Las Apariciones de la Santísima Virgen María en San Sebastián de Garabandal

Capítulo 113

 

Padre Lucio Rodrigo S.J.

Me dijo Ud. que este Rosario está besado por la Santísima Virgen de Garabandal, ¿verdad? ¡Pues pienso en un milagro!.

 

P. Lucio Rodrigo, jesuita, profesor de Teología Moral
en la Universidad Pontificia de Comillas.

 

 

Relato del Padre Lucio Rodrigo S.J. siguiendo las cartas de fecha 18 de enero de 1967, de María Josefa Caballero y de Carmen García Geraldo de Hernández-Pinzón.

El Padre Rodrigo conoce muy bien tanto a María Josefa como a la familia Hernández-Pinzón y afirma que su relato es auténtico.

29 de enero de 1967 .

Dice el P. Rodrigo:

El suceso ocurrió en Sevilla el 17 de enero del año 1967.

Las protagonistas son la enfermera María Josefa Caballero, poseedora de un Rosario regalo de Conchita en Garabandal, y Carmen García Geraldo, señora de Hernández-Pinzón.

Carmen tiene un hijo de 8 años, incurable desde su nacimiento, pero de quien ha dicho Conchita a sus padres en Garabandal que sanará el día del Milagro, según le ha dicho la Virgen.

El domingo 15 de enero, a la 11:30 de la noche, una hermana de la señora Hernández-Pinzón llama por teléfono a la Srta. María Josefa y le dice haber recibido carta de una señora gran amiga y algo pariente, residente en Norteamérica con su marido, médico psiquiatra, ambos españoles, en la que le pide oraciones y algo besado por la Santísima Virgen de Garabandal en la que tanta fe tiene, pues su hijito, único varón, de tres años, padece cáncer en la garganta de pésimo carácter que no se ha podido operar y tratan de reducirlo por el cobalto para ver si así será operable a vida o muerte.

Al no tenerlo ellos, le pide a María Josefa algo besado por la Virgen para mandarlo. María Josefa piensa que sólo tiene un Rosario que la regaló Conchita en una de sus visitas a Garabandal, pero, como es su mayor tesoro, la cuesta desprenderse de él y piensa en separarle una cuenta para mandarla.

 Con este pensamiento sale el 17 por la mañana a Misa y, oída ésta, se va a una joyería a que la separen la cuenta delante de ella.

El joyero, puesto el rosario en el mostrador, le pregunta qué cuenta quiere separar y conviene con María Josefa que la cuenta que está junto al Avemaría, entre ésta y la Cruz, uniendo las cuatro restantes con el Avemaría. Así se disimulaba más la falta.

Separa pues el joyero esa cuenta con la argollita que la unía al Avemaría y el trocito de cadena que la unía a la cuenta siguiente, engarzando el resto de las cuentas con la Cruz al Avemaría. Todo esto se hizo delante de María Josefa y ésta recogió lo separado en una cajita.

A continuación, se va a casa de las amigas y abre la caja para darles la cuenta; entonces la preguntan de dónde la ha quitado y María Josefa coge el Rosario y las dice:

-- De aquí.

Pero ante los ojos de las tres aparece el Rosario íntegro, con las cinco cuentas, como antes, más la cuenta que tenía separada en sus manos la señorita. Cayeron inmediatamente de rodillas y rezaron el Rosario llenas de emoción.

Después, más tranquilas, cuenta la señora de Hernández-Pinzón que ella al recibir la carta de América, sobrecogida por la noticia, pues se quieren mucho las familias, dice, en un arranque de maravilloso heroísmo en una madre, que si la curación de su sobrino americano ha de traer más almas a Dios que la curación de su hijito Ramoncito, que cambia la curación del hijo por la del sobrinillo.

Pero reacciona enseguida:

-- Que va a ser de mi entonces, Madre Mía, ya que la curación de mi hijito es la que me hace más llevadera la cruz. Pero yo no puedo, no quiero, Madre mía, volverme atrás. ¡No quiero!, ¡no quiero!. Pero tu, Madre mía, puedes curar a los dos. ¡Cura a los dos! Y si lo vas a hacer, dame una prueba.

Se pregunta el mismo día 17 en tiendas de Rosarios, a Sacerdotes, etc., si hay rosarios con seis cuentas entre la Cruz y el Avemaría, y todos contestan que no.

El 18 por la mañana se va María Josefa con la señora de Hernández Pinzón al joyero que separó la cuenta, le enseñan el rosario, igualmente completo como anteriormente se decía, y le refieren lo sucedido; y él, muy impresionado al ver el Rosario como le tuvo en la mano antes de quitarle la cuenta, se queda pensando y dice:

-- Me dijo Ud. que este Rosario está besado por la Santísima Virgen de Garabandal, ¿verdad? ¡Pues pienso en un milagro!.

Y les dio testimonio escrito de lo que había hecho en el Rosario delante de María Josefa. La cuenta que quitó estaba allí puesta y sin embargo, a su vez, la tenía María Josefa tal como él la sacó. Esto sirvió de prueba también para la señora de Hernández-Pinzón tal como se lo había pedido a la Santísima Virgen.

Padre Lucio Rodrigo.

 

A. M. D. G.

 


 

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