Las Apariciones de la Santísima Virgen María en San Sebastián de Garabandal

Capítulo 199

 

Las fragancias que emanan de los objetos
besados por la Santísima Virgen.

 

En los lugares visitados por la Santísima Virgen y más especialmente en el Cuadro, en la Campuca y en los Pinos, en ocasiones, se huelen unas fragancias que producen un gran consuelo en el alma.

 

En el décimo aniversario de las Apariciones, en 1971, dice Angel  "el Caraqueño":

La primera vez que subí a los Pinos estaba solo y una suave brisa sobre las copas de los árboles sonaba en mis oídos como una armonía suavísima que invitaba a la Oración.

En otra ocasión, subiendo a los Pinos con un grupo de peregrinos que veníamos de Gijón, Asturias, al llegar a la Campuca, donde está la Capilla de San Miguel, noté un delicioso olor a flores, a rosas. Quité de las manos de Deli Bertrand una florecilla silvestre que llevaba, pero no era aquello. Se lo dije al P. Eusebio García de Pesquera, el capuchino que venia con nosotros y me dijo:

-- Alégrate Angel que esto esto aquí se manifiesta y los que tenéis el don de percibirlo es por Gracia de Dios.

-- Pues es muy claro, le dije.

Entonces mi hija pequeña dijo:

-- Yo también lo siento, papá.

A lo largo de la subida a los Pinos lo volvimos a sentir varias veces y, una vez en los pinos, nos vino una ráfaga muy fuerte de este olor precioso, que no se comprende de qué puede estar hecho, porque afecta no solo al sentido del olfato sino que al mismo tiempo se siente en el alma algo especial que viene de Dios.

 

Encarnación subió a Garabandal con sus hijos, acompañada de su esposo Angel Uria y de D. Manuel Lantero.

Dice Encarnación:

Eran últimos de septiembre; llegamos ya de noche y don Manuel me dejó una zamarra suya porque había algo de frío y llovisqueaba. Lo primero fue ir a los Pinos y cuando pasamos el pueblo sentí un olor a perfume y donde el manzano, donde el cuadro, me volvió otra ráfaga de un olor muy rico, como a violetas, a flores.

Digo a Don Manuel:

-- Don Manuel, ¿esta zamarra suya estará perfumada?.

-- No, no, si esa zamarra la traigo yo para trabajar, para andar en la madera, huele a madera.

Cuando vamos llegando a la Capillina, otra vez, más fuerte. Empezamos a olernos unos a otros a ver quién era y no era nadie. Vamos más arriba y todavía más fuerte el olor. No me daba por convencida pero lo cierto es que ese olor no venía de ninguna sitio, venia del Cielo, era un regalo de la Virgen por haber venido a visitarla.

Rezamos el Rosario en los pinos aquella noche. Bajamos y cenamos en casa de Ceferino. También, cerca de la cabaña de Don Manuel, volví a tener otra ráfaga de perfume. Después de esta visita, volví muchas veces a Garabandal.

 

Dice Angel Uría:

Un día, estando en los pinos de Garabandal, me extrañó ver unos chabalinos jóvenes en los pinos, rezando. Empecé a contarles lo mío, las cosas que yo había vivido en Garabandal y ellos también se desahogaron conmigo. Me dijo uno de ellos que él no creía en nada pero que un día llegó casa, abrió la mesita y que le vino un perfume precioso.

Foto: Pequeña imagen de la Virgen del Carmen de Garabandal en el pino de la Virgen.

Dijo a su hermana: ¿qué metiste en la mi mesita?, vienen unas ráfagas de olor maravillosas.

Dijo ella:

-- yo metí un Rosario que llevé a ese pueblín de Garabandal, que está besado por la Virgen, según dijeron las videntes, pero no te quería decir nada de que esto a mi me pasó ya varias veces y por esto lo metí en la tu mesita a ver si te ocurría a ti también.

Desde entonces yo tuve varias veces esos perfumes y vine aquí a Garabandal y desde entonces pertenezco a una asociación que se dedica a hacer el bien, pero que nadie puede saber el bien que haces. Cada necesidad se atiende, a poder ser, sin que se sepa de quién viene esa ayuda. Eran unos muchachos jóvenes maravillosos. Son estos frutos maravillosos los que te hacen creer que realmente aquí se apareció la Virgen.

 

Un par de peregrinos, hablan en los pinos:

Yo siempre voy con otra persona y pasado un tiempo, nos acercamos como de costumbre al árbol para despedirnos de la Virgen hasta la próxima visita.

Cual fue mi sorpresa que, rezándole yo a la Virgen, de repente hubo un olor a rosas que impregnó el lugar.

Yo miré a la otra persona como preguntándole si ella había percibido lo mismo que yo, y al cruzarnos la mirada, me dijo:

-- Sí, huelo a rosas.

Al volver a fijar nuestras vistas en la Virgen, por segunda vez apareció el olor a rosas, desapareciendo instantes después.

Nos fuimos de allí realmente impresionados por lo que habíamos sentido los dos y, por el regalo que nos hizo la Virgen concediéndonos que oliéramos ese increíble olor a rosas.

Esta otra persona, por diferentes motivos, ha sufrido mucho en su vida y estaba realmente tibio ante la religión, más próximo al ateísmo que al alejamiento en el que me encontraba yo. Puedo decir que esta persona sonríe ahora como nunca desde ese día y desde que yo lo conozco. De ahí que nos hemos convertido en fieles devotos de Garabandal y procuramos ir en peregrinación una vez al mes para dar gracias a la Virgen por habernos dado lo que jamás esperábamos:

El bien espiritual que nos ha hecho la Virgen es una prueba de que Ella está allí y de que hoy, más que nunca, nos afirmamos en la verdad de las Apariciones.

 

Dice Jaime Bertrand:

Tuve muchas pruebas referente a los perfumes que emanan de los objetos besados por la Virgen. Tanto es así que ya llegué a creer que sería fácil pedir porque pedías una cosa e inmediatamente te venía un perfume y estaba concedida.

Resulta que en muchas ocasiones y muy lejos de aquí, por ejemplo en Extremadura, me ocurrió el pedir por una petición que me hacían, como pedimos los cristianos unos por otros: reza por este caso mío, reza por este problema mío. Un amigo de allí me pidió que rezara por su abuela que estaba muy enferma para que tuviera una muerte dulce y pacífica y aquel día pues recé por la tarde.

Por la noche, cuando estaba en el paseo me vinieron unos perfumes que no se sabe uno explicar, no son perfumes naturales, es un perfume muy agradable y que no había razón ninguna ya que no me había lavado con jabón oloroso ni con nada.

Llevaba en el cuello una medalla besada por la Virgen y yo lo explico por eso. Tanto es así que llegué a casa de este amigo y allí juntos rezamos el Rosario, en pleno verano, en Extremadura, con cuarenta grados a la sombra.

Con los brazos en cruz, de rodillas, sudábamos la gota gorda, yo que padezco además de ciática, neodiscal, reuma, etc., aquello fue un trabajo enorme porque cuando llegamos por el tercer misterio me caía el agua a chorros por el rostro y por todos los sitios y estando allí volvió a venirme el perfume. Aquella misma noche me enteré que esta Señora había muerto dulcemente.

 

Don Antonio Dalmiro Atienza Moya, notario residente en Buenos Aires, Argentina, cuenta lo que sucedió con una medalla de Nuestra Señora del Carmen de Garabandal que él había solicitado.

Esta medalla de la Virgen de Garabandal tiene en el reverso una pequeña reliquia, un pequeño trozo del misal de María Dolores. Este misal fue besado por Nuestra Señora en el transcurso de un éxtasis, y del cual, de sus páginas cortadas en pequeños trozos, se hicieron miles de reliquias que fueron colocadas en medallas con su efigie y que están repartidas por el mundo entero.

 

Dice D. Antonio:

Un día después de tener dicha medalla en mi poder, estando en el comedor de mi casa, emanó un fuerte perfume a rosas. Estaba en compañía de mi buen amigo Patricio, de 33 años y no católico.

El sabía todo lo relacionado con Garabandal ya que yo se lo había contado, y al percibir el olor a rosas que desprendía la medalla, muy emocionado y llorando como un niño, me dijo esta frase que escribo a continuación y que repitió entre cinco y siete veces:

-- Dalmiro, quiero hacer la Primera Comunión, quiero amar a la Santísima Virgen como Ud. la ama.

Esta fue su frase textual.

Pocas semanas después y bien preparado, recibió su Primera Comunión, previas dos confesiones con un fraile dominico con fama de santo y de sabio en esta tierra.

La ceremonia de la Primera Comunión de mi amigo Patricio, fue extraordinariamente emotiva. Se produjo dentro de una misa solemne tridentina que ofició un piadosísimo fraile mercedario, ceremonia celebrada en el convento de las monjas Franciscanas, y fue un hecho memorable y precioso.

Patricio pertenece a una familia de origen alemán, antiguos vecinos míos, que no practicaban religión alguna, a excepción de su madre que era protestante luterana.

 

Segundo milagro producido en Argentina por la misma medalla:

Cierto día, se presentó en mi despacho de Buenos Aires una dama, esposa de un profesor germano de esta Universidad.

Esta señora me explicó llorando que su único hermano agonizaba en el Hospital Alemán de Buenos Aires. Este señor padecía un cáncer en estado terminal.

Esta dama, hermana del moribundo, venía a solicitarme la medallita con la reliquia de Nuestra Señora del Carmen de Garabandal que había hecho el anterior Milagro, para llevársela al hospital.

Su hermano moribundo blasfemaba como un diablo en su cama del hospital, y hasta había escupido a un sacerdote que llegó hasta su cabecera para auxiliarle en sus últimas horas de vida, pues las tenía ya muy contadas para presentarse ante Nuestro Señor y darle cuenta de su vida.

Todo era imposible; este señor, de unos 55 años, sin ninguna creencia, quería morir como los animales, sin ninguna ayuda por parte de la Iglesia católica y de sus representantes; estaba como un perro rabioso.

De inmediato accedí a la petición de su hermana y la invité a mi casa de Olivos, que era mi residencia, para entregarla dicha reliquia; y así ocurrió al siguiente día. Sólo habían transcurrido cinco días y volvió esa dama y su esposo para devolverme la medalla de Nuestra Señora del Carmen de Garabandal que días atrás había prestado para llevársela a su hermano moribundo. El relato que me hizo este matrimonio, hermana y cuñado del enfermo es el siguiente:

«Al acercarse a la cama de su hermano la señora Iderla, así se llamaba dicha señora, con la medalla reliquia en la mano, se llenó de un aroma a rosas la habitación del hospital donde se encontraba el moribundo.

Instantáneamente, al percibir este gran olor, el moribundo autorizó a su piadosa hermana para que avisase al sacerdote que en otras ocasiones había echado de su habitación.

De inmediato se confesó y pidió perdón al párroco por las ofensas antes mencionadas y éste le administró la Eucaristía en las dos formas, y solicitó al Párroco la extremaunción.

El enfermo lloró como un niño arrepentido y al día siguiente, creyeron que estaba dormido, pero lo que estaba era muerto, sin haber manifestado queja alguna: murió en la paz del Señor».

Deseo que este escrito con estos casos milagrosos sea divulgado, para dar a conocer el gran amor del Señor y de su Santísima Madre, la Virgen del Carmen de Garabandal que se manifiesta especialmente cuando recurrimos a Ellos.

 

A. M. D. G.

 


 

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