Las Apariciones de la Santísima Virgen María en San Sebastián de Garabandal
Capítulo 126
María Concepción Mauri.
Nuestra Madre de Garabandal, cuando se le pide con fe,
contesta favorablemente a sus hijos.
Por el Beso que he dado, mi Hijo hará prodigios.
María Concepción Mauri relata la curación de su hermana Ana María.
En el mes de febrero del año 1970, en la Clínica Puyol Matabach de Barcelona, el Dr. titular de la citada clínica con su equipo de anestesista, médico auxiliar, enfermeras y mi cuñado, también médico y esposo de la enferma que tratamos, procedieron a operar a mi hermana Ana María de un cálculo en la vesícula, cosa al parecer sencilla, pero que luego se complicó muy gravemente.
La operación comenzó a las diez de la mañana. Alrededor de las tres y media de la tarde me trasladé a la clínica con mi marido a visitar a mi hermana.
Al llegar preguntamos a la señorita de recepción en qué habitación se encontraba la enferma, y observé que al hacer la pregunta otra enfermera allí presente comentó:
-- ¿Es aquella señora enferma que está en el quirófano?.
Al oir esta frase pregunté.
-- ¿Cómo puede ser que esté en el quirófano si ha entrado esta mañana?.
Me contestaron que había habido una pequeña complicación, pero que pronto la llevarían a la habitación.
Subí con mi esposo a la habitación para esperar en ella su llegada del quirófano. Allí se encontraban esperando mi madre, y la suya, y una hermana del esposo de la enferma. Les preguntamos que si sabían que pasaba y porqué Ana María estaba aún en el quirófano.
Después de media hora de espera mi esposo tuvo que marchar y con él se fue mi madre atendiendo a mis ruegos, porque creí que se la acortaría la espera angustiosa si, mientras tanto, iba a tomar un ligero refrigerio; le dije a mi madre:
-- Cuando te repongas un poco y regreses ya la encontrarás aquí normal.
Yo tenía mis dudas dados los rumores que circulaban.
Al quedar solas la cuñada de mi hermana y yo, para distraer nuestra ansiedad, hablamos de cosas intrascendentes, pero en cada pausa de la conversación comentábamos que algo anormal y grave ocurría a mi hermana.
A las cinco de la tarde, más o menos, entró en la habitación mi cuñado, marido de la enferma, y visiblemente afectado nos dijo:
-- Nada, esto está terminado, no se puede hacer nada.
Ante tan grave noticia y venida de mi cuñado médico, que casi no podía hablar, la cuñada de mi hermana convencida de que estábamos ante un desenlace fatal se levantó recordando que pocas horas antes estaba en plena vida y que ahora estaba todo terminado, quedando huérfanos mis sobrinos.
En aquel instante vino a mi memoria que la Virgen del Carmen de Garabandal había dicho a las videntes que estaba deseando otorgar gracias, y se la pedí con fe.
Esta idea que cruzó mi cerebro en un momento tan crucial para mi hermana y resto de la familia no me encaminó a buscar un sacerdote para que la administrase la Sagrada Extremaunción, ella estaba bien preparada, había oído misa, confesado y comulgado antes de la operación, sino que me puse de rodillas ante una estampa con la imagen de Nuestra Señora de Garabandal que teníamos en la habitación y comencé a rezar el rosario.
Besaba un relicario que hay en una medallita de esta Virgen y que tiene un trocito del misal de la vidente Mari Loli que había besado la Virgen de Garabandal y que me había regalado el Padre Laffineur, rogándola con vivísima súplica que se apiadase de mi hermana y la sacase del fatal estado en que se encontraba.
Le rogaba que nos la devolviese para bien de la familia y sobre todo para sus cinco hijos, para los que su madre era imprescindible en aquella época tan importante de su edad juvenil, cuando tanta falta hace una madre.
Al llegar al tercer misterio y al finalizar la segunda Ave María entró el médico que la intervino y nos dijo:
-- Ya respira, ya está salvada, dentro de poco la tendrán Uds. aquí.
Estas palabras nos confirmaron la terrible realidad pasada; mi hermana no reaccionaba volviendo de la anestesia, estado que de forma inesperada al cabo de siete horas venció, cuando lógicamente más agotada tenía que estar por el tiempo transcurrido de tan prolongada inconsciencia.
Queda bien claro, que quien puso la mano sobre la enferma para devolverla al lado de su familia, a la que como hemos dicho antes tanta falta hacía, fue Nuestra Madre de Garabandal, porque cuando se le pide con fe Ella contesta favorablemente a sus hijos.
Muy emocionada terminé de rezar el Rosario con gran alegría y dando gracias a la Santísima Virgen del Carmen de Garabandal por el gran favor que nos acababa de conceder.
Esta reseña la hago bajo juramento de que es fiel relato de lo que hemos vivido en la ocasión que acabo de relatar.
María Concepción Mauri.
Barcelona.
A. M. D. G.