Las Apariciones de la Santísima Virgen María en San Sebastián de Garabandal
Capítulo 224
Testimonio de Iluminada González
Lo creí desde el principio, que la Virgen se estaba apareciendo. Mi primera reacción fue arrodillarme y rezar, dando gracias a Dios.
Iluminada González.
Iluminada es prima de la vidente Jacinta. Por esta razón, tenía más confianza con ella, e hizo algunas pruebas que describe en este relato.
Conocía a las cuatro niñas: Conchita, Mari Loli, Jacinta y Mari Cruz, antes de que tuvieran lugar las Apariciones. Eran igual que las otras niñas de mi pueblo. No noté en ellas nada especial.
Residía en Barcelona cuando mi madre, Andrea, me escribió desde el pueblo diciéndome que San Miguel y después la Santísima Virgen habían aparecido en Garabandal.
Esto me llenó de alegría. Lo creí desde el principio. Mi primera reacción fue arrodillarme y rezar, dando gracias a Dios. Pensé:
-- Dios nos está dando otra prueba de su existencia.
Vine a Garabandal en Julio de 1961. El primer éxtasis que vi fue de Jacinta. Ella y Mari Loli vivían cerca. Tan pronto como supe que habían tenido las "llamadas" fui hacia sus casas. Tenían tres llamadas, que eran algo que ellas sentían interiormente de un modo especial.
El primer éxtasis que vi me impresionó mucho. Internamente notaba que estaba en la presencia de la Virgen. Lo sentía claramente y para mí pensé que aquello era verdad.
También seguí a las otras niñas en éxtasis pero mayormente solía acompañar a Jacinta y Mari Loli. Los éxtasis duraban bastante porque las niñas solían comenzar los éxtasis en sus casas pero luego salían por las calles. Nada las paraba de salir, ni siquiera si se hubieran cerrado las puertas. Era como si una fuerza interior las llevase. Iban de un lugar a otro y a veces se encontraban con las otras niñas, también en éxtasis, con grandes muestras de alegría. Luego se separaban y solían terminar donde habían comenzado, dándoles la impresión como sino se hubiesen movido de allí. Fui testigo de muchísimos éxtasis.
Las caras de las niñas se ponían muy bonitas, tanto que un día un sacerdote que estaba viendo el éxtasis dijo:
-- Ahora sí que puedo decir que he visto un hermoso rostro, que no parece de este mundo.
Jacinta y Mari Loli en éxtasis.
Sus caras parecían como si tuvieran un brillo suave o resplandor interior, que incluso se notaba en el cabello. No sé cómo explicarlo pero era una cosa preciosa. Nunca había visto antes nada igual.
Aunque estuvieran así varias horas, el tiempo no pasaba para ellas, por eso solían decir a la Virgen: "si solo has estado un minuto". Por mucho que hubieran andado salían del éxtasis sin cansancio alguno, con una expresión de felicidad y completamente normales, sin fatiga ni nerviosismo.
Vi a las niñas recibir la Comunión que ellas decían les daba el Ángel. Quiero decir que las vi caer de rodillas de modo repentino y el golpe de las rodillas sonaba como si se hubiesen roto los huesos. Nunca se hicieron daño en estas caídas ni el más leve rasguño o herida.
Una noche, estaba en casa de Jacinta y salimos juntas. Estábamos solas. Jacinta estaba en éxtasis con sus manos juntas y sus ojos mirando al cielo, a la Visión. Toqué sus manos pero enseguida aparté mis manos de ella porque note algo extraño. Era que sus manos estaban rígidas como una estatua, no es que estuviesen ni calientes ni frías sino rígidas, como si ella estuviese fuera de este mundo.
En otra ocasión, Jacinta estaba arrodillada e intenté levantarla un poquito. No pude levantarla y además sentí como si estuviese tocando algo muy sagrado, que me conmovió. No pude moverla. En éxtasis, solo la Virgen y ellas mismas, se movían con toda facilidad unas a otras pero para los demás era imposible.
Las niñas han estado acá en la casa de mi madre y yo estaba presente cuando el episodio de Jacinta y su aparente confusión respecto a donde estaba la cabecera de la cama, tal como lo cuenta mi madre Andrea. Puedo contar este suceso y añadir algún pequeño detalle.
Cuando puse a mi niño en la cama esa noche, quité la almohada de la cabecera y la puse a los pies de la cama. Una tarde, Jacinta vino con el Crucifijo en su mano e hizo la señal de la Cruz en la almohada que yo había puesto a los pies de la cama. Entonces paró un momento y, con los ojos siempre fijos en lo alto, hablaba con la Virgen:
-- ¿No?, ¿no es aquí? Pero la almohada esta aquí y no en la cabecera... ¡Ah!, bien, bien.
Se entendía claramente que la Virgen le indicaba que aunque esa almohada estaba ahí y por eso le había hecho la cruz, su sitio era en la cabecera. Y por eso, en este caso, Jacinta hizo también la señal de la cruz en la cabecera porque allí dormía un hijo mío, aun cuando esta vez la almohada estaba del lado opuesto.
En otra ocasión di a Jacinta todas mis medallas: las de mi marido, las de mis hijos y las mías, así como también los anillos de matrimonio y un crucifijo que tengo conmigo, y también algunas estampas para que la Santísima Virgen lo besase todo. Le pedí a Jacinta que lo diese todo a besar a la Virgen, pero no le dije que aquellos objetos eran todos míos sino más bien de varios. Cuando tuvo lugar el éxtasis, ella fue presentando todas mis medallas y estampas a la Visión, le fue presentando todo y exclamó:
-- Son muchos.
Claramente le oí decir:
-- ¡Ah!, ¿que son todos de ella?, ¿todos?
Algún tiempo después, mi marido vino al pueblo y esa misma tarde fuimos a ver un éxtasis. Le dije:
-- Verás, las niñas ponen el crucifijo en los labios para que la gente lo bese. No es necesario ir sino que ellas lo dan a besar.
Como en otras ocasiones, nos pusimos en fila. Una de las niñas vino y fue dando el crucifijo a besar a todos pero, cuando llegó a mi marido lo saltó, y siguió dando el crucifijo a besar al siguiente. La niña vino de nuevo de vuelta y alguien dijo a mi marido: "Quédese ahí que ella se lo dará". Pero lo cierto es que no se lo dio y esto le sucedió en tres ocasiones más.
Entonces dije a la gente que nos rodeaba:
-- Dejen a mi marido solo. No le digan que dé un paso adelante. La Virgen sabe muy bien donde está. Ella debe tener una buena razón para no darle el crucifijo a besar.
El éxtasis terminó y mi marido estaba muy triste.
Varias días más adelante las niñas en éxtasis fueron a casa de Ceferino. Había tanta gente que el pequeño lugar se llenó. La gente se movió lo justo para dejar un estrecho camino para que las niñas pasasen. Era muy difícil para nosotros encontrar un lugar en la parte de delante para poder besar el crucifijo. Todos deseaban recibir este favor. Entonces dije a mi marido:
-- Intentemos ponernos en la primera fila para que te vean; puede ser que hoy te den el crucifijo a besar y, si no, ya veremos, pero intentémoslo de todos modos.
Nos pusimos al frente con gran dificultad pero estábamos tan empaquetados unos con otros y había tantos empujones que dije a mi marido:
-- Mantente firme y guarda tu sitio, puede que beses el crucifijo hoy.
Pero la gente seguía empujando tan fuerte que por causa de eso estábamos distraídos. Por esto le dije.
-- Vuelve a tu sitio sino las niñas no te lo darán.
Mi marido dijo:
-- Mira, este no es un sitio para que estemos empujándonos. Debemos ser respetuosos y portarnos con dignidad, antes que provocar altercados.
Entonces se retiró, cada vez más lejos, hasta que se encontró solo en la salida a la calle, detrás de todos. Cuando lo vi, también yo me retiré junto a él. Estaba desilusionada. Me parecía que no habría oportunidad de ver a las niñas por la cantidad de gente que había entre nosotros y el pasillo por donde ellas pasarían.
De repente, aparece Conchita a cierta distancia con el crucifijo en su mano, giró y viene en dirección a nosotros. La gente le dejó paso delante de ella hasta que finalmente se paró en frente de mi marido.
Ella le hizo la señal de la cruz con el crucifijo y se lo puso en los labios para que lo besase. Mi marido estaba de lo más feliz y todo el mundo decía: "¡Qué suerte!, ¡qué suerte tienes!".
Con frecuencia las niñas subían a los pinos y bajaban de espaldas sin mirar por donde andaban. Aunque anduviesen por entre piedras o rocas, no tropezaban ni se caían. Yo lo vi esto, incluso lo vimos un día con lluvia y tormentas de granizo. Mi marido observaba cuidadosamente cuanto sucedía. La niñas vinieron hacia abajo y de espaldas en éxtasis, con la cabeza hacia atrás, las caras mirando a lo alto y los ojos bien abiertos expuestos a los granizos que les caían y sin embargo ni siquiera pestañeaban. Sin protección alguna contra los granizos.
Más tarde, cuando mi marido comentó esto a la gente en Barcelona mayormente no le creían porque dudaban de que fuese verdad, aun cuando explicó claramente que los ojos de las niñas iban sin protección y que no pestañeaban a pesar de todos los granizos que caían.
Un médico le dijo que podría tener otra explicación, pero mi marido le dijo:
-- ¿Realmente cree que usted o yo podríamos hacerlo sin pestañear?.
-- No, ciertamente no.
Contestó el médico.
-- Bien, pues eso es lo que yo vi.
Con frecuencia las niñas andaban juntas cogidas del brazo. En ocasiones emprendían veloces marchas y los jóvenes, de unos veinte años, no podían alcanzarlas. Eso lo vi yo e intenté varias veces seguirlas pero no podía y me quedaba atrás. Ellas podían andar sin cansancio alguno toda la noche, en ocasiones hasta el amanecer.
Había un sacerdote en el pueblo que creo era D. José Ramón García de la Riva. Estaba diciendo misa cuando de pronto dijo con gran alegría:
-- La Virgen anduvo por las calles de Garabandal esta noche. Estaba con nosotros y nosotros con Ella. Y esto que ahora digo en privado, un día será proclamado oficialmente en toda las iglesias.
A. M. D. G.