Las Apariciones de la Santísima Virgen María en San Sebastián de Garabandal

Capítulo 143

 

Naomi cura de su rodilla.

Al besar la Cruz en Santo Toribio, cerca de Garabandal.

 

El mayor fragmento de la verdadera Cruz de Jesús que se venera en el Monasterio de Santo Toribio de Liébana, cerca de Garabandal.

 

 

Foto: Naomi, a la derecha de la foto, con Michael y Helen Rozeluk.

Mi nombre es Naomi, vivo en la ciudad de Nueva York. Conocí al Dr. Michael y a Helen Rozeluk varios años atrás por medio del Obispo Roman Danylak.

Fui con ellos en varias peregrinaciones a Garabandal, la última en Mayo del 2001. En este viaje fui agraciada con un maravilloso regalo de Nuestro Señor.

Una mañana de hace unos dos años, me levanté y me puse de rodillas para hacer mis oraciones de la mañana. Sentí un tirón en el ligamento de mi rodilla derecha; era muy doloroso, pero opté por ignorarlo. Decidí no hacerle caso y tratar de no repetir el movimiento que lo provocó.

Sin embargo, desde entonces, siempre que hacía una genuflexión con mi rodilla derecha, el dolor me hacía levantarme de nuevo. Así que pensé:

-- Bueno, entonces, por ahora, haré tan solo una reverencia.

Todavía era capaz de arrodillarme con ambas rodillas si mantenía mi peso solamente sobre la izquierda. Pero no podía hacer la genuflexión en la iglesia. A cambio, tenía que hacer esta pequeña reverencia, todo el tiempo pidiendo a Nuestro Señor que me perdonara por no arrodillarme hasta el suelo. La rodilla me dolía mucho.

Era un dolor tenso, más parecido a una contractura muscular que a un dolor nervioso. Todo el tiempo, cuando trataba de hincarme sobre mi rodilla derecha, el dolor se extendía a lo largo del muslo hasta mi cadera, en el lado derecho. Era muy, muy doloroso.

Mi rodilla estaba hinchada. No podía doblarla porque me dolía. Mi médico  revisó la rodilla pero ésta no mejoraba, el dolor persistía. Evitaba arrodillarme e incluso aplicar presión sobre ella, porque al instante de hacerlo, aparecía el dolor.

Tenía deseos de contemplar la grandeza y la belleza de las montañas Cantábricas durante la peregrinación a Garabandal. Oré por todos los peregrinos y por una feliz peregrinación. Con respecto a mí, solo quería amar mucho al Señor. Con este deseo, recé cada día durante varias semanas ante el Santísimo Sacramento.

Llegamos a Garabandal el 13 de Mayo del 2001. Varios días después fuimos al Monasterio de Santo Toribio de Liébana, el cual custodia uno de los trozos más grandes de la Cruz Verdadera, Vera Cruz, de Jesús.

Foto: Monseñor Roman Danylak con la Cruz verdadera de Jesús en Santo Toribio.

A medida que formábamos fila para besar la Vera Cruz, pensaba:

-- Señor, moriste en esa Cruz.

Todo mi ser lloraba y decía:

-- ¡Oh mi Dios, Oh mi Dios!.

Había pensado en esto antes, pero nunca lo sentí tan profundamente como en este momento. Cuando me llegó el turno de venerar la Cruz, todo mi cuerpo se desplomó. Una suave presión sobre mis dos hombros me hizo arrodillarme en el suelo.

Pensé que alguien me había empujado para abajo. Era una presión suave y me hinqué de rodillas. Cuando me incorporé de nuevo y besé la Cruz, algo me dijo en mi interior:

-- ¡Ya puedes arrodillarte!.

Había visto esa Cruz en peregrinaciones anteriores, pero esta vez la veía distinta; esta vez me parecía muy, muy grande.

Regresé a mi banco y me arrodillé ¡SIN DOLOR! Pensé para mí que quizás estaba muy emocionada y traté de tranquilizarme. Cuando ya iba a irme, lo intenté otra vez. Me arrodillé de nuevo en el piso y ¡NINGÚN DOLOR EN ABSOLUTO!. Ahora lo sabía.

En el camino de regreso hacia al aeropuerto desde Garabandal, el Dr. Mike me pidió diese a conocer mi curación a todos los viajeros. Le dije que lo haría. El autobús se balanceaba de un lado a otro por causa de las curvas. Me arrodillé con mi rodilla derecha sobre el piso del autobús y dije:

-- No siento dolor, me siento bien.

Es grandioso, ya no tengo problemas para hacer genuflexiones desde mi regreso de Garabandal.

 

Había recibido otra gracia en un viaje anterior a Garabandal varios años atrás con el grupo de Joey Lomangino en 1998.

Siempre había sido propensa a mareos y debía sentarme en un asiento delantero. Pero no pedí a nadie que se cambiara de asiento por mí. Así que me senté atrás.

Esperé por los mareos, pero nunca aparecieron. Ahora me doy cuenta de que esto fue otro maravilloso don de Nuestra Señora.

Me decía:

-- ¡No lo puedo creer! ¡No lo puedo creer!

Después de ese segundo viaje, me he sentado en la parte trasera del autobús muchas veces y nunca tuve mareos.

Doy gracias, gloria y alabanza a Dios. No pedí ninguna curación, fue Dios que se acordó de mí y me curó. Cuando me arrodillé en Santo Toribio, sentí como si una mano suave se pusiese sobre mí y delicadamente me llevara hacia abajo hasta arrodillarme. Ahora sé que fue Cristo Jesús; Su mano fue la que me tocó. Sus manos me sanaron.

Naomi N.
Ciudad de Nueva York, EE.UU.
5 de julio de 2001.

 

A. M. D. G.

 


 

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