Las Apariciones de la Santísima Virgen María en San Sebastián de Garabandal

Capítulo 137

 

Vi todos los éxtasis de Conchita, a los que pude ir.

 

Conchita persigna y santigua a su
madre en la cocina de su casa.

 

 

Aniceta, madre de Conchita:

Vi todos los éxtasis de mi hija a los que pude ir.

Dice Aniceta:

Yo vi todos los éxtasis de Conchita a los que pude ir, todos, aparte de uno o dos, de tantísimos que vimos. No me quedaba por nada. Como yo pensaba que era la Virgen, yo decía:

-- Ella también ha seguido la Pasión, yo también sigo por aquí a mi hija por donde la Virgen la lleva; ¿por qué no?, que esto no me cuesta nada.

 

Conchita, en éxtasis, seguida
de su madre y vecinas del pueblo.

 

Conchita más bien tenía las llamadas en casa y tenía los éxtasis en casa y después salíamos a los Pinos, al cementerio, a las calles por el pueblo, a la iglesia. Con frecuencia salía sobre las 2, 3, 4 y 5 de la mañana. Después del mensaje, Conchita no tenía más que cuatro apariciones a la semana, una a cuatro por semana.

En éxtasis, se le ponía una cara guapísima. Andaba sin cansancio ninguno, sin agotamiento ninguno y salía muy contenta del éxtasis. Cuando esas carreras tan grandes, los chicos y los míos, que eran fuertes, venían a casa chorreando agua como si se hubiesen metido en una piscina, de sudor, y ella estaba fresca, normal; tenía el pulso normal y todo.

 

Esperábamos a la Virgen levantadas.

María José Álvarez cuenta cómo llegó a la cocina de la casa de Conchita y lo que le dijo su madre Aniceta y su hija Conchita.

Dice María José:

Después de recorrer de puerta en puerta las casas de las que iban a tener aparición, nos sentamos en un banco que había delante de la ventana de la casa de Conchita. La cocina estaba llena y la puerta abierta. Se rezaba el rosario y nosotras contestábamos desde fuera. A las seis de la mañana la gente de dentro de la cocina decidió salir para que nosotros entrásemos por si teníamos frío.

Conchita y su madre estaban sentadas a ambos lados del fogón. Aniceta estaba más despierta y yo le dije:

-- ¿Por qué, sabiendo que la Virgen no viene hasta mas tarde, no se acuestan?.

Aniceta me contestó:

-- Sabiendo que la Santísima Virgen viene, lo menos que podemos hacer es esperarla levantadas.

Gran razón.

Al entrar en la cocina yo me puse al lado de Conchita y le pregunté cómo era eso de las llamadas.

Me dijo que en la primera llamada sentía dentro como una gran alegría y que de la primera a la segunda había un espacio largo de tiempo. La segunda llamada era una alegría mayor y la tercera llamada era salir corriendo a donde la Virgen la llevase. El tiempo entre la segunda llamada y la tercera era más corto.

Estando hablando conmigo cayó fulminada de rodillas y sonó un golpe como si se hubiera roto las dos rodillas, tal fue el ruido que se produjo. Yo pensé que, si hubiera caído sobre mis pies, hubiesen roto.

Lo sucedido fue a las siete de la mañana. Conchita se levantó y se dirigió hacia la ventana. Allí dio el crucifijo a besar a Plácido Ruiloba de Santander y a otro señor que me parece recordar que era un Sacerdote.

Después Conchita se fue a la Calleja y rezamos con ella, en éxtasis, un precioso Rosario que nunca olvidaré.

 

La Virgen quería que llevase el hábito.

Un dominico "disfrazado", casi parecía un bandolero.

Dice Aniceta:

Llegó aquí un joven con una señorita, unos novios. Este chico iba de tal forma que me parecía un bandolero. Yo creía que eran, pues eso, dos jóvenes novios. Llovía muchísimo, estaba lleno de gente aquí. Conchita, en éxtasis, entra en la casa. Estaba ahí mi hermana, entre muchísima gente. Y le dice a mi hermana el señor ése:

-- Déle esta Cruz a la niña.

Y dice mi hermana:

-- ¿Para qué se la voy a dar si no cogen nada?. En éxtasis no coge nada.

-- Pues désela usted a su madre, para que su madre se la dé.

Viene mi hermana y me dice:

-- Toma, dice ese señor que le des esto a Conchita.

-- ¿Para qué se la voy a dar si no la coge?.

Entonces me vino una idea. Era una cruz colgada de un cordón; me vino la idea de colgarla a Conchita en los dedos, ya que Conchita tenía las manos juntas. Conchita insistía con la Visión:

-- Que no traigo nada. Que no traigo nada...

Esto se lo oía bien, aunque lo decía bajo; yo estaba muy cerca de ella.

-- Pues cógelo, si traigo algo.

En esto, Conchita dio un paso para adelante, tiró las manos abajo y, al tirar las manos, cayó la cruz, y, al dar el paso, pisaba la cruz.

-- ¡Ah!, ¿que la piso?.

Baja y coge la cruz, en éxtasis, se la dio a besar a la aparición, se vuelve para el señor ése, le persignó con la cruz y se la dio a besar. Y vuelve otra vez a dar la cruz a besar a la Visión, y dice:

-- Con un hábito tan bonito que es el de los dominicos, ¡qué pena que vengan así!.

Entonces, vuelve al señor, le quita las gafas y se las coloca en las manos; el señor tenía miedo y le digo yo:

-- No tenga miedo de que se las rompa.

Le persignó, le dio a besar la cruz y luego se la colocó al cuello; y, al colocársela al cuello, en vez de poner la imagen para fuera la puso para dentro.

-- ¡Ah!, ¿que la puse al revés?.

Le quita otra vez el cordón, le da la vuelta y se lo volvió a colocar. Luego le abre la mano, le coge las gafas y se las pone. Y volvió a decir:

-- ¡Qué pena que vengan así, de esta manera!.

Era un padre dominico que venía fingiendo, vestido de paisano, con una señorita que era su hermana y venían como dos novios, pero eran un hermano y una hermana.

 

Primero ayudar a los enfermos.

El lunes 19, el día siguiente de la primera Aparición del Angel, casi nadie creía a las niñas, pero todos lo meditaban. Estaba enferma una hermana de María y todos a ayudarla. Sin embargo todo era hablar de que las niñas algo vieron.

Dice Aniceta, madre de Conchita:

El lunes estábamos ayudando a una señora. Aquí, siempre, cuando hay una señora que no puede o que ha dado a luz o que está un poco enferma, tenemos costumbre de ir a ayudarle todas.

Precisamente estábamos sallando una tierra de maíz, de panojas, que era de esa muchacha hermana de María. Estábamos allí como unas 14 o 15 señoras y jóvenes, todas juntas.

Y decían:

-- Desde luego, algo pasó, tenían una cara que daba pena verlas, de pálidas que se quedaron.

Y yo callar; yo lo que quería es que no se supiera nada, nada. Tenía una cosa dentro, pero no quería que nadie supiera esa cosa. Al venir de la aparición se tropezaron con la maestra y fueron a la iglesia a rezar una estación y luego fueron por el baile a donde estaban las otras. Yo no lo vi, pero lo contó Conchita. Conchita vino a casa con miedo de que la regañara.

Entonces yo les dije a esas señoras:

-- No seréis vosotras tan niñas como ellas. Ya sabéis que las niñas, a veces, van corriendo por ahí y dicen: ¡Ay, hemos visto un "tiu"!. Eso es lo que ha pasado, y no es otra cosa. Vosotras creéis eso y eso no se debe de creer.

Yo tenía una cosa aquí dentro que no sabía lo que me pasaba; pero no quería que lo supieran. Todavía tardé unos días en ir a verlo; me daba vergüenza.

 

Estamos en la gloria, no pensamos ni en comer.

Pocos días después Aniceta ya dice:

-- Sí, si es verdad que es de Dios.

Don Valentín, el párroco, decía días después:

-- Hasta ahora todo parece de Dios.

Margarita escribe a su madre, Avelina, que estaba en Asturias cuando comenzaron las Apariciones:

-- Bueno, aquí estamos en la gloria, no pensamos ni en comer ni en dormir. Yo me estoy con la chiquitina mayor.

Allí estaban en la calleja sin acordarse de ir a cenar ni de dormir ni de ninguna cosa.

-- Y aquí lo pasamos en la gloria, no nos acordamos de nadie.

¡Ay Dios mío!, dice Avelina, yo estaba que no dormía. Pensando en irme ya de Asturias, venir al pueblo y que no dormía.

-- Cuando vaya os contaré muchas cosas que en la carta es imposible. De Asturias ha venido casi un pueblo entero. Ha venido muchísima gente pero de Asturias ha sido lo que más. De Santander también pero menos gente viene. No puedo deciros más por carta, esto es una preciosidad. No puede ser ponerlo por escrito. Y hablao tampoco podrá ser que será mejor verlo que decirlo. Son cosas de Dios y de la Virgen y por eso es todo tan precioso.

 

Junio, el mes del Sagrado Corazón de Jesús

Dice Aniceta:

En el mes de junio estaba más atareada con la hierba, con la tierra de sallar y ya no podía ir a la iglesia.

Era el Corazón de Jesús y le rezaba en casa. Según iba haciendo la cena, estaba así de rodillas con el libro ese que se pasaba de casa en casa un día al mes. Ese día, en el libro, había un imagen del Niño Jesús. Estaba Conchita arrimada a mí y, al yo darle vuelta a la hoja, dice:

-- ¡Ay mamá!. Igual que esa estampuca que tú tienes ahí, es el niño Jesús; es el que vemos.

Yo, sin darle color a las cosas, sencillamente le dije:

-- Pues esto es una miniatura, ¡es chiquitísimo!.

-- Ah sí, es un poco mayor, pero es de ese color.

El niño sobre la imagen era un angelucu muy mono. El libro ese lo tropecé yo al otro día, pero ya la imagen no estaba allí.

 

A. M. D. G.

 


 

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