Las Apariciones de la Santísima Virgen María en San Sebastián de Garabandal
Capítulo 129
Joachim Bouflet
El Padre Pío me dijo: ¡Certo e vero!
Sí, es verdad que la Virgen se apareció en Garabandal.
San Pío de Pietrelcina me dijo:
Conságrate a la Virgen del Carmen que se apareció en Garabandal.
Joachim Bouflet se doctoró en historia en la Universidad de París, Sorbonne, en 1972. Después de dar clases durante diez años, se especializó en el estudio de la espiritualidad de los Estigmatizados y en el estudio de las Apariciones y ha escrito varios libros sobre estos temas.
Trabajó varios años en la Congregación para las Causas de los Santos en Roma, como consultor para los Postuladores de personas propuestas para su beatificación. Más recientemente fue nombrado consultor para la causa de la francesa estigmatizada, Marta Robin.
Joachim pertenece a la tercera Orden Carmelita.
Durante casi treinta años, Joachim Bouflet mantuvo en secreto el encuentro que tuvo con el Padre Pío en 1968 hasta que su amigo el profesor Jacques Serre le pidió que lo escribiese.
Dice Joachim:
En julio de 1968 invité a cuatro de mis amigos, estudiantes de la Sorbona, Universidad de París, a pasar diez días en mi casa en Alemania; por parte de mi madre, mi familia es de Alemania. Teníamos unos 20 años y pertenecíamos al movimiento católico de estudiantes de la Universidad. Pensábamos en nuestro futuro y algunos de nosotros ya sentíamos la vocación a la vida religiosa.
Durante años pensé entrar en la Orden de Padres Carmelitas; una joven de nuestro grupo, aun cuando el entorno de su familia era agnóstico, dudaba de decir a sus padres que quería ser Religiosa. Poco después entró en la orden de las Hermanas de Belén.
Este era el ambiente de nuestro grupo. Con frecuencia hablábamos de religión, y también rezábamos el Oficio Divino y meditábamos, al tiempo que disfrutábamos de la belleza del lugar que era la región del Lago Constanza.
Janine, una joven de nuestro grupo, estaba seriamente discapacitada. Pensamos que uno de nosotros debería ir donde el Padre Pío para pedirle oraciones por ella. Janine no podía ir, no solo por su discapacidad, sino también por su madre, que no era creyente, y se opuso radicalmente, de modo que me ofrecí a ir yo mismo.
Al final de mi estancia en Alemania, decidí ir en auto-stop cruzando Austria, de modo que, tras una estancia con mi familia, salí a mediados de Agosto.
Fue muy fácil desde el principio porque un autobús de peregrinos que iba a San Damiano, un lugar de apariciones en Italia, me recogió y me llevó todo el tiempo hasta este lugar donde yo ya había estado anteriormente. Estos peregrinos iban para estar allí el 15 de Agosto.
Providencialmente, en San Damiano encontré otra estudiante, Loulou, de unos cincuenta años, un monja exclaustrada que estaba estudiando ruso. Cando le dije mi intención de ir solo a San Giovanni Rotondo, donde vivía el Padre Pío, me dijo que me acompañaría porque, según me dijo, era peligroso andar solo por esas carreteras del sur y además ella hablaba el italiano en tanto que yo solo conocía algunas palabras.
Me gustó la idea y salimos el 16 de Agosto. Tres días mas tarde, aunque exhaustos, llegamos a San Giovanni Rotondo. Solo tenía un deseo, hablar con el Padre Pío.
Una vez allí me desilusioné; no era tan fácil como lo imaginaba. El Santo Sacerdote, muy viejo y frágil, apenas podía recibir visitas y la lista de espera para las pocas confesiones que podía oir estaba repleta por algún tiempo.
Por lo menos tenía la gracia de oir su Misa y verle con la demás gente en la Sacristía. Cuando esto sucedió me sentí muy emocionado y dejé una nota al portero para que se la diese al Padre Pío indicándole la razón de mi visita. Me aseguraron que todas las peticiones se le entregaban.
En la tarde del 23 de Agosto fui a la pequeña iglesia de Nuestra Señora de la Gracia. Solo había dos o tres personas, los demás estaban de paso. Se me acercó un joven capuchino que con sus gestos me indicaba le ayudase a llevar una imagen de San Luis, rey de Francia.
Entre los dos llevamos la imagen al claustro saliendo por una puerta lateral. Pude ver que, a corta distancia, en la sombra bajo el arco, estaba sentado el Padre Pío lo que me llenó de emoción pero el joven sacerdote, portando ambos la imagen, me llevó hasta la nueva iglesia donde iba a ser colocada la imagen del santo, detrás del altar.
El joven capuchino me explicó que San Luis era de la Tercera Orden Franciscana y que celebraban su santo en la tarde del día siguiente y que era especialmente un día bueno para mí, un francés, que le había ayudado. Adiviné mas cosas de las que comprendía a causa de mi escaso conocimiento del italiano.
Finalmente le pregunté cómo volver de vuelta a la pequeña Iglesia de nuestra Señora de la Gracia. Con uno gesto me indicó la puerta y volví.
¡Estar tan cerca del Padre Pío!. ¡Una oportunidad como esta no la tendría de nuevo en la vida!. Crucé el jardín del claustro, el Padre Pío estaba allí y me arrodillé a sus pies. Parecía sorprendido, hizo una señal a dos capuchinos que estaban cerca hablando para que callasen. Se mantuvieron silenciosos a cierta distancia.
EL Padre Pío me miró algo serio pero con ojos compasivos, puso su mano sobre mi cabeza y me dijo unas palabras que yo comprendí perfectamente. Me confesé con él y fui consciente del don de conocimiento de los corazones que se le atribuía al Padre Pío.
Por los comentarios que me hizo es como si estuviese viendo mi conciencia. Sentí una profunda paz y una profunda angustia de arrepentimiento.
Finalmente me dijo:
-- Reza a la Madonna, conságrate a la Virgen del Carmen.
Le dije:
-- Sí, padre, yo rezo a Nuestra Señora del Monte Carmelo. Es por eso que me gustaría ser un Carmelita.
Él no me comentó sobre esto pero me repitió con insistencia:
-- Conságrate a la Virgen del Carmen que se apareció en Garabandal.
Yo le dije:
-- Entonces, ¿es verdad que se apareció allí?.
El Padre Pío dijo:
-- Sí, es verdad, "certo e vero".
Luego me dijo dos o tres cosas personales y cuando le pedí su bendición me dijo:
-- Dile a Janine que estoy rezando por ella.
Ya me había olvidado del motivo por el que había venido a San Giovanni Rotondo y el Padre Pío, con delicadeza sobrenatural, me lo recordó así.
Recibí su bendición y me levanté. Me miró algo serio y cerró sus ojos. Los dos capuchinos que estaban a cierta distancia me acompañaron a la iglesia de Nuestra Señora de la Gracia.
Un vez dentro de la Capilla lloré de alegría. Poco después llegó mi amiga Loulou que me llevó fuera y me dijo:
-- Parece como si hubieses visto al Padre Pío.
Sorprendido, me cortó diciendo:
-- Veo que no estás acostumbrado, aquí todo se sabe en menos de un cuarto de hora.
Lo pude comprobar por mí mismo. Al terminar la tarde tuve que responder a preguntas de muchos peregrinos. Incluso me dijeron que quizás, al Padre Pío, ya le quedaba poco tiempo de sufrir acá en la tierra; era una impresión muy distinta de la que yo tuve cuando estuve con él, aunque algunos también pensaban que el padre Pío viviría muchos años más.
Esa misma tarde, escribí sus palabras, las que me dijo sobre Garabandal y que recuerdo exactamente y decidí con Loulou que nos iríamos al día siguiente.
Me fui de San Giovanni Rotondo el día 24 de Agosto de 1968. Al mes de mi encuentro con el Padre Pío, Nuestro Señor le llamó a la Bienaventuranza eterna.
Así fue mi encuentro con el Siervo de Dios y esas fueron sus palabras sobre las Apariciones de la Santísima Virgen en Garabandal.
Joachim Bouflet.
A. M. D. G.