia–, las perplejidades de éste debieron de aumentar ante el cambio operado en el reverendo don Luis López Retenaga.

Dicho sacerdote guipuzcoano, que tantas veces ha salido ya en nuestra historia, venía siendo ante el obispo de Santander, desde finales de 1962, el más convencido y calificado defensor de la autenticidad de las cosas que ocurrían en Garabandal. Pero, de pronto, inexplicablemente –o tal vez demasiado explicablemente, según piensan algunos–, él dio una vuelta entera, cambiando su entusiasta defensa, no sólo por las dudas, sino por una abierta opinión de que todo "aquello" bien podía considerarse como fruto de intervención diabólica... Algo de lo ocurrido al reverendo don Luis puede verse en el capítulo 33 de "L'Etoile dans la Montagne":

"Un sacerdote deja de creer en Garabandal" (no se da su nombre).

Desconcertante. Pero no demasiado. Garabandal seguía siendo, cada vez más intensamente, un "signo de contradicción". Pero, ¿no fue precisamente esto lo que se profetizó a propósito del mismo Jesús?

Siempre, aquí en la tierra, entre luces y sombras.

¡Está arreglado quien pretenda para las cosas de Dios la claridad meridiana del "como dos y dos son cuatro", que tanto nos gusta en las de los hombres!

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A. M. D. G.