Las Apariciones de la Santísima Virgen María en San Sebastián de Garabandal

Capítulo 122

 

Don Antonio Dalmiro Atienza Moya.

La medalla emanó un fuerte perfume a rosas

Por el Beso que he dado, mi Hijo hará prodigios.

 

Don Antonio Dalmiro Atienza Moya, notario residente en Buenos Aires, Argentina, cuenta lo que sucedió con una medalla de Nuestra Señora del Carmen de Garabandal que él había solicitado.

Esta medalla de la Virgen de Garabandal tiene en el reverso una pequeña reliquia, un pequeño trozo del misal de María Dolores. Este misal fue besado por Nuestra Señora en el transcurso de un éxtasis, y del cual, de sus páginas cortadas en pequeños trozos, se hicieron miles de reliquias que fueron colocadas en medallas con su efigie y que están repartidas por el mundo entero.

 

Dice D. Antonio:

Un día después de tener dicha medalla en mi poder, estando en el comedor de mi casa, emanó un fuerte perfume a rosas. Estaba en compañía de mi buen amigo Patricio, de 33 años y no católico.

El sabía todo lo relacionado con Garabandal ya que yo se lo había contado, y al percibir el olor a rosas que desprendía la medalla, muy emocionado y llorando como un niño, me dijo esta frase que escribo a continuación y que repitió entre cinco y siete veces:

-- Dalmiro, quiero hacer la Primera Comunión, quiero amar a la Santísima Virgen como Ud. la ama.

Esta fue su frase textual.

Pocas semanas después y bien preparado, recibió su Primera Comunión, previas dos confesiones con un fraile dominico con fama de santo y de sabio en esta tierra.

La ceremonia de la Primera Comunión de mi amigo Patricio, fue extraordinariamente emotiva. Se produjo dentro de una misa solemne tridentina que ofició un piadosísimo fraile mercedario, ceremonia celebrada en el convento de las monjas Franciscanas, y fue un hecho memorable y precioso.

Patricio pertenece a una familia de origen alemán, antiguos vecinos míos, que no practicaban religión alguna, a excepción de su madre que era protestante luterana.

El padre de familia, ya fallecido, era un ateo recalcitrante y hasta blasfemaba, tal como lo es el hermano mayor de mi amigo.

 

Segundo milagro producido en Argentina por la misma medalla:

Cierto día, hace más de doce años, se presentó en mi despacho de Buenos Aires una dama, esposa de un profesor germano de esta Universidad.

Esta señora me explicó llorando que su único hermano agonizaba en el Hospital Alemán de Buenos Aires. Este señor padecía un cáncer en estado terminal.

Esta dama, hermana del moribundo, venía a solicitarme la medallita con la reliquia de Nuestra Señora del Carmen de Garabandal que había hecho el anterior Milagro, para llevársela al hospital.

Su hermano moribundo blasfemaba como un diablo en su cama del hospital, y hasta había escupido a un sacerdote que llegó hasta su cabecera para auxiliarle en sus últimas horas de vida, pues las tenía ya muy contadas para presentarse ante Nuestro Señor y darle cuenta de su vida.

Todo era imposible; este energúmeno de unos 55 años, sin ninguna creencia, quería morir como los animales, sin ninguna ayuda por parte de la Iglesia católica y de sus representantes; estaba como un perro rabioso.

De inmediato accedí a la petición de su hermana y la invité a mi casa de Olivos, que era mi residencia, para entregarla dicha reliquia; y así ocurrió al siguiente día.

Sólo habían transcurrido cinco días y volvió esa dama y su esposo para devolverme la medalla de Nuestra Señora del Carmen de Garabandal que días atrás había prestado para llevársela a su hermano moribundo.

El relato que me hizo este matrimonio, hermana y cuñado del enfermo es el siguiente:

"Al acercarse a la cama de su hermano la señora Iderla, así se llamaba dicha señora, con la medalla reliquia en la mano, se llenó de un aroma a rosas la habitación del hospital donde se encontraba el moribundo.

Instantáneamente, al percibir este gran olor, el moribundo autorizó a su piadosa hermana para que avisase al sacerdote que en otras ocasiones había echado de su habitación.

De inmediato se confesó y pidió perdón al párroco por las ofensas antes mencionadas y éste le administró la Eucaristía en las dos formas, y solicitó al Párroco la extremaunción.

El enfermo lloró como un niño arrepentido y al día siguiente, creyeron que estaba dormido, pero lo que estaba era muerto, sin haber manifestado queja alguna: murió en la paz del Señor, que tanto había pisoteado".

Deseo que este escrito con estos casos milagrosos sea divulgado, para dar a conocer los deseos del Señor y de la Santísima Virgen del Carmen de Garabandal.

Antonio Dalmiro Atienza Moya

 

A. M. D. G.

 


 

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