Las Apariciones de la Santísima Virgen María en San Sebastián de Garabandal

Mensajes de la Santísima Virgen María
en San Sebastián de Garabandal.

 

Los principales mensajes son dos. Además de éstos, hay otros dos mensajes que se dieron con motivo de  la visión del Castigo, que revelan la preocupación de la Santísima Virgen por la Humanidad .

 

Primero y Segundo Mensajes de
 Nuestra Señora del Carmen de Garabandal.

 

Por la importancia de estos mensajes, he aquí los dos principales mensajes de la Santísima Virgen del Carmen de Garabandal junto con otros dos que Ella dio con motivo de la Visión del Castigo. A continuación se relata cuando y cómo se dieron y las circunstancias que los acompañaron.

 

Primer Mensaje.

18 de Octubre de 1961.

Hay que hacer muchos sacrificios, mucha penitencia. Tenemos que visitar al Santísimo con frecuencia. Pero antes tenemos que ser buenos. Y si no lo hacemos nos vendrá un castigo. Ya se está llenando la copa y, si no cambiamos, nos vendrá un castigo muy grande.

La Virgen quiere que lo hagamos para que Dios no nos castigue.

 

 

Segundo Mensaje.

18 de Junio de 1965.

El mensaje que la Santísima Virgen ha dado al mundo por la intercesión de San Miguel. El Ángel ha dicho:

Como no se ha cumplido y no se ha dado mucho a conocer mi mensaje del 18 de Octubre, os diré que este es el último.

Antes la copa se estaba llenando, ahora está rebosando.

Los Sacerdotes, Obispos y Cardenales van muchos por el camino de la perdición y con ellos llevan a muchas mas almas.

La Eucaristía cada vez se le da menos importancia.

Debéis evitar la ira del Buen Dios sobre vosotros con vuestros esfuerzos.

Si le pedís perdón con alma sincera El os perdonará. Yo, vuestra Madre, por intercesión del Angel San Miguel, os quiero decir que os enmendéis.

 Ya estáis en los últimos avisos. Os quiero mucho y no quiero vuestra condenación. Pedidnos sinceramente y nosotros os lo daremos. Debéis sacrificaros mas, pensad en la Pasión de Jesús.

 

Dos mensajes de Nuestra Señora del Carmen
con motivo de la visión del Castigo.

 

19 de Junio de 1962.

La Virgen nos ha dicho: 

Que no esperamos el Castigo, pero sin esperarlo vendrá; porque el mundo no ha cambiado, y ya lo ha dicho con ésta dos veces y no la atendemos, porque el mundo está peor; y hay que cambiar mucho, y no ha cambiado nada.

Preparaos, confesar, que el Castigo pronto vendrá y el mundo sigue igual. Lo digo: que el mundo sigue igual. ¡Qué pena que no cambie! Pronto vendrá el Castigo muy grande, si no cambia.

María Dolores Mazón.
Jacinta González.

 

 

23 de Junio de 1962.

La Virgen nos ha dicho:

Que el mundo sigue igual, que no se ha cambiado nada; que pocos verían a Dios; son tan pocos, que a la Virgen le da mucha pena. ¡Qué pena que no cambie!

La Virgen nos ha dicho que está llegando el Castigo. Como el mundo no cambia, la copa se está llenando. ¡Qué triste estaba la Virgen!, aunque a nosotros no nos lo dé a ver, porque la Virgen nos quiere tanto. Ella lo sufre sola, porque ¡es tan buena!. ¡Sed buenos todos, para que la Virgen se ponga contenta!

Nos ha dicho que pidamos los que somos buenos por los que son malos. Sí, pidamos a Dios por el mundo, por los que no le conocen.

Sed buenos, muy buenos todos.

María Dolores Mazón, 13 años.
Jacinta González, 13 años.

 

 

El día del Primer Mensaje.

 

 Marichu Herrero tiene de este día recuerdos inolvidables que ella vivió personalmente.

Dice Marichu:

El 18 de octubre de 1961 amaneció lloviendo a cántaros en toda la provincia de Santander. Nosotros salimos a buena hora de la capital de la Montaña, y ya en el alto de Carmona, pequeño puerto de unos seiscientos metros de altura, tuvimos que ponernos en caravana, una larguísima caravana de coches, que nos precedían, y que sin duda iban, como nosotros, hacia San Sebastián de Garabandal.

La lluvia, que no paraba, había convertido todo el camino de subida a Garabandal en un lodazal. Sosteniendo en una mano el paraguas y manteniendo libre la otra para los resbalones, emprendimos la marcha a pie. Había trayectos en que lograbas dar un paso, y luego, por el suelo resbaladizo, retrocedías, a lo mejor, dos.

Recuerdo aquella ascensión como un verdadero camino del Calvario, buen símbolo del sacrificio y la penitencia que se nos iban a pedir a todos con el mensaje. ¡Más de tres horas duró nuestra penosísima marcha, a pesar de que la quisimos acortar tomando un atajo, que luego nos resultó bastante más duro que el acostumbrado camino!.

Llegamos hacia la una y media de la tarde. La muchedumbre lo invadía todo en espera del "acontecimiento". Porque yo creo que todos esperábamos no sé qué, algo verdaderamente extraordinario; confieso que yo también lo esperaba, a pesar de que pocos días antes me habían advertido Loli y Jacinta, que no había qué esperar "milagro" alguno, porque a ellas lo único que les había dicho la Virgen era que tenían que hacer público el mensaje, según tantas veces habían anunciado.

Al ver cómo esta todo, me lamenté de no haber ido a misa antes de salir de Santander. Entonces alguien me dijo: "Vete a la iglesia, que están celebrando misas, casi sin interrupción, desde esta madrugada". Corrí, bueno, quise correr, pues era tal la aglomeración, que con dificultad pude ir abriéndome paso hasta la iglesia.

Efectivamente, se estaba celebrando una misa, era la última, pues se acababa el tiempo hábil; me quedé asombrada de la cantidad de religiosos y sacerdotes que había allí. Me alegré de no quedarme sin misa, pues aunque no era día de precepto, tenía algo de distinguido, por celebrarse la fiesta de San Lucas, el evangelista que más nos ha hablado de la Virgen.

Al llegar al pueblo y junto a la casa de Ceferino, desde debajo del paraguas levanté los ojos y percibí a Loli detrás de su ventana, en la planta de arriba. Nos miraba a todos con esa su mirada, tan transparente, tan pura, y parecía no admirarse mucho de las multitudes que no cesaban de llegar.

Poco después me encontré con Elena García Conde, de Oviedo, que me dijo: Estoy impresionada. Hablé antes con Loli y ella, de pronto, exclamó: "¡Ay!, Si supieran quién está hoy aquí, entre ellos". ¡Lo ha dicho de una manera impresionante!. Por favor, Marichu, pregúntale tú, a ver de quién habla.

Divisé a don Valentín el párroco; iba de un lado para otro, ajetreadísimo, nervioso. En una de sus pasadas, me acerqué a él, y después de los saludos, se desahogó en seguida: ¡Dios mío! No sé lo que va a pasar aquí. Estoy verdaderamente asustado de toda esta multitud. ¡Y que no les va a gustar el mensaje!".

-- ¡Ah! Pero ¿usted ya conoce el mensaje?.

-- Sí, desde ayer por la tarde, que me lo dio Conchita.

-- ¿Y qué dice?.

-- Hay que aguardar. Tienen que leerlo ellas esta tarde. Pero no sé, a mí me parece, no sé, me parece como pueril, como de niño pequeño. Estoy muy preocupado, por la gente, que no sé qué espera.

Aproveché la ocasión para preguntarle lo de Loli. ¿A quién podría referirse la niña con esas enigmáticas palabras?.

Se quedó desconcertado de momento; guardó silencio unos instantes, como pensando, y luego me dijo: No sé; pero bien pudiera tratarse de San José, como hoy es miércoles. Entonces fui yo la desconcertada, pues no sé por qué había pensado que la persona misteriosa de que hablaba Loli bien podía ser el P. Pío de Pietrelcina, el conocidísimo y veneradísimo capuchino de las llagas.

También San José está presente como Patrono y protector de la Iglesia universal a quién la Iglesia le reza:

A vos, bienaventurado San José, acudimos en nuestra tribulación, y después de implorar el auxilio de vuestra Santísima Esposa, solicitamos también confiadamente vuestro patrocinio. Volved benigno los ojos a la herencia que con su sangre adquirió Jesucristo. Apartad de nosotros toda mancha de error y de corrupción. Asistidnos propicio desde el Cielo, fortísimo libertador nuestro, en esta lucha con el poder de las tinieblas. Y como en otro tiempo librasteis al Niño Jesús del inminente peligro de la vida, así ahora defended a la Santa Iglesia de Dios de las asechanzas de sus enemigos y de toda adversidad.

El tiempo seguía empeorando, y la gente se cobijaba como podía en las casas y bajo los soportales. Hay que reconocer que los vecinos del pueblo se portaron con la gente lo mejor que pudieron. Y tuvieron que ejercitar no poco la caridad y la paciencia, pues la multitud, que todo lo inundaba, les estropeó sus sembrados, les machacó mucha hierba. A pesar de las considerables pérdidas que todo esto suponía, no oí quejarse a nadie, ni promover alborotos. ¡Podíamos aprender!.

El cielo parecía ensañarse con nosotros. A la lluvia, constante y fuerte, empezó a unirse un frío horrible, que culminó en una granizada y que hacia las cinco o seis de la tarde se convirtió en agua-nieve.

Aunque encontré refugio en una casa, donde me dieron de comer, no podía sustraerme al ambiente de las calles y callejas, animadísimas, en las que podían oírse diversos idiomas, aunque predominando, naturalmente, el español.

El comportamiento del público no era uniforme. Había bastantes mujeres que se portaban mal: bebían, estaban disipadas, sin espíritu de oración y algunas hasta se reían de lo que pudiese suceder, quitándole importancia o atribuyéndolo al demonio. Los hombres, en general, mostraban mayor respeto; y también los jóvenes, que se encontraban allí en gran número.

Era fácil comprobar que quienes habían subido con buena fe, estaban contentos, animados, con las mejores esperanzas; rezaban, y no se cuidaban mucho de las inclemencias del tiempo. Y, probablemente, muchos de ellos ni siquiera habían comido.

Ante cada una de las casas de las niñas videntes estaban apostadas parejas de la Guardia Civil a caballo, impidiendo la entrada de los innumerables curiosos que buscaban a toda costa conocer, hablar y besar a las niñas, verdaderas protagonistas de aquella concentración a escala internacional. En la única casa en que yo logré entrar fue en la de Jacinta, cuya madre, María, me apreciaba, y fue conmigo de una gentileza que nunca podré olvidar.

Conchita, al hablar en su diario de la aparición del día 4 de julio, tercera aparición de la Virgen, escribe:

La Virgen, siempre sonriendo, lo primero que nos dijo fue: "¿Sabéis lo que quería decir el letrero que traía el ángel debajo?", y nosotros exclamamos a la vez: "¡No, no lo sabemos!" Y dice Ella: "Quería decir un mensaje, que os lo voy a decir, para que el 18 de octubre lo digáis vosotras al público", y nos lo dijo. Es lo siguiente...

Luego nos explicó qué quería decir el mensaje y cómo lo teníamos que decir nosotras en el portal de la iglesia y que se lo dijéramos a don Valentín, para que lo dijese él en los Pinos a las diez y media de la noche.

Oscureció muy pronto; no sólo porque a mediados de octubre los días son ya notablemente cortos, sino también porque el cielo estaba del todo encapotado. A eso de las ocho, don Valentín ya no fue capaz de resistir más a las presiones de los comisionados y fue en busca de las niñas, para hacer las cosas, no según las instrucciones que ellas habían recibido, sino a tenor de lo que ellos acababan de acordar. Se suprimiría lo del portal de la iglesia y todo se haría rápidamente en los Pinos.

La voz corrió en seguida por todos los grupos: "¡A los Pinos!, ¡A los Pinos!", y hacia allá empezó a moverse la masa, bastantes estaban ya allí, bajo el terrible aguacero.

Marchábamos a trompicones en la oscuridad, chapoteando en una especie de riada de lodo, piedras y palos que bajaba de la vertiente de los Pinos; nos caíamos, rodábamos a veces, gateábamos echando mano a las piedras grandes del suelo o a las zarzas de las orillas. Y a pesar de tantas caídas y trompicones, no supe de nadie que se rompiera un hueso o se lastimara en lo más mínimo. ¿No le parece asombroso?.

Debo confesar que yo acabé la subida de bastante mal humor. Entre el miedo que me causan las multitudes desordenadas, la lata que me dieron a lo largo del trayecto, preguntando y preguntando sin cesar, y la contrariedad de no encontrar allí un puesto a gusto, me fui enervando notablemente. Por fin, me situé arriba de los Pinos, como a unos setenta metros de ellos, en la pendiente de la derecha; la multitud me impedía acercarme más. No se veía del todo mal, porque había muchas linternas encendidas.

Al cabo de un rato, de improviso, entre una multitud que las envolvía, y protegidas por varias parejas de guardias a caballo, aparecieron a cierta distancia las cuatro frágiles siluetas de las niñas. Cuando ya estuvieron arriba, el agua-nieve que nos calaba y casi cegaba, dejó de caer; las nubes negras y bajísimas empezaron a ser barridas por un vendaval, y apareció la luna. Una luz pálida iluminó entonces los Pinos y al grupo de guardias, niñas, sacerdotes, etc., que estaban bajo mi punto de observación. Confieso que aquello me resultó de pronto verdaderamente impresionante.

Las niñas dieron a don Valentín el pobre papel del mensaje, estaba firmado por las cuatro: Debajo del nombre, cada una había puesto su edad: Conchita González, doce años. María Dolores Mazón, doce años. Jacinta González, doce años. Mari Cruz González, once años, porque según las instrucciones de la Virgen, él debía ser quien lo proclamara en los Pinos.

Pero don Valentín, dice Conchita en su diario, lo "leyó para él solo, y después que lo leyó, nos le dio a nosotras, para leerle; y le leímos las cuatro juntas".

Yo distinguí claramente  la voz infantil de Conchita leyendo el mensaje. Después, porque a las niñas no se les había oído bien, repitieron la lectura en voz alta dos hombres.

Primer Mensaje

18 de Octubre de 1961.

 

 

Hay que hacer muchos sacrificios, mucha penitencia. Tenemos que visitar al Santísimo con frecuencia. Pero antes tenemos que ser buenos. Y si no lo hacemos nos vendrá un castigo.

Ya se está llenando la copa y si no cambiamos, nos vendrá un castigo muy grande. La Virgen quiere que lo hagamos para que Dios no nos castigue.

 

 

Durante las explicaciones del mensaje que la Virgen les fue dando a las niñas, se les mostró una gran copa, dentro de la cual caían espesas gotas de tonalidad oscura, como de sangre. Las gotas de sangre significan los pecados, las ofensas a Dios y el sufrimiento de Dios por los pecados. Por ello la Virgen pide Oración, Penitencia y Reparación. Cuando la Virgen hablaba de la copa y del castigo, se oscurecía su semblante y se apagaba notablemente su voz.

Cuando acabó la lectura del Mensaje en los Pinos, mis amigas se empeñaron en volver en seguida y de prisa a Santander, sin detenernos más en el pueblo y así me perdí algo que por lo visto fue maravilloso: cuando las niñas bajaban de los Pinos, con la Guardia Civil, y la multitud asediándolas, al llegar al "cuadro", entraron súbitamente en éxtasis; dándose la vuelta, empezaron a mirar hacia los Pinos, pues su visión venía de allí, y andando hacia atrás bajaron al pueblo. Creo que todo acabó ante las puertas de la iglesia; y me han dicho que fue de verdad maravilloso.

Yo bajé con la multitud, y como muchos, en parte descontenta y en parte impresionada. Ya no se oía, como a la subida, a grupos que rezaban el rosario o cantaban himnos.

Por debajo del pueblo es cuando empecé a sentir más miedo; la avalancha de gente bajaba con prisas, a toda velocidad, resbalando por el barro y empujando. Para que no faltara nada, se desencadenó una tormenta como no he visto. Los truenos retumbaban atronadores por aquellos valles, y los rayos caían sin cesar, cegándonos de luz. ¡Cuánto invoqué a San Miguel!.

Como me resbalaba y perdía el equilibrio, y temía que la gente acabara pisoteándome, me senté en el suelo, a un lado del camino, abrumada por el miedo. Dos hombres, cuyo rostro no pude reconocer por la oscuridad, me tomaron cada cual por un brazo, y así pude llegar hasta Cosío. No sé quiénes serían; pero de todo corazón digo: ¡Que Dios se lo pague!. El último kilómetro tuve que hacerlo descalza sobre aquel lodazal de piedras sueltas; se me rompieron los zapatos y tuve que tirarlos. Sin embargo, crease milagro o no, no sufrí el menor roce en mis pies, se me quedaron tan intactos como si hubiese bajado sobre una alfombra.

Cuando a hora muy avanzada de la noche me encontré al fin en mi cuarto de Santander, lloré desconsolada. Me parecía que Garabandal había terminado para siempre. Yo no podía dudar de la verdad de las apariciones que había presenciado; me hubiese dejado matar por defenderlas. ¿Qué había pasado entonces en aquel decepcionante 18 de octubre?. ¿Es que habíamos defraudado a la Virgen, y ya no volvería?. Me partía el alma este pensamiento, y así fue aquella noche para mí una verdadera "noche oscura", quizás la única en lo que se refiere a Garabandal.

Dos días después, el 20, se le oyó a Jacinta en éxtasis: Ya no nos cree nadie, ¿sabes?... Así que ya puedes hacer un milagro muy grandísimo para que vuelvan muchos a creer..." La respuesta de la Virgen fue sonreír y decirle: "Ya creerán".

Estoy segura de que ese 18 de octubre tiene que estar plagado de anécdotas interesantes y más o menos inexplicables. De una cosa no puedo dudar: que los Ángeles del Señor tuvieron que velar sobre cada uno de nosotros, para que, como dice el salmo, "no tropezarán nuestro pies contra las piedras del camino". Creo que todos volvimos ilesos a casa; yo, por lo menos, no he sabido nunca de ningún accidente. Y esto me parece un grandísimo milagro.

Todo lo de aquel día se me ha quedado profundamente grabado en la memoria, dándome la imagen de un día de ilusión y de penitencia, quizá pálida imagen de lo que pueda ser el día del "Aviso", pues todo en el ambiente parecía estar para probarnos, y realmente fue una jornada de purificación. Nunca cosa alguna me ha dado tanta impresión del temor de Dios como lo sucedido en aquel día.

 

El Arcángel San Miguel, el 18 de Junio de 1962.
Las noches de los gritos.

 

Faltaban tres días para el Corpus y era el primer aniversario de la Aparición de San Miguel.

El Corpus Christi fue el 21 de junio, jueves, y del lunes anterior, día 18, escribió don Valentín:

-- Al anochecer fue Mari Cruz al "Cuadro" y allí se quedó en éxtasis, y después fue por el pueblo. Al poco tiempo salieron Jacinta y Mari Loli. fueron también al "Cuadro" y allí cayeron en éxtasis. Dicen que vieron al ángel.

Dijeron las niñas que más tarde verían a la Virgen.

La reaparición del Arcángel San Miguel traía nuevos avisos para el mundo a fin de que se cumpliesen los mensajes.

Del día siguiente, martes, 19, escribió él párroco:

A las diez y media de la noche estaban Jacinta, Mari Loli y Mari Cruz en el sitio de la calleja llamado el "cuadro".

Antes habían ido Loli y Jacinta, corriendo, y al llegar, quedaron en éxtasis, y dicen que vieron al ángel, y les dijo que volvieran al "Cuadro" a las diez y media; entonces ellas bajaron al pueblo y luego subieron con Mari Cruz.

Las niñas lloraban y decían:

-- ¡No nos digas eso! Llévanos a nosotras... ¡Que se confiesen... que se preparen!.

Después dijeron que lo darían, lo que el ángel les había comunicado, por escrito... Duró cincuenta minutos.

¿Qué hacía entretanto Conchita?. ¿Por qué faltaba en aquel importantísimo éxtasis de "la calleja"?.

Unos apuntes de don Celestino Ortiz nos lo explican:

Me cuenta mi cuñada Eloísa, que al anochecer del 19 de junio se encontraba con otras personas en casa de Conchita. Su madre no la dejaba salir, por tener bastante mala una rodilla. De pronto, la niña se queda en éxtasis, cayendo tan bruscamente de rodillas, que se hizo sangre. Entonces Eloísa le dijo a Aniceta:

-- No adelanta nada con no dejarla salir.

-- Por mí, que salga.

La niña no salió, pero extática como estaba, cogió una cuartilla y sosteniéndola por el borde inferior, ¡en el aire!, empezó a escribir sobre ella con un bolígrafo. Acercando linternas, la gente quería leer lo que escribía, y ella trataba de evitarlo. Alguien dijo:

-- No miréis, que ella no quiere.

Subió entonces a su habitación, cambió de bolígrafo y siguió escribiendo. Cuando aquello había acabado, y ella estaba ya normal, entra Plácido Ruiloba y dice:

-- ¿No han oído los gritos que daban las otras niñas en "la calleja"?.

-- No.

-- ¡Ha sido espantoso!.

Aquella noche, después de los impresionantes gritos de las niñas, de sus lágrimas y de su hablar, quedó grabada de modo muy especial en la mente de todos los presentes. Peor iba a ser la noche del día siguiente.

A buena hora de la mañana llegó el P. Félix Larrazábal, superior de los Franciscanos de San Pantaleón de Aras, Santander, llamado por don Valentín para la fiesta del Corpus.

Casi todo el pueblo estaba a la expectativa de lo que pudiera ocurrir, pues todos estaban muy impresionados con lo de la noche anterior.

¿Qué sucedió para que las niñas dieran aquellos gritos?.

Lo refiere doña Eloísa de la Roza Velarde:

A primera hora de la noche, yo me acerqué a casa de Mari Cruz, a recoger un rosario que le había dejado, y por el camino me enteré de que ya estaban las otras en la Calleja; me volví en seguida a buscar a mi hija, pero no la encontré.

Entonces marché con toda prisa al lugar indicado, y allí estaba ella, con Maximina, en cuya casa nos hospedábamos, y muchas más personas, entre ellas el P. Félix Larrazábal.

Sabemos por don Valentín lo que dijeron las niñas:

Fueron al Cuadro como el día anterior, hacia las 10:30 de la noche; dijeron que habían visto al ángel, quien les dijo que después vendría la Virgen, pero que la gente se mantuviera alejada, que no pasara nadie de la última casa del pueblo.

Así lo hicieron todos; el Padre franciscano quiso llegarse hasta donde estaban las niñas. Ceferino le cortó el paso, diciendo:

-- Aquí somos todos iguales.

Después, a las niñas se les oyó llorar mucho.

Lo que don Valentín refiere de oídas, queda confirmado por la vivencia personal de doña Eloísa de la Roza:

-- Las niñas daban unos gritos impresionantes... y decían: ¡Espera! ¡Espera!... ¡Que se confiesen todos!... ¡Ay!... ¡Ay!...

La gente empezó a pedir y pedirse perdón públicamente. El Padre, muy emocionado, rezaba en alta voz y todos le seguíamos. Cuando cesaba un momento, las niñas, de la manera más angustiosa, volvían a llorar y a gritar, aplacándose de nuevo cuando proseguía el rezo.

Las notas de don Valentín dicen que la impresionante aparición acabó como a las dos de la madrugada. Al volver a la normalidad, dijeron las niñas que ellas se quedaban allí, toda la noche, en oración. Estuvimos rezando con ellas  hasta las seis de la mañana.

A esa hora, el P. Larrazábal se fue para la iglesia, siguiéndole todo el pueblo. Se confesó todo el pueblo; fueron confesiones de una sinceridad y arrepentimiento verdaderamente extraordinarios.

Las niñas vieron las tribulaciones que vienen y el Castigo que vendrá si el mundo no hace caso de los mensajes de la Virgen.

Dice don Valentín, el párroco:

-- Después dijeron que lo darían por escrito.

Los días 19 y 23 de Junio de 1962 se dieron a conocer dos mensajes, en los que la Santísima Virgen sufre por sus hijos porque, si no se cumplen sus mensajes, vendrá un Castigo.

 

 

Dos mensajes de Nuestra Señora del Carmen
con motivo de la visión del Castigo.

 

19 de Junio de 1962.

La Virgen nos ha dicho: 

Que no esperamos el Castigo, pero sin esperarlo vendrá; porque el mundo no ha cambiado, y ya lo ha dicho con ésta dos veces y no la atendemos, porque el mundo está peor; y hay que cambiar mucho, y no ha cambiado nada.

Preparaos, confesar, que el Castigo pronto vendrá y el mundo sigue igual. Lo digo: que el mundo sigue igual. ¡Qué pena que no cambie! Pronto vendrá el Castigo muy grande, si no cambia.

María Dolores Mazón.
Jacinta González.

 

 

23 de Junio de 1962.

La Virgen nos ha dicho:

Que el mundo sigue igual, que no se ha cambiado nada; que pocos verían a Dios; son tan pocos, que a la Virgen le da mucha pena. ¡Qué pena que no cambie!

La Virgen nos ha dicho que está llegando el Castigo. Como el mundo no cambia, la copa se está llenando. ¡Qué triste estaba la Virgen!, aunque a nosotros no nos lo dé a ver, porque la Virgen nos quiere tanto. Ella lo sufre sola, porque ¡es tan buena!. ¡Sed buenos todos, para que la Virgen se ponga contenta!

Nos ha dicho que pidamos los que somos buenos por los que son malos. Sí, pidamos a Dios por el mundo, por los que no le conocen.

Sed buenos, muy buenos todos.

María Dolores Mazón, 13 años.
Jacinta González, 13 años.

 

 

San Miguel Arcángel da a conocer un segundo mensaje de la Virgen.

El 8 de diciembre de 1964, día de la Virgen Inmaculada y fiesta onomástica de Conchita, ésta recibió el singular favor de un nuevo encuentro con la Madre del Cielo.

El 12 de enero de 1965, se lo decía ella escuetamente al P. Laffineur:

-- El día de la Inmaculada, la Virgen me ha felicitado por ser el día de mi santo, y me ha dicho que el 18 de junio próximo veré al ángel San Miguel.

 El 1 de enero de 1965, Conchita tuvo un largo encuentro con la Virgen en el que le habló del Aviso y de la venida del Angel el 18 de Junio.

 

De una carta de Mari Loli del 22 de marzo de 1965.

Para mí buen creyente en Cristo... :

Le doy muchas gracias por su viaje a España y por la visita a este pueblo donde nuestra Santísima Madre se ha aparecido para mostrarnos el cariño que siente hacia el mundo entero. Como madre, nos lo perdona todo si se lo pedimos con fe...

También le digo que, para evitar el castigo, tenemos que hacer muchos sacrificios y penitencia, rezar todos los días el rosario en familia; esto es lo que nos pide nuestra Santísima Madre. También, que nos amenos los unos a los otros, como Nuestro Señor nos ha amado, pues todos somos hermanos.

 

Conchita estuvo siempre segura de lo que le dijo la Virgen y de que el Angel vendría el 18 de Junio de 1965.

Don Valentín, el párroco, le preguntó a Conchita:

-- Pero, ¿estás bien segura?, ¿no será una imaginación tuya?.

-- ¿Usted cree que la Virgen miente?.

-- ¡No, eso no!.

-- Pues a mí me lo ha dicho la Virgen.

Conchita, el día 13 de junio, domingo anterior a la fecha, cogió frío. Amaneció el día 14 con una fuerte afección gripal. Durante tres días estuvo en cama.

El jueves, día 17, era la gran fiesta del Corpus Christi, y Garabandal, como tantos otros pueblos de España, puso en la celebración de la fiesta lo mejor de su piedad y de su entusiasmo.

A lo largo de todo ese festivo día 17 estuvieron llegando forasteros. Lo mismo ocurrió durante el día siguiente, 18, viernes, hasta bien entrada la tarde. Vino mucha gente y también muchos extranjeros. Había también muchos sacerdotes. Estaban allí el NODO, noticiario documental español y la televisión italiana para filmar este acontecimiento; también estaban otros muchos con equipos de filmación o cámaras fotográficas.

El Padre Laffineur dice:

El comportamiento de la gente fue ejemplar, mostrándose piadosa, mesurada, penitente. Comulgaron muchísimos en las tres misas que hubo por la mañana en la iglesia del pueblo.

Don Aniano Fontaneda, de Aguilar de Campoo, Palencia, escribía el 26 de junio al P. Ramón María Andreu:

Estuve el 17 y 18 en Garabandal y vi a sus familiares y gran número de conocidos. Se perdió usted un gran día, pues resultó todo maravilloso.

Aunque don Valentín me dijo que no habría misas en el pueblo, si los sacerdotes no llevaban por escrito permiso para celebrar, el hecho fue que tuvimos varias misas, con más de mil quinientas comuniones; no le digo más que se acabaron las formas por dos veces.

El señor Poch Soler fue el enviado especial del semanario barcelonés "¿Por qué?".

Dice Poch Soler:

Desde Cosío hicimos el viaje a pie, a lo largo de siete kilómetros, siempre cuesta arriba, llegando a Garabandal sobre las dos de la madrugada del día 18.

¡Insólito y espectacular!. El jaleo monumental de albergar a centenares de peregrinos en un pueblín de poco más de cuarenta casas ya había cesado cuando llegamos nosotros; la gente dormía en los quicios de las puertas, en los pajares, en las cuadras, en las cocinas, en medio de las calles.

En nuestro deambular nocturno por ellas, tan irregulares y pedregosas, tuvimos que andar con sumo cuidado, sorteando a los muchos que dormían tendidos sobre el suelo, bajo la luz débil de la docena de bombillas que habrá repartidas por el pueblo.

Uno de los dos bares o tabernas que existen en Garabandal permaneció abierto durante toda la noche, aunque su reducida capacidad apenas pudo albergar de doce a quince personas. En él nos acomodamos nosotros para escribir. Al lado teníamos a dos inglesas, que con los codos apoyados sobre la mesa dormían plácidamente.

En el suelo, dos sacerdotes franceses rezaban el rosario en voz baja. Otros tomaban una cerveza y salían luego a tumbarse en plena calle, bajo la luna clara que iluminaba aquella noche de Garabandal.

Conchita infundía a todos los informadores de prensa un respeto profundo. Colegas de París, de Portugal, de Madrid, operadores de NODO, esperábamos impacientes, pero sin enojarnos, el momento de poder hablar con ella.

Su madre Aniceta decía:

-- Tengan ustedes un poco de paciencia. Comprendan que la niña está fatigada; ayer mismo todavía estaba enferma, con cuarenta grados de temperatura. Ella está deseando hablar con todos, abrazar a todo el mundo; soy yo quien no quiere que salga a la calle.

Dice el P. Laffineur:

Conchita salió después bien abrigada. Durante horas, ella se dejó como devorar por la multitud, hasta por las mujeres más indiscretas; sonreía, dedicaba estampas, se dejaba fotografiar, respondía a incesantes preguntas, prometía rogar por las más varias intenciones, trataba de consolar a los más afligidos, abrazaba a los pequeños.

 

El señor Poch Soler entrevista a Conchita:

Por fin, a las dos de la tarde de ese día 18, logramos hablar con Conchita. Confieso que ha sido éste el momento más emocionante de mi vida periodística. Jamás un personaje me había infundido tanto respeto y confianza a la vez.

-- ¿Estás contenta?.

-- Contentísima, señor. Siento una gran alegría.

-- ¿Por qué?.

-- Porque hoy veré al ángel, y esto es maravilloso.

-- ¿Te has fijado en la cantidad de gente que ha acudido a Garabandal?.

-- ¡No dejo de pensar en ellos!.

-- ¿Y qué impresión te produce este enorme gentío?.

-- Mi alegría es difícil reflejarla en palabras. ¡Qué contenta estará la Señora!.

-- ¿Es seguro que hoy verás al ángel?.

-- Segurísimo.

-- ¿A qué hora?.

-- Eso no lo puedo decir, porque no lo sé. Yo no sé la hora pero presiento que será algo tarde.

-- ¿Qué sientes cuando se te aparece la Virgen?.

-- Una emoción muy fuerte, que sube del pecho a la garganta y que se hace luego una luz maravillosa.

-- ¿Qué crees que te dirá el ángel?.

-- Cierto, no lo sé; posiblemente será un mensaje. Pero no sé, ya veremos.

 

En espera de la Aparición de San Miguel.

A partir de las tres de la tarde, la concentración de peregrinos en torno a la casa de Conchita se fue haciendo mayor. La Guardia Civil se encargaba de mantener el orden.

Entre los sacerdotes llegados a Garabandal, estaba el Padre Pel, estigmatizado, a quien llamaban "el P. Pío francés", conocidísimo en Francia por su santidad y dones milagrosos; a sus ochenta y siete años de edad, se movía y hablaba con gran desenvoltura.

Finalmente, ya entrada la noche, salió un sacerdote de la casa de Conchita que dijo a la multitud:

-- De parte de Conchita, que todos se dirijan a la Calleja, a lo que llaman "el Cuadro", porque allí será el éxtasis.

Dice el señor Poch Soler:

El espectáculo resultaba impresionante. El ciego americano, Joey Lomangino, subía cuesta arriba ayudado de sus familiares. Un inválido de ambas piernas me pidió que le diese la mano para poder trepar por aquel pedregoso camino.

El drama humano que conduce a todas estas personas hasta "el Cuadro" nos sobrecoge a todos. Estos seres tienen su vida condicionada por el sufrimiento, y su admirable resignación es el mejor milagro de esta noche en Garabandal.

El Padre Luna escribe:

Después de haberme estado varias horas junto a Conchita, en el momento de subir al "Cuadro" me vi desbordado por la velocidad del gentío, que me llevó en volandas y acabó por tirarme al suelo.

Por encima de mí, con toda mi espalda descansando en tierra, pasaba la gente corriendo hacia arriba. Cuando he aquí que, en la oscuridad de la noche, dos personas me asieron, una de cada mano, y, sin el menor esfuerzo de mi parte, sin notar el peso de mis ochenta kilos, me vi de pie, pudiéndome luego guiar por el muro izquierdo de "la Calleja".

En casa de Conchita:

-- ¿Qué vamos a hacer ahora, Conchita?.

-- Ir al "Cuadro", como los demás.

 

El encuentro con el Arcángel San Miguel.

 

En el "Cuadro", el sosiego se había ido imponiendo a la muchedumbre. Casi todos rezaban en voz alta, formando dos coros, en que se alternaba el español con el francés. Era algo extraordinario aquella noche luminosa, con miles de estrellas centelleantes, aunque sin luna.

De pronto, ante las exclamaciones de algunas personas, todas las demás levantaron la cabeza. Por el Noroeste iba subiendo una estrella, singularmente brillante; describió un amplio círculo bajo la bóveda celeste y volvió a su punto de partida.

Dos minutos más tarde,  aparece otra estrella, que parece estar sobre la vertical de la casa de Conchita; empieza a moverse muy lentamente hacia los Pinos y acaba perdiéndose en la infinita lejanía por encima de éstos.

Dice don Juan Álvarez Seco:

... Esperando a Conchita entre las 23:30 y las 23:45 del citado día 18 de junio. La primera estrella fue vista con mucha intensidad, muy reluciente y de color de oro; salió como del suelo hacia arriba. La otra, de menor intensidad, se movió más horizontalmente.

Poco después llega Conchita.

Sobre las doce menos cuarto de la noche, Conchita, seguida de algunos sacerdotes y varios guardias civiles, sube por "la Calleja", en estado completamente normal. Avanza con la mirada fija. Los "flash" de los fotógrafos empiezan a disparar sobre ella. Un guardia civil le pregunta:

-- ¿Es aquí, Conchita?.

-- No señor, un poco más arriba.

Al llegar al sitio señalado, la joven se desploma de rodillas sobre las afiladas piedras del camino. Ha empezado el éxtasis.

Los ojos de Conchita han quedado fijos en el cielo; sonríe y pronuncia unas palabras en voz muy queda; pero enseguida cambia totalmente de expresión y unas lágrimas ruedan por sus mejillas.

Fotógrafos y operadores de la televisión disparan sus cámaras y sus fogonazos de luz le dan de lleno en los ojos, plenamente abiertos, pero ella ni parpadea ni hace el menor gesto. El éxtasis es absoluto.

18 de Junio de 1965.  Conchita, en medio de la foto y mirando a lo alto, recibe el segundo Mensaje por mediación del Arcángel San Miguel.

 

Dicen los testigos:

-- Conchita hizo la señal de la Cruz sobre sí misma con una piedad y una majestad indecibles; su rostro se transfiguró y resplandecía de luz interior. Un sonreír angelical que en ciertos momentos se cambiaba por un aire de gravedad verdaderamente solemne.

El P. Luna nos dice:

Me encontré, al fin, en alto, a poco más de un par de metros de Conchita, que ya estaba en éxtasis y a quien veía y oía perfectamente.

Me impresionó aquella belleza sobrehumana de su rostro, hablando sin pestañear, entre torrentes de luz que proyectaban focos, cámaras y linternas.

Me sobrecogió verla llorar, como hasta entonces nunca había visto. De sus ojos brotaban lagrimones, que se juntaban en hilillo y, tras llenar la concavidad de su oreja izquierda, caían al suelo.

La oí decir con voz entrecortada:

-- ¡No..., no...! ¡Todavía no!... ¡Perdón, perdón!...

Luego decía, como repitiendo y preguntando:

-- ¿Sacerdotes?... ¿Obispos?... ¿Dos de julio?...

La vi santiguarse con majestuosa lentitud y súbitamente se llevó las dos manos a la cara, tratando de proteger sus ojos de los potentes focos de luz. El éxtasis había terminado.

Algún detalle más:

Conchita permaneció inmóvil como unos doce o trece minutos. De pronto, siempre en éxtasis, se pone de pie y con su mano derecha da a besar el Crucifijo al Ángel; cae nuevamente de rodillas y besa el Crucifijo con una extraordinaria expresión de amor.

Fue en este momento cuando uno de los guardias civiles, con el rostro demudado, se santiguó solemnemente, como diciendo:

-- Yo creo.

Luego, Conchita, sin poder darse cuenta en absoluto de lo que había a su alrededor, sin cambiar para nada la inmovilidad de su rostro ni la fijeza de su mirada, fue dando a besar el crucifijo a tres personas, precisamente tres franceses: un viejo sacerdote que se encontraba a su lado, un padre de familia, residente en España desde hacía tiempo, y un profesor cristiano de Mauleon, bajos Pirineos. Eran el Padre Pel, el señor Mazure y el señor Piqué.

Después de signarse y santiguarse con extraordinaria devoción, Conchita bajó la cabeza y, sonriente, sin muestra de fatiga alguna, se levantó.

El éxtasis había terminado. Todo el mundo quería ver a Conchita de cerca, hacerle preguntas, sobre todo desde el momento en que se dijo que ella había recibido un mensaje.

Don Aniano Fontaneda, dice en su carta al P. Andreu:

El Crucifijo que dio a besar en el éxtasis era el mío, que se lo había dejado cuando me fui de su casa, camino de "el Cuadro".

Al volver, fue dando a besar a todos este crucifijo; y a la puerta de su casa, siguió, hasta que terminaron de besarle; entonces me lo devolvió, y todos venían a pedírmelo, pues querían besarlo.

Para conocer el mensaje, había que esperar a la mañana siguiente.

Al amanecer del sábado, día 19 de junio, Conchita apareció como nueva, sin síntomas de la gripe que había padecido.

Incansablemente, pacientemente, iba atendiendo a todos lo mejor que podía. Unos querían despedirla; otros, que les dedicase fotografías o estampas, o que les besara algún objeto piadoso. Los más iban con preguntas sobre el mensaje.

Hubo misas en la iglesia parroquial. A una de ellas fue Conchita, que estaba en ayunas. Al ir y volver de la iglesia, se vio más asediada que nunca de preguntas. A mediodía se hizo a la puerta de la casa de Aniceta la anhelada proclamación del Mensaje.

Dice el P. Luis Jesús Luna, de Zaragoza.

Conchita me entregó el mensaje por escrito y yo lo leí en alta voz ante el portal de su casa; lo guardo desde entonces como preciosa reliquia.

El Padre Luna leyó primero el texto original español y luego lo dijo en francés. El Padre Marcelino Andréu S.J., misionero en Formosa, lo leyó en inglés.

El Angel dio, el 2 de Julio, una seria advertencia.

Se oyó en el éxtasis del 18 de Junio, la fecha "dos de Julio". En esta fecha, Conchita escribió un breve mensaje del Arcángel San Miguel para el Obispo de Santander que fue llevado personalmente al Obispado por el señor don Francisco Sánchez Ventura, quien lo entregó personalmente al Obispo, monseñor Beitia Aldazábal.

El mensaje es una "muy seria advertencia y aviso" del Arcángel San Miguel para quien trate de negar abiertamente la realidad de las Apariciones de Garabandal.

Conchita dijo que, el día del mensaje del 18 de Junio, el Ángel estaba serio y triste.

La causa es bien evidente en el mensaje:

-- La Copa está rebosando por los pecados y ofensas contra Dios.

Las causas y los remedios nos los dice la Santísima Virgen en el mismo mensaje. Si no se pone remedio a esto, viene el Castigo, que es lo que la Virgen, nuestra Madre, quiere evitar.

 

El Mensaje del Arcángel San Miguel.

18 de Junio de 1965.

 

La Virgen dijo: «Me da mucha pena decíroslo yo, pero os lo tengo que decir para vuestro bien», por esta causa fue el Arcángel San Miguel quien lo dijo, en su nombre, a Conchita.

 

El mensaje que la Santísima Virgen ha dado al mundo por la intercesión de San Miguel. El Angel ha dicho:

Como no se ha cumplido y no se ha dado mucho a conocer mi mensaje del 18 de Octubre, os diré que este es el último.

Antes la copa se estaba llenando, ahora está rebosando.

Los Sacerdotes, Obispos y Cardenales van muchos por el camino de la perdición y con ellos llevan a muchas mas almas.

La Eucaristía cada vez se le da menos importancia.

Debéis evitar la ira del Buen Dios sobre vosotros con vuestros esfuerzos. Si le pedís perdón con alma sincera El os perdonará.

Yo, vuestra Madre, por intercesión del Angel San Miguel, os quiero decir que os enmendéis.

Ya estáis en los últimos avisos.

Os quiero mucho y no quiero vuestra condenación.

Pedidnos sinceramente y nosotros os lo daremos.

Debéis sacrificaros mas, pensad en la Pasión de Jesús.

 

 

Se preguntó a Don Valentín, el párroco, sobre el mensaje:

P: ¿Qué parte del Mensaje le impresionó más?.

Don Valentín: Las niñas, en esas fechas, tenían el concepto de que cada sacerdote era como un santo. Y para las niñas lo que el mensaje decía y lo que yo mismo escuché:

-- Que la Iglesia iba por el camino equivocado, ... los sacerdotes, ... y los obispos, ... y también cardenales...

Para mí, esto fue definitivo, porque con todo el respeto que las niñas tenían por los sacerdotes era imposible que ellas lo pensasen. En otras palabras, ellas creían que un sacerdote no podía pecar.

P: En su opinión, ¿cómo es que muchos cardenales, obispos y sacerdotes, según el mensaje, van por el camino de la perdición?.

Don Valentín: Es muy claro, porque muchos están haciendo las cosas al revés. Hay muchos que niegan la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía, la Virginidad de la Virgen y la Santidad del Papa. Niegan todo esto.

P: ¿Piensa que la profecía de "que muchos cardenales, obispos y sacerdotes van por el camino de la perdición" se ha cumplido?.

Don Valentín: Sí, sí, se ha cumplido al pie de la letra. Era imposible para las niñas conocer eso, porque, en esas fechas, ni siquiera yo sabía que todo ello era así.

P: Las apariciones de Garabandal ¿le ayudaron a ser mejor sacerdote?.

Don Valentín: ¡Ciertamente!.

P: ¿Espera el Aviso y el Milagro?.

Don Valentín: Los espero, porque estas cosas deben tener un final adecuado, esto es, la Virgen no deja las cosas en el aire. Ella hará algo para que todo termine bien. Ella ha de terminar y completar lo que empezó.

 

A. M. D. G.

 


 

Índice de capítulos