Las Apariciones de la Santísima Virgen María en San Sebastián de Garabandal

Capítulo 209

 

Garabandal, una iglesia doméstica.

 

Todo el pueblo se convirtió en una Iglesia doméstica.

 

 

Garabandal, una iglesia doméstica.

La Santísima Virgen María empezó una catequesis de Madre con sus hijos atendiendo a todos y con tal delicadeza que con acierto se ha considerado al pueblo de Garabandal una Iglesia doméstica.

En el verano de 1961, un señor de Aguilar de Campoo, Palencia, subió a Garabandal. Al ver a Conchita en éxtasis, pidió mentalmente a la Virgen una respuesta a algo que le preocupaba.

Pasó un mes y volvió de nuevo a Garabandal. Asistió a un éxtasis de Mari Loli, que le conmovió. Después del trance, estaba entre los anónimos espectadores ya que ni conocía ni trataba personalmente a ninguna de las videntes. La pequeña fue a él, y le dijo, "de parte de la Virgen, esto y esto...", unas palabras, que eran la respuesta precisa a lo que había pedido ¡un mes antes, sólo con la mente, y ante otra niña! Está dispuesto a jurar que de aquella su secretísima petición no había hablado absolutamente con nadie.

Entre las cosas que preguntaron las niñas a la Virgen, una fue que si le parecía bien que la gente le hiciera preguntas: contestó que Sí.

 

Me trajo el Crucifijo en mano y a otra casa, ¡qué delicadeza la de la Virgen!

Don José Ramón García de la Riva, párroco de Barro, Llanes (Asturias), dice: Un día por la noche, me encontraba yo en la cocina de Conchita, sentado, cuando llegó Loli en éxtasis, acompañada de su padre y otras personas. Se arrodilló allí, dio a besar el crucifijo que llevaba en la mano, y se quedó quieta ante mí. Quería darme algo; pero yo, a causa de mi miopía y porque estaba más pendiente de su rostro que de sus manos, no me daba cuenta, hasta que Ceferino me dijo:

-- "Mire, que le da un crucifijo".

¡Fue uno de los momentos más conmovedores de mi vida! Se trataba exactamente del crucifijo que yo había dejado por la mañana, sin ser visto, en su casa y que tan intrigada la había tenido a ella todo el día.

 

Todos deben besar el Crucifijo, confiando en el infinito amor y misericordia del Corazón de Jesús.

Ya anochecido, estaba Conchita en éxtasis en la cocina de su casa y la ventana estaba abierta de par en par, a fin de que bastantes personas que no habían podido entrar, siguiesen el trance desde fuera.

Al cabo de un rato, la vidente, siempre sumida en su trance, con la cabeza muy hacia atrás y la mirada clavada en lo alto, fue dando a besar a todos su crucifijo y cuando acabó con los de la cocina, pasó su mano sin un solo tropiezo por entre los barrotes de la ventana, para que los de fuera pudiesen acercarse a besar también aquella sagrada imagen. Lo fueron haciendo de uno en uno, muy emocionados.

Cuando parecía que lo habían hecho todos, fuera sólo podían verse aquellos a los que llegaba de algún modo la claridad de la cocina, se observó con asombro que la niña seguía manteniendo su brazo hacia el exterior, como si esperara que se acercase alguien, y los de dentro la oyeron decir:

-- ¡Ah! ¿Que no quieren besarle? ¿Por qué?

Siguió una breve pausa, en la que podía oírse con entera claridad hasta la respiración. Uno de los presentes no se pudo contener, y salió a ver qué ocurría. Se encontró con una pareja, que, un poco alejada, trataba de protegerse en la oscuridad; les habló, y ellos le confesaron que se habían alejado de la ventana precisamente cuando la niña empezó con lo de los besos: él y ella se consideraban indignos de poner sus labios en aquella santa imagen.

Le costó un poco al hombre convencerles de que era equivocada su actitud, de que por muy pecadores que se sintieran, no había razón para rehuir a quien había venido precisamente a salvar a los pecadores; que Él les esperaba, era evidente, pues allí estaba la niña, con su brazo tendido hacia la oscuridad, y ofreciendo el crucifijo ¡a ellos, que eran los únicos que faltaban!; y no hacía tal cosa por propia iniciativa, pues no había más que ver cómo ella estaba plenamente abstraída de cuanto ocurría a su alrededor.

Ante estas reflexiones, cesó la resistencia, y los alejados se acercaron temblorosos a poner también sus labios en la imagen de Jesús crucificado quien tan extraordinariamente había esperado recibir este beso de arrepentimiento.

 

En reparación de una blasfemia.

El albañil Pepe Díez, que fue su protagonista, se acordaba de ello como si aún lo estuviera viviendo.

Como en casi todos los anocheceres, se formaron procesiones de oración y penitencia en seguimiento de las niñas que recorrían en éxtasis las calles o los caminos. Pero aquel día, Pepe Díez no se molestó en ir con ellas: él estaba algo cansado y no tenía ganas.

Desde su casa pudo oir perfectamente el ruido de pisadas y rezos que se acercaban, y pasaban, hasta perderse en la distancia. Cuando todo quedó en silencio, Pepe salió y se metió por una calleja oscura, para evitar mejor todo encuentro con las niñas videntes. En cierto momento, al arrimarse más a la pared, se dio un buen golpe en la frente contra una piedra que sobresalía de la misma; y la reacción fue inmediata: soltó una blasfemia, menté a San Pedro, confiesa él.

Inmediatamente se sintió avergonzado. Pero no tuvo tiempo ni de reflexionar. Algo le dejó como clavado en un rincón de la calleja: el ruido de la procesión, que se había alejado del todo, volvía ahora de pronto, y empezaba a crecer como con cierto apresuramiento.

No tardó en llegar e inútilmente trató él de refugiarse donde más espesas eran las sombras, para que todos pasaran sin advertir su presencia.

-- la niña que venía extática al frente del cortejo, sin bajar de lo alto su mirada, se fue hacia él, crucifijo en mano. Pepe hubiese preferido que le tragara la tierra. Cayó tembloroso de rodillas, y sintió como ella le ponía con suave fuerza el crucifijo en los labios, como obligándole a un beso de reparación por aquella blasfemia que sólo habían podido escuchar los oídos de Dios.

El buen albañil quedó bien adoctrinado, con más provecho que si se le hubieran dirigido varios sermones sobre la fiel observancia del segundo mandamiento de la Ley de Dios.

 

La Virgen quiere se vista con modestia:

Vestidos largos, con mangas y sin escote.

En el éxtasis de media noche, del 9 al 10 de septiembre, fueron las tres niñas a sus casa, por orden de la Visión, a cambiar los vestidos que llevaban por otros más largos.

-- Siempre deberíamos llevar los vestidos así de largo, sobre todo para venir a verte a Ti.

se le oyó decir después a Conchita durante su trance.

El día 31 de agosto, una de las niñas, se trata de Conchita, según las notas de don Valentín, fue, sentada, varios metros de ida hacia la iglesia y varios metros de regreso. El público que lo estaba viendo quedó tan emocionado, que muchos lloraban, no tanto por el mismo hecho de ir así sentada sobre el suelo, cuanto porque en todo el trayecto los vestidos de la niña, sin descomponerse nada, la cubrían perfectamente hasta las rodillas.

Se constató después que, a pesar de haberse deslizado así por un suelo nada limpio, los vestidos no se habían manchado. Fue ese mismo día de agosto cuando la Virgen aconsejó a Loli que se alargara un poco la falda. "Se lo dijo sonriendo", explicaron después las niñas".

 

De las notas de D. Valentín el párroco se ve a la Virgen santificando la vida de cada persona y convirtiendo cada sitio en un lugar de alabanza y oración a Dios.

4 de septiembre: "A una hora fueron cogiendo las manos de todos los presentes, y en ellas hacían una cruz por fuera. Cantaron luego rosarios por el pueblo, la visión delante, pues las niñas cantaban sólo una parte; iban de casa en casa, cantando un avemaría en cada casa donde se vive, al tiempo subían las escaleras".

Del día 5: "A las cinco de la tarde entraron en éxtasis Jacinta y Loli; nos hicieron la señal de la cruz en la frente a todos los que estábamos allí; después salieron con un crucifijo pequeño y fueron casa por casa, dándole a besar a todos".

Del día 6: "Estuvieron de puerta en puerta cantando rosarios. Dieron a besar el crucifijo a todos, y subían donde había enfermos o ancianos".

 

 

Una hermosa manera de reconocer y proclamar cada casa u hogar cristiano como verdadera "iglesia doméstica", con todo lo que esto entraña. Y es que cualquier lugar donde viven hijos de Dios, es también "Casa de Dios". Son muchos los que afirman que en aquel pueblecito montañés han pasado los mejores momentos de su vida.

"Yo, decía un sacerdote, aún no sé lo que es el Cielo; pero en Garabandal me parece que he estado en su antesala".

 

Incluso las preguntas mas ocurrentes tuvieron respuestas.

Después de oir de Conchita que la Virgen le había dicho que si viese a un sacerdote y a un ángel saludase primero al sacerdote, un sacerdote joven, que oyó esto, preguntó a Conchita:

-- Según eso ¿a quién prefieres ver, al ángel o a mí?

--  Oh, ¡al ángel, por supuesto! dijo Conchita, ¡es mucho más guapo que Usted!

Otro sacerdote, pensó someter a las niñas a un test psicológico e hizo a Conchita esta extraña pregunta:

-- Si tu cura párroco no fuera hombre ni mujer, sino un animal, ¿qué clase de animal querrías que fuese?

Contestó enseguida Conchita:

-- ¡Un cordero!

-- ¿Por qué?

-- Porque sería como Jesús, que Se sacrificó por nosotros.

Faustino González, un campesino del vecino pueblo de Cosío, tenía un campo cerca de Garabandal e iba al pueblo con frecuencia. Él y otros campesinos del lugar oyeron hablar de las apariciones. El 29 de junio de 1961, once de estos hombres se fueron al pueblo, por simple curiosidad, a ver por sus propios ojos lo que allí ocurría.

Al atardecer, la gente se reunió como de costumbre en la calleja que lleva a los pinos. Faustino y sus amigos se ubicaron en buen lugar para poder observarlo todo. Las videntes llegaron y ocuparon su lugar, una pequeña área cercada. Una señora de edad empezó a rezar el rosario. Pasó un rato sin suceder nada. Los hombres se cansaron de rezar y comenzaron a bromear.

De repente las videntes habían echado la cabeza hacia atrás y estaban en éxtasis. Los hombres quedaron con los ojos clavados en la increíble belleza que se desplegaba ante ellos. Más tarde, Faustino se lo contó al Dr. Ortiz, de Santander, le dijo:

-- Al ver esa transformación, contemplar esas caras, nos conmovió tanto que lloramos ¡y eso que nosotros somos duros de pelar!

Pasaron esa noche juntos en su invernal y sólo atinaron a comentar lo que habían visto y oído. No podían dormir. Al fin uno de ellos sugirió dejar de conversar y rezar el rosario, para expiar su incredulidad de antes de la aparición. Propuesta que fue bien recibida y ejecutada por estos hombres que se sentían aún bajo el impacto de algo que los superaba y les hablaba íntimamente del amor de Dios.

Vivencias como ésta no son impresiones pasajeras, pronto olvidadas y que quedan sin efecto. Pasado más de un mes, cuando el Dr. Ortiz, pediatra de Santander, visitó de nuevo Garabandal, se reunió con algunos de estos granjeros en el pueblo. Los vio en actitudes respetuosas, cabeza descubierta, rezando el rosario, mientras acompañaban a las niñas por las calles del pueblo. Tanto le sorprendió verlos en actitud tan religiosa que interrogó a uno de ellos, que le dijo:

-- Los que cuidamos del ganado en las colinas, bajamos al pueblo los sábados para rezar el rosario con las niñas. Trabajamos más deprisa con el ganado que los demás días, porque no podemos llegar tarde a rosarios como éstos. ¡Valen mil veces más que los que solíamos rezar en la iglesia!

-- ¿No habrá un poquitín de exageración en eso?

preguntó el Dr. Ortiz.

-- No, doctor, no. En la iglesia, uno se distrae demasiado porque rezamos muy de prisa, pero aquí rezamos con las niñas muy despacio y vamos pensando.

 

A. M. D. G.

 


 

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