Las Apariciones de la Santísima Virgen María en San Sebastián de Garabandal

Capítulo 242

 

Ahora creo más que nunca.

Cuatro sacerdotes: Don Manuel, D. Víctor, D. Geminiano y D. Valentín, el párroco, dan testimonio de la autenticidad de las Apariciones.

 

Mari Loli besa a Jesús en la Cruz.
No podía decir a nadie lo que la Virgen le dijo, hasta su hora.

 

A finales de Julio de 1961 llegaban a Garabandal tres sacerdotes de la ciudad de León: don Manuel Antón, don Víctor López y don Geminiano García. El primero era párroco de San Claudio y los otros dos eran bien conocidos allí por sus actividades docentes. Los tres estaban pasando unos días en el pueblo de Barro, Llanes (Asturias); les llegaron noticias de lo que venía ocurriendo en Garabandal, y decidieron ir a ver qué pasaba.

 

Don Manuel Antón, ya en casa de Ceferino, interrogó a Loli sobre las Apariciones, desde sus comienzos:

«Lo que más me impresionaba, escuchando a Loli, era su aire de absoluta sinceridad; ésta le salía por los ojos y vibraba en todas sus palabras»

Loli llegó en su relato a las apariciones de la Virgen: Ella les había dicho muchas cosas; unas las podían decir a la gente, pero otras no, porque "eran un secreto". La Virgen les había dicho que no se lo dijeran a nadie hasta que llegara el día.

Don Manuel quiso conocer algo del secreto y trató de que la niña le dijese algo:

Pero aquello fue asombroso; dice D. Manuel:

«no logré entenderle ni una sola frase. Y no es que hablara bajo, ni se pusiera adrede a hablar de un modo ininteligible; es que se produjo en su habla un extrañísimo fenómeno; hasta entonces venía expresándose con toda normalidad, y yo la entendía perfectamente; pero en el punto de querer decirme "el secreto", como si ni sus labios ni su lengua respondiesen a su voluntad, allí no hubo más que tartamudeos y como un revoltijo de sonidos.

 Yo veía cómo se esforzaba por hacerse entender; pero no había modo de captar una palabra.

-- ¿Ve?, me dijo, al fin, con su claro hablar de siempre, ¿Ve? La Virgen no quería que yo dijese esas cosas»

«Aquel día había mucha gente en el pueblo, esperando la aparición, que se había anunciado para la tarde. Ya al oscurecer, fue el rosario en la iglesia, atestada de gente. Las dos niñas, normales, se arrodillaron delante, en la grada del mismo presbiterio, para dirigir desde allí el rosario, como se les había pedido. Logré colocarme bien cerca de ellas y encontré puesto para don Víctor López al costado de las niñas; hacia el segundo misterio, se produjo un cierto estremecimiento en las dos niñas y quedaron con la cabeza en alto y totalmente traspuestas, en éxtasis. Pude observarlas a gusto y estaban de verdad extraordinarias»

 

Don Manuel y Don Víctor tratan de confundir a las niñas a ver si se equivocan en algo:

Vi que las niñas no contaban las avemarías, ni por el rosario ni por los dedos, y entonces encargué a don Víctor que fuera controlando con toda exactitud el número de las que rezaban, para ver si el gloria venía exactamente al final de cada decena; mientras, él iba haciendo lo posible por confundirlas:

-- resultó inútil; fueron diciendo todos los Glorias exactamente en el momento que correspondía, sin una sola equivocación.

 

Día 3 de Agosto de 1961.

El párroco leonés don Manuel Antón, cada vez más convencido de que allí estaba la Santísima Virgen, decide seguir a las niñas de cerca:

A la caída de la tarde, Loli y Jacinta salieron de la casa de Ceferino donde habían estado jugando en la parte de arriba. Toda la gente, que esperaba en la plaza, se puso en movimiento. Yo tuve buen cuidado de asegurarme un lugar de primera fila: agarré a Loli por la bata, decidido a mantenerme siempre lo más cerca de ella.

 

 

 Yo no me solté de la bata a Loli hasta que llegamos a los Pinos. Allí las niñas se colocaron en el centro, y los guardias dispusieron a la gente en un amplio círculo, para que todos pudieran ver mejor.

Una de las niñas empezó el rosario. Todos estábamos de rodillas sobre la hierba, y me acuerdo que algunos muchachos se habían encaramado a las ramas de los pinos, mas puedo atestiguar que su actitud y comportamiento no desdijo en nada del ambiente general de profunda religiosidad y respeto.

A la tercera o cuarta avemaría del primer misterio, a la niña que dirigía el rezo se le cayó el rosario de la mano, y las dos lanzaron al unísono un ¡Ay! apagado, quedando de golpe en la actitud extática que tantos conocen. Empezó entonces algo cuya belleza y emoción no hay manera de reflejar en palabras, ni aún logrando las mejores descripciones.

Se veía clarísimamente que estaban en animada conversación con la Virgen. Sin dejar de mirar hacia arriba, trazaban a veces con la mano circulitos, crucecitas y otros signos o figuras en el suelo; allí ponían los objetos que antes, o después, levantaban en sus manos dándolos a besar a la Virgen. Yo no logré captar lo que decían, pero sí capté lo que empezaron a decir luego:

-- "¡Bájale... Bájale...!", y levantaban los brazos como queriendo recibir algo en ellos. Para mí era evidente que estaban pidiendo a la Virgen que bajara a su altura y les dejara el Niño. ¡Había un anhelo en sus ojos y en su súplica!

Instantes después, dieron la impresión de que ya tenían en sus brazos lo que tanto deseaban, pues fueron bajando la vista e inclinándose suavemente hacia el Niño que parecía pasar de los brazos de una a los de otra... Mientras repetían:

-- "¡Ay, qué hermoso...! ¡Qué precioso...! Pero ¡qué hermoso es...!".

Puedo atestiguar que lo decían de un modo que impresionaba. Parecía que en aquellas palabras y en su mirar se les iba el alma, de amor y de gozo. Pude seguir por sus gestos el momento de devolver el Niño a la Madre, etc. Luego les oí:

-- "¡No te vayas...! ¿Cómo? ¿Tres cuartos de hora ya...?".

Yo no había cronometrado el tiempo; pero allí cerca veo a un sacerdote, luego me enteré de que era el cura de Aguilar de Campoo, y él, mostrándome el reloj, me aseguró que era exactamente el tiempo que llevaban en éxtasis, pues había tenido buen cuidado de mirar la hora al comenzar.

No paró aquí la cosa. Tuvimos luego una segunda escena, que casi nos emocionó más. Según me dijeron después, era la primera vez que ocurría una cosa semejante: las niñas, extáticas, fueron cayendo por tierra; pero ¡con una gracia, y una compostura!.

Todos nos asustamos mucho, temiendo que pudiera suceder algo grave. La madre de una de las niñas, se acercó a tomar a su hija, llorando con todo desconsuelo. Yo, muy alterado, casi a gritos empecé a decir:

-- Pero, ¿es que entre tanta gente no hay siquiera un médico que pueda hacer algo ante cosa tan extraordinaria?, ¿es que no hay alguien?.

Don Valentín, el párroco, que estaba entre la gente, interrumpió entonces el preocupado silencio general, diciendo con voz grave:

-- Esto de aquí, siempre ha sido extraordinario; lo que pasa es que somos hombres de poca fe.

Confieso que me impresionó aquella salida; y al cabo de los años, la recuerdo como si la estuviese oyendo ahora mismo. Después de un rato, como si despertaran de un maravilloso sueño, las niñas volvieron en sí, y se incorporaron, tan naturales, tan frescas, tan sonrientes.

Cuando terminó lo de los Pinos, las niñas dijeron que había que ir a rezar a la iglesia. Allí estuvieron de rodillas en la primera grada del altar como doce minutos. Volvieron a rezar el rosario, y acabado el éxtasis, les pregunté por qué no se habían puesto en la alfombra, como yo les había dicho.  Me contestaron que les había dicho la Virgen que "aquel era el sitio de don Valentín" y que por eso se habían puesto a los lados.

 Cuando aquella misma noche don Manuel Antón llegó a su residencia de Barro (Llanes), se encontró con don Víctor López que venía de Santander:

-- ¿Qué, le dijo don Víctor, sigues creyendo en Garabandal?.

-- Ahora más que nunca. ¡Después de lo que he visto hoy!.

 

Cuenta don José Ramón, cura párroco de Barro, que su primera subida a Garabandal surgió de una conversación mantenida con el párroco de San Claudio de la ciudad de León, reverendo señor don Manuel Antón. Dice D. José Ramón:

«Este señor cura pasaba entonces unos días en Barro (Llanes, Asturias). Yo acababa de llegar a dicha parroquia, y no tenía la menor idea de aquellos sucesos que ocurrían a 57 kilómetros, en la vecina diócesis de Santander. Tales sucesos habían comenzado el 18 de junio de 1961, y yo tomé posesión de la parroquia de Nuestra Señora de los Dolores de Barro, el día 10 de Agosto»

De este modo el día 22 de Agosto de 1961, martes, octava de la Asunción y fiesta del Inmaculado Corazón de María, hacía por primera vez la ruta de río Nansa y río Vendul arriba hacia Garabandal, un joven sacerdote asturiano, P. José Ramón García de la Riva, que iba a quedar para siempre entrañablemente vinculado a Garabandal.

 

A los pies de la Sierra de Peña Sagra, en lo alto, y bajo los nueve pinos, en el centro, está Garabandal.

 

Escribió un valioso documento: "Memorias de mis subidas a Garabandal", por el P. José Ramón García de la Riva, cura párroco de Nuestra Señora de los Dolores, del pueblo de Barro, arciprestazgo de Llanes, arzobispado de Oviedo (España).

Todos estos hechos inician una serie de encuentros y difusión de las Apariciones que desde Garabandal se extiende ya por todo el mundo y mucho más lo será cuando se cumpla lo que dijo Jesús a Conchita en una locución; dice Conchita:

Yo, con mucha emoción, le iba pidiendo más a Jesús y le decía:

-- ¿Para qué viene el milagro?, ¿para convertir a mucha gente?

y Él me contestó:

-- para convertir al mundo entero.

 

A. M. D. G.

 


 

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