Las Apariciones de la Santísima Virgen María en San Sebastián de Garabandal

Capítulo 170

 

Angela Szczepanski cura de cáncer.

Mi tristeza se ha vuelto alegría y gozo. Siento que Dios
está verdaderamente conmigo y que he recibido esta gracia.

 

Por el Beso que he dado, mi Hijo hará prodigios.

 

Toronto, Ontario. Canada.

14 de julio de 1999.

Angela Szczepanski cura de cáncer.

Mi nombre es Angela Szczepanski. Soy madre de dos hijos. Soy hija, hermana, tía, prima, amiga también.

Hasta hace poco, mi vida era normal y ocupada: criar a mis hijos, trabajar a tiempo completo con muy pocos días o noches libres.

Mis padres y mis suegros son ancianos y necesitan asistencia en su vida diaria. Mi esposo y yo hemos sido criados como Católicos y hemos tratado de hacer los mismo con nuestros hijos. Asistimos a misa los domingos y la mayoría de los días de semana.

Nuestra vida cotidiana era muy atareada pero, siendo una familia unida, siempre nos ayudábamos unos a otros y con mucha frecuencia decíamos:

-- Mientras gocemos de buena salud eso es lo único que importa.

 

El cáncer:

En enero de 1995, empecé a sufrir dolor de garganta. Fui al médico y me dio una medicación. Tres semanas después, el dolor persistía y me estaba sintiendo más débil. Me cambiaron la medicación. Ya para mayo el dolor de garganta estaba afectando mi capacidad de comer, dormir, hablar, trabajar y cuidar de mi familia y mis padres. Pero mi actitud era bastante positiva y pensaba que todo iba a ir bien.

En junio de 1995, estudios más exhaustivos revelaron que padecía de un cáncer en el cuello. Cuando escuché el diagnóstico, me pareció por un momento que mi ajetreada vida hacía un alto repentino.

La preocupación por todo esto hizo que mis familiares estuvieran muy afectados. Esto fue más insoportable que el diagnóstico mismo. Esa noche fui a misa y le recé a Dios para que me ayudara a solucionar todo esto, si es que esa era Su voluntad, y me diera fuerzas. Después de misa, hablé con nuestro cura párroco, quien había sido recientemente asignado a nuestra parroquia, y le pedí que hiciera una oración especial por mí.

Me dijo que él siempre rezaba por la gente de nuestra parroquia, especialmente por aquellos que están enfermos y sufriendo, que todos rezábamos el uno por el otro en cada misa, y que Dios escuchaba nuestras plegarias. Sus palabras fueron muy consoladoras. A pesar de que yo sabía esto y había rezado siempre por otras personas, nunca me tocó ser la que estaba enferma. Sabía en mi corazón que Dios estaba conmigo y que no debería tener miedo. El me dio la fortaleza.

Después de misa hablé con mi marido y mis hijos, y les dije que todo iría bien y también que bajo ninguna circunstancia mis padres debían enterarse porque les causaría demasiadas penas y angustias.

Mi tratamiento de quimioterapia comenzó el 14 de julio de 1995. A la primera semana de mi tratamiento, podía hablar, comer, trabajar y sonreír. Sabía que todo iba a ir bien. Mi familia, amigos y hasta los doctores no podían creer lo bien que me encontraba. Cuando alguien me preguntaba si había algo que podía hacer por mí, yo sonreía y le decía:

-- Sí, ¿puedes hacer una oración por mí?.

Me devolvía la sonrisa y me decía:

-- Con mucho gusto.

Los tratamientos finalizaron el 1 de Noviembre de 1995. ¡Mi cáncer estaba remitiendo!. En Junio de 1996, sentí un dolor inusual de oído y sentí que debía consultarlo. Mi cirujano dijo que no parecía algo bueno y me dio una nueva orden de biopsia. En dos semanas, se me diagnosticó de nuevo cáncer y fui enviada al Hospital Princesa Margarita en Toronto, un hospital especializado en el tratamiento del cáncer.

Dos semanas después de eso, empecé un tratamiento más fuerte de quimioterapia ya que mis posibilidades de sanar se habían reducido enormemente. No había otra alternativa. Les aseguré a mis doctores y a los que me cuidaban que no se preocuparan, si hacían su máximo esfuerzo, era eso lo que contaba.

 

Transplante de médula ósea.

La quimioterapia no parecía suficiente, así que a la vez que la radioterapia los médicos recomendaron un transplante de médula ósea. Recé a Dios para que guiara a los doctores y los ayudara a cuidarme. El 13 de febrero de 1997 fui internada para el transplante. Era un procedimiento arriesgado que me dejó muy débil.

Debido a la seriedad de mi enfermedad y al tratamiento, creí que sería sensato contárselo a mis padres. Fue uno de los momentos más dolorosos de mi vida. Cuando comencé a decírselo a ellos, les pedí que no me interrumpieran hasta que terminara y que después podrían hacer las preguntas que quisieran. Mi madre se sentó y escuchó, cuando acabé, se inclinó hacia mí, me tomó en sus brazos, me miró a los ojos y me dijo:

-- Rezaré por ti.

Mi madre solo iba a la iglesia para las bodas y los funerales, pero supe por sus palabras que Dios había tocado su corazón. De nuevo sentí un gran sosiego y sentía como que todo terminaría bien.

Estuve un mes en el hospital, regresé a casa débil y con mis remedios a cuestas. Debía buscar apoyo en mi familia en todo. Nunca hice esto en mi vida. Todavía estaba recibiendo tres transfusiones de sangre por semana y no podía caminar sin ayuda, pero sabía que me pondría más fuerte cada día aunque cuando me miraba al espejo no podía reconocerme a mi misma.

Había perdido mucho peso, pesaba 48 kilos. No tenía cabellos, ni energía, ni apetito. Sólo sabía que Dios estaba conmigo y El me dio fuerzas y amor. Lentamente mi salud mejoraba y a los cinco meses ya era capaz de valerme por mi misma. Sin embargo, la radiación afectó a los dientes. Mis dientes comenzaron a dolerme y luego a quebrarse en pedazos, cortándome la lengua y la boca. Comer, hablar y, lo más importante, sonreír se hizo muy difícil.

La situación empeoraba diariamente. Fui al dentista del hospital quien atendía casos de post-radiación y post-quimioterapia. Su evaluación me dejó preocupada. Todos mis dientes debían ser extraídos. Además de esto, no solo iba a perder todos mis dientes sino que el seguro médico tampoco cubriría todos los costos que esto implicaba. Esto era una prueba muy dura, en lo físico, en lo emocional y también en lo económico.

Caí en un estado de depresión y confusión. No podía imaginarme cómo, habiendo sobrevivido a un trasplante de médula ósea, iba ahora a perder toda mi dentadura. Busqué una segunda opinión, y una tercera, y parecía que nadie tenía idea de cómo tratar mi caso. Ninguno se mostraba seguro de los resultados a largo plazo.

Comencé a hablar con Dios como si El estuviese en la habitación conmigo. Le pedí por favor que guiara mis pasos porque ya no sabía qué hacer. No tenía fuerzas. Estaba desesperada. No había llorado durante las primeras tribulaciones, pero ahora no podía parar de hacerlo.

 

Comienza la verdadera Curación:

En ese momento sonó el teléfono. Era mi cirujano bucal. Me preguntó cómo me encontraba y si no había encontrado un dentista todavía. Le dije que no y que tenía mis dudas sobre si sería capaz de hacerlo porque me estaba sintiendo muy deprimida y terriblemente apenada. Entonces me dijo:

-- Llama al Dr. Michael Rozeluk. Estoy seguro que él puede tener todo listo a tiempo para el día de la cirugía.

Llamé a la clínica del Dr. Rozeluk y me dijeron que podía ir para dentro de una semana. Esto no me sorprendió en absoluto ya que pensaba que sería como todos los otros dentistas.

Media hora más tarde recibí una llamada del consultorio del Dr. Rozeluk, preguntándome si podía ir al día siguiente ya que tuvieron una cancelación. ¡No pude creerlo! Acepté inmediatamente.

Al día siguiente, el Dr. Rozeluk me saludó con una sonrisa diciendo:

-- ¿Crees en los Ángeles?

Estas fueron sus primeras palabras para mí. Asentí con la cabeza y comencé a sollozar. En medio de las lágrimas, traté de explicar que yo nunca lloro y que no entendía porqué estaba haciéndolo y no podía parar. El Dr. Rozeluk sonrió y dijo que era bueno llorar y que no había que preocuparse por ello.

Empezó contándome su accidente automovilístico y todas las dificultades que había atravesado y su curación en Garabandal, España. Todo el rato me pasé llorando sin saber por qué.

Luego el Dr. Michael me mostró la medalla de Nuestra Señora de Garabandal. Mis lágrimas se detuvieron y una sensación de calma me invadió. Quería besar esa medalla. Luego el doctor me preguntó si yo quería besar la medalla. Me sorprendió tanto, pensé que estaba leyendo mis pensamientos.

En ese momento se disiparon mis dudas y quería que el Dr. Rozeluk se encargase de mis problemas dentales y que todo iría perfecto. Me sentí tan segura de mi decisión que no me preocupaba cómo lo iba a pagar.

El doctor Rozeluk también me sugirió ir a misa a la Catedral de San Josafat al día siguiente. Después de misa, habría unción de enfermos y oraciones de sanación para quienquiera asistir. Cuando regresé del consultorio a casa, todos mis miedos iban desvaneciéndose. Mi sonrisa había vuelto. Dios me había guiado y protegido.

La Catedral era muy hermosa y me dio una sensación de paz. Después de misa, seguí a la gente hasta el frente del templo donde el Obispo Danylak estaba ungiendo a todos los presentes.

El Dr. Rozeluk y su esposa Helen se encontraban orando por las personas con sus medallas. Me sorprendió el que algunas personas caían al suelo y luego se levantaban de nuevo en perfecto estado. Yo era la próxima en la fila y cuando rezó sobre mí, caí al piso y me sentí llena de paz.

Finalmente llegó el día de la cirugía y me sentí muy confiada. Solicité a la enfermera sujetar a mi muñequera, con una cinta adhesiva, la pequeña medalla–relicario de Garabandal que el Dr. Rozeluk me había regalado. Dijo que era un pedido algo inusual pero asintió en hacerlo. Mi cirujano entró para verme. Recé para que Dios guiara sus manos y nos acompañara en esa sala de operaciones.

Cuando desperté, mi hermano y mi hermana estaban ahí para llevarme a casa. Me sentía un poco cansada, pero no tenía hinchazón, ni sangrado ni dolor. Varias horas más tarde pude tomar una sopa y hablar; era como si nada hubiese pasado. El día después de la cirugía me sentí de lo más feliz. Mis compañeros no lo podían creer.

Esa tarde, llamé al Dr. Rozeluk para agradecerle todo lo que había hecho y para contarle que me encontraba en mi trabajo. El no podía creer que era yo la que estaba en el teléfono, que podía hablar tan claramente, que no tenía dolor y que me encontraba trabajando. Dijo que normalmente un paciente necesita como mínimo una semana para acostumbrarse a la nueva dentadura e ir a trabajar. Pero ambos sabíamos que yo había sido en verdad bendecida.

En mi siguiente cita, los dos, mi cirujano bucal y el Dr. Rozeluk, ambos, no podían creer lo rápido que mis encías estaban sanando y la gran diferencia que esto había hecho en mi aspecto, pero lo más importante, no necesitaba ningún ajuste. ¡Mis dientes nuevos calzaban perfecto!

A las pocas semanas, extrajeron el resto de los dientes y en cada ocasión, sin dolor, sin necesidad de ajustes. Para julio de ese año, todos los dientes habían sido quitados y reemplazados. El doctor Michael dijo que esto no le había ocurrido antes con ninguno de sus pacientes, y que nunca una placa hecha por él funcionó tan maravillosamente como lo hacía la mía.

El doctor había rezado por mí para saber qué hacer y esa idea le vino a la mente mientras estábamos en la misa. Este procedimiento era totalmente nuevo. Es muy difícil poner en palabras lo agradecida que me siento. Creo que Dios está con nosotros en todo momento y escucha nuestras oraciones diarias. Siempre nos da todo lo que necesitamos, no precisamente lo que queremos, sino lo que necesitamos.

Durante todo este tiempo, continué asistiendo a misa regularmente en la Catedral de San Josafat. Gozaba del sentimiento de paz y bienestar que me embargaba durante la misa y también cuando el obispo Roman Danylak me ungía. No le comenté al obispo las cosas maravillosas que escuché sobre él de boca del Dr. Rozeluk y de su esposa Helen.

Algunas veces, después de misa, un grupo de personas cruzaban la calle, hasta la casa del obispo, para una plática, rezos o un café. A primeros de Agosto de 1998 me entristeció escuchar que el obispo fue llamado a Roma y que partiría a mediados de Septiembre de ese mismo año.

Por entonces tuve que regresar al hospital para un examen con escaner y una semana más tarde, un día miércoles, fui a por los resultados. Conversé unos minutos con el doctor, pero me di cuenta que estaba eludiendo hablar sobre mi escaneado. Finalmente se lo pregunté y dijo que habían encontrado unas manchas en mi abdomen y que harían falta pruebas más extensas y precisas así como un tratamiento.

El miércoles a la noche fui a misa y me pasé largo tiempo pensando en la conversación que tuve con el doctor. No comenté a nadie lo que había ocurrido ese día. El diagnóstico era desolador. Mientras estaba arrodillada y rezando, mis pensamientos eran sobre los focos cancerosos en mi abdomen lo cual me estaba causando gran preocupación. Se me ocurrió que sería estupendo pedir al obispo que ungiera la zona enferma del abdomen.

 

Unción especial:

Después que terminó la misa, nos alineamos todos para ser ungidos por el obispo. Cuando me acerqué al obispo, ungió mi frente, oídos, nariz, cuello y mis manos. Luego me miró y preguntó. Creo que dijo:

-- ¿Hay otro lugar más que quieres que te unja?

Dije:

-- Perdón, no escucho muy bien.

Me miró directamente a los ojos y repitió más despacio:

-- ¿Hay otro lugar más que quieres que te unja?

No podía creerlo, el obispo había leído mi mente. Respondí que sí y señalé mi abdomen. Me ungió y me invitó a unirme al grupo para un café en su casa después de la misa. Apenas pude esperar a que Michael y Helen terminasen de rezar por las personas para contarles lo que me acababa de ocurrir.

Ya había tres personas en la casa del obispo cuando llegamos. Me presentaron formalmente al obispo. Me pidió que me sentara a su lado y que compartiera con todos lo que me había acontecido en la iglesia. Mientras se lo contaba, lloraba de alegría. Luego el obispo tomó una pequeña botella sobre la mesa y me la dio. Contenía aceite bendito, me dijo que me lo untara tres veces por día. Luego pidió a todos rezar por mí en ese momento.

Yo estaba en manos del Espíritu Santo. Cuando me recuperé tuve una grandísima sensación de paz y tranquilidad. El obispo luego se acercó y me pidió que tomase una cucharada de aceite bendito. Con gusto tomé mi cucharada, luego, el obispo pidió a todos los presentes tomar una también.

Cuando tomé el aceite bendito, sentí un ardor que descendía desde mi boca lentamente por mi garganta hasta mi abdomen. El obispo me preguntó qué sentía, le dije que tenía un incremento en mi saliva. Había tenido sequedad bucal desde mi recuperación del transplante de médula un año antes.

Mis emociones cambiaron, de tristeza a alegría y gozo. Sentí que Dios estaba verdaderamente conmigo y que había sido bendecida.

Dos días después, el viernes, fui al hospital sin ninguna preocupación en mi corazón. Una vez más sostenía la medalla de Nuestra Señora de Garabandal en mis manos y rezaba durante el examen. Cuando terminó pregunté a la asistente técnica si vio algo. Ella contestó:

-- Todo me parece bien a mí, pero debo entregárselo al doctor.

Regresó enseguida diciendo que el doctor quería realizar otra prueba, para tener una mayor amplificación de la zona. Tuvimos que repetir todo el procedimiento otra vez. De nuevo sostenía mi medalla en las manos y rezaba.

Cuando dejé el hospital, sabía dentro mío que los resultados serían favorables. Yo particularmente quería que el obispo los viera antes de partir para Roma. A las tres semanas tuve un informe verbal sobre los resultados. Mi médico dijo que los estudios indicaban un abdomen libre de focos cancerosos. Fue reconfortante tener la confirmación por parte del doctor de lo que nosotros ya sabíamos.

Asisto a misa en la Catedral casi todos los miércoles para rezar por otros y para agradecer a Dios y a la Bendita Virgen María todas las gracias que me fueron concedidas.

¡Que Dios os bendiga!

Angela Szczepanski.
Toronto, Ontario. Canada.

 

Posteriormente, Angela ha ayudado a muchos a sobrellevar el temor al cáncer. Ella hace esto sugiriendo que vengan al encuentro de Nuestra Señora y de Jesús. Les cuenta sobre Garabandal, los alienta a ir a la confesión, a la Santa Misa y luego a la Oración de Sanación. Ha traído a muchas personas a San Josafat en Toronto para la misa de sanación. Muchas de éstas personas han sido curadas milagrosamente por la gracia de Dios.

El día de Acción de Gracias de 1999 viajó a Roma y Garabandal con otros trabajadores de Nuestra Señora para la beatificación del Padre Pío. Ella conoce el poder de Dios.

Como decía el Padre Pío.

-- Ora, ten Fe y no te preocupes.

 

A. M. D. G.

 


 

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