Las Apariciones de la Virgen María en San Sebastián de Garabandal

Capítulo 178

 

En memoria del P. Ramón María Andreu S.J.

Testigo extraordinario de las Apariciones, falleció el 11 de noviembre del 2004 en San Kevin, Los Angeles, California, EEUU, a los 81 años.

 

El Padre Ramón María Andréu acompaña a Conchita y Loli en éxtasis. Conchita da a besar el Crucifijo, primero a la Virgen, y después a la gente.

 

 

El P. Ramón besó el mismo Crucifijo que le curó en Garabandal.

Dos días antes de su muerte fue visitado por Jacinta González Moynihan y su esposo Jeff que residen también en Los Angeles.

Jacinta le dijo:

-- Padre, este es el mismo Crucifijo, besado por la Santísima Virgen en Garabandal, que le curó a Usted de su tobillo.

El P. Ramón besó con fervor el Crucifijo y por un momento cerró los ojos con lágrimas. Su funeral llenó la iglesia de San Kevin a rebosar y finalmente fue trasladado al Santuario de Loyola en España.

 

Una vida consagrada a Dios.

El Padre Ramón Andreu Rodamilans nació en Bilbao, el 9 de Septiembre de 1923. Hijo de Marcelino Andreu y Maria Luisa Rodamilans, entró en los Jesuitas en 1939 a la edad de 16 años y fue ordenado sacerdote el día 30 de Julio de 1955 junto con su hermano el P. Luis, en el Seminario Jesuita de Oña, celebrando ambos, al día siguiente, su primera misa, el 31 de Julio de 1955, día de San Ignacio de Loyola.

Su madre María Luisa, tras la muerte de su marido y de su hijo el P. Luis, entró como monja de clausura en la Orden de la Visitación en San Sebastián donde permaneció hasta su muerte a los 94 años.

El Padre Ramón fue destinado a la Casa de Ejercicios Cristo Rey en Valladolid. Posteriormente fue misionero en Nicaragua y finalmente fue destinado a la parroquia de San Kevin en Los Angeles, California, EEUU, en 1971, una parroquia mayoritariamente de hispano hablantes, donde permaneció hasta su muerte.

Visitó Garabandal en 1961, siempre con permiso de su Superior y del Sr. Obispo de Santander. A partir de este año no volvió a Garabandal hasta 1988, cuando Monseñor del Val, Obispo de Santander, levantó la prohibición de subir al pueblo a los Sacerdotes.

Continuó con el cuaderno de notas iniciado por su hermano el P. Luis S.J., redactando un primer informe de gran importancia sobre las Apariciones.

Entre sus vivencias de las Apariciones de Garabandal hay dos testimonios personales: uno lo cuenta él mismo en una entrevista y el otro es su curación en Garabandal, tras un accidente de automóvil, relatado por D. Máximo Förschler, amigo personal de la familia Andreu.

 

Testimonio del Padre Ramón María Andreu sobre su visita a Garabandal el 18 de Octubre de 1961.

 

Tres de los hermanos Andréu, Jesuitas, con su madre.
De izquierda a derecha los Padres Alejandro, Ramón
 y Padre Luis Andréu S.J.

 

Entrevista al P. Ramón Andreu:

Pregunta: El 18 de Octubre de 1961 usted estuvo en Garabandal, ¿Podría contarnos el desarrollo de esta visita y las circunstancias que la acompañaron?.

P. Ramón: Con mucho gusto. Llegué a Garabandal el 17 de Octubre. Durante ese día y sobre todo el día 18 vi llegar al pueblo una multitud inmensa. Representó mucho teniendo en cuenta lo difícil del acceso y que el día fue un auténtico diluvio. La distancia de Cosío, que hubo de hacerse a pié, es de unos seis kilómetros.

Ese día yo estaba contento y tranquilo. No tenía ningún motivo para estar de otra manera. Durante los meses de Agosto y Septiembre, e incluso lo que había pasado de Octubre, había sido testigo de muchos acontecimientos en este pueblo de la montaña. Tenía de estos meses muchos recuerdos felices. Todo me parecía bueno.

Pregunta: ¿Cuáles eran sus relaciones con el Sr. Obispo de Santander?

P. Ramón: Mis relaciones con la autoridad diocesana eran excelentes. D. Doroteo Fernández, Administrador Apostólico de la Diócesis, me había autorizado a subir a Garabandal, a decir allí la Misa, a predicar y a confesar. Tuve la oportunidad de visitar al Sr. Obispo en varias ocasiones. En estas visitas le pude exponer mis opiniones personales. Lo mismo sucedió con D. Eugenio Beitia Aldazabal tanto en lo que se refiere a mí, como a mis hermanos los Padres Alejandro y Marcelino.

Pregunta: ¿Cuál fue el motivo inmediato de su visita a Garabandal el día 18 de Octubre de 1961?

P. Ramón: Ustedes saben que las niñas habían anunciado para ese día la proclamación del mensaje. Yo supuse que esto podía ser importante. Esto lo debieron pensar muchas personas, porque a pesar de las dificultades de ese día de diluvio se reunieron en el pueblo alrededor de unas cinco mil personas.

Pregunta: Conchita dice en su Diario que esta inmensa multitud subió a los Pinos hacia las 10 de la noche para oír el mensaje. ¿Subió usted también?

P. Ramón: Sí. Yo subí de los últimos siguiendo a la gente en esa ascensión laboriosa. Era necesario recorrer 500 metros monte arriba, ese día de agua y de barro. A ratos era negro como boca de lobo. Algunas lámparas de bolsillo se veían centellear a lo largo y ancho de la ladera. El agua rodaba monte abajo por todas partes.

Durante esta ascensión resbalaba continuamente; incluso me caí varias veces. Esto les sucedió a casi todos.

Llegué a hacer la mitad del camino cuando sentí de golpe, brutalmente, una intensa amargura interior. Fue una mezcla de sentimientos tristes difíciles de definir. En aquél momento todo parecía derrumbarse para mí. Una impresión extrema de intensa soledad. Las cuatro niñas no eran más que unas enfermas. Yo me preguntaba a mí mismo: ¿Por qué estoy aquí? Mi hermano había muerto, esto era todo lo que yo había sacado en definitiva. Aumentaba por momentos un interno estado doloroso. Puedo decir de verdad que nunca, a lo largo de mi vida, he tenido una desolación tan intensa.

Pensé abandonar aquello que no pasaba de ser, ante mis sentimientos más que una triste barraca pueblerina.

Estuve un rato quieto. A veces miraba hacia el cielo. Sé que me hubiera gustado en aquél momento la realización de un milagro, que las niñas no habían anunciado. Mi decepción fue absoluta.

Cambié de sitio y quedé nuevamente un tiempo que no podré decir cuánto fue, en solitario, sintiendo pasar en la oscuridad a los que habían subido hasta los pinos. Todo era noche y silencio. Jamás me había sentido más solo.

De pronto una linterna dirigió hacía mí su foco. Un amigo que descendía de los pinos me reconoció. Llegó a mí.

-- Esto es maravilloso, me dijo.

Yo le dejé decir, mientras pensaba en mi interior: mañana comprenderás lo absurdo de todo esto.

Con él descendí hasta el pueblo sin manifestar nada de lo que ocurría en mi interior. Entramos en una casa donde ya nos esperaban. Al poco tiempo entró Amaliuca, la hermana de Loli. Dirigiéndose a mí y a otros dos nos dijo:

-- Loli dice que vayas tú, tú y tú.

Yo la oí, pero no pensé ir. Al fin me dije: Haré una obra de misericordia; visitar a los enfermos. Y decidí ir a darle un adiós definitivo.

Pregunta: ¿Y fue usted a casa de Loli?

P. Ramón: Sí. Subí al desván de la casa de Ceferino. Había allí un número de personas que bien podían ser 12, ó 14, y entre ellas estaba Loli. La niña se veía contenta, diría incluso que feliz. Yo pensaba en la inconsciencia de aquella niña y de las otras, cuando ya Loli me decía sonriente:

-- Siéntese.

No se trataba de ninguna silla. Era una especie de camastro, lo que había en un rincón. Yo automáticamente me medio senté en el borde. Loli se sentó junto a mí. Ella tenía 12 años, pero iba a dirigir la conversación, cuyo recuerdo duraría en mi creo que para siempre.

-- De ustedes tres hay uno que no cree, me dijo: ¿Sabe usted quién es?

-- Sí, le dije. ¿Y tú?

-- Yo sí lo sé, me contestó. La Virgen me lo ha dicho.

-- ¿Cuando?

-- Ahora, al bajar de los pinos

-- Dime quién es, insistí

-- No me atrevo, fue su respuesta. Si fuera uno de los otros dos.

-- Sí, soy yo, afirmé. No creo nada.

Loli puso en su infantil mirada una como sonrisa de inteligencia y añadió:

-- La Virgen nos ha dicho: El Padre está dudando de todo y sufriendo mucho. Llamadle y decidle que no dude, que es verdad que soy Yo, la Virgen, la que se aparece. Y para que os crea le diréis: "Cuando subías subías contento, cuando bajabas, bajabas triste".

Yo me quedé estupefacto, mirando a Loli, sin saber que decir. Y ella añadió:

-- Pero a Conchita le ha hablado mucho de usted.

En aquél momento me levanté; comprendí confusamente que el momento del adiós definitivo no había llegado.

Cogí a dos amigos, que me miraban fijamente al rostro mientras me decían:

-- ¿Qué le ha dicho? ¿Qué le pasa?

Sin darles respuesta a estas preguntas les empujaba diciendo:

-- Vamos a casa de Conchita.

Aniceta abrió la puerta. Mi saludo fue directamente esta pregunta:

-- ¿Puedo ver a Conchita?

Está ya acostada, me dijo, pero puede usted subir.

No había puertas que abrir. Subí los pocos escalones y llegué a la habitación, llamémosla así, donde Conchita estaba en la cama con su prima Luciuca. Tenía Conchita 12 años y su prima 11.

En cuanto me vio dijo sonriente, antes de que yo abriera la boca:

-- Padre, ¿está usted contento, o está usted triste todavía?

-- No lo sé le respondí. Loli me ha dicho que la Virgen te ha hablado mucho de mí.

-- Lo menos un cuarto de hora, me contestó.

-- ¿Y qué te ha dicho?

-- No se lo puedo decir, fue su respuesta.

-- Entonces me quedo igual que antes, comenté en alta voz.

Conchita sonrió y me dijo:

-- Hay algo que sí le puedo decir: "Cuando subía, subía contento, cuando bajaba, bajaba triste y me ha dicho todo lo que estaba pensando. Y donde estaba pensándolo. Usted pensaba, ahora me voy a América. Y en otro sitio. Ya no quiero saber nada de fulano y de fulano. Y que sufría mucho. Y me ha dicho que se lo diga y también que le advierta que todo esto le ha sucedido para que en adelante, acordándose de esto, no vuelva a dudar más.

Me quedé sin palabras. Al día siguiente Conchita señalaba con el dedo en una fotografía, exactamente el sitio del monte donde había estado pensando cada una de estas cosas. Había algo importante para mí. Todo lo que habla dicho Conchita era cierto. Ella me dijo de parte de la Virgen: "Todo esto le ha sucedido para que en adelante no vuelva a dudar más".

Yo he atravesado por otros momentos de duda, aunque no tan angustiosos como aquel 18 de Octubre. Con frecuencia se me ha dado la noticia --incluso con visos de ser decisión oficial-- de que todo se había terminado. Pero he visto cómo, una y otra vez, quedaba abierto el mismo interrogante.

La experiencia de este 18 de Octubre de 1961 me ha servido en muchos casos, para interrogarme a mí mismo cómo las niñas pudieron conocer, especialmente Conchita, con tanto detalle, una experiencia mía interna y decírmela con tanta claridad y seguridad.

 

Relato de D. Máximo Förschler Entenmann sobre la curación milagrosa del P. Ramón Andreu.

 

Máximo Förschler, a la derecha de la foto, P. Ramón María Andréu S.J. y Muriel Catherine, que se convirtieron a la Fe católica después de sus visitas a Garabandal, en tiempos de las Apariciones.

 

Dice don Máximo Förschler:

Faltando unos treinta kilómetros para llegar a Cosío, tuvimos un tremendo choque, en pleno puerto de Piedras Luengas, con otro coche; el accidente pudo tener consecuencias fatales y sólo posteriormente he llegado a comprender que fue sin duda la Santísima Virgen quien nos libró de una muerte segura.

Por causa de lo ocurrido, llegamos a San Sebastián de Garabandal muy tarde, sobre las once de la noche. Pero con la suerte de poder presenciar, apenas llegados, dos éxtasis.

Nos retiramos a la casa donde teníamos hospedaje y en seguida, a eso de las doce, el Padre Ramón Andreu se puso muy malo, con mareos, sudores fríos, fortísimos dolores en el tobillo izquierdo, que aparecía muy inflamado.

Había en el pueblo un médico de Santander y un especialista en huesos de Burgos.

La casa donde se alojaban el P. Andreu y el señor Förschler era la de la señora Epifanía, llamada de "Fania".

Los doctores eran don Celestino Ortiz Pérez de Santander y el señor Renedo, de Burgos. Se les llamó, y después del reconocimiento, diagnosticaron que, aparte del evidente derrame, había probable fractura del tobillo, o seria fisura, como mínimo.

Le aplicaron un adecuado vendaje y una bolsa de hielo que se pudo encontrar en casa del indiano y entre varios le llevamos en brazos a la cama; sus dolores eran horrorosos. Tan fuertes eran sus dolores, que no pudo ni aguantar sobre el pie el ligerísimo peso de una sábana que le extendieron encima para que no lo tuviera totalmente al descubierto.

Como viejo amigo del padre, quedé yo a cuidarle durante la noche, en una segunda cama que había o dispusieron en la habitación.

 

Curación del P. Ramón María Andréu.

Después de largo rato, empezamos a oír ruido en la calle, y que la gente pedía a voces que la dueña de la casa abriese la puerta, porque Jacinta estaba allí en éxtasis, queriendo entrar.

Jacinta entró en la habitación, con el Crucifijo en la mano y diciendo a la Virgen:

-- El Padre está ¡muy malísimo!. Cúralo. Que delira ¡cuánto!, ¡cúralo!.

Se fue hacia el Padre y le dio a besar el Crucifijo.

En el mismo momento en que el Padre besaba el Crucifijo que le tendía la niña, le desaparecieron por completo los dolores; a continuación habló con él algo que yo no pude entender.

 

Jacinta da a besar a la Virgen un Rosario.

 

Empezaba ya la niña a tener ademanes o gestos como de despedida de la visión, cuando de repente se para, hace una flexión hacia atrás, hacia donde yo estaba, y me da también a mí el crucifijo a besar ¡por dos veces!.

Cuando marchó la niña, nos pusimos a comentar todos los detalles; el Padre me confesó que había pedido muy de veras, en su interior, que la niña, antes de marcharse, me diera también a mí a besar el Crucifijo. Tuve para pensar durante las pocas horas que quedaban de la noche.

 

De este mismo suceso da detalles el P. Ramón Andreu:

Poco después de haber besado el crucifijo que le ofreciera Jacinta, vio él que ésta empezaba a santiguarse y a ofrecer sus mejillas a unos besos invisibles; señal inequívoca de que el éxtasis iba a concluir.

Entonces el P. Ramón, pidió a la Virgen:

-- que la niña diera también a besar el Crucifijo a don Máximo.

El buen señor Förschler, horas antes, había seguido a las videntes en sus trances, sin obtener de ellas ninguna muestra de atención; más bien, lo contrario, pues cuantas veces ellas dieron el crucifijo a los circunstantes, siempre le saltaron a él.

Apenas había el Padre formulado su secretísima petición, Jacinta se detuvo y exclamó:

-- ¿Qué?.

Quedó en actitud de escucha a la Virgen, y añadió en seguida:

-- ¡Ah!.

Empezó a inclinarse más y más hacia atrás, hasta que pudo llegar con el crucifijo a la boca del señor Förschler, a quien no podía ver, por tenerle a su espalda. Instantes después, volvió la niña en sí.

 

Dice don Máximo:

Clareaba ya la mañana de ese día, domingo, 15 de octubre. Cuando se presentaron varios franceses, y detrás, uno de los dos médicos, a preguntar por el Padre. Serían las ocho, aproximadamente.

El Padre dijo al médico que le habían cesado del todo los dolores, y que podía mover el pié sin dificultad. Era bastante sorprendente; mas como medida de precaución le aconsejaron que no pisara con aquel pie, y que aguardase la llegada de una ambulancia que se podía pedir a la "Casa de Salud Valdecilla" de Santander; la lesión había sido seria y, normalmente, tardaría de quince a veinte días en curar.

El médico encontró al Padre sentado en el borde de la cama:

-- Pero ¿qué hace usted, Padre?.

-- Ya ve, trato de levantarme.

-- ¡No haga usted eso! Es un disparate. Vamos a ver el tobillo.

El médico se puso con una rodilla en tierra, para examinarlo mejor. Luego levantó la cabeza hacia el Padre y le dijo:

-- ¡Qué bromista es usted!. Vamos, enséñeme el tobillo malo.

El Padre, con aparente indiferencia, le enseñó el otro tobillo, que era precisamente "el bueno". El médico lo examinó con toda atención, lo comparó con el otro, y acabó levantando de nuevo la cabeza hacia el Padre, mientras decía con una expresión difícil de definir:

-- ¡Pero qué cosas más raras pasan en este pueblo!.

Cuando marcharon los médicos, el Padre se empeñó en que le calzáramos, pues no sentía dolor alguno. Fue a ponerse en pie, y lo hizo sin dificultad. Entonces decidió celebrar él la Misa del pueblo, desistiendo de avisar a don Valentín para que subiera, como ya habíamos acordado. Mandó tocar las campanas a Misa, y nos pusimos a buscarle un bastón.

Yo mismo le acompañé a la Iglesia; y cuando iba a empezar el acto, como yo de la misa no entendía nada, busqué un lugar a propósito en el último banco, y me dediqué a observar desde allí atentamente cómo marchaba lo de su pié; durante toda la ceremonia se movió, se arrodilló y levantó sin dificultad.

Le dije mis observaciones, después de la misa, y él hizo delante de mí varios movimientos o flexiones del pié sin molestia alguna; al fin me confió que la Santísima Virgen le había curado cuando Jacinta se acercó a él y le dijo:

-- Padre, la Virgen me ha dicho que está usted muy malo ; pero me ha mandado a decirle que está usted curado.

En el mismo instante le desaparecieron los dolores.

 

A. M. D. G.

 


 

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