Las Apariciones de la Santísima Virgen María en San Sebastián de Garabandal
Capítulo 192
María Teresa Mira Piera cura
de un cáncer del pulmón.
Por el Beso que he dado, mi Hijo hará prodigios.
Curación de María Teresa Mira Piera.
Tomás Bernabé Baeza, natural y vecino de Alicante, como testimonio de veracidad, manifiesta que su esposa María Teresa Mira Piera fue en su día, intervenida de un carcinoma de mama y posteriormente, con motivo de metástasis en la zona operada, tratada con tele cobaltoterapia y electrón terapia, como se muestra en la fotocopia del informe expedido por el Profesor Dr. Vicente Belloch Zimmermann, Director del Departamento de Radioterapia y Fisioterapia del Hospital Clínico Universitario de la Facultad de Medicina de Valencia, que se acompaña.
Como constata en el mencionado informe, mi esposa fue intervenida en marzo de 1977 siendo el postoperatorio y recuperación bastante normales, vigilado todo ello por el Dr. en Cirugía y Ginecología D. Rafael Martínez San Pedro, de Alicante, quién llevó a cabo la citada intervención. Llegado el momento se procedió a quitar los puntos ya que la herida presentaba un aspecto de normal cicatrización.
Aproximadamente, al año de todo esto, se detectó que en el lugar que ocuparan algunos de estos puntos, aparecía una supuración que se interpretó como una "pequeña infección". Esta supuración fue en aumento y lo que en principio sólo eran molestias, se convirtió en dolor y fuertes punzadas. Esta supuración terminaba por convertirse en la costra de una pupa, la cual al cabo del tiempo caía y así sucesivamente repitiéndose el ciclo.
En nuestra ignorancia, nada nos alarmó, ya que en las revisiones periódicas el Dr. Martínez San Pedro no le concedía mayor importancia, por considerar que se trataba del rechazo de unos puntos internos.
Viendo que la cosa se alargaba y los dolores y pinchazos subían en intensidad, decidimos ir al cirujano que nos correspondía por la Seguridad Social, Dr. Anastasio Martín Muñoz; este Dr., con solo ver "aquello", no tuvo dudas sobre la inminencia de una metástasis que, en su opinión, no ofrecía alternativas de vida (no dicho en estas palabras pero sí con este sentido). Considerando que sólo la medicina nuclear podía paliar algo, el Dr. Martín Muñoz me envió a la Facultad de Medicina de Valencia, lugar más próximo con instrumental adecuado.
Nos recibió el Profesor Benlloch quién, tras un minucioso reconocimiento, compartió el diagnóstico del Dr. Martín y consideraba la necesidad inmediata del tratamiento. Si bien sus palabras de hombre de más edad y experiencia trataban de ser más esperanzadoras, nada dijo en tal sentido y más bien lo supeditó todo a los resultados de las pruebas que pensaba llevar a cabo.
Un día, me abordó mientras esperaba que mi esposa fuera radiada y me dijo: "en una radiografía hemos detectado una filtración pulmonar, tengo la obligación de decírselo". No necesité más al ver lo sombrío de su expresión y la celeridad con que desapareció de mi vista. No cabía duda, la sentencia había sido dictada.
Como consecuencia de las radiaciones, se produjeron dos heridas por quemaduras de terribles dolores. Mi esposa se consumía poco a poco, como otras tantas que desfilaron delante de nosotros.
Regresamos a casa e iniciamos nuestro calvario, ello con unos dolores terribles y yo convertido en un espectador impotente. Viendo que la medicina no podía hacer nada por ella, comencé un peregrinaje por el mundo de los curanderos que en cierto modo, aunque poco, algo hicieron, pero llegó un momento en que todo tomaba muy mal cariz.
Recordé que era católico y que Dios, en todo esto, no había pronunciado su última palabra, por lo que decidí volver a las enfriadas prácticas para, a través de ellas, pedir la ayuda tan necesaria.
Como consecuencia, me postré ante la Santa Faz en demanda de auxilio, oía misa con frecuencia, confesaba, comulgaba y asistía al rosario penitencial de mi parroquia. En ésta, al conocer mi drama, por sugerencia de nuestro párroco D. Agustín Pérez Segura, se rezaron rosarios que se ofrecían para que mi esposa mejorase.
Una de las noches de aquellos rosarios, alguien habló de Garabandal; yo me interesé por el tema y un amigo, Jaime Rico Frau, se ofreció a pasarnos las diapositivas tomadas a las niñas en los distintos momentos. Todo aquello me interesó, sobre todo al conocer la prodigalidad de los prodigios y las promesas para el día del milagro.
Cuando finalizábamos el invierno de 1979, un día mi esposa me dijo que estaba dispuesta a intentar llegar hasta Garabandal, vista la ilusión y esperanza que todo ello suponía para mí. Decidimos que la mejor fecha para ir sería la Semana Santa.
Cuando se aproximaba la fecha, fui a consultar a mi amigo Jaime por donde tenía que ir a ambos sitios pues no tenía ni idea y no figuraban en ningún mapa de carreteras. No se lo pensó dos veces y se ofreció incondicional a llevarnos.
Fuimos directos y de un tirón a Garabandal. Llegamos de madrugada y pese a lo duro del viaje, mi esposa se encontraba bastante bien. Tan pronto como se hizo de día, fuimos a buscar alojamiento y después Jaime pidió a Doña María Herrero que le prestara un crucifijo de su propiedad, que la Virgen Santísima había besado en el transcurso de las apariciones.
Cuando mi esposa se colgó al cuello aquel crucifijo, según ella, en su interior se formó un cataclismo que le produjo dolores insoportables pero que, tanto Jaime como yo, presentimos que todo aquello era positivo.
El viaje de regreso lo hizo lo bastante bien, aunque los dolores le repitieron; pero desde entonces su recuperación ha ido produciéndose día a día hasta llegar a hacer una vida bastante normal, dentro de unas ciertas limitaciones, por demás lógicas.
Se da también la circunstancia de que las dos heridas por quemadura, una está totalmente cicatrizada y la otra la ofreció a la Virgen para que ninguno de nuestros hijos se extravíe; ahí la tiene estática, ni mejora ni empeora, pero la tiene que curar todos los días y, según ella, es feliz haciéndolo porque sabe que la Virgen le ha escuchado.
Tanto yo como muchas personas que han seguido la evolución de la mejoría de mi esposa, no dudamos en considerarlo providencial y milagroso y en tal sentido me pronuncio.
Firmado:
Tomás Bernabé Baeza
Alicante, 1979.
A. M. D. G.